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1. Introducción.
El objetivo del criticismo kantiano y la formulación filosófica del Idealismo Trascendental
consiste en llevar a cabo una investigación sobre los límites de la razón humana y el
asentamiento de las condiciones de posibilidad del conocimiento científico. Una
investigación que supere las deficiencias teóricas y reduccionistas de los planteamientos
del racionalismo y el empirismo precedentes. El primer paso del Idealismo Trascendental
consiste en la inversión de la relación epistemológica entre el sujeto cognoscente y el
objeto de conocimiento. Una inversión que se caracteriza por “reglas [que] se expresan en
conceptos a priori a los que, por tanto, se conforman necesariamente todos los objetos de
la experiencia” (Kant, 2008, B XVIII). Dicha inversión recibe el nombre de giro
copernicano y sienta uno de los aspectos claves del Idealismo Trascendental, ya que
establece que las condiciones que posibilitan todo conocimiento están dadas de manera a
priori en el psiquismo del sujeto cognoscente, sin que ello implique la adopción de un
idealismo radical. Como Gardner lo afirma: “el elemento a priori (…) es el conjunto de
condiciones que hacen posibles los objetos para nosotros” (Gardner, 2006, p. 43). Dichas
condiciones a priori serán las intuiciones puras y las categorías puras. Las primeras
conciernen a la facultad de la sensibilidad, y las segundas a la facultad del entendimiento.
La Crítica de la razón pura busca responder a la pregunta de cómo son posibles los
juicios sintéticos a priori, es decir aquellos que permiten ampliar el conocimiento de la
realidad sin comprometer su necesidad y universalidad. “Kant caracteriza la respuesta a
esta pregunta como conocimiento trascendental, es decir, el conocimiento de la posibilidad
de nuestra referencia a priori a objetos” (Serrano, 1994, p. 26). Dada la sistematicidad del
pensamiento kantiano, debe reconocerse el objetivo de su proyecto epistemológico y su
relación con la tradición precedente para comprender qué papel desempeña la unidad de
apercepción trascendental en la forma cómo conocemos. Se hace necesario preguntarse de
qué manera Kant se desvincula de la tradición racionalista si su pensamiento adopta
elementos a priori, especialmente las categorías puras como formas del entendimiento. La
teoría del conocimiento kantiana hereda elementos del racionalismo filosófico, pero rompe
con dicha tradición. El presente trabajo busca detallar la originalidad de la teoría del
conocimiento kantiano precisando las distinciones entre el cogito cartesiano y la unidad de
apercepción trascendental. Esto a partir de la puesta en evidencia de la ruptura entre los
postulados de Descartes (el mayor representante del racionalismo) y los de Kant.
A partir de la elaboración de dicha distinción se pretende demostrar la manera como
Kant se desliga de la tradición racionalista al integrar elementos empiristas en su teoría del
conocimiento. En primer lugar, se expondrá brevemente la defensa que Descartes hace del
cogito como lo único de lo cual puede tener certeza y el lugar que ocupa en su concepción
epistemológica. En segundo lugar, se explicará el concepto de unidad de apercepción
1
trascendental a partir del desarrollo que Kant hace del mismo en la Deducción
Trascendental, y de qué manera dicho concepto es coherente con el sistema filosófico
kantiano. En tercer lugar, se contrastarán ambas posturas, demostrando en qué manera el
Idealismo Trascendental kantiano difiere del racionalismo cartesiano. Por último, se busca
concluir el texto con algunas acotaciones frente al problema del dualismo mente-cuerpo en
ambos pensadores.
2. El cogito cartesiano.
Como bien lo afirma Serrano, “el cogito cartesiano es el resultado del procedimiento
analítico que Descartes ha aplicado cuando emprende el examen de nuestra certeza”
(Serrano, 1994, p. 21). En efecto, el cogito cartesiano es el resultado de la aplicación de la
duda metódica, cuyo primer precepto consiste en:
“no admitir jamás como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era;
es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención y no comprender, en
mis juicios, nada más que lo que se presentase a mi espíritu tan clara y distintamente
que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda” (Descartes, 1988, p. 62).
2
yo existo. La acción del genio maligno requiere de un paciente sobre el que recae su
acción. En palabras del propio Descartes:
“no hay duda de que yo también soy si me engaña; y que engañe cuanto pueda, que sin
embargo nunca hará que yo sea nada mientras yo esté pensando que soy algo. De tal
manera que, muy bien ponderadas todas las cosas, hay que llegar a establecer este
pronunciamiento, Yo soy, yo existo, es necesariamente verdadero cuantas veces es
expresado por mí, o concebido por mi mente” (Ibídem).
La conclusión del cogito ergo sum cumple con los preceptos de la duda metódica dado que
es de lo único que se puede tener una completa certeza. Para Descartes el pensamiento es
una facultad que requiere de un agente que la realice. La fuerza del argumento cartesiano
consiste en su carácter intuitivo y autoevidente. Como lo precisa Markie, el conocimiento
que se deriva de la afirmación yo pienso es autoevidente y no se infiere de otro tipo de
premisas mayores; el conocimiento que se deriva de la afirmación yo existo es intuitivo en
tanto es inmediatamente inferido de la premisa –simultáneamente intuida- yo pienso
(Markie, 1992, p. 146). Por lo tanto, el funcionamiento del argumento consiste en que solo
de la conciencia del yo pienso puede predicarse el yo existo.
A partir del argumento netamente racionalista de Descartes pueden precisarse ciertas
particularidades claves para entender su divergencia con Kant. En primer lugar, Descartes
deriva de una consecuencia epistemológica una consecuencia ontológica. El argumento
establece que solo cuando pienso tengo certeza de mi existencia, pero de ello se afirma que
solo soy mientras pienso. En otras palabras, si dejo de pensar, claramente dejo de ser. “Soy
cosa verdadera, y verdaderamente existente, pero ¿qué cosa? Lo he dicho: pensante”
(Descartes, 2009, AT VII, 27). Como resultado de inferir la existencia a partir del
pensamiento consciente, Descartes llega a la conclusión de que el ser humano es sustancia
pensante (res cogitans).
En segundo lugar, como consecuencia del argumento, solo puede tener absoluta
certeza de la res cogitans, es decir, de lo que soy en tanto pienso. Por lo tanto, no puede
tener certeza de mi propia corporeidad ni de la información sensible suministrada por mis
sentidos. El hombre en el pensamiento cartesiano tiene una cualidad dual: es sustancia
pensante y sustancia extensa (res extensa). En la sexta meditación Descartes no concibe
problemática la afirmación de dicho dualismo ya que la esencia que compete al hombre es
el de ser cosa pensante (Descartes, 2009, AT VII, 78). En la teoría cartesiana del
conocimiento es Dios el garante de la objetividad del conocimiento humano, ya que provee
las ideas innatas a la mente humana y su bondad asegura que no haya ningún genio
maligno engañador. Como afirma Cottingham, “Dios, en la metafísica cartesiana, es el
puente que va del mundo subjetivo del pensamiento al mundo objetivo de la verdad
científica” (Cottingham, 1998, p. 38). En efecto, como pensador moderno que es,
Descartes no puede comprometer los principios que hacen posible el conocimiento
científico. Pero es el cogito cartesiano resultante de la duda metódica la que lo lleva a
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adoptar el dualismo entre sustancia pensante-sustancia extensa. Siendo necesario recurrir a
la figura de Dios, previa demostración de su existencia, para salvaguardar la objetividad
del conocimiento científico.
“No podemos pensar un objeto sino mediante categorías ni podemos conocer ningún
objeto pensado sino a través de intuiciones que correspondan a esos conceptos.
Igualmente, todas nuestras intuiciones son sensibles y este conocimiento, en la medida
en que su objeto es dado, es empírico. Ahora bien, el conocimiento empírico es la
experiencia. No podemos, pues tener conocimiento a priori sino de objetos de
experiencia posible” (Kant, 2008, B 166).
El Idealismo Trascendental debe afirmar la existencia del mundo exterior, para que las
intuiciones puras funcionen a partir de la afección de la propiedad receptiva de la
sensibilidad. Sin mundo no puede haber conocimiento porque no hay nada que ponga a
funcionar el aparataje conceptual. Por esa razón todo conocimiento comienza con la
experiencia, pero no todo procede de ella (B 2). Lo importante de las categorías puras es
que pueden referirse a objetos de la experiencia, por lo tanto no son meramente abstractas.
La experiencia es posible gracias al enlace que se da entre las categorías puras y las
intuiciones sensibles.
A partir del trasfondo general de la Deducción Trascendental, ¿qué papel desempeña
la unidad de apercepción trascendental? Y más importante aún, ¿cómo la define Kant? En
primer lugar, Kant afirma que hay tres tipos de operaciones del psiquismo humano,
correlativas y características de la espontaneidad propia del entendimiento (A 97): 1) La
síntesis de aprehensión en la intuición que se ocupa del ordenamiento espacial y temporal
de lo intuido en la sensación. 2) La síntesis de reproducción en la imaginación encargada
de la reproducción permanente de las representaciones mentales. Y por último, 3) la
síntesis de reconocimiento en el concepto cuya función consiste en brindar la unidad de las
representaciones mentales mediante su asociación a un concepto. Es en esta última síntesis
donde Kant introduce la unidad de apercepción trascendental:
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“No pueden darse en nosotros conocimientos, como tampoco vinculación ni unidad
entre los mismos, sin una unidad de conciencia que preceda a todos los datos de las
intuiciones. Sólo en la relación con tal unidad son posibles las representaciones de
objetos. Esta conciencia pura, originaria e inmutable, la llamaré apercepción
trascendental.” (A 108).
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A diferencia de la apercepción empírica u originaria1, la unidad de apercepción
trascendental debe hallarse vinculada a todas las representaciones “en la medida que pueda
abarcar en una conciencia la diversidad de las mismas” (B 134).
No obstante, hay un rasgo clave para comprender la distinción entre Descartes y
Kant en el problema concreto que estamos tratando. El cogito cartesiano prescinde de todo
contenido empírico para asegurar su certeza, no así lo hace la unidad de apercepción
trascendental. La conciencia precede lógica, y no temporalmente, los datos del mundo. Sin
la existencia de cosas en el mundo no hay unidad de la conciencia según Kant. Conciencia
y objetos se implican lógicamente, ya que no puedo tener conciencia de mí mismo sin tener
al mismo tiempo conciencia de un mundo poblado de objetos unitarios (apreciación que
solo es posible partiendo de las tres síntesis mencionadas anteriormente). El hecho de que
la unidad de apercepción trascendental no prescinda de la experiencia de objetos –ya que
acompaña los juicios sobre los mismos como correlato lógico de todas las
representaciones- implica considerar que la unidad sintética antecede a la unidad analítica.
En palabras del propio Kant:
Las consecuencias que se desprende de esta afirmación son notables, ya que la unidad de
apercepción trascendental –a diferencia del cogito cartesiano- no se fundamenta en el mero
acto del pensamiento, sino que también parte de los contenidos de la conciencia empírica.
El yo pienso, como límite proposicional presente en todos los enunciados y juicios sobre la
experiencia propia, garantiza la unidad de dichas representaciones en tanto se identifican
en una sola autoconciencia. Pero a su vez, la unidad de apercepción trascendental garantiza
la unidad de lo múltiple mediante la síntesis que se hace de lo variado de la intuición en el
concepto. De esta manera, tiene sentido afirmar que “la representación de mí mismo
común para todas mis representaciones (unidad analítica) supone, por consiguiente, la
conciencia sintetizadora de mi identidad (unidad sintética) (Serrano, 1994, p. 30).
1
Dicha apercepción empírica se corresponde al yo pienso vinculado a la representación de una
experiencia particular y específica, y solo tiene validez subjetiva (B 140).
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trascendental algún tipo de consecuencia ontológica. Pese a la mutua implicación entre
unidad analítica y unidad sintética, la unidad de apercepción trascendental sigue siendo una
mera autoconciencia expresada en el correlato lógico de todos nuestros juicios. Dado que
la unidad de la conciencia garantiza la unidad de los datos sensoriales, esta unidad no
puede ser empírica, sino que debe ser trascendental. El sujeto kantiano, a diferencia del
sujeto cartesiano, se encuentra implícito en cualquier proposición bajo la expresión yo
pienso. A la mirada crítica de Kant, Descartes incurrió en un idealismo problemático.
Como lo expresa Allison:
El paso trascendente del argumento cartesiano consiste en concluir una verdad de tipo
ontológico (3) a partir de premisas alusivas a cuestiones epistemológicas: la posibilidad de
dudar (1) y la posibilidad de tener certeza (2).
Un error de tipo lógico, y no dialéctico como el anterior, que puede apreciarse en el
argumento cartesiano es el uso de existencia como predicado en la célebre máxima: pienso,
luego existo. La existencia no es un predicado, ya que como afirma Kant “evidentemente
“ser” no es un predicado real (…) Es simplemente la posición de una cosa o de ciertas
determinaciones en sí. En su uso lógico no es más que la cópula de un juicio” (Kant, A 598
– B 626). En efecto, predicar de un objeto su existencia no me permite ampliar el
conocimiento sobre el mismo, no es un juicio sintético. De esta manera la expresión yo
existo no agrega absolutamente nada al conocimiento que tengo del yo, sino que su
ubicuidad se hace manifiesta en su carácter implícito como correlato lógico que acompaña
todas mis representaciones. Respecto a la existencia, Kant afirma que “nuestra conciencia
2
Estructura del argumento tomado de Cottingham, 1988, p. 32.
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de toda existencia (…) pertenece por entero a la unidad de la experiencia” (Kant, A 601 –
B 629). El racionalismo cartesiano al prescindir de todo conocimiento empírico y del uso
de los sentidos, hace afirmaciones sobre la existencia que, para Kant, no son de alguna
manera justificables.
En segundo lugar, la duda metódica establece que “los sentidos nos engañan, por lo
tanto no son el punto de partida para un conocimiento indubitable. De igual manera, Kant
considera que todo conocimiento a posteriori es contingente y particular, por lo tanto como
juicio sintético solo hace posible la ampliación provisional del conocimiento, dado que no
son necesarios y universales. No obstante, Kant no prescinde de los aspectos empíricos en
su formulación de la unidad de apercepción trascendental, y por esa razón puede decirse en
este caso que no es un racionalista completamente. A diferencia de Descartes, lo a priori
en Kant no son contenidos (como la idea de Dios y el conocimiento matemático en
Descartes), sino las formas puras de la sensibilidad y el entendimiento que hacen posible a
la experiencia. Pero, es precisamente el hecho de que la unidad analítica implique la unidad
sintética lo que hace que la formulación del yo trascendental kantiano no prescinde de
elementos de carácter empírico. Como lo expone Smith:
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una base sólida para refutar el idealismo problemático de Descartes, la implicación entre la
unidad analítica y la unidad sintética le permite a Kant argumentar a favor de la propia
existencia en función de la existencia de cosas externas a mí mismo. Así Kant sostiene en
la Refutación del Idealismo:
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“Mientras no se descubra una palabra más adecuada, creo que es mejor traducir
Gemüt como psiquismo, que, si bien tiene el inconveniente de su imprecisión (…)
pienso que apunta correctamente, con su componente psique, a un fondo anímico que
puede ser tanto intelectual como sensitivo-volitivo”. (Ribas en Kant, 2008, p. XLI)
10
consciente de uno mismo” (Brook, 1994, p. 234). En efecto, el mismo Idealismo
Trascendental reconoce que el ser humano tiene la doble cualidad de ser tanto fenómeno
como noúmeno. La idea de una representación mental de la cual no se es consciente parece
mostrar las debilidades de los aspectos psicológicos y de filosofía de la mente que pueden
apreciarse en el Idealismo Trascendental. No obstante, creer que la psicología se ocupa de
conocer el aspecto nouménico del ser humano es un grave error, para Kant no podemos
tener conocimiento de la cosa-en-sí. La afirmación de Brook puede ayudarnos a precisar
las posibles inconsistencias internas que revista el Idealismo Trascendental.
Pese a que el Idealismo Trascendental no reviste los mismos problemas que el
Idealismo cartesiano, Kant no parece solucionar el problema de la dualidad cuerpo-mente o
tratarlo de una manera más sistemática. Algunas aproximaciones pueden esbozarse en los
Paralogismos de la Crítica de la Razón Pura. No obstante, como afirma Hatfield, es
innegable que la Crítica incorpora en su desarrollo preocupaciones de tipo psicológico. La
división de la mente en facultades cognitivas, las estructuras mentales a priori que regulan
la experiencia, la deducción trascendental de las categorías mediante la apelación de
síntesis mentales, e incluso el aparente carácter introspectivo de la certeza de la unidad de
apercepción trascendental puede revestir son ejemplos concretos de cómo las
preocupaciones kantianas puede abordarse a partir de nuevos enfoques disciplinarios.
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Referencias bibliográficas.
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