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CAPÍTULO 6 –
I. INTRODUCCIÓN
Sin perjuicio del estudio y análisis de la Teoría del Derecho, creemos necesario volver y
profundizar ciertos conceptos en el marco del Derecho Administrativo por dos razones
fundamentales.
Por un lado, el conocimiento del Derecho Administrativo (igual que cualquier otro
conocimiento jurídico) no consiste en una repetición de textos —legales o judiciales—
sino especialmente en su interpretación. Es decir, en primer lugar, es necesario
seleccionar cuál es el material jurídico relevante y, en segundo lugar, darle sentido y
aplicarlo en la solución de los casos. En otras palabras, aplicar el derecho supone como
paso previo y necesario interpretarlo. Por tanto, el juez, pero también la Administración
(esto es, el Poder Ejecutivo), e incluso el abogado, debe interpretar el derecho. Por eso,
en el conocimiento de las distintas ramas del derecho es necesario repasar estos
conceptos y —quizás como veremos más adelante— adecuarlos.
Por el otro, la interpretación del Derecho Administrativo nos exige modular y profundizar
ciertas reglas y técnicas hermenéuticas por las características propias de este Derecho.
Pero, ¿cuáles son estas características? Según nuestro criterio, las siguientes:
(c) El principio de clausura del modelo de Derecho Público, sustancialmente distinto del
derecho privado. Vale recordar que en el derecho privado este postulado nos dice que
"todo lo que no está prohibido, está permitido", de conformidad con el art. 19, CN, y —a
su vez— "el juez debe resolver los asuntos que sean sometidos a su jurisdicción
mediante una decisión razonablemente fundada" (art. 3, Código Civil y Comercial). Sin
embargo, en el campo de nuestro conocimiento el principio es más complejo. Así,
respecto del Estado, "todo lo que no está permitido, está prohibido"; y, en relación con
las personas que interactúan con aquél —igual que en el derecho privado—, "todo lo que
no está prohibido, está permitido". Es decir, el postulado básico es prohibitivo (respecto
de la actividad estatal y, particularmente, cuando se trate de conductas estatales
restrictivas de derechos) y, a su vez, permisivo (en relación con las conductas de las
personas). Pues bien, en estos casos discutimos, por un lado, el reconocimiento de
competencias estatales limitativas de derechos y, por el otro, el ejercicio de derechos sin
obligaciones estatales de hacer (sólo de abstención). El caso quizás más complejo es el
deber estatal vs el derecho del particular (verbigracia, el deber de reparar los daños
causados por el Estado o de proveer medicamentos). Aquí, debemos recurrir a los
principios con el objeto de definir las reglas y su contenido.
En síntesis, el Derecho Público —en tono diferente del derecho privado— debe resolver
otros obstáculos, a saber: el doble derecho, las múltiples jurisdicciones y, finalmente, el
postulado de cierre del modelo.
Finalmente, creemos importante remarcar que los intérpretes del Derecho no solo
trabajan básicamente con el derecho privado o, en su caso, Penal, sino además con la
figura del juez —en su rol de intérprete último del Derecho—; pero, ciertamente, la
Administración (léase el Poder Ejecutivo), ejerce un papel fundamental porque debe
interpretar el derecho público y luego, obviamente, aplicarlo. Es más, en muchos casos,
estas interpretaciones y decisiones no son revisadas por el Poder Judicial en razón de los
vericuetos propios del modelo (por ejemplo, los obstáculos procesales). Por tanto,
debemos preguntarnos no sólo cómo razona el juez sino también cómo lo hace el Poder
Ejecutivo.
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Con el objeto de resolver este primer entuerto jurídico (el contenido del bloque del
Derecho Administrativo Federal) debemos reparar en el debate sobre el Derecho Único
(un solo sistema jurídico) o el Doble Derecho (dos subsistemas jurídicos), y cómo esto
incide en el proceso de construcción del modelo hermenéutico.
Este modelo de Doble Derecho (subsistemas) tiene, entre nosotros, dos consecuencias
jurídicas relevantes. Por un lado, el derecho privado se apoya en ciertos principios y
reglas y el Derecho Público, por su parte, se construye desde otros pilares y con otras
directrices. Por el otro, y según nuestro marco constitucional de distribución territorial
de poder, el derecho privado es regulado por el Estado Federal (salvo las reglas
procesales), y el Derecho Administrativo por el Estado Federal y los Estados Provinciales
en sus respectivas jurisdicciones.
Por tanto, y en sentido contrario, el modelo único permite construir un solo Derecho, sin
perjuicio de ciertos matices propios y menores del Derecho Administrativo y, a su vez, el
tronco común es regulado por el Estado Central (sin perjuicio del poder de los Estados
locales de dictar los detalles o complemento).
Es posible sostener —en términos superficiales— que el Derecho Público se debe atar al
Estado (sus actividades, funciones, estructuras y factor humano) y, a su vez, debe
irradiarse sobre las relaciones de éste con las personas. Por su parte, el derecho privado
recae sobre los particulares y las situaciones jurídicas entre éstos.
Sin embargo, es simple advertir que el Estado se rige en ciertos casos por el derecho
privado, sin renunciar enteramente a los principios del Derecho Público (por ejemplo,
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ciertos contratos celebrados por el Estado cuyo objeto es regulado por el derecho
privado y que llamaremos Derecho Administrativo Privado). De modo que el Derecho
Administrativo Privado contiene reglas del derecho privado, pero está rodeado de
directrices y, básicamente, principios del Derecho Público (derechos fundamentales;
postulado competencial; y principios de igualdad y proporcionalidad; entre otros).
Veamos ejemplos:
a) el Estado decide aplicar reglas del derecho privado en el sector público (LCT en el
empleo estatal);
b) el Estado utiliza formas del derecho privado —conforme la teoría general de las
Formas— y, tras ello, aplica el derecho privado.
A su vez, los particulares se rigen por el derecho privado y, a veces, parcialmente por el
Derecho Público en sus relaciones de derecho (entre otros, es el caso de los
concesionarios de los servicios públicos y su vínculo con los usuarios).En síntesis, el
subsistema de que se trate se integra con ciertos eslabones del otro subsistema, sin
desdibujar su identidad.
Conviene aclarar también que tales subsistemas constituyen bloques normativos con
cierta autonomía (principios, reglas y criterios hermenéuticos propios) y, por tanto, la
aplicación de uno desplaza al otro.
Primer modelo: dos bloques o subsistemas (Derecho Público por un lado; y derecho
privado, por el otro. Por supuesto, ambos anclados en el Derecho Constitucional).
Antes de abandonar este capítulo es necesario completarlo con dos cuestiones que
creemos relevantes y que debemos incorporar en el debate propuesto. Por un lado, el
Doble Derecho (dos subsistemas) nos lleva a la encrucijada de distinguir entre normas
del Derecho Público y Privado. Evidentemente, el Código Civil y Comercial es derecho
privado y las leyes sobre procedimientos administrativos o contrataciones del Estado son
ejemplos clásicos de reglas del Derecho Público. Pero, ¿qué ocurre con las leyes
ambientales, de educación, salud, consumidores y usuarios? ¿Cuál es, entonces, el
criterio sustancial que nos permite distinguir entre unas y otras y, consecuentemente,
encuadrar las situaciones jurídicas?
Por el otro, el modelo jurídico (Derecho Único o Doble Derecho) se entrecruza —entre
nosotros— con el reparto territorial del poder. Así, el Congreso federal es el poder
competente para regular el Derecho Civil o común y, por su parte, el Derecho
Administrativo debe ser reglado por las jurisdicciones locales (legislaturas provinciales) y
el Estado federal (Congreso federal). De modo que, si reconocemos un Derecho Único o
de base común, interviene el Estado federal y si, por el contrario, el Derecho es Doble,
entonces, surge el poder concurrente entre el Estado federal y los Estados provinciales.
Por ejemplo: la regulación de la responsabilidad estatal. Si partimos del Doble Derecho,
su regulación compete al Estado federal (responsabilidad del Estado central) y a las
Provincias (responsabilidad de los Estados provinciales). Por el contrario, si es Derecho
Único (al menos en sus bases), debe ser regulado por el Congreso federal. En efecto, el
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modelo único permite construir un solo Derecho, sin perjuicio de ciertos matices propios
y menores del Derecho Administrativo (es decir, el tronco común es regulado por el
Estado Central, sin perjuicio del poder de los Estados locales de dictar los detalles).
Insistimos, si seguimos el modelo del Derecho Único, el Estado Federal —a través
básicamente del Congreso Nacional— debe regular las bases del Derecho Administrativo
Federal y local (llamado en este contexto Derecho Común) y, por su parte, las Provincias
sus detalles (Derecho Administrativo propiamente dicho y, por tanto, Derecho local).
Volvamos sobre la idea del Derecho Administrativo como conocimiento autónomo del
derecho privado. Pues bien, si aceptamos el Doble Derecho (dos subsistemas) y, por
tanto, el Derecho Administrativo como conocimiento autónomo, cabe preguntarnos:
¿cuál es el contenido de este bloque jurídico? ¿Cuáles son las piezas que lo componen?
¿Cuál es la relación entre este bloque y los otros bloques jurídicos —por caso, el Derecho
Civil y el Derecho Administrativo Provincial—? ¿Cuáles son los principios del Derecho
Administrativo y su método hermenéutico?
¿Cuál es el sentido de distinguir entre dos derechos? Las respuestas plausibles son
varias:
Creemos que —en nuestro modelo— la distinción entre Derecho Público y Privado reside
históricamente en el poder de regulación territorial; el juez competente —especializado
en Derecho Público o Privado—; los principios y criterios hermenéuticos y, finalmente, la
validez de ciertas cláusulas (privilegios y prerrogativas).
Es decir, si definimos a ciertas normas como propias del Derecho Público, entonces, las
consecuencias son: el poder de regulación federal o provincial, según el caso; el juez
competente (contencioso administrativo); los criterios interpretativos (básicamente los
principios del Derecho Administrativo y las técnicas específicas, por ejemplo, la analogía
de segundo grado); y la validez de cláusulas que llamaremos exorbitantes por exceder y
transgredir el derecho privado.
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A su vez, el modelo del Derecho Único o del Doble Derecho incide también en otro
aspecto. Así, cuando intentemos definir el bloque o subsistema del Derecho
Administrativo (es decir, el material jurídico propio) debemos saber claramente qué
normas son de Derecho Administrativo. Por caso, si las normas sobre prescripción de los
tributos locales (provinciales) son parte del Derecho Civil, entonces, no integran la
pirámide del Derecho Administrativo, y solo es posible aplicarlas en el ámbito de éste
por medio de técnicas hermenéuticas específicas (aplicación subsidiaria o analógica de
segundo grado). Por el contrario, si forman parte de las bases comunes del Derecho,
entonces, se aplican directamente al Derecho Administrativo porque son piezas jurídicas
ubicadas en sus propias bases. En efecto, si se interpreta que ciertas disposiciones del
Código Civil o del Derecho Civil son parte de ese Derecho Común y, por tanto, del
Derecho Administrativo, no es necesario traerlas a nuestro campo de conocimiento a
través de técnicas hermenéuticas, tales como la subsidiariedad o la analogía. Distinto es
el caso si se entendiese que el objeto a regular es propio del Derecho Administrativo y
existe una laguna, en cuyo supuesto debemos recurrir al Derecho Civil, matizarlo y
traerlo luego al Derecho Administrativo de modo analógico —de segundo grado— o
subsidiario.
Conviene aclarar aquí que, según nuestro entendimiento, es posible construir el modelo
de un solo derecho entre nosotros, por medio de dos caminos alternativos y con el
siguiente alcance (tal como adelantamos en el punto anterior).
Por un lado, cabe interpretar que existe un derecho común (más allá, claro, del Derecho
Constitucional) y que, tras éste, nacen dos ramas jurídicas, el Derecho Civil y el Derecho
Administrativo. El Derecho Común puede ser desarrollado en el contexto del Código Civil
o en otros instrumentos jurídicos —y quizás sea más razonable— porque en verdad
excede al Derecho Civil.
Por el otro, creer que el Derecho Civil es el derecho común y que, por tanto, el Derecho
Administrativo debe apoyarse en él (léase el Código Civil y Comercial sus leyes
complementarias).
Provincias sus detalles (Derecho Administrativo propiamente dicho y, por tanto, Derecho
local).
¿Cuáles son los fundamentos jurídicos de este cuadro de Derecho Único y Básico?
También dijo este Tribunal que las legislaciones provinciales que reglamentaron la
prescripción en forma contraria a lo dispuesto en el Código Civil son inválidas, pues las
Provincias carecen de facultades para establecer normas que importen apartarse de la
aludida legislación de fondo, incluso cuando se trate de regulaciones concernientes a
materias de derecho público local (Fallos: 175: F.194. XXXIV. 300; 176:115; 193:157;
203:274; 284:319; 285:209 y 320:1344).
En igual sentido, se expidió la Corte en el caso "Las Mañanitas S.A." en donde sostuvo
que "si bien es indiscutible que los estados provinciales han conservado las facultades
atinentes a la determinación de los fines de interés público que justifican la sanción de
sus leyes (artículos 121, 122 y 124 de la Constitución Nacional), y que las restricciones
que se imponen al dominio privado solo en base a ese interés general son regidas por el
derecho administrativo (artículo 2611 del Código Civil), también lo es que las provincias,
bajo la invocación del ejercicio de esas facultades, no pueden alterar la esencia de los
institutos regulados por los códigos de fondo estableciendo exigencias que los
desnaturalizan". Y, luego, agregó que "el derecho de propiedad, no es un instituto propio
del derecho público local, sino un derecho tan general que ha justificado su regulación
desde la Nación mediante la atribución que al efecto le fue conferida al legislador
nacional por medio del artículo 75, inciso 12, de la Constitución Nacional". Finalmente,
concluyó que "al haber atribuido a la Nación la facultad de dictar el Código Civil, los
estados locales han admitido la prevalencia de las leyes del Congreso y la necesaria
limitación de no dictar normas que las contradigan". Ver en igual sentido, el fallo
"Ledesma Sociedad Anónima, Agrícola e Industrial c/ Estado Provincial".
En efecto, tales dificultades son, quizás, superlativas cuando debemos definir qué temas
son propios del Derecho Común (base del sistema) y cuáles de los ramas subsiguientes
(Civil o Administrativo), según el aspecto puntual a reglar.Por el contrario, en el modelo
del Doble Derecho coexisten dos subsistemas sin bases comunes (más allá del marco
constitucional).
Si se siguiese el camino indicado por la Corte, entonces, los plazos de prescripción de las
acciones en el marco de las leyes provinciales sobre expropiaciones serían
inconstitucionales, debiendo remitirnos lisa y llanamente al Código Civil y Comercial. No
olvidemos que en el contexto de las expropiaciones discutimos el derecho de propiedad,
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Si bien es cierto que este criterio judicial permite construir un modelo de Derecho Único
—en el sentido de que existe un Derecho Común (básico) y, luego, el Derecho Civil y
Administrativo— , también es verdad que nos permite reflexionar sobre cuál es el límite
entre el Derecho Civil y el Administrativo.
Pues bien, el modelo del Derecho Único tiene dos déficits que creemos insalvables; uno
es metodológico y el otro sustancial. El aspecto metodológico crítico es que no define, ni
siquiera de modo indiciario, cuál es el límite material del Derecho Común y las ramas del
Derecho (Civil y Administrativo). Por caso ¿cualquier cuestión que se vincule con el
derecho de propiedad debe ser regulada por el Derecho Común y, consecuentemente,
excluida del Derecho Administrativo? Es más, en este escenario impreciso es posible que
el Derecho Común vacíe de contenido al Derecho Administrativo. El inconveniente
metodológico es, por tanto, que el modelo del Derecho Único no establece ningún
criterio o directriz con el propósito de limitar el campo expansivo del Derecho Común
(bases). El otro lado inconsistente (sustancial) es el vaciamiento del fundamento del
Derecho Administrativo (es decir, el interés colectivo al sustituirlo por el interés
privado).
Otro criterio plausible es: el Derecho Administrativo parte del criterio de subordinación
entre el Estado y los particulares; por ello, sus instrumentos básicos son los reglamentos
y los actos, con poderes especiales de decisión y ejecución. Por su parte, el derecho
privado se construye desde el principio de la igualdad; por eso, el instrumento
emblemático en su desarrollo es el contrato que nace de la voluntad y el consenso entre
las partes. En efecto, en el subsistema del derecho privado los sujetos son iguales y las
decisiones libres y sin motivación (sin perjuicio de ciertas excepciones: contrataciones
forzosas y normas prohibitivas, entre otras). Por su parte, en el Derecho Público, los
sujetos se encuentran en situaciones de desigualdad y las decisiones son condicionadas
y motivadas.
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Es evidente que ciertos temas son propios del Derecho Civil y otros claramente del
Derecho Administrativo, pero existen zonas de penumbras (casos oscuros) en que es
más difícil distinguir entre el Derecho Público y Privado.
Por ejemplo, es posible que entre las normas del derecho privado (por caso, el Código
Civil y Comercial) se incorporen reglas del Derecho Público (ver, entre otros: art. 149
sobre participación del Estado en las personas jurídicas privadas; arts. 235 y siguientes
sobre bienes del dominio público y privado del Estado y art. 243 sobre bienes destinados
a la prestación de un servicio público), pero no por ello debe interpretarse que se trata
de normas del Derecho Común o Privado.
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Pues bien, el punto crítico sigue siendo cómo delinear estos dos campos del
conocimiento jurídico en el contexto del doble derecho o subsistemas. Según nuestro
criterio, las normas de Derecho Administrativo son aquellas que tienen por objeto
regular las funciones administrativas, sin las limitaciones del llamado Derecho Común o
Civil.
El modelo del Derecho Único tiene déficits que creemos insalvables y que mencionamos
anteriormente (aspecto metodológico y sustancial). Así, no es posible definir el criterio
de distinción material entre el Derecho Común y las ramas del derecho (en particular, el
Derecho Administrativo). Por otro lado, este modelo nos lleva al vaciamiento del
fundamento del Derecho Administrativo al confundirse el interés privado y público.
Si bien hemos dicho que el Derecho Administrativo se explica a través del criterio
de:
Al fin y al cabo, la distribución territorial del poder regulatorio y la figura del juez
especializado son simplemente herramientas instrumentales; es más, el carácter
exorbitante de las cláusulas típicas del Derecho Administrativo (privilegios) es,
asimismo, otro instrumento; pero el trasfondo que nos permite anclarnos
razonablemente en el Doble Derecho (subsistemas) es, insistimos, el interés público.
En otros términos, ¿es posible alcanzar el ideal de una justicia igualitaria con un Derecho
Único? Quizás, sí; pero —sin dudas— es más complejo y trabajoso. Ocurre que el
Derecho Público, y Administrativo en particular, debe recomponer las desigualdades
preexistentes, en tanto en el contexto del Derecho Privado ello no es así, salvo casos de
excepcionales.
Pero, finalmente, ¿por qué discutimos el Derecho Único o el Doble Derecho en este
contexto?
Por un lado, porque cuando intentamos definir el bloque del Derecho Administrativo (es
decir, el material jurídico propio) debemos saber claramente qué normas son de
Derecho Administrativo y cuáles no. Por caso, si seguimos el criterio de la Corte, las
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reglas sobre prescripción son parte del Derecho Común y se aplican directamente al
Derecho Administrativo ya que constituye sus propias bases.
Por el otro, si nos alejamos de esas ideas —tal como proponemos nosotros—, entonces,
esas disposiciones son parte de la pirámide o bloque del Derecho Administrativo (por
ejemplo, el plazo de prescripción de las acciones tributarias). Así, no es necesario
traerlas a nuestro campo de conocimiento a través de técnicas hermenéuticas —tales
como la subsidiariedad o la analogía, que luego analizaremos con cierto detalle—. De
todos modos, si el Derecho Administrativo no reguló el objeto bajo análisis (caso
administrativo no previsto), debemos recurrir al Derecho Civil, pero no de modo directo,
sino matizándolo y trayéndolo al Derecho Administrativo de modo analógico o
subsidiario.
Si acaso pudiésemos definir los bloques jurídicos como si se tratase de pirámides, cierto
es que tras despejar las otras pirámides (derecho privado y derecho público provincial),
debiéramos detenemos en el bloque o pirámide del Derecho Administrativo Federal y su
composición (esto es, cuáles son los materiales que integran este entramado y cómo
ubicarlos dentro de esta figura). Más adelante, veremos el vínculo entre nuestra
pirámide (Derecho Administrativo Federal) y las otras —por caso, el Derecho Civil y el
Derecho Administrativo Local—.
a) cómo definir los principios generales y cómo resolver los conflictos entre éstos;
b) cómo incorporar las recomendaciones o decisiones de los tribunales u organismos
internacionales —dictadas en el marco de los sistemas jurídicos creados por los
tratados internacionales con rango constitucional—;
c) el valor de los decretos del Poder Ejecutivo con rango legal (decretos delegados y de
necesidad);
d) el alcance de los decretos dictados por los entes autónomos (en cuyo caso, el acto
normativo del ente no está sujeto al poder regulatorio reglamentario del Presidente,
de modo que aquél desplaza al acto normativo del Ejecutivo); y, finalmente,
e) las resoluciones de los órganos y entes de la Administración (en los casos en que
actúan como autoridad de aplicación de la ley o cuando se los reviste de notas de
especialidad). Estos aspectos han sido desarrollados en el capítulo específico sobre
Fuentes (Capítulo V).
En principio, el Estado hace uso del Derecho Administrativo; sin embargo, a veces
recurre al derecho privado por cuatro vías distintas, a saber:
En este último supuesto (4), el intérprete recurre a reglas —o quizás principios— del
derecho privado de modo ocasional y limitado, respetándose los dos subsistemas
jurídicos. Sin embargo, en los dos primeros casos (1 y 2) es posible configurar un
subsistema propio que llamaremos Derecho Administrativo Privado. Por nuestro lado,
creemos que no es un subsistema jurídico en sí mismo, sino simplemente un apartado
del subsistema del Derecho Público. Este bloque especial está integrado por: principios
del Derecho Público (igualdad, razonabilidad, proporcionalidad, entre otros); reglas
sobre competencia (Derecho Administrativo); reglas del Derecho Privado; y, finalmente,
Derecho Presupuestario.
Desde el punto de vista dogmático es posible desarrollar diversas teorías (por caso, las
teorías de los actos separables o de los dos niveles), con el propósito de distinguir la
aplicación del Derecho Público y Privado sobre el mismo objeto (se trate de actos,
contratos o actividades materiales). Por ejemplo, el Estado celebra un contrato por
medio del proceso licitatorio y cuyo objeto se rige —total o parcialmente— por el
derecho privado. Por tanto, el acto de adjudicación es propio del Derecho Administrativo,
pero los derechos y obligaciones de las partes se rigen por el derecho privado.
Antes de avanzar en el camino que nos hemos propuesto, creemos conveniente aclarar
cuál es el vínculo entre los bloques antes mencionados. Así, la relación entre el bloque
del Derecho Administrativo Federal y el del Derecho Administrativo Provincial es —dicho
claramente— inexistente en términos jurídicos. Es más, en caso de conflicto entre éstos
(por ejemplo, contradicciones entre el bloque federal y el provincial, prevalece aquél que
—según las normas constitucionales vigentes— sea competente en razón de las materias
reguladas). Veamos un caso plausible. La Ley de Contrataciones del Estado Federal
(decreto 1023/01 y su decreto reglamentario) establece que —en caso de revocación del
contrato por razones de interés público— el Estado sólo debe indemnizar al contratista
por el daño y no el lucro cesante; por su parte, la Ley de Contrataciones del cualquier
Estado Provincial dice hipotéticamente que en igual situación el Estado debe reparar
integralmente (esto es, daño y lucro). Estos textos jurídicos son evidentemente
contradictorios. Es más, imaginemos que la Ley Federal establece que "en caso de
revocación de contratos estatales, federales y provinciales, el Estado sólo debe
indemnizar el daño causado", en cuyo caso el mandato es más claro. Aquí, el punto
contradictorio es más nítido e insalvable. Pues bien, ¿cuál de los textos debemos aplicar
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respecto de los contratos provinciales revocados? Sin dudas, el texto local (Ley de
Contrataciones del Estado Provincial) y, por tanto, reconocerle el daño y el lucro. ¿Por
qué? Por el ámbito competencial en razón de las materias. El Derecho Administrativo
Federal y Provincial constituyen dos órdenes regulatorios y jurisdiccionales propios —
conforme el texto constitucional— y, por tanto, son autónomos (sin vasos
comunicantes). Por el contrario, los subsistemas (Derechos Público/Privado) sí se
relacionan básicamente a través de las técnicas de interpretación.
En síntesis, estos bloques (Federal y Provinciales) se desplazan unos con otros pero no
se integran entre sí (por caso, en el supuesto de las lagunas). Es decir, si el bloque del
Derecho Administrativo de cualquier Estado Provincial no resuelve ciertos casos (lagunas
del Derecho), no es plausible —en el marco de nuestro ordenamiento constitucional—
recurrir al bloque del Derecho Administrativo Federal o al de otras Provincias, con el fin
rellenar esas lagunas.
A su vez, el vínculo entre el bloque del Derecho Administrativo Federal y el bloque del
derecho privado es más complejo. En principio, el primero desplaza al segundo por las
materias propias, sin complementarse. Sin embargo, en el caso de las lagunas en el
Derecho Administrativo (caso administrativo no previsto) es posible ir al bloque del
derecho privado con el objeto de buscar reglas, traerlas y resolver el caso. Luego,
volveremos sobre este punto al referirnos a las lagunas del Derecho Administrativo.
Respecto del Derecho Administrativo Federal, el paso siguiente es conocer y resolver las
inconsistencias de este modelo (esto es, sus indeterminaciones).
Es necesario, entonces, superar los déficits y así integrarlo. Pues bien, ¿cuáles son los
déficits más comunes de este modelo? Aquí, es necesario plantear, por un lado, las
contradicciones; y, por el otro, las indeterminaciones propiamente dichas, a cuyo fin
seguimos básicamente las explicaciones de C. NINO sobre Teoría General del Derecho.
Existe contradicción cuando el sistema jurídico nos da dos o más soluciones con el
propósito de resolver el caso bajo estudio, pero con la peculiaridad de que éstas son
contrarias e incompatibles. Éste es evidentemente un ejemplo de defecto lógico del
modelo jurídico (en este caso, del subsistema del Derecho Administrativo).
Aquí no existen dificultades para derivar las consecuencias; por el contrario, éstas son
claras pero no compatibles; mientras que en el caso de las indeterminaciones
propiamente dichas es difícil saber cuáles son las consecuencias del caso.
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Pero, ¿qué ocurre cuando el conflicto se plantea, por ejemplo, entre una norma superior
y general respecto de otra especial e inferior? Es decir, ¿cómo se resuelve el conflicto
entre las reglas hermenéuticas antes descriptas?
La regla (a) —jerarquía— prevalece sobre las otras; de modo que la norma superior
siempre desplaza a la inferior, incluso si esta última fuese especial y posterior.
A su vez, en el caso de conflicto entre (b) y (c) —es decir, ley especial y anterior vs ley
general y posterior— debe resolverse según criterios meramente pragmáticos. Nótese
que en este caso si seguimos el criterio de especialidad, debe primar la ley especial y
anterior; pero si nos inclinamos por el estándar de temporalidad, debe primar la ley
posterior y general. En efecto, este conflicto de contrariedades entre pautas
hermenéuticas debe resolverse por criterios pragmáticos y según cuál sea el resultado
más justo.
Por ejemplo: el decreto delegado 1023/01 (Ley de Contrataciones del Estado) se aplica
al contrato de obra pública, siempre que no contradiga a la Ley 13.064 (Ley de Obra
Pública). Adviértase que, en verdad, el decreto es una ley porque se trata de un decreto
delegado. Por tanto, los dos textos tienen rango legal (igual jerarquía normativa) y,
consecuentemente, el conflicto no puede resolverse por el criterio (a) —superior/inferior
—. A su vez, el decreto delegado 1023 es general y posterior; y la Ley 13.064 es
especial y anterior. Pues bien, si seguimos el postulado de la especialidad prevalece la
Ley 13.064 y, por el contrario, si nos inclinamos por el estándar de la temporalidad debe
primar el decreto delegado 1023/01. Entonces, ¿cómo se resuelve este conflicto? El
legislador —según su propio criterio pragmático— decidió aplicar la Ley 13.064 (esto es,
el estándar de especialidad por sobre el de temporalidad).
Los déficits que cabe mencionar aquí son, entre otros: las vaguedades, las
ambigüedades y las redundancias.
Quizás, convine hacer ciertas consideraciones previas sobre el lenguaje jurídico antes de
avanzar. Las palabras de clase —conceptos— designan ciertas propiedades que deben
reunir las cosas y, tras ello, delimitan cuáles concretamente están comprendidas bajo su
manto, tal como ocurre en el lenguaje natural. En síntesis, las palabras de clase
designan propiedades y denotan objetos.
El aspecto central consiste, entonces, en discernir cuáles son las propiedades relevantes
de las palabras o conceptos. Conviene distinguir e insistir entre la designación (es decir,
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el conjunto de propiedades que deben reunir las cosas bajo un mismo concepto) y la
denotación (esto es, las cosas comprendidas por aquél). Así, cuanto mayor sea la
designación (más propiedades) menor es la denotación (conjunto de objetos
comprendidos); y, a su vez, en caso de menor designación (es decir, menos
propiedades) mayores son las cosas alcanzadas por el concepto (denotación).
Las propiedades relevantes son aquellas que llamamos definitorias, mientras las otras
son simplemente circunstanciales o concomitantes (es decir, éstas pueden estar
presentes o no). La definición es, entonces, el significado de un concepto (propiedades y
cosas) y solo es razonable si incluye algunos objetos; no, si incluyen todos o solo uno.
Por tanto, definir es vincular objetos con propiedades a través de las palabras. A su vez,
en el ámbito de las definiciones es plausible distinguir tres niveles —tal como describe C.
NINO—, a saber: claridad, oscuridad y, por último, penumbras (vaguedades).
Otro caso de vaguedad ocurre, entre nosotros, cuando no es posible definir las
propiedades relevantes en el uso del concepto. De modo que ciertas propiedades están o
no presentes, según el contexto (este defecto es conocido comúnmente como vaguedad
combinatoria). Un ejemplo, es el concepto de contrato administrativo (aquí se discute
fuertemente sobre cuáles son las propiedades relevantes que nos permiten usar
razonablemente este estándar).
Por su parte, la ambigüedad plantea dudas sobre las consecuencias lógicas de los
conceptos (palabras) e incluso textos —trátese de equívocos semánticos o sintácticos—.
En principio, la ambigüedad semántica comprende dos definiciones claras; pero el
inconveniente interpretativo es saber cuál de las dos es jurídicamente correcta (las
definiciones ya están predeterminadas y puede ser una u otra).
Cabe aclarar que el equívoco semántico ocurre cuando la palabra tiene más de un
significado, en tanto el equívoco sintáctico se centra en el vínculo entre las palabras.
En términos teóricos, es claro que las ambigüedades nos traen varias definiciones
plausibles y el operador debe, por tanto, elegir entre ellas. Por su parte, las vaguedades
—tal como explicamos anteriormente— no arrojan definiciones claras, de modo que el
intérprete debe justamente esforzarse por encontrarlas. Sin embargo, distinguir entre
ambigüedades semánticas y vaguedades es, según nuestro criterio, irrelevante porque
en ambos casos el conflicto debe resolverse por las reglas hermenéuticas que veremos
más adelante. Es más, creemos que en los hechos es posible confundir las
ambigüedades semánticas con las vaguedades.
Veamos ejemplos. La ley 25.164 (ADM-2341) sobre Empleo Público establece los
requisitos e impedimentos respecto del ingreso a la función pública, a saber:
a) El que haya sido condenado por delito doloso, hasta el cumplimiento de la pena
privativa de la libertad, o el término previsto para la prescripción de la pena
(disyuntivo excluyente).
b) El condenado por delito en perjuicio de la Administración Pública Nacional, Provincial
o Municipal.
c) El que tenga proceso penal pendiente que pueda dar lugar a condena por los delitos
enunciados en los incisos a) y b) del presente artículo (en principio puede
interpretarse como aditivo, pero en verdad es disyuntivo).
d) El que se encuentre en infracción a las leyes electorales y del servicio militar, en el
supuesto del artículo 19 de la Ley 24.429 (R-1977) (en principio puede interpretarse
como aditivo, pero en verdad es disyuntivo).
e) Los que hayan incurrido en actos de fuerza contra el orden institucional y el sistema
democrático, conforme lo previsto en el artículo 36 de la Constitución Nacional y el
Título X del Código Penal, aun cuando se hubieren beneficiado por el indulto o la
condonación de la pena (disyuntivo excluyente).
Finalmente, la redundancia (otro de los defectos lógicos del modelo) supone más de un
significado; pero en cualquier caso no se trata de caminos contradictorios ni
excluyentes. Es decir, en los casos anteriores no se sabe cuáles son las consecuencias
por las dificultades en las definiciones —vaguedades y ambigüedades semánticas— o por
las complicaciones lógicas — ambigüedades sintácticas—, mientras que en las
redundancias, las consecuencias son en sí mismas claras, múltiples y no contradictorias.
Finalmente, ¿cómo se resuelven las inconsistencias que hemos detallado en este capítulo
(ambigüedades, vaguedades y redundancias)? A través de las técnicas de interpretación
y, en especial, la aplicación de los principios generales del Derecho —tal como veremos
más adelante—.
C. NINO sostiene que existe una "laguna del derecho cuando el sistema jurídico carece,
respecto de cierto caso, de toda solución normativa". Más allá de la discusión sobre la
existencia o no de las lagunas en el Derecho, en el marco del Derecho Administrativo las
lagunas (llamadas entre nosotros "casos administrativos no previstos"), están presentes
con más fuerzas que en los otros campos jurídicos.
Pero, ¿es válido recurrir a la analogía en el Derecho Administrativo? ¿No existe acaso
contradicción entre el principio de legalidad y este criterio hermenéutico? Es decir, ¿es
posible conciliar entre, por un lado, el principio de legalidad —presente fuertemente en
el Derecho Administrativo— y, por el otro, las interpretaciones analógicas o también
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llamadas extensivas? Creemos que es válido siempre que por este camino no
restrinjamos derechos ni garantías. Por ejemplo, si por vía analógica se extienden actos
de gravamen, este recorrido está vedado al intérprete. Es decir, la analogía no puede
ser usada en el campo de los poderes de ordenación y regulación del Estado y,
particularmente, su poder sancionador, en términos de restricciones de derechos (por
ejemplo, revocaciones o caducidades de derechos). En síntesis, en el Derecho Público el
principio de legalidad restringe necesariamente las técnicas de interpretación extensivas
(en particular, el instrumento analógico).
Cabe aclarar que el principio de legalidad respecto del Poder Ejecutivo comprende dos
aspectos. Por un lado, cuál es el instrumento jurídico que debe autorizar al Poder
Ejecutivo a actuar y, por el otro, de qué modo debe hacerlo. Es decir, el postulado de
la legalidad exige:
El caso quizás más complejo es el deber estatal vs el derecho del particular (verbigracia,
el deber de reparar los daños causados por el Estado o de proveer medicamentos). Aquí,
debemos recurrir a los principios con el objeto de definir las reglas y su contenido.
En tercer lugar, este criterio de cierre debe ser abandonado si las soluciones son
absurdas o injustas.
Luego de recrear este cuadro —es decir, competencias y postulado de cierre— es posible
constatar si existen o no lagunas y cómo rellenarlas. Pues bien, en tal caso, recurrimos a
las técnicas expansivas.
Volvamos sobre las lagunas concretas en el Derecho Administrativo. Así, por ejemplo,
capítulos centrales, tales como el proceso contencioso administrativo no ha sido objeto
de regulación por el legislador federal y, por tanto, debemos preguntarnos, cómo
rellenar este vacío normativo. Veamos otros ejemplos más puntuales: la responsabilidad
del Estado por los vicios o riesgos de las cosas de su propiedad o que estuviesen bajo su
guarda; los vicios redhibitorios en el contrato público; y los plazos de prescripción de las
acciones por nulidad de los actos administrativos.
A su vez, otras lagunas parciales son rellenadas por el derecho privado (por caso, en el
marco contractual, el pacto comisorio —art. 1204, del viejo CC— y la excepción de
incumplimiento contractual —art. 1201, CC, antes de la aprobación del decreto delegado
1023/01).
Por su parte, las lagunas totales son cubiertas —a veces— por el derecho privado (por
ejemplo, el proceso contencioso administrativo, e incluso el acto administrativo y sus
nulidades antes del dictado de la LPA).
Veamos el marco jurídico de las medidas cautelares —más allá del art. 198 CPCC—. Así,
este vacío (antes de aprobación de la ley 26.854) podía ser cubierto por las normas del
Derecho Administrativo (art. 12, LPA) o por las disposiciones del Código Procesal Civil y
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Comercial (arts. 230 o 232 del Código), e incluso por un modelo mixto (en ciertos casos
la LPA y en otros el CPCC). Los jueces, como es sabido, recurrían al CPCC.
IV.3.1. La analogía
La técnica más usual, y que reconoce expresamente nuestro sistema jurídico con el
objeto de salvar tales indeterminaciones, es la analogía. En efecto, el Código Civil y
Comercial —en su artículo 2— establece que "la ley debe ser interpretada teniendo en
cuenta sus palabras, sus finalidades, las leyes análogas...". Cabe recordar en este punto
que la Corte dijo —más allá de nuestro parecer— que el art. 16, CC del viejo Código Civil
es un principio general propio de todo el ordenamiento jurídico ('Ruffo Antuña c. YPF').
Este mandato ordenaba que "si una cuestión civil no puede resolverse, ni por las
palabras, ni por el espíritu de la ley, se atenderá a los principios de leyes análogas...".
¿En cualquier caso es posible recurrir a la analogía? No, solo cuando estén presentes
ciertas condiciones. Primero, es necesario que los casos sean semejantes (hechos) y,
segundo, la solución que arroje debe ser justa.
Por ejemplo: el modelo jurídico prevé en el caso A (supuesto de hecho) una solución
jurídica y ante el caso B (hecho) guarda silencio. Primero, como ya explicamos, los casos
o hechos (es decir, los antecedentes) deben ser semejantes y, por tanto, es posible
transpolar la regla A y aplicarla al caso B —no por indicación del legislador sino por el
trabajo del intérprete—. Segundo, debe analizarse si la solución al caso B —por
aplicación de la regla de A— es o no justa.
Pero, ¿qué ocurre en el Derecho Administrativo? Pues bien, en el caso de las lagunas, el
intérprete debe recurrir a otras reglas del Derecho Administrativo y, si ello no fuese
plausible, entonces, ir al derecho privado. En tal caso, el camino es más complejo (y,
por eso, le hemos llamado analogía de segundo grado). Aquí, el operador debe valorar
las semejanzas entre los hechos y —además— adaptar las reglas del derecho privado
según los principios del Derecho Administrativo (esto es, adaptar las reglas) y, luego,
aplicarlas al caso administrativo, cuya solución no ha sido reglada por el legislador, y
siempre —claro— que el resultado sea justo.
Así, ya ubicados en el campo del Derecho Civil, leemos que el Código Civil y Comercial
dice que "prescriben a los dos años: a) el pedido de declaración de nulidad relativa y
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de revisión de actos jurídicos" (art. 2562). A su vez, "el plazo de prescripción es de cinco
años, excepto que esté previsto uno diferente en la legislación local" (art. 2560).
Pues bien, ¿las situaciones de hecho son semejantes (nulidad de los actos jurídicos y de
los actos administrativos)? Sí, porque el contenido es similar (plazo de prescripción de
las acciones por nulidad de actos ilícitos), más allá del autor responsable y de la
naturaleza de tales actos.
Sin embargo, resta un paso en este proceso de integración que consiste en cotejar las
reglas del derecho privado con los principios del Derecho Administrativo (esto es: pasar
las reglas del derecho privado por el tamiz de los principios generales del Derecho
Administrativo). Así, fácil es observar que la regla bajo análisis no contradice principio
alguno; de modo que no es necesario adaptarla y reescribirla con el objeto de aplicarla
al caso administrativo no regulado.
Cabe aclarar que si no es posible rellenar las lagunas del Derecho Administrativo con las
reglas del derecho privado, entonces, debemos recurrir a los principios generales del
Derecho (en primer término, los principios específicos del Derecho Administrativo y, solo
luego, en segundo término, a los principios generales). El paso de un estadio al otro
supone no encontrar soluciones jurídicas en el anterior o, en su caso, no hallar
soluciones justas.
Finalmente, nos preguntamos ¿es posible aceptar la analogía aún cuando no hubiese
lagunas? Es decir, ¿es plausible dejar de lado las soluciones normativas específicas y
recurrir a otras? Entendemos que no porque, entre otras razones, las decisiones
jurídicas deben ser previsibles. Sin embargo, tal como indica M. ATIENZA, "la distinción
en cuestión no se puede establecer de una manera precisa. Lo que existe más bien es
una graduación, un continuo que se prolonga, hacia arriba, hasta la creación arbitraria
de Derecho y, hacia abajo, hasta la interpretación denominada declarativa".
IV.3.2. La subsidiariedad
Cabe recordar que, además de la analogía, otra técnica usual de integración del modelo
de Derecho Administrativo es la subsidiariedad. ¿Cuál es la diferencia entre la analogía y
la subsidiariedad? Veamos. F. LINARES dice que la subsidiariedad es lisa y llanamente la
aplicación directa de la regla, en tanto la analogía supone un trabajo intelectual y no
meramente mecánico por parte del intérprete. Es más, este autor aconseja desterrar la
analogía e inclinarnos por la subsidiariedad porque en el primer caso la libertad y
discrecionalidad del intérprete (trátese del juez o de la Administración) es mucho mayor.
demandado, lo hizo por las vías analógicas y subsidiarias casi indistintamente y según el
caso. En efecto, en los precedentes "Laplacette" (1943) y "Cipollini" (1978) siguió el
camino analógico y en el caso "Wiater" se inclinó por la subsidiariedad. Asimismo,
respecto de las nulidades en el Derecho Público —antes del dictado de la LPA—, la Corte
recurrió al Código Civil por vía analógica (caso "Los Lagos") "con las discriminaciones
impuestas por la naturaleza propia de lo que constituye la sustancia de esta última
disciplina" (es decir, el Derecho Administrativo).
A su vez, en ciertos supuestos los propios textos normativos prevén las técnicas de
subsidiariedad (también llamadas supletorias); por ejemplo, la LPA y su decreto
reglamentario. Así, el artículo 106 del decreto reglamentario de la LPA dice que "El CPCC
será aplicable supletoriamente para resolver cuestiones no previstas expresamente y en
tanto no fuere incompatible con el régimen establecido por la Ley de Procedimientos
Administrativos y su decreto reglamentario". Asimismo, el artículo 62 del mismo cuerpo
normativo establece que "En la apreciación de la prueba se aplicará lo dispuesto por el
art. 386 del CPCC". Otro ejemplo: el decreto 722/96 sobre procedimientos
administrativos especiales que dice que el procedimiento de las contrataciones sigue
vigente, sin perjuicio de la aplicación supletoria de la LPA y su decreto reglamentario.
Por su parte, el decreto 893/12 (decreto reglamentario del decreto delegado 1023/01
sobre contrataciones estatales) dispone que "supletoriamente se aplicarán las restantes
normas de derecho administrativo" (artículo 5).
Creemos que la subsidiariedad sólo procede cuando ha sido regulada por el legislador y
no por vía interpretativa. En efecto, el intérprete sólo puede recurrir ante el caso
administrativo no previsto a la analogía.
Otra técnica es la aplicación directa de un texto normativo. Así, por ejemplo, la LPA dice
que su Título III debe aplicarse directamente a los contratos estatales. Antes el Título III
se aplicaba analógicamente; es decir, los contratos se regían por sus propias leyes
especiales, sin perjuicio de la aplicación analógica de las normas del presente título si
fuere procedente. En este contexto, la Corte se expidió sobre la aplicación del Título IV
de la LPA sobre los contratos en los precedentes "Mevopal" y "Gypobras".
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Por último, es importante destacar que las técnicas que hemos detallado con el objeto
de salvar las lagunas (casos administrativos no previstos) se deben integrar con los
principios generales del Derecho. En efecto, éstos —además de guiar el camino
interpretativo y enhebrar el sistema jurídico en términos coherentes— nos permiten
salvar las indeterminaciones del modelo (entre otras, las lagunas).
Cabe aquí recordar que, según el positivismo, el sistema jurídico es ordenado, armónico
y autosuficiente (es decir, completo, concluido y cerrado). Por tanto, las normas son
claras, precisas, coherentes y económicas. Pero, ciertamente cualquier observador
advierte que —en verdad— las normas son oscuras, imprecisas, contradictorias y
redundantes, tal como explicamos en los apartados anteriores.
¿Cuáles son las teorías básicas que nos explican cómo interpretar el Derecho? Es
posible, aunque igualmente simple, reconducir las tantas teorías hermenéuticas en dos
cauces: formalistas y finalistas.
En síntesis, el juez no crea el derecho (solo debe aplicar la ley) y, a su vez, no puede
dejar de resolver. Por tanto, el sistema es necesariamente cerrado y completo.
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Luego se advirtió, a partir de las inconsistencias de este modelo —tal como expone R.
RABBI BALDI—, la necesidad de interpretar los textos legales y, consecuentemente, se
desarrollaron otras bases interpretativas en el marco del pensamiento formalista.
Veamos:
a) el operador debe interpretar solo casos excepcionales (por ejemplo, en los supuestos
de oscuridad de los textos normativos);
b) la interpretación debe hacerse introspectivamente (esto es: hacia dentro de las
normas) según el texto y el espíritu del legislador.
Sin embargo, estas modificaciones sobre el método formal, destruyen sus propias bases
porque el intérprete debe elegir, al menos y según su propia voluntad, entre los géneros
interpretativos (métodos gramatical, lógico, histórico y sistemático que detallaremos
más adelante).
Por otro lado, y en el extremo opuesto, el criterio finalista nos dice que interpretar es
una actividad creadora; de modo que interpretar no es descubrir el significado sino
atribuírselo, según diversos factores. Es, por tanto, una actividad creadora similar a la
que lleva a cabo el legislador. Así, en el marco de estas teorías, el intérprete no debe
simplemente repetir el derecho (esto es, reconstruirlo), sino lisa y llanamente
construirlo.
Por ejemplo, el Movimiento del Derecho Libre —en el contexto de las ideas finalistas—
señala que el intérprete debe tener presente:
¿Qué son los principios? R. ALEXY dice que "los principios no necesitan ser establecidos
explícitamente sino que también pueden ser derivados de una tradición de normaciones
detalladas y de decisiones judiciales que, por lo general, son expresión de concepciones
difundidas de cómo debe ser el derecho".
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Los principios se distinguen de las normas (reglas) por los siguientes caracteres:
En particular, cabe destacar que la contradicción se plantea entre reglas (normas); por
el contrario, entre los principios —mandatos más laxos— no existe contradicción, sino
gradaciones. Es posible, entonces, que los principios se desplacen entre sí, sin excluirse.
A su vez, en caso de conflicto entre los principios, las circunstancias del caso nos
permiten aplicar un principio y desplazar —según el contexto particular—, al otro. Como
explica R. DWORKIN, las reglas son válidas o inválidas, en tanto los principios son
prevalentes o no, según las circunstancias del caso.
A su vez, R. ALEXY ha dicho —tal como adelantamos— que "los principios son mandatos
de optimización. Exigen que algo se realice en la mayor medida posible dentro de las
posibilidades jurídicas y fácticas. Su forma de aplicación es la ponderación. En cambio,
las reglas son normas que ordenan, prohíben o permiten algo definitivamente. En este
sentido son mandatos definitivos. Su forma de aplicación es la subsunción".
En síntesis, ¿cuáles son las diferencias entre las leyes (reglas) y los principios (tópicos)?
Los principios tienen una estructura abierta; sus pautas de aplicación son distintas a las
de las reglas; y, finalmente, su contenido es valorativo.
Por caso, la Corte en los antecedentes "Alvarez" y "Debenedetti", entre otros, recurrió a
los principios de equidad y sacrificio compartido. Otro ejemplo es el principio de
solidaridad expuesto en los casos "Halabi" y "Q.C., S.Y.".
En este contexto, cabe aclarar que en el campo interpretativo, además de las reglas y
principios ya estudiados, recurrimos también a:
hermenéuticas, sin perjuicio de reconocer su valor en tanto nos ayudan a desarrollar los
métodos interpretativos.
Veamos sucintamente —siguiendo en parte al autor antes citado— cuáles son las
directivas en el marco de los métodos de interpretación, advirtiendo que no son
excluyentes sino complementarias.
1) Las normas deben interpretarse, según el contexto; es decir, las otras reglas
jurídicas y, en particular, las más cercanas en el orden temático;
2) las normas deben interpretarse según su ubicación material (por caso, los títulos en
que estén ubicadas);
3) el modelo se cierra por aplicación del principio de clausura; y, finalmente,
4) es posible recurrir a la analogía y a los principios generales del derecho con el objeto
de interpretar e integrar el modelo.
A su vez, si el criterio sistemático no coincide con las soluciones a las que hemos llegado
por aplicación de las pautas literales o históricas, entonces, prevalece el criterio
interpretativo sistémico por sobre los otros.
Por su parte, el Código Civil y Comercial dice que "la ley debe ser interpretada teniendo
en cuenta sus palabras (interpretación literal), sus finalidades (interpretación
teleológica), las leyes análogas, las disposiciones que surgen de los tratados sobre
derechos humanos, los principios y los valores jurídicos, de modo coherente con todo el
ordenamiento (interpretación sistemática)" (art. 2).
Creemos que el intérprete debe tener presente la voluntad del legislador (histórica y
actual), el análisis sistemático, el fin de la institución y su propia valoración (esto es, el
reconocimiento de los derechos fundamentales, los valores jurídicos y la utilidad y
previsibilidad de sus decisiones).
Y agregó que "si, como aconteció en esta causa, se dejare exclusivamente en manos de
la administración lo que concierne a la prueba de los hechos, todo agravio legítimo al
respecto quedaría fuera del examen judicial, sin que el afiliado tuviese la oportunidad,
entonces, de reclamar por la violación de sus derechos ante los órganos que la
Constitución prevé a esos efectos. Y es fácil concluir que una indebida fijación de los
hechos no puede ser subsanada con una acertada selección de las normas jurídicas
porque sería equivocado el presupuesto de que entonces se habría partido en el acto de
juzgar".
Cabe recordar que históricamente se creyó que el intérprete, una vez conocidos los
hechos, debía simplemente subsumirlos en la norma y así resolver el caso planteado.
Sin embargo, el trabajo del intérprete es más complejo. Tengamos presente que éste
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Por tanto, los hechos y su interpretación nos permiten nutrir y completar las leyes en
cada caso y —además— darle un contenido más nítido y un significado más cierto a los
principios.
Así, los hechos (circunstancias del caso) y las normas (reglas) deben interpretarse según
los principios. Por último, el intérprete debe encastrar esas piezas por medio de un
trabajo de adecuación y readecuación entre éstas (esto es, reglas y hechos).
Por ejemplo, cuando un juez declara la inconstitucionalidad de una ley, analiza los
hechos del caso y luego el texto normativo (su alcance y eventual inconsistencia), según
tales circunstancias. De modo que ese mismo texto legal, relacionado con otros hechos,
probablemente sea constitucional.
Es evidente, entonces —tal como nos hemos esforzado en explicar—, que las respuestas
jurídicas son múltiples; de modo que no existe una respuesta única o llamémosle
correcta.
En conclusión, no existe una única respuesta jurídica o, dicho en otros términos, una
respuesta correcta, sino que las interpretaciones plausibles son varias y tienen por
objeto explicar (justificar) y convencer a los otros (argumentar).
Luego de que el operador interprete el ordenamiento puede ocurrir que éste reconozca
ese margen de arbitrio. En el marco de la discrecionalidad, cualquiera de las soluciones
posibles es jurídicamente correcta y, consecuentemente, válida.
Veámoslo con mayor detalle. En primer lugar, el operador jurídico debe constatar si el
hecho, es decir el antecedente, existe o no. Ello está vinculado directamente con las
pruebas del caso. Así, las pruebas deben interpretarse conforme las reglas específicas
del ordenamiento jurídico (por ejemplo, las reglas de la sana crítica) y no de modo
discrecional. El intérprete no puede optar por unas y rechazar otras en términos
igualmente válidos, sino que debe hacerlo según las reglas precisas y específicas. En
segundo lugar, el operador debe interpretar o valorar ese hecho según el ordenamiento
jurídico. Es decir, en ambos pasos, el operador debe respetar las reglas hermenéuticas.
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Por ejemplo, supongamos que el agente A dio órdenes de modo irrespetuoso a los
agentes jerárquicamente inferiores que dependen de él. Por su parte, el ordenamiento
jurídico dice que los agentes no pueden faltarle el respeto a los demás y que, en caso de
incumplimiento de dicho deber, corresponde sancionarlos con apercibimiento o
suspensión de hasta diez días. Así, en este caso particular, el operador debe analizar si
el hecho existió (materialidad del maltrato) y, además, interpretarlo. ¿Qué quiere decir,
en ese contexto, interpretar el hecho? Quiere decir que el operador debe ubicarlo
jurídicamente, o sea subsumir el hecho en el marco jurídico (supuesto de hecho). En
otras palabras, el hecho de haberle gritado a los otros, luego de constatarse su
materialidad: ¿es o no falta de respeto en términos jurídicos? Pensemos que el
intérprete considere que sí y, consecuentemente, decida aplicar la sanción de
suspensión. En este proceso, los dos primeros pasos del operador (es decir, la
constatación de que el hecho existió —materialidad del hecho— y su interpretación en
términos jurídicos —subsunción del hecho en el supuesto de hecho—), no supone ejercer
potestades discrecionales, sin perjuicio de que en ese proceso existen valoraciones
subjetivas del intérprete.
El proceso de interpretación debe hacerse según las pautas que prevé el ordenamiento
jurídico, y no con arbitrio o libertad. Pensemos que —al fin y al cabo— el juez dice qué
es el derecho, esto es, cómo debe interpretarse el orden jurídico con carácter definitivo.
Es decir, según el modelo jurídico, sólo existe un criterio interpretativo en términos de
valor (solución legalmente válida). Distinto es el caso de las potestades discrecionales,
porque aquí el operador no sólo debe interpretar el derecho sino, además, elegir entre
dos o más opciones posibles siempre, claro, dentro del marco jurídico. En el ejemplo
citado, la aplicación de una sanción de apercibimiento o en su caso de suspensión, sí
supone el ejercicio de potestades discrecionales porque el operador, en ese escalón del
proceso, no debe interpretar sino elegir.
Los primeros escalones, esto es (1) y (2), son operaciones de interpretación, mientras
que los otros (3) y (4) son, según el caso, potestades discrecionales o regladas.