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Publicado en: Punto de Conexión Nº 3.

Revista de la Superintendencia de Telecomunicaciones


de Bolivia. La Paz, diciembre 2007

¿Para qué queremos televisión digital?


Gabriel Kaplún
La batalla digital ya empezó. Los distintos sistemas que disputan el mer-
cado mundial van poniendo banderitas en el mapa y miran qué países
pueden conquistar. Las grandes cadenas de televisión sacan cuentas y
tratan de imaginar sus negocios del futuro. ¿Y qué les va en todo esto a la
educación y la cultura, a las comunidades y los ciudadanos?

Mucho, a mi juicio. Porque se abren, a la vez, una oportunidad y un riesgo. Una


oportunidad para democratizar las comunicaciones y abrir espacios a la los
usos educativos, culturales y comunitarios de la televisión. Pero también el
riesgo de que todo siga como está o aún peor, con muy pocos que dominan el
espectro televisivo (espacio público) como si fuera propiedad privada.

En efecto, la situación actual predominante en nuestra América Latina es la de


oligopolios que producen la mayor parte de los contenidos, diseñan la progra-
mación y poseen la infraestructura de transmisión de señales de televisión. La
presencia de los medios público-estatales y de los medios de propiedad social
o comunitaria es, habitualmente, muy débil. Y aunque el espectro radioeléctrico
es un bien común de la humanidad que los estados administran, las empresas
comerciales lo utilizan como si fuera algo propio, que hasta puede venderse o
heredarse.

Cuatro promesas, tres sistemas, un menú

La televisión digital viene, en principio, con cuatro promesas, cuatro posibilida-


des que pueden combinarse de modos diversos: mayor definición de imagen,
más “canales” en un mismo ancho de banda (con el recurso de la multiprogra-
mación), televisión móvil (por ejemplo para teléfonos celulares), e interactividad
(funciones del tipo de las que hoy tiene Internet). Los tres sistemas que se dis-
putan hoy el mercado mundial (norteamericano, europeo y japonés) fueron ini-
cialmente más fuertes en alguno de estos aspectos, pero hoy los tres intentan
ofrecer las cuatro posibilidades, con variantes en su grado de desarrollo y la
capacidad de adaptarse a distintos contextos.

El modo en que combinemos esas cuatro promesas depende poco del sistema
elegido. Es, sobre todo, una decisión política. O técnico-política, con fuertes
componentes económicos y sociales. Por ejemplo: en el mismo ancho de ban-
da es posible emitir un programa de alta definición o cuatro de definición están-
dar. O usar parte del espectro para funciones interactivas. O diversas combina-
ciones: algunos canales de alta definición, otros estándar, horarios en que se
usa una u otra posibilidad, etcétera. El menú lo puede armar cada país, según
sus necesidades.

En mi opinión de las cuatro promesas de la televisión digital hay dos que nues-
tros países latinoamericanos deberían priorizar, aún sin descartar las otras dos:
la posibilidad de ampliar el número de canales y la interactividad. La primera
porque es una buena oportunidad para democratizar el espectro televisivo y
abrirlo a nuevos actores y nuevos usos. Entre ellos los culturales, educativos y
comunitarios, algo que nuestra televisión ha sabido hacer poco hasta ahora.

La opción por un desarrollo fuerte de la interactividad puede ser la vía para que
muchas de las posibilidades que hoy ofrece Internet lleguen a mucha gente que
hoy está excluida de la red por barreras económicas y culturales. Pero estas
posibilidades recién comienzan a desarrollarse y no sabemos hasta dónde lle-
garán… y a qué costo. Desde ya sabemos que las cajas decodificadoras para
que un televisor normal reciba señales digitalizadas tienen precios diferentes
según las funciones interactivas que ofrecen, y las más baratas no ofrecen nin-
guna.

Una opción prioritaria por la alta definición a mi juicio sería inadecuada para
América Latina. En algunos casos porque restringiría mucho la posibilidad de
democratizar el espectro televisivo, al ocupar más ancho de banda sólo para
ver mejor. La producción para alta definición, además, eleva mucho los costos
y puede tornar inviable el desarrollo de contenidos locales. Incluso en los paí-
ses “desarrollados” la televisión de alta definición no acaba de consolidarse
comercialmente, porque la mayoría de la gente no encuentra suficientemente
atractiva la diferencia en la nitidez de la imagen como para invertir mucho en
ella y prefiere, en cambio, contar con más opciones de contenidos.

Para los propios emisores puede resultar más atractiva la opción por los siste-
mas de “antena compartida”, en que varios canales estándar cohabitan en una
frecuencia y utilizan una misma estación transmisora, disminuyendo los costos
de la transición digital. Estos sistemas evitan, además, que se siga concentran-
do canales en pocas manos. Evitan también el riesgo de que las empresas
concentradoras se limiten a repetir contenidos viejos o enlatados de otras par-
tes en sus nuevos canales, algo que ya ha sucedido en algunas experiencias
europeas en que se entregó varias señales a cada adjudicatario.

El argumento de que quien tenía adjudicado un cierto ancho de banda (6 MHZ,


por ejemplo), debe seguir teniendo ese mismo ancho, no corresponde a mi jui-
cio. Porque lo que tenían adjudicada era la posibilidad de emitir una señal es-
tándar de televisión. Puede ser razonable que se les reconozca el derecho ad-
quirido, pero para nuevas señales estándar o para televisión de alta definición,
debería abrirse un nuevo llamado a interesados, con propuestas y criterios cla-
ros y transparentes para la adjudicación de los nuevos servicios.

Lo cultural y lo educativo: telecuenteros, teleactivistas y televisionarios

Aunque ahora se abre una oportunidad, el escaso desarrollo de la televisión


educativa y cultural no se debe sólo a la falta de acceso al espectro televisivo.
A mi juicio el problema principal ha sido el hecho de pensar lo cultural como lo
“culto” y lo educativo como didactismo. Esto restringe las audiencias a peque-
ñas elites y ahuyenta la mayoría de los televidentes, que no soportan el tedio
frente a la pantalla.
Porque la televisión es la gran cuentera de nuestro tiempo y su lenguaje es,
principalmente, narrativo. Saber contar es vital también para la buena televisión
educativa y cultural. Eso no quiere decir que la única posibilidad que tengamos
sea imitar los formatos comerciales dominantes. En América Latina hay una
rica experiencia que muestra modos propios de narrar, que debemos desarro-
llar mucho más. Precisamos tener muchos y buenos “telecuenteros”.

Si queremos aprovechar a fondo las posibilidades educativas de la televisión


digital será clave el desarrollo de las funciones interactivas. La experiencia
mundial en educación a distancia muestra que el buen aprendizaje requiere el
diálogo entre educadores y educandos y entre estos últimos, y no en sólo el
acceso solitario a contenidos didácticos.

Por otro lado creo que hay que salir de “la cultura” para entrar en las culturas,
en los muchos modos de vivir y estar en el mundo de nuestra gente. La televi-
sión puede ser un espacio para el diálogo intercultural. Para ello, entre otras
cosas, podemos aprovechar la experiencia de los medios comunitarios que
han sabido incorporar las comunidades como productoras y no sólo como con-
sumidoras de mensajes. Precisamos un gran movimiento de “teleactivistas”,
que haga televisión y no sólo la mire.

Un aspecto clave será el de las regulaciones que se impulsen en materia de


contenidos. Creo que más que limitaciones lo que hay que promover son estí-
mulos a los producción educativa, cultural, social, comunitaria. Incluyendo en
ello un amplio programa educativo para el desarrollo de las capacidades pro-
ductoras de nuestra gente y para el estímulo a su capacidad crítica como re-
ceptores.

Finalmente creo que para que las posibilidades democratizadoras de la televi-


sión digital se hagan realidad, debemos desde ya democratizar el debate sobre
ella al conjunto de la sociedad. Precisamos salir de la trampa del rating (nos
dan mala televisión porque eso es “lo que la gente quiere ver”) y desarrollar
múltiples vías para que el televidente sea más bien un “televisionario”, capaz
de decir qué quiere de la televisión y hacer valer su opinión. Para que nuestras
sociedades digan para qué quieren la televisión digital y qué quieren de ella.

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