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El modo en que combinemos esas cuatro promesas depende poco del sistema
elegido. Es, sobre todo, una decisión política. O técnico-política, con fuertes
componentes económicos y sociales. Por ejemplo: en el mismo ancho de ban-
da es posible emitir un programa de alta definición o cuatro de definición están-
dar. O usar parte del espectro para funciones interactivas. O diversas combina-
ciones: algunos canales de alta definición, otros estándar, horarios en que se
usa una u otra posibilidad, etcétera. El menú lo puede armar cada país, según
sus necesidades.
En mi opinión de las cuatro promesas de la televisión digital hay dos que nues-
tros países latinoamericanos deberían priorizar, aún sin descartar las otras dos:
la posibilidad de ampliar el número de canales y la interactividad. La primera
porque es una buena oportunidad para democratizar el espectro televisivo y
abrirlo a nuevos actores y nuevos usos. Entre ellos los culturales, educativos y
comunitarios, algo que nuestra televisión ha sabido hacer poco hasta ahora.
La opción por un desarrollo fuerte de la interactividad puede ser la vía para que
muchas de las posibilidades que hoy ofrece Internet lleguen a mucha gente que
hoy está excluida de la red por barreras económicas y culturales. Pero estas
posibilidades recién comienzan a desarrollarse y no sabemos hasta dónde lle-
garán… y a qué costo. Desde ya sabemos que las cajas decodificadoras para
que un televisor normal reciba señales digitalizadas tienen precios diferentes
según las funciones interactivas que ofrecen, y las más baratas no ofrecen nin-
guna.
Una opción prioritaria por la alta definición a mi juicio sería inadecuada para
América Latina. En algunos casos porque restringiría mucho la posibilidad de
democratizar el espectro televisivo, al ocupar más ancho de banda sólo para
ver mejor. La producción para alta definición, además, eleva mucho los costos
y puede tornar inviable el desarrollo de contenidos locales. Incluso en los paí-
ses “desarrollados” la televisión de alta definición no acaba de consolidarse
comercialmente, porque la mayoría de la gente no encuentra suficientemente
atractiva la diferencia en la nitidez de la imagen como para invertir mucho en
ella y prefiere, en cambio, contar con más opciones de contenidos.
Para los propios emisores puede resultar más atractiva la opción por los siste-
mas de “antena compartida”, en que varios canales estándar cohabitan en una
frecuencia y utilizan una misma estación transmisora, disminuyendo los costos
de la transición digital. Estos sistemas evitan, además, que se siga concentran-
do canales en pocas manos. Evitan también el riesgo de que las empresas
concentradoras se limiten a repetir contenidos viejos o enlatados de otras par-
tes en sus nuevos canales, algo que ya ha sucedido en algunas experiencias
europeas en que se entregó varias señales a cada adjudicatario.
Por otro lado creo que hay que salir de “la cultura” para entrar en las culturas,
en los muchos modos de vivir y estar en el mundo de nuestra gente. La televi-
sión puede ser un espacio para el diálogo intercultural. Para ello, entre otras
cosas, podemos aprovechar la experiencia de los medios comunitarios que
han sabido incorporar las comunidades como productoras y no sólo como con-
sumidoras de mensajes. Precisamos un gran movimiento de “teleactivistas”,
que haga televisión y no sólo la mire.