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© César Piqueras, 2018
© Profit Editorial I., S.L., 2018
Amat Editorial es un sello editorial de Profit Editorial I., S.L.
ISBN: 978-84-9735-793-7
Producción del ebook: booqlab.com
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Referencias
Sobre el autor
César Piqueras es conferenciante, coach ejecutivo y escritor. CEO de Excélitas Global, es autor de más de 12 libros sobre management, entre
ellos Coaching de Equipos, Creer para ver. Una guía para el liderazgo personal, Venta por Relación, Evitando el Autosabotaje, Aprender Coaching
Sobre el libro
Tomar conciencia para vivir la vida con entusiasmo. En un mundo con exceso de información y con demasiadas cosas por hacer,
detenerse a reflexionar y sentir es una tarea pendiente para la mayoría de nosotros. Encontrar un propósito a lo que hacemos y vivir la vida en
toda su plenitud es fundamental para alcanzar la felicidad. Este libro nos invita a tomar conciencia de cada momento, a vivir el presente y, por lo
tanto, a sentir la vida que nos está pasando. A través de distintas reflexiones sobre la existencia, el amor, los sentimientos y otros aspectos de
vital importancia, el autor nos desvela al ser humano en toda su plenitud y, a través de su propia experiencia, nos ayuda a superarnos a nosotros
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Web de Amat Editorial
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Para Noa.
Hija mía, eres la mayor expresión del Amor.
Camina segura y serena por la vida.
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ÍNDICE
Amanece
Momentos mágicos del día
La cara iluminada de la Luna
Somos energía (te guste o no)
Intersomos
Si se te corta la respiración
Vivir el presente
Tomar conciencia
Como si fuera la última vez
Mi experiencia en los monasterios
Detrás de la autodisciplina
Lo que aprendí caminando 83 km en un día
El día que me enamoré de las subidas
La noche más oscura
No hagas planes cuando estés abatido
Salir de la depresión
Lo que aprendí comiendo un helado
Conociendo las emociones
Quitarnos la coraza emocional
Somos tan parecidos
Lo esencial y el camino
Tu media naranja
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Cambiar a las personas
La adaptación al cambio
De por vida
Elogio de la aceptación
¿No alcanzas la felicidad?
Somos gracias a lo que fuimos
Temperamento y carácter
‘Hot pot’
El éxito es un proceso mental
Tú eres el protagonista
Personas invisibles
El universo de las cosas imposibles
El tren no ha pasado todavía
Puedes sufrirlo o disfrutarlo
Actitud con «C»
Nadie cambió el mundo quejándose
Una buena filosofía de vida
Practicar el desapego
Equilibrio entre tensiones
La magia de las personas buenas
Perdóname por ir así buscándote
Otro milagro de la primavera
Compartir la felicidad
¡Ojalá lo hubiera hecho antes!
Tú eres la herramienta
No te rindas
Hay un diamante dentro de ti
Concluyendo
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Has nacido para brillar
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AMANECE
Todavía no tengo el placer de conocerte, pero hoy el destino ha querido que nos
juntemos, que nos conozcamos un poco más y nos contemos vivencias y anécdotas que
tienen sentido.
¿Quién eres?, ¿a qué te dedicas?, ¿cómo te llamas? Permíteme que te dé la bienvenida
a estas páginas, permíteme que te invite a entrar en mi casa, a ponerte cómodo, a
descalzarte y a servirte algo que te apetezca, quizás un té, un café o una copa de buen
vino. Bienvenido a esta casa.
Estoy del todo seguro de que tu vida es interesante, muy interesante y digna de
admiración, y tienes mucho por contar y por expresar sobre cómo vives, cómo has vivido
y cómo te gustaría vivir. Las páginas de este libro pretenden ayudarte a expresar también
una parte de ti, a sintonizar con sensaciones y emociones que sientes y con pensamientos
que, a buen seguro, forman parte de ti.
Muchas personas viven la vida como si después de esta hubiera todavía algo más,
para ir probando. Es algo así como no ser consciente de que todo esto pasará algún día y
ya no volverá. Como bien dice la mítica frase del final de la película Blade Runner:
«Nuestras vidas se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia». Eso ocurre con
nuestras vidas. Me parece importante tomar conciencia de los años que existimos,
despertar a la vida.
Ya que ambos estamos aquí, ya que ambos tenemos algo que expresar, mi invitación
es que lo hagamos, que sintamos, que vivamos todo aquello que nos rodea con la máxima
intensidad, con el máximo fervor.
En la RAE dice que «fervor» significa: «Sentimiento intenso de entusiasmo y
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admiración hacia alguien o hacia alguna cosa.» Yo creo que tenemos que vivir con más
fervor, con más entusiasmo hacia la vida, con una profunda admiración hacia todo
aquello que palpita de una u otra forma, ya sea un corazón humano, la sonrisa de un
niño, la lágrima de un anciano, el sonido del viento o el lento movimiento de las raíces de
un árbol. La vida es en sí maravillosa. Albert Einstein dijo una vez: «Hay dos maneras de
vivir la vida. La primera es como si nada fuera un milagro. La segunda es vivir como si
todo fuera un milagro».
Si puedes sentir, aunque sea por un breve instante, lo milagroso que es el hecho de
estar aquí y ahora leyendo este libro, entonces ambos teníamos que encontrarnos un día
como hoy.
Ya has entrado en mi casa, ya estás aquí, ponte cómodo. El encuentro entre seres
humanos o seres vivos es mágico, siempre nos enriquece y nos aporta algo que no
habíamos adivinado pero que mágicamente ocurre. El encuentro de dos seres vivos
siempre implica algo de transformación, evolución y aprendizaje, en definitiva, algo de
magia.
Amanece, todavía son las seis y poco de la mañana. Esta mañana de otoño es ideal
para escribir, y mientras tecleo estas líneas pienso en lo maravillosa que es la vida, en lo
mucho que se experimenta a esta hora, en los instantes previos al alba… Me acompaña
un café con leche, el silencio de mi salón y mucha pasión. Pasión por escribir, por
contarte algo que ocurre dentro de la mayoría de los seres humanos que conozco y
seguramente también dentro de ti.
Escribo este libro con el objetivo de hablarte de cosas cotidianas, de momentos
básicos que he ido vivenciando y describiendo, que pueden estar en la vida de cualquier
persona, tú, yo, nosotros... Los seres sintientes vivimos momentos de alegría, de
exaltación, de miedo, de tristeza y mucho más, las emociones nos acompañan durante
toda nuestra vida. Si he aprendido algo de estas cuatro décadas es que merece la pena
sentir, vivir y poder expresar.
Cada vez que un ser humano se expresa a través de sus vivencias, sentimientos y
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sensaciones está creciendo y evolucionando un poco, acercándose a su mejor versión.
Sintonizar. Se dice que es algo así como establecer contacto, cuando dos señales se
juntan la una con la otra, cuando dos personas conectan, cuando nuestra televisión
recibe la señal adecuada que queremos ver. El motivo por el que escribo este libro es para
que tú y yo sintonicemos, para que nos escuchemos mutuamente, para que ambos nos
sentemos a hablar tranquila y pausadamente de lo más importante en la vida en una
noche tranquila bajo la luz de las estrellas.
Las páginas que lees están dirigidas a personas como tú, a personas que sienten,
expresan, comunican, existen e importan, personas que gracias a su autenticidad tienen
la capacidad de hacer cosas extraordinarias, de obrar milagros, porque entienden la vida,
porque están en sintonía con ella. Este libro está escrito para:
De todos mis libros sobre gestión de empresas, ventas, coaching, liderazgo o gestión
del tiempo, este es el más personal, el que más te acerca a mí. No habla de empresas ni de
profesionales, habla de ti y de mí, más allá de cualquier rol. He querido hacerlo sin filtros,
escribirlo sin pensar demasiado. Este libro habla de «lo que es», de «lo que hay», sabiendo
que lo que más nos puede acercar a nuestros semejantes es nuestra propia autenticidad.
Espero que disfrutes de su lectura. Lo he escrito con el objetivo de poder ayudarte, de que
te sirva o de que sea útil, bien porque sintonicemos con algo o bien porque te ayude a
entenderte a ti mismo un poco mejor a través de todo lo que exploro en tu compañía.
Quedo a tu entera disposición para continuar la conversación y para intercambiar
todo aquello que necesites. Será un placer saber de ti y de cómo la lectura de este libro te
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ha contribuido en algo.
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MOMENTOS MÁGICOS DEL DÍA
Estoy convencido de que hay momentos mágicos en cada día. Son ese tipo de
momentos en los que transciendes, en los que parece que dejas atrás el ruido mundanal y
te sumerges en una realidad paralela, quizás más real que tu «aparente realidad
cotidiana», aunque a menudo la ignoremos.
Llevo años estudiando qué tipo de momentos me hacen sentir más feliz, más en
armonía con todo, más con esa dulce sensación de que todo está bien, que todo sigue su
curso y que yo soy una parte más de este necesario árbol de la vida. Tú también eres una
parte de ese árbol, una parte maravillosa que en ocasiones tengo el placer de conocer,
interactuar con ella y enriquecerme, aprender.
Hay un momento del día en que todo el mundo duerme, todos tienen la oportunidad
de despertar a una nueva realidad. Me encanta mirar a las personas durmiendo. No
importa qué tipo de persona sea, todos somos muy parecidos cuando dormimos. Hace
poco, en un vuelo a Bilbao que partía muy temprano, observé cómo casi todos a mi
alrededor dormían, y fue maravilloso. Los observé como quien abre silencioso la puerta
del cuarto de sus hijos y se detiene a mirarlos. Allí estaban todos, hombres y mujeres de
todo tipo, que viajaban por distintos motivos, (personales, de negocios…), personas con
uno u otro carácter, uno u otro tipo de vida… Pensé: «Qué fácil es todo», «Qué sencillos
somos cuando dormimos», «Qué maravillosos somos». ¡Sobre todo cuando dormimos!
En particular, me gusta mirar cómo duermen las personas a las que más quiero.
Cómo sueñan y cómo disfrutan del descanso que precede a cada jornada. Disfruto cada
día cuando vuelvo a la cama a despertar a mi mujer y a mi hija. Despertar a los que
quieres es mágico, realmente mágico, es posible que lo experimentes a menudo o lo hayas
experimentado alguna vez.
A veces también pienso en cómo duermen las personas que más me desagradan,
cómo duermen aquellos que más daño causan a los demás. No es que sea un tipo raro
(que lo soy), es que pienso que también ellos se acurrucan entre las sábanas y también
quieren seguir soñando y disfrutando de esa apacible sensación. Si alguien te cae muy
mal, imagínatelo durmiendo y verás como no es tan distinto a ti, como también le
gustaría dormir unos minutos más, como también aprecia el calor acogedor de su cama y
arremolinarse entre las sábanas. Todos tenemos sueños y pesadillas. La pena es que hay
personas que viven en pesadillas constantes y no saben cómo despertar. Quizás tengamos
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que ayudarles a despertar. Ya lo dijo el gran poeta Antonio Machado: «Si es bueno vivir,
todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo… despertar».
Otro de los grandes momentos del día es cuando caminas por la calle y vas viendo
como cada persona sigue su rumbo, como cada uno tiene su vida, su círculo de personas
cercanas a él o ella, sus amores, temores, dolores, penas y alegrías. Todos estamos llenos
de vida y a veces me parece que estamos demasiado lejos… ¿No te lo parece a ti también?
Me siento mal cuando veo que creamos barreras entre nosotros, cuando no nos da
tiempo a conectar, a mirarnos, a conocernos. Bajamos la cabeza y consultamos nuestro
WhatsApp, Twitter, correo electrónico o Facebook y la belleza del mundo se reduce a
una pantalla de seis pulgadas en la que se supone que está la vida.
Sin embargo, en la observación siempre disfruto viendo como cada persona es un
mundo, única, irrepetible y mágica. Me interesan las personas, sus vidas, sus
circunstancias, las emociones que viven. Soy de ese tipo de turistas que ha estado tres
veces en Florencia y todavía no ha visitado el David de Miguel Ángel. En cambio, sí que
he paseado mucho y me he detenido a tomar muchos cafés, helados y pizzas en las
terrazas, a pie de calle, observando cómo son los florentinos y florentinas. Soy de ese tipo
de turistas que, en ocasiones —como en el 2006, cuando me inspiré para escribir mi
primer libro—, se prohíbe a sí mismo llevar cámara de fotos a los viajes para capturar el
momento, una técnica infalible para capturarlo en la retina y, sobre todo, en el corazón.
De las cosas que menos me gusta hacer al viajar es planificar. No me gusta planificar
nada de nada en un viaje, ya que esto ya lo hago el resto del año por mi trabajo. Me
conformo con visitar el lugar, observar y conocer. Luego vuelvo y siento que he estado en
ese lugar, que ya sé cómo son y cómo se sienten las personas que viven allí. Quizás no
conozco los mejores museos o monumentos, pero al menos me siento feliz por haber
captado la esencia de lugar, la historia y las sensaciones de sus habitantes.
Otro de los momentos mágicos del día es la noche, aunque no puedo decir que sea un
ave nocturna. Más bien me quedo en «modo zombi» a partir de las 21.30 y, aunque esté
con alguien más, me sumerjo en mi mundo sin poder evitarlo. Sin embargo, la noche
tiene algo mágico: es cuando te vas a dormir, cuando apagas la luz y piensas: «He llegado,
estoy en casa». Es tan mágica la sensación de estar en casa, es tan mágico saber que todo
está bien, que todo está en paz. A veces esa casa es un hotel, un albergue o el suave titilar
de las estrellas si estoy haciendo una ruta de senderismo de varios días y duermo al raso.
Todos sabemos dónde está nuestro hogar, solo que algunos a veces se olvidan de
retomar el camino a casa. Entonces se pierden, se sienten solos y hacen cualquier cosa
por tener el amor de los demás.
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REFLEXIÓN PARA MEDITAR
En ocasiones nuestras estrategias para ser felices son contrarias a lo que
en realidad tendríamos que seguir.
A estas personas, las que se han perdido, también hay que ayudarlas, sobre todo a
estas, pues todos merecemos volver a casa.
Aquellos que han vivido experiencias cercanas a la muerte dicen que, cuando estás en
los adelaños de la muerte, tienes la sensación de estar en casa, de que todo va bien, de
sentir un amor incondicional de ese que muchos hemos sentido cuando de pequeños
dormíamos en casa de nuestros abuelos, padres u otros familiares. Hay quien a ese amor
incondicional lo llama Dios. Yo no le pongo nombre. Solo pienso que tú y yo también
somos una parte de ese amor, somos en realidad una parte de ese Dios.
Tú y yo somos divinos; eso tendríamos que saberlo y, sobre todo, interiorizarlo,
porque somos una parte de lo más sagrado y estamos conectados, ya que procedemos de
la misma fuente. Hoy me conecta a ti este libro, estas páginas que he empezado a escribir
con la intención de poder poner en palabras mis sentimientos, de contarte sensaciones y
quizás también de poder sintonizar con las tuyas.
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LA CARA ILUMINADA DE LA LUNA
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noticias, pero quizás sea la única verdad que tú y yo sabemos. Hay un lunes en el que no
te vas a despertar.
Estamos aquí por la más insignificante de las probabilidades. Estar en este sistema
solar, a esta distancia del Sol, tener los elementos para la vida y habernos desarrollado de
esta forma concreta, son todo casualidades. ¡Nos ha tocado la lotería! Y nosotros, sin
embargo, seguimos apagando el despertador y pensando: «Oh, no, otra vez lunes…».
En mi caso, durante el tiempo en el que no fui muy agradecido en mi vida, puse en
práctica una técnica sencilla. Me convertí en un explorador, un investigador privado de
mi propia existencia. Durante un tiempo decidí registrar y anotar todos aquellos eventos
positivos que hubiera en ella.
De esta manera, cada día completaba una lista de cosas positivas que habían
acontecido. Muchas de ellas eran a nivel laboral y otras a nivel personal. Pero en todas
había un sentimiento común: me hacían sentir feliz. Una de ellas podía estar relacionada
con nuevas oportunidades con un cliente y la otra con cualquier anécdota de la jornada.
No importaba su signo, no importaba la cantidad, lo único que importaba era el
sentimiento que me provocaban estas experiencias. Al final del día me acostaba
recordando lo que había ocurrido en mi vida, los eventos que me habían hecho sentir
feliz. Al despertar por la mañana ponía en práctica la técnica de dar las gracias, y me
repetía varias veces «gracias, gracias, gracias».
No nos damos cuenta de que nuestro sentimiento de infelicidad es una droga, algo
que nos tiene enganchados y que nos crea adicción; estamos tan enganchados a la
fatalidad que no sabemos que nuestra vida puede ser de otra forma.
Tienes una relación de pareja con una persona y acabas esperando a que todo se
tuerza algún día, no crees que todo pueda ir bien; tienes trabajo y temes que algún día te
despidan, tienes salud y vives con el temor de que algún día enfermes, tu familia está bien
y temes que no sea siempre así. ¿Por qué no dedicarnos a disfrutar en lugar de a sufrir?
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Hay una creencia limitante fuertemente enraizada a nuestro subconsciente, y
tenemos que iniciar el camino que la supere. No es para tomárselo a broma: está dentro,
muy dentro de ti, de mí y de cualquier persona, y quizá liberarnos de esa creencia
limitante sea de las pocas cosas que merezcan la pena, porque vivir sintiéndose infeliz…
eso sí que no merece la pena.
Cada día nos aporta pequeñas cosas (y también grandes), muchos motivos por los
que sentirnos felices, ¿no crees?
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SOMOS ENERGÍA (TE GUSTE O NO)
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que te agotan más que otras.
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INTERSOMOS
A veces pensamos que estamos solos, que somos independientes, que entre nosotros
y el resto del mundo hay una distancia que nos separa. Sin embargo, en ocasiones
podemos comprobar que estamos más unidos de lo que pensamos, que unos eventos y
otros están relacionados, que unos y otros nos influimos como si se tratara de un sistema
en el que todas las piezas están unidas.
La interdependencia es una ley universal. La realidad tiene poco que ver con este
sentimiento que a veces nos embarga; estamos conectados, dependemos unos de otros.
Yo sin ti no sería el mismo yo. Tú sin mí no serías el mismo tú.
Todo cambia el día que comprendemos que tú, yo, nosotros y el resto del mundo
formamos parte de un sistema. El día en el que interiorizamos que, de forma sistémica,
unida y sincronizada, existimos, que lo que a ti te afecta me afecta a mí de una u otra
forma, que lo que yo hago acaba teniendo alguna repercusión en ti.
Sin embargo, muchas veces negamos nuestra naturaleza interdependiente porque no
la controlamos, y ya sabes que lo de querer tener el control es algo muy humano. De
alguna forma, negamos nuestra naturaleza sistémica porque seguimos teniendo miedo de
que nuestra relación con el otro nos perjudique, porque en ocasiones hemos acumulado
demasiadas heridas y no queremos más malas experiencias.
Pero ambos sabemos de nuestra naturaleza interdependiente, pues es parte de
nuestra esencia.
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La clave no es sentirse completamente independiente, ni tampoco sería sano ser
completamente dependiente de los demás, pero interpedender es la mejor relación.
Reconocer que interdependemos, interexistimos y estamos unidos y relacionados nos
hace más conscientes de nuestra verdadera esencia.
Es mucho lo que se ha estudiado sobre los sistemas, desde la teoría general de
Bertalanffy hasta las recientes constelaciones familiares u organizacionales de Bert
Hellinger. Para mí, todo se resume en el siguiente párrafo del monje vietnamita Thich
Nhat Hanh:
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SI SE TE CORTA LA RESPIRACIÓN
Aunque pasen los años y te parezca que sigues viviendo, en realidad, muchas veces no
es así. En ocasiones estamos aletargados durante varios meses o años, dentro de vidas
descafeinadas y sin el más mínimo atisbo de felicidad o sensación de transcendencia.
Dicen algunos que la vida es la suma de aquellos momentos que te cortan la respiración,
de aquellos instantes con un toque de magia.
Mi vida no es nada especial, nada del otro mundo, que digamos, pero sí me gusta
atesorar algunos de estos momentos, guardarlos para siempre. Si me pongo a recordar
esos instantes, podría hacer una lista, no demasiado larga, aunque quizá si me pongo a
mirar hacia atrás me vendrían a la memoria algunos instantes de este tipo. La vida se
compone de esos momentos, son lo que acabas recordando, lo que acaba dejando huella.
En 2002 conocí a Joan y a Ramón recorriendo el camino de Santiago en bici. En
aquellos años éramos pocos los que hacíamos el camino en bici. No era fácil encontrar
«bicigrinos». Yo había salido muy temprano de Roncesvalles y, después de comer,
dormía la siesta en un campo de trigo al lado de la ermita de Santa María de Eunate. De
repente vi cómo dos ciclistas se alejaban, monté en la bici y los alcancé. Esa tarde
llegamos a Estella y disfruté mucho de esas primeras conversaciones. Ha quedado una
gran amistad de todo aquello muchos años después.
Otro recuerdo es del año 2000, cuando trabajaba en Colonia, Alemania. Una tarde fui
a visitar Königswinter, subí en el tren cremallera y bajé caminando hasta el Rin. Me
quedé mirándolo sentado en un muelle durante un par de horas. El agua pasa muy
lentamente por el Rin y te tranquiliza ver cómo se mueve sigilosa delante de tus ojos.
Atardeció y tuve la sensación de que aquello era la vida.
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En mayo de 2009 conocí a Belén en un programa de formación, y al día siguiente
salimos a tomar algo a Port Saplaya, una zona de playa que queda cerca de Valencia. Al
caer la noche fuimos a tomar algo, no recuerdo qué. Al poco rato de hablar, nos
quedamos en silencio y nos besamos. Yo no podía creerlo, todavía me tengo que pellizcar
de vez en cuando. Desde entonces es la mujer de mi vida y la madre de mi hija Noa.
En abril de 2010, en una de esas épocas del año de mucho trabajo, me tomé una tarde
libre. Cuando hago esto, suelo ir a caminar a la playa del Perellonet, cerca de mi casa.
Relaja mucho pasar un par de horas sin rumbo paseando por una playa que te gusta. Al
acabar la tarde y ponerse el sol, sentí que había vuelto a recobrar el equilibrio y la energía
que el estrés me había quitado.
También en 2010 un cliente, José Aybar, me habló del Real Monasterio de Santa
Maria de Poblet, en la provincia de Tarragona (España). Lo hizo con mucho cariño y
calidez, me habló de cómo se sentía él cuando pasaba unos días allí. Yo, como tenía que
dar las últimas pinceladas a Creer para ver, mi segundo libro, decidí ausentarme durante
una semana para ir a visitar el monasterio. Cuando llegué a Poblet tuve la sensación de
que el tiempo se había detenido. Esa misma noche hubo un gran silencio y mucho frío
antes de que saliera el sol. Cuando abrí la persiana de la ventana al despertarme, pude ver
cómo había caído una gran nevada. Fue maravilloso estar todo aquel día en el monasterio
disfrutando de la nieve sobre un lugar Patrimonio de la Humanidad con casi mil años de
historia.
En 1997, junto con otros cuantos apasionados del mundo de la bici de montaña,
hacíamos carreras de descenso por allí adónde íbamos. Uno de los lugares a los que más
nos gustaba ir era la estación de esquí de Valdelinares y bajar monte a través hasta Mora
de Rubielos. El monte de Teruel es muy agradecido para el descenso monte a través con
la bici, ya que no está lleno de zarzas ni otro tipo de matojos como suele ocurrir en otras
zonas montañosas de nuestra península. Mi hermano Luís, una de las personas que más
quiero, y yo bajábamos a toda velocidad uno al lado del otro, riéndonos, a ver quién era
capaz de entrar más rápido en la próxima curva, de hacerle un «interior» al otro o de
adelantarlo a traición. Lo pasamos en grande en aquellas bajadas.
A finales de julio de 2008 fui al País Vasco a formarme en programación
neurolingüística (PNL) con Iñaki Olaskoaga y, de paso, visité un día a mi amigo Josemi y
su mujer, que hacía poquito habían tenido trillizos. Por la mañana me levanté temprano
y me acerqué a sus cunas sin hacer ruido, pero ellos ya estaban despiertos, uno tratando
de pasarse a la cama del otro y María (la chica) tumbada en su cuna, mirando al techo de
la habitación con esa cara de felicidad y aceptación que tan solo un bebé puede tener. No
tardé en tomarla en mis brazos y descubrir que lo más importante son esos momentos de
alegría junto a los más pequeños.
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En noviembre de 2016, después de una noche muy intensa, a las 7.12 de la mañana
nació mi hija Noa. A los pocos minutos mi mujer y yo estábamos en una habitación de la
primera planta de la Clínica Quirón de Valencia antes de que viniera ningún familiar. Yo
mecía a Noa y comprobaba cómo soplaba el viento, cómo caían las primeras hojas de los
árboles y cómo se quedaba dormida en mi pecho.
No quiero aburrirte con todo esto, son solo instantes de una vida bastante normal.
Simplemente quiero pedirte que hagas lo posible por vivir esos momentos que te cortan
la respiración, que te hacen saber que estás vivo y que recordarás de por vida. Quizás nos
visite alguna enfermedad ahora o el día de mañana, el Alzheimer podría llamar a nuestra
puerta y mermar nuestra memoria. Pero hay momentos que siempre estarán con
nosotros y que no se podrán borrar, pues, más que en nuestro cerebro, parece que se
hayan escrito en el mismo firmamento.
No dejes que los demás decidan la vida que debes vivir, ni vivas una vida
descafeinada. Sonríe, grita, salta, baila, acaricia, toca, ama, abraza, besa… y, mientras lo
haces, siéntelo intensamente.
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VIVIR EL PRESENTE
Más allá del presente, ¿qué nos queda? Vivir en el presente no es tarea fácil, y seguro
que tú también te has dado cuenta.
Si observamos cualquier animal, nos daremos cuenta de que vive en el presente, de
que no tiene expectativas sobre el futuro, sobre lo que hay que hacer después. No sé
quién dijo que los seres humanos somos los seres más evolucionados, cuando en realidad
nuestros días se llenan de preocupaciones y lamentos, y nuestra mente de pensamientos
inútiles el 99 % del tiempo.
¿Por qué nos gustan tanto los perros, los gatos u otros animales? En realidad es
porque ellos sí viven en ese presente que también a nosotros nos gustaría atesorar, si no
fuera por todo lo que hay que hacer: la reunión que tengo en un par de horas, lo larga
que se está haciendo la semana, etcétera. El presente se escapa de nuestras manos como
granos de arena
Durante muchos años Belén y yo fuimos de vacaciones a la sierra de Urbasa (en
Navarra y Euskadi), donde, además de encontrar miles de ovejas, vacas y caballos (se dice
que hay más de 60.000 cabezas de ganado en toda esta sierra), aprovechábamos para
descansar y estar todo el día tratando de sintonizar con algunos de estos animales, en
concreto con los caballos. Los seguíamos, y pasábamos horas y horas junto a ellos,
peinándolos o dándoles zanahorias. Te das cuenta, cuando pasas el día junto a las
manadas de caballos, de cómo es su realidad, de cómo es su presente. Se intuye felicidad.
Por lo que parece, ninguno de ellos piensa en el futuro, todos pastan durante todo el día.
A lo mejor hay una gran pelea entre los machos de una manada y al segundo están
pastando en la hierba como si nada hubiera pasado. Los humanos seríamos incapaces de
comer después de una discusión acalorada. Sin embargo, los caballos se enfrentan unos a
otros —con violencia, por cierto— y, al segundo, se van a pastar plácidamente…
Admirable.
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El gran maestro Eckhart Tolle, cuyos libros te recomiendo, tiene un pequeño librito
llamado Los guardianes del ser dedicado a los perros, esos animales de compañía que
tanto apreciamos. Aunque me gustan todas las imágenes de este libro, hubo una en
particular que me encantó: era la de un perro paseando por el campo con su dueño. El
perro estaba corriendo y parecía disfrutar del momento presente. El dueño se
preguntaba: «¿Qué hora será?» Y el perro pensaba: «Ahora, ahora, ahora, ahora…»
Los animales no entienden de otro instante que no sea el ahora. Un gato puede estar
toda la tarde tumbado en tu sofá siendo feliz mientras tú vas como pollo sin cabeza
tratando de solucionar problemas para los cuales la solución generalmente no depende
de ti.
También por eso nos gustan tanto los deportes de aventura: es difícil no estar en el
presente cuando saltas en paracaídas, cuando escalas una pared o cuando te lanzas por
las aguas bravas de un río en una canoa. Y también, por qué no, el orgasmo, que es una
sensación tan adictiva y que nos conecta con la plenitud, con un presente del que no
puedes escapar. ¿Quién puede escapar de un orgasmo?
Incluso cuando me pongo a escribir este libro, por temprano que sea, pienso en el día
que se inicia a esta hora. Empiezo a planificar, a escaparme del presente… A veces me
siento bastante incapaz de mantenerme conectado a la sensación de escribir durante
varios minutos seguidos, sin que no surja la necesidad de trasladarme a lo que vendrá
después, a lo que tengo que preparar antes de salir, a los correos por contestar. La
meditación de primera hora de la mañana me ayuda, pero no es un arma infalible.
Puedes estar veinte minutos sentado meditando sin conectar contigo mismo.
En una de mis visitas a un monasterio cisterciense mientras paseaba por la muralla
bajo las cálidas luces del atardecer, me encontré con un monje con quien había
mantenido alguna conversación en otra ocasión, así que, además de saludarlo, le
pregunté: «¿Cómo estás?» «Aquí vamos, respirando», me dijo. Claro, ¡cómo no había
caído!
Si este monje me preguntara a mí cómo estaba, enseguida me pondría a contarle
todos los proyectos en los que ando metido, lo que tengo por hacer, lo que hice… pero
no se me ocurriría decirle «respirando». ¿Puede haber algo más fiel al presente que
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respirar?
La respiración es un arma muy poderosa para vivir en el presente, por eso en la
meditación es la herramienta clave, la que nos conecta con nosotros, nos ancla al ahora,
nos permite sentir y disfrutar de la experiencia de estar vivos.
¿Cuántas veces al día eres consciente de que respiras? Cuantas más veces lo seas,
mayor será tu conexión con el presente.
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TOMAR CONCIENCIA
Una tarde iba conduciendo por un lugar bastante idílico, una vega. Todos sabéis que
después de pasar por un cañón y llegar a terrenos más blandos un río provoca una vega,
un lugar más abierto en el que, si las condiciones climatológicas son las adecuadas, los
lugareños aprovechan para tener cultivos y los chopos, álamos blancos y otros árboles
preciosos crecen a su antojo.
Iba pensando en mis cosas, en los temas que quedaban pendientes en mi agenda, los
proyectos, los próximos pasos… cuando de repente miré, con algo más de profundidad,
el lugar en el que estaba. Un río fluía a unos escasos diez metros de la carretera, sus aguas
eran cristalinas y bajo estas se podían apreciar esmerados cantos rodados. Los árboles,
todos de hoja caduca, empezaban a cambiar de color, sus hojas mudaban de verde a
amarillo y el viento, al soplar, las hacía vibrar. Todo indicaba que el otoño estaba
llegando a aquel lugar y yo me lo estaba perdiendo.
Entonces me dije algo así como: «Estás pasando por un lugar realmente precioso y tu
atención está perdida en otros temas.» Detuve el coche, apagué el motor y salí a
contemplar durante algunos minutos la belleza de la escena. A continuación, me hice una
pregunta: «¿Qué haría si estos fueran los dos últimos días de mi vida?»
Esa pregunta lo cambió todo. Al pensar que solo me quedaban cuarenta y ocho horas
de vida, empecé a disfrutar mucho más de aquel momento, de todo lo que acontecía. De
alguna forma, los proyectos y las tareas por hacer dejaron de preocuparme y lo único que
importaba era aquella vega, las hojas, el agua que corría, el viento… Estaba pasando por
el paraíso, y no era consciente de ello.
Me di cuenta esa tarde de que esa pregunta siempre nos la podemos hacer y
generalmente tendrá un impacto positivo sobre nuestra atención al presente.
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PREGUNTAS PARA DESPERTAR
¿Qué harías si estos fueran los dos últimos días de tu vida?
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presente que vivimos y la vida se torna un poco más aburrida. Un adulto de nuestros días
no podrá estar dos horas sin hacer nada o sin mirar su teléfono móvil. Sin embargo, hace
algunos años era mucho más común aquella sana costumbre de aburrirse, de estar en el
vacío del presente, de ser un poquito más y de hacer un poquito menos.
En una entrevista a un tuareg escuché una frase que decía algo así como: «Vosotros
tenéis reloj, pero nosotros tenemos tiempo». Quizá sea eso lo que hayamos perdido, la
conciencia del tiempo, tomar conciencia del presente y vivir en el ahora.
En este aquí y ahora, tuyo y mío, mientras lees estas palabras, puede haber mucha
magia o no, depende de tu forma de leer y de vivir el significado de esta lectura. En la
jornada que cada mañana comienzas puede haber escondida toda la magia de una
eternidad.
Cuando vayas a dar un abrazo a alguien, no lo hagas de forma convencional. Toma
conciencia del momento, siente como tu cuerpo y el de la otra persona entran en
contacto por unos segundos. Respira y disfruta.
Cuando te duches, nota como el agua caliente relaja cada músculo de tu cuerpo al
pasar sobre tu piel.
Cuando salgas a la calle, detente y nota la brisa del aire en tu rostro.
Cuando hables con alguien, pon toda tu atención y presencia al servicio de la otra
persona. Quizás seas el único ser en el planeta con quien esa persona se sienta escuchada.
Presta atención a las formas, a los aromas, a todo lo que existe a tu alrededor y
expresa belleza. Hay miles de flores a tu alrededor que no ves ahora mismo, cientos de
formas maravillosas, texturas increíbles que todavía no has tocado, aromas sutiles que te
podrían transportar a tu infancia.
Solo en el presente te puedes dar cuenta de la belleza de la vida. Si estuviéramos más
presentes, todo cambiaría y parecería distinto, incluso tendríamos menos conflictos con
los demás.
Puedes perderte en el pasado o en el futuro, pero no te olvides de que lo único que
tienes es un presente. La vida no espera.
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COMO SI FUERA LA ÚLTIMA VEZ
Los días pasan, los meses pasan, los años pasan y nosotros pasamos. Treinta,
cuarenta, cincuenta, sesenta años… y un día tu vida habrá pasado a ser una de esas
lágrimas en la lluvia que se perderán en el tiempo. No podemos dejar pasar la vida sin
disfrutarla, sin atesorar todas las sensaciones y darle importancia a cada momento.
Al poco de nacer mi hija Noa, un día, antes de salir de casa para irme a trabajar, me
despedí de ella y de Belén. Como siempre, cada despedida, al igual que cada llegada, son
momentos importantes, y en mi familia esos momentos son instantes de abrazar, besar y
tocar. La cuestión es que le di a Noa un beso. Era tan pequeñita que no sabía por dónde
besarla, por mucho que me apeteciera hacerlo, y tenía que estudiar primero la forma de
no asustarla; es lo que tienen los bebés de pocas semanas.
Después de darle ese beso, pensé: «¿Y si este fuera el último beso que le doy? Por
cualquier razón, ¿y si fuera este el último?» Este pensamiento me hizo repetir mi beso,
hacerlo más lentamente, disfrutarlo más y tener más sensaciones, hacerlo de una forma
en la que casi me hubiera gustado dejar una parte de mí y también, cómo no, llevarme
una parte de ella.
En ocasiones nos tomamos la vida como algo que damos por sentado, lo damos por
hecho. Damos un beso mientras pensamos en lo tarde que llegamos al trabajo, nos
duchamos mientras pensamos en una nueva idea para nuestro negocio o en qué haremos
mañana.
Pero desde aquel beso, desde ese momento de despedida, mi reto es disfrutar de cada
momento como si fuera el último. Vivirlo dulcemente, sentirlo, notarlo y bañarme en las
mágicas aguas, en las sensaciones geniales que se esconden en cada momento que
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vivimos. ¡Hay tantos momentos!
Belén y yo somos especialistas en saber parar para disfrutar del momento, es una
característica de nuestra relación de pareja. Nos gusta pararnos para sentirnos, nos
parece necesario para no perder el norte.
Veo parejas que olvidan que el centro sobre el que gira todo lo demás son ellos; es la
unión tan fuerte que algún día tuvieron lo que les hace salir adelante.
No me interesa pasar por la vida sin sentirla, no estoy aquí para otra cosa que tener
sensaciones y, cuando me centro en el momento presente, cuando vivo cada momento
como si fuera el último, parece que disfruto mucho más de la vida. Lo demás es
conseguir metas, ganar dinero y poco más, todo superficial. Pero lo interesante de verdad
es sentir. No hay dos vidas. Solo tienes una.
Si vives la vida sin sentirla estarás medio apático, desconectado del latir del mundo.
Hay quien se permite estar enfadado con otras personas. En mi opinión, enfadarse
con los demás es inútil. Además, imagina que mientras estáis enfadados a alguno de los
dos os ocurre algo. Sería muy difícil de asumir, enfadarse con alguien a quien quieres y
que sea la última vez que ves a esa persona.
Sería bueno amarnos en el sentido amplio de la palabra, en el sentido más
incondicional. Requiere un esfuerzo notable, pero merece la pena. Lo demás son
números, política, facturas, fechas y la lógica del día a día, algo que nos puede aburrir
enormemente si no fuera por nuestra capacidad de enamorarnos de nuestras parejas, de
nuestros hijos, de nuestros familiares y amigos. Y de la vida, ¿estás enamorado de la vida?
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MI EXPERIENCIA EN LOS MONASTERIOS
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pueden ser una imprenta o la venta de productos artesanos.
El día a día de un monasterio está marcado por la liturgia de las horas, en la que
varias veces durante el día los monjes acuden a orar. Ora et labora (‘reza y trabaja’) es
uno de los preceptos principales de la orden. De esta manera, un huésped puede acudir a
cualquiera de estos momentos a compartirlos con ellos: maitines, a las cinco de la
madrugada; laudes, a las siete de la mañana; misa, a las ocho de la mañana; la plegaria del
mediodía, a la una menos cuarto; vísperas, a las seis y media de la tarde; lecturas, a las
ocho y media, y completas, a las nueve menos cuarto. En cada monasterio habrá unos
tiempos posiblemente distintos y se realizarán unos u otros oficios. Hay órdenes en las
que se llevan a cabo más momentos de oración, dependiendo de su forma de entender la
vida en comunidad. Muchas veces no es obligatorio para los que nos hospedamos allí
asistir, aunque si te gusta el canto gregoriano disfrutarás mucho. En otros te dicen que sí
esperan de ti que te integres en la comunidad.
En algunos de ellos pueden ir personas de ambos sexos, como el de Valvanera, en La
Rioja, pero en otros solo si eres hombre, como en el de Poblet. Otros como en San Pedro
de las Dueñas, en León, solo aceptan mujeres.
Todos ellos tienen una interesante historia. Por ejemplo, el monasterio de Poblet fue
construido en 1150 aproximadamente. Su estado de conservación es muy bueno y
actualmente es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Este monasterio fue
panteón real, de ahí su denominación «Real Monasterio de Santa María de Poblet». Al
pie de su altar se encuentran los sepulcros reales, construidos en el s. xiv, y que han
llegado a cobijar tumbas de hasta seis reyes de la Corona de Aragón, como el rey Juan II y
su esposa, padres de Fernando el Católico. Poblet es un lugar lleno de cultura y merece la
pena ser visitado. Los huéspedes no nos cruzamos con los turistas. Durante los cinco días
que suelo estar allí no veo más que a algunos huéspedes y a los veinte o treinta monjes
que suele haber en el monasterio.
Lo que hago allí es fundamentalmente ser y estar, algo que, en muchas ocasiones, y
por la prisa de nuestro día a día, en la rutina cotidiana no nos permitimos hacer. El «ser»
tiene que ver con saber quién soy, conocerme mejor, volver a encontrarme conmigo
mismo, con mis temores, deseos, anhelos… con todos los «yo» que puede haber dentro
de mí y a los que no siempre escucho. El «estar» tiene que ver con disfrutar del momento
presente, con ver el amanecer, notar mi respiración, escuchar el canto de los monjes, ver
cómo las golondrinas revolotean al atardecer desde la muralla.
También es cierto que siempre llevo algún libro que acabar o empezar. Es decir, que
algunas horas del día se me pasan escribiendo, un lenguaje que, como sabes, utilizo a
menudo.
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REFLEXIÓN PARA MEDITAR
Nos hacen falta más momentos para «ser» y para «estar», para descubrir
quiénes somos y para disfrutar de la magia del presente. Si no
planificamos esos momentos para nosotros mismos, para encontrar algo
de paz y sentido, nuestras vidas pasarán de largo sin darnos apenas
cuenta.
En los monasterios siempre te pasan cosas que merecen la pena, momentos de esos
que hacen mella dentro de uno, instantes mágicos y significativos. También puedes
conocer a otros huéspedes si quieres. Yo, cuando voy, no soy de hablar mucho y conocer
a más gente, para eso ya tengo el resto del año, pero recuerdo con mucha intensidad
buenos momentos con personas como el padre Gabriel, de Perú, y algunas otras personas
que me quedan grabadas en el corazón.
La relación de los huéspedes con los monjes no es de ningún tipo en particular. Si un
huésped quiere audiencia con un monje puede pedirla y tendrá a alguien con quien
hablar, a quien contarle una preocupación o un problema, se sentirá escuchado y recibirá
consejo. Si no quieres, no es necesario hablar con ninguno de ellos, ni siquiera saludarlos.
La vida monacal es una vida que ocurre fundamentalmente en silencio interior, se habla
si es necesario y, si no, se está en silencio. Por eso las comidas son en silencio,
escuchando lecturas que desde un púlpito lee un monje distinto cada semana, pero en
silencio.
La rutina que ocurre en un monasterio te acaba cautivando después de un par de
días. Te acabas sintiendo parte de la vida en comunidad, uno más entre todos. De alguna
forma, sientes que no es necesario hablar, hacer nada, ni mucho menos tener prisa por
algo. Entonces descubres por qué se crearon este tipo de lugares, qué transmiten y qué
sentido tiene la vida en silencio, oración y comunidad.
También es cierto que, en todas mis estancias en el monasterio, descubro una noche
oscura, uno de esos días grises en los cuales parece que todos tus fantasmas han venido a
visitarte. Esto es habitual, nos ocurrirá en un monasterio o en cualquier otro lugar en el
que estemos a solas con nosotros mismos. Cuando nos detenemos unos días es cuando
nos hacemos las grandes preguntas, cuando algunas partes de nuestro ser, olvidadas por
las prisas, vuelven a alcanzarnos y nos dicen: «Eh, te habías olvidado de nosotros.» Ese
día y esa noche oscura hay que vivirla, ya que después amanece. Quizás ese amanecer y lo
que viene después sea de lo mejor que hay en la experiencia de estar vivo.
Al final, y después de todo, el día en que vuelves a casa parece que hayas estado en
otro mundo, en una especie de «cielo» en la tierra. Entonces todo parece diferente, esa es
la magia.
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PREGUNTAS PARA DESPERTAR
¿A qué lugar podrías ir unos días para volver a encontrarte contigo
mismo? ¿Qué fecha vas a elegir para ir a ese lugar? Por favor, anota esa
fecha y, a poder ser, el lugar en alguna parte, pues será el primer y
necesario paso para hacerlo
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DETRÁS DE LA AUTODISCIPLINA
En enero del 2010 estaba en un seminario en Madrid y alguien que trabaja en un gran
club de fútbol, con quien todavía mantengo una buena amistad, dijo que uno de los
valores que echaba en falta en la actualidad era la disciplina. Al instante, todos los
asistentes al seminario se le quedaron mirando con cara de «será…», «pobres de sus
hijos». Tanto, que luego tuvo que justificarse y explicar a qué se refería.
La disciplina con uno mismo no está de moda, porque es incómoda. Resulta mucho
más atractivo cualquier otro estado de fluidez, más laxo, más flexible. La autodisciplina es
incómoda y, por lo tanto, la sacamos de nuestro vocabulario. Aunque la palabra
disciplina viene de «discípulo», es decir, alguien seguidor de algo, fiel. El que tiene
disciplina es fiel a una idea.
La disciplina de la que te quiero hablar es una disciplina sana con uno mismo, una
que tú mismo te aplicas porque quieres superarte cada día, porque sabes que conviene
tener ciertos pactos contigo mismo si quieres conseguir aquello que te propones. Es una
autodisciplina como fuente de la que emana prosperidad.
Si echas la vista atrás y piensas en los proyectos en los que más éxito has tenido,
pronto te darás cuenta de que aquellos de los que más orgulloso te sientes tienen que ver
con una época en la que fuiste disciplinado contigo mismo: estudiar de forma constante
para poder aprobar los estudios, ahorrar para hacer el viaje de tu vida, insistir durante
días hasta que tu pareja dijo «sí», no comer postres hasta que perdiste esos cinco quilos
de más, despertarte temprano para ir a hacer deporte y crear un hábito, trabajar fuera de
horarios para hacer posible ese proyecto tan ambicioso, llamar a más puertas para lograr
más clientes…
Conozco personas muy disciplinadas, tanto, que despiertan mi admiración. En cada
monasterio que visito veo la disciplina en todas sus formas. Los monjes son
tremendamente disciplinados. Despertarse cada día a las cinco menos veinte, incluso en
el nevado y frío invierno, y seguir los horarios del monasterio no requiere sino disciplina,
de lunes a domingo, trescientos sesenta y cinco días, lustros, decenios, toda la vida.
Sin embargo, estoy seguro de que los monjes no lo viven como algo rígido,
inamovible, sino que hay algo por debajo que es más motivador que el simple hecho de
tener que hacer algo porque sí, como una pasión. Para los monjes la pasión es Cristo.
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Para mí, que no soy adepto a ninguna religión conocida, la pasión es otra, no sabría
ponerla en palabras.
Hoy me considero disciplinado por estar escribiendo este libro y por seguir después
con un día lleno de tareas según mi particular forma de organizar la agenda. No es algo
que haga de forma forzada, todo lo contrario, lo hago disfrutándolo. No es disciplina lo
que me mueve, la disciplina no mueve a nadie. Lo que nos mueve es lo que hay detrás, la
pasión.
La disciplina sin pasión está coja, no sirve de nada. Por eso es tan difícil hacer que
otras personas hagan algo si no sienten pasión. Es difícil que se impliquen y se motiven,
que tengan ganas de hacer cosas si la pasión no está en sus corazones.
De ahí que la clave de casi todo resida en actuar siguiendo tu pasión, siguiendo
aquello que te mueve. A mí especialmente me mueve:
• Contribuir, ser útil para otros, ya sea a través de un libro, de mi blog, de una
conferencia o de un programa de formación.
• Crecer, evolucionar, a un nivel más espiritual que material.
• Sentir, en toda su expresión, lo bueno y lo menos bueno.
• Compartir.
• Aprender, descubrir nuevas perspectivas, descubrir que alguna vez estuve
equivocado y volver a empezar.
• Escribir, expresarme, poner en orden mis pensamientos, ideas y aprendizajes.
• Tener autonomía, decidir qué hacer con mi vida y con la de mi familia, decidir
juntos cómo queremos que sea nuestro futuro.
• Vivir según el estándar de vida que he elegido.
• La paz, la tranquilidad, la mía y la de los que me rodean.
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La disciplina tiene un aspecto y una ventaja que realmente admiro. La disciplina es la
gran compañera que puede estar contigo cuando todo lo demás te abandona.
Cuando crees que no vas a poder más, cuando no te apetece, cuando tus
motivaciones están ahí para ayudarte, es la disciplina la que mete la mano en el pozo y te
levanta, la que te despierta y te dice: «Vamos, sal de ahí, tú puedes lograrlo. No te apetece
¿verdad? Bueno, ponte con ello, ya verás como pronto te sientes mejor.»
Sin autodisciplina nos quedamos a medias, no conseguimos muchas de las cosas que
de verdad merecen la pena. Ahora ya lo sabes, lo que hay detrás de la disciplina es la
pasión.
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LO QUE APRENDÍ CAMINANDO 83 KM EN UN
DÍA
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REFLEXIÓN PARA MEDITAR
La perseverancia tiene que ver con los pequeños pasos, con pequeños
esfuerzos en la misma dirección.
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EL DÍA QUE ME ENAMORÉ DE LAS SUBIDAS
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Cada vez que pienso en una posible clave del éxito me viene una palabra a la cabeza:
«siembra». La decía mi madre cuando éramos pequeños: «siembra y recogerás». Siembra,
siembra, siembra sin preocuparte de cuándo recogerás.
No importa lo que hagas, siempre puedes sembrar para recoger algún día. Si estás
afrontando serias dificultades, siembra.
No dejes de sembrar, porque la cosecha, al igual que la bajada, vendrá algún día, pero
eso sí, será efímera, delgada y seductora. Seductora, porque siempre te querrás quedar
apegado a ella, confluyendo con ella. Esta idea de quedarse anclados a los momentos más
placenteros es una costumbre de la sociedad moderna, queremos que nuestra vida sea
placentera de forma constante.
La felicidad duradera es una invención que entre todos hemos intentado crear, la
búsqueda del placer constante en la que se basa una buena parte de nuestro modelo
socioeconómico. Sin embargo, por mi experiencia, aunque la vida tiene las mismas
subidas que bajadas, la subida dura más tiempo y en ella se suda más. Por lo que no nos
queda otra alternativa que aprender a ser felices, sobre todo en las subidas. Y recuerda, la
próxima vez que tengas una fuerte subida frente a ti, repítete a ti mismo: «¡Fascinante!»
Espero verte subiendo a mi lado.
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LA NOCHE MÁS OSCURA
Siguiendo con el tema de los momentos difíciles que la vida nos plantea, en ocasiones
los problemas nos hacen perder la fe en nosotros mismos, en el futuro y en nuestra
capacidad de afrontarlo con éxito. A menudo reflexiono sobre esta capacidad nuestra de
superar las dificultades: ¿la tenemos?, ¿nos viene de casa?, ¿la adquirimos?…
Para explicarme utilizaré las estaciones como metáfora. El clima en la zona en la que
vivo, Valencia (España), me ha servido de inspiración cada vez que la primavera asoma,
generalmente antes de lo que nos indica el calendario. Aquí, el buen tiempo empieza el 1
de marzo y acaba a mediados de noviembre. ¡Tenemos casi nueve meses de buen tiempo,
y más de trescientos quince días de sol al año!
El invierno, como la vida misma, es duro, y si no que se lo pregunten a los que
trabajan en el campo en lugares fríos. Aquellos lugares con inviernos más largos son
conocidos por la dureza de sus gentes, que tienen que sobrevivir a todos los meses de
frío, heladas y nieve.
Cada invierno me recuerda a un viaje interior, el viaje que todos hacemos varias veces
en nuestras vidas cuando tenemos que superar las dificultades que se nos ponen delante.
Las dificultades son ese invierno, ese frío polar, esa tormenta que arrecia, ese viento que
desgarra a su paso todo lo que encuentra. Si el invierno es duro, más duro es el invierno
interior, el que vivimos dentro de nosotros.
Las estaciones son tan solo una metáfora de lo que nos ocurre por dentro. La alegría
viene con la primavera, la máxima expresión de la misma viene con el verano, que sería
como una explosión de júbilo, el éxtasis.
Después de esa explosión de color, vida y calor, vienen el otoño y el invierno, que nos
invitan al recogimiento, a la nostalgia y, a veces, al miedo. Quizás el otoño tenga más que
ver con el miedo porque es lo que precede siempre al invierno, la tristeza y la noche más
oscura
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Sin embargo, uno sale fortalecido después de cada invierno. Es algo así como: «Lo
conseguí, un año más…» Aunque hay personas a las que, a pesar de llegar la primavera,
todavía no la perciben en sus vidas. No lo harán hasta que el invierno que hay dentro de
ellas no pase definitivamente. A veces los inviernos se quedan dentro de nosotros
mismos por demasiado tiempo, más de lo que dura la propia estación.
Debes saber que los momentos más difíciles del invierno son los últimos. En todos
los inviernos ocurre lo mismo: siempre se despide con su máximo momento de
dificultad, con su máximo desafío. Dicen que las temperaturas más bajas de una noche
son las que se producen antes del amanecer.
Igual nos ocurre a nosotros, somos como esa noche. Los momentos más difíciles en
nuestras vidas son los que ocurren justo antes de poder ver la luz.
Esta afirmación nos puede dar fuerzas, puede alimentar algo de esperanza dentro de
nosotros. ¿Estás viviendo un duro invierno interior? Tranquilo, el invierno que hay
dentro de ti está dando sus últimos coletazos.
De esta forma, las dificultades, las más complejas situaciones, son las que ocurren
justo antes de producirse un cambio significativo en nuestras vidas. Lo veo a menudo en
situaciones por las que pasan mis clientes, que en muchos momentos están desesperados
y creen que no hay una primavera a la que esperar. Es normal que se pierda la fe cuando
uno cree que lo tiene todo perdido. Sin embargo, hay que saber que hay leyes que
escapan a nuestro entendimiento y que justo antes del amanecer es cuando se viven las
temperaturas más bajas.
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Por eso las estaciones nos enseñan tanto, al igual que lo hace el cambio entre la noche
y el día. Nos enseñan a no tirar la toalla, a decirnos: «Venga, un poquito más…»,
«Vamos, tan solo estás viviendo el momento más difícil de esta noche oscura, pero en
seguida saldrá el sol».
Y, al final, el sol siempre sale. Porque no depende de ti, porque está escrito así. El sol
sale y saldrá, por siempre, para todos nosotros. ¿Quieres seguir en tu particular invierno
o te vienes a ver el amanecer?
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NO HAGAS PLANES CUANDO ESTÉS ABATIDO
Si algo aprendo cada vez que paso unos días flojos o si por cualquier motivo tengo un
estado de salud poco favorable, es a no hacer muchos planes sobre el futuro, porque
seguramente acabaría por autosabotearlos.
En ocasiones te encuentras algo más cansado de la cuenta. Las cosas no salen como
quieres. Sales a hacer ejercicio y tu cuerpo no da más de sí. Tienes una relación que pasa
por un mal momento. Tu trabajo no funciona demasiado bien. Te encuentras cansado
anímica, física y emocionalmente.
De acuerdo, pero no hagas planes.
Porque si haces planes serán los peores planes de toda tu vida. Los planes se tienen
que hacer cuando uno se encuentra al 120 %, cuando sabe que nada le va a detener.
Hacer planes cuando te encuentras roto es algo así como empezar a cavar tu propia
tumba. Hay gente que lo hace y luego, lamentablemente, se tira dentro.
Por este motivo, te recomiendo que cultives esa actitud incansable de seguir hacia
delante, como sea. Porque en los momentos complicados es lo único que puedes decirte a
ti mismo: «¡Adelante!»
No es momento de pensar si abandonas, si lo dejas… No. No está en la hoja de ruta.
No es una posibilidad. La única posibilidad es que tires hacia adelante con todas tus
fuerzas, con el último aliento si hace falta, con tu última sonrisa.
No hagas planes cuando estés mal. Repito. Dedícate a ponerte en modo «yo puedo» y
sigue caminando. Pero no hagas planes todavía.
Deja que tu cuerpo recupere la vitalidad.
Deja que tu mente tenga más claridad.
Que tu corazón se encuentre algo más calentito.
Y, entonces, dando un paseo por la playa una tarde de primavera, diseña el plan de tu
vida.
Pero cuando estés decaído, no hagas planes. Por favor.
53
SALIR DE LA DEPRESIÓN
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durante algunos años es a aceptarnos tal cual somos, a no pelearnos demasiado con
nosotros mismos, ocurra lo que ocurra.
De esta forma afronté el proceso, sabía que mi energía caía, que mis pensamientos no
eran los de antes, que había entrado en un pozo…
Por aquel entonces sabía que había caído, pero no sabía nada más. Me dije a mí
mismo muchas veces: «Todo el mundo tiene derecho a pasar una mala etapa o una
depresión». Y así fue. La fui viviendo y pasando, no sin la amargura que supone. La mía
no era una gran depresión, he visto pasarlas a familiares cercanos y no puedo decir que lo
mío fuera una al cien por cien. Muchos días con poco estado de ánimo, muchos
momentos difíciles, algunas lágrimas también y sensación de agotamiento casi siempre.
Al final no puedes evitar que te afecte en casi todo y que incluso toque cualquier otra
parte de tu vida.
En mi caso tuve la suerte de que, aunque afectara a otros ámbitos de mi vida, todo
saliera fortalecido.
No sirve de nada buscar explicaciones, no sirve de nada preguntarse «¿por qué?». La
vida te va poniendo delante ciertos desafíos y tu única obligación es vivirlos, superarlos.
La vida nos pone a prueba constantemente, uno no sabe cuánto le queda todavía por
sufrir o por disfrutar.
Lo único que se puede hacer mientras tanto es vivir.
Luego llega la psicología barata, las frases motivadoras del muro de Facebook en las
que dicen todo lo que tienes que hacer para ser feliz, la psicología conductista que te
receta soluciones de libro, la —mal entendida— psicología positiva tan de moda…
Incluso las personas cercanas que te aconsejan cosas para sentirte bien desde un estado
distinto al que tú estás y, por lo tanto, sin conocimiento alguno.
Pero eso no me quitaba el derecho a pasarlo mal, a derrumbarme.
Todas las frases que vemos por ahí y la mayoría de los libros que puedas leer sobre
autoayuda sirven de poco en una situación así. Lo único que cuenta es estar contigo
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mismo, no castigarte demasiado, tratar de quererte y aceptarte tal y como eres. Me
pareció importante cuidar ciertos aspectos de mi vida para no ir a peor: hacer lo posible
para mantener mi alimentación, salud, relaciones, seguir comprometido al máximo con
mi trabajo. Pero no hay recetas mágicas.
Ahora lo veo desde la distancia, porque han pasado algunos años. Ahora todo es
diferente. Vuelvo a ducharme cada mañana con agua fría, como solía hacer desde los
catorce años, sigo realizando ejercicio físico, medito a diario a primera hora, como solía
hacer, despierto a mi extraordinaria mujer y a mi hija y me pongo a escribir y a abordar
los proyectos que tengo. Por suerte, dispongo de energía mental, emocional y física.
Ahora sé que todo ha pasado. Visto desde la distancia es fácil analizarlo.
No puedo dar lecciones, ni a ti ni a nadie, sobre cómo salir de una depresión cuando
yo no entré del todo en ella. Tan solo quería sincerarme contigo por si alguna vez te
encuentras con un momento de dificultad similar.
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LO QUE APRENDÍ COMIENDO UN HELADO
Aunque tener muchas tareas y responsabilidades nos puede hacer sentir que
avanzamos y que tenemos mucho éxito, también es cierto que esto encierra algunos
peligros. En ocasiones, toda nuestra multitarea esconde un problema mayor: utilizamos
nuestra atareada vida como un analgésico para no sentir.
Se demuestra que cuando tenemos prisa no somos nuestro mejor yo, todo lo
contrario. El estrés nos quita solidaridad, empatía y otras tantas cualidades que no
deberían perderse bajo ningún concepto.
Hemos llegado tan lejos que incluso la solidaridad se ha conseguido hacer una
mercancía: si pagas un billete de avión con Iberia puedes donar entre tres y veinte euros
para salvar vidas con Unicef. Me parece una idea muy buena, creo que hacen falta
iniciativas de este tipo porque sin duda harán un mundo mejor.
Lo que me duele es que luego no seamos capaces de mirar a los ojos a la persona que
pide en la calle o a la que busca comida en un contenedor de basura, ni ser capaces de
ayudar a quien lo necesita, en vivo y en directo.
La solidaridad se ha convertido en algo así como: «Soy solidario, pero no me quiero
manchar las manos, ni mucho menos el corazón. Es decir, no quiero sentir demasiado tu
tristeza, tu carencia, tu pobreza, tu poca capacidad de tener un futuro digno… Mejor que
nos mantengamos a distancia. Te ayudo, pero no entres en mi casa».
A veces no queremos sentir y por eso decimos que «no tengo tiempo» o que «hay
temas mucho más importantes que hacer». Entono el mea culpa. Entonces es cuando nos
convertimos en robots, en meros gestores de sentimientos, pero no en los seres sintientes
y solidarios que somos.
Las prisas actúan en muchos casos como un analgésico para no sentir, lo he
comprobado. Se han hecho estudios muy concretos sobre esto. Se estudió cómo unos
sacerdotes respondían a la solidaridad de un mendigo que pedía ayuda: cuando estos
tenían prisa porque llegaban tarde a una conferencia, su respuesta solidaria descendió
dramáticamente. Si a un sacerdote, hipotéticamente más sensibilizado con la solidaridad
que tú y que yo, le ocurre algo así por las prisas, ¿imaginas qué nos ocurrirá a nosotros?
Por eso creo que en ocasiones erramos el rumbo, nos hemos complicado tanto la vida
que no percibimos que a nuestro lado existe un ser humano sufriendo y que necesita
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ayuda, alguien que podría ser tu hermano, tu madre, tu hija, tu mejor amigo… pero no lo
es. Es el mejor amigo de otro, la hija de otro, la madre de otro y el hermano de otro.
Creo que nos falta empaparnos, inundarnos, embriagarnos, de sensaciones del otro.
Tenemos que pasar del capitalismo al humanismo.
En mi opinión, cuando te aceleras pierdes el corazón, lo dejas detrás de ti tratando de
alcanzarte, pero tú vas muy rápido, y te conviertes en un cerebro con patas. Si tan solo te
detuvieras a dejar que tu corazón te alcance…
Las prisas no son buenas consejeras, ¡qué cierto es!
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mirando a la calle.
Todo el mundo pasaba caminando, cada uno con su paraguas y la lluvia caía fuerte.
Belén y yo disfrutábamos de nuestro helado lentamente, metiendo alternativamente
nuestra cuchara en el vaso.
De repente vimos una mujer pasar a toda prisa, sin paraguas. Y detrás de ella una
niña que no debía de tener más de cinco años, con una mochila del cole a la espalda,
también sin paraguas. Ambas llevaban el pelo mojado. La madre reñía y gritaba a la niña
para que se diera prisa mientras caminaban.
Belén y yo las vimos pasar y callamos durante un par de segundos, creo que cada uno
sabía lo que pensaba el otro, y también ambos imaginábamos cómo se podrían sentir la
niña y la madre. Belén no tardó en levantarse, yo la seguí. Los dos salimos corriendo
detrás de ellas, entre toda la gente que caminaba por la calle. Al final les dimos alcance.
—¡Señora! —dije yo.
Ambas se detuvieron y se giraron algo asustadas.
—No se mojen, quédese con este paraguas…
La madre nos miró extrañada.
—…no se preocupe, nosotros llevamos otro.
Lo tomó dubitativa. Finalmente, ella y la niña se pusieron una al lado de la otra,
caminando bajo la lluvia, con el pelo mojado, pero ahora al menos sin mojarse y juntas,
bajo un mismo paraguas.
Esta anécdota me hizo reflexionar sobre la solidaridad y nuestra capacidad de ayudar
a otros. Me hizo aprender que, como ya he dicho anteriormente, las prisas no son buenas
consejeras cuando se trata de ayudar a los demás, todo lo contrario. Muchas personas
corrían por la calle con sus paraguas, pero pocas vieron que una mujer y una niña se
calaban hasta los huesos. Gracias a que nos detuvimos a tomar el helado, pudimos parar
y ver lo que ocurría a nuestro alrededor. Entonces fue fácil ayudar.
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CONOCIENDO LAS EMOCIONES
Podemos hablar mucho sobre las emociones, pero podemos caer en el error de hablar
demasiado y no sentirlas. Entonces no servirá de nada. En la mayoría de las ocasiones, la
racionalización a la que sometemos las emociones hace que pierdan todo su valor, que se
conviertan en algo más de lo que hablamos. Pero las emociones se sienten.
La persona que las ha sentido, aceptado y medianamente comprendido, puede hablar
de ellas, pero sin demasiada jerga, ni excesivas explicaciones. Percibiremos la emoción en
su tono, en su cuerpo, en su manera de expresarse y de tocarnos internamente. Luego
está quien habla de emociones como quien te vende un plan de pensiones.
Sentir emociones es lo que nos hace humanos, especialmente mamíferos, pues
tenemos amígdala, podemos sentir. Los reptiles no pueden sentir emociones, solo tienen
instintos básicos (atacar, huir, comer, reproducirse). Los mamíferos sí podemos sentir y,
a diferencia de cualquier otro mamífero, los seres humanos podemos racionalizar mucho
más gracias a la evolución de nuestro cerebro.
Pero más allá de si las emociones se deben cambiar o simplemente aceptar y hacer
pequeños cambios de rumbo, me gustaría hablarte de ellas, profundizar en su
conocimiento desde mi propia experiencia.
¿Cuáles son las emociones más básicas? Podemos partir de cuatro emociones
primarias: el miedo, la rabia, la tristeza y la alegría.
Desde esta categorización, podríamos aumentar el detalle hablando de más
emociones que están contenidas dentro de cada grupo, imaginando que cada grupo es
algo así como un racimo de uvas, donde todo es un racimo pero compuesto de diferentes
granos de uva.
Por ejemplo, dentro del racimo de la rabia estaría el odio; dentro de la tristeza, la
depresión; dentro de la alegría, la satisfacción o también el éxtasis. Es decir, que también
en las emociones —¡sobre todo en las emociones!— encontramos tonalidades, distintos
colores, matices, volúmenes. Cada emoción es la expresión de algo y se expresa de forma
única.
CONOCIENDO EL MIEDO
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El miedo tiene que ver con un instinto primario de supervivencia. Sentimos miedo
cuando creemos que nada va a salir bien. El miedo puede provocar en ti tres respuestas:
salir corriendo, atacar o paralizarte. Todas ellas son respuestas naturales que forman
parte de nuestro instinto de supervivencia. Pero, ¿son útiles todas ellas?
Si estás a punto de perder la vida atropellado por un coche, es saludable que tu miedo
te invite a salir corriendo antes de que el vehículo que has escuchado derrapar llegue a ti,
que tu corazón lata mucho más rápido y que todos tus músculos se pongan en tensión en
microsegundos para que tus piernas den lo mejor de sí mismas para ponerte a salvo.
Sin embargo, si vas a hacer un examen, pedir un aumento de sueldo o llamar a la
puerta de un cliente potencial, el miedo no te servirá de mucho. Ni paralizarte, ni atacar
ni salir corriendo serán respuestas saludables.
El miedo se puede racionalizar en esas situaciones, simplemente sentirlo y decirle
algo así como: «Gracias por avisarme de la importancia de esta situación. Ahora ya me
ocupo yo». El miedo también nos prepara, nos activa, y entonces es saludable si no nos
paraliza. Sentir cierta ansiedad cuando se acerca un evento o examen tiene sentido, nos
ayuda a prepararnos para tomar el control de la situación.
Primos hermanos del miedo son la ansiedad, el estrés, el terror, el pánico, la
incertidumbre. Todas ellas son emociones derivadas del sentimiento primario del miedo.
El miedo lo sentimos como unas ganas de no estar allí, como una falta de solidez en
las piernas, un cosquilleo en varias partes del cuerpo que nos indica que algo va a salir
mal.
CONOCIENDO LA RABIA
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—y cada uno tiene los suyos—, sientes rabia.
El problema de la rabia suele venir cuando la expresamos mediante la violencia. Es
normal que ante una situación de supervivencia uno quiera utilizar la rabia para
sobrevivir, pero no es lo habitual. La mayoría de situaciones cotidianas que nos hacen
expresar la rabia no merecen de tanta expresión de violencia, ya sea verbal o física.
La rabia también es una emoción adaptativa, nos ayuda en ocasiones a marcar
límites, a expresar nuestro enfado ante algo que consideramos injusto, etc. Es saludable
expresar nuestro enfado y tratar de cambiar una situación, aunque no mediante la
agresividad, sino con la asertividad. Asociados a la rabia están el rencor, el odio, el
resentimiento…
La rabia la solemos sentir como un fuego que sube por el esternón y se extiende hacia
los hombros, nos prepara los brazos para atacar, para coger del pescuezo al adversario.
Hay personas que no gestionan la expresión de la rabia y acaban por decir y hacer cosas
de las que después se arrepienten, pierden el control.
CONOCIENDO LA TRISTEZA
La tristeza tiene que ver con el fracaso, con la pérdida, ya sea de un ser querido, de la
salud, de un trabajo o de algo material. También nos sentimos tristes cuando hemos
perdido un valor como la confianza, la libertad o cuando sentimos dolor. Aparece en
diversos momentos de la vida y, con frecuencia, lloramos, lo que indica que detrás de la
tristeza hay sufrimiento.
Es saludable sentir la tristeza, vivirla, poder expresarla. Por eso es tan importante
poder escuchar a la persona que se siente triste, porque en la expresión de la tristeza hay
sanación.
Solemos huir de la expresión de la tristeza ya que no está bien vista, es la gran
repudiada. Pero olvidamos que a través de la tristeza estamos conectados con los que
sufren, con las personas que hemos perdido, con lo que hemos dejado atrás, y también
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eso nos da sentido. La tristeza deja de ser saludable cuando la llevamos a un extremo,
cuando se convierte en profunda tristeza y entonces nos mantiene durante meses o
incluso años dentro de su territorio, un territorio demasiado árido y oscuro para poder
vivir.
Sin embargo, creo que tenemos que recuperar su expresión y su valoración. En lugar
de irnos de compras cuando estamos tristes, es mejor tomarnos un café con nosotros
mismos, aceptar la emoción que viene a visitarnos. Asociadas a la tristeza están la pena, la
depresión y otras emociones lentas.
CONOCIENDO LA ALEGRÍA
Nos sentimos alegres cuando creemos que todo va bien, cuando amamos, cuando
algo nos resulta hermoso, cuando creamos algo, conseguimos algo significativo. La
persona que se siente alegre hace apología de la vida, vive y aprecia las cosas, disfruta del
presente. La alegría tiene que ver con la satisfacción, con saber que al final todo tiene un
sentido positivo.
La alegría es una más de las cuatro emociones básicas. Es tan necesaria como las
demás y, sin embargo, muchas personas quieren vivir todo el día en ese territorio
llamado alegría sin saber que, al igual que las demás emociones, pasará de largo.
La alegría se contagia fácilmente, es saludable porque es capaz de curar a enfermos y
de disminuir el efecto que puedan tener el resto de emociones. Sabemos que estamos
alegres porque dentro de nosotros nos sentimos bien, porque parece que todo está en
sintonía con la vida.
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Conocer mejor las cuatro emociones básicas, aceptarlas y poder pasar de una a otra
de forma saludable es lo que nos hace humanos. No reprimas lo que sientes, siéntelo y
luego podrás aprender de ello: salir del sentimiento con mayor facilidad o entrar en él
cuando quieras o lo necesites.
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QUITARNOS LA CORAZA EMOCIONAL
Todos tenemos un corazón, un gran corazón que ha convivido con nosotros desde
mucho antes de nacer, un corazón que se encoge cuando ocurre algo que nos provoca
dolor, un corazón que se agita cuando sentimos miedo, sentimos unos 3 000 millones de
latidos a lo largo de nuestras vidas. ¿Los sientes?, ¿escuchas a tu corazón?
En realidad, nuestros sentimientos y emociones no están únicamente en el corazón,
sino en todo nuestro cuerpo. Pero hemos querido reducirlas a un solo lugar para que no
provoquen ningún problema. «Ese no tiene corazón» o «tiene un gran corazón» son
expresiones comunes dentro de nuestra cultura, aunque yo creo que la buena persona no
solo lo es en su corazón, sino que existe una vibración positiva en toda ella.
Durante los vuelos dispongo de cierto tiempo para pensar, para mirar las caras de la
gente y, en consecuencia, para sentir emociones. Algo que habitualmente hacen cada día
aquellos que se mueven en tren, autobús o metro hacia sus lugares de trabajo, yo lo hago
durante los vuelos. Creo que las caras de la gente mientras viaja dicen mucho, me gusta
mirarlas.
En uno de esos vuelos se sentaron a mi lado unos niños. Creo que eran hermanos,
niño y niña. Los niños saben vivir las emociones como nadie, no las reprimen. Me gustó
mirar como aquellos dos niños vivían todo tipo de emociones a lo largo del viaje: alegría,
éxtasis, tristeza, decepción, euforia. En aquellos dos asientos, se vivieron más emociones
en una hora que en los 298 asientos restantes del avión durante todo el vuelo.
Los niños se permiten vivir las emociones, pero creo que los adultos nos vamos
creando una coraza; una coraza emocional, podríamos llamarla. Algo así como «necesito
ser fuerte para que no me vean sentir, disfrutar o sufrir, por eso me voy a poner una
pequeña máscara que no hará daño a nadie…».
Sin embargo, no nos damos cuenta de que en realidad esa máscara sí hace daño: a
nosotros mismos. Con el paso del tiempo todas las emociones reprimidas acaban
pasando factura en forma de problemas con nuestras relaciones, de enfermedades y,
finalmente, de infelicidad.
Tendríamos que crear más espacios para sentir, para notar las emociones. Nos hace
falta, ¿no crees? Precisamente lo que uno muchas veces echa en falta es riqueza
emocional, capacidad de empatizar, de sentir, de aceptar, de sostener el dolor y el miedo,
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la pasión, también la alegría, la tuya y la mía.
He leído que los años que vivimos en la actualidad son los años con más soledad, no
sé si estarás de acuerdo con esta afirmación. Estamos hiperconectados a miles de
relaciones con un valor próximo a cero, pero muchas personas se sienten más solas que
nunca.
Tenemos a nuestra disposición miles de formas de estar conectados a otros, pero en
realidad nos sentimos bastante solos. Quizá sea el motivo por el que miramos tanto la
pantalla de nuestros teléfonos móviles.
La tecnología, en el tema emocional, de momento solo ha venido a hacer negocio.
Hay un software que hace reconocimiento facial de emociones en las reuniones de
trabajo, y de esta forma uno puede saber cómo se encuentra el equipo del que forma
parte, el compañero, etc. ¿Pero es que acaso no sabe uno cómo se encuentran los demás
mirándolos a los ojos? ¿Dónde nos hemos dejado la empatía? (sin ánimo de
menospreciar a los que utilizan dicho software).
Si necesitas un software para reconocer la tristeza, el enfado o el miedo en los ojos de
otra persona, es que algo no va bien, créeme.
En este lugar del mundo tan hiperconectado y racional te encuentras tú y me
encuentro yo. Somos un «nosotros», como diría Thich Nhat Hanh, «intersomos».
Hay quien habla de suprimir o eliminar las emociones. Yo creo que nuestro
acercamiento a las emociones tiene que ser más amigable, más comprensivo. Pocas
personas hablan de aceptar o de sostener las emociones.
Cuando algo triste ocurre (la pérdida de un ser querido, por ejemplo) es muy típico
escuchar: «Tranquilo, todo pasará», «Ya verás cómo mañana te sientes mejor». Pero
pocas personas te dirán: «Puedo sentir tu tristeza. Es tan doloroso para ti lo que estás
viviendo…». Nos centramos en la solución y nos olvidamos de sentir.
Me preocupa esa supresión de emociones que hacen algunos padres con sus hijos
desde que son pequeños hasta que son más mayores, impidiendo que puedan transitar
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por el rico y abundante territorio de los sentimientos y, por lo tanto, siendo seres
humanos más completos. El problema viene de atrás, de no haber incluido las emociones
en la agenda, del «pienso, luego existo» de Descartes, del «no llores niño».
Si no vives tu tristeza, ¿quién la vivirá?, ¿hasta cuánto tiempo la vas a evitar? Así
ocurre con el miedo y también con la rabia… Con la única emoción que no tenemos
ningún problema (generalmente) es con la alegría, porque es una emoción bien vista, no
está en la lista negra de «cosas que molestan». Aunque a las personas alegres y felices
también se las critica.
La emoción que más he conocido en mi vida ha sido la tristeza. La muerte de mi
padre cuando yo todavía no tenía tres años dejó una profunda huella en mi familia.
Cuando una persona muere antes del tiempo que se le supone (mi padre falleció en
1980), suele dejar una profunda huella en forma de herida. No sé si alguna vez has vivido
de cerca la pérdida de alguien joven. Esa herida ha habitado en los corazones de todos
nosotros de una u otra forma. Yo no tengo conciencia de haber conocido a mi padre, ni
un solo recuerdo. Sin embargo, sí tengo conciencia emocional de la pérdida. Crecí
negando el hecho de que tenía una sensación de pérdida dentro de mi corazón, un vacío
dentro de mi estómago.
Cuando llegué a la edad adulta de más o menos veinticinco años empecé a afrontar
este hecho, a leer sobre ello, a conocer lo que me ocurría por dentro para poder
comprenderlo. Me di cuenta de que, si uno no mira hacia sus heridas, no las puede sanar.
Todos tenemos heridas de uno u otro tipo que tendríamos que atrevernos a sanar.
Afrontar este hecho supuso muchos talleres de crecimiento personal, mucha terapia
individual y, sobre todo, una mirada hacia adentro, hacia mí mismo para comprender lo
que suponía sanar la herida. Hubo tardes y momentos muy difíciles en los que mi
estrategia era acurrucarme como un ovillo y permitir que viniera el llanto a mis ojos.
Paradójicamente, después de hacerlo, conseguía sentirme mejor, y el día siguiente era un
día en el que la felicidad habitaba un poco más dentro de mí.
Lo cierto, y lo inesperado para muchas personas, es que el hecho de sentir y permitir
la expresión de la tristeza en mí hizo que todo mejorara. Con el paso del tiempo esa
sensación de tristeza y vacío se transformó en algo más fuerte, en entereza, en seguridad
y en una sensación de felicidad mayor. Pasados los años, puedo decir que he aprendido
todo lo relativo a la pérdida y a la tristeza que supuso la muerte de mi padre. He tenido
grandes lecciones en este aspecto, todo ello gracias a permitirme sentirlas.
Te quiero invitar a hacer algo antes de gestionar las emociones: siéntelas. Siente las
tuyas y las del otro. Solo tienes que mirar a los ojos de la gente para saber cómo se
sienten; es tan fácil conectar con los demás si queremos. En esos aviones he llorado en
más de una ocasión al mirar a los ojos de la gente, se transmite tanto con una mirada…
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PREGUNTAS PARA DESPERTAR
¿En qué medida te permites sentir las emociones?
¿Cómo de permeable eres a las emociones del otro?
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SOMOS TAN PARECIDOS
Una vez, durante una jornada de trabajo en una empresa de Barcelona, no tenía
ganas de comer demasiado a mediodía. Así que, como hago otras veces, compré una
ensalada en un supermercado y me la tomé sentado en un banco de la calle mientras me
tomaba un rato para mí mismo, algo que me gusta hacer muy a menudo, especialmente
cuando mi agenda está llena de citas y reuniones con clientes. Hacía tiempo que no me
sentaba en un banco.
Pasó una persona a la que muchos de nosotros convendríamos en llamar «un joven
indigente», en bici, cerca de mí. Fue la única persona que pasó en esos veinte minutos.
Mientras pasaba, y al ver mis intenciones, me dijo: «Buen provecho.» En ese momento
sentí la cantidad de cosas que me unían a esta persona, por muy diferentes que fueran los
mundos que habitáramos. Seguramente los dos teníamos la necesidad de amar, de ser
amados, de comunicar, de escuchar, de sentir calor, seguridad, de ser comprendidos…
Pocas cosas materiales te harán feliz si no eres capaz de sentir como ser humano en
toda su amplitud. Aprende a amar, a acurrucarte junto a los tuyos, a abrazarlos, a abrazar
al extraño, a tocar su piel, a querer sin pensar, a besar sin explicación alguna, a sentir tus
instintos y dejarlos ir, a permitir que las lágrimas caigan por tu rostro, a dejar que tu
corazón se encoja ante la pérdida, a explotar de alegría gritando a la majestuosidad de la
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noche estrellada, a jugar con los tuyos, a procrear, a comprender al otro, a sentirlo parte
de ti, a reconocer tus éxitos y también tus fracasos. Vive, en toda su extensión.
Ser feliz cuesta muy poco, pero la felicidad no la encontrarás bebiendo un refresco de
cola. Nadie puede vendértela. La felicidad es tuya, recupérala.
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LO ESENCIAL Y EL CAMINO
Nuestras vidas llevan tanta urgencia que a veces nos olvidamos de lo importante, del
núcleo, de lo que nos mantiene. ¿Qué es «lo esencial»? ¿Qué es lo que más aporta, lo que
más significa, lo que más queremos?
En ese sentido, cada uno de nosotros tiene que definir qué es «lo esencial» para él o
ella. Para mí lo esencial es Belén, nuestra hija Noa, mi hermano, mi madre, mi familia y
la familia de Belén, también mis amigos Nacho, Joan y algunas personas más a las que
quiero. Eso es lo importante, o lo que más significado da a mi vida.
Lo esencial hay que cuidarlo, dedicarle tiempo y planificar tu vida para que esté en
sintonía con esta parte tan vital de tu existencia. Para mí, en este momento de mi vida, no
tiene sentido vivir en otra parte del mundo que no sea Valencia porque es donde están
las personas a las que más quiero. Eso es para mí pensar en lo esencial. En culturas como
la estadounidense, con la mayor tasa de individualidad del mundo, las personas suelen
vivir separadas miles de quilómetros de sus seres queridos, esto es lo habitual. En mi caso
no podría hacerlo así, porque quiero estar muy cerca de las personas que amo. Me
sentiría mal sin tener a mis seres queridos a menos de treinta minutos de mí, nuestra
cultura es más colectivista.
Pensar en «lo esencial» también es planificar mi agenda y mi vida en sintonía con mis
obligaciones familiares, pensar en tener muchas vacaciones juntos, por ejemplo. Para
cada persona lo esencial es diferente. Puede ser una persona o varias, puede ser un lugar
o muchos, puede ser un concepto que tú definas a tu medida
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tal y como soy. Es algo así como un seguro a todo riesgo. Podría hoy mismo ir a casa de
mi abuelo de noventa y siete años, mis suegros, mi madre, mi hermano o mis mejores
amigos, sentarme en el sofá y decir: «Necesito ayuda», y tendría todo lo necesario para
volver a recomponerme.
En lo esencial no tiene que haber la toxicidad que existe en muchas relaciones. Los
comportamientos tóxicos (culpar, ponerse a la defensiva, hacerse la víctima o faltar el
respeto) hacen que muchas familias se rompan, que muchos «amigos» se pierdan.
Porque en lo esencial no tiene que existir el miedo, sino el amor. Y el amor no entiende
de toxicidad ni de miedos.
Si hay mucha toxicidad en tus relaciones más cercanas es porque hay muchas heridas
que sanar o no son las relaciones adecuadas.
Muchas personas se aferran a amigos o a relaciones tóxicas porque creen que están
dentro del círculo de lo esencial, pero no es así. Parecen lo esencial, pero si hay toxicidad
no son esenciales.
Luego está «el camino» que cada uno tiene que seguir en la vida. El camino es otra
cosa, no es «lo esencial», pero también es fundamental.
Para cada persona «el camino» es diferente. Mi camino tiene que ver con impactar
positivamente en los demás, vivir con mucha calidad de vida y actuar de forma
inteligente cada minuto. He conseguido mucho hasta hoy y también sé que me queda
mucho por recorrer, pero tengo ganas, motivación y fuerzas de sobra para dar lo mejor
de mí.
La clave es que «lo esencial» no tiene que ser un freno para «el camino».
Si las personas a las que quieres frenan tu camino, entonces tienes un conflicto muy
grande, y deberás reevaluar qué es lo esencial. En ocasiones tienes que no hacer caso o
alejarte de lo que crees que es esencial para seguir tu camino. Es un precio duro, pero en
ocasiones no hay otra posibilidad.
Por suerte, o por «causalidad», casi siempre he encontrado personas a mi lado que
creían en mi camino y no me pusieron frenos a todas mis locuras, caprichos y aciertos
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varios. Y eso me hizo muy feliz.
Te invito a recordar estos dos conceptos: «lo esencial» y «el camino», pues ambos son
vitales y deben ser compatibles. Busca lo esencial y sigue tu camino.
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TU MEDIA NARANJA
Uno no sabe cómo, pero hay momentos en su vida en los que se cruza mágicamente
con su media naranja, con esa persona con la que podría compartir toda su existencia. Yo
tuve la suerte de cruzarme con ella hace ya muchos años. Coincidir no es tan fácil, pero a
veces ocurre.
Por aquel entonces Belén asistía a un programa de formación en el que yo era
profesor y, desde entonces, no le he podido quitar la mirada de encima. Un tiempo
después, no solo tengo la suerte de que compartamos la vida juntos, sino que además
hayamos creado una familia.
La vida es caprichosa y a veces nos da varios rodeos para llegar al lugar que nos
quiere mostrar. A mí también me los dio, me tuvo unos años de aquí para allá, sin
encontrar esa sensación que uno tiene cuando está con la persona con la que desea vivir
el resto de sus días. Pero el día que la conocí supe que esto era para siempre.
Seguro que lo has sentido alguna vez y seguro que incluso te costaría expresarlo con
palabras. Yo tampoco sé cómo hacerlo, lo único que ocurre es que sientes un algo dentro
que te hace sentir la persona más afortunada del mundo.
Hay relaciones tóxicas, ya lo sabes, casi todos hemos vivido alguna por un tiempo.
Relaciones basadas en el miedo y no tanto en el amor. Y como existe miedo, pues claro,
existe enfado, rencor, celos y otro tipo de emociones ajenas al amor.
Pero cuando existe amor suficiente, este elimina todo aquello que puede perjudicarle
a su lado. Es como un virus, pero de los buenos y de los que no tiene cura. Ya lo decía
Leonard Cohen en una de sus míticas canciones: There is no cure for love, «no hay cura
para el amor».
A veces creemos que existe amor suficiente en nuestras relaciones, pero en realidad lo
que hay es miedo. Miedo a estar solos, al rechazo, a la pérdida, simple miedo…
Belén y yo insistimos mucho en esto, en que nuestra relación no puede estar basada
en ningún tipo de miedo. El miedo es enemigo de nuestro amor, así que cuando asoma
por la puerta le damos un puñetazo en las narices y nos metemos en la cama. No
queremos miedo cerca de nosotros. Si te quiero, te quiero hoy y te quiero para siempre.
Trabajamos desde esa visión y la alimentamos cada día con infinidad de detalles.
Me maravillan muchas cosas de ella:
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La gran capacidad que tiene para estar a mi lado pese a que a veces soy un bicho de
los más raros.
La entereza con la que lleva las situaciones difíciles de su vida.
Lo poco que la escucho quejarse.
Lo detallista que puede llegar a ser.
Las notas que, cada vez que salgo de viaje, encuentro en mi maleta.
Su capacidad de pedir perdón y la de perdonar.
Son tantas que podría estar media vida escribiendo sobre ello.
Uno no puede estar a medias con su pareja, eso ya lo sabes. Cuando estás a medias es
porque tienes dudas y las dudas son ajenas al amor. Tengo la suerte de no tener dudas, de
saber que ella y yo vamos a vivir juntos. Porque nos apetece hacerlo y porque decidimos
hacerlo cada día.
Si tienes dudas es que quizás no es la persona, quizás te estás tratando de
autoconvencer: «Sí, sí es la persona, lo que pasa es que…» No, si te dices algo así es que
no es la persona.
Yo no puedo entender cómo, con todas mis imperfecciones, una mujer como ella se
acerca a mí, decide vivir toda su vida conmigo y apostar por nuestra relación cada día.
¿Será porque ella no ve mis imperfecciones?
Creo que la clave consiste en enamorarse de una persona imperfecta y de amar
incluso estas imperfecciones. Belén no es perfecta tampoco, pero es ella, la mujer a la que
decido amar cada día, porque para mí merece la pena estar a su lado toda una vida.
Muchas personas piensan que en el amor hay que buscar a tu alma gemela, a alguien
como tú. No estoy de acuerdo, a ti ya te conoces demasiado. Sería horrible que la persona
que comparte mi vida fuera como yo, ¡no podría aguantar ni el primer año!
Lo que uno busca es alguien que tenga una visión parecida de las cosas importantes
de la vida, porque será lo que determinará en qué medida podemos convivir. Una
persona que comparta una forma de pensar parecida sobre la importancia de la familia,
los hijos, el trabajo y otras cuestiones que cada día llamarán a la puerta de la relación.
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Aunque, más allá de este aspecto tan logístico, lo que yo busco es a alguien que sea mi
fan número uno. No una fan de César Piqueras el escritor, sino del otro, del que algunos
días llega de viaje a las once de la noche sin ganas de hablar demasiado, o del que a
menudo necesita retirarse a un monasterio para escucharse a sí mismo, o del que trabaja
muchos domingos, o del que todavía tiene unas cuantas imperfecciones emocionales que
ir arreglando. Eso es lo que busco, alguien que sea fan también de esta parte de mí.
Y, sobre todo, alguien con quien tenga chispa, con quien pueda pasar las veinticuatro
horas de los cincuenta y un días de vacaciones que tenemos en verano, sin una discusión
estéril. Alguien con quien poder convivir todo el día mientras disfrutas de la vida en toda
su extensión. Y, cuando llega la noche, te apetezca abrazar y seguir durmiendo a su lado.
Cuando sientes que alguien te ama de esa forma, descubres que tú también quieres
hacer lo mismo, y el trabajo de amar es más sencillo. Porque amar realmente consiste en
darle alas a la otra persona para que vuele todo lo alto que quiera. Y, cuando los dos
hacemos lo mismo, los dos volamos y nos sentimos felices.
Hace unos años le escribí esta dedicatoria para uno de mis libros:
«Me pregunto si las estrellas brillan con el fin de que, algún día, cada uno pueda
encontrar la suya.» El principito.
«A Belén, mi estrella, y quien me enseña que el amor es fácil.»
Hoy añado: «Gracias por mostrarme cada día cómo el amor es fácil.»
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CAMBIAR A LAS PERSONAS
Vamos por ahí queriendo mejorar el mundo. Somos tan prepotentes que nos
ofuscamos en querer cambiar al otro continuamente. No nos hemos dado cuenta de que
cambiar a las personas es, en realidad, una proyección sobre lo que nos gustaría cambiar
de nosotros mismos.
Cada día me encuentro con personas que quieren cambiar a otros:
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Querer cambiar al otro es una proyección, es algo que lanzamos ahí fuera porque
somos incapaces de cambiar nosotros desde dentro. Ante la dificultad, es más fácil ver la
paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.
Generalmente, las cualidades que queremos cambiar en los demás forman parte de
nuestra sombra, de ese saco de cosas y cualidades que hemos desterrado de nosotros
mismos, que no queremos ni ver, con las que nos llevamos bastante mal, pero que sin
embargo siguen ahí llamando a tu puerta diciendo: «Eh, estoy aquí, ¿vas a aceptar que
también formo parte de ti o tengo que seguir apareciéndome en otras personas?».
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hijo cambie puede comportarse con menos tensión y rigidez, comprendiendo el
complejo mundo emocional de un niño o adolescente.
Se requiere urgentemente una mirada más humilde, se precisan personas humildes
que acepten, que no juzguen, que no digan lo que hay o no hay que hacer… Cualquier
adepto al budismo nos diría, con una sonrisa en el rostro, que en la aceptación está el
cambio.
Te invito a hacer un análisis de las relaciones que tienes ahora mismo: laborales, de
pareja, familiares, amigos. Seguro que a veces has querido cambiar cosas del otro.
Siempre hay personas a nuestro alrededor que no concuerdan con nuestra forma de ver
la vida: ese hermano que…, esa pareja que…
Encuentra dentro de ti cualidades similares con las que te llevas bastante mal. Por
ejemplo, si dices: «Me molesta que mi pareja sea tan permisiva con nuestros hijos» es
muy seguro que con tu propia permisividad hacia ti mismo tampoco te llevas del todo
bien.
Aprende a llevarte mejor con esas partes negadas de ti mismo, reconoce que tú
también las tienes de alguna forma. Empieza a reconocer y a considerar que la
permisividad es algo que también forma parte de tu vida: «Vaya, en realidad yo también
soy permisivo con mis clientes», «Vaya, en realidad yo también soy permisivo con la
forma de alimentarme».
Por último, date cuenta de que no hay otro camino que el amor. La mayor parte de
los conflictos con los demás se solucionarían si le pusiéramos más amor. Si
incondicionalmente nos acercáramos al otro con la voluntad de amar y de ser amados.
79
LA ADAPTACIÓN AL CAMBIO
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Como cambiar da miedo, la solución en muchas ocasiones es el bloqueo. Por este
motivo, lo fundamental cuando queremos adaptarnos mejor a los cambios es generar un
sentimiento de confianza. Este sentimiento de confianza se puede crear de distintas
formas, negar que estamos en constante evolución y cambio no hará sino que las cosas
empeoren o estallen frente a ti en cualquier momento. En la vida todo cambia, todo.
Quizás no seas la persona más fiel al cambio y seguramente te dará algo de miedo —o
de desgana— cambiar, pero, ¿qué te impide hacer algo, dar un pequeño paso? Empezar a
caminar, aunque sea solo un poco en la dirección adecuada, hará que puedas ver que el
cambio no es tan difícil como piensas ni tan negativo.
Si no crees en ti no podrás cambiar, te quedarás estancado y no evolucionarás ni
personal ni profesionalmente. ¿Quién eres tú para creer que no podrás conseguirlo?
¿Crees en ti mismo? Genera un sentimiento de autoconfianza, empieza a creer que es
posible y pronto verás como ya no hay vuelta atrás.
Querer cambiar y pensar que todo va a ser un camino de rosas es un error. Cambiar
es difícil y cuesta bastante (más bien mucho). Esto hace que sea necesario que te prepares
para ello, que saques a la luz tu mejor versión, que seas capaz de desempolvar tu mejor
actitud, de dar un paso adelante y de brillar con esa luz propia que en tantas ocasiones te
ha hecho triunfar.
Cambiar es necesario y, aunque te cueste aceptar algunos de ellos, la vida es cambio.
81
DE POR VIDA
El crecimiento personal está de moda: «cambia tu vida», «deja de ser como eres»,
«descubre tu mejor versión», y todo un sinfín de mensajes que escuchamos en charlas,
leemos en libros o vemos en películas. Me parece extraordinario que como sociedad
estemos evolucionando hacia un lugar de mayor bienestar personal y que la mejora
personal esté dentro de nuestras vidas.
Creo que la evolución y el desarrollo de cada uno de nosotros es algo tan necesario
como que hemos venido a este mundo a amar y a realizarnos. Sin ello, nada tendría
sentido. Sin embargo, me doy cuenta de lo mucho que cuesta cambiar, de lo difícil que es
ese cambio y, sobre todo, de que nunca se llega a producir el cien por cien de la mejora,
ya que nos dejamos un tanto por ciento del trabajo sin hacer.
Soy el primer abanderado que piensa que casi todo se puede mejorar o cambiar, que
nada está del todo escrito, que siempre cabe la posibilidad de aprender algo nuevo, de
llevarnos mejor con nosotros mismos. Pero también, por lo que he podido ver en los
demás y experimentar en primera persona, hay sentimientos que te acompañan de por
vida.
Nos agarramos a nuestros sentimientos porque nos dan identidad. Si uno tiene un
sentimiento de inferioridad, esa inferioridad construye su identidad por muchos años y,
con el paso del tiempo, aunque haya trabajado y hecho un titánico esfuerzo por superar
este sentimiento, la inferioridad seguirá apareciendo en su vida de una u otra forma,
aunque tan solo sea en forma de una efímera sensación de vez en cuando.
No podemos dejar de ser quienes somos, en todo caso podemos mejorar la forma en
la que nos mostramos al mundo. Cuando uno conoce, con cierta profundidad, a las
personas —y a sí mismo— se da cuenta de lo vinculados que estamos a esos sentimientos
que nos acompañan de por vida. No sé cuáles serán tus sentimientos más allegados, las
emociones que más a menudo reconoces en ti. ¿Tú sabes cuáles son?
Los sentimientos los despiertan muchas veces los pensamientos, pero sobre todo los
despiertan las situaciones cotidianas de la vida. Si alguien vivió rodeado de mucha
violencia en su infancia, por mucho que haya trabajado esta violencia en una terapia
individual o en grupos de crecimiento personal, es normal que las situaciones violentas
con las que se encuentre despierten en él una respuesta emocional.
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REFLEXIÓN PARA MEDITAR
Quizá lo que nos ofrece crecimiento personal es poder elegir qué
respuesta queremos tener ante los sentimientos. Eso es lo realmente
poderoso, poder decidir.
El problema no es sentir, pues sentir nos hace estar vivos. Quizá la clave sea modular
los sentimientos en ocasiones, decidir hasta qué punto queremos que nos afecten. La
clave reside en mejorar poco a poco, en ir redescubriendo esas otras partes de ti que no
creías que eras y que también eres.
Hay sentimientos que me acompañan, que vienen conmigo. No puedo pelearme
contra ellos, son una parte de mí, al igual que tú también te encuentras con muchos
sentimientos cada día y muchos de ellos te resultan familiares; son parte de tu historia
personal. Todos tenemos una historia personal que nos ha construido y nos ha dado un
sentimiento de identidad hasta el día de hoy. Algunos días me encuentro con uno de
estos sentimientos, le veo la cara, lo distingo y luego puedo elegir.
No puedes rebelarte del todo contra ti mismo; la verdadera virtud, el camino más
saludable, es la aceptación. En la aceptación está el cambio, y también la felicidad.
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ELOGIO DE LA ACEPTACIÓN
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Lo cierto es que a las personas con poca aceptación de sí mismas, aparentemente, les
suele ir muy bien en la vida, porque nunca creen que es suficiente y siempre quieren
hacerlo mejor. Desde fuera, suelen ser personas que tienen todo bajo control, que no
fallan… Han adquirido tantos buenos hábitos para lograr cumplir expectativas que
suelen ser seres muy queridos por los demás. Quizá tú seas una de ellas.
Sin embargo, por dentro lo pasan excesivamente mal. Cuando algo no sale como
esperaban, su cuerpo se les tensa en exceso, su diálogo interno les manda mensajes muy
destructivos, se llegan a bloquear. Viven bajo el yugo continuo de la autocrítica, del
miedo a fallar. Y en ese lugar falta alegría.
Creer que tu esencia es incompleta porque no eres lo suficientemente bueno en algo
o porque no lo has hecho como los demás o tú mismo esperabas es ir demasiado lejos. Tú
ya eres perfecto. Me gustaría que lo interiorizaras, por favor. Quizás sean las palabras
más importantes que escuches en tu vida: Tú ya eres perfecto. Es posible que tu jefe
quiera las cosas de forma diferente, que tu madre o tu padre nunca estén satisfechos con
lo que haces, pero esto no eres tú, tú ya eres perfecto.
Si a pesar de todo sigues dudando sobre tu perfección, entonces ama la imperfección.
A lo mejor los demás te quieren imperfecto. Tal vez los demás se han enamorado de tus
imperfecciones.
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Disfruta de tus torpezas, aprende a reírte de ti mismo, a mirar con mayor objetividad
todos tus «errores» y «fallos». Cuando uno trabaja este tipo de cuestiones y se lo toma en
serio, al final cualquier error acaba importando más bien poco. El único error importante
es el de no aceptarse a uno mismo. Para practicar esta capacidad, empieza a cambiar tu
diálogo interno al cometer uno de esos fallos. Empieza a decir: «Bueno, yo también me
equivoco», «Caramba, no soy perfecto», «Afortunadamente, todavía no he llegado a la
perfección».
Aceptarte a ti mismo es lo mejor que puedes hacer por los demás, ya que entonces
también los aceptarás a ellos. ¿Piensas que alguien que no se acepta a sí mismo aceptará
al otro? Esto adquiere una especial relevancia para todos aquellos que educamos a niños
y niñas pequeños. La negación de nuestra propia imperfección, la falta de aceptación, se
transmite a los que educamos y se quedará con ellos. Aunque luego le digas a tu hija de
tres años: «No pasa nada si no te ha salido bien, papá te quiere igual», lo que importa
realmente es si tú te aceptas a ti mismo.
Solemos mirar al mundo con las gafas del error. Parecemos directores de calidad
inspeccionando una expedición de productos para el cliente. Sin embargo, en la vida
tenemos que desarrollar la cualidad de ver que todo está bien, de que tú y yo, aunque no
lo queramos ver, ya somos perfectos. ¿Te lo crees?
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¿NO ALCANZAS LA FELICIDAD?
Quizás alguna vez hayas tenido la sensación de ser feliz. Es posible que cuando hayas
sentido esa felicidad te quisieras aferrar al momento, quedarte ahí para siempre. Pero
tanto tú como yo sabemos que es algo irreal. Si no alcanzas la felicidad duradera, puedes
estar tranquilo: no conozco a ninguna persona que lo haya hecho.
Quizás algunos sí sean capaces de lograrlo, pero yo no los conozco en persona. Los
lamas del Tíbet, las personas que alcanzan el estado del nirvana o iluminación, quizás sí
estén en ese lugar en el que existe ausencia de miedo, ausencia de dolor y, sobre todo, una
paz interior duradera y un amor incondicional. Pero el resto de mortales estamos en el
otro lado, en ese lado en el que intuimos qué es la felicidad, pero muy pocas veces nos
sentimos completamente felices.
Alguna vez en mi vida he sido completamente feliz, son tan solo instantes, segundos.
Pero es difícil volver a evocarlos y, de hecho, cuando los busco no los encuentro. La
felicidad tiene esa característica, que cuando la buscas a conciencia no la encuentras. Hay
que dejarse entrar en su mundo, permitir que penetre en cada poro de tu cuerpo, dejar
que la felicidad te imbuya, que te encuentre.
Sin embargo, un día, no sabes por qué, contactas con una sensación de satisfacción
total, de plenitud interior, donde parece que todo está en su sitio. Quizá sea un día
mientras caminas hacia tu coche cuando sales del trabajo, mientras tomas un café con un
amigo o mientras miras a tu hija. La felicidad se esconde en pequeños detalles, en
diminutos instantes que te cortan la respiración. Tiene esa característica.
Pero si no has alcanzado la felicidad, no te preocupes demasiado, es algo normal.
Eduardo Galeano dice una frase que me resulta muy familiar:
«La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte
se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para
caminar.»
Sustituye en esta frase de Galeano la palabra «utopía» por «felicidad» y verás que
tiene todo el sentido del mundo.
La cuestión es que ser feliz por serlo es artificial. Pero sí podemos crear las
condiciones para la felicidad. Es algo así como la motivación en el trabajo: no se puede
motivar a las personas, pero sí se pueden crear las condiciones para que esa motivación
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tenga lugar.
Con la felicidad no te invito a perseguirla, ya que nunca llegarás a ella. Te invito a
caminarla, pues estás en ella, es un camino en el que tú decides caminar cada día.
Hoy puedo ser más feliz si sonrío más.
Hoy puedo ser más feliz si me detengo a mirar un poco más a los ojos a cada persona.
Hoy puedo ser más feliz si en algún momento del día me detengo a dar un paseo o a
estar conmigo mismo.
Hay entornos que promueven la felicidad, pero no la aseguran. Por ejemplo, si hoy
visitáramos un escenario natural precioso, un templo zen o un templo cristiano, muchos
de vosotros os sentiríais felices. La paz que se respira, la calma y el hecho de estar dentro
de un lugar sagrado hace que conectes con una sensación de plenitud considerable,
aunque sea por segundos.
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REFLEXIÓN PARA MEDITAR
La felicidad no es un sitio al que vas a llegar, no es un «qué», es un
«cómo». No es el destino, es el camino.
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SOMOS GRACIAS A LO QUE FUIMOS
Echamos la vista atrás y vemos el camino que hemos recorrido para llegar hasta aquí.
Miramos a nuestro pasado y nos encontramos con eventos y situaciones que hicieron
posible lo que hoy somos. Lo que somos es gracias a lo que fuimos, de eso no tengo
ninguna duda.
Es posible que, si miras a tu pasado y haces una colección de eventos, quedes algo
confuso y sorprendido. Puede que te parezca que todo ello ha sido fruto de la azarosa
vida que, a veces, tira por ti los dados. Uno mira hacia atrás y puede ver:
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también recuerdos, valor. Cada pérdida sirve para tomar conciencia de las cosas
importantes de la vida.
La cuestión es que todo eso está ahí, en una carpeta de tu disco duro que lleva tu
nombre, en la que pone «Historia personal». Está todo dejado caer en algún sitio, de
cualquier forma, porque tampoco has tenido tiempo de abrir ese cajón para empezar a
hurgar y a comprender.
Sin embargo, cuando miras desde la distancia, te das cuenta de que todo tiene un
sentido, incluso lo más difícil de aceptar, lo que más duele.
Al poner cierto orden en nuestro cajón de historias empezamos a encontrar sentido a
todo. Entonces podemos unir los puntos.
Creo que lo que somos es gracias a lo que fuimos, que nuestro pasado siempre nos
conforma y que, por muy negativo que sea, podemos mirar con la serenidad que propone
la distancia y empezar a comprender.
Desconozco quién eres tú, cuál es tu historia, de dónde vienes. ¿Cómo fue tu
infancia? ¿Cómo pasaste la adolescencia? ¿Qué pasó en tu edad adulta? Lo desconozco,
solo tú sabes cómo has llegado hasta aquí. Has trabajado duro, eso sí, y no ha sido fácil.
En mi despacho de casa tengo una foto de mi infancia en la que aparezco con tres
años y una cara que esconde tristeza, apoyando mi espalda sobre una valla de alambre.
Era el invierno de 1981, no había cumplido tres años y en mi familia hacia muy pocas
semanas que mi padre fallecía jugando al tenis sin haber cumplido los treinta y tres. En
ocasiones miro la cara de ese niño y no puedo sino darle un abrazo y decirle: «Tranquilo,
todo está bien. Ya estoy aquí».
Todos tenemos que abrazar nuestro pasado para construir nuestro futuro.
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TEMPERAMENTO Y CARÁCTER
Cuando conocemos a una persona, enseguida nos deja una impronta, que es algo así
como una huella. Todos nosotros dejamos huella, y algunas personas dejan más huella y
otras menos. En algunos programas de formación y grupos con los que trabajo hay
personas a las que casi no se les escucha, ni se les oye hablar, ni incluso se mueven…
Luego me dicen en petit comité: «César, es que los demás no me tienen en cuenta», y yo
pienso: «Caramba, no me extraña. ¿Dónde has estado estos dos días en los que los demás
hemos hecho de todo?».
Dejar huella también tiene que ver con tu presencia, con tu participación, con tu
involucración activa en el mundo en el que vives.
Generalmente calificamos el tipo de temperamento según cómo percibimos a las
personas. Podríamos decir que alguien tiene un temperamento agresivo, pacífico,
paranoico, colérico, alegre, pasota y un largo etcétera de formas de ser. Hay una parte de
nosotros que nos viene dada, que está en el ADN, esta parte es tu temperamento.
Al igual que en tu ADN viene determinado si vas a tener ojos azules, vas a ser alto,
rubio o moreno, también una parte de tu forma de ser viene condicionada de casa.
Sin embargo, no hay que confundir esto con el carácter. El carácter es lo que tú
adquieres, lo que vas aprendiendo, la parte de tu personalidad que alteras, que cambias,
que puedes modificar. Uno puede nacer con un temperamento introvertido, pero con los
años desarrollar su extroversión. Es decir, desarrollar su carácter.
El carácter se forja sobre todo en la experiencia de vida. En los primeros años,
principalmente. Aunque luego tenemos toda una vida para ir modificándolo, cambiando
y evolucionando.
Cada vez que me encuentro con una persona con la que me cuesta tratar, siempre me
pregunto cómo habrán sido sus primeros años de vida.
Lo cierto es que nuestros primeros años de vida condicionan nuestra existencia
enormemente. Es posible que muchos de vosotros, lectores, hayáis sufrido experiencias
traumáticas, como la muerte de un ser querido…
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o sufriendo una enfermedad vuestra o de alguna persona cercana;
o habiendo tenido una familia ausente;
o una familia rota;
o haber vivido en un país bajo una fuerte crisis social y económica;
o haber crecido con un carácter paterno demasiado autoritario.
Todas las experiencias que vivimos en los primeros años de vida se quedan grabadas
como huellas que impregnan nuestra forma de ser y que se mezclan con nuestro
temperamento —el que venía por ADN— para formar nuestra personalidad adulta.
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La segunda asignatura pendiente es la nuestra como educadores de otros que vienen
detrás. En nuestro papel como padres, tutores, padrinos, profesores, tenemos que velar
por aquellos que nos siguen para que lleguen a ser mejores adultos. Nuestro papel
también es crear un mundo mejor.
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‘HOT POT’
En un viaje con Belén por el norte de Tailandia (Chiang Rai), una noche se nos
ocurrió entrar a un lugar para cenar, quizás el único que se veía por la zona abierto a esas
horas. Aunque Chiang Rai todavía no es zona rural, sí que es la ciudad con algo de
turismo más al norte, justo al lado de Myanmar y Laos. El lugar se llamaba Hot Pot y era
algo así como una cadena de restaurantes cuyo método era muy sencillo. Con el tiempo
nos dimos cuenta de que es muy típico en muchos países del sureste asiático.
Lo primero que veías era muchos cuencos con comida cruda cortada, verduras, algo
de carne, algunos rebozados típicos orientales, parecía todo muy natural. Así que
pensamos: «¡Es genial! Es como un bufé libre, seguro que nos va a encantar.» Nuestra
mentalidad era positiva al cien por cien. La cuestión es que entramos en el sitio y nos
sentamos en el primer lugar que vimos, pues todos estaban vacíos.
La camarera nos atendió amablemente, pese a que no nos entendíamos ni en inglés (y
el tailandés no es lo nuestro). La cuestión es que nos preguntó algo así como: «¿Pollo,
verduras o pescado?» Ante esa pregunta, los dos dijimos con cara de tontos: «Pollo,
pollo.»
Lo siguiente que plantó frente a nuestras narices fue lo que se conoce como un «hot
pot», una olla caliente llena de caldo. En este caso de…. lo has adivinado: pollo. Lo bueno
de la olla es que era enchufable, es decir, que se conectaba cuando estaba en tu mesa para
así poder tener el caldito siempre caliente. A mí, que soy un poco delicado para las
comidas, lo del caldo ya no me conquistó del todo.
La idea que Belén y yo teníamos de bufé libre empezaba a desvanecerse ante nuestros
ojos al ver la olla con varios litros —literalmente— de aquel caldo de pollo. Además, esa
misma tarde habíamos visto una escena sobre el manipulado del pollo en un mercado de
calle del que me ahorraré las explicaciones.
¿En qué consistía el «hot pot»? Pues en que ibas a tomar, de aquellos cientos de
cuencos, todo aquello que te apetecía y lo metías en tu olla. Verduras, carnes, rebozados,
etc. Luego, cuando se había cocinado un poco, te lo zampabas.
Pero nos dimos cuenta de una cosa al poco tiempo: ¡todo tenía el mismo sabor! Daba
igual si lo que habías cocinado era una zanahoria, un poco de tofu o un trozo de carne,
todo sabía igual, a caldo de algo parecido al pollo.
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Ese día yo aprendí que en ocasiones no sirve de nada meter cosas diferentes en la olla,
lo que tienes que hacer es cambiar de olla, de lugar, de persona, de empresa, de país… Si
la olla es la misma, el sabor es el mismo. Si el método es el mismo, el resultado es el
mismo. Lo quieras o no.
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EL ÉXITO ES UN PROCESO MENTAL
¿De dónde viene el éxito?, ¿qué hace a unas personas más excelentes en una
disciplina, profesión o en la propia vida? Creo firmemente en la idea de que el éxito es un
proceso mental, algo que tiene que ver con nuestra actitud.
Hay una mentalidad para el éxito y una para el fracaso. Hay una mentalidad para
cada resultado visible en tu vida. Consigas lo que consigas en la vida, todo tiene que ver
con un estado mental tuyo. A veces no lo quieres reconocer o no lo identificas, pero es
inexorable.
¿Te van muy bien las cosas? Tu mente está trabajando para ello. ¿Te va muy mal? Tu
mente trabaja también para ello.
Las personas con menos nivel de conciencia sobre sí mismos no son capaces de hacer
la interrelación. Les ocurre algo positivo y dicen: «¡Qué suerte!». Les ocurre algo negativo
y dicen: «¡Qué desgraciado soy!». Sin embargo, no sacan la conclusión de que ellos han
puesto algo en el proceso.
Con que te ocurran cosas negativas o positivas no me quiero referir a algunas
consecuencias externas del mundo en el que todos vivimos. Si te contagias del virus de la
gripe, en tu empresa hay una regulación de empleo o tu gato murió anoche, quizá tu
mente no haya tenido mucho que ver, pero para el resto de las cosas te puedo asegurar
que hay una correlación directa entre tu mente y tus resultados.
Si analizas a los grandes en cualquier disciplina pronto te darás cuenta de que su éxito
no viene de un entrenamiento todavía más intenso, sino de una convicción clara: voy a
ganar.
Por eso sostengo que el éxito es un proceso mental, algo que depende tu actitud. Hay
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quien piensa que solo es «en parte». Yo también lo creo, pero en mi día a día prefiero
trabajar pensando sobre la idea de que hay una relación causa-efecto fuerte y directa. Si
lo consigo es porque creo en ello. Si no lo consigo es porque de alguna forma yo también
he creado esa realidad.
El éxito mental crea realidades de éxito en tu mundo. Quizás pienses que soy un
idealista, pero tanto si piensas una cosa como la contraria, tienes razón. Ya lo dijo Henry
Ford hace tiempo: «tanto si crees que puedes conseguirlo como si no, tienes razón».
Empieza a creer que tu estado mental será tu mejor aliado y pronto verás los resultados.
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respuesta. De esta forma, estarás preparando tu mente para elegir la opción correcta.
Quizás al principio sea un microsegundo y más adelante consigas pensar algunos
segundos antes de actuar, unos segundos mágicos en los cuales puedes decidir sobre tu
futuro, porque ya no dependes del estímulo, sino que eres tú quien decide la respuesta.
El fin último de la responsabilidad es como su propio nombre indica: «respons-
habilidad», o la habilidad de dar una respuesta.
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TÚ ERES EL PROTAGONISTA
Quizá no te hayas dado cuenta, pero en estos años que te va a tocar vivir tú eres el
protagonista. Claro, podrías pensar que no es así, que en tu película ocurren cosas feas,
que no te gusta lo que ves, que de protagonista no tienes nada…
Lo entiendo, no siempre las cosas son como uno quiere, pero vivir de espaldas a la
vida no te traerá sino más disgustos, más sensación de fracaso y no de éxito.
¿Sabes algo? Conozco a la única persona que puede mejorar todo esto: tú.
Puedes tomar conciencia de que eres el mejor, el megacrac, la heroína, Superman, o
puedes vivir negándolo toda tu vida. Nadie vendrá a salvarte, nadie te quitará de encima
esa sensación de víctima, del «no puedo», del «no me merezco». ¿Quién dijo que no
podrías? ¿Por qué no mereces serlo?
En realidad, eres impresionante. Sí, y lo sabes. Pero sigues negándolo.
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De hecho, eres hermoso, maravilloso, mucho más guapo de lo que crees, más
atractivo, y tu sonrisa todavía nos cautiva. Lo que pasa es que has perdido la fe, has
decidido entrar a jugar, pero juegas a no perder. Hoy te invito a jugar para ganar, no hay
otra opción, ha llegado tu día.
Al fin y al cabo, tú y yo vamos a vivir unos cuantos años más, ¿qué tal si lo pasamos
en grande? ¿Te apuntas?
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PERSONAS INVISIBLES
Uno no sabe cuál es el mayor miedo del ser humano, especialmente cuando a lo largo
de su vida ha tenido motivos para sentirlos todos, en mayor o menor medida. Un día
reflexionaba junto a un cliente sobre la importancia de la motivación en las personas de
su empresa y me daba cuenta de que, quizá, nuestro mayor miedo sea ser invisibles.
Somos gregarios, de eso no cabe duda, necesitamos pertenecer, formar parte de la
manada, sentir que nuestra presencia es también parte del grupo que formamos, que
nuestra aportación es válida.
Creo que la mejor forma de desmotivar a alguien es creando un vacío a su alrededor,
un vacío para el cual el ser humano no está preparado, un torpedo en su línea de
flotación.
Se demuestra que lo que más daño nos hace es la indiferencia, una forma de miedo
escondida bajo el disfraz de la ignorancia hacia algo o alguien.
Anthony de Mello lo expresa perfectamente en una frase: «Lo contrario del amor no
es el odio, sino el miedo.» Los ignorados son temidos de alguna forma, tememos que el
contacto con ellos nos modifique, nos cambie y, por lo tanto, preferimos ignorarlos.
Pero, ¿cuánta gente está siendo ignorada?
No hace falta que mires demasiado lejos, están a tu lado. En tu empresa, en el barrio
donde vives, en tu familia, en tu ciudad, en el colegio de tus hijos.
Los ignorados son invisibles, pasan desapercibidos, cargan con su pena a cuestas y
con una etiqueta bien grande que dice «No me mires».
Si subes hoy al metro de tu ciudad, verás a más de una persona que se siente así, que
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se ha acostumbrado tanto al vacío que la sociedad ha hecho a su alrededor que se siente
una persona invisible.
Quizás no tengas que ir tan lejos, es posible que tú también te sientas ignorado o
ignorada de alguna forma:
Quizás tus opiniones no cuenten.
Quizás no tengas a nadie que, cuando llegas a casa te abrace y te diga que «te echaba
de menos».
Quizás tu teléfono no suene para escuchar un «¿Cómo estás?».
Quizás hace tiempo que nadie te mira a los ojos durante tan solo unos segundos.
Me duele que haya personas que se sientan invisibles y, más aun, que los demás, sin
pretenderlo conscientemente, las hagamos invisibles sin darnos cuenta.
Me siento dolido cuando veo que, en algunos foros, alguien con cierta relevancia
empresarial dice aquello de: «Lo más importante en nuestra empresa son las personas»,
esa frase tan manida y que luego, cuando visitas su empresa, te das cuenta de que las
personas no cuentan más que como recursos, como manos sin cerebro ni corazón.
Una vez escuché: «Los mejores directivos son las mejores personas», y creo
firmemente en esa afirmación. Pienso que sobre esta creencia tenemos que construir
nuestro mundo empresarial y personal. Si somos mejores personas, todo a nuestro
alrededor será mejor. Si recordamos que somos luz, todo será más fácil.
Nadie tendría que sentirse invisible, al menos no podemos permitirlo ni promoverlo.
En el seno de una sociedad cada vez más consciente, no podemos permitir que la
persona que tenemos al lado se sienta sola o ignorada. Debemos dar visibilidad a los que
se sienten invisibles.
Creo que todo esto lo podemos cambiar, tú y yo lo sabemos bien. Además, es un gran
logro para uno cuando puede hacer sentirse a alguien un poco más especial. No quieras
cambiar el mundo, empieza por cambiar algo sencillo que haya a tu alrededor.
• ¿Qué tal dar las gracias mirando a los ojos durante un par de segundos a quien te
ha servido hoy el café?
• ¿Por qué no sonreír a esa persona con la que te cruzas en la calle?
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• ¿Qué tal felicitar a esa persona que trabaja para ti por su entrega y por los años que
lleva en el proyecto?
• ¿Por qué no preguntar «¿Cómo va todo?» a esa persona que se sienta a tu lado en el
autobús y que hoy parece preocupada?
• ¿Cómo sería hacer sentir especial a alguien que trabaja a tu lado y que sabes que no
pasa por un buen momento?
• ¿Por qué no llamar a esa persona que hace tanto tiempo que no sabes de ella y
preguntarle «Cómo estás»?
Creo que nuestra mayor virtud es el amor. No creo en otra fuerza, ni en algo más
maravilloso que el propio amor en todas sus expresiones: confianza, amistad, bondad,
solidaridad, felicidad, entrega…
Da lo mismo si hablamos de una empresa o de nuestra vida personal, sin amor no
hay nada, el amor mueve el mundo. «Si no tengo amor no soy nada», diría san Pablo en
su mítica carta a los corintios.
Creo que tenemos que hacer visibles a todos aquellos que hace tiempo pensaron, e
incluso llegaron a creer, que eran invisibles y que, desde entonces, pocas personas les
miran y se acuerdan de ellos.
El corazón se les ha acorazado, pero no ha dejado de latir. Nuestra misión es que ese
latido se oiga, que no pase desapercibido nunca más.
Esos invisibles son la mayor parte de las veces los que más ayudan, los que cuando te
caes al suelo te echan una mano, los que también te miran a ti a hurtadillas porque tu
cara hoy parece preocupada.
Tú también eres invisible de alguna forma, y yo también me siento invisible a veces.
Hagamos que nadie se sienta invisible.
Virginia Satir lo expresaba perfectamente en un texto memorable:
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Cuando se ha hecho esto,
siento que se ha establecido contacto.»
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EL UNIVERSO DE LAS COSAS IMPOSIBLES
¿Cuántas cosas te gustaría poder hacer?, ¿qué sueños todavía no has cumplido por
remotos que parezcan? Creo que cada uno de nosotros tiene dentro de sí un universo de
cosas imposibles, por llamarlo de algún modo; pero en realidad es lo que uno cree, que
son imposibles.
Sería un buen título para una novela, «El universo de las cosas imposibles», ese lugar
en el que existen todos aquellos sueños que creemos que no podemos hacer realidad pero
que van a parar a alguna parte, como los besos que no damos.
Pienso que nuestro paso por la vida tiene que conectarnos mucho más con todo
aquello que creemos que no somos pero que podemos llegar a ser.
Cada día confío más en el ser humano, en su potencial, en la capacidad que tiene para
hacer cosas increíbles y, sobre todo, para amar sin medida.
Recuerdo la primera mañana que pasé en casa después del nacimiento de Noa. La
noche había sido movidita, como puedes imaginar. Se despertó un par de veces o tres y, a
oscuras, fui a verla, cambiarla, mimarla, hablarle, dormirla... Era un sueño interruptus
que duraba unos cuarenta y cinco minutos. Belén se despertó aún más que yo.
Noa era para mí un imposible, una de esas opciones remotas que uno nunca espera
ver hecha realidad, porque son tan especiales que parecen inciertas. Cuando nació nos
sentimos muy agradecidos por poder tenerla entre nuestros brazos. En mi muro de
Facebook publiqué: «Noa encontrándose con el mundo y yo, encontrándome con ella».
Es posible que tú tengas algunos sueños que quizás creas también imposibles,
inciertos. Permíteme una observación: no lo son. En un universo paralelo existen y tienes
la capacidad de conectar ese universo con el que ahora vives.
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¿De qué material están hechos los sueños? Me gusta creer que los sueños están
hechos de ilusión, de energía, en definitiva.
¿Cómo entramos en el universo de las cosas imposibles? Mediante nuestra capacidad
de soñar y nuestra capacidad de hacer. Sueños y energía: dos cosas que hacen falta para
entrar en el universo de las cosas imposibles. Por suerte, los seres humanos disponemos
de ambas en abundancia.
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EL TREN NO HA PASADO TODAVÍA
Todos tenemos deseos y anhelos que todavía no se han hecho realidad, pero quizás
con los años hayas adquirido esa vieja costumbre de pensar que tu oportunidad ya ha
pasado. Me gustaría decirte algo: tu tren no ha pasado todavía.
El ser humano tiene virtudes extraordinarias, aunque algunas veces entramos en
modos de funcionamiento que no nos ayudan demasiado a alcanzar la plenitud. Cada vez
que pensamos que alguna oportunidad ya no es para nosotros, nos estamos haciendo
más pequeños. Tu corazón se encoge y te quedas tumbado en el sofá.
Algunas personas me dicen:
«César, yo ya soy demasiado mayor para eso.»
«Es que tengo dos hijos.»
«Cuando tenía entre treinta y cuarenta años todavía me veía capaz, pero ahora…»
«Eso es para otros, yo ya no valgo…»
No dudo que haya cosas que, con la edad, como obligaciones, familia o lo que sea,
uno no quiera abordarlas. Por ejemplo, yo sé que ciertos deportes, al mismo nivel que los
practicaba, no los volveré a practicar veinte años después. Hacer un descenso con la bici
de montaña por un cortafuegos lo hacía cuando tenía dieciocho, pero ahora freno mucho
más a menudo y casi siempre ruedo por seguras pistas forestales, mi salud vale más que
la posible adrenalina de un momento. Elijo no hacerlo.
Cuando eliges no hacer algo entonces tú tienes el poder; cuando te resignas entonces
te quedas sin ningún tipo de fuerza.
Muchas personas se resignan a no vivir vidas mejores, y se sienten víctimas de algo:
del sistema, de la edad, del matrimonio, de sus responsabilidades familiares…
En realidad, lo único de lo que son víctimas es de sí mismos. Entonces es cuando
decimos: «Yo no valgo», «Eso no es para mí», «Ya soy muy mayor».
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Cuando dejé mi trabajo en el 2006 para irme a vivir y estudiar a una universidad de
Londres era un joven de veintiocho años sin obligaciones familiares. Muchos decían:
«Claro, tú puedes hacerlo, no tienes hijos». El director financiero de la empresa en la que
trabajaba entonces lo hizo dos años más tarde que yo. Estaba —y está— felizmente
casado, y tenía ya entonces dos hijos como dos soles. Dejó la empresa y se fue a vivir a la
misma casa que yo, en el mismo barrio, Highbury & Islington, para aprender lo que
siempre había soñado: hablar inglés perfectamente.
Pudo pensar: «Mi tren ya ha pasado», y, sin embargo, pensó: «Mi tren todavía está
por llegar». Se armó de valor y movió cielo y tierra para conseguirlo.
Te invito a que también pienses tú de esta forma: tu tren todavía está por llegar.
Quizás pienses que no es así, seguramente lo sientas incluso por todo tu cuerpo, una
sensación de desgana e incertidumbre recorriendo tus extremidades. Pero quiero que
sepas que estás muy equivocado.
Acepta la realidad o cámbiala, pero no te quedes parado en modo víctima.
Me gusta pensar que casi todo lo que me ocurre lo he elegido consciente o
inconscientemente yo. Quizás sea una forma demasiado «orgullosa» de andar por la vida,
pero al menos no me siento víctima de nada.
Las cosas salen bien o salen mal, pero no es porque el universo confabule a favor o en
contra de ti, sino que es porque te esfuerzas en la dirección correcta o todo lo contrario.
Me aplico esta filosofía de vida a nivel personal. Si un proyecto sale es porque soy un
crac, si no sale es porque no supe conquistar al cliente. Si la cosa va bien es porque
trabajo con una pasión titánica, si no va bien es porque me he relajado más de la cuenta.
Y así sucesivamente.
Sinceramente, pienso que la mayor parte de trenes de tu vida —y también de la mía—
están todavía por pasar. Y te diré algo más: me subiré a muchos.
El tren de la vida nunca pasa en realidad. Vivir es algo así como un bucle de
experiencias que puedes ir aprovechando y viviendo. Pero no conviene que te esperes a
última hora para subirte al tren o no te quedará tiempo.
Si por alguna de aquellas frases como: «Tienes familia y todavía no te has tomado ese
año sabático que te prometiste alguna vez», «Tienes una hipoteca demasiado grande y
todavía no has emprendido la empresa que siempre habías soñado», «Tienes sesenta y
cinco años y todavía no has encontrado al amor de tu vida», que sepas que el tren todavía
no ha pasado. Así que alegra esa cara y regala tu sonrisa al mundo.
Hay quien atribuye al universo unas funciones que bajo mi punto de vista se le
quedan grandes. Muchos dicen: «Estaba escrito», «El universo ha confabulado para
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que…». Podríamos atribuirlas también a cualquier dios o a los numerosos dioses que el
ser humano ha creado a lo largo de los años. Yo te invito a que no te quites importancia,
tú eres ya ese Dios que crees que te concede favores o miserias. O al menos una parte de
él.
Así que empieza a saborear la vida y a subirte a más trenes.
El universo ya se ocupa de demasiadas cosas como para estar pendiente de
concederte o dejar de concederte nada. Eres tú el responsable de tu propia vida. Vive.
Machado nos decía: «Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo,
despertar.»
Despierta.
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PUEDES SUFRIRLO O DISFRUTARLO
El día a día que vivimos nos va poniendo a prueba y, ante cada situación, tú decides
una de las dos opciones: sufrirlo o disfrutarlo. Creo que lo que marca la diferencia en la
vida de uno es con qué actitud afronta todo.
¿Qué hace a unas personas más felices que a otras? ¿Por qué Bután es el país con
mayor índice de felicidad del mundo? ¿Se debe a todos los bienes materiales de los que
disponen? ¿Se debe al buen tiempo? No lo creo.
Las personas no son felices porque las cosas les vayan más o menos bien, porque
tengan más o menos bienes materiales, ni tan solo porque hayan cumplido con muchas
de las que en el mundo civilizado llamamos necesidades básicas.
Las personas son felices porque deciden serlo. Puedes sufrir la vida o puedes
disfrutarla. Es tu elección.
A lo largo de la vida nos van ocurriendo cosas, vamos acumulando experiencias cada
día y, con ellas, sentimientos. Queramos o no, uno las puede sufrir o las puede disfrutar.
Preguntando a dos personas por el mismo tipo de día, nos podemos encontrar con dos
relatos distintos:
Individuo 1: «Ayer fue un día de mucho trabajo, me levanté demasiado temprano y
encima tuve un problema al arrancar el PC en la oficina. Luego todo el día fui como loco
de un lado para otro. Además, no conseguí hacer deporte. Fue un desastre de día.»
Individuo 2: «Ayer fue un día tremendo. Desde muy temprano estuve trabajando y
me involucré en proyectos que me apasionan, aparecieron dos oportunidades
comerciales nuevas con muchas probabilidades de cierre que vamos a estudiar.»
Las dos personas han vivido el mismo día, pero una logra ver solo la parte negativa de
este.
En la medida en la que hablamos de la vida, estamos diciendo a los demás cuán
felices somos. Si en tu relato existe sufrimiento, estás haciendo de todo menos disfrutar.
111
Hace unos años un amigo me dijo: «César, siempre que te pregunto “cómo estás” me
dices: “Ya con ganas de tomarme unas vacaciones.”» Me hizo reflexionar sobre la
importancia de disfrutar del momento. Algo que por aquel entonces yo no estaba
haciendo lo suficiente. Cambiaría mucho si mi respuesta fuera: «Estupendamente», o,
como me dijo alguien en una ocasión: «Efervescente.» Pues eso, creo que es mejor
sentirse efervescente que «ir tirando», como dicen algunos.
La cuestión es que hagas lo que hagas, repito, «hagas lo que hagas», puedes pasarlo
bien o puede ser el martirio de tu vida.
Cuando estuve hace unos meses trabajando en Lugo, a las 7.00 de una fría mañana de
invierno en la que llovía, un barrendero limpiaba las calles. Mientras lo hacía, silbaba.
Estoy seguro de que dos manzanas más allá había otro barrendero maldiciendo: «Vaya
día más malo hace, ¡y yo aquí barriendo!». Esta experiencia me hizo reflexionar sobre la
importancia de la actitud en la vida.
No puedes echar la culpa a un agente externo de que no seas feliz. Seguramente no es
así. Quizá pienses que porque
te has separado,
tienes una enfermedad,
tu cuenta bancaria está en números rojos,
tu empresa va a cerrar,
te han despedido,
no eres feliz.
Pero el ciclo no funciona de esa forma. Hay personas que están viviendo con esas
circunstancias —y peores— y son felices. Y hay otras que, teniendo todo lo que un ser
humano normal diría que necesita para ser feliz, son infelices.
Por eso la felicidad no es un algo, sino un cómo. No es un «como tengo todo esto, soy
feliz», sino un «soy feliz» a secas.
Pero claro, esto es complicado de aprender. Para mí al menos lo es. Voy dando
pasitos poco a poco. Desde hace tiempo, cuando me preguntan cómo estoy, digo:
112
«Estupendamente», aunque si estoy muy motivado entonces debería decir:
«Efervescente.»
No había caído, la felicidad es… felicidad. Y punto.
113
ACTITUD CON «C»
A menudo doy conferencias sobre el tema de la actitud, sobre cómo tiene que ser
nuestra predisposición mental para tener éxito. Como ya he explicado previamente, soy
un fiel defensor de la idea de que es uno mismo quien se labra el éxito o el fracaso. Para
mí la actitud es la clave (sí, con «C»). Puedes haber leído muchos libros y tener la mente
llena de conocimientos, puedes incluso haber aprendido muchas habilidades, pero si tu
actitud no es la adecuada, ningún cambio será posible.
¿Cuál es la actitud adecuada para el éxito? La más necesaria para poder cambiar es el
compromiso (también con «C»). Cuando una persona está comprometida con algo es
muy difícil que no lo consiga. Cuando todas tus células vibran por conseguir una meta,
no creo que exista nada que te lo pueda impedir. Por este motivo, si todavía no hemos
conseguido algo, conviene preguntarse lo que viene a continuación.
En ocasiones, nos mantenemos demasiado fieles al statu quo, tenemos miedo a ser
diferentes, de alguna forma de nuestra inmovilidad obtenemos ganancias secundarias,
recompensas que nos mantienen anclados a nuestra realidad presente y nos impiden
avanzar hacia nuestra realidad futura. ¿Cuál es el miedo? El miedo es el vacío, salir de la
zona de confort en la que estamos. ¿Qué será de ti cuando ya no tengas algo a lo que
agarrarte, cuando hayas saltado del precipicio y te encuentres sobre el vacío? Por este
motivo, y ya que cambiar es difícil, la persona que desea algo necesita estar
comprometida con la idea de conseguir esa meta.
114
• Es el compromiso el que te ayudará a saber que los pasos más importantes de la
vida requieren de esfuerzo y constancia y, por lo tanto, una dosis alta de empuje y
automotivación personal.
Si me permites dos preguntas: ¿Cuál es tu siguiente meta? ¿En qué medida estás
comprometido con esa meta?
115
NADIE CAMBIÓ EL MUNDO QUEJÁNDOSE
Un día caminaba con mi buen amigo Nacho mientras reflexionábamos en voz alta.
Empezamos a ponernos filosóficos y a hablar de la influencia de nuestros pensamientos
en nuestras vidas, de dejar de criticar como costumbre y empezar a crear aquellas
condiciones que deseamos.
En ocasiones la crítica parece ser el deporte nacional, aquello que a todos, de una u
otra forma, nos gusta hacer de vez en cuando, incluyéndome a mí, que caigo en sus
garras muchas veces sin darme apenas cuenta. Criticar no es un buen método para
solucionar las cosas, pero parece que alivia.
No tienes más que reunir a dos o tres personas y ponerlas a tomar un café juntas para
que empiecen a buscar enemigos comunes: el Gobierno, la competencia, el departamento
de una entidad, los extranjeros, el presidente de los EE. UU., etc. Cualquier tema, etnia,
costumbre, gobierno o ideas son susceptibles de ser criticados. Al quejarnos y criticar en
grupo, de alguna forma nos sentimos mejor.
La crítica responde a la necesidad de pertenencia del ser humano. No hay mejor
manera de sentirme parte del grupo que encontrar, junto con otras personas, enemigos
comunes. De alguna forma es natural: nuestro ADN todavía es el de los hombres y
mujeres de las cavernas y, si conocemos a alguien nuevo en nuestra tribu, no hay nada
mejor que buscar enemigos comunes con ese alguien para unirnos todavía más.
Esto ocurre también en muchas parejas sin darse apenas cuenta. Una vez están juntos
no paran de mirar hacia afuera y criticar todo lo que les rodea: vecinos, amigos,
familiares…
Ocurre en los corrillos en las máquinas de café de las empresas. Nos ocurre con
nuestros amigos y seres queridos ¡Qué hay mejor que mirar hacia fuera y criticar algo!
No podemos negar que una buena parte de nosotros es así. ¡Que levante la mano
quien no disfrute de un buen rato de crítica de vez en cuando!
La cuestión es que desde la crítica se puede conseguir bien poco. Por lo tanto, en
nuestras elucubraciones mi amigo y yo profundizamos en esta cuestión, en cómo serían
nuestras vidas si no hubiera crítica ni queja a lo que ocurre ahí fuera, sino una mirada de
posibilidad, potencialidad y positivismo hacia uno mismo y su entorno.
Quizás nuestros genes estén programados para buscar enemigos comunes para así
116
proteger nuestra tribu y nuestra manada, pero nuestro intelecto nos puede ayudar a
buscar amigos comunes, alianzas posibles y oportunidades de conexión y valoración del
otro.
Como puedes observar, esto implica un gran cambio: hemos tocado una veta de oro
por explotar en todos los seres humanos, algo que quizá pueda cambiar el futuro de la
humanidad.
Lo que sí he comprobado en primera persona multitud de veces y que también veo a
menudo en los demás es que, después de quejarse, nadie se siente bien.
Sin el desarrollo de unos cuantos temas dentro de nosotros, jamás podremos alcanzar
el nivel de resultados que deseamos.
¿Cómo se llega al alto rendimiento?, ¿de qué forma conseguimos algo extraordinario?
A este lugar se llega transcendiendo lo que creemos que somos y abrazando la
potencialidad que tenemos.
Puedes aceptarlo o puedes seguir como hasta ahora.
Yo, de momento, he decidido aceptarlo y, de alguna forma, empezar a crear dentro
de mí ese cambio que deseo ver en el mundo.
117
• Si quiero ver transparencia, debo ser más transparente.
• Si quiero un acuerdo de gobierno, debo llegar a acuerdos con mis vecinos sobre
temas triviales.
• Si quiero una escuela de calidad para mis futuros hijos, debo empezar a educarlos
con excelencia dentro de nuestra casa.
Gandhi lo dijo en muy pocas palabras: «Conviértete en el cambio que deseas ver en el
mundo.»
Ahora piensa: ¿Qué sería posible en tu círculo más cercano si no hubiera quejas?
¿Qué podrías conseguir en tu faceta profesional si nadie se quejara, si todo el mundo
actuara al unísono de un latido de confianza y posibilidad? ¿Qué nivel de resultados
podrías obtener si consiguieras ese desarrollo personal que necesitas?
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UNA BUENA FILOSOFÍA DE VIDA
Una mañana me desperté pensando sobre los beneficios del perdón, de cómo
podemos utilizarlo como una palanca de cambio para nuestro desarrollo personal,
nuestras relaciones y, sobre todo, para tener una vida más plena.
Si has visto la película Invictus, protagonizada por un Morgan Freeman que encarna a
Nelson Mandela nada más llegar al poder en Sudáfrica, sabrás que, en un momento de la
misma, mientras Mandela habla con su responsable de seguridad, le dice: «El perdón
libera el alma, por eso es un arma tan poderosa».
Creo que, para asomar la cabeza en el territorio de la excelencia personal, también
tenemos que ser excelentes en eso, en el perdón.
El perdón no es una palabra, ni tan solo un concepto. Opino que es una filosofía de
vida, es algo demasiado grande para cosificarlo. Me parece la filosofía fundamental para
provocar los cambios que necesitamos, en nosotros mismos y en nuestras relaciones con
los demás. En el perdón hay humildad, hay amor y hay futuro.
Mandela fue capaz de hacerlo, de perdonar, de no vengarse, de no mostrar ningún
tipo de rabia u odio hacia los que le habían mantenido encarcelado en la prisión de
Portsmouth durante veintisiete años. Al salir tomó el poder y no dudó en declarar una
ley de amnistía, algo muy polémico, como puedes imaginar. Son palabras mayores, pero
Mandela consiguió acercarse a una reconciliación que no podría haber ocurrido de otro
modo. Cuando el perdón entra en nuestras vidas, abrimos la puerta al amor y a todas sus
cualidades.
119
Pero perdonar o perdonarse a sí mismo es difícil, porque requiere de un alto grado de
humildad.
Por eso es tan difícil perdonar, porque cuando lo hacemos reconocemos que no
somos los mejores, ni los únicos, ni nuestra verdad es la mejor. Al perdonar establecemos
un vínculo directo con esa energía de la que estamos hechos todos, esa fuerza inagotable
que se llama amor.
El resentimiento y el rencor que no se diluye por medio del perdón se queda en ti y se
queda dentro de cada una de tus células, quieras o no. Al no perdonar, estás
envenenándote, dejando que una energía tóxica recorra durante años todo tu cuerpo.
Creo que una gran parte de nuestras enfermedades vienen por temas relacionados
con nuestra alimentación y otra buena parte por temas relacionados con las emociones,
la represión o toxicidad de las mismas.
Por eso me parece importante perdonar, porque al perdonar no solo haces un bien al
otro, sino también a ti mismo. Cuando perdonas reconoces que hay una gran verdad por
encima de tu verdad, y esa verdad es lo que conocemos como amor, compasión,
reconciliación.
Machado decía: «Tu verdad no, la verdad. Y ven conmigo a buscarla, la tuya
guárdatela». Me recuerda mucho al perdón.
Creo que la verdad se debe buscar en común, pues tu verdad no es nunca la verdad,
ni tampoco la mía. Hay una verdad que nos pertenece a los dos y esa verdad solo se
destapa en el momento en el que decidimos que el amor vuelva a entrar por la puerta de
nuestra casa.
Solemos guardar rencores que morirán dentro de nosotros, no queremos ser los
primeros en ceder territorio, en abrir los brazos en busca de un abrazo.
Pero el perdón no empieza en los dos lados al mismo tiempo. El perdón empieza en
ti, en tu corazón, y luego se contagia al corazón del otro. Tú decides hacer un
movimiento de apertura y sinceridad hacia la otra persona, de reconocer aquello en lo
que te has equivocado.
En ese momento no hay espacio para el reproche, para el «ya, pero tú me hiciste…»,
sino para el perdón. El perdón es incompatible con el reproche. Cuando perdonas, la
energía que recorre todo tu cuerpo es el amor, no el odio.
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PREGUNTAS PARA DESPERTAR
¿A cuántas personas tendrías que pedir perdón?
¿Qué te gustaría decirles?
¿Qué tipo de rencor, resentimiento, guardas todavía hacia otras
personas?
121
PRACTICAR EL DESAPEGO
122
Sin embargo, estarás de acuerdo conmigo en que cada día lo tenemos más difícil.
¿Cómo no depender de tantas y tantas cosas que hay a nuestro alrededor? Y no solo
cosas, también personas; ¿cómo no depender de las personas que queremos?
El marketing nos invita cientos de veces al día a comprar el último grito tecnológico,
la publicidad hace que nos sintamos infelices si no tenemos ese cuerpo, ese pelo, ese
coche, esa ropa, ese perfume… Dependemos de la aprobación del otro, de la mirada del
otro para ser nosotros. Pero, ¿qué ocurre cuando el otro no nos mira, no nos reconoce,
no nos valida? ¿No seguimos siendo nosotros mismos?
En realidad, no podemos depender enteramente del entorno, pues el entorno te
puede dar o no, te puede reconocer o no. Uno tiene que saber dónde está su valor, cuál es
su esencia y no depender de nada para saberlo.
Por eso me pareció interesante la frase del padre Paco: «Ya me he desprendido de
todo». Algo así como «ya he cumplido mi parte», «no dependo de nada más para ser
feliz», y tantas otras lecturas que podría tener.
La cuestión es que a menudo nos identificamos demasiado con nuestros roles, con las
máscaras que pretendemos ser, pero que no somos. Si yo me identifico con mi máscara
de escritor, tendré problemas el día que las editoriales no quieran publicar mis libros o el
día que no reciba feedback positivo de los lectores.
Si te identificas con tu rol profesional, cuando tu empresa prescinda de ti tendrás una
crisis de identidad.
Si te identificas demasiado con tu rol de esposa o marido, tendrás muchos problemas
si tu pareja te pide el divorcio.
No quiero decir que uno no tenga que disfrutar de todos sus roles. Lo que quiero
decir es que su identidad la tiene que construir a partir de lo que es, no del rol que ocupa,
el dinero que tiene o las personas que le rodean.
Me encanta ver mis libros en librerías, recibir feedback positivo, saber que mi mujer
me ama y que muchas otras personas me aprecian, pero no tengo que depender de ello.
No sería saludable. Hay que desprenderse incluso de todo esto. Depender de los aplausos
puede ser muy peligroso.
123
La vida es la vida por lo que es, no necesita de nada más parar ser fascinante. Todo lo
que pones por encima de la vida es superfluo.
Confundimos la felicidad innata que ya tenemos con la felicidad que supuestamente
nos da cualquier logro, cualquier persona, cualquier reconocimiento material o
inmaterial.
La meta es desprenderse de todo, como diría el padre Paco. Viniste solo al mundo y
te irás en soledad, acéptalo. Disfruta del camino, pero no dependas de él.
Dice Eckhart Tolle que el sufrimiento acaba cuando acaba nuestra identificación con
la mente, cuando vamos más allá y reconocemos a nuestra conciencia, al observador que
mira. Es lo mismo que dijo Buda hace más de 2 500 años.
¿Quién es el que mira, el que observa lo que estás pensando ahora mismo? ¿Qué hay
detrás de tu mente?
¿Cuál es tu esencia?
Conciencia pura, ser. En ese lugar hay desapego.
124
EQUILIBRIO ENTRE TENSIONES
Según van pasando los años, uno se va dando cuenta de que en la vida casi todo es
cuestión de alcanzar el equilibrio, de saber mantenerse en el punto exacto en el que existe
la menor tensión. No nos damos cuenta, pero nuestra vida está llena de tensiones que
hay que saber manejar, o colapsaremos por algún lado.
Existe una tensión entre tu vida laboral y profesional. Especialmente si tienes que
dedicarle un importante número de horas a tu trabajo e incluso fuera de este tienes que
estar ocupándote de él. Parece como si tu vida personal pidiera paso constantemente
para hacerse un hueco entre tu apretada agenda. ¿Te ha ocurrido alguna vez?
La tensión entre la vida personal y la profesional es un tema de rabiosa actualidad,
pues pasamos demasiado tiempo en el trabajo y este nos ocupa demasiado espacio en el
disco duro y sufrimos muchas enfermedades derivadas de malos hábitos con el trabajo:
trabajar demasiadas horas, trabajar con mucha presión, etcétera.
Existe una tensión entre tu altruismo y tu egocentrismo. Por mucho que lo
políticamente correcto sea decir que somos generosos, que ayudamos al prójimo y que
actuamos de forma altruista por el bien común, nuestra realidad no siempre es esa
(generalmente no lo es). Una parte de ti únicamente busca tu bienestar, le dan igual los
demás y actúa únicamente por el bien propio. Si miras lo que haces cada día, puedes
analizar cuántas cosas haces para ti y cuántas para los demás.
El ser humano es generoso y altruista por naturaleza, pero, en realidad, ¿qué haces
por ayudar a otras personas?, ¿en qué medida inviertes algo de tiempo o recursos en que
otros estén mejor que tú?
Especialmente cuando se tiene mucho dinero, la filantropía suele ser un tema común
en muchas de las personas con recursos, pero ¿se es filántropo desde siempre o cuando se
tiene mucho? ¿Es mucha de la filantropía que vemos una forma de quitarse los posibles
«pecados» de encima, más que una forma real de ayudar al prójimo?
Existe una tensión entre tu mente y tu cuerpo. Tu mente querrá controlarlo todo,
ocuparse de todo, pero tu cuerpo necesita sentir y que la mente le deje hacerlo. La mente
es como un mono inquieto que no sabe detenerse en ningún sitio. El cuerpo necesita
detenerse, tener sensaciones, aunque la mente no siempre le deja. Hay una tensión
latente entre mente y cuerpo, y cuando la mente toma el control por demasiado tiempo
125
se suelen pagar las consecuencias.
Existe una tensión entre el marketing y la manipulación. El marketing ha avanzado
mucho en los últimos diez años, hemos visto cómo utilizamos hasta el aroma para atraer
a los clientes a nuestra tienda, o cómo podemos lanzar mensajes sutiles a nuestros
clientes para que compren nuestros productos. Pero ¿dónde está la barrera entre el
marketing y la manipulación?, ¿no es el marketing una forma de manipulación por sí
mismo? Existe una tensión, esto es evidente.
La publicidad subliminal se prohibió hace tiempo, en eso sí que estaríamos de
acuerdo de que se trata de manipulación. Hacer que nuestro cerebro perciba imágenes y
mensajes de los que no es consciente cuando ve un anuncio de televisión es ilícito, en eso
estamos de acuerdo. Pero, ¿no utiliza el marketing demasiados mensajes subliminales
también? Se utiliza demasiado Photoshop, creamos expectativas demasiado altas en
nuestros clientes. Todo, hasta un champú, se nos vende como ese producto mágico que
cambiará nuestra vida.
De esta forma, uno se da cuenta de que las tensiones están siempre a nuestro
alrededor.
Creo que la ecuación no tiene solución. A veces dejamos que nos gane la batalla el
lado equivocado y entonces perdemos el norte. Cuando dedicas demasiado tiempo a tu
trabajo o cuando educas a tus hijos con excesiva disciplina, sueles pagar las
consecuencias. Pero tampoco nos valdría irnos al lado contrario.
Podríamos decir que tú, yo, ambos, vivimos en desequilibrio una buena parte del
tiempo. La pregunta es: ¿ese desequilibrio es saludable? Generalmente no.
Por eso creo que la vida son tensiones y tu capacidad de alcanzar el equilibrio entre
esas dos fuerzas que siempre están actuando es lo que determinará en qué medida tienes
éxito.
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LA MAGIA DE LAS PERSONAS BUENAS
Tiene noventa y siete años, no toma ningún medicamento. Tuvo un único hijo, mi
padre, que murió hace casi cuarenta años, cuando yo contaba con dos y mi hermano con
seis. Desde entonces él y mi abuela llevaron luto. Es mi abuelo, y si lo tuviera que definir
lo definiría como una buena persona.
Hace tan solo unos años —cuando tenía noventa y uno—, me ayudó a subir unas
cosas al cuarto piso sin ascensor de nuestra casa de veraneo. Subió y bajó los cuatro pisos
cinco veces en la misma tarde. Y se reía y se sentía tan feliz como un niño.
Hoy tiene mucho más pelo en la cabeza del que tenía yo hace diez años y casi todo su
cabello sigue siendo de color negro. Anda despacio, pero no cojea, lo hace tranquilo y
seguro.
Ha sobrevivido a la Guerra Civil, que le pilló con quince años (nos ha contado mil
batallitas), y también pasó luego por un campo de concentración, comiendo una lata de
sardinas y un pedazo de pan duro cada día. Después estuvo tres años haciendo el servicio
militar en Melilla. Vivió la posguerra y todo lo que vino después.
Es una persona alegre, que no reprocha nada, que me acepta tal cual soy, incluyendo
mis defectos o mi falta de tiempo para ir a verlo. Cuando no entiende algo, la mayoría de
las veces —porque está prácticamente sordo, aunque lleva dos aparatos—, sonríe y te
hace un guiño.
A mi hermano y a mí nos ha enseñado casi todo lo útil y práctico que sabemos hacer
en la vida. Con él hemos jugado a todo, hemos fabricado tirachinas, hemos arreglado
bicicletas, hemos reparado cualquier cosa (antes todo se reparaba), hemos plantado en
un huerto, hemos pescado, hemos ido de acampada, nos hemos bañado en cualquier
lugar. Nos lo ha consentido todo, pero también nos ha enseñado dónde están los límites,
y también los peligros.
Lo primero que nos regaló fue una pequeña caja de herramientas a cada uno. Cada
tarde de nuestra infancia salíamos a algún lugar los tres, a vivir aventuras. Hemos hecho
todo lo realizable y nos hemos metido en casi todos los líos posibles: hoy con las bicis,
mañana a hacer volar las cometas, pasado mañana iremos de pesca…
Eran otros tiempos. Entonces, con cuatro y ocho años, mi hermano y yo cruzábamos
a pie una autovía de cuatro carriles, una tarde sí y la otra también. Había menos coches.
127
Nos metíamos en el nuevo cauce del río Turia, en Valencia, y nos poníamos a saltar de
piedra en piedra de un lado para otro, toda la tarde. También sé que le debo a él mi
sentido del equilibrio, fueron miles de saltos y miles de piedras.
Un día a mi abuela, antes de fallecer con noventa años, la llevaron a urgencias debido
a una insuficiencia respiratoria. Permaneció ingresada, pero no fue nada grave. Se fueron
los dos juntos en una ambulancia, como solían hacer siempre. Él estuvo todo el día solo
en la sala de espera, tratando de escuchar por megafonía si le llamaban para ir a
acompañar a su mujer. Yo llegué a las seis de la tarde y me lo encontré esperando, como
siempre feliz, y me preguntó con una sonrisa:
—¿Qué? ¿Cómo va el trabajo?
—¿Has comido algo durante el día? —le dije yo.
—No, a mí no me hace falta —me respondió.
—Anda calla —le dije riendo—. Voy a por algo de merienda y ahora regreso.
Ya avanzada la tarde, a mi abuela la llevaron a una habitación, la 315. Todo estaba
bien, pero mi abuelo seguía preocupado con lo suyo: «Oye, tengo en casa unos tomates
para ti que te tienes que llevar», me dijo. «¿Cuándo vendrás a por ellos? Son así de
gordos», dijo mientras hacía un gesto con la mano para demostrar su tamaño.
La felicidad tiene que ser algo así, llegar a los noventa y siete años, tener salud y a tu
lado a tu pareja, no necesitar nada más, haber pasado un día en urgencias y estar
únicamente preocupado porque tu nieto tiene que llevarse unos tomates que has
comprado para él.
Son tantas lecciones las que todavía nos enseña. Qué maravilla.
A todos los abuelos y abuelas.
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PERDÓNAME POR IR ASÍ BUSCÁNDOTE
Pedro Salinas, uno de los grandes que perteneció a nuestra generación del 27, escribió
un poema precioso que me gustaría analizar a tu lado. Este poema viene muy al hilo de
los que amamos la relación de ayuda al otro, ya sea desde nuestra faceta de padres,
líderes, facilitadores o simplemente buenos amigos.
Con tu permiso, me permitiré hacer algunos comentarios al texto.
Perdóname por ir así buscándote
129
actualización o autorrealización como la necesidad última, de ser nuestra mejor versión.
Quizás a ese «mejor tú» se refería Salinas… quién sabe.
«Y cogerlo
y tenerlo yo en alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.»
«Y cogerlo», ¿qué, exactamente? Tomar esa parte de ti que tú no ves y que yo sí veo y
sacarla a la superficie para mostrarla, para que vea la luz, llevarla hasta lo más alto, como
esa parte del árbol que se alimenta de la luz última que le ha encontrado al sol. ¿No es
formidable? La poesía tiene ese don, ese algo que nunca podrá encontrar ni justificar la
ciencia.
«Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.»
Cuando una persona ve sus mejores cualidades delante de sí mismo, siendo
reconocidas por el otro en forma de aceptación, admiración, curiosidad y valoración, no
puede sino sentirse atraído por esa nueva versión de sí mismo que ha encontrado. Y es
entonces cuando, como dice Salinas, en su busca vendrías a lo alto. ¿A lo alto de qué?
¡Del árbol, claro! (No te me pierdas, ¿eh?)
«Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan solo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
Dejar atrás el pasado parece tan necesario para poder afrontar el futuro. Me
sorprende cada día cómo, aunque pasen los años, muchas cosas de mi pasado siguen
condicionando mi futuro, mis decisiones, mis creencias y limitaciones. El pasado puede
ser un trampolín, pero también puede ser una cárcel. De ahí que debamos hacer un
esfuerzo por aceptar y superar el pasado, por decirle «sí» a la vida.
Aquí Pedro nos habla de que la persona (su amada) toca su pasado con las puntas
rosadas de los pies. Una parte muy pequeña de ti, pero esa parte de nosotros que siempre
tocará nuestro pasado, ya que nuestro pasado también es nuestra identidad y no
podemos quedarnos sin identidad. Quizás en la aceptación está la clave. La superación
también es una meta, aunque en muchas ocasiones son palabras mayores.
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Llega un momento en todo proceso de desarrollo en el que la persona ya se pone a
caminar hacia sus propios anhelos y metas, en el que ya no hay un objetivo exterior, sino
que en realidad todos los objetivos están dentro de esta, y es entonces cuando sale a la
búsqueda de ese mejor tú que nos dice el autor.
131
OTRO MILAGRO DE LA PRIMAVERA
La poesía me sirve de inspiración a menudo, así que voy a compartir otra reflexión en
torno al final de uno de los poemas más inspiradores de Machado: «Al olmo viejo…»
Como comentaba anteriormente, utilizo las estaciones como metáfora y cada año,
cuando la primavera irrumpe en nuestras vidas, me detengo a pensar sobre ello. Digo
«irrumpir» porque la primavera no pide paso, es de esas cosas que te sorprenden.
Mágicamente, empiezas a escuchar más el canto de los pájaros, a ver más color, a ser
testigo de la floración y de tantas otras cosas maravillosas que nos trae esta estación.
Aunque uno no lo quiera, la primavera llega a su vida. Hay cosas que se pueden
parar, pero la primavera no hay quien la detenga. Eso me parece maravilloso.
El poema de Machado lo dice claramente:
132
Puede que te empeñes, consciente o inconscientemente, en tener una vida infeliz,
pero detrás de toda infelicidad hay amor. No puedes escapar de la felicidad, eres
felicidad. Aunque no lo creas.
Y Machado en su poesía genial no solo es testigo de esta felicidad, sino que además lo
quiere dejar por escrito, y nos escribe un poema maravilloso que acaba así:
133
COMPARTIR LA FELICIDAD
Cada verano que disfruto con mi familia tiene muchos momentos geniales, llenos de
todo aquello que uno puede esperar de unas vacaciones por España: buena comida,
personas, lugares, descanso… Pero si algo me gusta de verdad es un momento en el que
Belén, mi hija y yo compartimos la felicidad de otras personas.
Belén y yo solemos viajar al norte de España, zona que nos encanta porque no hace
nada de calor y, para los que somos del Mediterráneo, es un auténtico paraíso verde,
gastronómico y un lujo para los sentidos. Los últimos años hemos estado varias semanas
en Santiago de Compostela, una de nuestras cinco ciudades preferidas en este país que
amamos con locura, además de Bilbao, San Sebastián, Sevilla y Granada.
134
sentirla. O cuando puedes contagiarla a otras personas. Dicen los que han sido papás y
mamás que sus hijos les trajeron mucha felicidad. En buena parte es por ser testigos de
sus vidas, de cómo nacen, crecen y se desenvuelven en el mundo. Sin duda, es imposible
no estar cerca de un niño de cualquier edad y no sentir algún tipo de felicidad.
Por este motivo mi mujer y yo nos sentamos en el suelo durante algunas horas a ver
cómo las personas se alegran de haber llegado, cumplido una meta. Eso nos hace también
felices.
Es una sensación bonita el haber completado un recorrido como el Camino de
Santiago, aunque sea durante algunas horas. Hay quien camina durante semanas y otros
durante días, pero siempre es maravillosa la sensación de entrar en la plaza. Cuando
estoy allí de vacaciones, cada mañana, suelo correr parte del Camino en sentido inverso y
luego vuelvo a entrar en Santiago, como si fuera un peregrino que hace sus últimos
metros de camino. Me encanta cruzarme con los peregrinos a la ida y a la vuelta en el
recorrido de cada mañana.
Son ese tipo de pequeños detalles que, si solo me quedaran unos días de vida, me
gustaría volver a repetir.
En el 2002 hice mi primer camino, 800 km en bici por la ruta tradicional o Camino
Francés. En el 2006 hice el segundo, 1 100 km en bici por la costa norte saliendo desde
Francia. Ambos fueron espectaculares y en ambos tuve la misma sensación de felicidad al
llegar. Una felicidad que dura poco porque luego se transforma en confusión, cuando te
das cuenta de que a la mañana siguiente no volverás a subirte en la bici para seguir
disfrutando. Creo que todos los peregrinos compartimos una sensación parecida un par
de horas después de llegar, algo de tristeza por lo que se acaba, una vez que te habías
acostumbrado a la rutina diaria, al «¡buen camino!» que escuchabas tantas veces cada día.
Seguro que haremos muchos más caminos en nuestras vidas. Yo espero recorrer en
bici y a pie cualquier lugar que me inspire, ¡y es que hay tantos! Tengo muchas rutas
pendientes y por suerte una mujer que es una joya, por darme alas y ayudarme a cumplir
con todas mis metas. También a mí me encanta que Belén sienta que tiene unas alas
magníficas con las que puede cumplir todo aquello que se proponga en la vida; mi misión
es ayudarla a ser feliz, igual que ella hace conmigo.
Lo cierto es que cada vez que Belén y yo entramos en la plaza del Obradoiro y nos
sentamos en el suelo para ver llegar a los peregrinos, sentimos que estamos robándoles
una parte de su felicidad. ¡Qué digo!, la felicidad no se puede robar, solo se puede
multiplicar, y eso es lo que hacemos, contagiarnos de ella para hacer también a otros más
felices.
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ACCIÓN PARA FORTALECER
¿Has recorrido el Camino de Santiago alguna vez? Puedes hacerlo en la
distancia que tú elijas, esa es tu decisión, así como el medio de
transporte que vas a utilizar. Te recomiendo hacerlo a pie, pero también
puedes elegir la bici de montaña o de carretera si elijes acercarte a
Santiago por carretera. La cuestión es que, al menos una vez en tu vida,
seas creyente o no, te vendría muy bien hacer una peregrinación de este
tipo. Piénsalo. ¿Te gustaría? Si es así, tan solo dime: ¿en qué fecha te
gustaría hacerlo?
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¡OJALÁ LO HUBIERA HECHO ANTES!
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alguna materia determinada, o hacer un viaje, o comprar algo, o alejarte de algo, o de
alguien, quién sabe.
Lo cierto es que todo lo que está bloqueado en tu vida te acaba robando mucha
energía, y hasta que no lo desbloqueas esta no se libera.
Es posible que te encuentres con situaciones que te bloquean. Con personas que te
bloquean. Con proyectos que te bloquean… ¿Qué vas a hacer?
El noventa y nueve por ciento de los clientes con los que trabajo dicen que deberían
haberlo hecho antes. No sé si tú serás ese uno por ciento que se arrepentirá por no
haberlo hecho.
En cualquier caso, no lo pienses demasiado o se te irá la vida en ello. Actúa.
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TÚ ERES LA HERRAMIENTA
En ocasiones no nos damos cuenta de que nuestro bienestar tiene efectos sobre todo
lo que hacemos y sobre las personas con las que interactuamos. Vivimos sin ser
plenamente conscientes de que, para que las cosas funcionen bien, nosotros tenemos que
estar bien. Cuidar de uno mismo o de una misma es uno de los temas cruciales,
especialmente cuando tú eres el que hace que las cosas ocurran.
El creador de la corriente psicoterapéutica conocida como la Gestalt, Fritz Perls,
decía que «el terapeuta es su propia herramienta», refiriéndose a que lo único con lo que
cuenta un terapeuta para lograr la sanación de su cliente es a sí mismo, es decir, que es la
herramienta que lo hace posible.
Soy un fiel defensor de la idea de que, cuando tú estás bien, todo empieza a ir mejor a
tu alrededor. Es algo así como que para que puedas dar lo mejor de ti al mundo, tú debes
dártelo primero a ti mismo. De ahí que me declare abiertamente egoísta.
No está de moda hacerlo: decir «soy un egoísta» es políticamente incorrecto.
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gracias a sí mismo y no tanto a lo que utiliza para hacer su trabajo.
Creo que hoy en día todos somos atletas y, si queremos hacer un buen trabajo,
tenemos que cuidar nuestro bienestar físico, mental, emocional y espiritual. Me gusta
empezar los seminarios que imparto pidiendo a los asistentes que, por favor, a lo largo
del día beban mucha agua. Lo hago porque a veces creemos que el éxito en la vida o el
desempeño profesional excelente tienen que ver con fórmulas mágicas, cuando en
realidad tiene que ver con pequeños hábitos. Beber mucha agua es uno de ellos. Un
cerebro hidratado funciona mejor, un cuerpo hidratado siente menos estrés y está más
calmado.
Tienes que empezar a aceptar que eres un atleta y que tus resultados dependen de que
estés bien y en plena forma.
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NO TE RINDAS
No te rindas, no desfallezcas, no tires la toalla, por favor. Tú, yo, todos, tenemos
sueños que cumplir y no nos rendiremos. Si quieres llegar lejos, te queremos ver a
nuestro lado, no te queremos perder por el camino.
No te rindas. Es posible que creas que no eres capaz de aguantar más, pero ¿quién
dice que no eres capaz? Después de cualquier tormenta viene la calma. Aguanta un poco
más, sé constante un poco más, demuéstrate a ti mismo que tú puedes.
No te rindas, el éxito está reservado para aquellos que resisten un poco más, aquellos
que están dispuestos a darlo todo por conseguir sus sueños. Hay pocas personas
haciendo grandes hazañas, hay pocas personas entregándose a su misión personal y
profesional. No es un territorio muy frecuentado por quienes se conforman con la
mediocridad. Por eso hay pocas personas caminando en ese territorio hostil al que
llamamos la antesala del éxito.
No te rindas, porque con tu ejemplo invitarás a otros a no rendirse tampoco, a seguir
luchando, a seguir en la brecha. ¿Tienes vértigo? Sí.
No te rindas, haz una llamada más, acaba el trabajo que tanto te está costando hacer,
aguanta, persevera.
No te rindas, los mejores aprendizajes de nuestras vidas ocurren en los momentos
más difíciles: «Un mar en calma nunca hizo a buenos marineros».
No te rindas y descubrirás que hay muchas más oportunidades después de eso que tú
creías que era el límite. El límite no existe o, por lo menos, no está donde tú te crees.
Puedes brillar mucho más, lo sé. Puedes iluminar con tu luz a muchas otras personas,
puedes ser grande, has nacido para ser grande, que no te asuste destacar, que no te asuste
llegar donde otros no llegan.
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No te rindas, no te conformes con la mediocridad, aspira a la excelencia, aspira a
hacer un trabajo extraordinario que merezca la pena.
No te rindas, aquellas personas que consiguieron cambiar el rumbo de nuestra
humanidad no lo hicieron. Gandhi, Mandela, la madre Teresa, Luther King, ninguno de
ellos pensó que no podría conseguir su objetivo, ninguno de ellos se rindió.
Algo puede cambiar, algo va a cambiar, tú y yo lo veremos, pero para ello, por favor,
no te rindas.
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HAY UN DIAMANTE DENTRO DE TI
Trato de ser bastante optimista cuando se trata del ser humano, y lo he repetido unas
cuantas veces en anteriores capítulos: eres maravilloso. Otra cosa es que te lo creas o que
tu entorno te lo haga saber también (jefes, familia, personas con las que te relacionas,
etc.), pero yo creo que hay un diamante dentro de ti.
Dentro de todos nosotros hay un diamante, escondido en muchos casos, más visible
en otros, pero hay un diamante.
Muchas personas olvidaron que son un diamante, se creyeron que eran aquella
etiqueta que les habían puesto encima desde pequeñitos (eres un desastre, eres
maleducado, eres malo, eres torpe, eres un inutil…), esa etiqueta que muchas veces, sin
darse cuenta los padres y tutores, cuelgan sobre las personas. Ten cuidado con las
etiquetas que pones sobre tus hijos, pues se convertirán en ellas.
En las empresas, estos temas se olvidan muy a menudo. Las personas solemos llevar
una etiqueta y no nos la quitamos de encima. Más que nada porque a los demás les gusta
que tengamos nuestra conveniente etiqueta. Les da seguridad: «Juan es un desastre«,
«María no se entera de nada». Así todos sabemos cómo relacionarnos con ellos.
Pocos líderes en las empresas suelen ver el diamante que hay escondido detrás de la
etiqueta. Lógicamente, en esas empresas las personas no consiguen grandes resultados.
Lo curioso de esto es que incluso la misma persona hace por conservar su etiqueta. La
lleva desde muy joven consigo misma y es parte de su identidad: «Si toda mi vida se me
ha reconocido por ser el graciosillo, desastre, descuidado, torpe o nervioso, no serlo
ahora es una forma de dejar de existir tal y como me concibo». Por este motivo a las
personas también «nos gusta» que confirmen nuestras etiquetas.
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Por eso es bueno mirar al mundo con otros ojos: dentro de cada persona hay un
diamante. Nuestra misión es que ese diamante salga a la luz. Que se lo crea la persona y
que brille.
Es obvio que muchas veces no tenemos tiempo para un trabajo tan minucioso y que
generalmente no resulta fácil. Como padres, educadores, jefes o cualquier otro rol que
desempeñemos en la sociedad, nuestra misión tendría que ser el hacer brillar el diamante
de cada persona.
Parece lógico y positivo pensar que las personas son diamantes y que nuestro papel es
hacerlos brillar. Tenemos que encontrar formas de hacer brillar a la gente. Muchas veces
las personas por sí mismas volverán a fracasar en el proyecto en el que han entrado
porque volverán a hacer que los demás confirmen su etiqueta, algo que no nos cuesta
demasiado esfuerzo hacer.
El que ha sido etiquetado tiene bastante difícil quitarse esa etiqueta, aunque es un
trabajo que se puede hacer, y que requiere de muchos y repetidos intentos. Pero también
es el papel de los demás ayudar a otros a quitarse sus etiquetas.
Lo quieras o no, todos llevamos etiquetas. Se vive bastante mal cuando tienes una
etiqueta que te limita, cuando te sientes un desastre, o tímido, o inútil, o fuera de lugar. Y
los demás no te ayudamos demasiado cuando confirmamos eso que tú ya crees que eres.
Sin embargo, sí te podemos ayudar cuando vemos el diamante que hay dentro de ti.
Esa va a ser la misión: mirar a las personas como lo que realmente pueden llegar a ser.
Tú eres un diamante, tienes que saberlo. Es muy importante.
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CONCLUYENDO
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pozo oscuro, sé paciente y bondadoso contigo mismo, ve caminando a paso lento, pero
constante, para que tu corazón vuelva a latir con la misma viveza con que lo ha hecho
siempre.
Si lo haces, si consigues estar en tu mejor estado de forma física y emocional,
entonces podrás recordar la importancia de ser solidario, de detenerte a comer un helado
de vez en cuando y de observar a qué personas les haría falta nuestro paraguas cuando
llueve y se están mojando.
Al final todos somos parecidos, aunque para ver lo parecidos que somos tengamos
que quitarnos de encima esa coraza emocional que tanto nos pesa. Es entonces cuando
podremos establecer relaciones saludables con nuestro entorno, ¡e incluso encontrar a
nuestra media naranja!
Al final, se trata un poco más de aceptarnos a nosotros mismos, de no querer tantos
cambios, sino de querernos un poco más. Es cuando nos aceptamos que estamos
preparados para crear algo nuevo, que entramos en el universo de las cosas imposibles.
Es el lugar en el que nuestros deseos se pueden hacer realidad, sentirnos protagonistas,
tratar de abrazar nuestra mejor versión, recordar que en cada primavera brota una
pequeña rama verde del tronco viejo de un olmo a la ribera de un río, como escribía
Machado.
Recuerda que la felicidad es para compartirla, y que todos tenemos el derecho a ser
felices y el deber, si somos felices, de compartir nuestra sonrisa con el mundo.
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HAS NACIDO PARA BRILLAR
Como todo en la vida, este libro ha llegado a su último capítulo. El lugar en el que tú
y yo nos despedimos hasta la próxima vez que nos volvamos a ver o que volvamos a
coincidir. ¡Ojalá pronto podamos mirarnos a los ojos!
Antes de acabar me gustaría decirte algo: atrévete a destacar.
Puedes destacar de muchas formas en esta vida. Puedes destacar públicamente,
teniendo mucho éxito en un proyecto personal o profesional, o puedes destacar de forma
más íntima, siendo feliz.
Me gustaría pedirte que te atrevieras a ser feliz, a destacar, a mostrar al mundo, con
toda tu magia y tu energía, de lo que eres capaz. Si lo piensas bien, no hay nada mágico
en sentirte pequeñito y no brillar.
No seas mezquino con tu potencial, aprecia tu esfuerzo, quiérete. ¡Tú eres único y
especial!
Hay algo en lo que puedes ser extraordinariamente bueno, ¡y lo sabes!
Deja que tus talentos naturales salgan a la luz. Además, cuando tú brilles invitarás
también a otros a brillar. Eso sí que es maravilloso, porque entonces estarás
contribuyendo a un mundo mejor, un mundo en el que vivirán nuestros hijos.
Quizás algunos te dijeron que destacar era de vanidosos, pero se equivocaban: lo que
no te dijeron es que todos hemos nacido para destacar en algo. Otros te contagiaron su
negatividad, sus miedos…
No has nacido para ser víctima, sino protagonista. Es el papel para el que has nacido,
ser protagonista.
El victimismo atrae la negatividad. Las personas huyen de los que se victimizan. Pero
cuando lideras tu vida o tu éxito atraes positividad, brillas.
No te pongas frenos, empieza a pensar a lo grande. En serio.
¿Quién dice que no lo puedes conseguir?
Es posible que otros te hayan hablado de sus miedos, prejuicios y rarezas. Todos ellos
no te pertenecen. Ya eres una persona adulta, puedes elegir. Ahora, ¿qué quieres hacer?
¿Quieres brillar?
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Hazlo. Te lo mereces.
Ha sido un placer compartir estas páginas contigo, reflexionar juntos y sentir junto a
ti. Me siento muy agradecido por el hecho de que hayas leído este libro, y estaré
encantado de estar en contacto, de recibir tus comentarios y de que estemos conectados
en cualquiera de las redes sociales que tenemos a nuestro alcance y en las que me
encontrarás fácilmente. Será un auténtico honor para mí.
También puedes seguir en contacto a través del correo electrónico
excelitas@excelitas.es de mi blog www.cesarpiqueras.com y de cualquiera de mis libros.
¡Será maravilloso!
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OTROS TÍTULOS DE INTERÉS
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Consigue tus objetivos
César Piqueras
ISBN: 9788416115501
Págs: 144
Una guía práctica para hacer realidad tus metas, objetivos y sueños. Deja de sabotearte y empieza a dirigir tu
vida
El mundo cada día está más orientado a conseguir objetivos. Nuestros entornos de trabajo y nuestras vidas
tienen mucho que ver con el éxito en cuanto a conseguir lo que nos proponemos. Las personas tenemos
objetivos y retos, es algo natural, nos gusta conseguir metas que ahora solo anhelamos y nos entusiasma ver
hechos realidad nuestros sueños personales y profesionales.
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Índice
Título 4
Créditos 6
Referencias 7
Índice 10
Amanece 13
Momentos mágicos del día 17
La cara iluminada de la Luna 20
Somos energía (te guste o no) 23
Intersomos 26
Si se te corta la respiración 28
Vivir el presente 31
Tomar conciencia 34
Como si fuera la última vez 37
Mi experiencia en los monasterios 39
Detrás de la autodisciplina 43
Lo que aprendí caminando 83 km en un día 46
El día que me enamoré de las subidas 48
La noche más oscura 50
No hagas planes cuando estés abatido 53
Salir de la depresión 54
Lo que aprendí comiendo un helado 57
Conociendo las emociones 60
Quitarnos la coraza emocional 65
Somos tan parecidos 69
Lo esencial y el camino 71
Tu media naranja 74
Cambiar a las personas 77
La adaptación al cambio 80
De por vida 82
151
Elogio de la aceptación 84
¿No alcanzas la felicidad? 87
Somos gracias a lo que fuimos 90
Temperamento y carácter 92
‘Hot pot’ 95
El éxito es un proceso mental 97
Tú eres el protagonista 100
Personas invisibles 102
El universo de las cosas imposibles 106
El tren no ha pasado todavía 108
Puedes sufrirlo o disfrutarlo 111
Actitud con «C» 114
Nadie cambió el mundo quejándose 116
Una buena filosofía de vida 119
Practicar el desapego 122
Equilibrio entre tensiones 125
La magia de las personas buenas 127
Perdóname por ir así buscándote 129
Otro milagro de la primavera 132
Compartir la felicidad 134
¡Ojalá lo hubiera hecho antes! 137
Tú eres la herramienta 139
No te rindas 141
Hay un diamante dentro de ti 143
Concluyendo 145
Has nacido para brillar 147
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