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Conversando con Marta Dujovne1

por Ilaria Magnani

Licenciada en Letras de la UBA, especialista en temas de museos, MARTA DUJOVNE es


secretaria académica del Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires, forma
parte del comité académico de la Maestría en Administración Cultural de la UBA y es
docente del Instituto de Altos Estudios de la Universidad Nacional de San Martín. Fue
investigadora del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de
Artes Plásticas, México.

I.Magnani: Afuera hay un cartel que pone como fecha de fundación 1904, ¿ahí empieza
la vida del Museo Etnográfico Ambrosetti?

M. Dujovne: De hecho es un poco más complejo. De abril de 1904 es la resolución de la


Facultad de crear el museo. Una resolución muy cortita. La Facultad de Filosofía y Letras
había sido creada en 1896, y un tiempo después se había organizado una cátedra de
arqueología argentina; el museo nace a partir de esa cátedra, por impulso de Juan
Bautista Ambrosetti, que era el profesor adjunto
(<http://museoetnografico.filo.uba.ar/elmuseo/museo-historia:ambrosetti.html>,
página dedicada a Ambrosetti). A fines de 1904 él pide que la facultad financie una
expedición arqueológica al noroeste -que va a ser la primera de las expediciones anuales
1
La conversación siguiente con Marta Dujovne Secretaria académica del Museo Etnográfico
Ambrosetti de la Universidad de Buenos Aires, tuvo lugar el 23 de agosto de 2010 en esa
institución. Para una completa comprensión de las afirmaciones de Marta Dujovne me parece
útil la consulta del interesante sitio del Museo
(<http://museoetnografico.filo.uba.ar/index.html>) y en particular la lectura de los documentos
ahí presentes (<http://museoetnografico.filo.uba.ar/portalMuseo.html>, página de textos), a los
que se hacen repetidas alusiones. Esos documentos no son sólo un válido complemento a la
entrevista sino que sus inteligentes planteos sobre la función del museo y su finalidad hacen de
esos textos una lectura valiosa para profundizar la cuestión museológica.

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realizadas desde este museo- y sólo en 1905 se hará su nombramiento formal como
director del museo. De todas maneras uno puede decir que el promotor y primer
director, el que armó las colecciones y el gran impulsor es Ambrosetti. Él muy
claramente quería que el museo fuera un núcleo de investigación y se proponía la tarea
de relevamiento arqueológico del territorio. Entonces se empiezan a hacer
sistemáticamente una expedición por año con la idea de que esto iba a proveer de
materiales para la enseñanza, pero al mismo tiempo las expediciones constituían una
instancia de enseñanza porque los alumnos podían participar de ellas.
Para armar las colecciones se plantea el modelo de los museos etnográficos europeos de
la época, con el convencimiento de que debían cubrir a todo el mundo, a todas las
culturas que estaban siendo desplazadas por la cultura occidental. Entonces -como se ve
un poco en la primera sala- empieza una política de canjes, de donaciones, de compras
y se van armando las colecciones exóticas.
Ambrosetti fue muy importante como arqueólogo, aunque también se lo considera
como el iniciador de los estudios sobre folclor. Antes se había ocupado de colecciones
de ciencias naturales, pero a partir de las expediciones arqueológicas en el noreste del
país se dedicó exclusivamente a la arqueología. Y de hecho el museo es el primero de
antropología de Sudamérica separado de las ciencias naturales.

I.Magnani: Arqueología, quiere decir acercarse a poblaciones y culturas que todavía


existían como si estuvieran muertas.

M.Dujovne: En ese momento se pensaba que los testimonios contemporáneos de las


culturas aborígenes podían ayudar a esclarecer también los temas de nuestro pasado.
Las colecciones del museo no se limitaban a los objetos arqueológicos, también se
recogía material etnográfico.

I.Magnani: Vi en el sitio que este edificio pertenecía a la Facultad de Derecho.

M. Dujovne: Ambrosetti empieza a armar las colecciones y se hace lugar para


albergarlas en el sótano de la Facultad, en el edificio de la calle Viamonte 430. Hay un
texto gracioso de Salvador Debenedetti, que fue secretario del Museo con Ambrosetti y
luego el segundo director, que recuerda que hubo que exilar a una familia de gatos
salvajes que había en el sótano del edificio. El museo creció desde ese espacio tan
limitado y su desarrollo tiene que ver con cuáles podían ser sus otras funciones aparte
de la enseñanza de la cátedra. La lectura de los documentos muestra que el museo se
utilizaba, pero que era un ejemplo de lo que ahora yo llamo un depósito visitable,
porque no había espacio. No había un horario fijo de apertura; sin embargo estaban las
colecciones y se usaban bastante. Ambrosetti pensaba en una proyección amplia, por
ejemplo, en un artículo de 1914 explica cuánto la arquitectura puede encontrar de
interés en los diseños indígenas para su trabajo.

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I.Magnani: Podemos decir entonces que ¿el museo iba casi únicamente dirigido a
especialistas o a las pocas personas cultas que podían vincularse de alguna manera con
este material?

M. Dujovne: Creo que era más una situación dada por el problema edilicio que una
decisión, o sea que el museo no tenía edificio, por lo tanto no se podía plantear una
política consecuente de trabajo con toda la población, aunque se diera acceso todo lo
posible.

I.Magnani: ¿Sólo años después se organizará el museo como tal?

M.Dujovne: Hay comentarios en los diarios sobre la necesidad de un edificio, señalando


que un material extraordinario no tiene espacio para ser mostrado. En algunas de las
notas periodísticas publicadas a raíz de la muerte de Ambrosetti (1917) se dice que él
tenía los planos de lo que podía ser el futuro museo. Al año siguiente se inaugura una
sala sobre arqueología argentina con el nombre de Ambrosetti.
El edificio actual del Museo fue construido para la Facultad de Derecho, y cuando esa
facultad se mudó en 1923, estuvo por un tiempo ocupado por alguna oficina municipal.
En 1927 se produce la inauguración del museo en este edificio, y a partir de ese
momento tiene condiciones como para actuar realmente como un museo.

I. Magnani: Félix Outes en su documento


(<http://museoetnografico.filo.uba.ar/portalMuseo.html>, página de textos) atribuye la
falta de interés que hubo durante un tiempo hacia los pueblos autóctonos, al
oscurantismo de la colonia pero también al materialismo de los inmigrantes. ¿Es decir
que las dos vertientes eran por igual culpables de una ausencia de estudios sobre las
poblaciones precolombinas?

M.Dujovne: Outes (que fue director de 1930 hasta 1937) se refiere más bien a la falta de
interés por los museos en general. Y hubo estudios sobre las poblaciones
precolombinas. Ahora bien, es cierto que en la Argentina, hasta hace poco tiempo, la
noción generalizada en la población (y transmitida en la escuela primaria) era que acá
los indios fueron escasos y habían llegado al territorio en fechas relativamente cercanas,
que eran poco interesantes, muy salvajes, que el único lugar donde hubo algo más
interesante fue el noroeste, y eso porque llegaron los incas. De hecho esos fueron
algunos de los prejuicios con los que calculamos que teníamos que trabajar cuando
abrimos en la sala de arriba la exposición arqueológica, que sigue funcionando. En esa
exposición las piezas más antiguas tienen 4000 años. Una vez que la coordinadora del
área de extensión estaba dictando un seminario para maestros, propuso que al principio
recorrieran la sala solos. Después preguntó de qué profundidad histórica se estaba
hablando. Todos coincidieron en decir que alrededor de 400 ó 500 años. Una docente,

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muy tímidamente dijo: “A mí me pareció leer algo de unos 4000 años. Claro, debo
haberme equivocado, debe haber un cero menos”. Entonces la persona que estaba a
cargo del grupo dice: “No, exactamente lo que decía allí era 4000 años”. Y el comentario
de uno de los docentes fue: “Me acaban de derribar todos los esquemas”. Esta noción de
la escasez y falta de importancia del aporte indígena fue lo que aprendimos.
Pero siempre hubo algún grupo de gente interesada en el estudio de los pueblos
originarios, por diversos motivos y desde distintas perspectivas.

I. Magnani: Después de los primeros años ¿cómo fueron creciendo las colecciones del
Museo?

M.Dujovne: Las colecciones se siguieron ampliando. Y después hubo un gran aporte en


1947. El primer museo público de Buenos Aires tuvo colecciones heterogéneas, aunque
su fuerte fueron siempre las ciencias naturales. A fines del siglo XIX, cuando se crearon el
Museo Histórico Nacional y el Museo Nacional de Bellas Artes, les transfirió las
colecciones correspondientes a estos temas. Pero fue en 1947 cuando se decide que se
desprenda también de las colecciones antropológicas, que se incorporaron entonces al
Etnográfico.
En las últimas décadas el aumento de las colecciones es mínimo. Los motivos son
variados. Por una parte, el fuerte del museo como investigación fue siempre la
arqueología, y los objetos arqueológicos que se excavan actualmente se devuelven a las
provincias correspondientes. Además, después de la dictadura, la antropología social
mira para otro lado y se desentiende de la cultura material, de modo que no hay
recolección de objetos actuales. Debemos asumir, además, que mientras no se resuelva
la ampliación del museo sería irresponsable dedicarse a aumentar las colecciones.

I. Magnani: En los años de la dictadura militar imagino que la temática de museo no


sería grata al gobierno. ¿Cómo evolucionó el museo en aquellos años?

M.Dujovne: No era tanto la temática sino que se cierra el acceso de la población general
al museo. Antes de eso, en el ‘73, hubo un breve interludio interesante, hubo un
triunvirato a cargo del museo y los que lo integraban lo plantearon como un centro
cultural. Armaron una exposición que se llamaba “Patagonia: 10.000 años de historia”
que proponía otra mirada, pero esto duró poco. Y después de la dictadura sí, se abrió a
las visitas para colegios. Las escuelas primarias encontraban acá temas que necesitaban,
material del que no disponían. Después el museo estuvo cerrado por un tema
administrativo mal manejado: hubo una denuncia por un faltante de piezas, con
requerimiento de un inventario, y entonces estaba cerrado al público. A fines de 1987 es
cuando entra como director José Antonio Pérez Gollán, que es arqueólogo también, que
estuvo exilado en México, con lo cual tenía la experiencia de los museos mexicanos. Él
planteó entrar con un pequeño equipo y pensando inmediatamente en actividades con
gente de educación, en el tiempo libre, pensando en la proyección hacia fuera. Yo entré

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con él. Y cuando entramos acá nos encontramos con que había que encarar muchos
problemas.

I. Magnani: ¿Te refieres a problemas prácticos, de organización?

M.Dujovne: De todo tipo, y también de organización. El problema del espacio era


desesperante. Una experiencia que a mí me resultó personalmente interesante fue que
nos rompíamos la cabeza pensando en cómo resolver el tema del espacio sin encontrar
solución. Cuando vimos que había un par de edificios en la misma manzana que podían
hipotéticamente sumarse al museo, nos tuvimos que plantear que aun suponiendo que
los consiguiéramos en tiempo record, tomaría varios años adecuarlos y poder ocuparlos
realmente. Por el momento había que moverse en las condiciones presentes y
considerar que la cuestión no era cómo organizar el museo para siempre, sino cómo
aprovechar los espacios transitoriamente, liberar algunos espacios, hacer alguna mejora.
Y cuando pensamos el trabajo en este pequeño espacio no como una condena sino
como una necesidad transitoria, encontramos muchos modos de mejorar su uso.

I. Magnani: Si bien entiendo la ampliación solicitada en los documentos tardó mucho.

M.Dujovne: Aún no se ha conseguido nada. Así que nos planteamos permanentemente


cómo racionalizar, cómo mejorar, incluyendo las condiciones de trabajo, tanto del
personal del museo como de los investigadores. Porque aquí también tienen lugar de
trabajo grupos de investigación que son del CONICET o de la Facultad, cada uno con su
proyecto de investigación, todos de arqueología. Éste sigue siendo fundamentalmente
un centro de arqueología.
El problema era cómo encarar el trabajo interno del museo. Algo que nunca se había
dejado de hacer es prestar servicio a los investigadores, o sea los investigadores
externos que quieren venir a hacer consultas de colecciones, las hacen.

I. Magnani: ¿Cómo encararon la cuestión de la organización?

M.Dujovne: Un problema era por dónde empezar. Había montadas varias exposiciones
con las que estábamos en total desacuerdo tanto en la forma como en el fondo. En la
sala grande había una sobre los grupos aborígenes argentinos. Estaba formada por una
o dos vitrinas para los onas y otras para los mapuches, otras para los tehuelches,
diaguitas, etc. Esto reforzaba la noción de presente etnográfico, de pueblos sin historia,
que “son” así, y también la idea de una Argentina preexistente a su formación, se pierde
la noción de que se habla de pueblos que habitaron territorios que hoy forman parte de
la Argentina y no de pueblos argentinos. Por otra parte las paredes estaban pintadas de
gris, iluminadas con escasos tubos de neón, las vitrinas eran muy petizas, de metro y
medio de altura, y con unos cartelitos hechos en rotulador negro. Resultaba realmente
deprimente. Arriba había una exposición arqueológica con esas mismas vitrinas (y es

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una sala que tiene 7 metros de altura). Pero las escuelas pedían visitas sobre los pueblos
originarios, porque tenían en su programa un punto que era éste, y casi sin bibliografía
para dar. En aquel momento el Etnográfico era casi un museo secreto, que nadie en
Buenos Aires sabía que existía, salvo las escuelas primarias, que querían venir para eso.
Entonces el área de extensión educativa trató de reunir en la biblioteca un material
adecuado para los maestros. Ahí empezó algo que después se desarrolló como un
planteo bastante central: reconocer la legitimidad de ciertos pedidos docentes, y
simultáneamente saber que no hay que darles una respuesta literal. Digamos que si los
docentes piden una muestra sobre pueblos aborígenes argentinos, ni hay que hacer
exactamente la muestra que ellos quieren, ni hay que mandarlos al diablo por
reaccionarios; ellos piden de acuerdo a sus necesidades, y somos nosotros los que
tenemos que entender cuál es la necesidad y cómo dar la mejor respuesta. El problema
es que sobre el tema había poco material, muy especializado; en realidad sólo muchos
años después apareció una colección de libros muy buena, que se llamaba “La otra
historia”, que sirve tanto para chicos como para docentes. Pero eso no existía entonces.

I. Magnani: ¿Cómo llegó a concretarse el museo tal como lo vemos hoy?

M.Dujovne: Lo primero que hicimos fue decir “Bueno, empecemos por lavarle la cara a
esto”, mientras planeábamos otra cosa. Entonces lavarle la cara fue adecentarlo
físicamente y agregarle un cartel que daba cuenta de la historia de esos grupos, para no
dejarlo colgado en el tiempo, aunque sabíamos que es mucho más fuerte la capacidad
de atracción de una vitrina que la de un texto que se lee más o menos. Después hicimos
unas hojas informativas sobre los grupos, de manera de poder dárselas a los docentes y
a los chicos e inclusive para cuando sacáramos esas vitrinas para decirles: “bueno lo que
ustedes quieren, en forma general, no lo tenemos, pueden consultar esos materiales y
les proponemos este otro tipo de exposición”.
Pero para hacer otras exposiciones teníamos los problemas de infraestructura. Hubo un
hecho que nos cambió bastante la mirada y que fue la llegada del V centenario del
descubrimiento de América. Nosotros estábamos tratando de conseguir el edificio de al
lado y pensamos que el momento del V centenario era ideal: un museo con tema
aborigen sería fantástico para el V centenario. Pero no obtuvimos nada. Entonces nos
dimos cuenta que teníamos que crear la necesidad social de la existencia del museo.
Consideramos que si nosotros fuéramos suecos empezaríamos por ampliar el edificio o
por lo menos por arreglar la infraestructura, después acomodar las cosas y después
exponer. No lo somos, suecos, entonces tenemos que empezar por exponer, y a medida
que lo hagamos bien lograremos un poco más de apoyo. Los primeros dos, cinco años
fueron los más difíciles porque no se veía nada, porque no teníamos nada para mostrar.
Además, nos tocó la hiperinflación de 1989. El primer arreglo grande que hubo lo
costeó la universidad: por un lado teníamos techos que se llovían y por otro, por baja
presión, no disponíamos de agua, teníamos una manguera que cruzaba todo el museo,
era un disparate. Esta primera licitación hubo que declararla desierta y llamarla cinco

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veces por el problema de la hiperinflación con lo cual demoró dos años en avanzar el
trabajo. Era una etapa difícil.
Después tuvimos una coyuntura favorable: la fundación Antorchas organizó un
programa de ayuda a museos a través de concursos. Nos presentamos en el primero que
hubo. Debimos argumentar, porque era para mejora en exhibición o conservación
excluyendo arreglos de edificios, y nosotros nos presentamos con el proyecto de
arreglar las salas de exposición diciendo que no podíamos mejorar nada ni en exhibición
ni en conservación mientras no hiciéramos eso, y que no había la menor posibilidad de
realizarlo por otras vías. Conseguimos convencerlos y entonces con eso se renovó el piso
de la planta alta, que tenía las vigas de sostén vencidas, y se cambió el sistema de
iluminación de las salas de exposición, y con la ayuda de la Facultad se pintaron las salas.
Ahí sí que el museo estuvo cerrado bastante tiempo, en el cual, sin embargo, se siguió
trabajando con colegios. Eso fue absolutamente básico. En el equipo había entrado una
pedagoga que había trabajado en tiempo libre, la persona que organizó el área de
extensión educativa. Vos estuviste leyendo documentos y viste que ya en el primer
documento que hicimos, “Mueso Etnográfico: funciones diagnóstico y propuestas”, (que
en parte se reproduce en “Mueso Etnográfico: funciones y balance de una gestión”;
disponibles en http://museoetnografico.filo.uba.ar/portalMuseo.html, página de textos),
que entregamos a la Facultad en marzo del ’88, estuvimos planteando la temática de la
difusión de la cultura y el papel del museo como agente didáctico.

I. Magnani: ¿Puedes comentar ese planteo y explicar cómo lo concretaron?

M.Dujovne: Nosotros ya en ese documento decíamos que no entendíamos la parte de


educación como un agregado, sino que tenía que ser una parte constitutiva de la tarea
de exhibición, que de algún modo el área de educación debía ser la representante del
público en el museo. Muchas veces se ha pensado, como parte educativa, sólo en las
visitas guiadas, y era algo que se agregaba después de haber armado una exposición.
Nuestro planteo es que el área educativa tiene que estar, desde el vamos, interviniendo
en el planeamiento de las distintas muestras.
Ahora, en un principio la única gente con vocación de público de este museo eran las
escuelas, y estábamos agradecidos.
Cuando se terminó el arreglo, en 1996, abrimos con sólo dos salas porque en la de la
planta alta, que estaba terminada, se hizo a lo largo de dos años un programa con el
Smithsonian, un seminario de formación y otra sala de la planta baja funcionaba como
aula.
Se armó una exposición que muestra la formación de las colecciones exóticas del
museo. Esto nos permitía dos cosas importantes: por un lado contextualizar la
concepción desde la que se había armado el museo, y por otro lado mostrar un poco de
esas colecciones. Eso nos preocupaba mucho porque, evidentemente, teniendo espacio
restringido nuestra prioridad era trabajar sobre los grupos aborígenes americanos,
especialmente los que habitaron el actual territorio argentino. Pero al mismo tiempo la
situación de las colecciones exóticas era trágica, porque con ellas no pasaba nada, en

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tanto con las colecciones locales por lo menos se trabajaba, había investigadores que
venían a consultarlas. Entonces esta exposición nos permitía exhibir parte de estas
colecciones en una estructura donde si uno quería podía cambiar los objetos dentro del
mismo guión.
La otra exhibición con la que se reabrió el museo fue “En el confín del mundo”. Fue muy
importante el guión de esta exposición, que fue elaborado por el área de extensión
educativa. Bueno, por supuesto en consulta con arqueólogos, con antropólogos, con
especialistas que aportaron un montón; y surgió del planteo de ver cómo se había dado
el contacto, cómo se dio la interacción entre la sociedad blanca y las culturas originarias.
La verdad es que la exposición sigue guardando la potencia que tenía al principio. El
planteo fue conscientemente provocador, particularmente tenemos conciencia que lo
más provocador de todo es un adjetivo que está puesto en uno de los dos textos cuando
hablamos de la responsabilidad de nuestros abuelos.

I. Magnani: Pensaba más bien en la vitrina con las tacitas de té y las galletitas
representando las que los ingleses regalaron a los indios que habían “civilizado”.

M.Dujovne: Es que es tan delirante esta ilusión de los ingleses de “civilizar” a un par de
indígenas para que a su vez difundieran esa civilización entre los suyos, y que hicieran
una subscrición para armar una dote para Fuegia antes de que la trajeran de vuelta.2
Los ingleses, que organizaron una sociedad para evangelizar, no pudieron asentarse y se
fueron a Malvinas, así como tres siglos antes había habido un intento de poblamiento de
los españoles en un lugar que a partir de su experiencia se llamó Puerto Hambre. Pero a
pesar de que no lograban sobrevivir en la región no se les ocurría tomar en cuanta cómo
hacían los indios para vivir en estas condiciones climáticas. Entonces es más interesante
la propia psicología de ellos: estaban tan imbuidos de que su forma de vida era superior
y era una mejora evidente, que ellos, aunque no lograban sobrevivir, no pensaron que
tuvieran algo para aprender de los indígenas.

I. Magnani: ¿Puedes hablarme de esta exposición?

M.Dujovne: Sorprendió la elección del tema, porque aunque la lengua de los yámanas
es muy compleja y las pinturas corporales de los selkman son maravillosas, sus culturas
materiales son sencillas y los objetos resultan muy poco impactantes en una vitrina. Fue
un desafío, y fue un planteo importante mostrar un proceso histórico-social; y con
distintos niveles de lectura. La verdad es que la exposición incluye mucho texto. La idea
era que se la pudiera ver también sin hacer una lectura detallada de esos textos, que

2
Se hace referencia a un episodio de 1830, cuando Robert FitzRoy, comandante de la nave
inglesa Beagle, se llevó a Inglaterra a cuatro jóvenes fueginos con la intención de civilizarlos para
devolver a esas tierras, dos años más tarde, a los sobrevivientes para que favorecieran la
penetración de la región.

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transmiten mucha información. Y también está el televisor; pudimos conseguir una
serie de videos y la idea era que los visitantes interesados pudieran pedirlos y quedarse
mirando los videos. Estaban los de Anne Chapman, por ejemplo, pero también el
documental filmado por el salesiano De Agostini. Por eso las butacas de la sala. Aunque
yo sostengo que en un museo es necesario poder sentarse, de ser posible en todas las
salas.

I. Magnani: ¿Cuál ha sido la respuesta del público?

M.Dujovne: Bueno, en general tenemos problemas para convocar: hay visitantes pero
no muchos. Es difícil hacernos conocer, hacer llegar la información, también porque
inauguramos pocas exposiciones nuevas. De todas maneras la gente que viene deja su
correo electrónico, recibe nuestra programación y vuelve, pero el problema es como
convocar a los que no conocen el museo.
La información también a veces sale en la radio, o en los diarios, pero la verdad es que
todavía nuestra convocatoria a instituciones educativas es mucho mayor que la de
público general. Pero de todos modos la parte de trabajo con instituciones educativas es
fundante.

I. Magnani: ¿Cómo están organizadas las visitas?

M.Dujovne: Cada visita se refiere sólo a una sala y tiene un tema, hay a veces varios
guiones de visita distintos para una misma muestra. Las visitas guiadas se hacen para
público en general durante los fines de semana, y fin de semana por medio hay visitas
especiales para chicos, pensando en los problemas de la concurrencia en familia: si los
adultos están con chicos y hacen una visita guiada, los chicos se aburren, por eso se van
explorando distintos tipos de actividad ya que, en general, al museo vienen las familias.

I. Magnani: Este museo tiene un gran valor, sin embargo no propone excelencias
estética, no es el típico espacio de las musas.

M.Dujovne: Depende de cómo se plantea. El enfoque de las exhibiciones no es estético,


pero sí pretendemos que la manera de exponer permita el disfrute estético. En general
hay interés por las problemáticas antropológicas que se presentan, y los visitantes
agradecen la información que se les da, piden más información, muchas veces. En el
libro de firmas, a veces se repite un comentario que es como un cliché: “Gracias por
ponernos en contacto con nuestras raíces”, lo cual es gracioso porque a menudo lo
expresan hijos de inmigrantes. Hubo algunos casos, muy pocos, de gente enojada con
nuestro planteo, pero hay más gente que se asombra por lo que descubre y por la
elaboración simbólica que se le propone.

I. Magnani: . ¿Qué relación se establece con el público?

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M.Dujovne: La existencia de los guardianes es un problema en todos los museos: si no
se toman en serio su trabajo, no sirven, y si se toman en serio ese trabajo, consideran al
público casi como un enemigo. Al comienzo pensamos que si trabajábamos con
estudiantes avanzados, jóvenes que estuvieran en la sala, que contestaran alguna
pregunta, por el solo hecho de estar había una situación de control. Esto en el curso de
los años tuvo sus más y sus menos. Como situación de control no sirve, porque si el
joven se pone a contestar preguntas de un visitante no puede observar a los otros; y
además estos estudiantes son pasantes, están un período breve en el museo, y la
institución no puede dar la responsabilidad del patrimonio a alguien que no es personal
permanente. Entonces tenemos algunos guardianes de sala y lo combinamos con la
disponibilidad de pasantes que forman parte del área de extensión educativa y hacen un
trabajo de referencia en sala para el público. Y también hacen visitas guiadas. Es un
esfuerzo muy grande porque hay que formarlos, y se renuevan cada año y medio. Pero
es también muy importante que futuros investigadores hagan esta experiencia de
difusión cultural, esto es otra función de formación que hoy cumple el museo.

I. Magnani: ¿Qué papel desempeña el museo frente al público como momento de


formación y de diversión?

M.Dujovne: Nosotros pensamos que el museo debe ser un lugar de disfrute, de disfrute
en serio. Cuando digo un espacio de disfrute no quiero decir un espacio necesariamente
divertido, pero sí siempre interesante y para ser usado. Yo creo que una cosa con la que
hay que trabajar mucho todavía, es con la idea de qué uso se quiere dar al museo.
Tenemos demasiado metido adentro eso de que uno va, conoce cosas: “ya lo vi, ya está,
vuelvo si hay algo nuevo, si no, no”. Creo que el museo es un lugar para estar, para
volver. Uno de los problemas que normalmente discutimos bastante cuando se arma
una exposición nueva y se piensa en las visitas, es que hay dos elementos de los museos
que creemos que son muy interesantes, que son la libertad y la autonomía. Es una cosa
que la hemos discutido mucho hablando de las visitas guiadas, ni qué hablar de las
visitas guiadas escolares: los chicos no son dueños de decidir venir, ni en general se les
plantea que elijan un recorrido, decide el guía de acuerdo a las necesidades del maestro.
En realidad lo hemos discutido mucho para ver cómo se podían encarar las visitas de
manera que los chicos pudieran percibir de alguna manera esta posibilidad de
autonomía que hay en el museo, que para nosotros era una de las cosas que nos
importaba. Que la visita no fuera llevarlos de acá para allá, diciéndoles qué tenían que
mirar, sino que ellos pudieran elegir con autonomía. Y de alguna manera el museo da
teóricamente la posibilidad de que cada visitante haga su propio recorrido, a condición
de tener herramientas para hacerlo. Entonces, uno de los planteos es: ¿en qué medida el
museo puede favorecer ese proceso, qué tiene que hacer el museo para entregar las
herramientas para que un visitante pueda disfrutar autónomamente de los materiales
presentados?

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I. Magnani: ¿No crees que la cuestión va más allá de la materia del museo?

M.Dujovne: Sí, pero considero necesario, con toda modestia, que la misma exposición
dé las herramientas para leerla, incluso para modificarla mentalmente.

I. Magnani: ¿La decisión de trabajar con niños depende de las demandas originarias de
las escuelas? Y sobre todo ¿cómo han ido decidiendo la actividad que el museo les
puede dedicar?

M.Dujovne: ¿Las visitas? Están las actividades que se proponen pero están además los
dispositivos de las visitas. Las visitas se dividen en partes. Hay una primera parte donde
se comenta un poco lo que se va a hacer, y se les dan consignas de búsqueda
dividiéndolos en grupos, entonces los niños recorren la muestra comentando entre ellos
o con los adultos. Esas consignas les sirven para que no se pierdan en la multiplicidad de
objetos. Una consigna permite largarlos solos, pero a partir de un primer planteo y
poniéndoles preguntas. En este momento hay una visita escolar en la sala de planta alta,
donde los grupos asumen distintos roles y suelen tener que buscar en las vitrinas los
objetos que les interesan para el juego. Esto los obliga a recorrerlas, a mirarlas, a darles
un sentido a los objetos para comprender si les sirven para eso o no. En el final de la
visita se hace una ronda y se pone en común lo que han hecho todos.

I. Magnani: ¿Existe algo parecido para adultos?

M.Dujovne: Bueno, las visitas siempre permiten la interacción, las preguntas. Y en


alguna de las visitas que se hacen se trabaja con materiales parecidos a los expuestos
para manipularlos: objetos como los fragmentos de cerámica o algún otro elemento.
Hay algunas visitas, por ejemplo, donde se trabaja la cuestión textil en las que, en algún
momento se saca un maniquí al que hay que vestir con una réplica, hecha por una
tejedora, de un atuendo inca. Se propone al público que lo vista, y les cuesta mucho.
Pero esas actividades se hacen sólo cuando tienen realmente sentido, no como una
moda.

I. Magnani: ¿Cómo se articula hoy en día la relación entre exposición permanente y


temporarias que se plantea en varios momentos en los documentos?

M.Dujovne: Existía la idea de tener una exposición “permanente” y armar exposiciones


temporarias donde se pudieran tomar temas puntuales o dar cuenta de investigaciones.
Yo creo que las exposiciones temporarias en cierto sentido pueden hacer de laboratorio.
El problema es que mientras estemos reducidos a este espacio no hablamos ya de
temporarias o permanentes porque de alguna manera la exposición permanente en un
museo se supone que da una cierta cuenta de ese museo. La proporción entre lo que
nosotros tenemos y lo que podemos exhibir, es ridícula. Teníamos una exposición sobre

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las sociedades de Pampa y Patagonia, que fue central, después se levantó, ahora va a
haber un par de temporarias. La verdad es que la exposición del traje boliviano se
inauguró como temporaria, pero no sólo nos da lástima levantarla sino que no sé en que
espacio guardaremos el traje cuando lo hagamos. Yo me río porque digo que la sala
donde tenemos la exposición “Entre el exotismo y el progreso” puede cambiar de tema,
puede cambiar de todo, siempre y cuando sean temas que puedan incluir al altar
budista, porque no nos entra en el depósito. Entonces la verdad es que no estamos en
condiciones de decir: “nuestra exposición permanente debe crecer” porque para pensar
en una exposición permanente deberíamos disponer, como espacio muy reducido, del
doble de lo que hay. Entonces te diría que lo que tenemos son exposiciones
prolongadas, más o menos prolongadas. En la planta alta, el sector central fue pensado
para ser modificado periódicamente; por ejemplo, al principio ahí fue puesto el ajuar de
una momia, como un detalle dentro del conjunto, y ahora hay una exposición sobre el
contexto más amplio de las sociedades andinas precolombinas. La exposición de Pampa
y Patagonia había que cambiarla por problemas de conservación, y al mismo tiempo era
una exposición sobre la que se trabajaba muchísimo con el público, había desarrolladas
muchas actividades.

I. Magnani: ¿Existen colaboraciones con los descendientes de esas poblaciones?

M.Dujovne: En lo que respecta a la organización de las exposiciones, por ahora no. Hay
grupos que vienen acá. Y aunque nuestras colecciones no llegan hasta el presente sí nos
interesa establecer relación con las comunidades actuales, compartir actividades. Por
ejemplo, cuando el área de etnografía estaba trabajando en la catalogación de un
conjunto de piezas del Chaco, estableció contacto con un grupo de la comunidad toba,
que estuvo en el museo y hubo intercambio de información. O sea, empieza a haber un
trabajo, despacito, a partir de contactos sobre temas específicos. Hace ya varios años por
ejemplo que en el museo se hace la fiesta de la Pachamama.

I. Magnani: Volviendo al principio, ¿el edificio añade significado al museo, a la


exposición o es una casualidad y de ahí viene la lucha constante que se mantiene con él?

M.Dujovne: No, no es una lucha. La lucha es con la falta de espacio. El edificio no es una
casualidad porque fue construido para la universidad. En realidad acá hay muy pocos
edificios, muy pocos museos, que tengan edificios construidos especialmente para ellos.
Así que los museos transcurren, se adaptan, conviven, intentando incorporar edificios
levantados para otra cosa. Pero a esta altura, puesto que ya son muchos años que el
museo está acá, y siendo que ese edificio fue construido especialmente para la UBA, que
está en el casco histórico, nos parece que vale la pena asumirlo como parte de la
colección del museo, ponerlo en valor, respetarlo y usarlo al mismo tiempo, quiero decir:
hemos eliminado capas de pintura, las puertas, vidrios pintados de negro, etc. Hacer los
entrepisos en la sala de la planta alta fue una decisión, nos parecía que era un espacio

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fantástico, pero buscamos una solución que permitiera tener la visión del espacio
original al mismo tiempo que pudiera dar lugar a un recorrido posible. En este sentido:
ponerlo en valor pero usarlo al mismo tiempo. Y la última cosa que me parece
importante y una de las intervenciones fuertes que hemos hecho tiene que ver con los
depósitos, que lo necesitaban mucho. Así como todo está apretado, los depósitos,
aunque nos sacan mucho espacio, carecen de espacio. La intervención la hemos hecho
de tal manera que una parte del depósito de colecciones etnográficas pueda recibir
visitas controladas del público, o sea que una parte sea visitable. La idea es que, incluso
si tuviéramos más espacio, siempre hay parte de la colección de un museo que queda
fuera de la vista. Está bien que demos acceso a estudiar las colecciones del depósito a los
investigadores, pero después están los que no son investigadores, los aficionados, y al
fin y al cabo se trata de relación con público. Este material puede ser interesante verlo
aunque no sea en el contexto de una exposición, con un tema particular y un guión, sino
simplemente tal como está estibado, entonces nos planteamos en qué medida se podría
tener un espacio de almacenaje que pudiera, aunque no todo el tiempo y sólo en ciertas
condiciones, ser accesible al público. Y bueno, eso hemos hecho. Se puede entrar con un
máximo de personas por vez, pero de toda manera, es visitable.

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Ilaria Magnani es profesora de Literatura hispano-americana en la Università degli Studi


de Cassino. Se ocupa de literatura argentina, emigración y aporte de la presencia
italiana, con particular interés en las temáticas de la identidad, la memoria y la
hibridación lingüística. Sobre el tema ha editado Tra memoria e finzione (Reggio Emilia
2004), L’azzardo e la pazienza (Troina 2004, con Camilla Cattarulla) e Il ricordo e
l’immagine (S. Maria Capua Vetere 2007, al cuidado de) además de varios ensayos en
revistas y volúmenes colectivos.
ilariamagnani@libero.it

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