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El stock de reservas global representa una descomunal cifra en torno al 10% del
PIB global, una suma de dinero inmóvil que podría destinarse a fines más útiles.
Estos ahorros se invierten en activos financieros líquidos, como depósitos a corto
plazo, billetes y metales, que tienen bajo o nulo rendimiento y no contribuyen a
expandir la demanda global de inversión y de consumo. En definitiva, las reservas
internacionales representan filtraciones al flujo económico que representan un
derroche de recursos que Keynes bautizó brillantemente como la “paradoja de la
frugalidad” pero aplicado a escala planetaria. El nivel de reservas aumentó desde
un 3% del PIB en los Países en Desarrollo (PED) en los 80s a valores en torno al
20% en los PED de renta media, al 9% en los de renta baja y al 40% del PIB en el
caso de China.
Esta cifra descomunal sin duda está subestimando el efecto total, porque la
coordinación y desdolarización resultantes disminuirían la demanda de dólares
para ahorro en los países en desarrollo. La mayoría de estos dólares ahorro, se
colocan en activos de baja o ninguna rentabilidad (el colchonbank, por ejemplo),
por lo que si fuesen utilizados para hacer transacciones o inversiones, el impacto
multiplicador sería mucho más relevante.