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2.8. Principio del honor


I. Dentro de la dimensión discursiva por la que transitamos en este trabajo se dejan advertir
distintos rasgos que hacen a la configuración del texto producido por las minorías reflexivas
rioplatenses; rasgos que, como en todo relato, se caracterizan por ser retóricos (retórica entendida
como dimensión esencial de todo acto de significación), temáticos (dimensión relacionada con una
determinada «visión del mundo»; con una determinada referencia) y enunciativos (dimensión
comunicacional)1. Caracteriza a la dimensión retórica del discurso del siglo XVIII y, en general del
estilo neoclásico, su transparencia cartesiana y su carácter pedagógico-didáctico. Respecto de la
transperencia sólo por razones, atribuibles ya a la formación o a dificultades expresivas de los
diferentes actores dentro de la élite, puede resultar enturbiada o ambigua. En suma, se trata de un
estilo retórico desambiguador. De allí que se al aludir como rasgo temático a un determinado motivo
como el perfil del noble, cuyas precisiones conceptuales desde nuestra perspectiva actual resultarían
sustanciales, nos sorprenda encontrarnos con alusiones veladas, no obstante, constituir la nobleza,
dentro de los modelos teóricos institucionales planteados por las élites, el eje del sistema que se
exhibe como paradigmático (Gobierno mixto británico). El discurso resulta sólo parcialmente
didáctico, en tanto, da razones en una sola dirección, aquella que orienta en la construcción del
modelo.
Sucede que el rasgo retórico de la época había colocado en un cono de sombra todo lo
relacionado con el perfil del noble, entendido en su sentido apologético; de allí que el discurso cuide
subrayar la significación que tiene la presencia del noble en virtud de sus méritos individuales, al
tiempo que emite su condena en tanto inserto dentro de un estamento. Este juego especular del
discurso determina involuntariamente que el estilo neoclásico en que se asienta se vea cruzado y
menguado en ciertas instancias por recursos estilísticos barrocos. La estrategia discursiva, consistirá
entonces en destacar la presencia de los nobles como elemento regulador del modelo institucional,
pero excluir todo tipo de consideraciones que puedan derivar en una exaltación de un grupo social
que, strictu sensu, respondía a otro marco ideológico, el de los «tiempos aristocráticos», que el siglo
liberal e ilustrado se había complacido en denigrar. En suma, el noble no aparecerá en el discurso
como referente, pues éste lo será ineluctablemente la forma de gobierno llamada Sistema
Representativo o Gobierno Libre así como los principios de la nueva «visión del mundo» burguesa.
"El propio discurso se ve vigilado por las condiciones sociales subyacentes, tales como las opiniones,
actitudes, representaciones o ideologías sociales.2"
En este sentido se observarán juicios ponderativos sobre la nobleza expresados, ya desde
las páginas de los dos periódicos que respondían al nombre de El Independiente, también surgirán
en algún editorial de la La Estrella del Sud, de La Abeja Argentina y de El Argos, pero siempre la
mención será, lo que en términos literarios suele configurar un «motivo libre», es decir, aquél del cual
se puede prescindir en un discurso, sin que resulte afectada su coherencia. Reconocida la nobleza
como materia significante, es recortada cualquier disgresión sobre ella. Dicho en otros términos, si el
discurso de las élites rioplatenses, cuando aborda el tema forma de gobierno o administración
espacial, reviste el carácter cuasi de tratado de teoría política, la referencia a la nobleza, en cambio,
aparece como rasgo temático colocado «en abismo»; estratégicamente busca ofrecerse como
accidental y en momento alguno nos enfrentamos a nada que suponga un desarrollo teórico sobre su
significación y alcance dentro de la realidad política. Como veremos enseguida sólo Manuel A. de
Castro incluye el tema «Nobleza» en sus reflexiones, pero al referirse a los poderes intermedios y
tras el escudo que significaba la autoridad de Montesquieu.
Respecto del público lector el autor del discurso lo entiende, como en todo relato, como
«lector modelo», que no sólo reconoce los códigos textuales sino también que acepta las premisas

1
     (Cf. en relación con los rasgos retóricos, temáticos y enunciativos del discurso: Oscar Steimberg, Semiótica de los medios
masivos. El pasaje a los medios de los géneros populares, Buenos Aires, Atuel, 1993, pp. 48-51.
2
     T. A. van Dijk, Estructuras..., p. 168. Cf. en relación con las "estategias discursivas" y con el "contexto socio-cultural", pp.
63-68; pp. 138-142.
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del productor del discurso, incluidas las estrategias discursivas.


De las fuentes consultadas y, para el período 1816-1820, el discurso más explícito resultará
el de Manuel A. de Castro, aunque sin resultar tampoco de él un homenaje a la nobleza, por otra
parte, deslindando la responsabilidad argumentativa mediante la transcripción rigurosa del capítulo
correspondiente de la obra Del espíritu de las leyes de Monstesquieu, referente teórico indiscutido
para la época.

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