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Aproximación A Un Encuadre Epistemológico Del Discurso D
Aproximación A Un Encuadre Epistemológico Del Discurso D
INTRODUCCIÓN
¿Qué sentido reservan las élites rioplatenses a voces como «Revolución»,
«Independencia», «Constitución», «Ideología» (según expresión de Tracy)? A estos interrogantes
de manera específica pero no excluyente, que ayudan a caracterizar el universo cultural de los
actores en esta coyuntura, atenderemos en el presente trabajo; un universo donde el relato
histórico aparecería como tropo ornamental dentro de la retórica discursiva —dimensión
significativa del texto—, pues dice poco sobre las vueltas y revueltas que signaron la enmarañada
coyuntura.
Entendimos que el riguroso planteamiento epistemológico formulado por Michel
Foucault en Las palabras y las cosas, al caracterizar la episteme clásica (siglos XVII—XVIII) y
moderna (siglo XIX), ofrecía un unificado esquema de reflexión sobre las ciencias humanas,
verdadera filosofía del concepto, modelo teórico con el cual construimos nuestra hipótesis de
trabajo. La misma plantea que el discurso de las minorías reflexivas de la época encontraría
adecuada definición dentro del universo cultural de la episteme clásica apenas conmovido por
latentes signos de modernidad. En tal sentido, bajo representaciones singulares, los actores
sociales rioplatenses perseguían reencontrarse con una identidad contra la cual atentaba el nuevo
estado de cosas; representación alejada de cualquier intento transgresor que condicionara el
futuro; la consigna transitaba por el par restauración/reparación no por el sendero del progreso
lineal. En suma, los enfrentamientos, las convulsiones facciosas de las élites conformaban
respuestas distintas para arribar a lo «mismo», a ese orden clásico que, desde la Revolución
Francesa comenzaría a oscilar para dejar paso a una realidad del todo distinta de que daría cuenta
tanto el romanticismo como el positivismo.
Nuestro trabajo se centra en una coyuntura inserta en la estructura del saber clásico, cuya
descomposición se advertía ya en el universo cultural de Occidente. En el mundo
iberoamericano en general y, en el rioplatense en particular, la crisis de descomposición de la
episteme clásica sigue un ritmo diferente, si bien transita por su tramo final oscilando hacia un
nuevo paradigma, todavía el discurso de las élites rioplatenses no exhibe las notas que lo
identifican y definen plenamente; en suma, continúa predominando el entramado clásico en su
estructura. El nuevo paradigma, con el que se articula el anterior y con el que convivirá
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residualmente más allá del período que aquí nos ocupa, no es otro que el de la episteme moderna,
cuyos principios nutren una actitud mental radicalmente distinta a la aquí planteada.
La coyuntura estudiada se inserta en un modelo de saber, cuya orientación arroja luz en
el camino interpretativo de lo construido entre 1810 y 1830 con su secuela de enfrentamientos
pero a la vez con identidades sustanciales, una interpretación que entiende el progreso dentro del
orden y no corriendo por fuera de él, que entiende lo distinto desplegado en el mismo cuadro que
lo idéntico, no operando por supresión, sino perseverando en su asimilación.
CONSIDERACIONES GENERALES
1. La secuencia 1810-1830, inserta en la episteme clásica, no podía menos que ser
observada por sus actores como extremadamente dinámica y atípica, como instancia pocas veces
observada tanto en tiempo antiguos como modernos.
Dado el ritmo impuesto a los hechos por esa aceleración de los tiempos, y desde el
paradigma de saber imperante, las élites buscarán su solución en términos de regreso y no de
progreso; regreso a la matriz primigenia de unidad dentro de la diversidad, tal como la expresión
jurídica del universo cultural lo deja advertir (Constitución de 1819, Ley Fundamental,
Constitución de 1826).
La policausalidad de factores físicos y morales que habían confluido en la dinámica
iniciada en 1810 encontraban su monitor en la inmutabilidad del orden natural: se imponía
reducir los fenómenos cambiantes a términos de orden, de estabilidad, pues no podían rehuir
indefinidamente el dictado de la naturaleza. ¿Acaso no se advertía que a poco de producido el
primer cambio natural, y por obra de las pasiones, este cambio inicial amenazaba con
profundizarse? ¿Acaso podía ocultarse que la anarquía se desata cuando se marcha de revolución
en revolución o, lo que es lo mismo, de un cambio político a otro?
Policausalidad fenoménica que no encontraría lugar dentro de la episteme moderna, en
tanto ésta no acepta la acción conjunta de diversas causas generadoras de fenómenos. Para la
Modernidad los fenómenos responden a leyes invariables, a las que imponen el criterio de
seguridad antropológica que termina convirtiéndose en el lugar de todas las referencias
posibles. La actitud analítica cede su lugar a las síntesis objetivas y, en tal contexto, las
expresiones particulares sólo encontrarán sentido referidas a un centro construido more
geometrico.
En el marco del paradigma moderno la ley estática de los fenómenos es progresiva;
supone un progreso indefinido y un futuro promisorio y deviene en el triunfo historicista que
hurga en la tradición como fuente de inspiración, a la que juzgará positiva o negativamente según
convenga a su imagen de progreso material. Para el clásico el futuro es apenas un momento del
continuum temporal pero nunca, como para el moderno, esperanza de un porvenir maravilloso.
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MARCO TEÓRICO
ANOTACIONES SOBRE EL PLANTEO EPISTEMOLÓGICO DE
MICHEL FOUCAULT
Existe “una infraestructura cultural del saber propiamente dicho” que podríamos llamar
«saber pre-científico», «opinión» o «episteme» que, para la época clásica se identifica con los
dominios de los seres vivos, de la riqueza y del lenguaje, en cuyo interior encontrarían, en el siglo
XIX, un lugar las ciencias humanas 1. A desentrañar el dominio clásico del saber y confrontarlo
con el moderno, se entregó Michel Foucault en su obra Las palabras y las cosas. Una
arqueología de las ciencias humanas. El clasicismo aparece para el autor como el último
1
Hilton Japiassu, «A epistemologia ‘arqueológica’ de Michel Foucault», en Idem, Introdução ao pensa-
mento epistemológico, Rio de Janeiro, F. Alves, 1977, p. 113. Puede verse sobre “conocimiento y epistemología”,
en relación con las ciencias sociales: Gregorio Klimovsky y Cecilia Hidalgo, La inexplicable sociedad.
Cuestiones de epistemología de las ciencias sociales, Buenos Aires, A - Z, 1998, pp. 15-25.
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refugio del entendimiento humano en su sentido más auténtico y revelador, allí donde el ser es
rescatado por la palabra y ésta le permite mostrarse. Se trata su obra de un ensayo acerca de los
momentos sucesivos de la episteme occidental a través de una propuesta definida en términos de
arqueología del saber. Para Foucault, la “arqueología” (archivo del saber) es la categoría por
medio de la cual “intentará sacar a luz el campo epistemológico, la episteme en la que los
conocimientos, considerados fuera de cualquier criterio que se refiera a su valor racional o a sus
formas objetivas, hunden su positividad y manifiestan así una historia que no es la de la
perfección creciente, sino la de sus condiciones de posibilidad.”
La arqueología “al dirigirse al espacio general del saber, a sus configuraciones y al modo
de ser de las cosas que allí aparecen, define los sistemas de simultaneidad, lo mismo que la serie
de mutaciones necesarias y suficientes para circunscribir el umbral de la nueva positividad.” 2
En su labor conceptualizadora de la episteme clásica, utiliza Foucault como entidad
epistemológica organizadora el término REPRESENTACIÓN, que es aquél que identifica al
pensamiento clásico. Para el autor la representación 3 debe ser caracterizada, no solamente como
un hecho mental, sino como “un registro epistemológico específico, cuya comprensión es
necesaria para la actitud científica (o racional) de todo un período del pensamiento y de la
cultura.”4 Se trata de una visión duplicada de la realidad convertida en concepto. El sujeto de
conocimiento, para la episteme clásica, conoce mediante la representación de la realidad
(Naturaleza, sociedad, política), no existiendo entre la realidad representada y la representación
una relación de semejanza sino de identidad.
La representación se traduce en términos de mathesis (ciencia universal de la medida y
del orden) y, en relación con ella, opera la taxinomia (“un cierto continuum de las cosas”). En el
otro extremo de la episteme clásica se encuentra una “génesis”, entendida como análisis de las
series empíricas; como dimensión temporal.
Entre la mathesis y la génesis se extiende la “región de los signos, de los signos que
atraviesan todo el dominio de la representación empírica, pero no la desbordan jamás.” “Limitado
por el cálculo y la génesis”, aparece el “espacio del cuadro”, espacio de la empiricidad; allí se
articula “el conjunto de la representación en niveles distintos, separados unos de otros por rasgos
asignables.”
En este espacio en cuadro se alojan la “historia natural” (estudio de los seres vivos), la
“teoría de la moneda” (estudio de las riquezas) y la “gramática general, ciencia de los signos por
medio de los cuales los hombres reagrupan la singularidad de sus percepciones y recortan el
movimiento continuo de sus pensamientos.”
2
Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Buenos Aires, Siglo
XXI, 1968, pp. 7-8.
3
José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Buenos Aires, Sudamericana, 1975, s.v., representación.
4
H. Japiassu, op. cit., p. 119.
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“En el saber clásico, el conocimiento de los individuos empíricos sólo puede ser
adquirido sobre el cuadro continuo, ordenado y universal de todas las diferencias posibles.” 5
Lo fundamental, para la episteme clásica, reside en la relación de todo el “saber clásico”
con la “mathesis”, que “hasta fines del siglo XVIII, permanece constante e inalterada. Esta
relación presenta dos características esenciales. La primera es que las relaciones entre los seres se
pensarán bajo la forma del orden y la medida, pero con ese desequilibrio fundamental consistente
en que siempre se pueden remitir los problemas de la medida a los del orden. De manera que la
relación de toda mathesis con el conocimiento se da como posibilidad de establecer entre las
cosas, aún las no mensurables, una sucesión ordenada”. Pero, por otra parte, “esta relación con la
mathesis [...] no significa una absorción del saber en la matemática, ni que se funde en ella todo
conocimiento posible; por el contrario, en correlación con la búsqueda de una mathesis, se ven
aparecer un cierto número de dominios empíricos -gramática general, historia natural, análisis de
las riquezas, ciencias del orden en el dominio de las palabras, de los seres y de las necesidades-
que hasta entonces no habían estado formados ni definidos.” Si bien en todos estos dominios es
posible encontrar “rastros de un mecanismo o matematización, sin embargo, todos se han
construido sobre una posible ciencia del orden.” Su instrumento particular no era “el método
algebraico, sino el sistema de signos.”6
Los signos recorren todos los dominios del saber clásico, pues éste es expresión
representada en el discurso o texto. Cada representación se da, en su transparencia, “como signo
de lo que representa”, no existiendo “entre el signo y su contenido elemento intermediario alguno
ni opacidad alguna.” El saber clásico fue de un extremo a otro una “filosofía del signo”, y la
Gramática General o Lógica constituyó la teoría de los signos verbales, la cual tuvo como
“fundamento y justificación filosófica una «ideología», es decir, un análisis general de todas las
formas de representación, desde la sensación más elemental hasta la idea abstracta y compleja.”
La Ideología, corriente filosófica cuyo nombre fuera acuñado por Destutt de Tracy para definir la
ciencia de las ideas, constituyó la “última de las filosofías clásicas”. 7
La Ideología es el “fundamento de todos los conocimientos [manifestado] en un discurso
continuo.” Es un lenguaje “que duplica en toda su extensión el hilo espontáneo del
conocimiento”8; por tanto, la tarea fundamental del discurso clásico consistió en “atribuir un
nombre a las cosas y nombrar su ser en este nombre. Durante dos siglos, el discurso occidental
fue el lugar de la ontología. Al nombrar el ser de toda representación en general era filosofía:
teoría del conocimiento y análisis de las ideas. Al atribuir a cada cosa representada el nombre que
le convenía y que, por encima de todo el campo de la representación, disponía la red de una
lengua bien hecha, era ciencia –nomenclatura y taxinomia.” 9
5
M. Foucault, op. cit., p. 79 y 145.
6
M. Foucault, ibíd., pp. 63-s..
7
M. Foucault, ibíd., p. 72; 237-s..
8
M. Foucault, ibíd., p. 90.
9
M. Foucault, ibíd., p. 125.
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REVOLUCIÓN E INDEPENDENCIA
10
M. Foucault, ibíd., pp. 81-s..
11
H. Japiassu, op. cit., p. 122.
12
M. Foucault, op. cit., p. 217 y 241.
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(A) Plan de las Operaciones que el Gobierno Provisional de las Provincias Unidas del
Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra
libertad e independencia.
13
Bernardo de Monteagudo, Escritos políticos, Buenos Aires, «La Cultura Argentina», 1916, p. 10. “Las
fuerzas centrípetas tienden a los centros de cada planeta”, decreciendo “en razón cuadrada de la distancia a los
centros de los planetas.” (Isaac Newton, El sistema del mundo [Publicación póstuma de 1728]. Barcelona, Sarpe
[Colecc. «Los Grandes Pensadores», nº 27], 1984, pp. 60, 62.)
14
B. de Monteagudo, «Pasiones», en op. cit., p. 53.
15
M. Foucault, op. cit., p.145.
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que el rigor sistemático clásico resulta de la visión en cuadro; se inscribe dentro del “cuadro
ordenado de identidades y diferencias entre las representaciones” 16 Importa disociarlo del
concepto de sistema, definido precisamente por Kant y que caracterizará plenamente a la
episteme moderna bajo el dominio positivista.
“Quien dice ciencia, afirma Kant, dice conjunto de conocimientos enlazados de manera
sistemática y no simplemente como un agregado” 17; sistema implicará en su concepción y para la
episteme moderna, formalizar y matematizar todos los dominios del saber. A tal efecto, Kant
considera impropio hablar de “Sistemas de la naturaleza”, resultando más apropiado hacerlo de
“agregados de la Naturaleza”, pues “un sistema supone la Idea del Todo, de lo cual se deriva la
diversidad de las cosas. En realidad hasta ahora no tenemos ningún Sistema de la Naturaleza. En
los así llamados sistemas de las clases, que ya existen, están las cosas meramente agrupadas y
ordenadas unas junto a otras.”18
Relacionadas las distintas variables y articuladas, dentro del sistema revolucionario, con
aquella que se ha identificado y nombrado específicamente –el Plan de Operaciones-, la
composición discursiva cumple entonces con el principio de claridad y distinción.
Afirma Foucault que “el nombre [es] el que organiza todo el discurso clásico; hablar o
escribir no es jugar con el lenguaje, es encaminarse hacia el acto soberano de la denominación, ir,
a través del lenguaje, justo hasta el lugar en el que las cosas y las palabras se anudan en su
esencia común y que permite darles un nombre.”19
Nombrada la cosa (el sustantivo), el verbo (“toda la especie de verbos se remite a uno
solo, el que significa «ser»”, palabra que recoge toda la esencia del lenguaje, y, por tanto,
expresión del ser del pensamiento), permitirá desarrollar las causas a través de distintas
proposiciones. Éstas constituyen la demostración de la capacidad permanente de deslizamiento,
de extensión, de reorganización de las palabras. En ellas se despliega toda la argumentación,
siempre por medio de comparaciones, sobre la idea principal así como también sobre aquellos
signos empleados para ilustrar el tema central del discurso.
El Plan se inserta dentro de la ley del orden, es decir, dentro de un continuo donde se
armonizan las identidades y diferencias. La Naturaleza, la Providencia, ha producido un cambio,
la Revolución, y este proceder del Orden físico requiere ser encauzado dentro del Orden moral,
en el cual “hay ciertas verdades matemáticas en que todos convienen, así como todos admiten los
hechos incontestables de la física.” El Plan de Operaciones deberá comprenderse como una
manera de preservar dicho Orden, y la manera de preservarlo sería seguir las “lecciones”
enseñadas por los maestros de las revoluciones, que señalan la necesidad de prescindir de la
16
M. Foucault, ibíd.., p. 239.
17
Immanuel Kant, Tratado de Lógica, Buenos Aires, Araujo, 1938, p. 139.
18
Immanuel Kant’s physische Geographie, editada por F. T. Rink (Königsberg, 1802), apud. Richard Hartshorne,
«La noción de Geografía como ciencia del espacio, desde Kant y Humboldt hasta Hettner», en Annals of the
Association of American Geographers, vol. 48, June 1958, núm. 2, Buenos Aires, Nueva Visión («Fichas», núm.
19), s.d.., p. 7.
19
M. Foucault, ibíd., p. 122.
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20
Mariano Moreno, «Plan de las Operaciones que el Gobierno Provisional de las Provincias Unidas del Río de
la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia», Buenos Aires,
30 de agosto de 1810, en IDEM, Escritos políticos y económicos, Buenos Aires, «La Cultura Argentina», 1915, p.
306.
21
M. Moreno, «Plan...», p. 310.
22
Thomas Hobbes, Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, (1651)
Barcelona, Sarpe (Colecc. «Los Grandes Pensadores»), 1983, V. I, pp. 54 y 39. Vide cap. III y IV.
23
Cf. Ernst Cassirer, La filosofía de la Ilustración, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, pp. 18-31;
Oswald Ducrot, Estruturalismo e Lingüística, São Paulo, Cultrix, 1968, pp. 26-39.
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argumentos y, por otro lado, los refuerza permitiendo al signo representar más acabadamente la
idea. El uso del modo imperativo, del futuro con valor imperativo, del infinitivo con valor de
futuro, de la partícula para seguida de infinitivo para denotar una acción aún no comenzada o
señalar finalidad en la construcción de la interrogación 24, a veces respondida inmediatamente
antes de proceder a insertar otra cláusula interrogativa, le otorga al discurso un carácter de
aserción apodíctica, pretensión de validez universal, persiguiendo la complicidad del
lector/oyente con el pensamiento del narrador.
“¿Quién dudará que a las tramas políticas, puestas en ejecución por los grandes talentos,
han debido muchas naciones la obtención de su poder y de su libertad? Muy poco instruido estaría
en los principios de la política [...] quien ignorase de sus anales las intrigas que secretamente han
tocado los gabinetes en iguales casos.”
“¿Diremos que fueron medios capaces y suficientes para realizar la obra de la
independencia del Sud, pensarlo, hablarlo y prevenirlo? [...] ¿Qué planos y combinaciones han
formado más laboriosas tareas, para evitar que se desplome un edificio que sin pensar en la solidez
que debe estribar sus cimientos, queremos levantar con tanta precipitación? 25
El texto del Plan, y tal razonamiento resulta válido para todo texto institucional o culto,
se plantea como reflexión o monólogo interior. Se habla desde la perspectiva de un pensamiento
universal, dentro del cual el narrador es sólo un decodificador del mundo, alguien que vierte un
pensamiento invariante. En tal sentido, el discurso adquiere un carácter de máxima que está
siendo glosada por el narrador.26
El discurso clásico expresa juicios analíticos y no sintéticos 27, y la distancia que media
entre uno y otro es una de las marcas axiales de la ruptura entre la episteme clásica y la moderna.
Si el juicio analítico es la representación desplegada de la idea a través de distintas proposiciones;
el juicio sintético es el que prescinde del análisis para arribar directamente al efecto; mientras el
primero despliega en cuadro, a partir del verbo, las distintas representaciones de la idea, el
segundo, las elude. La crítica kantiana estableció claramente esta distinción, sancionando este
acontecimiento, por primera vez dentro de la cultura europea: “La retracción del saber y del
pensamiento fuera del espacio de la representación.” Al arribar a estas “síntesis objetivas” se
rompe el espacio entrelazado existente entre las disciplinas matemáticas y los distintos dominios
empíricos. Fruto de esta misma concepción, y en el lapso de la oscilación de la crisis de
descomposición de la estructura clásica, la relación Naturaleza - Naturaleza humana se invierte,
en tanto el hombre se instala como expresión superior y única de la Naturaleza; las leyes
inmutables de la naturaleza se convierten en las leyes inmutables de los fenómenos. El Plan, por
tanto, resultaría un galimatías dentro de la episteme moderna.
Respecto del concepto de Revolución encuentra aquí dos significaciones. Una se explica
en los términos tradicionales de cambio cíclico y restauración del orden perdido, de «retorno», es
24
Cf. María L. Pardo, Derecho y Lingüística. Cómo se juzga con palabras. Análisis lingüístico de sentencias
judiciales, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992, pp. 60-64
25
M. Moreno, op. cit., p. 310 y 305.
26
M. L. Pardo, op. cit., pp. 57-64.
27
Cf. Sobre el “método analítico” y “sintético”: M. Destutt de Tracy, Gramática General. Traducida por Juan
Ángel Caamaño. Madrid, Imprenta de D. José del Collado, 1822, p. 72.
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decir, regreso al punto de partida del ciclo constitucional. De esta forma la nueva concepción
astronómica copernicana se une, hacia el siglo XVII y en virtud de los cambios políticos que
agitaban la centuria, con la tradicional teoría de la circularidad de Polibio. La segunda
significación (segunda cronológicamente en el planteo del discurso) se identifica con la versión
desarrollada, no creada, por los jacobinos de la Revolución Francesa, que impone a la Revolución
un sesgo violento. En caso alguno, el discurso revolucionario e independentista en general acepta
su inscripción dentro del concepto de rebelión, pues este signo supone violentar el orden físico,
del cual el orden moral o político, es su proyección. 28
Todo el texto está planteado como una promesa de futuro a través del «regreso» al orden
perdido, introduciendo aquellas reformas que permitan edificar sobre ese orden el “Nuevo
Sistema”: “Desembarácese el suelo de los escombros, quiero decir, concluyamos con nuestros
enemigos, REFORMEMOS los abusos corrompidos y PÓNGASE EN CIRCULACIÓN LA
SANGRE DEL CUERPO SOCIAL extenuado por los antiguos déspotas, y de este modo se
establecerá la santa libertad de la Patria 29”.
Las consideraciones económicas desde la perspectiva individualista burguesa están
ausentes. El concepto de moneda se encuadra aún en la teoría clásica de la riqueza, en la cual la
30
moneda cumple el mismo papel que la palabra en el sistema de las representaciones. En la
teoría clásica el valor reside en la moneda, no en el tiempo de la producción y del trabajo 31:
“Siendo la moneda, como es en todas partes, un signo o señal del premio a que por su trabajo o
industria se hace acreedor un vasallo, como igualmente un ramo del comercio, que
probablemente se creó para el cambio interior con las demás producciones de un estado.” 32
La introducción y diversos pasajes del discurso mostrarán la necesidad que el
pensamiento clásico tiene de encontrar un lugar para un planteamiento que el autor advierte
podría aparecer como transgresor del Orden de la naturaleza y, por tanto, del orden moral. De allí
que le resulte imperioso rescatar la propuesta como modelo de virtud cívica y no como fruto de la
pasión. Para tal fin se vale de la fuerza metafórica de las figuras del navío en peligro y del diestro
piloto –el Estado y la energía humana- envueltos en la tormenta, en un símil con la Naturaleza y
su energía. Se trata de un recurso de que se valía el pensamiento clásico, en el marco de la teoría
del lenguaje como representación, consistente en emplear simultáneamente el par imagen-idea
(recurso incorporado por el clasicismo barroco, pero en el marco del discurso emblemático),
procedimiento que multiplicaba la fuerza representativa de la palabra en tanto se colocaban sin
solución de continuidad las dos “especies” de percepción: las “impresiones” (“percepciones vivas
28
M. Moreno, op. cit., pp. 305-312. Cf. Melvin Lasky, Utopía y revolución, México, Fondo de Cultura Económica,
1985, pp. 291- 325. Especificaciones sobre el deslinde semántico entre “revolución” y “rebelión” en: John Locke,
Segundo Tratado de Gobierno (1690). Introducción de Thomas P. Peardon. Buenos Aires, Ágora (Colecc.
«Hombres y Problemas», nº 24), 1959, c. 19, párr. 223-228.
29
M. Moreno, Plan..., p. 311. N.B.: Subrayado nuestro.
30
M. Foucault, op. cit., p. 173.
31
M. Foucault, ibíd., p. 222.
32
M. Moreno, op. cit., p. 341.
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y fuertes”) e “ideas” (“percepciones más empañadas”) 33 Se advierte así cómo la observación (el
aspecto visual), de igual forma que la comparación, constituían los basamentos del discurso
clásico del siglo XVIII.
La necesidad de prevenir al «lector ideal» sobre cualquier tipo de conclusión apresurada,
llevará al autor del texto a advertir que el uso de “voces” tales como “cortar cabezas, verter
sangre y sacrificar a toda costa”, “no debe escandalizar, aun cuando tengan semejanza con las
costumbres de los antropófagos y caribes”. Recurriendo al recurso de la «impresión fuerte»,
apunta: “Y sino ¿por qué nos pintan a la libertad ciega y armada de un puñal? Porque ningún
estado envejecido o provincias, pueden regenerarse ni cortar sus corrompidos abusos, sin verter
arroyos de sangre.”34
(B) Manifiesto del Congreso de las Provincias Unidas de Sud-América, excitando los
Pueblos a la unión y al orden
como uno de los principios o leyes fundamentales del universo; ella garantiza el orden y la
regularidad de la naturaleza, y ésta es a la vez la expresión de tal orden y regularidad 36. “Todo
está ligado; todo es continuo; todo está «lleno»” 37. Ley de continuidad que recorre todo el
discurso clásico rioplatense, como explícitamente los redactores del Decreto lo recuerdan a los
Pueblos, al subrayar que el Congreso busca “fijar límites a la revolución, abrir los senderos del
orden, restablecer la armonía [...], consolidar la unión de las partes dilaceradas.” 38 La “desunión
no es menos funesta que el desorden. La desunión debilita [...] La unión al contrario todo lo
consolida, y aunque sea pura agregación, forma masas enormes difíciles de mover: con la unión
todo es más fuerte” Basta, si no, observar “la Naturaleza: siempre ocupada en llenar sus
designios, destruyendo y reproduciendo, sus acciones no son otras que disolver y concentrar; ved
lo que pueden unidos en un foco los débiles rayos de luz dispersos.” 39
Tanto el Plan como el Manifiesto, proyectan la mirada analítica que caracteriza al
paradigma clásico del razonamiento, reconocible siempre a través de las “sutilezas constituidas
por las palabras y el discurso”; despliegue espontáneo de la “representación en un cuadro.” 40 El
discurso del Manifiesto, organizado alrededor de las palabras - clave «orden» y «unión» y sus
respectivos opuestos, se articula en torno a metáforas vinculadas a la naturaleza en general y, a la
naturaleza humana, en particular. El discurso nos presenta a los congresales echando “una
ojeada” desde la cumbre donde observan el comportamiento de los Pueblos, y deteniendo la
mirada “sobre el cuadro que ha ofrecido a [la] vista la alternativa terrible de dos verdades: [...]
unión y orden, o suerte desgraciada.” “Germen de la anarquía”; “contagio” y “síntomas” que se
traducen en “partes dilaceradas”, consecuencia de las “convulsiones tumultuosas”. “Virus
revolucionario” que “se nutre y vigoriza de lo que destruye”. “¡Desesperado recurso! buscar en la
muerte el germen de la vida e irritar el furor de las pasiones” que derivan en un estado “de fatiga
y abatimiento”. “Es preciso huir de los principios destructores”, pues “ni la política, ni la justicia,
ni la naturaleza obran a la ruina del ser.” En suma, se impone a los Pueblos progresar por los
carriles ya establecidos por la Naturaleza, regresando al mundo de lo «mismo». La tarea de los
congresales consistirá en encontrar el camino de retorno, y por ello dirán: “La naturaleza ha
llenado su designio, y nosotros hemos conformado nuestra obra a sus planes.” 41
Naturaleza y Naturaleza Humana están presentes también en la acepción que se atribuye
a la voz “Revolución”: ennoblecimiento de la palabra en tanto referida a la jornada de mayo de
1810; envilecimiento de la misma, en tanto vinculada con las pasiones humanas, esto es, con el
desvío del mandato natural. “Ved ahí [1815] la época en que la revolución toma un nuevo
carácter, [...] degradando el mérito de la revolución [...] y el país se presenta con un aspecto más
36
José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Buenos Aires, Sudamericana, 1975, s.v., continuo.
37
Gottfried W. Leibniz, Monadología (1714), en Idem, Monadología y discurso de metafísica, Madrid,
Sarpe (Colecc. «Los grandes pensadores»), 1985, párr. 61.
38
Manifiesto..., p. 9.
39
Manifiesto..., p. 17.
40
M. Foucault, op. cit., pp. 295-s..
41
Manifiesto...,pp. 1-2, 6, 9-13, 20-21.
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funesto.” “El virus revolucionario se incrementa con su continuada acción; [...] El estado
revolucionario no puede ser el estado permanente de la sociedad: un estado semejante declinaría
luego en división y anarquía, y terminaría en disolución.” 42
Se advierte así que la historia se identifica con la historia natural “en el exacto sentido de
que la conexión de autoridad y utilidad parece descubrirse tan objetivamente en el progreso
natural de la sociedad hacia la libertad civil, cuanto en la teoría que lo tiene como tema.” 43
LA AUSENCIA DE MODERNIDAD
Las imágenes y conceptos con los cuales conciben su realidad las minorías reflexivas
rioplatenses las colocan fuera de cualquier concepción moderna del saber.
Revolución e Independencia son instancias ya previstas dentro del orden de la
Naturaleza, pero en tanto ambas indefectiblemente despiertan en la especie humana «pasiones»,
surgirá la necesidad de imponer los correctivos necesarios. Ambos cambios, iniciados en la re-
gión rioplatense por un sinnúmero de circunstancias difíciles de evitar, requieren luego de la
virtud y la prudencia de sus actores para soslayar los males que toda desviación del orden na tural
acarrea.
Revolución e Independencia una vez concretadas son amenazadas por «pasiones» que
enturbian el cambio. Se impone el ordenamiento sistemático, la reconstrucción, lenta y gradual,
del orden jurídico-político y socio-económico, reformando aquello que hubiera envejecido con el
tiempo o expurgando aquello que infligiera daño al cuerpo social.
Se deberán precisar conceptualmente los modelos de organización político-institucional,
recurriendo a la experiencia propia y a la de otros pueblos. Las cosas deberán nombrarse
apelando a significaciones conocidas, derivando de ellas otras si las circunstancias lo requirieran;
también evitar las voces abstractas y, en lo posible, reservar un nombre distinto para cada cosa,
como enseña la Gramática, que puede considerarse como una de sus ramas de la Lógica”. 44
La Lógica permite “poner en las ideas el encadenamiento conveniente y facilitar en
consecuencia el paso de unas a otras, [lo cual] proporciona en cierto modo el medio de aproximar
hasta cierto punto a los hombres que más parecen diferir”, pues “todos nuestros conocimientos se
reducen primitivamente a sensaciones, que son aproximadamente las mismas en todos los
hombres."45
Confrontada con la representación que las elites rioplatenses se hacían de su realidad, es
decir, atendiendo a los dictados del discurso que éstas nos presentan, aparecería como imposible
de compatibilizar el proceso independentista con el sentido de la modernidad. Los mismos
discursos enfrentados de la época denotan que dicho enfrentamiento no parte de planteamientos
42
Manifiesto..., pp. 6, 2, 10, 12.
43
Jürgen Habermas, Teoría y praxis. Estudios de filosofía social, Madrid, Tecnos, 1997, p. 277.
44
Jean D’Alembert, Discurso preliminar de la Enciclopedia (1759), Madrid, Sarpe (Colecc. «Los Grandes
Pensadores»), 1985, pp. 63-s.
45
J. D’Alembert, ibíd., p. 61. N.B.: Subrayado nuestro.
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CONSTITUCIONALISMO
La Revolución y la Independencia se inscriben dentro del Orden Natural, y así como los
seres vivos, también el género humano encuentra en dicho orden su razón de ser. Si determinadas
leyes regulan el comportamiento de los seres vivos en general, la ley natural y, el Derecho, de la
que ésta es parte, regulan el accionar de las comunidades humanas. A diferencia de lo que
prescribe el Derecho formal de la Modernidad, desligado de los deberes del orden vital, el mismo
que prescribió el desplazamiento de toda forma de creación jurídica “que no emanara de la ley
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promulgada dentro del Estado”46, las normas del Derecho Natural clásico están orientadas a la
vida del buen ciudadano, y esto significa vida virtuosa. 47
El Derecho Natural, es la directa proyección del Orden de la Naturaleza en el Orden
Moral, del que la política es parte, tal como se advertirá en el constitucionalismo, inscripto en los
términos de la Teoría del Pacto o Contrato Social.
La proyección a un primer plano de la Teoría pactista responde a una necesidad acuciante
de la hora, conminados como se encontraban las élites a dar forma a un nuevo sistema, donde lo
idéntico y lo diferente siguieran reconociéndose como integrantes de lo «mismo». Como sostiene
Víctor Tau Anzoátegui, el pactismo permitía “verificar la persistencia de una cultura jurídica con
el juego de recepción, resistencia y asimilación.” 48
La episteme clásica se articula siguiendo líneas que no aíslan 49 y, para los Pueblos,
reconstruir el tejido social dañado por la radicalización revolucionaria significaba articular, trazar
las líneas que llevaran a reparar el orden regular que es propio de todos los seres y de todas las
cosas. Si alguna consecuencia inmediata había producido la Revolución, ésta consistió en resaltar
la libertad de que gozaban en el seno de la Monarquía. El desafío consistía en reparar los daños
producidos por el choque de pasiones; encontrar la variable estructural que permitiera resguardar
tal libertad sin renunciar a la unidad. Para arribar a la meta prevista, el orden jurídico hispano
aparecía como la cantera inagotable cuyos materiales facilitarían la reparación de la cultura
monárquica (aunque la forma de gobierno adoptara otro signo), de aquella cultura de los
«tiempos aristocráticos», en términos de Alexis de Tocqueville.
Dichos materiales, junto a aquellos identificados con la variable liberal del clasicismo,
permitirían definir la estructura constitutiva del futuro Estado, es decir, componer y disponer las
piezas que forman su cuerpo, desplegadas dentro del sistema de las identidades y diferencias. Tal
emprendimiento, como explicaban los redactores de La Abeja Argentina (Felipe Senillosa, Julián
S. de Agüero y Manuel Moreno), saldría a luz en la “era clásica de la filosofía moderna”
-“período en que los grandes filósofos y legisladores de la Antigüedad hubieran deseado vivir”-;
era, que habiendo nacido “cerca de medio siglo atrás”, se estaba “reproduciendo en esos días en
toda la América española”50
Como en el orden natural, también en el orden moral la ”observación unida a la
experiencia son la base de todo arte”, de “todo juicio”. Por ello el orden constitucional (orden
moral), y el Estado como su expresión más neta, basado en el armónico juego de aquellas
potencias que reciben el nombre de poderes, debe verse como una réplica de “la máquina
46
Víctor Tau Anzoátegui, «La dimensión histórica del Derecho Natural», en Revista de Historia del Derecho,
Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, nº 19, 1991, p. 530
47
J. Habermas, op. cit., p. 89.
48
Víctor Tau Anzoátegui, Nuevos horizontes en el estudio del Derecho Indiano, Buenos Aires, XI Congreso
del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano/Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho,
1997, p. 112.
49
M. Foucault, op. cit., p. 300.
50
La Abeja Argentina, n° 6, 15 de septiembre de 1822, en Biblioteca de Mayo, Buenos Aires, Senado de la
Nación, 1960, T. VI, p. 5405. N.B.: Subrayado nuestro.
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armoniosa del universo”. En tal sentido, corresponde a la ciencia política hacer converger “los
elementos contrarios de la comunidad” hacia “un foco y a un solo momento de fuerza, que
produzca, con la sencillez que sea dable, el grande y majestuoso impulso, que requiere el cuerpo
social.” Se debe concluir, que reunido un Congreso Constituyente, en tanto representación de ese
cuerpo moral que es la nación, “debe conciliar el bien y la prosperidad de TODA ella, y TODOS
Y CADA UNO de los Pueblos.“51
El lenguaje propio de la episteme moderna hubiera echado mano del juicio sintético 52
refiriendo sin más a la «prosperidad de todos», y tal generalización lingüística, divorciada ya del
sistema de la representación de las identidades y diferencias, derivaría en el paradigma
constitucional decimonónico, aquél que sacrifica las subjetividades para poder arribar a una
unidad objetiva,
Las impugnaciones del federalismo a la propuesta unitaria, en el plano del discurso (del
pensamiento como acción), demuestran que sus actores operan dentro del saber clásico, pues
impugnan lo que consideran excesiva concentración del poder, excesiva intromisión del centro
administrativo en la dinámica de cada parte del todo, pero no asoma en momento alguno la idea o
imagen del poder como síntesis objetiva y supresión de los particularismos que define a la
episteme moderna con su visión excluyentemente matemática de las cosas. En tal sentido, el
constitucionalismo rioplatense opera en términos de la «Nación – Estado», y no en términos de
«Estado-Nación», característica del paradigma constitucional que comenzará a imponerse en
Europa con las Revoluciones de 1830.
Por una cuestión de voces (Unitario/Federal), explica Juan Ignacio de Gorriti, los
Pueblos rechazaron la Constitución de 1826. Bajo la fuerza de las pasiones y, en tanto algunos se
representaban lo unitario como perverso, otros vieron la perversión en lo federal, pero ambos
imaginaron también las soluciones constitucionales por medio de una nomenclatura, que no
lograba desplazar la primera representación con que estas voces se asociaban. Se trataba de voces
que traducían mal la nueva cosa, pues la necesaria relación de identidad entre interpretación y
signo se hallaba ausente. Ni una ni otra voz había conseguido ser la representación de la cosa a la
que refería; no había surgido la voz clara y distinta, que permitiera mostrar lo idéntico y lo
diferente para la nueva realidad. Por lo contrario, la predicación del «ser unitario» o del «ser
federal», reflejaba la necesidad de una nueva voz para una cosa nueva, para una realidad que,
como se reconocía, no registraba antecedentes ni en tiempos antiguos ni modernos. Por ello,
como argumenta Ignacio Núñez, la “nueva administración” que surgió en Buenos Aires en 1821
buscó “dar a las cosas un sentido fijo” soslayando toda “nomenclatura viciosa; y sobre este
51
«Sesión del 19 de enero de 1826. Alocución de Julián S. de Agüero», en E. Ravignani, comp., op. Cit., T. II,
p. 441.
52
IBID., p. 5406.
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principio introdujo el de que el país sólo podía regirse por el sistema representativo a que se
agregó después el apelativo republicano.”53
Inmersas en el saber clásico, las palabras no son mero rótulo, son ideas que, en tanto obra
del entendimiento humano, deben reflejar, de forma lo suficientemente ajustada, la cosa
representada. Las palabras, dentro de la Teoría de la representación, no son abstracciones de
cosas, sino la cosa misma. La recurrencia al carácter mixto, como variable principal del Sistema
Representativo, para precisar el alcance de las voces federal o consolidado, demuestra la
inconsistencia significativa de ambas locuciones. La misma calidad de mixto atribuida a la opción
constitucional (Monarquía/República, Unitario/Federal) es fruto también, y conjuntamente, de un
pensamiento que no acepta la existencia de dominios empíricos aislados, de allí que la
prolongación del conflicto armado se deba a que ambos sectores en pugna no conciben las
soluciones que marginan, renuncian a reconocer que cualquier solución pase por la vía de la
exclusión de una de las partes que confrontan; resisten a un resultado final que suponga la
fragmentación territorial, por eso la recurrente referencia, en los pactos suscriptos a partir de
1820 (pactos entendidos como soluciones meramente coyunturales) a la unidad nacional, la cual
siempre deberá surgir de un progreso derivado de la recomposición del orden perdido 54.
La solución devendrá de la marcha gradual de las cosas, no de la imposición abrupta y
apasionada. El modo mixto permitía atender tanto a las identidades como a las diferencias que
exhibían los Pueblos, lograba preservar el todo al atender a los requerimientos de las partes. El
modo mixto, que las luces del siglo habían consagrado, determinaba que en su constitución, los
gobiernos debían “clasificarse según las formas que en ellos prevalezcan más”, pues la
Constitución es el “código o reglamento fundamental que fija los derechos mayestáticos, los
distribuye, y da las formas de su ejercicio y administración”.55
Dentro del constitucionalismo estrictamente normativo-racional, el género humano
parecía haber encontrado un lugar para desplegar sus diferencias e identidades, es decir, había
construido su sistema. Reinaba la taxinomia, que seguía de cerca el modelo consagrado por las
ciencias de la Naturaleza, tal como lo enseñaban, desde perspectivas distintas, Linneo y Cuvier.
Así como en el orden del lenguaje el sueño último consistía en lograr una lengua universal, en el
orden de los seres vivos, incluido el hombre, la aspiración máxima transitaba por el camino de la
taxinomia, de la visión en cuadro. En el orden de los seres vivos no racionales tal propósito
parecía haberse concretado y, la especie humana, también parecía haber logrado avanzar
positivamente en orientación al orden regular de la Naturaleza cuando la voz constitución
53
Carta Confidencial de Ignacio Núñez al Encargado de Negocios de S.M.B., Woodbine Parish, Buenos Aires,
15 de junio de 1824, «Revista Política”, en Ignacio Núñez, Noticias históricas, Buenos Aires, «La Cultura
Argentina», 1952, T. II, pp. 231-s..
54
Cf. Ricardo Zorraquín Becú, El federalismo argentino, Buenos Aires, Perrot, 1984, pp. 151-171.
55
Antonio Sáenz, Instituciones elementales sobre el Derecho Natural y de Gentes. Curso dictado en la
Universidad de Buenos Aires en los años 1822-1823, Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
Instituto de Historia del Derecho Argentino (Colecc. De Textos y Documentos para la Historia del Derecho
Argentino), 1939, pp. 115; 82-s..
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56
Cf. Ernst Cassirer, op. cit., pp. 261-303.
57
”Nace el niño, y es conducido por mano ajena, aprende a marchar y marcha; y en los varios períodos que
recorre en su primera edad, despliega primero una razón que después va sazonando; luego otras facultades y
potencias hasta que expedito por sí mismo entra en el rango de independencia de los de más.” (“Sesión 42 del 11 de
junio de 1825. Alocución de Lucio V. Mansilla”, en E. Ravignani, comp., op. cit., T. II, p. 39). N.B.: Subrayado
nuestro.
58
Ernst Cassirer, op. cit., p. 143.
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paulatinamente hasta que maduran. Del mismo modo y con más razón debe procurarse esta
progresión en el ORDEN POLÍTICO y el ORDEN MORAL: es preciso ir marchando a pasos
lentos para hacer que se perfeccione la obra.” 59
Desde cualquier lugar de la puja política, se persigue resolver la encrucijada político-
institucional encauzándola dentro de los términos ordenados por la Naturaleza y, dado que por
debajo de las identidades y diferencias está el fondo de las continuidades, de las semejanzas, de
las repeticiones, de los entrecruzamientos naturales, el MODO MIXTO o su símil metafórico, la
BALANZA CONSTITUCIONAL, asume el carácter rector de la estructura de cualquier sistema
benéfico de gobierno. De allí se concluye que dentro del Sistema Representativo las formas puras
dejaron definitivamente su lugar a las mixtas. 60
Tal vez el aporte más grande en orden a la política, sostiene el deán Fu-nes, provenga de
las consideraciones teóricas nuevas producidas por el “subli-me conde Destutt de Tracy”, quien
enseñaba que un sistema de gobierno será mejor no atendiendo a sus “principios” sino en relación
con el contento que produce. En suma, que las instituciones solas pueden mejorarse en
proporción del aumento de las luces en la masa del pueblo, y que las mejores “absoluta-mente”
no son las mejores “relativamente”. Un sistema de gobierno será bueno en tanto atienda a la
felicidad, es decir, a la libertad, de los hombres. La forma de gobierno no es en sí una cosa muy
importante y, en este negocio conviene no olvidar que ésta afecta a entes sensibles y positivos y
no a entes ideales y abstractos, de allí que sea importante tener en cuenta aquellas condiciones
principales que debe reunir una organización social.61 “La clasificación de republicano [palabra]
muy vaga [...] no es propia para indicar oposición con la de monárquico”. Por otra parte, “esto no
es más que una circunstancia QUE PUEDE HALLARSE REUNIDA CON OTRAS MUCHAS
MUY DIVERSAS, Y NO CARACTERIZA LA ESENCIA DE LA ORGANIZACIÓN
SOCIAL.” 62
Fue Destutt de Tracy el fundador de la Ideología y su obra, titulada Elementos de
Ideología (1802), puede considerarse como el punto de partida de esa corriente. Sus reflexiones
resumen el pensamiento clásico, dentro del cual, como apunta Foucault, “el conocimiento de los
individuos empíricos sólo puede ser adquirido sobre el cuadro continuo, ordenado y universal de
todas las diferencias posibles.”63
El cuerpo legal clásico, aquel que receptan estatutos y constituciones, es una visión en
cuadro a la vez continuo y articulado, “que se instauraba en la abundancia de similitudes, el orden
59
“Sesión 42 del 11 de junio de 1825. Alocución de Juan I. de Gorriti”, en E. Ravignani, comp., op. cit., T. II,
p. 32.
60
Cf. Manifiesto del Soberano Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sud-América al
dar la Constitución, Buenos Aires, 22 de abril de 1819 (E. Ravignani, comp., op. cit., T. VI –2ª parte-, pp. 721-
728). Dictamen y Proyecto de la Comisión de Negocios Constitucionales sobre la forma de go bierno que ha de
servir de base a la Constitución del Estado, Junio de 1826 (E. Ravignani, comp., ibíd., T. III, pp. 213-218).
61
“Provincias del Río de la Plata”, El Argos de Buenos Aires, Buenos Aires, Academia Nacional de la
Historia, 1939, nº 32, 19 abril de 1823, T. III, pp. 133-134.. N.B.: Subrayado nuestro.
62
“Janeiro, Contestación al artículo del diario brasilero”, El Argos de Buenos Aires, nº 40, 17 de mayo de
1823, T. III, p. 164.
63
M. Foucault, op. cit., p. 145.
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definido entre las multiplicidades empíricas” 64. La constitución es el lugar de la taxinomia, que
describe lo observable, no lo recóndito y abstracto; resulta para las elites la representación de la
estructura visible y vital de la realidad, no una expresión de enigmas que hacen necesario cortar
el texto para recabar su sentido. En términos de la Gramática general o filosófica, cuyo referente
más notable es la Escuela cartesiana de Port-Royal, la frase debe transparentar la estructura
profunda o proposicional, esto es, el orden lógico del pensamiento. 65 Es en su superficie donde se
despliega el entendimiento, donde la idea se muestra en su valor representativo, desplegada en
cuadro.
El texto constitucional adquiría para la episteme clásica el carácter de una nueva
Enciclopedia; pues los artículos en su orden sucesivo querían representar la totalidad del mundo
en palabras claras y distintas. El constitucionalismo, sobre todo en su expresión racional-
normativa se presenta como el ámbito donde la Gramática General, y la Ideología que la
actualiza, encuentran sus posibilidades de rigurosa aplicación.
El texto jurídico, tejido de normas, expansión de preceptivas, responde a una triple
lógica: lógica gramatical, lógica de los significados, lógica de las normas.
El constitucionalismo resulta la representación más acabada de la episteme clásica; el
lugar donde la palabra y la cosa que ésta representa se dejan ver en su identidad y, como quiere el
saber clásico, en la misma superficie del texto. Para la Gramática general “únicamente la
organización de las palabras en el enunciado tiene poder representativo.” 66
La Constitución es una taxinomia, que refiere a una mathesis y a un análisis genético. Se
trata no del método algebraico sino del sistema de signos. Parafraseando a Tomás Paine, quien
alude a las “constituciones norteamericanas”, dentro de la episteme clásica, el sistema
constitucional era “a la libertad lo que una gramática es a un idioma determinado; [define] las
partes de su oración e [interpreta] prácticamente su sintaxis”. 67
En suma, el discurso constitucional sustantiva el Sistema Representati-vo. Por otra parte,
los diversos modelos constitucionales expresan a la vez, de manera clara y distinta, la preceptiva
de la teoría de la representación, convir-tiéndose la doctrina jurídica para el lector moderno en el
lugar que con más transparencia permite asomarse a una construcción cultural que resulta “una
culminación del pensamiento occidental”68.
De manera alguna resulta lícito emparentar el constitucionalismo clásico con el
producido en los tiempos modernos; éste, aunque formalmente revista la forma clásica, deriva en
64
M. Foucault, op. cit., p. 232.
65
La Gramática de Port Royal “floreció desde el siglo XVII hasta el romanticismo [...];obra que inició la tra-
dición de la gramática filosófica”, una de cuyas innovaciones “fue su reconocimiento de la importancia de la no-
ción de la frase como unidad gramatical” (Noam Chomsky, El lenguaje y el entendimiento, (1968), Barcelona,
Planeta-Agostini, 1992, pp. 48, 39-41)
66
Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov, Diccionario enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje (1974),
México, Siglo XXI, 1997, p. 17.
67
Tomás Paine, Los Derechos del Hombre (1791-1792), México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 88.
68
Roger Chartier, «Poderes y límites de la representación. Marin, el discurso y la imagen», en IDEM, Escribir
las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin, Buenos Aires, Manantial, 1996, p. 80-s..
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una interpretación acorde con el excluyente pensamiento sintético que la modernidad ha hecho
suyo. Así, por ejemplo, el Sistema Representativo característico de la episteme clásica devendrá
Democracia Representativa en el orden moderno. El armónico equilibrio de formas puras de
gobierno o de potencias identificadas o explícitamente derivadas de éstas, traducido como
«Gobierno Mixto», dejará su paso, a un orden que deprimirá las formas de gobierno clásicas de
gobierno derivando en Democracia y, por tanto, excluyendo la convivencia de identidades y
diferencias. De igual forma, quedará destruido el concepto de cuerpo político, al desplazarse la
articulación entre la fuerza de «brazos» o «ramas» de un único poder, por tres cuerpos distintos
cuya relación se asienta en la contienda de autoridades, planteadas como Poder Ejecutivo y Poder
Legislativo, entendida la voz poder no tanto en el sentido físico de fuerza, como en el de
imperio.69
69
E. Cassirer, op. cit., pp. 234-242, 262-272, 281-287.
70
Juan M. Fernández de Agüero, Principios de Ideología. Primer Curso de Filosofía dictado en la
Universidad de Buenos Aires (1822-1827), Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras (U.B.A.), Instituto de
Filosofía (Publicaciones de Filosofía Argentina), 1940, 1ª parte, Ideología Elemental o Lógica, p. 239-s..
71
M. Foucault, ibíd., p. 137.
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observada, visible, pueda aparecer con transparencia en el lenguaje. Compendio del saber, del
sentir y del lenguaje que convergen en la unidad del saber clásico; saber para el cual el
razonamiento sólo surge en el lenguaje, que no es previo a él, que el error conceptual es difícil de
controlar absolutamente, a menos que exista una determinada palabra para expresar con claridad
y distinción las ideas. “Idea [...] quiere decir tanto como imagen o representación intelectual del
objeto en cuya virtud le percibimos sin afirmar o negar nada de él. Los signos [son] el medio
72
verdadero de comparar las sensaciones y de transformarlas en razonamientos”
Fisiología y filosofía, y dentro de la segunda la Gramática general, son los grandes
referentes del Curso. Son los mismos fundamentos de la fisiología que alimentan el
entendimiento humano, los que nos inducen “a fijar las bases de la moral en el fondo mismo del
corazón humano.” “Pensar y existir”, “pensar y sentir”, resultan para el individuo una misma
cosa. “Pensar es en nosotros advertir las diversas alteraciones que de necesidad o de grado recibe
el principio animante en consecuencia de las impresiones causadas por los órganos sensorios; y
como no puede recibir ni ser recibido lo que no existe en el orden de las cosas, se deduce por una
consecuencia forzosa que el hombre no puede pensar sin existir.” 73
El discurso de los contemporáneos sobre su concepto o sentir acerca de la Revolución, de
la Independencia, las pugnas en torno a la forma de gobierno, al modo de administración más
conveniente, el espíritu de las reformas encaradas a partir de 1821 por la administración de
Bernardino Rivadavia, las soluciones político-institucionales, entre otros asuntos de interés, todo
lo pone en las antípodas de cualquier concepto de modernidad, que expresa la superación de la
teoría de la representación por las síntesis objetivas, que prescinden de muchos de los accidentes
de la realidad representada; síntesis que se construye por reducción de lo múltiple a unas cuantas
premisas, tal como resulta de la filosofía que tiene en Immanuel Kant a su mentor y, cuyas
consecuencias finales, definirán el pensamiento rigurosamente moderno. 74
La ausencia casi absoluta de los nombres colectivos (“humanidad” 75) y de suyo de las
76
generalizaciones y reduccionismos consecuentes/ el concepto ético de la Naturaleza y la
superioridad de ésta respecto de la naturaleza humana/ la fe en la razón, pero al mismo tiempo la
clara conciencia de su debilidad, producto de provenir la actividad racional de la percepción/ el
precepto clásico, que supera la esfera de una determinada concepción filosófica, del «pienso,
luego existo», que al tiempo que le otorga al hombre conciencia ontológica, le advierte también
72
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª parte, p. 64.
73
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª parte, Ideología Abstractiva o Metafísica (Secc. 1ª. «De la sensibilidad
del hombre en sus relaciones intelectuales»), p. 21. “Pensar (...) es siempre sentir y nada más que sentir.” (Destutt
de Tracy, Eléments d’Idéologie, Paris, 1805, T. II, p. 35).
74
Cf. J. Ferrater Mora, op. cit., s.v., análisis, analítico y sintético, síntesis. También Manuel García Morente,
Lecciones preliminares de Filosofía, Buenos Aires, Losada, 1938, pp. 308-323.
75
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, Ideología Oratoria o Retórica, p. 42.
76
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª Parte, p. 124-s..
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sobre sus limitaciones 77y sobre su relación con los otros seres con los que comparte el orden
natural, todo resulta ajeno al espíritu moderno.
Así como el Orden Físico se rige por las leyes inmutables de la naturaleza, también el Orden
Moral responde a leyes aunque no gocen de la misma absoluta perfección; no es atribución de la
especie humana (una entre muchas) decidir cambios, alteraciones bruscas. Sólo es válido producir
aquellos cambios que ya la naturaleza anunció; también aquellas reformas que permiten corregir lo
que el tiempo desgastó 78; pero aquello que la Naturaleza determinó unir, no puede ser fragmentado,
mutilado, a riesgo de destruir el orden, la ley interna que rige todas las cosas y que armoniza lo
idéntico con lo diferente. El concepto de sistema todavía aparece identificado como el lugar donde se
articulan lo idéntico y el orden de las diferencias, y no como enlace irreductible de las regularidades
con exclusión de toda nota discordante. Resultan ilustrativas, en relación con el continuum que
envuelve a todos los seres vivos, las palabras del Ministro de Gobierno de Rivadavia, cuando
establece una distinción entre el Orden físico y moral, señalando respecto del primero: “En el mundo
físico todos los seres se tocan; no hay un vacío; y no puede uno tener un movimiento, sin que otro
tenga parte en la acción. Este es el gran poder de la naturaleza y el arte admirable de su autor: haber
colocado todos los seres, inmediatos unos a los otros; haber hecho un todo tan inmenso; no dejar un
solo vacío, sin dejar de haber un gran espacio en que se moviesen los seres.”79
Requerimiento axial para alcanzar la claridad y distinción exigida por el pensamiento clásico
resulta la casuística, entendida como preceptiva gramatical y, de acuerdo con las reglas de la Lógica
o Gramática general (filosófica), como entidad argumentativa. En el marco de la cultura jurídica, el
Casuismo se constituye en el lugar de las derivaciones del discurso; el lugar de las explicaciones,
elocuente expresión didáctica del orden clásico.80
Si se atiende a la relación causa - efecto, el discurso clásico da cabida en su seno, sin
violentar su fundamento epistémico, a expresiones que van desde un determinismo absoluto
(Racionalismo) como se advierte en el discurso de Fernández de Agüero 81, hasta otras, en la línea
de Hume, que referirán a la «unión» de los dos términos pero no a la «relación» 82. No obstante, se
77
“Como nuestras sensaciones difieren entre sí [...] quedamos enteramente ciertos de que entre las cosas
externas existe, al menos para nosotros, la misma diferencia que entre nuestras sensaciones. Añadimos al menos
para nosotros: porque no siendo nuestras ideas sino el resultado de nuestras sensaciones comparadas, no puede
haber en ellas, sino verdades relativas a la manera general de sentir de la naturaleza humana; y la pretensión de
penetrar la esencia misma de las cosas es tan claramente absurda que basta la más ligera atención para reprobarla.”
(J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª Parte, p. 31).
78
En relación con las reformas de Rivadavia, leemos en el periódico La Abeja Argentina: “Si la reforma se
dirige a mejorar las cosas o a reparar las brechas que los vicios y las edades hayan abierto en su moral, la
innovación es santa y laudable. [...] La naturaleza misma es la primera innovadora, y lo hace o renovando, o
sustituyendo, o acabando.” (Nº 10, 15 de enero de 1823, en Biblioteca de Mayo, Buenos Aires, Senado de la
nación, 1960, T. VI, p. 5515.
79
Sesión del 23 de febrero de 1826. Alocución del Ministro de Gobierno, en Emilio Ravignani, comp.,
Asambleas Constituyentes Argentinas, Buenos Aires, Peuser, 1937, T. II, p. 732. Cf. Nota 37.
80
Véase para comprender el movimiento oscilatorio de la episteme clásica hacia la modernidad a través de
distintos caminos que el autor logra objetivar en el marco de la cultura jurídica (entendida como expresión de las
manifestaciones del saber que confluyen en un determinado ordenamiento jurídico): V. Tau Anzoátegui, Casuismo
y Sistema. Indagación histórica sobre el espíritu del Derecho Indiano, Buenos Aires, Instituto de
Investigaciones de Historia del Derecho, 1992. Otros aportes que ilustran sobre el tema en: Nuevos horizontes...
81
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, p. 53.
82
J. Ferrater Mora, op. cit., s.v., causa, p. 273 (2ª y 3ª columnas), p. 274 (2ª columna).
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está siempre en el dominio de la «cosa en sí», y también de que no existe progreso alguno que no
se encuentre contemplado dentro de la ley del orden.
La Ideología se esfuerza por constituirse en la única forma racional y científica que puede
revestir la filosofía y como único fundamento filosófico que puede proponerse a las ciencias en
general y cada dominio singular del conocimiento. “La Ideología, ciencia de las ideas, debe ser
un conocimiento del mismo tipo que los que tienen por objeto los seres de la naturaleza, las
palabras del lenguaje o las leyes de la sociedad. Pero, en la medida misma en que tiene por objeto
las ideas, la manera de expresarlas en las palabras y de ligarlas en los razonamientos sirve como
gramática y Lógica de toda ciencia posible.” La Ideología se constituye en “el saber de todos los
saberes.”83
Conocimiento y lenguaje se entrecruzan estrictamente; el lenguaje no sólo es expresión
de las ideas, sino que además las forma. Toda “sentencia perfecta” (“proposición o declaración
cabal del pensamiento”) debe cumplir con cuatro condiciones: “claridad, unidad, energía y
armonía”. La primera es de la mayor importancia y se define por su “precisión”, pues la
expresión debe ser tal que no sea “más ni menos que la copia exacta de las ideas”. Hablar es
producto de la observación y deriva de la “facilidad con que el entendimiento humano descubre
entre los objetos y las ideas las relaciones de identidad y diferencia” 84.
La época clásica otorga al lenguaje el poder de “dar signos adecuados a todas las
representaciones, sean las que fueren, y de establecer entre ellas todos los lazos posibles”. Por
tanto, resulta “un manantial del deleite demostrar por medio de la lógica el encadenamiento de
ideas, y su conformidad con los objetos” 85. Pero el lenguaje requiere no sólo del uso conveniente
de la lógica, sino también de la retórica, del empleo de aquellas figuras que ayuden a la claridad,
unidad y armonía del discurso o del escrito, a la elección de la palabra más llana y simple, del
nombre que permita designar a la cosa sin turbiedad. Como apunta Foucault “toda la literatura
clásica se aloja en el movimiento que va de la figura del nombre al nombre mismo, y resulta la
tarea fundamental del discurso clásico atribuir un nombre a las cosas y nombrar su ser en este
nombre”86 Se debe atender “con esmero “ a encontrar “el valor exacto de las palabras si queremos
escribir con propiedad y precisión”, no debiendo perderse de vista que “las palabras todas, siendo
unos signos representativos de nuestras ideas han de guardar aquella progresión gradual
conforme al orden de la acción y naturaleza de las cosas”, y la misma “graduación” debe operar
en la “coordinación” de los “miembros” de la sentencia de manera que hagan la mayor
“impresión.”87
Figuras de la retórica como la comparación, antítesis e interrogación definen al lenguaje
- al saber clásico -, pues en ellas se despliegan las relaciones de identidad y diferencia, lo cual
83
M. Foucault, op. cit., p. 236.
84
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, p.76, 83.
85
Ibíd.,, p. 25.
86
M. Foucault, ibíd., p. 123 y 125.
87
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, p. 85 y 96. El empleo de cursiva es nuestro.
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resulta, para este saber, una exigencia de la forma proposicional del lenguaje, ya que no se habla
sino en la medida es que es posible esta relación y en tanto, por debajo de ellas, existe, como
destaca Foucault, “el fondo de las continuidades, de semejanzas, de repeticiones, de
entrecruzamientos naturales.”88 Es por este continuo que el lenguaje existe.
A través de la comparación, de las antítesis (“deben fundarse más bien en el contraste de
los pensamientos que jugar sobre la opinión de los términos” 89), de las interrogaciones que las
recorren, la episteme clásica encuentra el lugar de la acción; allí, en ese preciso espacio, que es la
proposición, las acciones se despliegan como expresión auténtica del ser. La proposición, espacio
de la derivación, es el lugar de las decisiones, aquél que la “fuerza de la imaginación y de las
pasiones”90 impulsan, aquel que luego el instinto pasional que vive en todos los seres vivos,
puede desviar de su recto camino. Es en la dialéctica donde se define realmente la realización del
hombre lógico y no en la desviación.
La interrogación resulta el recurso a la vez expresivo y conceptual, por medio del cual se
afirma o niega algo con vehemencia, lugar del discurso donde el hablante manifiesta “una gran
confianza en la verdad de [sus] propios sentimientos, apelando al juicio de [sus] oyentes sobre la
imposibilidad de lo contrario.” Es la misma Naturaleza la que aconseja expresarse a través de la
figura interrogativa, de allí que el escritor u orador puede muy bien “extenderse en las
interrogaciones.”91
Precisión, claridad, armonía en el discurso, lugar de la conciliación de los opuestos,
dominio exclusivo del nombre, expresión rotunda de la episteme clásica cuyas posibilidades de
sobrevivencia dependerán de la mayor o menor permanencia del concepto de jerarquía social.
“Cuando desaparecen las castas, afirma Alexis de Tocqueville, y las clases se renuevan y se
confunden, se mezclan todas las palabras de la lengua. Aquellas que no son aceptadas por la
mayoría perecen.”92
Además, produce en el estudioso actual una “actitud de rechazo [pues] ha adquirido ya de modo
connatural una conciencia de la inserción del sujeto en la historia” 93 de la que el orden clásico
carecía.
Confesadas las limitaciones impuestas por nuestro universo semiótico, ofrecimos una
relectura del discurso de una coyuntura histórica, que intentó relevar el entramado textual, la idea
que lo anima, resistiendo cualquier intento de focalizar la atención en la intencionalidad
específica de tal o cual actor social. Por tanto, los distintos ejemplos citados fueron escogidos en
función de su relevancia discursiva. Se avanza entonces por un camino que facilita “definir las
condiciones que hicieron posible el pensar en formas coherentes y simultáneas.” 94
Los «argumentos de la polémica», el desarrollo de la lucha por el poder, aparecen
desplazados del centro de la atención hacia un segundo plano; entonces el lenguaje se posesiona
de la escena, se convierte en protagonista y con él se activa el “mundo de conceptos” 95 del Orden
clásico, que es aquel, como apunta Michel Foucault, “que se da en las cosas como su ley interior,
[el] que no existe a no ser a través de la reja de una mirada, de una atención, de un lenguaje.” 96
El discurso político -iluminado desde las distintas perspectivas del saber del que forma
parte, es decir, en relación con la mathesis “(ciencia universal de la medida y el orden)”, inscripto
dentro de una “taxinomia”, que “implica un cierto continuum de las cosas [una no discontinuidad,
una plenitud del ser] y una cierta imaginación 97 que hace aparecer lo que no es, pero que permite
por ello mismo, sacar a luz el continuo-, se reconoce mejor a sí mismo, alcanza, más allá de
responder su argumento a una situación puntual agitada por las «pasiones», más allá de la
contemporaneidad y de la historia, dimensión ontológica, es decir, nos descubre, una vez
traspuesto el ser del verbo, en su predicación, y a través de las distintas partículas que lo integran,
su plan, el camino gradual que permitirá retomar el rumbo desviado por la revolución, por aquel
cambio marcado por la Naturaleza. Desde su sitial del saber, el discurso político puede
comprenderse cuando el espacio en cuadro en que se enlazan las identidades y diferencias,
asomen de una manera clara y distinta en esa representación de la realidad que es el
constitucionalismo.
93
Gonzalo Navajas, «Un discurso sin paradigma. La Vida de Torres de Villarroel», en Francisco La Rubia
Prado y Jesús Torrecilla, dirs., Razón, tradición y modernidad: re-visión de la Ilustración hispánica, Madrid,
Tecnos, 1996, p. 250.
94
Michel Foucault, op. cit., p. 198.
95
Antonio J. Pérez Amuchástegui, Algo más sobre la Historia. Teoría y metodología de la investigación
histórica, Buenos Aires, Ábaco, 1979, pp. 73-75
96
Michel Foucault, op. cit., p. 5.
97
«Imaginación» es una palabra clave de la episteme clásica en tanto saber de la representa ción. En el siglo
XVIII aparece unida a las energías intelectuales superiores. Cf. Paul Ilie, «¿Luces sin Ilustración?
«Imaginación/Fantasía» como testigos léxicos», en F. La Rubia Prado y J. Torrecilla, dir., Razón..., pp, 139 y 141.
“Imaginación es la facultad del alma para concebir las cosas y formar idea de ellas.” (P. E. Torres y Pando,
Diccionario castellano, con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa,
latina e italiana, Madrid, 1787, T. II, p. 147).
“Nuestra imaginación tiene una gran autoridad sobre nuestras ideas, y no hay ideas, por dife rentes que sean
unas de otras, que ella no pueda separar, unir o combinar en toda suerte de ficciones.” (David Hume, «Resumen...»,
en l. Lévy Bruhl, David Hume, p. 90.
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98
M. Foucault, op. cit., pp. 88-s..
99
Cf. E. Hobsbawm, La era del capitalismo, Barcelona, Labor, 1989, pp. 82-97.
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100
Juan B. Alberdi, Fragmento preliminar al estudio del Derecho (1837). Buenos Aires, Biblos, 1984, pp.
316-318.
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Entendemos que definir tal secuencia en términos de modernidad, supondría atribuir a las
élites rioplatenses o, a ciertos sectores de la misma, una interpretación anacrónica de su realidad;
supondría juzgar lo acaecido en esta instancia a través de las conclusiones desplegadas luego de
Caseros.
No nos hemos detenido en ciertos registros modernos ocasionales del discurso político
rioplatense, pues preferimos privilegiar los rasgos temáticos, estilísticos y enunciativos
denotativos de su coherencia.
En suma, nos impusimos la tarea de no confrontar el paradigma clásico con el moderno, es
decir, con aquél que privilegia la existencia de dominios empíricos aislados, la excluyente visión
antropológica y el juicio sintético.
Nos ocupamos pues de una manifestación del saber, cuya proyección histórica todavía
entendía la realidad en términos de representación, donde la distancia entre la palabra que
designa y la cosa designada se entendía apenas separada y todas las relaciones se definían más
por su proximidad que por su extrañamiento.
ARTÍCULO A PUBLICARSE DURANTE EL AÑO 2000 EN LA REVISTA DE HISTORIA
DEL DERECHO, BUENOS AIRES, INSTITUTO DE INVESTIGACIONES DE HISTORIA
DEL DERECHO, Nº 27.