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Tabla de Siglas........................................................................................................ 1
Abstract ................................................................................................................... 7
Introducción ............................................................................................................. 8
1
CIDOB Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia
CIESAS Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología
Social
CIP Compañías Internacionales Petroleras
CMPI Consejo Mundial de Pueblos Indígenas
COIB Consejo de Organismos Iberoamericanos
COICA Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca
Amazónica
CoIDH Corte Interamericana de Derechos Humanos
Cominform Buró de Información Comunista
COMJIB Conferencia de Ministros de Justicia de los Países
Iberoamericanos
CONAIE Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador
COSUDE Cooperación Suiza para el Desarrollo
CSS Cooperación Sur-Sur
CTB Cooperación Técnica Belga
CTPD Cooperación Técnica entre Países en Desarrollo
CVCE Centre Virtuel de la Connaissance sur l'Europe
DANIDA Cooperación al Desarrollo de Dinamarca
DI Diplomado Postítulo en Derechos Indígenas
DIH Derecho Internacional Humanitario
DSI Diplomado en Salud Intercultural
E.U.A. Estados Unidos de América
ECOSOC Consejo Económico y Social
EGPP Escuela de Gestión Pública Plurinacional
EIB Educación Intercultural Bilingüe
EIGPP Escuela Intercultural de Gobierno y Políticas Públicas
EML Enfoque de Marco Lógico
EMRIP Mecanismo de Expertos sobre los derechos de los Pueblos
Indígenas
EPU Examen Periódico Universal
EZLN Ejército Zapatista de Liberación Nacional
2
FAO Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación
FED Fondo Europeo para el Desarrollo
FIDA Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola
FIMI Foro Internacional de Mujeres Indígenas
FLACSO Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
FMI Fondo Monetario Internacional
Fondo Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América
Indígena Latina y El Caribe
G20 Grupo de los 20
G77 Grupo de los 77
GCG Grupo Coordinador Global Indígena
GIZ Agencia Alemana de Cooperación Internacional
GTZ Agencia Alemana de Cooperación Técnica
I.I.I. Instituto Indigenista Interamericano
IBSA Foro Trilateral India, Brasil y Sudáfrica
ICN Instancias Consultivas Nacionales
ICR Instancias Consultivas Regionales
IIRSA Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional
Suramericana
IPAF Fondo de Apoyo a los Pueblos Indígenas
ISI Industrialización por Sustitución de Importaciones
IWGIA Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas
MERCOSUR Mercado Común del Sur
MSI Maestría en Salud Intercultural
NOEI Nuevo Orden Económico Internacional
OACDH Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos
OCDE Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico
ODM Objetivos de Desarrollo del Milenio
ODS Objetivos de Desarrollo Sostenible
OEA Organización de Estados Americanos
OECE Europea para la Cooperación Económica
3
OECO Organización de Estados del Caribe Oriental
OEI Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la
Ciencia y la Cultura
OIJ Organización Iberoamericana de Juventud
OIM Organización Internacional para las Migraciones
OISS Organización Iberoamericana de Seguridad Social
OIT Organización Internacional del Trabajo
ONGDs Organizaciones No Gubernamentales para el Desarrollo
ONGs Organizaciones No Gubernamentales
ONIC Organización Nacional Indígena de Colombia
ONOSSC Oficina de las Naciones Unidas para la Cooperación Sur-Sur
ONU Organización de las Naciones Unidas
OPEP Organización de Países Exportadores de Petróleo
OPS Organización Panamericana de la Salud
OTCA Organización del Tratado de Cooperación Amazónica
PAPIAV Programa de Atención a los Pueblos Altamente Vulnerables
PFLICAN Programa de Formación de Líderes Indígenas de la Comunidad
Andina de Naciones
PIB Producto Interno Bruto
PIDCP Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
PIDHCI Título de Experto en Pueblos Indígenas, Derechos Humanos y
Cooperación Internacional
PMA Programa Mundial de Alimentos
PNUD Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
PNUMA Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente
POA Plan Operativo Anual
PRM Países de Renta Media
Red UII Red de Centros Académicos Asociados de la Universidad
Indígena Intercultural
SECIB Secretaría de Cooperación Iberoamericana
SEGIB Secretaría General Iberoamericana
4
SELA Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe
SIAPP Sistema de Información y Administración de Programas y
Proyectos
SIDDIPI Sistema de Indicadores para el Monitoreo de la Protección de
Derechos y el Buen Vivir-Vivir Bien de los Pueblos Indígenas
SIDH Sistema Interamericano de Protección de los Derechos Humanos
SIG-FI Sistema de Información Geográfica
SIPI Sistema de Información de Pueblos Indígenas
SISMEG Sistema de Información, Seguimiento y Monitoreo de Estudiantes
y Graduados de la Universidad Indígena Intercultural
SISPPI Sistema de Información Sociodemográfica de Pueblos y
Poblaciones Indígenas
SNAP Servicio Nacional de Administración de Personal
SU-SSC Unidad Especial de Cooperación Sur-Sur
TIAR Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca
TIPS Treasury Inflated Protected Securities
TUE Tratado de la Unión Europea
UAIIN Universidad Autónoma Indígena Intercultural
UAIW Universidad Intercultural de las Naciones y Pueblos Indígenas
“Amawtay Wasi”
UE Unión Europea
UII Universidad Indígena Intercultural
UIT Unión Internacional de Telecomunicaciones
UNAD Universidad Nacional Abierta a Distancia
UNAM Universidad Nacional Autónoma de México
UNASUR Unión de Naciones Suramericanas
UNCTAD Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el
Desarrollo
UNED Universidad Nacional de Educación a Distancia
UNESCO Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura
5
UNFPA Fondo de Población de las Naciones Unidas
UNICEF Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia
UNIFEM Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer
UNMSM Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Perú
UNPFII Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas
URACCAN Universidad de las Regiones Autónomas de la Costa Caribe
Nicaragüense
URSS Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
WCIP Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre los Pueblos
Indígenas
6
Abstract
The Latin American Indigenous Movement is currently one of the most visible
international actors, which has been achieved after a long historical battle for the
recognition of their rights that has provided their speeches with a major political
force, the same that are endowed with ancestral wisdom loaded ideas that respond
to the most urgent problems of mankind as a whole, especially those that
compromise environmental sustainability. The Good Living is at present the
proposal with the greatest impact worldwide emanating from Latin American
Indigenous Peoples, which has disrupted the most entrenched visions about
development, even considering it as an alternative proposal far from paradigms
and respectful of the self-development notion.
This research aims to understand the changes that have occurred in the
treatment of the Indigenous Peoples and their rights at the international level, with
particular interest in the Latin American and Caribbean region, a process in which
they have gone from being objects of indigenous policies, to become political
subjects with internationally recognized specific rights, being the establishment of
the Fund for the Development of Indigenous Peoples of Latin America and the
Caribbean its highest expression in the International System, which has a unique
profile within the existing international organizations for development cooperation
due to its commitment to the only objective of promoting the Indigenous Peoples
self – development, represented by the Good Living, through an institutional
structure in which are both beneficiaries and decision makers.
The research work has been divided into four chapters, in each of which are
discussed the concepts that are part of the title, namely: Good Living,
Development, Indigenous Peoples, International Cooperation for Development and
Ibero-American Cooperation , the same that form the basis for the analysis of the
Fund for the Development of Indigenous Peoples of Latin America and the
Caribbean, along with others that are useful for sustaining the research, such as
the International Law of Indigenous Peoples.
7
Introducción
1
El término Sociedad Civil Global consiste, de acuerdo con Mary Kaldor (2005), en una reinvención
de la sociedad civil en el contexto de la globalización, en el que se han intensificado las relaciones
de comunicación y colaboración entre grupos con demandas similares más allá de las fronteras
estatales, y que tuvo su génesis en los años posteriores a la finalización de la Guerra Fría. Un
análisis complementario de este término puede ser consultado en la obra de John Keane (2008)
titulada La Sociedad Civil Global y el gobierno del mundo.
8
a proponer una visión propia del desarrollo, basada en sus necesidades,
prioridades, acuerdos y responsabilidades tradicionales en comunión con el pleno
respeto al medio natural (Comité Indígena de Coordinación Global para Río+20,
2013). Esta propuesta ha sido nombrada Buen Vivir por los Pueblos Indígenas de
América Latina, designación derivada de la traducción al español de las distintas
denominaciones en idiomas originarios utilizadas para evocar su ideal de vida
basado en la libre determinación, el respeto de sus derechos individuales y
colectivos, así como de la estrecha relación con la Madre Naturaleza
(Cunningham, 2010).
En consonancia con estos avances, se ha desarrollado una serie de
instrumentos jurídicos en el ámbito del Derecho Internacional Público, a través de
los cuales se han positivado las demandas de los Pueblos Indígenas, mismos que
teniendo su origen en ámbitos de alcance universal, han implicado cambios en las
escalas nacionales y regionales, permitiendo que los Pueblos Indígenas hayan
pasado de ser objetos de políticas de corte integracionista, a gozar de un
reconocimiento como sujetos con derechos diferenciados, plasmado en las
constituciones de la mayoría de los Estados latinoamericanos . Tales normativas
son resultado del proceso de humanización del Sistema Internacional, es decir, de
la profundización en el reconocimiento de los Derechos Humanos a escala
internacional, etapa iniciada tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, y
cuyo hito germinal fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
adoptada y proclamada el 10 de diciembre de 1948 (ONU, 1998), conformando el
Derecho Internacional de los Derechos Humanos (DIDH) a partir del cual se han
generado instrumentos de alcance más específico en respuesta a las demandas
de una Sociedad Civil Global emergente. Así, el Derecho Internacional Público ha
asistido la consolidación de una novedosa rama de estudio, el Derecho
Internacional de los Pueblos Indígenas.
No obstante, la formación de un marco jurídico orientado a la defensa de los
derechos de los Pueblos Indígenas no garantiza su cumplimiento, por lo que se
requiere de la continua afirmación y protección de tales derechos en aras de
ampliar su alcance y evitar retrocesos. En este proceso juega un papel
9
preponderante la jurisprudencia que se recoge tanto de Tribunales Supremos de
carácter nacional como de organismos jurídicos internacionales, siendo los más
importantes para los Pueblos Indígenas Latinoamericanos los del Sistema
Interamericano de Derechos Humanos, representados por la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos -CIDH- y la Corte Interamericana de
Derechos Humanos -CoIDH-, ambos creados en el marco de la Organización de
Estados Americanos -OEA-; asimismo, dicha jurisprudencia es enriquecida por las
acciones de los órganos del Sistema Universal de Protección de Derechos
Humanos de la ONU con competencia en los casos que involucran directamente a
Pueblos Indígenas.
Por otro lado, la evolución normativa ha sido acompañada de acciones en el
ámbito de las organizaciones internacionales que han reforzado la visibilidad de
los Pueblos Indígenas, especialmente a través de la apertura de espacios de
participación en las mismas, lo que les ha permitido tomar un lugar importante en
la agenda de preocupaciones y prioridades de la Comunidad Internacional (Oliva,
2012). Las organizaciones de la Cooperación Internacional para el Desarrollo, en
su rol de impulsoras de las agendas globales de desarrollo y dada su atención
focal a grupos vulnerables, han tenido especial protagonismo en esta
determinante tarea.
En este sentido, el afianzamiento de las exigencias indígenas en el ámbito
global tiene como una de sus máximas expresiones la creación en 1992 del Fondo
para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe , el
primer organismo internacional creado con el objetivo de apoyar los procesos de
autodesarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe, quienes
además de ser los principales beneficiarios de los programas de Cooperación para
el Desarrollo, adquirieron desde su fundación el estatus de participantes activos
en la toma de decisiones del organismo, a través de su intervención en los
órganos de gobierno como delegados acreditados en igualdad de condiciones que
los Estados miembros, y posteriormente con la creación de los Consejos
Nacionales y Regionales. Esta intervención contribuye a la formulación de
posicionamientos concertados entre los actores que de ella participan, es decir, los
10
Estados, los organismos de cooperación internacional y los Pueblos Indígenas,
basados en la visión de estos últimos, que generan programas de Cooperación al
Desarrollo, impulsando la propuesta del Buen Vivir.
Por lo tanto, el Fondo Indígena tiene una importancia trascendental en dos
sentidos, tanto por su vocación hacia la atención de las problemáticas de los
Pueblos Indígenas en un ámbito regional como por la incorporación de líderes
indígenas en su estructura orgánica, lo que constituye un avance en la
institucionalización de las demandas de grupos específicos, habiendo
transfigurado la concepción original de los organismos internacionales, puesto que
en foros como éste la Sociedad Civil Global, pese a su incorporación, tiene un rol
meramente consultivo frente al rol preponderante de los Estados en la toma de
decisiones, por lo que se hace necesario un análisis de los procesos emanados de
este novedoso mecanismo, mismos que pudieran ser aplicables a otros procesos
en los que de manera similar esté implicado cualquier otro grupo específico de la
Sociedad Civil Global.
Asimismo, el Fondo Indígena es indicio del cambio de perspectiva sobre el
tratamiento hacia los Pueblos Indígenas; desde su consideración como minorías
vulnerables, hacia su reconocimiento como sujetos políticamente activos capaces
de generar sus propias dinámicas de desarrollo. Implica su gradual distinción de
otros colectivos, especialmente de los campesinos, ya que por mucho tiempo
fueron considerados elementos de una misma categoría general, la de ciudadanos
pobres y excluidos de los procesos nacionales. Su singularidad ha permitido
avances en el propio Derecho Internacional, que ha pasado del carácter no
diferenciado de los primeros documentos sobre Derechos Humanos a un estadio
de incremental especificación de los mismos.
Por lo anterior, la hipótesis planteada para este trabajo es que el Fondo
Indígena, organismo de Cooperación Internacional para el Desarrollo, contribuye a
la formulación de posicionamientos concertados basados en la visión de los
pueblos Indígenas, tomando como base el concepto del Buen Vivir. Uno de los
objetivos que se presuponen, es que persigue aportar una visión mucho más
11
amplia del desarrollo, que genere cambios en la forma en la cual se diseñan y se
llevan a cabo los programas de cooperación al desarrollo.
El objetivo del trabajo es aportar una base teórica y conceptual para el
estudio del tema de la Cooperación Internacional para el Desarrollo orientada a los
Pueblos Indígenas a través de organismos internacionales especializados,
tomando como base las acciones del Fondo Indígena, siendo que existen pocos
trabajos de investigación enfocados a esta área específica de la Cooperación
Internacional para el Desarrollo.
Para el desarrollo del trabajo de investigación se ha recurrido a la revisión
de documentos históricos del Fondo Indígena en un esfuerzo por reconstruir el
acontecer del organismo internacional desde los años de su formación hasta la
actualidad. Paralelamente se observan los cambios que las sociedades
latinoamericanas han atravesado, siendo de especial relevancia aquéllos
acontecidos en el mundo indígena al interior de las comunidades o los propios
Estados nacionales, pero sobre todo en referencia al proceso de
internacionalización de sus demandas como colectivos diferenciados, lo que ha
llevado a la identificación de un Movimiento Indígena Internacional.
Consecuentemente se observa la manera en que éste ha sido reconocido como
uno de los sectores de mayor influencia en la llamada Sociedad Civil Global. Del
mismo modo, se ha recurrido a las Declaraciones de todas las Cumbres
Iberoamericanas, desde la primera celebrada en Guadalajara, México en 1991,
hasta la celebrada en la ciudad de Panamá, Panamá en 2013, que han servido
para reconstruir los acontecimientos más relevantes en el seno de la Cooperación
Iberoamericana en relación con los Pueblos Indígenas, especialmente del Fondo
Indígena, ya que en ellas se recogen elementos clave de la vida del organismo
internacional.
Por otro lado, se ha realizado un análisis de los cambios más sustanciales
experimentados en el enfoque de desarrollo a nivel latinoamericano, y su impacto
en las propuestas de desarrollo del Fondo Indígena, a través de una
reconstrucción de los hitos que han marcado este proceso hasta llegar a la
12
propuesta del Buen Vivir y su rol en los actuales programas de cooperación del
Fondo Indígena.
Como técnica de recolección de datos se recurrió al uso de diversas
fuentes documentales como Declaraciones, publicaciones de organismos
internacionales, libros, artículos, entre otras fuentes secundarias, haciendo
especial énfasis en las fuentes del Derecho Internacional Público que respaldan
este proceso, principalmente el Convenio 169 de la OIT y la Declaración de las
Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas por ser los
instrumentos de derechos de los Pueblos Indígenas más importantes en la
actualidad. Se realizaron entrevistas a actores relacionados con el Fondo
Indígena, tanto miembros del personal técnico de administraciones presentes y
pasadas del organismo, como otros de la cooperación internacional que tienen
relación directa con el Fondo Indígena, llevadas a cabo durante una estancia de
prácticas profesionales en la Universidad Carlos III de Madrid y en La Paz, Bolivia,
sede del organismo internacional.
El desarrollo de la investigación fue complementado a través de la
realización del Curso de Experto en Pueblos Indígenas, Derechos Humanos y
Cooperación Internacional, impartido entre abril y julio de 2014 en la Universidad
Carlos III de Madrid.
En cuanto a la estructuración del trabajo, este se divide en cuatro capítulos,
en cada uno se abordan los conceptos que hacen parte del título respectivo, a
saber: Buen Vivir, Desarrollo, Pueblos Indígenas, Cooperación Internacional para
el Desarrollo y Cooperación Iberoamericana, mismos que constituyen las bases
para el análisis del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América
Latina y el Caribe, junto con otros que son de utilidad para el sustento de la
investigación, como el Derecho Internacional de los Pueblos Indígenas.
El primer capítulo, Autodesarrollo y Buen Vivir: el papel de los Pueblos
Indígenas Latinoamericanos en la resignificación del desarrollo, refiere un análisis
histórico sobre la evolución del tratamiento de los Pueblos Indígenas al interior de
los Estados y a nivel internacional, dando cuenta de los grandes cambios
ocurridos hacia los años ochenta del siglo XX, momento en el cual el Movimiento
13
Indígena Latinoamericano se visibilizó a través de su presencia en los foros
internacionales, logrando un mayor reconocimiento de sus derechos diferenciados
que serían plasmados en instrumentos jurídicos específicos. Se concluye que los
Pueblos Indígenas han pasado de ser objetos de políticas integracionistas a ser
plenos sujetos de derecho, habiendo logrado la reivindicación de sus formas de
vida a través de la propuesta del Buen Vivir, que recoge la visión del desarrollo de
los Pueblos Indígenas sustentada por sus derechos individuales y colectivos
universalmente reconocidos.
El segundo capítulo, Los Pueblos Indígenas Latinoamericanos en la
actualidad y los sistemas internacionales para la protección de sus derechos
diferenciados, constituye un marco general sobre la actualidad de los Pueblos
Indígenas en el contexto social latinoamericano, presentando datos estadísticos
basados en el criterio de auto-identificación, que ha sido adoptado como válido a
nivel internacional para la caracterización de los sujetos pertenecientes a los
Pueblos Indígenas, ante la inoperancia que representa la construcción de una
definición única del término indígena.
El análisis de tales estadísticas da cuenta de la gran importancia que
representan los Pueblos Indígenas en torno a la diversidad cultural, pero también
de los desafíos que enfrentan como colectivos en condiciones de vida vulnerables,
situación que menoscaba el ejercicio de sus derechos y que en gran medida son
el resultado de la ausencia de políticas de desarrollo en la región respetuosas de
los Pueblos Indígenas, lo que los ha impulsado a exigir su reconocimiento como
sujetos de derecho y a proponer enfoques de desarrollo alternativos, como es el
Buen Vivir. Todo ello ha derivado en la configuración de mecanismos para la
protección de los derechos de los Pueblos Indígenas a nivel internacional, siendo
el Sistema Universal de Protección de los Derechos Humanos de la ONU y el
Sistema Interamericano de Protección de los Derechos Humanos de la OEA, los
que son de utilidad para los para los Pueblos Indígenas Latinoamericanos.
El tercer capítulo, La Cooperación Internacional para el Desarrollo y la
Cooperación Iberoamericana, da cuenta de los orígenes de la Cooperación
Internacional para el Desarrollo, desde la finalización de la Segunda Guerra
14
Mundial hasta los avances actuales, cuya evolución tiene correspondencia con los
cambios progresivos en las perspectivas sobre el desarrollo en la agenda
internacional, liderada principalmente por la ONU. Se explica cómo los procesos
de descolonización y la emergencia de los países del Sur han supuesto
significativas transformaciones en los planteamientos de la Cooperación
Internacional para el Desarrollo, haciendo partícipes a dichos países a través de la
llamada Cooperación Sur-Sur -CSS-, pasando de ser receptores a ser países
cooperantes, modificando la estructura de los organismos internacionales.
Asimismo, el capítulo aporta un panorama general sobre la Cooperación
Iberoamericana, cuya base es el Sistema de Cumbres, conjunto de países con
estrechos lazos históricos fundados en la experiencia colonial, y que actualmente
mantienen relaciones de reciprocidad y vínculos específicos, además de la
innegable cercanía cultural que los caracteriza. En este ámbito se creó el Fondo
para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe, como
respuesta ante la fuerza cobrada por el Movimiento Indígena Latinoamericano
desde los años ochenta, en concordancia con el proceso de humanización del
Derecho Internacional iniciado en la segunda posguerra. Esto último ha
contribuido a una profundización de los instrumentos de defensa de los derechos
de colectivos específicos, en este caso de los Pueblos Indígenas, impactando los
intereses, las agendas e inclusive las estructuras de las organizaciones
internacionales, al igual que en el caso de la CSS.
Finalmente, el cuarto capítulo, El Fondo Indígena: orígenes, consolidación y
evolución de sus programas de cooperación para el impulso del Buen Vivir,
constituye el análisis específico del desarrollo y resultados del Fondo para el
Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y El Caribe que evidenció
la emergencia de los Pueblos Indígenas como sujetos políticos a nivel
internacional y el entramado normativo que hoy es conocido como Derecho
Internacional de los Pueblos Indígenas; se examina así el proceso de
institucionalización y consolidación del Fondo Indígena como organismo
internacional especializado en materia de derechos de los Pueblos Indígenas, que
por su estructura tripartita en la que participan los Pueblos Indígenas, los Estados
15
y los organismos de la Cooperación Internacional para el Desarrollo, se ha erigido
como un organismo único a nivel internacional.
16
CAPÍTULO 1: CONCEPTOS DE AUTODESARROLLO Y BUEN VIVIR:
EL PAPEL DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS LATINOAMERICANOS EN
LA RESIGNIFICACIÓN DEL DESARROLLO.
2Con alcance a nivel regional a partir de la creación del Instituto Indigenista Interamericano tras la
celebración de la Convención de Pátzcuaro, México, en 1940.
17
ochenta, ya que si bien las políticas relativas a Pueblos Indígenas tuvieron
presencia en Latinoamérica desde los primeros años de la colonia, habiendo
tenido la función de consolidar las estructuras de poder en los territorios
conquistados, estas fueron transformándose a lo largo del tiempo para adaptarse
a las necesidades de cada contexto. No obstante, aún después de la
independencia, su función no fue otra sino la de trasladar el poder hacia los
nuevos dirigentes de los nacientes Estados latinoamericanos, reproduciendo los
esquemas de dominación hacia los Pueblos Indígenas.
Las incipientes políticas de reconocimiento de las culturas indígenas en
América Latina aparecieron en las primeras décadas del siglo XX,3 que luego
serían consolidadas a nivel continental a partir de la creación del I.I.I. con la
Convención de Pátzcuaro de 1940, misma que fue resultado a su vez de la
celebración del Primer Congreso Indigenista Interamericano,4 pasando a formar
parte de la OEA como organismo especializado en 1953. Esta institución sería el
primer acercamiento hacia una valoración, aunque limitada, de lo indígena y de la
necesidad de contrarrestar las problemáticas derivadas de su histórica exclusión
de los planos nacionales a partir del impulso de políticas públicas que serían
caracterizadas como integracionistas, formuladas sin la participación de sus
beneficiarios y orientadas a resolver “el problema indígena en América”,5 que es
un discurso casi tan antiguo como la fundación de las repúblicas en la región en
3 Stavenhagen establece que quizás Brasil fue el primer país en establecer un organismo
indigenista oficial, creado en 1910 bajo el nombre de Serviço de Proteção aos Indios.
Stavenhagen, R. (1988). Derecho Indígena y Derechos Humanos en América Latina. México:
Instituto Interamericano de Derechos Humanos, El Colegio de México.
4 Presidida por el entonces Presidente de México, Lázaro Cárdenas del Río. Posteriormente serían
celebrados los siguientes Congresos:II Congreso Indigenista Interamericano, Cuzco (Perú, 1949);
III Congreso Indigenista Interamericano, La Paz (Bolivia, 1954); IV Congreso Indigenista
Interamericano, Guatemala (Guatemala, 1959); V Congreso Indigenista Interamericano, Quito
(Ecuador, 1964); VI Congreso Indigenista Interamericano, Pátzcuaro (México, 1968); VII Congreso
Indigenista Interamericano, Brasilia (Brasil, 1972); VIII Congreso Indigenista Interamericano, Mérida
(México, 1980); IX Congreso Indigenista Interamericano, Santa Fe (E.U.A., 1985); X Congreso
Indigenista Interamericano, San Martín de los Andes (Argentina, 1989); XI Congreso Indigenista
Interamericano, Managua (Nicaragua, 1993); 1999: XII Congreso Indigenista Interamericano,
México (México, 1999).
5 Convención de Pátzcuaro, 1940. En este tratado internacional se establecieron, además del
18
cuanto la consideración de los Pueblos Indígenas como razas inferiores que era
necesario des-indianizar (Quijano, 2006).
Así, el conjunto de ideas y actividades concretas de los Estados
latinoamericanos en relación con las poblaciones indígenas sería conocido como
indigenismo, que de acuerdo a la definición de Rodolfo Stavenhagen (1988), es un
pensamiento basado en el indígena como problema que debía ser resuelto, el cual
tiene sus antecedentes en el pensamiento social y político de intelectuales
latinoamericanos, en prácticas de instituciones religiosas, así como en acciones
gubernamentales orientadas sobre todo a la creación de estructuras institucionales
especializadas en la atención de las poblaciones indígenas, a las cuales se
buscaba integrar, asimilar o civilizar, al considerarlos sectores aislados, atrasados
o no incorporados a la población nacional.6
Sin embargo, el indigenismo no solamente estaría circunscrito a los ámbitos
mencionados ni sería únicamente una teoría abstracta, pues como explicara Luis
Villoro (1950), permearía en otros ámbitos del acontecer social como la pintura, la
música, la arquitectura, la educación, las tendencias sociales y políticas, siempre
en una dinámica contradictoria en la que por un lado, se enaltece lo indígena
como la fuente de la peculiaridad de las culturas nacionales, y por el otro, se
rechaza profundamente al considerársele representación de lo primitivo o
atrasado, por lo que para que el indígena pueda acceder al progreso material y
espiritual habría de asimilar los valores más adelantados de la cultura occidental,
postura de claro sesgo evolucionista.
19
Este período coincidiría de manera casi exacta con la Industrialización por
Sustitución de Importaciones, también conocida como modelo ISI (Beyhaut y
Beyhaut, 2008), el cual sería el principal paradigma de desarrollo para los países
latinoamericanos desde los años treinta del siglo XX, tomando su mayor impulso
en los primeros años de la Guerra Fría, hasta su cambio de dirección en los años
setenta y ochenta con el inicio de la etapa neoliberal. Además, sirvió como
instrumento político tendiente a asegurar la cohesión de las jóvenes naciones que
en su mayoría iniciaban un proceso de construcción nacional pos-revolucionario,
con un marcado carácter antiliberal, cuyas bases fueron sentadas por el
economista argentino Raúl Prebisch en el marco de la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe -CEPAL- a partir de 1948, que hacia los años setenta
sería conocido como la Teoría de la Dependencia.7
En el ámbito internacional, sería la OIT la que adoptaría el primer tratado
internacional que hacía referencia a los Pueblos Indígenas, conocido como el
Convenio 107 “Sobre la protección e integración de las poblaciones indígenas y de
otras poblaciones tribales y semi-tribales en los países independientes”, adoptado
en 1957. Este se considera un instrumento amplio sobre desarrollo, acorde con la
visión integracionista del indigenismo de aquellos años, la cual se ve reflejada en
el propio contenido del tratado al establecer que es deseable, desde el punto de
vista humanitario o por el propio interés de los países interesados, perseguir el
mejoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones indígenas, tribales o
semi-tribales que no estuvieran integradas todavía en la colectividad nacional,
para ejercer una acción sobre los factores que les han impedido participar del
progreso de aquéllas, y que por lo tanto viven en condiciones sociales y
económicas correspondientes a una etapa menos avanzada (OIT, 1957).
Los populismos latinoamericanos se consolidarían en este escenario de
políticas desarrollistas, donde todas las esferas de la vida de las naciones eran
dominadas por el Estado, que había encontrado en el indigenismo una fuente de
legitimación frente a los sectores menos favorecidos. La industrialización
7Para ampliar esta temática, puede consultarse Cardoso, F. y Faletto, E. Dependencia y desarrollo
en América Latina, Siglo XXI, México, 1969.
20
latinoamericana experimentó sucesivas transformaciones para intentar adaptar el
modelo a las exigencias coyunturales, que tras los grandes fracasos
experimentados en las economías de la región, pronto fueron inclinando la
balanza hacia nuevos paradigmas de desarrollo, entre los que destacaría la teoría
general elaborada en 1960 por Walter Whitman Rostow,8 denominada “Las etapas
del crecimiento económico: un manifiesto no comunista”.9 En esta, se proponía
que el crecimiento auto-sostenido alcanzado por la sociedades industriales
maduras era el punto de llegada de todo proceso histórico, visión que
gradualmente iría sustituyendo la del ya agotado desarrollismo y llenando el vacío
generado por su ineficacia, que agravado por las dictaduras militares crearía un
escenario propicio para las convulsiones sociales que pronto trastocarían la
realidad latinoamericana, y junto con las crisis económicas enfrentadas en toda la
región en los años ochenta,10 abrirían paso a un cambio en los paradigmas de
desarrollo aplicados en el ámbito latinoamericano, inaugurados por el denominado
Consenso de Washington, el cual se consolidó en la región sobre los años
noventa (Cedrini, 2008).
Muchos serían los autores que a través de distintas posturas irían
delineando las teorías sobre el desarrollo más recurridas por los Estados para el
diseño de sus políticas públicas, las cuales podrían agruparse en dos grandes
corrientes: la ortodoxa (neoclásica) y la heterodoxa (o alternativa), que al
enfrentarse entre sí irían adaptando sus puntos de vista en función de los
argumentos del contrario (Hidalgo, 2004) para generar enfoques novedosos. Las
que predominaron a lo largo del siglo XX a nivel global son aquéllas que han sido
catalogadas como economicistas, lo que en el ámbito latinoamericano impactaría
sin duda las políticas aplicadas a los Pueblos Indígenas, reforzando la idea de que
era necesario integrarlos a la modernidad para que superaran el histórico atraso
en que vivían al ser sociedades basadas en estructuras tradicionales.
despegue, el progreso hacia la madurez y la era del consumo de masas; las cuales debía
atravesar de manera lineal todo país para pasar del subdesarrollo al desarrollo.
10 Un análisis histórico detallado sobre estos hechos puede ser consultado en Halperin, T. Historia
21
Asimismo, es especialmente el sector de la población que sufriría con
mayor severidad los efectos negativos de las coyunturas económicas asociadas a
los fracasos de las políticas de desarrollo generales, dada su condición de
sectores históricamente vulnerados. No sería sino hasta los años ochenta cuando
el indigenismo prevaleciente durante los años de la segunda posguerra empezaría
a ser cuestionado desde adentro, desde los propios estudiosos del indigenismo
quienes empezaban a responder a la propia evolución del Movimiento Indigenista
que en aquéllos años se fortalecía y que sería complementado con el surgimiento
del indianismo.
22
En este sentido, las situaciones e historias concretas de las que emanan las
organizaciones indígenas son muy diversas, pudiendo clasificarlas en distintas
categorías, ya sea en términos de inclusión poblacional, entre las que se pueden
distinguir: organizaciones conformadas con una parte minoritaria de un grupo
étnico, organizaciones que incluyen casi a la totalidad de un grupo, organizaciones
multiétnicas, organizaciones nacionales uniétnicas u organizaciones nacionales
multiétnicas; o por el tipo de actividades a las que destinan sus esfuerzos: las
organizaciones de tipo sindical que movilizan a la población a partir de consignas
étnicas, pero que tienen como finalidad mejorar las condiciones económicas,
laborales o de negociación frente al mercado o al Estado; las organizaciones de
tipo federativo estrictamente étnicas o basadas en un único programa integral de
desarrollo adoptado por consenso, orientadas hacia la autodeterminación territorial
étnica; y las organizaciones de corte ideológico, cuyo fin es la difusión de la
ideología de la indianidad a partir de una magnificación del pasado y la exaltación
de “lo indio” sobre “lo blanco” (Stavenhagen, 1988).11
Sería con la aparición de las primeras organizaciones netamente indígenas,
sobre todo en los países andino-amazónicos, que la “comunidad indígena” se
pondría como interlocutor directo frente al Estado para discutir cuestiones
relacionadas con la autonomía territorial y política, las cuales habían estado
presentes sin mayor fundamentación en las demandas de los primeros años del
siglo XX (Quijano, 2006).
Junto con dichas organizaciones indígenas, aparecieron los intelectuales
indígenas que empezaban a construir una ideología indianista que cuestionaba las
posturas ideológicas en las que los Pueblos Indígenas eran vistos como atrasados
y contrarios al progreso de las naciones. Las demandas de estos intelectuales,
planteadas tanto a los gobiernos como a la sociedad en su conjunto, pueden
agruparse en cinco temáticas principales: 1) Definición y estatus legal: la auto-
identificación como instrumento político y prerrogativa de las organizaciones
indígenas; 2) Derecho a la tierra: una de las demandas principales de los Pueblos
23
Indígenas, entendido como un bien colectivo ancestral, necesario para la
reproducción cultural y social del grupo; 3) Identidad cultural: el renacimiento
cultural consciente fomentado por las élites indígenas y los militantes culturales,
frente a los procesos de aculturación y asimilación consideradas como etnocidas;
4) Organización social y costumbre jurídica: el reconocimiento de la organización
social y de la costumbre jurídica indígenas por parte del Estado, considerados
elementos necesarios para la viabilidad de las culturas indígenas; y 5)
Participación Política: representación política en las instituciones gubernamentales
y el derecho a la libre determinación (Quijano, 2006). Todos estos rubros, como se
verá más adelante, constituyen Derechos Humanos que empezarían a ser
gradualmente reconocidos a los Pueblos Indígenas en su contexto particular.
El discurso ideológico de la indianidad, como también es llamado el
indianismo, y que se enuncia en los documentos de las organizaciones indianistas
que fungían como articuladoras de los campesinos-indígenas desde el nivel local,
hasta el nacional o continental en América Latina, se iba cimentando en un
momento histórico en el que el nuevo orden mundial de posguerra basado en el
libre mercado, la cultura global homogeneizadora y los acelerados procesos de
modernización, como ejes sustanciales del proceso que empezaba a reconocerse
como globalización, detonó la aparición de nuevos movimientos étnicos-
nacionalistas y religioso-fundamentalistas con componentes discursivos comunes
apoyados en la invocación de una tradición, es decir, una historia común que se
mitifica para construir la identidad de la etnia, de la tribu o de colectividad religiosa,
en clara oposición y rechazo al Estado-nacional, a la civilización occidental, a la
Modernidad y a la globalización; así, los movimientos indianistas de América
Latina formarían parte de tales emergencias, llegando a ser un componentes
significativo de las nuevas coordinaciones de movimientos sociales y políticos en
América Latina desde las bases de la sociedad civil, y donde la diversidad étnica
englobada sería explicativa de la pluralidad de discursos sobre la indianidad
(Cancino, 2005).
El proceso de politización de la etnicidad indígena a través de la generación
de estrategias de poder particulares y formulaciones ideológicas propias,
24
característico de los primeros momentos del Movimiento Indígena, fue
determinante para romper con las estructuras teóricas ampliamente dominantes
en el siglo XX, sobre todo aquéllas derivadas de la antropología afincada en el
relativismo cultural que dirigía sus esfuerzos hacia la simple supervivencia cultural
de las poblaciones indígenas, o las de la antropología marxista tendiente a la
“campesinización” del indígena, pero sin una dimensión política que permitiera
encausar la atención hacia las relaciones de poder entre grupos sociales y
formular una crítica sustentada al modelo capitalista de desarrollo y al estatismo
(Serbin, 1980), siendo esto último uno de los grandes avances logrados por el
indianismo.
Ya en los años setenta se habían realizado las primeras imputaciones
contra el indigenismo que predominaba en el escenario político latinoamericano,
entre las que destacan por su contenido las Declaraciones emanadas de las
Reuniones de Barbados de 1971 y 1977.12 La primera de ellas tuvo la participación
exclusiva de antropólogos en un simposio que fue titulado “Fricción interétnica en
América del Sur No-Andina”, en la que buscaban denunciar las acciones de
genocidio y etnocidio que afectaban a los grupos tribales de las áreas selváticas
de América del Sur, habiendo alcanzado reconocimiento gracias a su Declaración
final denominada "Por la Liberación del Indígena", comúnmente conocida como
"Declaración de Barbados", en la cual se llama la atención de la opinión pública
mundial sobre la situación de los indígenas sudamericanos, responsabilizando de
la misma a los estados nacionales, a las misiones religiosas y a los antropólogos
(Zolla y Zolla, 2004).
En dicha Declaración, los antropólogos participantes establecían la
existencia de una continuidad en las relaciones de dominación hacia los indígenas
de América, la cual tuvo su origen en la conquista y permanece en el seno de las
sociedades nacionales, generando con ello una falsa imagen de las sociedades
indígenas y de su perspectiva histórica, así como una autoconciencia deformada
de la sociedad nacional en la que “las propias políticas indigenistas de los
gobiernos latinoamericanos se orientan hacia la destrucción de las culturas
25
aborígenes y se emplean para la manipulación y el control de los grupos indígenas
en beneficio de la consolidación de las estructuras existentes. Postura que niega
la posibilidad de que los indígenas se liberen de la dominación colonialista y
decidan su propio destino”; sobre este último enunciado, la Declaración habla del
“Indígena como protagonista de su propio destino” en su apartado final, afirmando
que “la liberación de las poblaciones indígenas es realizada por ellas mismas, o no
es liberación”, reconociendo al mismo tiempo las acciones de defensa propia
emprendidas por las poblaciones indígenas de todo el continente y sus derechos a
experimentar sus propios esquemas de autogobierno, desarrollo y defensa.13
Sin embargo, los argumentos esgrimidos en aquél documento solamente
tomarían verdadera significación a partir de su reiteración por líderes indígenas en
la Segunda Reunión de Barbados de 1977, quienes fueron los encargados de
redactar la Declaración correspondiente con la colaboración de antropólogos. En
esta ocasión, el título de la Reunión fue “Movimientos de liberación indígena en
América Latina” (Mugarik Gabe, 1995), habiéndose enfatizado en la Declaración la
doble significación de la dominación sobre los indígenas americanos, la cual es
tanto física como cultural, y cuyo alcance no es sólo local o nacional, sino
internacional. Si de la dominación física expresan que es realizada a través del
despojo se sus tierras y recursos naturales, de la explotación económica por la
sociedad no india, los sistemas comerciales y las empresas transnacionales, de la
dominación cultural consideran que ha sido alcanzada cuando en la mentalidad
del indio se ha establecido la cultura dominante u occidental como el estadio más
alto de desarrollo, mientras que la cultura propia no es cultura, sino el nivel más
bajo de retraso que debe superarse, sirviendo como instrumentos: la política
indigenista, el sistema educativo formal y los medios masivos de comunicación;
frente a todo ello, los líderes indígenas entonces reunidos consideraron necesario
trazar una primera línea de orientación para su lucha de liberación mediante el
establecimiento del objetivo común de conseguir la unidad de la población india,
para lo cual plantearon diversas estrategias, entre las que destacan la
26
organización política propia y auténtica, así como una ideología consistente y clara
que pudiera ser del dominio de toda la población.14
El paso del indigenismo al indianismo correspondía a la transición en
Latinoamérica del populismo del modelo desarrollista, caracterizado por el Estado
intervencionista y asistencialista, al multiculturalismo15 tendiente a la gestión
cultural del Estado neoliberal, permitiendo el florecimiento de organizaciones
indianistas que llevarían a los planos nacionales e internacionales las
reivindicaciones de los Pueblos Indígenas: la exaltación de la pureza de la cultura
india y la vuelta a los orígenes de su tradición, el rechazo de los contactos
aculturativos indeseables, el rescate de las lenguas indígenas en su función de
instrumento privilegiado de transmisión cultural, y la atribución de un territorio a
cada Pueblo indígena en el que la cultura india pudiera expandirse con total
libertad sin intervención de la ley nacional, en los que pudiera ejercerse una
autonomía administrativa y política dirigida por poderes étnicos, basada en un
derecho consuetudinario indígena capaz de garantizar los recursos naturales y su
aprovechamiento. Estos son los elementos que Favre16 denominaría como
agentes del etno-desarrollo, el cual hubo definido como la noción novedosa de un
modelo económico respetuoso de los valores indios de solidaridad e intercambio,
que implica el retorno a las técnicas tradicionales o a la creación de una tecnología
"suave" que no tuviera efectos destructores sobre el medio ambiente.
No obstante, éste ha sido un proceso largo y complejo, en el que
ciertamente se partió de una oposición a todo lo occidental desde posturas
ideológicas basadas en discursos revanchistas frente al mundo no indígena, en la
idealización de un pasado ancestral utópico y superior a la cultura occidental, muy
cercana a los movimientos revolucionarios latinoamericanos, al concepto de
27
nación indígena y a la denuncia del colonialismo interno, pero a la vez tendientes a
la cooptación con el Estado y con una dirigencia no representativa alejada de las
bases comunitarias; pero que en la actualidad ha trascendido los planteamientos
únicamente victimistas para adentrarse en la defensa de las necesidades reales
de sus comunidades y reivindicar sus derechos colectivos específicos a través de
modelos de participación más democráticos a nivel nacional e internacional, con
las que han ido ganando gradualmente una mayor capacidad de incidencia sobre
asuntos de su interés, propiciando avances en materia legislativa así como en la
propia concepción acerca de los pueblos indígenas (Oliva, 2012).
La visión de los Pueblos Indígenas sobre sus problemáticas particulares y
necesidades de desarrollo, presentadas de manera creciente en los foros
internacionales a través de líderes y organizaciones indígenas en esta etapa
indianista, atraería la atención de las organizaciones internacionales y las
encaminaría hacia un proceso de mayor especificación de sus derechos como
grupos diferenciados. En este tenor, la Organización de las Naciones Unidas para
la Educación, la Ciencia y la Cultura -UNESCO-, junto con la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales -FLACSO-, convocaron en 1981 una
reunión internacional sobre etnocidio y etno-desarrollo en América Latina, cuyas
conclusiones están contenidas en la “Declaración de San José sobre el etnocidio y
el etno-desarrollo”,17 y que constituyen una respuesta a las denuncias de los
Pueblos Indígenas a nivel internacional sobre su pérdida de identidad cultural
derivada de un complejo proceso calificado de etnocidio, y el cual representa una
violación masiva de los Derechos Humanos, particularmente el derecho de los
grupos étnicos al respeto de su identidad cultural, recogido en numerosos
instrumentos hasta entonces desarrollados por Naciones Unidas y sus organismos
especializados. Asimismo, fue señalada la necesidad de dar la participación
debida a los representantes de los pueblos, naciones y etnias en todo aquello que
pudiera afectar su destino.
28
Entre los principales aportes de dicha Declaración, está la afirmación de
que el etnocidio, en cuanto genocidio cultural, es un delito de derecho
internacional al igual que el genocidio condenado por la Convención de las
Naciones Unidas para la prevención y sanción del delito de genocidio de 1948; así
como también que el etno-desarrollo es un derecho inalienable de los pueblos
indios, mismo que fue definido de la siguiente manera (numeral 3):
29
cumplirlas.18 La finalidad del etno-desarrollo, por tanto, es el incremento de la
capacidad de decisión del grupo social tanto sobre los recursos propios como
sobre los recursos ajenos de los cuales pueda apropiarse, y por lo tanto, reducir
los otros dos ámbitos de cultura enajenada y cultura impuesta. Todos ellos,
entendidos como relaciones de poder, aunque como el autor, establece de una
manera sumamente simplificada que es solamente útil en la construcción
conceptual, ya que en la realidad esos cuatro ámbitos se conjugan de manera
compleja.
Frente al integracionismo, el indianismo impulsó la noción de la necesidad
de construir una propuesta alternativa de desarrollo e incluso contrapuesta al
mismo, teniendo en la actualidad una gran incidencia en las reivindicaciones
indígenas, incluso transformando su terminología para hablar de desarrollo con
identidad, autodesarrollo y de manera más novedosa del Buen Vivir como
propuesta meramente indígena, pero todas ellas compartiendo ciertos rasgos que
las enfrentan al integracionismo modernizador: la cultura como fundamento del
desarrollo y no como un aspecto instrumental; la tradición y la diversidad como
garantía de desarrollo plural en lugar de obstáculo; la concepción del desarrollo
autónomo basado en la multidireccionalidad y no en la unidireccionalidad del
economicismo desarrollista; el énfasis en el desarrollo endógeno y participativo
para superar la tendencia a adoptar paradigmas exógenos a las comunidades; los
Pueblos Indígenas como sujetos políticos y no como objetos de las prácticas y
estrategias de desarrollo; y finalmente, la reafirmación de los derechos colectivos
de los Pueblos Indígenas, más allá del simple reconocimiento de los derechos
individuales de las personas indígenas (Oliva, 2012).
En el seno de la ONU, fue la Subcomisión de Prevención de
Discriminaciones y Protección de Minorías,19 creada en 1947 (Subcomisión de
Promoción y Protección de los Derechos Humanos desde 1999), la primera en
18 La teoría del control cultural es desarrollada de manera más extensa por Bonfil Batalla, G. en La
teoría del control cultural en el estudio de procesos étnicos. Estudios sobre las Culturas
Contemporáneas, vol. IV, No. 12, 1991, pp. 165-204.
19 Principal órgano subsidiario de la Comisión de Derechos Humanos, que tras la creación en 2006
del CDH fue absorbida por éste en todos sus mandatos, mecanismos, funciones y
responsabilidades, por lo que la Subcomisión de Promoción y Protección de los Derechos
Humanos pasó a formar parte del nuevo organismo.
30
emitir un estudio general y completo sobre el problema de la discriminación contra
las poblaciones indígenas del mundo, el cual fue encargado en 1971 20 al entonces
Relator Especial de dicha comisión, el José R. Martínez Cobo, con el objetivo de
sugerir medidas nacionales e internacionales necesarias para eliminar dicha
discriminación, en colaboración con los demás órganos y entidades de las
Naciones Unidas y con las organizaciones internacionales competente, entre las
que destacó la creación del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas en
1982.21
Tras un largo proceso, el Relator presentó un informe final titulado “Estudio
del problema de la discriminación contra las poblaciones indígenas” (Martínez,
1987) conocido comúnmente como el Informe Martínez Cobo, el cual permitió
tener un panorama general sobre los avances en los Derechos Humanos de las
poblaciones indígenas que hasta entonces se habían logrado, resaltando que el
respeto a sus formas de autonomía es una condición imprescindible para
garantizar y realizar sus derechos políticos; que el respeto y el apoyo a la
organización interna de los pueblos indígenas y sus manifestaciones culturales es
una igualmente indispensable para todo arreglo conducente a la apropiada
participación de las comunidades indígenas en todos los asuntos que influyen en
su destino, por lo que se deben abandonar las políticas gubernamentales de
intervención en la organización y el desarrollo de los pueblos indígenas y
reconocerles su autonomía, así como su capacidad de tomar la dirección de los
procesos económicos pertinentes, de la manera que ellos mismos perciban como
apropiada a sus intereses y necesidades. En este sentido, se consideró que la
libre determinación en sus múltiples formas es la condición previa fundamental
para que las poblaciones indígenas puedan disfrutar de sus derechos
fundamentales y determinar su futuro, a la vez que preservar, desarrollar y
transmitir su especificidad étnica a las generaciones futuras; todo ello fue
reforzado con la referencia al derecho a ser diferente, como derecho individual y
31
colectivo según se reconoce en la Declaración sobre la raza y los prejuicios
raciales, aprobada por la UNESCO en 1978 (Martínez, Párr. 266, 268, 269 y 275).
De manera paralela al proceso del Informe Martínez Cobo, la ONU había
emitido en 1986 la Declaración sobre el Derecho al Desarrollo, que es un derecho
que a pesar de estar contenido en instrumentos previos, no había sido articulado
de manera explícita. Su enunciación es producto de los avances progresivos en la
consolidación de los Derechos Humanos, destacando en este caso tres
circunstancias históricas interrelacionadas: la consolidación y puesta en práctica
del derecho a la libre determinación de los pueblos sometidos a la dominación
colonial, la creación de un sistema de cooperación internacional y la toma de
conciencia sobre la amenaza para la seguridad global que conlleva la persistencia
de la pobreza y el subdesarrollo; por ello, su fundamento principal sería el de la
acción solidaria que debían realizar los países con mayores niveles de vida en
beneficio de los menos desarrollados, con el propósito de conformar un orden
económico internacional más justo y equitativo, desembocando posteriormente en
una visión multidimensional sobre el desarrollo que superara el carácter
económico unidimensional hasta entonces imperante, proceso en el que la
sociedad civil comprometida, aglutinada en las primeras Organizaciones no
Gubernamentales para el Desarrollo -ONGDs- o las comunidades religiosas de
base con especial presencia en los países del Sur, jugaron un papel importante,
impulsándolo como un derecho humano, por lo que los titulares del mismo ya no
pueden ser los Estados (Oliva, 2011).
De esta manera, la Declaración sobre el derecho al desarrollo confiere a
este derecho el carácter de derecho humano inalienable, en virtud del cual todo
ser humano y todos los pueblos están facultados para participar en un desarrollo
económico, social, cultural y político, en el que puedan realizarse de manera plena
todos los Derechos Humanos y libertades fundamentales, así como también para
contribuir a ese desarrollo y a disfrutar de él. Este derecho implica también la
plena realización del derecho de los pueblos a la libre determinación, que incluye,
con sujeción a las disposiciones pertinentes de los Pactos Internacionales de
Derechos Humanos, el ejercicio de su derecho inalienable a la plena soberanía
32
sobre todas sus riquezas y recursos naturales, siendo la persona humana el sujeto
central del desarrollo, por lo que debe ser el participante activo y el beneficiario del
derecho al desarrollo. Asimismo, la Declaración establece que la responsabilidad
del desarrollo recae sobre todos los seres humanos de manera individual y
colectiva, mientras que los Estados tienen el derecho y el deber de formular
políticas de desarrollo nacional dirigidas a mejorar el bienestar de la población
entera y de todos los individuos sobre la base de su participación activa, libre y
significativa en el desarrollo y en la equitativa distribución de los beneficios
resultantes de éste.22
A pesar de que la Declaración menciona a los individuos y los pueblos
como beneficiarios del derecho, en el marco de su reconocimiento como derecho
humano, resalta la función de los Estados como los principales formuladores de
sus directrices, y no los propios individuos o pueblos, lo que refleja la coyuntura
histórica en la cual tuvo lugar, marcada por la búsqueda del establecimiento de un
nuevo orden económico internacional.23 En efecto, el derecho al desarrollo fue
impulsado principalmente por los países del sur, mas no incluyó entre los sujetos
aludidos en la Declaración a los Pueblos Indígenas, que de manera generalizada
habían permanecido a la sombra en los avances normativos y aún no habían sido
reconocidos en ningún instrumento vinculante como sujetos de derechos
colectivos. Sin embargo, se considera que éstos, junto con las minorías, deben
pasar a ser sujetos activos del derecho al desarrollo, sobre todo por la realidad
constatada de que han sido éstos grupos los que han sido perjudicados por
políticas de desarrollo inadecuadas, en las que no se tenido en cuenta sus
intereses, necesidades, y formas particulares de entender y concebir el mundo
(Gómez, 2013).
Estos cambios en las concepciones sobre el desarrollo de los Pueblos
Indígenas, junto con los avances generales en materia de Derechos Humanos a
nivel internacional, exigieron un proceso de revisión de los postulados que habían
33
sido plasmados en el Convenio 107 de la OIT, dirigidos a la integración de los
Pueblos Indígenas a las sociedades dominantes con un enfoque evolucionista,
para lo cual se recurrió a la consulta y participación de numerosos Pueblos
Indígenas y tribales en la redefinición de sus fundamentos y conceptos. Es así
como surge el Convenio 169 sobre Pueblos indígenas y tribales,24 adoptado en
1989, siendo el segundo tratado internacional en la historia relativo a los Derechos
Humanos de estos colectivos, y el cual introdujo una importante y trascendental
modificación en su denominación, pasando de poblaciones indígenas a Pueblos
Indígenas, este último aceptado como un concepto de mayor impacto jurídico, ya
que al reconocer el carácter colectivo de estos grupos abre una brecha para su
tratamiento diferenciado en este sentido y no como minorías en materia de
Derechos Humanos, como anteriormente había ocurrido.25
Las nuevas normas internacionales recogidas en el Convenio 169
reconocían por vez primera de manera vinculante para los Estados parte, las
aspiraciones de los Pueblos Indígenas a asumir el control de sus propias
instituciones y formas de vida, de su desarrollo económico, y la búsqueda de
fortalecimiento de sus identidades, lenguas y religiones en el marco de los
Estados en los cuales viven. Asimismo, el instrumento afirma la contribución de los
Pueblos Indígenas y tribales a la diversidad cultural, a la armonía social y
ecológica de la humanidad y a la cooperación y comprensión internacionales. Los
grandes avances contenidos en el documento marcaron un antes y un después en
el tratamiento diferenciado de los Pueblos Indígenas a nivel internacional, puesto
que a pesar de sus limitaciones en el marco de aplicación a nivel interno de los
Estados, ha servido como una valiosa herramienta a través de la cual se ha
24 OIT. Convenio No. 169 sobre pueblos indígenas y tribales en países independientes. 1989.
Ginebra.
25 Incluso se han dado avances en este sentido en la normatividad referida a los derechos de las
minorías del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) de 1966, contenida en el
artículo 27, en el que se indica que “en los Estados en que existan minorías étnicas, religiosas o
lingüísticas, no se negará a las personas que pertenezcan a dichas minorías el derecho que les
corresponde, en común con los demás miembros de su grupo, a tener su propia vida cultural, a
profesar y practicar su propia religión y a emplear su propio idioma”, el cual fue ampliado mediante
la Observación General No. 23 del Comité de Derechos Humanos de 1994 para incluir el carácter
colectivo en la interpretación de los derechos culturales amparados por el mismo, dando especial
relevancia a esta dimensión en el caso de los pueblos indígenas.
34
generado jurisprudencia26 en el Derecho Internacional sobre Pueblos Indígenas,
no existiendo otro tratado internacional especializado hasta el momento.
En lo que respecta al cambio de perspectiva sobre la noción de desarrollo
vinculada con los Pueblos Indígenas, conviene citar el artículo séptimo del
Convenio 169, según el cual los pueblos interesados deberán tener el derecho de
decidir sus propias prioridades en lo que atañe al proceso de desarrollo, en la
medida en que éste afecte a sus vidas, creencias, instituciones y bienestar
espiritual y a las tierras que ocupan o utilizan de alguna manera, y de controlar, en
la medida de lo posible, su propio desarrollo económico, social y cultural. Del
mismo modo, establece que este proceso deberá efectuarse con la participación
de los pueblos en la formulación, aplicación y evaluación de los planes y
programas de desarrollo nacional y regional susceptibles de afectarles
directamente, siendo menester de los Estados, en cooperación con los pueblos
interesados, realizar estudios para evaluar la incidencia social, espiritual, cultural y
medioambiental que las actividades de desarrollo previstas puedan tener sobre
esos pueblos, y cuyos resultados deberán considerarse como criterios
fundamentales para las acciones a realizar. Además, indica que se deberá
priorizar el mejoramiento de sus condiciones de vida, de trabajo, nivel de salud y
educación en los planes de desarrollo económico global de las regiones donde
habitan, en los que también se habrá de contar con su participación y cooperación.
Como se advierte, el derecho de autodeterminación o libre determinación se
alude en los preceptos del Convenio 169, aunque a diferencia de lo expuesto en el
Informe Martínez Cobo y en otros instrumentos generales como la Carta de las
Naciones Unidas o los Pactos Internacionales de Derechos Humanos de 1966,27
no se menciona de manera explícita, fundamentalmente por el temor que el
término despertaba entre los Estados sobre las tendencias independentistas a las
que pudiera incitar (Oliva, 2012), y que dieron pie a incluir una cancela jurídica
26 Destacan las sentencias dictadas por la CoIDH, que a pesar de no poseer un instrumento
normativo específico para los Pueblos Indígenas, ha hecho uso de su normatividad interna de
carácter general a la luz de otros instrumentos específicos como el Convenio 169.
27 El derecho a la autodeterminación está contenido en el Artículo 1 común de ambos Pactos, para
35
sobre la interpretación del término pueblos.28 Para Anaya, ninguna consideración
sobre los derechos de los Pueblos Indígenas puede estar completa si no se toma
en cuenta la autodeterminación, que es un principio marco del Derecho
Internacional consuetudinario, e incluso de ius cogens, que se complementa con
otros Derechos Humanos que conforman el orden internacional interestatal y “[s]e
refiere a un conjunto de normas de Derechos Humanos que se predican
genéricamente de los pueblos, incluidos los pueblos indígenas, y que se basan en
la idea de que todos los sectores de la humanidad tienen el mismo derecho a
controlar su propio destino [… y] da lugar a formas de reparación que rompen con
los legados del imperialismo, la discriminación, la supresión de la participación
democrática y la subyugación cultural” (Anaya, 2005).
Algo de esta idea sobre la necesidad de ejercer un control sobre el propio
destino se implica en el enfoque de desarrollo humano, paradigma nacido en 1990
en el seno del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD- a
partir de las ideas de Mahbub ul-Haq de Pakistán y Amartya Sen de la India, que
constituirían las ideas centrales de los Informes de Desarrollo Humano que desde
entonces son publicados anualmente. El primer informe,29 el de 1990, establece
que el centro de todo desarrollo debe ser el ser humano, y su fin el de ampliar las
oportunidades de los individuos, no debiendo reducirlas a una sola dimensión
como criaturas económicas. En este sentido, se define el desarrollo humano como
el proceso mediante el cual se amplían las oportunidades de los individuos, entre
las que destacan por su importancia el tener una vida prolongada y saludable, el
acceso a la educación y el disfrute de un nivel de vida decente, que son los tres
ejes de medición del IDH, el cual constituye un esfuerzo por combinar en un índice
compuesto los ingresos y los indicadores sociales, que hasta entonces habían
sido analizados de manera separada.
28 OIT. Convenio No. 169 sobre pueblos indígenas y tribales en países independientes, 1989,
Ginebra. Artículo 1.3 “La utilización del término en este Convenio no deberá interpretarse en el
sentido de que tenga
implicación alguna en lo que atañe a los derechos que pueda conferirse a dicho término en el
derecho internacional”.
29 PNUD. Informe de Desarrollo Humano 1990, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1990.
36
Otras oportunidades, de acuerdo a este enfoque, son la libertad política, la
garantía de los Derechos Humanos y el respeto a uno mismo, cuyo goce por parte
de los individuos puede ser garantizado a través del proceso de desarrollo, el cual
debe crear un ambiente propicio para que las personas, tanto individual como
colectivamente, puedan desarrollar todos sus potenciales y tengan la oportunidad
de llevar una vida productiva y creativa conforme a sus necesidades e intereses.
Como se advierte, el paradigma del desarrollo humano ciertamente implica
algunos aspectos de la libre determinación, sobre todo al establecer que la libertad
juega un papel relevante, entendiéndola como la libertad de los individuos de
ejercer sus opciones en mercados viables y la oportunidad que deben tener de
expresar sus opiniones para configurar su propia estructura política, es decir, que
es un proceso que requiere de la participación de las personas.
Sin embargo, el crecimiento económico sigue siendo el eje central de este
enfoque, aunque da un paso al establecer que éste es únicamente un medio para
alcanzar el fin del desarrollo, que debe ser el bienestar humano, combinando para
ello dos aspectos, la formación de capacidades y el uso que hacen las personas
de las capacidades adquiridas, por lo que difiere de otros enfoques
convencionales sobre crecimiento económico, formación de capital humano,
desarrollo de recursos humanos, bienestar humano o necesidades humanas
básicas, a la vez que integra algunos de sus elementos en una definición más
general que “permite captar mejor la complejidad de la vida humana, las muchas
preocupaciones que tienen los individuos y las numerosas diferencias culturales,
económicas, sociales y políticas en las vidas de los pueblos de todo el mundo”
(PNUD, 1990, pp. 34-35). En esta definición no se incluye la idea de
sostenibilidad, así como tampoco en el IDH como herramienta de medición
multidimensional, la cual, al vigilar solamente tres aspectos considerados
esenciales en el desarrollo, da una perspectiva limitada sobre el mismo. No
obstante, el enfoque ha ido enriqueciéndose para incluir otros conceptos básicos y
herramientas de medición, como el desarrollo sostenible (1994), la equidad de
género (1995) o los Derechos Humanos (2000) (Fakuda-Parr, 2003), por citar
algunos.
37
Los avances en el Derecho Internacional en torno al reconocimiento de los
derechos de los Pueblos Indígenas dio paso a que en la década de los años
noventa el enfoque de pluralismo cultural del etno-desarrollo se viera reflejado en
los cambios constitucionales de algunas naciones latinoamericanas, las que
empezarían a dar reconocimiento a los Pueblos Indígenas, todas ellas con
diferentes alcances. Los pioneros en este proceso fueron los países andinos,
encabezados por Colombia (1991), a la cual siguieron Perú (1993), Bolivia (1994),
Ecuador (1998) y Venezuela (1999), así como otros Estados latinoamericanos
como México (1992), Nicaragua (1995), entre otros, quienes reconocieron el
pluralismo étnico y cultural de sus naciones, el cual se traduce en los derechos
específicos de los pueblos indígenas proyectados, desarrollados y potenciados en
el siglo XXI, siendo de especial relevancia el reconocimiento del Derecho y la
jurisdicción indígena (Cabedo, 2012).
Es también en esta década cuando la OEA refuerza la atención prestada a
los Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas de América al crear en el seno
de la CIDH la Relatoría sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas en el año
1990, siendo una de sus tareas más importantes la de promover el avance y
consolidación de la jurisprudencia del sistema sobre derechos de los Pueblos
Indígenas, además de promover y facilitar el acceso de los pueblos indígenas al
sistema interamericano,30 tarea que vendría a fortalecer en las décadas siguientes
la defensa de sus derechos frente a los Estados que, pese a que muchos de ellos
han ratificado importantes tratados para su defensa, como el Convenio 169, e
incluso han realizado reformas en sus textos constitucionales, continúan llevando
a cabo acciones violatorias de los mismos.
Si bien la OEA no cuenta con un instrumento específico para la defensa de
los derechos de los Pueblos Indígenas, ha sido a través de sus instrumentos
generales, como la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre de 1948, y más significativamente de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos de 1969, que ha establecido procedimientos para su
30 OEA. Relatoría sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, Mandato, recuperado de
http://www.oas.org/es/cidh/indigenas/mandato/funciones.asp el 29 de junio de 2014.
38
salvaguarda, siendo que en los procedimientos contenciosos ante la CorteIDH se
han hecho interpretaciones extensivas en las sentencias de las normas
internacionales de protección de los derechos de los Pueblos Indígenas, cuando el
Estado en cuestión hubiere ratificado otros instrumentos. Muy importante ha sido
la inclusión por parte de la CIDH de peritajes y otros elementos de defensa que
permiten dar cuenta de la especificidad de los derechos indígenas vistos a la luz
de su diversidad cultural, así como también los fallos hechos sobre la violación de
sus derechos colectivos.
Una Tercera Declaración de Barbados en 199331 alzó la voz sobre las
violaciones al derecho a la vida, a la dignidad y al universo cultural y humano de
los Pueblos Indígenas de América Latina, ante lo que éstos responden con
voluntad de resistencia a través de la multiplicación de sus organizaciones etno-
políticas, y la afirmación cotidiana de especificidades culturales que dan cuenta de
la vigencia de sus proyectos civilizadores; asimismo, la Declaración condena las
prácticas de colonización de los territorios indígenas a fin de apropiarse de los
recursos naturales en ellos existentes, además de tendencia a minimizar o ignorar
la sabiduría de los Pueblos Indígenas sobre el medio natural, que sin embargo
constituyen los pilares sociales que mantienen las bases de la biodiversidad en el
mundo.
Por otro lado, establece que ante la violencia experimentada en América
Latina, fruto de diversos conflictos sociales como el narcotráfico, se hace
necesario que la noción de los derechos humanos se amplíe a los derechos
sociales, políticos y económicos de cada grupo social y étnico, en particular de los
Pueblos Indígenas, por su especial vulnerabilidad ante tales hechos disminuyendo
su capacidad política de luchar por sus derechos. Sobre todo, hace un llamado al
respeto e impulso de las prácticas de autodesarrollo de los Pueblos Indígenas,
desde sus concepciones políticas propias de la diversidad de sus culturas, la
formulación de políticas educativas bilingües e interculturales adecuadas que
sirvan como factor de producción cultural, hasta la legitimación de la etno-
medicina como aporte fundamental de las culturas étnicas para toda la humanidad
39
y el respeto a las autonomías territoriales que impliquen tanto el uso de recursos
naturales y económicos como la autogestión política y cultural .
El pronunciamiento internacional por el respeto a la diversidad cultural como
parte esencial de los derechos culturales,32 que son parte integrante de los
Derechos Humanos, aparece en la Declaración Universal de la UNESCO sobre la
Diversidad Cultural de 2001, el cual amplía las posibilidades de elección que se
brindan a todos y es una de las fuentes del desarrollo, entendido no solamente en
términos de crecimiento económico, sino también como medio de acceso a una
existencia intelectual, afectiva, moral y espiritual satisfactoria. Asimismo, considera
que la defensa de la diversidad cultural es un imperativo ético, inseparable del
respeto de la dignidad de la persona humana, que supone el compromiso de
respetar los Derechos Humanos y las libertades fundamentales, en particular los
derechos de las personas que pertenecen a minorías y los de los pueblos
indígenas, siendo el pluralismo cultural la respuesta política al hecho de la
diversidad cultural.33
El reconocimiento de la diversidad cultural en un sentido amplio y como
elemento esencial del desarrollo permite avanzar en la estructuración del concepto
de autodesarrollo basado en la libre determinación, ya que interpela su función
catalizadora del potencial humano hacia un desarrollo pleno de los Derechos
Humanos en su conjunto, y cuya preservación es beneficiosa tanto para las
generaciones presentes como las futuras. En este sentido, se hace un
reconocimiento al papel de la diversidad cultural como fuente de la sostenibilidad,
y que en el caso de los Pueblos Indígenas reconoce la necesidad de respetar y
proteger sus sistemas de conocimiento tradicionales, mismos que contribuyen a la
protección del medio ambiente y a la gestión de los recursos naturales, por lo que
también se requiere favorecer las sinergias entre la ciencia moderna y los
conocimientos locales.34
40
De este modo, se rompe también con el esquema netamente
antropocéntrico del desarrollo, incluyendo una de las principales aportaciones de
la cosmovisión de los Pueblos Indígenas, que ya habían sido expresadas en otros
documentos de gran trascendencia como la Declaración de Kari-Oca y la Carta de
la Tierra de los Pueblos Indígenas,35 que se dieron en el marco de la Cumbre de
la Tierra de Río de Janeiro de 1992, a partir de la cual el paradigma de desarrollo
sostenible adquirió un papel central, y cuyos principios están recogidos en la
Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo 36 en la que se
establece que los seres humanos tienen derecho a una vida saludable y
productiva en armonía con la naturaleza, que el derecho al desarrollo debe
ejercerse en forma tal que responda equitativamente a las necesidades de
desarrollo y ambientales de las generaciones presentes y futuras, así como
también que, la protección del medio ambiente debe ser considerada una parte
integral del proceso de desarrollo, así como también la paz, siendo esto un asunto
de todos los países, tanto desarrollados como subdesarrollados, con lo que se
admite el papel que juegan los primeros dadas las presiones que sus sociedades
ejercen en el medio ambiente mundial, así como también de los ciudadanos. El
principio 22 de esta Declaración es de particular interés al establecer que:
35 Conferencia Mundial de los Pueblos Indígenas sobre Territorio, Ambiente y Desarrollo. Kari-Oca,
Brasil, 25-30 de mayo de1992.
36 La cual reafirma los principios recogidos en la Declaración de la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre el Medio Humano, aprobada en Estocolmo en 1972. Ver: ONU. Declaración de Rio
sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio
Ambiente y el Desarrollo, Río de Janeiro, Brasil, 1992.
41
cumple las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las
generaciones futuras de cubrir sus propias necesidades. Por otro lado, el Informe
establece que este concepto implica límites, no absolutos, sino aquéllos impuestos
por los avances alcanzados por la tecnología y la organización social sobre el
medio ambiente, así como los de la habilidad de la biósfera para absorber los
efectos de las actividades humanas, considerando que tanto la tecnología como la
organización social pueden ser administradas y mejoradas para permitir una
nueva era de crecimiento económico. Una especial atención a los Pueblos
Indígenas y tribales fue requerida a través del Informe, ya que puso de manifiesto
que las fuerzas del desarrollo económico contravienen sus estilos de vida
tradicionales, mismos que a su vez pueden ofrecer a las sociedades modernas
muchas lecciones sobre el manejo de los recursos naturales. Tomando en cuenta
las amenazas que enfrentan, se resaltó la necesidad de reconocer sus derechos
tradicionales, así como el otorgamiento de una voz decisiva en la formulación de
políticas sobre desarrollo de los recursos en las áreas en las que habitan.
Con la fundación del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de
América Latina y el Caribe en 1992,37 en el marco de las Cumbres
Iberoamericanas, se institucionalizan las demandas de los Pueblos Indígenas
hasta ahora descritas, en un organismo internacional de carácter especializado,
cuyo objetivo fundacional es el de establecer un mecanismo destinado a apoyar
los procesos de autodesarrollo de pueblos, comunidades y organizaciones
indígenas de la América Latina y del Caribe, denominados Pueblos Indígenas de
manera conjunta. Este organismo internacional, relevante por la constitución
paritaria de sus órganos de gobierno, en los que tienen representación tanto los
Estados miembros como los Pueblos Indígenas, ha contribuido de manera
significativa a la construcción de propuestas alternativas de desarrollo desde la
visión de los Pueblos Indígenas, habiendo transitado desde la idea primigenia del
autodesarrollo, luego concebida como desarrollo con identidad, hasta el más
37Convenio Constitutivo del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina
y el Caribe. II Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, Madrid, 24 de julio de
1992.
42
novedoso impulso de la propuesta del Buen Vivir como plataforma de sus
programas.
Cabe mencionar que el Fondo Indígena sustituyó gradualmente las
funciones de atención a las necesidades de los Pueblos Indígenas que antes
realizaba el Instituto Indigenista Interamericano -I.I.I.-, con el cual firmó un
Convenio de Cooperación en 1996 y cuya propuesta de ratificación se realizó en
2003 en la XIX Reunión del Consejo Directivo del Fondo Indígena, a través de la
Resolución No. 17 contenida en el Acta correspondiente; asimismo, el I.I.I.
participó como observador en las reuniones de los órganos de gobierno del Fondo
Indígena. No obstante, el I.I.I. sería gradualmente sustituido por el Fondo Indígena
en su vocación de atender las demandas de los Pueblos Indígenas de América
Latina, toda vez que el anterior hubo cesado sus funciones en 2009 como
resultado de la difícil situación financiera por largo tiempo enfrentada por el mismo,
así como otras en el documento denominado Proyecto de Resolución: Futuro del
Instituto Indigenista Interamericano (OEA, 2008), el cual se basa en anteriores
Resoluciones38 que dan cuenta del agotamiento del Instituto como promotor de las
políticas indigenistas en América Latina, sin menoscabo de su importancia
histórica en la labor de generar un acercamiento a la realidad cultural, económica
y social de los Pueblos Indígenas del continente a través de valiosos trabajos de
investigación científica, de capacitación de personal dedicado al desarrollo de las
comunidades indígenas, así como el impulso para la creación en los Estados
miembros de instancias nacionales dedicadas a atender las necesidades
específicas de los Pueblos Indígenas.
En este tenor, el I.I.I. había reconocido en el año 2006 en el Proyecto de
Resolución denominado Situación del Instituto Indigenista Interamericano (pp. 2)
“que el modelo indigenista de integración y de asimilación de las culturas de los
pueblos indígenas no tiene viabilidad en el mundo actual…” y que por lo tanto “los
principios bajo los cuales el I.I.I. fue creado son inoperantes en la sociedad actual
38 AG/RES. 1718 (XXX-O/00) “Reforma del Instituto Indigenista Interamericano”, AG/RES. 1933
(XXXIII-O/03), AG/RES. 2046 (XXXIV-O/04) “Apoyo a la reestructuración del Instituto Indigenista
Interamericano”, AG/RES. 2131 (XXXV-O/05) “Situación del Instituto Indigenista Interamericano” y
AG/RES. 2284 (XXXVII-O/07) “Situación del Instituto Indigenista Interamericano”. OEA (2008).
Proyecto de Resolución: Futuro del Instituto Indigenista Interamericano. pp. 1.
43
y que, debido a los cambios democráticos en nuestras sociedades, su situación es
compleja y […] su reestructuración es inaplazable”. No obstante, tras acordarse su
“cierre operativo”, las instalaciones del Instituto,39 que eran propiedad del Gobierno
de México, así como los acervos documental, bibliográfico, hemerográfico y
cartográfico, que comprenden el período del año 1940 a 2009 (tiempo de vida del
I.I.I.), fueron entregados al Programa Universitario México Nación Multicultural de
la Universidad Nacional Autónoma de México -UNAM-, la cual se comprometió a
crear un Centro de Investigación, Información y Documentación de los Pueblos
Indígenas de América al servicio del público interesado en el desarrollo de los
Pueblos Indígenas y en la historia del indigenismo en América (UNAM, 2011).
En concordancia con la nueva realidad política del Movimiento Indígena
Latinoamericano al interior de los Estados de América Latina y el Caribe y de cara
a las exigencias de una Comunidad Internacional en continuo cambio, el Fondo
Indígena también ha tenido que renovarse a lo largo de su vida institucional,
habiendo atravesado dos grandes reestructuraciones, como se ha analizado
anteriormente.
La progresividad en la construcción de nuevas perspectivas de desarrollo
alternativas desde los Pueblos Indígenas va de la mano con los cambios en la
normatividad nacional e internacional, por lo que el etno-desarrollo basado en el
derecho de una sociedad culturalmente diferenciada a decidir sobre sus propios
procesos, se amplió en su contenido al eliminar la idea de lo étnico como
fundamento esencial y trasladarlo hacia la concepción de la libre determinación en
su papel de derecho garante de toda una serie de derechos tanto colectivos como
individuales. En esta interpretación, Anaya ha descrito la necesidad de ir más allá
de la noción de la autodeterminación como un derecho que sólo afecta a pueblos
definidos en sentido estricto, y considerados mutuamente excluyentes, propia del
liberalismo occidental clásico que ignora las múltiples esferas de comunidad,
autoridad e interdependencia existentes en la experiencia humana; asimismo,
afirma que el término pueblos debe ser independiente de cualquier consideración
39Ubicadas en Avenida de las Fuentes 106, Jardines del Pedregal, C.P. 01900, Ciudad de México,
Distrito Federal.
44
de soberanía histórica o preexistente e interpretado sin restricciones, evitando así
ir en detrimento del contenido de Derechos Humanos de la autodeterminación
(Anaya, 2005), sin que ello implique el irrespeto de los derechos a la identidad
cultural.
Las reticencias con respecto al reconocimiento de los indígenas como
pueblos, y por lo tanto, como sujetos de derechos colectivos, principalmente el de
autodeterminación, es aún vigente pese a los tímidos reconocimientos
constitucionales de los años noventa, y que, como se verá más adelante,
solamente algunos Estados latinoamericanos han intentado profundizar, entre los
que destacan Ecuador (2008) y Bolivia (2009), lo que supone un avance legislativo
a favor de las prácticas de autodesarrollo de los Pueblos Indígenas. En el ámbito
internacional, es a partir de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los
Derechos de los Pueblos Indígenas en 200740 que finalmente se reconoce de
manera amplia la libre determinación como un derecho de los Pueblos Indígenas,
en virtud del cual pueden definir libremente su condición política, y perseguir
libremente su desarrollo económico, social y cultural.
Asimismo, dicha Declaración establece que en ejercicio de este derecho los
Pueblos Indígenas tienen derecho a la autonomía o al autogobierno en las
cuestiones relacionadas con sus asuntos internos y locales, así como a disponer
de medios para financiar sus funciones autónomas; reconociendo su derecho a
mantener y desarrollar sus sistemas o instituciones políticos, económicos y
sociales, a disfrutar de forma segura de sus propios medios de subsistencia y
desarrollo, y a dedicarse libremente a todas sus actividades económicas
tradicionales y de otro tipo. Tales aportaciones basadas en el autodesarrollo se
complementan con la enunciación en el documento del derecho de los Pueblos
Indígenas a determinar y a elaborar prioridades y estrategias para el ejercicio de
su derecho al desarrollo, del cual se ha hablado anteriormente.
Se puede considerar a la Declaración sobre los derechos de los Pueblos
Indígenas como el documento cumbre en el reconocimiento de sus Derechos
40ONU. Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, 107a.
sesión plenaria, 13 de septiembre de 2007.
45
Humanos, pues a pesar de que no tiene carácter vinculante, constituye una guía
para la interpretación de otros instrumentos utilizados en la defensa de sus
derechos diferenciados. En su contenido se pueden vislumbrar las bases del
autodesarrollo, puesto que la interpretación de los Derechos Humanos generales
en el contexto de las necesidades propias de los Pueblos Indígenas, es la manera
más clara de fundamentar sus ideales de desarrollo amparados por el derecho a la
libre determinación. Con base en ello, los Pueblos Indígenas Latinoamericanos
han avanzado hacia la construcción de modelos propios de desarrollo, entre los
cuales el Buen Vivir destaca por su carácter novedoso, y que no solamente
supone una propuesta alternativa para ellos mismos, sino que es
fundamentalmente un aporte desde su cosmovisión para la generación de formas
de pensamiento para la mejora de la vida de la sociedad internacional en su
conjunto, capaces de superar los perjuicios y limitaciones que los paradigmas de
desarrollo hasta ahora configurados han supuesto para el bienestar común y la
protección y sostenibilidad del medio ambiente.
46
Sumak Ñandereco en Guaraní, Laman Laka en idioma Miskitu, Buen Vivir o Vivir
Bien en su traducción al español. De estos, es la expresión de Buen Vivir la que
ha tenido más trascendencia, sobre todo a partir de que las ideas a que refiere
fueron reflejadas en las constituciones de Ecuador y Bolivia, y que aunque no es
una traducción fidedigna de las expresiones que le dieron origen, es un término
que le ha conferido fuerza política a las ideas de los Pueblos Indígenas
Latinoamericanos en el discurso que presentan sobre las alternativas al desarrollo.
Algunos de los elementos más relevantes de esta propuesta se expresan en las
palabras de Cunningham (2010, pp. 53) al decir que:
47
naturaleza, el acceso a la tierra y territorio, en el marco del derecho a la libre
determinación de los pueblos, pues ¿dónde se vive, sino es en el territorio?
Estos son los elementos más importantes que las diversas definiciones del
Buen Vivir recogen, que son en definitiva la expresión de Derechos Humanos que
ya han sido reconocidos, pero que en la práctica aún representan desafíos, más
allá de la filosofía de vida que implican, destacando el derecho a la libre
determinación como paraguas de otros derechos como son el derecho a la justicia
y al gobierno propios, a sus sistemas e instituciones económicas y sociales,
resaltando el papel central que juega la complementariedad con el medio
ambiente en sus formas de vida, con lo cual los derechos sobre tierras, territorios y
recursos naturales se vuelve crucial, convirtiendo este principio en uno de los ejes
de lucha del Movimiento Indígena.
David Choquehuanca (2010) expresa que el Buen Vivir es vivir en
comunidad, en hermandad, y especialmente en complementariedad, basado en la
vivencia de los Pueblos Indígenas, por lo que no es un vivir mejor a costa del otro
en el que se hace necesario explotar, produciendo una profunda competencia y
concentrando la riqueza en pocas manos; por lo tanto, en el Vivir Bien lo más
importante es la comunidad, no el individuo, y su eje central es la armonía con la
naturaleza, por lo que una aportación al mundo es la Cultura de la Vida, que difiere
de las prácticas de desarrollo occidental que amenazan la subsistencia del medio
ambiente al sobreexplotar los recursos naturales para poder sostener las prácticas
de consumo desequilibrado que promueven sus modelos de vida basados en un
crecimiento económico sin límites. A diferencia de la filosofía occidental en la que
la naturaleza es sinónimo de lo incivilizado, contrapuesta a lo humano, a la razón,
y que por ende es necesario controlarla y someterla para hacerla objeto de
dominio y máxima fuente de riqueza, en el Buen Vivir la naturaleza es considerada
un sujeto, no un simple recurso, por ello se le llama Madre Tierra o Pachamama,
que es dadora y organizadora de la vida, por lo que la sociedad y la naturaleza
son una totalidad (Simbaña, 2011).
Otros elementos relevantes en el Buen Vivir son la solidaridad social, dado
que la plenitud sólo puede ser alcanzada en comunidad; la producción como
48
resultado del trabajo mancomunado, y en un marco de respeto y armonía con la
naturaleza; la reproducción de la fuerza de trabajo y el cuidado de la familia como
responsabilidad familiar, colectiva y pública; la gestión productiva como
responsabilidad familiar y colectiva, lo que implica gestión política y
responsabilidad pública; y la sacralidad de la naturaleza, donde los pactos con ella
se renuevan a través de la ritualidad. Existiendo una amplia diversidad de formas
en que todo ello se lleva a la práctica, el Buen Vivir busca ser un punto de
encuentro sobre acuerdos mínimos, sin ser una propuesta homogeneizadora o
etnocéntrica, sino un eje para impulsar una pluralidad de alternativas de vida
conforme a los distintos parámetros culturales de los pueblos, más allá de los
parámetros del PIB, del desarrollo sostenible o del combate a la pobreza (Prada,
2011). Para Luis Macas (2010), tales concepciones hablan de una ruptura
epistemológica al poner en evidencia que existe una pluralidad de sistemas
económicos, políticos, de organización de los pueblos, que contrasta con el
pensamiento único, universal y homogéneo; eso es el Buen Vivir, una propuesta
para la diversidad, que no es una propuesta indígena para indígenas, sino para
toda la sociedad, alejada del concepto de crecimiento económico que se ha
asumido como la base del desarrollo social, que es el símbolo de progreso sin
alternativas.
Libio Palechor (2014) subraya que la propuesta del Buen Vivir defiende el
derecho a una vida digna, pero bajo parámetros diferentes a los contenidos en el
concepto de desarrollo convencional, respetuosos de los planes de vida de los
Pueblos Indígenas que son la base de sus políticas de desarrollo, y basados en la
interculturalidad, es decir, en el aprendizaje mutuo entre el mundo indígena y el
mundo no indígena. Asimismo, establece que son seis los principios
fundamentales contenidos en la propuesta: 1) territorio, que es la base de la
supervivencia de los pueblos y el espacio en el cual se desarrolla la cultura,
considerando una estructura orgánica que permite establecerlo con legitimidad, la
cual se basa en cuatro pilares, a saber, la tierra, la comunidad, el gobierno
indígena y las normas indígenas propias; 2) cultura propia, que diferencia a los
pueblos entre sí y da forma a sus experiencias vitales; 3) identidad, sin la cual no
49
puede existir un pueblo como tal, y refiere el sentir, pensar y actuar de las
personas como miembros del mismo; 4) autonomía al interior de los territorios, no
solamente política, sino también económica, social y cultural; 5) interculturalidad,
debiendo existir un diálogo en igualdad de condiciones que sea consciente,
tolerante y respetuoso; 6) integralidad de la vida, desde una visión holística de la
misma que debe regir el desarrollo.
El Buen Vivir se da en un contexto de generación de prácticas sociales
alternativas, como explica Aníbal Quijano (2012), las cuales van en contra de la
dominación y explotación en la existencia social, de la que los Pueblos Indígenas
han sido objeto a través de la racialización de su identidad, pero que comparten
con otros grupos sociales oprimidos, por lo que toma la decolonialidad del poder
como punto de partida, siendo un concepto que debe ser admitido como una
cuestión abierta, tanto en el debate como en la práctica social cotidiana, que
requiere ser continuamente indagada, debatida y practicada.
Traducir los conceptos e indicadores del Buen Vivir, hasta ahora amplios o
vagos, en mediciones más concretas y contextualizadas, es una tarea difícil pero
necesaria, a pesar de que algunos defensores del concepto establecen que no es
posible medirlo y que por lo tanto, la construcción de indicadores sobre el mismo
no es realista; no obstante, al ser una nueva perspectiva sobre el ampliamente
debatido tema del desarrollo como discurso y práctica sobre escenarios de
convivencia futuros, y que ha sido un instrumento a través del cual los Pueblos
Indígenas de América Latina han logrado posicionar su vivencia, actitud e ideal de
vida como un modelo a seguir para la sociedad en conjunto, se debe reconocer
que son esas mismas experiencias de vida que constituyen una aproximación al
tema del desarrollo desde la práctica, y cuyas interpretaciones y mediciones
deberán estar vinculadas al enfoque de derechos y a los instrumentos
internacionales de derechos colectivos básicos, especialmente el Convenio 169 de
Pueblos Indígenas y Tribales de la OIT, y a la Declaración de las Naciones Unidas
sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (CEPAL, 2014). Uno de los avances
en este sentido es el Sistema de Indicadores para el Monitoreo de la Protección de
Derechos y el Buen Vivir-Vivir Bien de los Pueblos Indígenas (SIDDIPI) del Fondo
50
Indígena, el cual será estudiado posteriormente en el capítulo correspondiente al
análisis de este organismo internacional.
El Buen Vivir, por lo tanto, es una propuesta que aún está en construcción y
reconstrucción, con posiciones heterogéneas y plurales, ya que busca desarticular
la meta universal del progreso expresado en el productivismo, así como el
desarrollo de carácter unidireccional, especialmente su denominador común, la
visión mecanicista del crecimiento económico con sus diversos sinónimos; su
aportación más profunda y significativa, es que es una propuesta que surge de
grupos tradicionalmente marginados, invitando a romper de raíz con una serie de
conceptos asumidos como indiscutibles, abriendo un campo hacia la construcción
de alternativas al desarrollo. Por lo tanto, el Buen Vivir plantea una cosmovisión
diferente a la occidental al surgir de raíces comunitarias no capitalistas, rompiendo
con las visiones antropocéntricas del capitalismo como civilización dominante, así
como de los diversos socialismos que hasta ahora han tenido lugar, siendo que
ambas posturas han sido defensoras de las ideas del progreso y del desarrollo, sin
por ello implicar un retroceso en el tiempo hacia un inexistente mundo idílico
(Acosta, 2012).
La fuerza política del Buen Vivir viene dada por su carácter contra-
hegemónico, frente al concepto de desarrollo que desde la segunda posguerra ha
marcado el proceso de construcción hegemónica del mundo, desde sus visiones
modernizadoras en los años cincuenta, hasta sus visiones neoliberales de las
últimas décadas del siglo XX (Larrea, 2011), que incluso con los avances
significativos que pueden reconocerse en paradigmas como el desarrollo humano
o el desarrollo sostenible, no terminan de romper con el carácter lineal que se le
atribuye al desarrollo, ni permiten reconocer la interdependencia que existe entre
la sociedad y la naturaleza sin caer en mediciones cuantitativas de la misma, a
diferencia del Buen Vivir que resalta el carácter cualitativo de las relaciones que
rigen la vida. En este sentido, se recupera el carácter complementario de ambos
principios, el cuantitativo y el cualitativo, en la construcción de la ciencia a través
de la recuperación de conceptos como unidad dual, bifurcación,
complementariedad de opuestos, complejidad, efecto observador, sincronicidad,
51
etcétera; que aplicados a la comprensión y al cambio planeado de las sociedades,
permiten superar el reduccionismo moderno que ha empujado a la inviabilidad de
las sociedades actuales (Medina, 2008).
Como ha sido mencionado con anterioridad, son dos los países
latinoamericanos que han hecho del Buen Vivir el fundamento de sus
constituciones nacionales, Ecuador y Bolivia, respondiendo a las largas luchas de
los Pueblos Indígenas organizados que pusieron sus demandas en la mesa del
debate político, y que tras los cambios en las orientaciones políticas nacionales
lograron un espacio privilegiado en las constituciones. Los mismos que vieron
multitudinarios levantamientos indígenas originarios, entre 1990 y 2000 en
Ecuador, y entre 1994 y 2005 en Bolivia, posteriormente incluyen en sus
constituciones la noción de un estado plurinacional basado en palabras originarias
de gran importancia histórica y filosófica para el mundo contemporáneo, el Sumak
Kawsay quechua y el Suma Qamaña aimara, respectivamente, lo que denota un
cambio en la región latinoamericana al revivir aspectos de la cosmovisión de los
Pueblos Indígenas que desde la colonia, y más recientemente con las políticas
indigenistas, se había intentado borrar; palabras que hacen referencia a modos
particulares de vivir, de pensar, de actuar, de morir, de sentir y de ver lo propio de
una civilización (Mamani, 2011).
La Constitución de Ecuador del 2008 es la primera en presentar
innovaciones de principios, conceptos, categorías y paradigmas ordenadores que
permiten empezar a estructurar un modelo alternativo de desarrollo histórico, ya
que no solamente se amplían los derechos de las personas, socializando el
acceso a la democracia, sino que se introducen ámbitos inéditos y nuevos sujetos,
como los derechos de la naturaleza, que nunca antes habían sido contemplados
en un texto constitucional a nivel mundial; igualmente, se reconoce el derecho al
agua como un derecho fundamental e irrenunciable, se establece como eje
transversal el concepto de interculturalidad, se amplían los derechos comunitarios,
siendo el Sumak Kawsay el paradigma ordenador de la nueva constitución
(Quintero, 2009), dedicando un título completo al “Régimen del Buen Vivir”, entre
52
otras innovaciones. En el Artículo 141 se establece que “el Ecuador es un Estado
constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano,
independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico. Se organiza en forma de
república y se gobierna de manera descentralizada.”, de donde se destacan dos
aspectos, la plurinacionalidad y la interculturalidad que fundamentan al Estado,
mientras que en el Artículo 27542 se instituye que:
Por lo tanto, en este caso el Buen Vivir se pone como el fin último de las
políticas del desarrollo, siendo una idea en cierto modo disonante con otros
planteamientos no jurídicos que, como se ha descrito anteriormente, establecen su
oposición a la idea del desarrollo como tal, pretendiendo ser al menos en el
discurso, una propuesta que supere tales preceptos. Sin embargo, en este caso se
impone un límite a dicho desarrollo, que es el que las condiciones de la naturaleza
establezcan y permitan, donde el Buen Vivir presupone que se amplíe el ejercicio
de los derechos, libertades, capacidades, potencialidades y oportunidades reales
de los individuos y las comunidades para que puedan lograr aquello que valoran
como objetivo de vida deseable, en una suerte de visión holística que se aleja de
la concepción del desarrollo como un proceso lineal (Wray, 2009).
53
Por su parte, la Constitución de Bolivia de 2009 también establece fines y
funciones que orientan sus políticas públicas hacia el Buen Vivir, asumiendo
principios ético-morales, contenidos en el Artículo 8 en donde se menciona el
Suma Qamaña o Vivir Bien, además de destacar los valores de la unidad, la
igualdad, la dignidad, la libertad, la reciprocidad, el respeto, la complementariedad,
la armonía, la transparencia, el equilibrio, la igualdad de oportunidades, la
responsabilidad, la distribución y la redistribución de los productos y bienes
sociales (Huanacuni, 2010). En su Artículo 143 se reconoce que “Bolivia se
constituye en un Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario,
libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con
autonomías. Bolivia se funda en la pluralidad y el pluralismo político, económico,
jurídico, cultural y lingüístico, dentro del proceso integrador del país”, destacando
que, a diferencia del Artículo 1 de la Constitución de Ecuador, en esta se reconoce
no solamente el carácter plurinacional del Estado, sino que éste va acompañado
del aspecto comunitario, además de reconocer, al igual que la de Ecuador, su
carácter intercultural. Asimismo, resalta el hecho de que, es ya en este primer
artículo que las autonomías se establecen junto con un amplio reconocimiento del
pluralismo en distintas áreas. Del mismo modo, en su Artículo 2 44 hace un
reconocimiento al dominio ancestral de los pueblos y naciones indígenas originario
campesinos sobre sus territorios, con base en su existencia precolonial,
garantizándoles conforme a la Constitución y la ley su libre determinación en el
marco de la unidad del Estado, que consiste en su derecho a la autonomía, al
autogobierno, a su cultura, al reconocimiento de sus instituciones y a la
consolidación de sus entidades territoriales.
Pese a los sendos avances que representan ambas constituciones, los
Pueblos Indígenas de ambos Estados no están exentos de la violaciones de sus
derechos reconocidos, como puede constatarse con las acciones de ambos
gobiernos en relación con las industrias extractivas, que fuera de limitarlas o
impedirlas, las han impulsado desde una óptica desarrollista controlada por el
54
Estado, pese a que en el discurso se enarbola su oposición hacia ciertas
empresas multinacionales relacionadas sobre todo con el sector energético. Esto
no obsta que la positivación de los principios del Buen Vivir, ligados a otros
derechos colectivos de los Pueblos Indígenas en la normativa interna de estos
países constituya un hito que puede servir de modelo para otros países de la
región, ya que todos ellos comparten el hecho de estar compuestos por
sociedades pluri-étnicas, aunque el reconocimiento de la diversidad cultural e
incluso de la propia existencia de Pueblos Indígenas no es un común denominador
en sus constituciones.
Las aproximaciones hasta aquí presentadas permiten establecer que el
Buen Vivir sólo podrá ser una verdadera alternativa al desarrollo en la medida que
logre anclar sus propuestas en fundamentos sólidos, no solamente en el campo
teórico, sino fundamentalmente en las prácticas a través de las cuales esta
propuesta se materializa. Sobre ello, existen numerosos ejemplos a nivel local, los
cuales requieren ser articulados a niveles más generales que contribuyan a la
formación de bases sobre las cuales hacer frente a los embates de los grandes
proyectos de desarrollo que se emprenden en todas las escalas, derivados de
paradigmas a escala global. No basta con las reflexione contrapuestas al
capitalismo, si de facto se continúan reproduciendo los mismos esquemas. Sin
embargo, pre precisa aclarar que, como en todo proceso histórico, representa una
tarea ardua el desestructurar un sistema de pensamiento que ha prevalecido por
largo tiempo y que se ha oficializado a través de instituciones y prácticas
profundamente arraigadas.
Por otro lado, el aspecto comunitario de las relaciones sociales de algunos
grupos, sobre todo indígenas, no debe ser considerado como de nueva
reaparición, como podría ocurrir al interpretar su reconocimiento en diversos
instrumentos jurídicos como el resultado de la invocación milenarista de su pasado
ancestral, sino que es necesario tener en cuenta que son parte de un derecho vivo
que ha coexistido con otras formas de organización social, compartiendo espacios
que son producto de la historia de colonización, ya no de los tiempos de la
conquista, sino como prácticas continuadas, como es el caso de la ocupación de
55
territorios indígenas ricos en recursos naturales de interés para otros grupos. Por
lo tanto, la positivación de los derechos colectivos de los Pueblos Indígenas
simplemente visibiliza prácticas existentes en las comunidades, amparándolos en
el derecho de la libre determinación, que es la expresión más abarcadora de la
protección de las libertades culturales.
Aunque el Buen Vivir no sustituye otras visiones de desarrollo con más
raigambre en el plano internacional, su presencia es cada vez más fuerte en los
foros internacionales, especialmente en aquéllos que buscan vías alternativas que
permitan superar las carencias de los paradigmas hasta ahora predominantes,
como es el caso de la Cumbre de Río+20, donde los Pueblos Indígenas lograron
poner este término sobre la mesa de debate. Existe por lo tanto un esfuerzo, sobre
todo por parte de la Sociedad Civil, de transformar las concepciones que por
mucho tiempo se han percibido como insuperables. El camino está abierto, y los
pilares sobre los que descansa el Buen Vivir establecidos, por lo que es momento
de pasar del discurso político al establecimiento de verdaderas alternativas, no
solamente al desarrollo, sino a las formas de vida desequilibradas, exigentes de
un crecimiento infinito en un mundo finito.
45La definición de Pueblos Indígenas en aislamiento elaborada por la Oficina del Alto Comisionado
para los Derechos Humanos (ACNUDH, 2012, pp. 8), es la siguiente: “Los pueblos en aislamiento
son pueblos o segmentos de pueblos indígenas que no mantienen contactos regulares con la
56
Paraguay, Perú y Venezuela, es decir, en las zonas de la Amazonía y el Gran
Chaco (ACNUDH, 2012), que es el mayor número en el mundo (CIDH, 2013),
mismos que son extremadamente vulnerables debido a la presión sobre los
recursos naturales en sus territorios o zonas cercanas, hasta los asentamientos
urbanos; los países con un mayor número de población indígena son México, con
cerca de 17 millones, y Perú, con 7 millones, aunque son Bolivia y Guatemala los
que poseen el mayor porcentaje con respecto a la población nacional, como 62% y
41% respectivamente, mientras que los países con menos número de población
indígena son El Salvador, con 14 408, y Uruguay, con 76 452, mientras que los
países con menores porcentajes son, el Salvador nuevamente con 0.2% y Brasil
con 0.5% (CEPAL, 2014).
No obstante, este último es el que detenta el mayor número de Pueblos
Indígenas, con un registro de 305 (de los cuales 70 están en condiciones de
extrema fragilidad, por lo cual su supervivencia física y cultural se encuentra
amenazada), seguido por Colombia con 102 (35 de los cuales están amenazados
sobre todo por el conflicto armado y las flagrantes violaciones de sus derechos
fundamentales, individuales y colectivos), Perú con 85 (siendo los pueblos
Kisamberi, Resígaro y Sapitiere los más amenazados, con menos de 50 personas,
población mayoritaria y que además suelen rehuir todo tipo de contacto con personas ajenas a su
grupo. También pueden ser grupos pertenecientes a diversos pueblos ya contactados que tras una
relación intermitente con las sociedades envolventes deciden volver a una situación de aislamiento
como estrategia de supervivencia y rompen voluntariamente todas las relaciones que pudieran
tener con dichas sociedades. En su mayoría, los pueblos aislados viven en bosques tropicales y/o
zonas de difícil acceso no transitadas, lugares que muy a menudo cuentan con grandes recursos
naturales”. Asimismo, el organismo establece que no existe un consenso sobre el término que se
debe utilizar para dichos pueblos, aunque en el ámbito internacional el término más utilizado es
“pueblos en aislamiento”, estableciendo que son los Estados los que tienen el deber de realizar los
estudios pertinentes para su reconocimiento y protección, así como para la estimación de su
población y la delimitación de las tierras en las que habitan, resaltando que el no contacto no debe
ser considerado en ningún caso una prueba de su inexistencia, por lo que deben gozar de todos
los Derechos Humanos contenidos en los estándares internacionales, los cuales deben ser
interpretados a la luz de sus condiciones de no contacto o de reciente contacto, siendo el principio
de no contacto un derecho reconocido y que forma parte del derecho a la autodeterminación. La
OEA (2013) reporta que los países de la región en los que se reconocer Pueblos Indígenas en
aislamiento voluntario han reconocido 9 millones de hectáreas de tierra a su favor, aunque en
diferentes términos y grados de protección, a pesar de lo cual permanecen en condiciones
altamente vulnerables que amenazan su supervivencia, especialmente por la invasión de sus
territorios para la obtención de recursos naturales, el desarrollo de proyectos turísticos o las
actividades relacionadas con el narcotráfico, entre otras, lo que genera agresiones físicas,
epidemias, escasez de alimentos, desplazamientos, y otros perjuicios que amenazan los derechos
legítimos de los Pueblos Indígenas en aislamiento.
57
así como 11 pueblos amazónicos con una población que oscila entre 50 y 200
personas) y México con 78, teniendo en el extremo opuesto a Uruguay con 2, El
Salvador con 3 ,y Costa Rica y Panamá con 9 cada uno; muchos de los cuales
podrían desaparecer en las próximas décadas no únicamente por la fragilidad
demográfica que enfrentan, sino también por otros factores como la vulnerabilidad
socioambiental y territorial, los desplazamientos forzados, la escasez de
alimentos, la contaminación de las aguas, la degradación de los suelos, la
desnutrición y la elevada mortalidad (CEPAL, 2014).
Los Pueblos Indígenas referidos forman parte de los 5 000 grupos
indígenas dispersos en más de 70 países de los cinco continentes, que juntos
alcanzan alrededor de 370 millones de personas (ONU, 2014), y mantienen vivos
la mayor parte de los 7 000 idiomas que se considera existen en el mundo (Kipuri,
2009), de los cuales no todos tienen un sistema de escritura, sino que son
transmitidos a las nuevas generaciones de manera oral, al igual que los
conocimientos tradicionales y cosmovisiones en ellos contenidos; asimismo,
poseen el 20% del territorio del planeta, en su mayor parte coincidente con áreas
de alta diversidad biológica, aunque enfrentan grandes disputas con los Estados
en los cuales se asientan sus comunidades por la posesión de sus tierras
ancestrales (Collings, 2009).
Estas cifras, sin embargo, son solamente aproximaciones a la realidad,
puesto que si bien se han hecho esfuerzos en los países latinoamericanos para
incluir en sus estadísticas el aspecto de etnicidad, los criterios para el
levantamiento de los datos son muy disímiles, cuando no inexistentes, lo que
afecta el diseño de políticas públicas orientadas al desarrollo de los Pueblos
Indígenas (UNAM, 2014). Así, existe una gran variación en los resultados
obtenidos en censos de población, encuestas de hogares y registros de salud, a
pesar de que el criterio de auto-identificación es el recomendado a nivel
internacional.
Los primeros esfuerzos en la región latinoamericana y caribeña en torno a
la desagregación de datos por pertenencia étnica sobre la base de la auto-
identificación se dieron en los censos poblacionales realizados por varios países
58
en el año 2000, permitiendo tener mejores resultados en el proceso de medición
de la pobreza y la exclusión (Del Popolo, 2008), alcanzando sendos avances en la
mayoría de los países de la región en materia de visibilizacion, reflejada en el
aumento significativo de la población indígena hacia 2010 con respecto a las
estimaciones de años anteriores, puesto que 16 de los 19 países que levantaron
sus censos durante la década del 2000 incluyeron criterios para la identificación de
la población indígena, siendo la incorporación del criterio de auto-identificación el
avance más significativo y que es coherente con el reconocimiento de los pueblos
indígenas en tanto sujetos de derechos, el cual ha sido adoptado por todos los
países de la región o prevén hacerlo como en el caso de Colombia, El Salvador,
Nicaragua y Perú, que realizarán sus censos entre 2015 y 2017, a excepción de
Cuba, Haití y República Dominicana que no consideran dicho criterio (CEPAL,
2014).
La Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos
Indígenas, aprobada en 2007, establece en su artículo 33 (numeral 1) lo siguiente:
“Los pueblos indígenas tienen derecho a determinar su propia identidad o
pertenencia conforme a sus costumbres y tradiciones. Ello no menoscaba el
derecho de las personas indígenas a obtener la ciudadanía de los Estados en que
viven”. No obstante, las metodologías empleadas para el levantamiento de datos
con diferenciación étnica no han estado exentos de controversias con respecto a
la formulación de las preguntas orientadas a la identificación de los Pueblos
Indígenas, como sucedió con el censo del año 2012 de Bolivia en el que la
población auto-identificada como perteneciente a algún grupo étnico del país pasó
de más del 60% en el censo de 2001, al 41% en el año 2012. Dicho criterio no
aplica a los Pueblos Indígenas en aislamiento voluntario, por razones obvias, por
lo que su identificación y los cálculos sobre el número de su población deben
responder a otros criterios.
En este sentido, es preciso resaltar que no existe una definición
consensuada a nivel internacional para Pueblos Indígenas, a pesar de que
comúnmente se entiende que son aquéllos descendientes despojados de los
pueblos que habitaban un territorio antes de la formación de un Estado, definiendo
59
el término indígena46 como una característica que relaciona la identidad de un
determinado pueblo a un área específica y que lo diferencia culturalmente de otros
pueblos o gentes; sin embargo, existen criterios comúnmente aceptados para su
identificación, destacando los contenidos en las definiciones operativas propuestas
por el Convenio 169 de la OIT, el informe del Sr. Martínez Cobo a la Sub-Comisión
de las Naciones Unidas para la Prevención de Discriminación de Minorías, así
como también la definición sugerida por la Presidenta del Grupo de Trabajo de las
Naciones Unidas para las Poblaciones Indígenas,47 Erica Irene Daes (IWGIA,
2014b).
La definición del Convenio 169 de la OIT es tal vez la que tiene mayor
fortaleza a nivel internacional, por tratarse de un instrumento jurídico vinculante del
Derecho Internacional Público, y el único en su tipo hasta ahora adoptado, no
existiendo otro tratado referente a la protección de los derechos de los Pueblos
Indígenas por el momento, además de ser la primera en reconocer e carácter de
pueblos de estos grupos, y no sólo como indígenas como en anteriores
definiciones; no obstante el propio tratado de introdujo una cancela jurídica
(artículo 1, numeral 3), derivada de los temores de los Estados ante las
implicaciones que pudiera tener la interpretación del término Pueblos Indígenas
con respecto al derecho a la libre determinación recogido en el artículo 1 del Pacto
sobre Derechos Humanos de 1966 y a otros derechos individuales y colectivos
internacionalmente reconocidos (Oliva, 2012). Los criterios contenidos en el
artículo 1 del Convenio 169 son los siguientes:
46 Sobre el término indígena, se hace hincapié en que la acepción utilizada en el contexto del
Derecho Internacional e instituciones internacionales, así como en los sistemas jurídicos de
muchos países, se utiliza para referirse a un sector de la humanidad que tiene como experiencia
común la subyugación o el colonialismo, a diferencia de la acepción general, según la cual
indígena es la persona originaria de un país, y que por lo tanto es aplicable a casi todos los
sectores de la humanidad (Anaya, 2005).
47 El Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas para las Poblaciones Indígenas fue creado en 1982
60
a) a los pueblos tribales en países independientes, cuyas condiciones sociales,
culturales y económicas les distingan de otros sectores de la colectividad nacional,
y que estén regidos total o parcialmente por sus propias costumbres o tradiciones
o por una legislación especial;
b) a los pueblos en países independientes, considerados indígenas por el hecho
de descender de poblaciones que habitaban en el país o en una región geográfica
a la que pertenece el país en la época de la conquista o la colonización o del
establecimiento de las actuales fronteras estatales y que, cualquiera que sea su
situación jurídica, conservan todas sus propias instituciones sociales, económicas,
culturales y políticas, o parte de ellas.
2. La conciencia de su identidad indígena o tribal deberá considerarse un criterio
fundamental para determinar los grupos a los que se aplican las disposiciones del
presente Convenio.
3. La utilización del término en este Convenio no deberá interpretarse en el sentido
de que tenga implicación alguna en lo que atañe a los derechos que pueda
conferirse a dicho término en el derecho internacional.
Sin embargo, la OIT no define quiénes son los Pueblos Indígenas, sino que
aporta criterios para describir a los pueblos que intenta proteger, siendo la auto-
identificación el criterio fundamental, además de los siguientes: estilos
tradicionales de vida, cultura y modo de vida diferentes a los de los otros
segmentos de la población nacional (como la forma de subsistencia, el idioma, las
costumbres, entre otros), organización social e instituciones políticas propias, y el
vivir en continuidad histórica en un área determinada, o antes de la invasión u
ocupación del área por otros grupos (OIT, 2014). Esta sería la definición operativa
que sería utilizada en el Convenio Constitutivo del Fondo Indígena, adoptado en
1992, organismo que será analizado de manera extensa en este trabajo.
Esta definición se deriva de la revisión realizada al Convenio 107 de la OIT,
que fue adoptado en 1957, habiendo sido el primer instrumento jurídico vinculante
a nivel internacional específico para las poblaciones indígenas y tribales en países
independientes. Los criterios integrados en el artículo 1 de este Convenio son:
61
a) A los miembros de las poblaciones tribales o semi-tribales en los países
independientes, cuyas condiciones sociales y económicas correspondan a una
etapa menos avanzada que la alcanzada por los otros sectores de la colectividad
nacional y que estén regidas total o parcialmente por sus propias costumbres o
tradiciones o por una legislación especial;
b) A los miembros de las poblaciones tribales o semi-tribales en los países
independientes, consideradas indígenas por el hecho de descender de
poblaciones que habitaban en el país, o en una región geográfica a la que
pertenece el país, en la época de la conquista o la colonización y que, cualquiera
que sea su situación jurídica, viven más de acuerdo con las instituciones sociales,
económicas y culturales de dicha época que con las instituciones de la nación a
que pertenecen.
2. A los efectos del presente Convenio, el término "semi-tribal" comprende los
grupos y personas que, aunque próximos a perder sus características tribales, no
están aún integrados en la colectividad nacional.
Los criterios de identificación más recientes son los expuestos por Erica
Irene Daes, en el documento del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas
denominado Actividades normativas: evolución de las normas relativas a los
derechos de los pueblos indígenas, del año 1996, los cuales responden a la
evolución del concepto de indígena desde finales del siglo XIX hasta la creación
63
del Grupo de Trabajo en 1982, que en el marco de los idiomas europeos,
especialmente del inglés, el español y el alemán, comparten un elemento
conceptual común, que es la prioridad en el tiempo.48
Este esfuerzo contribuiría a los debates sobre la definición de Pueblos
Indígenas en el largo proceso hacia la adopción de la Declaración de las Naciones
Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, en la que finalmente no se
incluyó ninguna definición, lo que resultó coherente con las recomendaciones del
documento de Daes en el que se consideró innecesaria la adopción de una
definición negociada y explícita del concepto, debiéndose respetar el derecho a la
auto-identificación; además de que en opinión de Daes, no existe razón suficiente
para distinguir entre Pueblos Indígenas y Pueblos Tribales, ni tampoco entre
Pueblos Indígenas y pueblos. Por otro lado, el documento hace énfasis en la
necesidad de distinguir a los Pueblos Indígenas de los territorios no autónomos,
que poseen tres características con las que el concepto evolutivo de indígena
coincide parcialmente: la distinción cultural, la separación geográfica y la
subordinación de hecho; no obstante, a pesar de que el Informe Martínez Cobo
sugirió la inclusión del criterio de subordinación en la definición de Pueblos
Indígenas, este no fue tomado en cuenta en el Convenio 169, aunque la opresión
y la marginación son experiencias compartidas por la mayoría de los Pueblos
Indígenas.
Por lo tanto, el documento se limitó a resaltar los factores que las
organizaciones internacionales y los juristas contemporáneos, tanto indígenas
como miembros de círculos académicos, han considerado pertinentes para la
comprensión del concepto de indígena, sin considerarlos una definición
exhaustiva, sino un instrumento para la adopción de decisiones pertinentes en la
práctica, entendiendo que no es posible desarrollar una definición que abarque
toda la diversidad de Pueblos Indígenas existentes en el mundo (Daes, 1996, párr.
69):
48De acuerdo con el documento (Daes, 1996), el inglés y el español comparten una raíz común
con el término latino indigenae, utilizado para distinguir entre las personas nacidas en un lugar
determinado y las procedentes de otros lugares (advenae). La expresión francesa autochtone por
su parte, tiene una raíz griega, y al igual que la expresión alemana Ursprung, sugiere que el grupo
a que se refiere fue el primero que existió en un lugar determinado.
64
a) la prioridad en el tiempo por la que respecta a la ocupación y el use de
determinado territorio;
b) la perpetuación voluntaria de la distinción cultural, que puede incluir los
aspectos del idioma, la organización social, la religión y los valores espirituales, los
modos de producción, las leyes e instituciones;
c) la conciencia de la propia identidad, así como su reconocimiento por otros
grupos, o por las autoridades estatales, como una colectividad distinta; y
d) una experiencia de sometimiento, marginación, desposeimiento, exclusión o
discriminación, independientemente de que estas condiciones persistan o no.
Con base en lo anterior, Daes (1997, pp.7) refiere que el término indígena
“comprende la idea de una cultura y un estilo de vida distintos e independientes,
basados en antiguos conocimientos y tradiciones, vinculados fundamentalmente a
un territorio específico. Los pueblos indígenas no pueden sobrevivir ni ejercer sus
Derechos Humanos fundamentales como naciones, sociedades y poblaciones
distintas si no pueden conservar, recuperar, desarrollar y transmitir los
conocimientos que han heredado de sus antepasados”.
La posición común desarrollada por los observadores de las organizaciones
indígenas a lo largo de los años en el seno de las reuniones del Grupo de Trabajo
sobre Poblaciones Indígenas, es la del rechazo a la idea de una definición formal a
nivel internacional del concepto de Pueblos Indígenas, la cual debiera ser
adoptada por los Estados, cuyos delegados a su vez han expresado la visión de
que no es ni deseable ni necesario elaborar una definición universal sobre Pueblos
Indígenas, por lo que el criterio de auto identificación prevalecería; asimismo, la
idea generalmente aceptada sobre el origen colonial del término indígena, aunque
es pertinente en los países del continente americano, en Rusia, el Ártico y
numerosas partes del Pacífico, no corresponde a la experiencia histórica de
muchos de los Pueblos Indígenas de gran parte de Asia y África, en donde los
poderes coloniales no desplazaron poblaciones enteras para sustituirlas por
colonos europeos, a pesar de que la experiencia colonial no se remite únicamente
a acciones efectuadas por colonos blancos, puesto que tanto en Asia como en
65
África los grupos dominantes han suprimido o marginalizado a otros grupos que
ahora forman parte de los Movimientos Indígenas de dichos continentes, y por lo
tanto, se establece que la identidad indígena no está determinada exclusivamente
por la colonización europea (ONU, 2009).
En América Latina, los Pueblos Indígenas constituyen uno de los grupos
sociales más desfavorecidos, condición que es característica de la mayoría de los
Pueblos Indígenas a nivel global, los cuales pesar de que numéricamente son un
5% de la población planetaria, constituyen el 15% del total de pobres, además de
representar un tercio de los 900 millones de personas en extrema pobreza de las
zonas rurales del mundo (Carino, 2009); esto, en el caso de la región
latinoamericana y caribeña, es el resultado de complejos procesos sociales e
históricos iniciados desde hace más de 500 años, que han tenido como
consecuencia el establecimiento de prácticas discriminatorias que prevalecen en
la actualidad, existiendo una amplia brecha de desigualdad entre la población
indígena y la población no indígena (CEPAL, 2014), como puede ser constatado a
través de los datos sociodemográficos de los países de la región, mismos que dan
cuenta de que, entre las problemáticas más apremiantes en la América Latina
contemporánea, destacan las de la pobreza y la desigualdad, realidades
estudiadas de manera vasta y que constituyen los dos rasgos más profundamente
enraizados y representativos de la región, constituyendo grandes obstáculos para
el desarrollo humano.
Las cifras sobre los niveles de desarrollo y bienestar entre indígenas y no
indígenas son esclarecedoras, siendo los primeros los que reportan el peor
desempeño en áreas como educación, salud, empleo, ingreso, vivienda,
alimentación, acceso al agua, servicios básicos, infraestructura, esperanza de vida
(Carino, 2009), lo cual resulta contradictorio al reconocer que América Latina está
ligada íntimamente a lo que han sido y son en la actualidad sus pueblos y culturas
autóctonos, siendo que la mayor parte de los patrones culturales de estos países
tienen su fuente en elementos heredados de los Pueblos Indígenas.
Por otro lado, al comparar los ingresos generados por las personas de
áreas urbanas con las de áreas rurales, las diferencias entre indígenas y no
66
indígenas se socavan por los siguientes motivos: en las áreas rurales, los
indígenas dependen altamente de la agricultura como actividad económica y
tienen una probabilidad más alta de trabajar como empleados no cualificados que
los no indígenas; en las zonas urbanas, los indígenas tienen menos oportunidades
de tener un trabajo asalariado que los no indígenas; asimismo, tienen una alta
probabilidad de trabajar en el sector informal; todo ello parte del hecho de que los
indígenas, al ser un sector de la población con carencias más extendidas que las
de los no indígenas, reducen su capacidad de enrolarse en actividades
generadoras de un patrimonio que les permita aprovechar las oportunidades
económicas del medio (Patrinos y Skoufias ,2007).
Con base en datos de la CEPAL (2013), se estima que hasta el año 2012
había en la región latinoamericana y caribeña un 28.2 % de la población total
sumergida en la pobreza, y aproximadamente un 11.3 % en la pobreza extrema,
afirmando que había alrededor de 66 millones de personas viviendo en la
indigencia, cifras que fueron consideradas válidas para el año 2013, debido a que
el crecimiento del producto por habitante sería similar al del año 2012, sin
variaciones importantes en el empleo ni la inflación.
A estas mediciones convencionales, la CEPAL también hubo incorporado,
para el año 2013, un análisis multidimensional de la pobreza basado en
indicadores no tradicionales (como el efecto de la contaminación del aire en la
salud, la extensión de las jornadas de trabajo remunerado y no remunerado, los
niveles de violencia doméstica y extra-doméstica, la falta de acceso a la protección
social y la exclusión institucional entre los jóvenes, es decir, que no estudian ni
trabajan) que permiten una aproximación a otros enfoques sobre la medición de la
pobreza y su aplicación en políticas públicas destinadas a su superación,
asentadas en estándares mínimos de bienestar más allá del ingreso (CEPAL,
2013), siendo uno de los mayores desafíos la inclusión de los derechos de los
Pueblos Indígenas entre las prioridades de las políticas (CEPAL, 2014). No
obstante, dicha medición multidimensional ha sido de carácter estrictamente
exploratorio, ya que por el momento no existen consensos metodológicos sobre la
medición multidimensional de la pobreza en el contexto regional ni internacional,
67
constatando que aquéllos países con mayor número de pobres son también
aquéllos donde la pobreza es más intensa, en la mayoría de los casos (CEPAL,
2013).
Es preciso esclarecer que el estancamiento del progreso humano de un
grupo de individuos es también un candado al proceso de cohesión social, puesto
que agrava las desigualdades entre aquéllos con un grado mayor de libertad hacia
la búsqueda de oportunidades, y los que se encuentran atados a la pobreza en
cualquiera de sus dimensiones, ya sea alimentaria, de capacidades y/o de
patrimonio. Así, esta vinculación puede ser observada en todas las dimensiones
sociales existentes, tanto entre regiones geográficas, como entre países,
sociedades de una misma nación y grupos de una misma comunidad.
Como indican Trigo (2004) y Saavedra y Arias (2007), América Latina es
actualmente la región más desigual del mundo, además de que entre los países
que la integran están algunos de los más pobres del mundo, argumentado que
existe una relación causal negativa entre estas dos problemáticas y el bajo nivel
de crecimiento económico de los mismos. Asimismo, Trigo (2004) señala que
dicha relación es también cierta de manera inversa, de modo tal que un mayor
crecimiento económico puede guiar hacia una reducción de la pobreza y la
desigualdad, sin embargo, existen en América Latina muy pocos casos en los que
un mayor crecimiento económico haya redundado en una disminución de la
desigualdad y la pobreza, por lo que los esfuerzos deben estar dirigidos hacia la
disminución de la pobreza y la desigualdad, metodología que ha mostrado mejores
resultados, y con ello dar un avance hacia el crecimiento económico.
Esta fuerte vinculación entre los bajos niveles de crecimiento y los elevados
niveles de pobreza y desigualdad constituyen para Saavedra y Arias (2007), la
razón por la cual las familias pobres, al no tener acceso a infraestructura, escuelas
de calidad, crédito y seguros, entre otros, tienen menores posibilidades de
dedicarse a actividades rentables que en el largo plazo pueden aumentar sus
ingresos, lo cual lleva a un círculo vicioso de pobreza persistente, agravándose la
inequidad de oportunidades e impidiendo que los pobres de América Latina se
vean beneficiados por el crecimiento, lo cual retarda la prosperidad económica de
68
la región. Sin embargo, las mediciones netamente económicas de los modelos de
desarrollo actuales han sido duramente cuestionadas, siendo los Pueblos
Indígenas uno de los grupos que en el presente siglo han enarbolado propuestas
alternativas a los paradigmas predominantes, siendo el Buen Vivir la visión que
mayor madurez ha alcanzado en los últimos años.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo o PNUD (2008),
define el desarrollo humano como “la expansión equitativa de la libertad de las
personas”, para lo cual explica que esto se refiere a la generación de opciones de
vida entre las cuales elegir, concentrándose en aquéllos que menos oportunidades
han tenido; no sobre una base de acumulación de recursos, sino de la eliminación
de barreras para ser o actuar persiguiendo objetivos propios, de modo tal que los
elementos materiales representados por la riqueza, el ingreso o el consumo de
mercancías funjan únicamente como un medio para lograr que las personas no
sean objetos dominados por el azar, la necesidad o la voluntad de otros, pudiendo
elegir entre formas de vida alternativas y con igualdad de oportunidades. Esta es
una aproximación hacia la inclusión de indicadores complementarios a los
exclusivamente basados en el nivel de ingresos, aunque su sustento principal
sigue siendo económico, lo cual impacta las agendas de desarrollo adoptadas a
nivel internacional, implementadas tanto por los gobiernos nacionales como por
los organismos de la Cooperación Internacional para el Desarrollo.
Sin embargo, el propio PNUD reconoce en su Informe sobre Desarrollo
Humano 2014 que los avances logrados en los últimos años a nivel general en las
dimensiones clave del desarrollo humano no pueden considerarse plenos sin un
estudio sobre la vulnerabilidad, entendido como la exposición al riesgo y la gestión
del mismo, para lo cual se introdujo el concepto de vulnerabilidad humana para
describir la posibilidad de deterioro de las capacidades y opciones de las
personas, situación que desde la perspectiva del organismo debe ser analizada
por la Comunidad Internacional en aras de generar nuevas formas de cooperación
mundial encaminadas a la reducción de la vulnerabilidad persistente y sistemática,
que tomen en cuenta visiones más allá de los promedios y los umbrales de
ingresos, especialmente de cara a la elaboración de un nuevo conjunto de
69
objetivos de desarrollo sostenible a través de la agenda de desarrollo Post-2015,
para lo cual es necesaria la reducción de la desigualdad en todas las esferas del
desarrollo humano, el cual “implica eliminar las barreras que impiden que las
personas tengan libertad a la hora de actuar” [y] “consiste en permitir que los
grupos desfavorecidos y excluidos ejerzan sus derechos, expresen sus
preocupaciones abiertamente, que se les escuche y que pasen a ser agentes
activos que puedan definir su propio destino” (PNUD, 2014, pp. 7).
Se considera que los grupos más vulnerables son aquéllos que viven en la
extrema pobreza y la escasez, estimando alrededor de 2 200 millones de
personas alrededor del mundo en situación de pobreza multidimensional, es decir,
más del 15% de la población mundial. Las restricciones en las capacidades
básicas, como salud o educación, además de las barreras sociales y otras formas
de exclusión, son los factores que contribuyen a la vulnerabilidad de las personas,
siendo las circunstancias sobre las que las personas tienen un control mínimo o
inexistente, como las relacionadas con el nacimiento, la edad, la identidad y la
posición socioeconómica las que condicionan su percepción y su forma de afrontar
los eventos adversos. Existen muchas dimensiones de la vulnerabilidad, entre las
cuales están las vulnerabilidades ligadas al ciclo de vida, que son el resultado de
lo que las personas han vivido, de tal modo que los logros o eventos adversos
pasados (como la pobreza infantil), condicionan la exposición presente y los
modos de subsistencia; por otro lado, las vulnerabilidades estructurales son
aquéllas relacionadas con las barreras que enfrentan las personas para el ejercicio
de sus derechos y opciones, entendiendo que las instituciones sociales y jurídicas,
las estructuras de poder, los espacios políticos o las tradiciones y las normas
socioculturales no sirven de igual modo a todos los miembros de la sociedad,
derivando en profundas desigualdades entre grupos y en pobreza generalizada;
los Pueblos Indígenas se encuentran entre los grupos más vulnerables,
enfrentando combinaciones distintas de limitaciones a lo largo de sus vidas
(PNUD,2014).
La CEPAL (2014) indica que, a pesar de que en los últimos años se ha
logrado un gran avance en la concepción del desarrollo en el marco de las
70
Naciones Unidas, que es el organismo que ha tenido una gran influencia y
protagonismo desde 1949 en su impulso, al pasar de su entendimiento como un
problema de naturaleza económica a su conceptualización como un derecho
humano y un proceso de ampliación de libertades y opciones, desde la
perspectiva de los Pueblos Indígenas, tanto el concepto como su práctica carecen
de elementos esenciales, como la relación con la naturaleza; por ello, se considera
que deficiencias como el aumento de las desigualdades, la homogeneización
cultural y la degradación medioambiental, de las cuales los Pueblos Indígenas han
sido víctimas, son parte de la esencia de los paradigmas de desarrollo impulsados
durante las últimas décadas, mismos que han resultado insuficientes para
enmarcar el debate sobre el bienestar y la realización de los derechos de los
Pueblos Indígenas, frente a lo cual el Buen Vivir surgió con gran fuerza en la
primera década del siglo XXI. Con la Declaración de las Naciones Unidas sobre
los Derechos de los Pueblos Indígenas se logró el reconocimiento, contenido en
su atículo 33 (numeral 1), de que “Los pueblos indígenas tienen derecho a
determinar y elaborar las prioridades y estrategias para el desarrollo…”, lo cual se
enmarca en el derecho reconocido a la libre determinación, en virtud del cual, de
acuerdo con el artículo 3 de la Declaración, “determinan libremente su condición
política y persiguen libremente su desarrollo económico, social y cultural”.
Las continuas violaciones de los derechos de los Pueblos Indígenas de
América Latina, que han derivado en condiciones económicas, políticas, sociales y
culturales degradadas que afectan sus vidas y merman su bienestar, han sido
denunciadas por los Pueblos Indígenas a lo largo de la historia,49 aunque es a
partir de los años ochenta del siglo XX que tomaron mayor fuerza y visibilidad en
49 En 1923, el Jefe Cayuga Deskaheh, nativo canadiense representante de las Seis Naciones de
los Iroqueses, realizó un viaje a Ginebra para exponer la situación de su Pueblo ante la Sociedad
de las Naciones, y aunque no obtuvo una audiencia por parte del organismo, a pesar de que
permaneció más de un año en Ginebra, sostuvo una importante campaña por la defensa de los
derechos de su pueblo en Europa, ante una audiencia mucho más receptiva de los medios de
comunicación y del público en general; un viaje similar fue realizado al siguiente año por el líder
religioso Maorí W.T. Ratana, para protestar por el inclumplimiento del Tratado de Waitangi firmado
en 1849 entre líderes Maoríes de Nueva Zelanda y representantes de la Corona Británica, en el
que se garantizaba a los Maoríes la posesión de sus tierras, luego de que se le negara el acceso a
Londres, junto con una numerosa delegación, para realizar su petición al Rey Jorge V (ONU,
2009).
71
el ámbito internacional, gracias a las luchas de un Movimiento Indígena más
fortalecido y mejor articulado. A ellos se han sumado las voces de la sociedad civil
y las organizaciones internacionales, que junto con los Estados constituyen ejes
clave de los procesos de desarrollo. Su reconocimiento como sujetos de derecho
es producto de una larga historia de reivindicaciones, que solamente ha empezado
a ser valorada a partir de la adopción de instrumentos jurídicos específicos, a
través de los cuales la defensa de sus derechos diferenciados se ha vuelto
plausible.
50Estados que han ratificado el Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales, que
entró en vigor el 05 de septiembre de 1991 (OIT, 2014): Noruega, 19 junio 1990; México, 05
septiembre 1990; Colombia, 07 agosto 1991; Estado Plurinacional de Bolivia, 11 diciembre 1991;
Costa Rica, 02 abril 1993; Paraguay, 10 agosto 1993; Perú, 02 febrero 1994; Honduras, 28 marzo
1995; Dinamarca, 22 febrero 1996; Guatemala, 05 junio 1996; Países Bajos, 02 febrero 1998; Fiji,
03 marzo 1998; Ecuador, 15 mayo 1998; Argentina, 03 julio 2000; República Bolivariana de
Venezuela, 22 mayo 2002; Dominica, 25 junio 2002; Brasil, 25 julio 2002; España, 15 febrero 2007;
Nepal, 14 septiembre 2007; Chile, 15 septiembre 2008; Nicaragua, 25 agosto 2010; República
Centroafricana, 30 agosto 2010.
72
instrumentos internacionales de Derechos Humanos; asimismo, suplen la
insuficiencia de los instrumentos dedicados a la protección contra la discriminación
que sufren las minorías étnicas, como la Declaración de 1992 sobre los derechos
de las personas pertenecientes a minorías nacionales o étnicas, religiosas y
lingüísticas, en su aplicación a los Pueblos Indígenas, ya que éstos no siempre
constituyen minorías en sentido estricto, pues en muchos países representan el
mayor porcentaje de la población, además de que poseen una identidad cultural
propia que no es visibilizada en dichos instrumentos orientados a la protección de
las minorías (Galvis y Ramírez, 2011).
A partir de los referidos instrumentos específicos se ha generado
jurisprudencia en los diferentes mecanismos para la protección de los Derechos
Humanos, a través de la interpretación extensiva de sus propios instrumentos,
como es el caso del Sistema Interamericano, que no cuenta con un instrumento
específico para los Pueblos Indígenas, pero cuyas sentencias se basan en la
interpretación de los instrumentos propios del sistema, como la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, a la luz del Convenio 169 de la OIT, de la
Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas,
así como otros que contienen normativas referentes a los derechos de los Pueblos
Indígenas.
El Derecho Internacional, que se compone de un conjunto de normas
imperativas y de procedimientos, los cuales están fuertemente ligados a los
organismos internacionales, ha llegado a constituirse, pese a sus limitaciones e
imperfecciones, en una fuente de apoyo a las reivindicaciones de los Pueblos
Indígenas, no obstante que desde los inicios de las invasiones europeas las
discusiones relativas a los Pueblos Indígenas formaron parte de tratados y de
manuales académicos (como los trabajos críticos de los primeros años de la
conquista realizados por los frailes dominicos Bartolomé de las Casas y Francisco
de Vitoria),51 contribuyendo al desarrollo del Derecho Internacional; sin embargo,
tal inclusión de los Pueblos Indígenas en instrumentos de Derecho fue por muchos
73
siglos un medio para facilitar los proyectos coloniales, y no para defender sus
derechos diferenciados como en la actualidad (Anaya, 2005).
Es en este sentido que, a partir del período de “los grandes
descubrimientos”, cuando se dio el primer contacto entre los europeos y los
habitantes de ultramar, se inició el debate sobre los Pueblos Indígenas, parte de lo
cual fue el uso del desafortunado término “indios”, desatando en el siglo XVI una
disputa en España sobre la forma en que la Corona debía tratarlos, mientras que,
por el otro lado, poco se conoce sobre los debates entre los Pueblos Indígenas
acerca del tratamiento que debían dar a los colonos y cómo debían interpretar sus
acciones; así, se asumió unilateralmente el derecho de conquista, dictado por la
Corona, dejando sin derechos propios a los autóctonos y limitándolos simplemente
a aquéllos derechos que la Corona les concediera, situación que sería similar a la
de otros países como Canadá, E.U.A., Chile y Nueva Zelanda, en los que las
relaciones entre los colonizadores y los indígenas era regido en un principio por
tratados internacionales, para luego sustituirlos por un control directo de los
territorios y las poblaciones sometida, cuyas características prevalecerían incluso
después de la caída de los imperios coloniales, derivando en complicadas
relaciones entre indígenas y Estados, que constituyen hasta la actualidad el marco
de referencia de la problemática de los Derechos Humanos de los Pueblos
Indígenas (Stavenhagen, 2006).
El conjunto de normas dedicadas a la protección de los Derechos
Humanos, y que son el producto del proceso de humanización del Derecho
Internacional contemporáneo, se agrupan bajo la categoría genérica de Derecho
Internacional de los Derechos Humanos, que constituye un nuevo sector del
ordenamiento internacional caracterizado por su progresividad y en el que es
posible hallar principios y estructuras comunes en los diferentes sistemas que lo
integran, los cuales comparten un rasgo esencial: la consideración del individuo y
su dignidad como un valor autónomo de la Sociedad Internacional, que por lo tanto
se transforma en un bien jurídico protegible por el Derecho Internacional, el cual
se convierte en el objetivo inmediato y único de los sistemas de protección; tal
74
rasgo es la gran innovación introducida por las normas del Derecho Internacional
de los Derechos Humanos (Diez de Velasco, 2013).
Los sistemas internacionales de protección de los Derechos Humanos, que
son autónomos de los sistemas estatales, se clasifican en dos grandes bloques:
los sistemas universales, que se desarrollan en el ámbito del sistema de las
Naciones Unidas; y los sistemas regionales, vinculados al Consejo de Europa, la
OEA y la Unión Africana (Diez de Velasco, 2013). Su conformación se da a partir
de la internacionalización de la protección de los Derechos Humanos, después de
la segunda posguerra, y tienen como finalidad complementar la protección interna
que brindan los sistemas estatales cuando ésta es insuficiente para asegurar la
plena vigencia de los derechos que se han comprometido a respetar y garantizar
(Galvis y Ramírez, 2011).
Los Pueblos Indígenas de América Latina están protegidos principalmente
por el sistema universal, y por el sistema regional de la OEA, o también llamado
sistema interamericano o sistema regional americano; en el primero se enmarcan
la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas y el Convenio 169 de la
OIT, que como se ha reiterado, son los únicos instrumentos específicos para la
defensa de los derechos de los Pueblos Indígenas en el marco internacional,
mientras que en el sistema interamericano no se ha adoptado aún la Propuesta de
Declaración Americana de los Derechos de los Pueblos Indígenas.
Con el proceso, emanado de ambos sistemas, hacia la especificación de la
normatividad y los procedimientos en torno a los derechos de los Pueblos
Indígenas, surge una novedosa rama del Derecho, conocida como Derecho
Internacional de los Pueblos Indígenas, y que a pesar de su ordenación
relativamente reciente, en poco tiempo ha producido un importante corpus iuris
internacional para la protección de los derechos de los Pueblos Indígenas, que
tiene su base principalmente en la jurisprudencia interamericana y en los
pronunciamientos del Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la situación
de los Derechos Humanos y las libertades fundamentales de los indígenas,
influyendo cada vez en mayor medida en las decisiones de los jueces nacionales,
los cuales han incorporado las normas y la jurisprudencia internacionales en los
75
ordenamientos jurídicos internos, además de incidir en las políticas públicas y
lograr cambios en las prácticas gubernamentales que desconocen los derechos de
los Pueblos Indígenas; del mismo modo, la jurisprudencia emanada de los
tribunales nacionales muchas veces nutre las decisiones de las instancias
internacionales universales y regionales, existiendo un diálogo entre ambos
(Galvis y Ramírez, 2013).
76
necesidad de atender las problemáticas de los Pueblos Indígenas a través de
políticas, legislación y presupuestos (ONU, 2009).
De acuerdo con Anaya (2006), un momento clave en la actividad
internacional de la ONU fue la Resolución del ECOSOC de 1971, a través de la
cual se autorizó a la Subcomisión para la Prevención de la Discriminación y
Protección de las Minorías, actualmente denominada Subcomisión para la
Promoción y Protección de los Derechos Humanos, la realización de un estudio
sobre “El Problema de la discriminación contra las poblaciones indígenas”, llevado
a cabo por el Relator Especial José Martínez Cobo, el cual impulsó la realización
de múltiples actividades sobre los Pueblos Indígenas en el sistema ONU, por lo
que ahora son sujetos de instituciones y programas específicos, como el Grupo de
Trabajo de Naciones Unidas sobre Poblaciones Indígenas, el Foro Permanente de
la ONU para las Cuestiones Indígenas -UNPFII- y el Relator Especial de la ONU
sobre la situación de los Derechos Humanos y las libertades fundamentales de los
Pueblos Indígenas.
El Grupo de Trabajo de Naciones Unidas sobre Poblaciones Indígenas,
creado en 1982 por la Subcomisión de Derechos Humanos, tuvo como una de sus
principales funciones el acompañar el proceso inicial hacia la adopción de la
Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los Pueblos Indígenas,
además de examinar los acontecimientos en el ámbito de los derechos de los
pueblos indígenas y promover la adopción de normas internacionales relativas a
estos derechos; el interés por estos temas llevó a que en 1993 la Asamblea
General proclamara el Año Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo,
seguido por el Decenio Internacional de las poblaciones indígenas del mundo, de
1995 a 2004 (ONU, 2014). En 1992 la Conferencia Mundial sobre el Medio
Ambiente y Desarrollo de Río de Janeiro adoptó un programa específico para los
Pueblos Indígenas, y fue también en ese año que Rigoberta Menchú fue
galardonada con el Premio Nobel de la Paz, mientras que por otro lado, la
Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos de Viena de 1993 incluyó en su
programa de acción una serie de medidas enfocadas a mejorar la protección de
los Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas, a partir de la cual la mayoría de
77
las Conferencias internacionales auspiciadas por la ONU empezarían a tratar la
especificidad de los Pueblos Indígenas (Burger y Martín, 2009).
Dicha Conferencia también consideró la creación de un organismo dentro
del sistema de la ONU que se centrara en las cuestiones indígenas, que en el año
2000 se concretaría con la creación del Foro Permanente para las Cuestiones
Indígenas como órgano subsidiario del ECOSOC, bajo recomendación de la
Comisión de Derechos Humanos, el cual está ligado al desarrollo de un
Movimiento Indígena Internacional y al impacto que han logrado los Pueblos
Indígenas en las últimas tres décadas en los organismos de Derechos Humanos
de la ONU. En él trabajan de manera conjunta 16 expertos, de los cuales la mitad
son gubernamentales y la otra mitad son indígenas, paridad que hace al
organismo único, incorporando por primera vez en la historia a los Pueblos
Indígenas en un organismo permanente de la ONU, y en pie de igualdad con los
miembros nominados por los Estados (IWGIA, 2014c).
La selección de los ocho miembros presentados por los gobiernos se
realiza con base en las cinco agrupaciones regionales de Estados existentes en la
ONU: 1) África, 2) Asia, 3) Europa Oriental, 4) América Latina y el Caribe, 5)
Europa Occidental y otros Estados, quedando tres puestos sujetos a rotación; por
su parte, los ocho miembros indígenas son nombrados por el Presidente del
ECOSOC con base en una lista de expertos propuestos por las organizaciones
indígenas, mismos que deben corresponder y representar a las siete regiones
socioculturales establecidas por los Pueblos Indígenas: 1) África, 2) Asia, 3)
Centroamérica, Sudamérica y el Caribe, 4) El Ártico, 5) Europa Oriental, Rusia,
Asia Central y Transcaucasia, 6) América del Norte y 7) El Pacífico (Galvis y
Ramírez, 2011). El UNPFII sesiona durante dos semanas una vez al año,
usualmente en mayo, y tiene como mandato examinar las cuestiones indígenas
relacionadas al desarrollo económico y social, la cultura, la educación, la salud, el
medio ambiente y los Derechos Humanos. Sus principales funciones son: 1)
brindar asesoramiento experto y recomendaciones sobre cuestiones indígenas al
ECOSOC, así como a programas, fondos y agencias de la ONU a través del
ECOSOC; 2) crear conciencia y promover la integración y coordinación de
78
actividades relacionadas con cuestiones indígenas dentro del sistema de la ONU;
y 3) preparar y difundir información sobre cuestiones indígenas (IWGIA, 2014c).
Al año siguiente de la creación del UNPFII, en 2001, la Comisión de
Derechos Humanos designó la creación de la figura del Relator Especial sobre la
situación de los Derechos Humanos y las libertades fundamentales de los
indígenas, lo cual fue un importante logro en el proceso de reconocimiento y
protección de los derechos de los Pueblos Indígenas; su mandato es el siguiente
(IWGIA, 2014c):
52 De acuerdo con la página oficial de ACNUDH (2014), el CDH fue creado por la Asamblea
General en 2006, y es un organismo intergubernamental de las Naciones Unidas encargado de
fortalecer la promoción y protección de los Derechos Humanos en todo el mundo, y de hacer frente
a las situaciones de violaciones de los Derechos Humanos y formular recomendaciones sobre
ellos. Asimismo, tiene la capacidad de discutir todas cuestiones temáticas relativas a los Derechos
Humanos y situaciones que requieren su atención durante todo el año, siendo su sede de
reuniones la Oficina de las ONU en Ginebra. Está compuesto por 47 Estados miembros de las
Naciones Unidas que son elegidos por la Asamblea General, y uno de sus principales mecanismos
para el monitoreo de la situación de los Derechos Humanos es el Examen Periódico Universal
(EPU).
79
visitas oficiales del Relator Especial, las comunicaciones y los informes anuales,
cambiando además la denominación del cargo por la de “Relator Especial sobre
los Derechos de los Pueblos Indígenas” (IWGIA, 2014c).
Con la finalización del Primer Decenio de los Pueblos Indígenas del Mundo,
la Asamblea General proclamó un Segundo Decenio Internacional de los Pueblos
Indígenas del Mundo para el período 2005 – 2014, y en 2007 aprobó la
Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los Pueblos Indígenas,
tras 20 años de negociaciones, lo que constituyó un gran hito en el Derecho
Internacional de los Pueblos Indígenas, a pesar de que no tiene carácter
vinculante, puesto que reconoce el vasto espectro de Derechos Humanos básicos
y libertades fundamentales de los pueblos indígenas, entre los que se encuentran:
el derecho a la libre determinación sin restricciones; el derecho colectivo
inalienable a la posesión, uso y control de las tierras, territorios y otros recursos
naturales; los derechos al mantenimiento y desarrollo de sus propias instituciones
políticas, religiosas, culturales y educativas; y la protección de su propiedad
cultural e intelectual (IWGIA, 2014c). El amplio consenso con que la Declaración
fue adoptada y la fuerza política que de ello deriva, la convierten en la piedra
angula del Derecho Internacional de los Pueblos Indígenas (Galvis y Ramírez,
2011).
El avance más significativo de la Declaración es sin duda el reconocimiento
del derecho de los Pueblos Indígenas a la libre determinación (CEPAL, 2014),
además de que, como se menciona en su artículo 43, los derechos contenidos en
la Declaración “constituyen las normas mínimas para la supervivencia, la dignidad
y el bienestar de los pueblos indígenas del mundo”. Por su parte, el artículo 42
establece que es deber de la ONU, de sus órganos, incluido el UNPFII, y de los
organismos especializados, incluso a nivel local, así como los Estados, la
promoción del respeto y la plena aplicación de las disposiciones contenidas en la
Declaración; sobre los organismos del sistema ONU, el artículo 41 dispone que su
contribución a la aplicación de las disposiciones de la Declaración será mediante
la movilización de la cooperación financiera y la asistencia técnica, estableciendo
80
los medios necesarios para asegurar la participación de los pueblos indígenas en
relación con los asuntos que les conciernan.
El último mecanismo creado en el seno de la ONU fue el Mecanismo de
Expertos sobre los derechos de los Pueblos Indígenas -EMRIP-, el cual es un
órgano subsidiario del CDH, al cual provee de recomendaciones temáticas en
forma de estudios e investigaciones sobre los derechos de los Pueblos Indígenas
y está conformado por cinco expertos independientes designados por el CDH,
tomando como criterios de selección el origen indígena, el balance de género y la
representación geográfica. El EMRIP sostiene sus sesiones anualmente,
usualmente en julio, en las que toman parte representantes de los Estados, de los
Pueblos Indígenas y de sus organizaciones (financiados por el Fondo de
Contribuciones Voluntarias para las Poblaciones Indígenas), de la sociedad civil,
de las organizaciones intergubernamentales y de la academia (ACNUDH, 2014b).
Adicionalmente, en el sistema de la ONU se han instaurado fondos
específicos para los Pueblos Indígenas, a saber: el Fondo de Contribuciones
Voluntarias para las Poblaciones Indígenas (1985), y los Fondos Voluntarios para
la Primera y Segunda Década Internacional de los Pueblos Indígenas Mundiales,
además del Fondo de Apoyo a los Pueblos Indígenas -IPAF- del Fondo
Internacional de Desarrollo Agrícola -FIDA- (2006).
El Sistema Universal de Protección de los Derechos Humanos posee dos
tipos de mecanismos destinados a conocer las violaciones individuales y
sistemáticas de los Derechos Humanos por parte de un Estado miembro de la
ONU, a saber, los convencionales, que son aquellos que han sido creados en
virtud de un tratado o convención internacional de Derechos Humanos; y los
extra-convencionales, que son aquellos que tienen su origen en decisiones de los
órganos principales de la ONU, como la Asamblea General, el Consejo
Permanente o el CDH(Galvis y Ramírez, 2011), cuya labor es apoyada por la
Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos
-OACDH- que forma parte de la Secretaría de la ONU y tiene su sede en Ginebra
(ACNUDH, 2014a).
81
De manera complementaria, la ONU cuenta con organismos especializados
que tienen sus propios sistemas internos de supervisión de tratados, como la OIT,
y que son aplicables a cuestiones relacionadas con los Pueblos Indígenas cuando
éstas forman parte de uno de sus instrumentos jurídicos, como son las normas del
Convenio 169, cuya vigilancia, al igual que la de otros de sus tratados, es
realizada por un sistema de supervisión estipulado en el artículo 22 de la
Constitución de la OIT, además de los procedimientos de quejas o reclamos
estipulados en el artículo 24 de la misma (Galvis y Ramírez, 2011).
En este sentido, la implementación de los convenios ratificados por los
Estados en el seno de la OIT debe ser informada por los mismos con regularidad,
indicando al organismo si las leyes nacionales cumplen con el Convenio en
cuestión, además de las acciones emprendidas para garantizar que el instrumento
tenga un impacto a nivel práctico, comunicando los problemas encontrados
durante su implementación; por otro lado, también los trabajadores y empleadores,
que participan de manera tripartita con los gobiernos en la OIT, tienen un papel
activo en la supervisión de los convenios ratificados. El órgano que examina la
aplicación de los convenios ratificados es la Comisión de Expertos en Aplicación
de Convenios y Recomendaciones -CEACR-, entablando un diálogo continuo con
los Estados, lo que le permite identificar brechas de implementación e información,
y emitir recomendaciones para mejorar la implementación. Los Pueblos Indígenas
también pueden participar en la supervisión de los convenios de la OIT,
garantizando que sus inquietudes sean tomadas en cuenta por la CEACR a través
del envío directo de información a la OIT sobre alguna nueva política, ley o
decisión judicial o fortaleciendo sus alianzas con los sindicatos; por su parte, la
OIT también puede asistir a los gobiernos y a los Pueblos Indígenas en la
aplicación de los convenios ratificados a través de la cooperación técnica o
tomando en cuenta la información oficial de otros órganos de supervisión, foros y
agencias de la ONU, así como información proporcionada por las organizaciones
de los Pueblos Indígenas (OIT, 2014).
En relación con los mecanismos convencionales, existen ocho órganos o
comités que han sido establecidos en virtud de los principales tratados o
82
convenciones internacionales de Derechos Humanos de la ONU53, con la finalidad
de supervisar que los Estados cumplan con las obligaciones derivadas del
respectivo tratado o convención, existiendo tres vías posibles para ello: 1) examen
de quejas realizadas por particulares sobre la violación de los derechos contenidos
en un tratado; aunque no todos los comités tienen esta competencia, pues tiene
que estar contenida en una disposición específica en los Convenios o sus
protocolos, siendo que de los ocho Convenios solamente la Convención sobre los
derechos del niño no posee un mecanismo para la presentación de quejas
individuales. Además, el Estado acusado no solamente tiene que ser parte del
tratado, sino que también tiene que reconocer la competencia del comité
respectivo.54 2) Análisis de los informes periódicos que los Estados parte de los
tratados tienen la obligación de presentar frente a los respectivos comités, y en los
que se informa sobre las medidas adoptadas para la aplicación de los
instrumentos; y 3) interpretación de los derechos consagrados en los respectivos
tratados de Derechos Humanos, emitiendo observaciones o recomendaciones
53 Los Comités Convencionales de la ONU (Galvis y Ramírez, 2011, pp. 27) son:
1. Comité de Derechos Humanos, creado por el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
(art. 28), para supervisar el cumplimiento de las obligaciones estatales establecidas en este Pacto;
2. Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, creado mediante Resolución 1985/17
del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas -ECOSOC-, para supervisar el
cumplimiento de las obligaciones establecidas en el Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales;
3. Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial -CERD-, creado por la Convención
Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Racial (art 8), para
supervisar el cumplimiento de esta convención;
4. Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, creado por la Convención sobre
la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (art. 17), para supervisar la
aplicación de esta convención;
5. Comité contra la Tortura, creado por la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas
Crueles, Inhumanos o Degradantes (art. 17), para supervisar el cumplimiento de esta convención;
6. Comité de los Derechos del Niño, creado por la Convención sobre los Derechos del Niño (art.
43), para examinar el cumplimiento de las obligaciones establecidas en esta convención;
7. Comité para la Protección de los Derechos de todos los Trabajadores Migratorios y de sus
Familiares, creado por la Convención Internacional sobre la Protección de los Derechos de todos
los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares (art. 72), para supervisar la aplicación de esta
convención;
8. Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, creado por la Convención sobre
los Derechos de las Personas con Discapacidad (art. 34), para supervisar el cumplimiento de las
obligaciones establecidas en esta convención.
54 El mecanismo de reclamación para la defensa de los Derechos Humanos más consolidado del
sistema de la ONU, es el del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; por otro lado,
cuando se trata de quejas sobre discriminación racial, se permiten también las reclamaciones de
grupos ante el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial (Galvis y Ramírez, 2011).
83
generales, dirigidas a los Estados parte y que deberán ser tomadas en cuenta
para el efectivo cumplimiento de las obligaciones derivadas del respectivo tratado;
por otro lado, los dictámenes o informes de un comité sobre un asunto específico
en materia de Derechos Humanos, deben ser difundidos dentro del respectivo país
para informar a la comunidad (Galvis y Ramírez, 2011).
Especial mención merecen la Observación General No. 23 sobre el artículo
27 sobre el derecho de las minorías del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos -PIDCP- adoptada en 1994, y la Recomendación General No. 23 sobre
los derechos de los Pueblos Indígenas adoptada en 1997 por el Comité para la
Eliminación de la Discriminación Racial -CERD-, ya que mejoran el acceso de los
indígenas a los mecanismos correspondientes en su condición de “Pueblos”. En el
caso del primero, el artículo 27 del PIDCP establece que “en los Estados en que
existan minorías étnicas, religiosas o lingüísticas, no se negará a las personas que
pertenezcan a dichas minorías el derecho que les corresponde, en común con los
demás miembros de su grupo, a tener su propia vida cultural, a profesar y
practicar su propia religión y a emplear su propio idioma”, que de acuerdo con la
Observación General No. 23 se relaciona con los derechos reconocidos a las
personas en cuanto tales, aunque muchas veces se confunde con el derecho a la
libre determinación que se trata de un derecho perteneciente a los Pueblos, el
cual, aunque está incluido en el PIDCP (art. 1), no forma parte de su primer
Protocolo Facultativo adoptado en 1966, que permite la presentación de denuncias
por parte de individuos ante el Comité de Derechos Humanos, pero sin considerar
a los grupos, por lo que la Observación General No. 23 amplía el significado del
artículo 27 al establecer en su párrafo No. 3.2 lo siguiente:
84
Sobre el ejercicio de los derechos culturales protegidos por el artículo 27, el
Comité también observa en el párrafo 7 “que la cultura se manifiesta de muchas
formas, inclusive un modo particular de vida relacionado con el uso de recursos
terrestres, especialmente en el caso de los pueblos indígenas. Ese derecho puede
incluir actividades tradicionales tales como la pesca o la caza y el derecho a vivir
en reservas protegidas por la ley… El goce de esos derechos puede requerir la
adopción de medidas jurídicas positivas de protección y medidas para asegurar la
participación eficaz de los miembros de comunidades minoritarias en las
decisiones que les afectan”.
Por su parte, en la Recomendación General No. 23 del CERD, se establece
que las disposiciones de la Convención Internacional sobre la Eliminación de
todas las Formas de Discriminación Racial se aplican a los Pueblos Indígenas, y
que en la práctica del CERD, la situación de los mismos ha merecido desde
siempre su atención e interés, por lo que ha afirmado reiteradamente que la
discriminación contra los Pueblos Indígenas es una cuestión que incumbe a la
Convención, y que deben tomarse todas las medidas apropiadas para combatir y
eliminar dicha discriminación, siendo consciente de que en muchas regiones del
mundo los Pueblos Indígenas son y han sido víctimas de la discriminación, de la
privación de sus Derechos Humanos y libertades fundamentales, y concretamente,
del arrebato de sus tierras y recursos naturales por parte de los colonizadores,55
las empresas comerciales y las empresas de Estado, por lo que la conservación
de su cultura y de su identidad histórica se ha visto y sigue viéndose amenazada.
Por ello, el CERD exhorta a los Estados Partes en cuyos territorios vivan Pueblos
Indígenas a incluir en sus informes periódicos información completa sobre la
situación de dichos pueblos, teniendo en cuenta todas las disposiciones
pertinentes de la Convención.
85
Los mecanismos extra-convencionales, a diferencia de los procedimientos
convencionales basados en tratados ad hoc, están basados en los poderes
generales que la Carta de las Naciones Unidas atribuye a la ONU en materia de
Derechos Humanos, por lo que éste es su fundamento normativo, junto con las
resoluciones que la desarrollan, y son el resultado directo de la evolución de la
práctica de la organización en esta materia, especialmente de la antigua Comisión
de Derechos Humanos, que es de donde surgieron los mecanismos de control
extra-convencionales a partir de 1967 (refrendados posteriormente por el CDH),
cuya diferencia con los organismos convencionales, de naturaleza técnica, es que
son órganos intergubernamentales y políticos, mismos que se desarrollaron a
partir de las comunicaciones sobre violaciones de Derechos Humanos
presentadas a la ONU desde su creación, cuando no existían reglas para su
tratamiento (Diez de Velasco, 2013).
La Resolución 5/1 de 2007 del CDH estructura los mecanismos extra-
convencionales en dos categorías: los procedimientos especiales y los
procedimientos de denuncia. Los procedimientos especiales fueron establecidos a
partir de 1968 en que se presentó el primer caso sobre los Derechos Humanos en
África Meridional, a partir de lo cual la Comisión de Derechos Humanos inició una
serie de procedimientos sobre diversas situaciones de violación de Derechos
Humanos que dieron lugar a una nueva categoría de mecanismos de control,
caracterizados por ser públicos y por no necesitar del consentimiento del Estado
implicado para su desarrollo, y los cuales, a pesar de que por su propia naturaleza
presentan diferencias de un supuesto a otro, comparten una serie de rasgos
comunes, a saber: a) sólo pueden establecerse cuando haya indicios de la
existencia de una situación global de violación de Derechos Humanos, ya sea en
un territorio determinado (procedimientos por países), o a nivel mundial
(procedimientos temáticos), por lo que el objeto de control es la situación en sí y
no los supuestos individualizados de la violación, no dándose respuesta a
denuncias concretas, salvo en la excepción única referente al procedimiento sobre
86
las detenciones arbitrarias y de las acciones urgentes;56 b) el control se realiza
sobre la base de una investigación ad hoc llevada a cabo por un órgano creado al
efecto, como los órganos básicos de información que han recibido diversas
denominaciones (Relatores, Representantes y Enviados Especiales, Grupos de
Trabajo ad hoc, Grupos Especiales de Expertos, entre otros), y que trabajan a
título de expertos, cuya principal función es determinar y evaluar los hechos que
definen una situación a partir de la información a su disposición (incluyendo
aquélla obtenida en las visitas al territorio investigado), interpretada a la luz de un
marco normativo amplio, que incluye tanto la Declaración Universal de los
Derechos Humanos y otras Declaraciones adoptadas por la ONU, además de los
instrumentos convencionales oponibles al Estado o Estados investigados,
incluidos los del Derecho Internacional Humanitario -DIH-,57 a partir de lo cual
generan un informe con conclusiones y recomendaciones dirigidas al CDH, el cual
realiza las actividades de control en sentido estricto (Diez de Velasco, 2013). Los
procedimientos especiales para Pueblos Indígenas dependientes del CDH son el
Mecanismo de Expertos sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y la
Relatoría Especial sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas anteriormente
descritos.
Por su parte, los procedimientos de denuncia, iniciados en 1971 con la
finalidad de abordar cuadros persistentes de violaciones de todos los Derechos
Humanos y de todas las libertades fundamentales, que sean manifiestas y
fehacientemente probadas, producidas en cualquier parte del mundo, bajo
cualquier circunstancia, y presentadas por cualquier persona o grupo que se
considere víctima, o cualquier persona o grupo, incluyendo las Organizaciones No
independiente y neutral destinada a prestar ayuda humanitaria afectadas por los conflictos y la
violencia armada, y para promover las leyes por las que se protege a las víctimas de la guerra,
establece que “el DIH es un conjunto de normas destinado a limitar, por razones humanitarias, los
efectos de los conflictos armados. Protege a las personas que no participan o que han dejado de
participar en las hostilidades e impone restricciones a los métodos y medios bélicos”, y está basado
principalmente en los Convenios de Ginebra de 1949 y sus Protocolos adicionales, considerados la
piedra angular del DIH.
87
Gubernamentales -ONGs-, que no siendo víctimas sostengan que tienen
conocimiento directo de la violación, o aún teniéndolo de segunda mano tengan
pruebas suficientes, siendo que en todo caso el tratamiento de las comunicaciones
estará sujeto a las reglas de admisibilidad establecidas en la Resolución 5/1; a los
que se añaden otros mecanismos creados por la misma Resolución: el Examen
Periódico Universal -EPU-, que es un nuevo mecanismo inspirado en el sistema
de informes periódicos gubernamentales de algunos tratados de Derechos
Humanos, aplicable a todos los Estados miembros de la ONU(Díez de Velasco,
2013), y el Comité Asesor del CDH, el cual es un “grupo de reflexión” del CDH
integrado por 18 expertos, y sustituye a la Subcomisión para la Promoción y
Protección de los Derechos Humanos de la Comisión de Derechos Humanos,
teniendo como función proporcionar conocimientos especializados basados en
estudios e investigaciones al CDH cuando éste lo solicite, en cumplimiento de sus
resoluciones y bajo su orientación , no pudiendo adoptar ni decisiones ni
resoluciones (ACNUDH, 2014a).
Otra medida de protección de los Derechos Humanos, de carácter indirecto,
son los Tribunales Penales Internacionales, surgidos en la segunda mitad de los
años noventa como respuesta del Consejo de Seguridad a las graves situaciones
de quiebre de la seguridad y la paz internacionales, teniendo por objeto garantizar
el respeto de las normas de DIH y de otros instrumentos internacionales en los
que se tipifican los delitos de lesa humanidad; están dirigidos a los individuos que
se estimen autores de dichas violaciones, a diferencia de los anteriores
mecanismos descritos que se dirigen a los Estados, siendo que los dos primeros
tribunales creados, que son el Tribunal Penal Internacional para la antigua
Yugoslavia (1993) y el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (1994), se
insertan en el sistema de la ONU por haber sido creados por el Consejo de
Seguridad. Frente a estos tribunales creados para situaciones concretas, fue
creada la Corte Penal Internacional a través del Estatuto de Roma sobre la Corte
Penal Internacional del año 1998 (Díez de Velasco, 2013).
La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, de
1948, fue el primer instrumento adoptado en la ONU en el que se tipifica el
88
genocidio, seguido por la Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes
de guerra y de los crímenes de lesa humanidad de 1968 y los Principios de
cooperación internacional en la identificación, detención, extradición y castigo de
los culpables de crímenes de guerra, o de crímenes de lesa humanidad de 1973.
En el caso de la Convención de 1948, el artículo primero establece que “el
genocidio, ya sea cometido en tiempo de paz o en tiempo de guerra, es un delito
de derecho internacional”, mientras que en el artículo 2 indica lo siguiente:
89
las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas indica en su
artículo 7 que:
90
la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos
indígenas” (Asamblea General, 2010, pp. 3), misma que tuvo como antecedente
varios procesos preparatorios entre los que destaca la Conferencia Preparatoria
Mundial de los Pueblos Indígenas celebrada en Alta, Noruega, en junio de 2013,
cuya documento final fue de gran trascendencia para definir las decisiones que
serían adoptadas en la Conferencia.
No obstante, dicha Reunión de Alto Nivel estuvo rodeada de controversias,
especialmente en relación a la participación de los Pueblos Indígenas que, de
acuerdo con la Resolución 65/198, fue coordinada por el Presidente de la
Asamblea General en consulta abierta con los Estados Miembros y los
representantes de los Pueblos Indígenas en el marco del Foro Permanente para
las Cuestiones Indígenas, el EMRIP y el Relator Especial sobre los Derechos de
los Pueblos Indígenas. Dando seguimiento a esta disposición, se sentaron las
bases de la organización de la Conferencia en la Resolución 66/296 de la
Asamblea General de 2012, en la que también se definió la fecha y sede de la
misma, indicando que el resultado final debía ser un documento final conciso y
orientado a la acción.
Uno de los aspectos que causó confusión es el propio nombre de esta
reunión, ya que no se trata realmente de una conferencia, sino de una sesión
especial de la Asamblea General,58 además de que en la Resolución 66/296 no
quedaban claras las formas de participación que serían garantizadas a los
Pueblos Indígenas; pese a ello, los Pueblos Indígenas decidieron participar en las
actividades de preparación de la Conferencia, entre ellas las consultas informales
y una audiencia interactiva en Nueva York a través del Grupo Coordinador Global
Indígena –GCG-59, el cual tuvo como una de sus principales tareas intentar que el
Presidente de la Asamblea General aceptara la participación de los Pueblos
58
En el sitio oficial del Grupo Coordinador Global Indígena se explica lo siguiente: “Aunque sea llamada
Conferencia Mundial, al presente la CMPI está designada como una reunión plenaria de alto nivel de la
Asamblea General de la ONU. Una reunión plenaria difiere significativamente de un evento designado como
conferencia mundial, incluyendo el apoyo financiero, la prominencia del evento y el número de los
representantes que podrán asistir.” WCIP (2014). About. Antecedentes, recuperado de
http://wcip2014.org/es/676-2
59
Establecido en 2012 durante la Reunión Abierta de Lluvia de ideas sobre la Conferencia Mundial sobre los
Pueblos Indígenas. WCIP (2014). About. GCG, recuperado de http://wcip2014.org/es/676-2/gcg
91
Indígenas al mismo nivel que los Estados a través de dos cofacilitadores, petición
emitida en una carta de enero de 2014 dirigida al Presidente, sobre la cual no
hubo respuesta, emitiendo en su lugar un memorando en el mismo mes sobre las
opciones para el nombramiento de los cofacilitadores, ante las que el GCG apoyó
sólo aquéllas que apoyaban la participación igualitaria, sin lograr consenso entre
los Estados (IWGIA, 2015).
En este sentido, el Foro Permanente instó en sus recomendaciones a
respetar la plena participación de los Pueblos Indígenas en pie de igualdad con los
Estados Miembros en la redacción de todos los documentos relacionados con la
Conferencia, incluyendo el documento final, haciendo hincapié en los estándares
de derechos humanos fijados en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los
Derechos de los Pueblos Indígenas.60
En febrero de 2014 el Presidente de la Asamblea General emitió otra carta
en la que anunciaba el establecimiento de los procesos de consulta anteriormente
mencionados, generando un fuerte rechazo por parte de los Pueblos Indígenas y
poniendo en riesgo la celebración de la Conferencia; tras algunos ajustes
realizados mediante una carta emitida en marzo de 2014, incluyendo el
nombramiento por parte del Presidente de la Asamblea General de cuatro
asesores que apoyarían en el proceso de consultas, los Pueblos Indígenas
aceptaron las condiciones de participación, aunque las debilidades organizativas
por parte del Presidente de la Asamblea General continuaron durante el proceso
de las consultas, además de otros problemas logísticos y políticos (IWGIA,2015).
Pese a las dificultades, el documento final de la Conferencia fue aprobado
por la Asamblea General el 22 de septiembre de 2014, en el cual fueron
reconocidos los procesos preparatorios, tomando en cuenta el documento final de
la Conferencia de Alta, además de reiterar su compromiso con el cumplimiento de
la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos
Indígenas (Asamblea General, 2014a).
60
Para información más amplia consultar las Recomendaciones sobre la Conferencia Mundial de la 10ª, 11ª
y 12ª sesiones del Foro Permanente; E/2011/43, E/2012/43 y E/2013/43 respectivamente.
92
Por otro lado, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo
Sostenible, mejor conocida como Río+2061, celebrada en Río de Janeiro, Brasil,
del 20 al 22 de junio de 2012, se inició el proceso hacia la definición de la nueva
Agenda de Desarrollo Post-2015, dando con ello seguimiento a los ODM que,
aunque han mostrado algunos avances en materia de cumplimiento, aún
presentan desafíos para la humanidad. Sobre estos, existe el consenso
generalizado de que los Pueblos Indígenas no fueron tomados en cuenta, pues no
fueron parte del proceso de adopción, ni tampoco son mencionados en los
objetivos e indicadores (IWGIA, 2015).
El documento final de Río+20 “El futuro que queremos” (2012) sienta las
bases del compromiso de los Estados con el desarrollo sostenible, centrado en las
personas, reconociendo que la pobreza continúa siendo el mayor problema que
enfrenta la humanidad en la actualidad, y en él están incluidos los Pueblos
Indígenas como uno de los sectores de la población mundial que merecen
especial atención, como se indica, entre otras secciones, en el apartado C.
Participación de los grupos principales y otros interesados, numeral 49:
61
Llamada así por haberse celebrado veinte años después de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, de
1992.
62
La nueva era del desarrollo sostenible estará delineada a través de tres reuniones internacionales de alto
nivel: primero, la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, en Addis Abeba en julio
de 2015; segundo, la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible, en la sede de la ONU en Nueva York en
septiembre de 2015; y tercero, el 21º período de sesiones de la Conferencia de las Partes de la Convención
Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático a celebrarse en París en diciembre de 2015
(Asamblea General, 2014b).
93
Sostenible a celebrarse en septiembre de 2015. No obstante, se considera que
entre los diecisiete objetivos y las ciento sesenta y nueve metas propuestas, 63 no
hay una inclusión suficiente de los Pueblos Indígenas, ya que sólo cuentan con
dos menciones, en el objetivo 2 sobre productividad agrícola e ingresos de los
productores de alimentos a pequeña escala, y en el objetivo 4 sobre educación,
por lo que los Pueblos Indígenas aún tienen grandes retos de cara a este proceso
(IWGIA, 2014).
63
Consultar el informe presentado por el Grupo de Trabajo Abierto Intergubernamental –GTA- de la
Asamblea General sobre los ODS A/68/970 del 12 de agosto de 2014.
64 La Carta de la OEA ha sufrido varias reformas, siendo la primera la del Protocolo de Reformas a
94
Sin embargo, ninguno de los instrumentos anteriores puso en marcha un
sistema de Derechos Humanos como tal, ya que no habían creado los
mecanismos para su aplicación y control, siendo hasta 1959 que se decidió la
creación de la CIDH mediante la Resolución VIII de la Quinta Reunión de Consulta
de Ministros de Relaciones Exteriores (Medina y Nash, 2007),65 ya que
anteriormente la Carta de la OEA no establecía un órgano con competencias
específicas para la promoción y la protección de los Derechos Humanos (Diez de
Velasco, 2013), siendo que en esta misma Reunión también se mandató la
elaboración de una Convención sobre Derechos Humanos, que sería aprobada en
1969, y de un proyecto de Convención sobre la creación de la CoIDH, que
finalmente fue instalada en 1979, con lo cual se consolidó el Sistema
Interamericano de Protección de los Derechos Humanos -SIDH-.
El sistema regional interamericano de protección de los Derechos Humanos
comparte, a pesar de sus particularidades, ciertos rasgos con los demás sistemas
regionales existentes, siendo en primer lugar su conexión con una organización
regional de fines generales, lo cual es una regla en el desarrollo de este tipo de
sistemas, fenómeno en proceso de expansión que se proyecta sobre todos los
ámbitos regionales, siendo la Carta Árabe de Derechos Humanos adoptada en el
seno de la Liga de Estados Árabes, en 1994, la manifestación más novedosa; en
segundo lugar, los sistemas regionales de Derechos Humanos operan entre un
grupo de Estados que, perteneciendo a una misma área geográfica, presentan
similitudes en sus sistemas económicos, sociales y culturales, así como también
de Relaciones Exteriores (apartado II) se resolvió “crear una Comisión Interamericana de Derechos
Humanos que se compondrá de siete miembros, elegidos a título personal de ternas presentadas
por los gobiernos, por el Consejo de la Organización de los Estados Americanos, encargada de
promover el respeto de tales derechos, la cual será organizada por el mismo Consejo y tendrá las
atribuciones específicas que ésta le señale”. Asimismo, en esa misma Resolución (apartado I) se
resolvió “que el Consejo Interamericano de Jurisconsultos proceda a elaborar, en su Cuarta
Reunión, un proyecto de Convención sobre Derechos Humanos, pasando el encargo, si no lo
hiciere, al Consejo de la Organización de los Estados Americanos, que comisionará para ese
efecto al Comité Jurídico Interamericano o a la entidad que estime conveniente; y que asimismo
proceda a elaborar el proyecto o proyectos de convención sobre la creación de una Corte
Interamericana de Protección de los Derechos Humanos y de otros órganos adecuados para la
tutela y observancia de los mismos”.
95
en sus sistemas jurídicos internos, facilitando la definición de los derechos que
protegen y los mecanismos para su control; finalmente, y en concordancia con lo
anterior, estos sistemas se caracterizan por una mayor juridificación 66 y
tecnificación, al menos aparente, de los instrumentos jurídicos que los sustentan y
los mecanismos de control en ellos definidos, de lo cual el ejemplo más claro es el
establecimiento en estos ámbitos de la fórmula de los tribunales internacionales de
Derechos Humanos, como la CoIDH, el Tribunal Europeo y la Corte Africana de
Derechos del Hombre y de los Pueblos (Diez de Velasco, 2013).
La CIDH, con sede en Washington, D.C., es el órgano principal de la OEA,
estatus que adquirió con la reforma del Protocolo de Buenos Aires, ya que
anteriormente se le denominaba entidad autónoma, sin configurarse como un
órgano de la OEA (Diez de Velasco, 2013). Es de carácter autónomo y
permanente, y tiene por objetivo la promoción y protección de los Derechos
Humanos en el continente americano, además de servir como órgano consultivo
de la OEA en esta materia, de acuerdo al artículo 106 de la Carta de la OEA, en el
cual también fue prevista la adopción de una Convención Americana sobre
Derechos Humanos.67 Está integrada por siete miembros independientes que
deben ser personas de alta autoridad moral y reconocida competencia en materia
de Derechos Humanos, elegidos a título personal por la Asamblea General de la
OEA de una lista de candidatos propuestos por los gobiernos de los Estados
miembros, con un mandato de cuatro años y sólo una posibilidad de reelección;68
la CIDH realiza sus funciones con base en tres pilares: 1) el Sistema de Petición
Individual, 2) el monitoreo de la situación de los Derechos Humanos en los
66
De acuerdo con la Real Academia Española –RAE-, la juridificación es la “acción y efecto de juridificar”,
refiriéndose esto a “regular en derecho una situación anteriormente no prevista en las normas”.
67 El artículo 106 de la Carta de la OEA, inserto en el Capítulo XV de la misma sobre la CIDH
establece que “habrá una Comisión Interamericana de Derechos Humanos que tendrá, como
función principal, la de promover la observancia y la defensa de los Derechos Humanos y de servir
como órgano consultivo de la Organización en esta materia. Una convención interamericana sobre
Derechos Humanos determinará la estructura, competencia y procedimiento de dicha Comisión, así
como los de los otros órganos encargados de esa materia”.
68 Para conocer más de las disposiciones sobre la composición y estructura de la CIDH, ver el
96
Estados miembros, y 3) la atención a líneas temáticas prioritarias; asimismo, la
CIDH considera que en el contexto de la protección de los derechos de toda
persona bajo la jurisdicción de los Estados americanos, es fundamental dar
atención a las poblaciones, comunidades y grupos históricamente sometidos a
discriminación, incluyendo otros conceptos para la orientación de sus actuaciones:
el principio pro homine, según el cual la interpretación de una norma debe hacerse
de la manera más favorable al ser humano, la necesidad de acceso a la justicia, y
la incorporación de la perspectiva de género a todas sus actividades (OEA,
2014b).
La Convención Americana sobre Derechos Humanos, también conocida
como “Pacto de San José de Costa Rica”, fue suscrita en la Conferencia
Especializada Interamericana sobre Derechos Humanos en San José, Costa Rica
en noviembre de 1969, la cual fue convocada para discutir los diferentes proyectos
de Convención que habían sido desarrollados en la OEA, misma que fue adoptada
en San José, Costa Rica el 22 de noviembre de 1969, entrando en vigor el 18 de
julio de 1978, conforme al Artículo 74.2 de la Convención, hecho que permitió
incrementar la efectividad de la CIDH, establecer la CoIDH y modificar la
naturaleza jurídica de los instrumentos en los que se basa la estructura
institucional; así, en su primera parte, el Pacto de San José establece los deberes
de los Estados y los derechos protegidos por dicho tratado, mientras que en su
segunda parte establece los mecanismos para su protección: la CIDH (Capítulo VII
del Pacto de San José) y la CoIDH (Capítulo VIII del Pacto de San José), a los que
declara órganos competentes "para conocer de los asuntos relacionados con el
cumplimiento de los compromisos contraídos por los Estados partes de la
Convención" (OEA, 2014b).
Es en el marco del Pacto de San José que tienen su expresión más
significativa los mecanismos convencionales de protección de los Derechos
Humanos en el SIDH, el cual está dedicado fundamentalmente a la protección de
los derechos civiles y políticos, con un contenido similar a la Convención Europea
de 1950 y al PIDCP de 1966, pues aunque el conjunto de derechos que ampara
fue ampliado tras la adopción del Protocolo de San Salvador, adoptado por la
97
Asamblea General en 1988 y en vigor desde 1999, no se afectó de manera
significativa al sistema de protección, ya que los derechos económicos, sociales y
culturales, exceptuando el derecho a la educación, el derecho a la huelga y los
derechos sindicales, quedan excluidos del mecanismo de protección basado en
las denuncias individuales; así, los mecanismos de control del SIDH se estructuran
en torno a la CIDH y a la CoIDH, existiendo tres fórmulas claramente diferenciadas
que han sido previstas por el Pacto de San José, que son: 1) el estudio de los
informes periódicos presentados por los Estados, 2) el examen de las denuncias
intergubernamentales y 3) el examen de las denuncias individuales; respecto de
las cuales la CIDH y la CoIDH ejercen funciones diferenciadas, como se verá en lo
subsecuente. Adicionalmente, el SIDH posee mecanismos extraconvencionales de
protección de los Derechos Humanos, que son anteriores a la adopción del Pacto
de San José y se derivan de las actuaciones de la CIDH de conformidad con las
competencias que le otorgan los artículos 18 (sobre sus atribuciones respecto a
los Estados miembros de la OEA) y 20 (sobre sus atribuciones en relación con los
Estados miembros de la Organización que no son partes del Pacto de San José)
de su Estatuto, reformado en 1979, y las cuales se han mantenido con
posterioridad a la entrada en vigor del Pacto de San José, a saber: 1) el estudio
sobre la situación de los Derechos Humanos en países concretos, 2) el estudio de
comunicaciones individuales sobre la violación de Derechos Humanos, y 3) las
investigaciones in loco en un determinado Estado, bajo su previo consentimiento
(Diez de Velasco, 2013).
De acuerdo con la OEA (2014b), las funciones y atribuciones que la CIDH
realiza en cumplimiento de su mandato, en concordancia con lo estipulado en el
Capítulo IV de su Estatuto, aprobado mediante la Resolución Nº 447 adoptada por
la Asamblea General de la OEA en su noveno período ordinario de sesiones,
celebrado en La Paz, Bolivia en octubre de 1979, son las siguientes:
98
2. Observar la situación general de los Derechos Humanos en los Estados
miembros y publicar informes especiales sobre la situación existente en
determinado Estado Miembro, cuando lo considere apropiado.
3. Realizar visitas in loco a los países para analizar en profundidad la situación
general y/o para investigar una situación específica. En general, estas visitas dan
lugar a la preparación de un informe sobre la situación de los Derechos Humanos
que sea observada, el cual es publicado y presentado ante el Consejo Permanente
y la Asamblea General de la OEA.
4. Estimular la conciencia pública respecto de los Derechos Humanos en las
Américas. A tales efectos, la Comisión lleva a cabo y publica informes sobre temas
específicos; tales como: las medidas que deben adoptarse para garantizar un
mayor acceso a la justicia; los efectos que tienen los conflictos armados internos
en ciertos grupos; la situación de Derechos Humanos de niños, niñas y
adolescentes, de las mujeres, de las y los trabajadores/as migrantes y sus familias,
de las personas privadas de libertad, de las y los defensores/as de Derechos
Humanos, de los Pueblos Indígenas, de las personas afrodescendientes y de las
personas privadas de libertad; sobre la libertad de expresión; la seguridad
ciudadana y el terrorismo y su relación con los Derechos Humanos; entre otros.
5. Organizar y celebrar visitas, conferencias, seminarios y reuniones con
representantes de gobiernos, instituciones académicas, entidades no
gubernamentales y otros, con el objetivo principal de divulgar información y
fomentar el conocimiento amplio de la labor del SIDH.
6. Recomendar a los Estados miembros de la OEA la adopción de medidas que
contribuyan a la protección de los Derechos Humanos en los países del
Continente.
7. Solicitar a los Estados miembros que adopten medidas cautelares, de
conformidad con lo dispuesto en el Artículo 25 de su Reglamento, para prevenir
daños irreparables a las personas o al objeto de una petición ante la CIDH en
casos graves y urgentes. Asimismo, de conformidad con lo dispuesto en el Artículo
63.2 de la Convención Americana, puede solicitar que la CoIDH disponga la
adopción de “medidas provisionales” en casos de extrema gravedad y urgencia
para evitar daños irreparables a las personas, aunque el caso aún no haya sido
presentado ante la Corte.
99
8. Presentar casos ante la CoIDH y comparecer ante la misma durante la
tramitación y consideración de los casos.
9. Solicitar opiniones consultivas a la CoIDH, de conformidad con lo dispuesto en
el Artículo 64 de la Convención Americana.
10. Recibir y examinar comunicaciones en las que un Estado parte alegue que otro
Estado parte ha incurrido en violaciones de los Derechos Humanos reconocidos en
la Convención Americana, de conformidad con el Artículo 45 de dicho instrumento.
100
No obstante, existen ciertos requisitos de admisibilidad para las peticiones o
comunicaciones presentadas a la CIDH, contenidas en el artículo 46 del Pacto de
San José, a saber: 1) el agotamiento de los recursos de la jurisdicción interna
conforme a los principios del Derecho Internacional generalmente reconocidos; 2)
que sea presentada dentro del plazo de seis meses, a partir de la fecha en que el
presunto lesionado en sus derechos haya sido notificado de la decisión definitiva;
3) que la materia de la petición o comunicación no esté pendiente de otro
procedimiento de arreglo internacional; y 4) en el caso del artículo 44, que la
petición contenga el nombre, la nacionalidad, la profesión, el domicilio y la firma de
la persona o personas o del representante legal de la entidad que somete la
petición. No obstante, el mismo artículo indica que los primeros dos requisitos
citados no aplicarán cuando no exista en la legislación interna del Estado de que
se trata, el debido proceso legal para la protección del derecho o derechos que se
alega han sido violados; cuando no se haya permitido al presunto lesionado en
sus derechos el acceso a los recursos de la jurisdicción interna, o haya sido
impedido de agotarlos; y finalmente, cuando haya retardo injustificado en la
decisión sobre los mencionados recursos.
Asimismo, de acuerdo con el artículo 47 del Pacto de San José, se
declarará la inadmisibilidad de las peticiones o comunicaciones ante la CIDH,
cuando: 1) falte alguno de los requisitos indicados en el artículo 46; 2) no exponga
hechos que caractericen una violación de los derechos garantizados por la
Convención; 3) la petición o comunicación resulte manifiestamente infundada o
sea evidente su total improcedencia; y 4) la petición o comunicación presentada
sea la reproducción de otra petición o comunicación ya examinada anteriormente
por la CIDH u otro organismo internacional. Las disposiciones sobre el
procedimiento seguido por la CIDH una vez que ha admitido una petición o
comunicación se establecen en la sección 4 del Pacto de San José.
Por su parte, en el caso de la CoIDH, con sede en San José de Costa
Rica,69 su Estatuto establece en el artículo 1 sobre la naturaleza y régimen jurídico
101
de la misma, que “es una institución judicial autónoma cuyo objetivo es la
aplicación e interpretación de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos. La Corte ejerce sus funciones de conformidad con las disposiciones de
la citada Convención y del… Estatuto [de la CoIDH]”; en este sentido, se dispone
en el artículo 2 que tiene una función jurisdiccional, de carácter contencioso,
regida por las disposiciones de los artículos 61, 62 y 63 de la Convención, y una
función consultiva regida por las disposiciones del artículo 64 de la Convención.
Tanto el Pacto de San José (Sección 1), como el Estatuto de la CoIDH (Capítulo
II), establecen que la CoIDH se compone de siete jueces, nacionales de los
Estados miembros de la OEA (no debiendo haber dos jueces de la misma
nacionalidad), elegidos por la Asamblea General de la OEA a título personal de
una lista de candidatos propuestos por los Estados, que deben ser juristas de la
más alta autoridad moral y de reconocida competencia en materia de Derechos
Humanos, que reúnan las condiciones requeridas para el ejercicio de las más
elevadas funciones judiciales, conforme a la ley del Estado del cual sean
nacionales o del Estado que los postule como candidatos. Su mandato es de seis
años con una posibilidad de reelección, y permanecerán en funciones hasta el
término de su mandato, no obstante, seguirán conociendo de los casos a que ya
se hubieran abocado y que se encuentren en estado de sentencia, a cuyos efectos
no serán sustituidos por los nuevos jueces elegidos. Las disposiciones sobre la
organización y el funcionamiento de la CoIDH se detallan en el Título I de su
Reglamento, aprobado por la CoIDH en su XLIX Período Ordinario de Sesiones,
celebrado en noviembre de 2001 y reformado parcialmente por la CoIDH en su
LXXXII Período Ordinario de Sesiones, que tuvo lugar en enero de 2009.
De acuerdo con el artículo 61 del Pacto de San José, únicamente los
Estados Partes y la CIDH tienen derecho a someter un caso a la decisión de la
CoIDH, por lo que este mecanismo queda fuera del alcance de los Pueblos
Indígenas, aunque en caso de ser presuntas víctimas en un caso, una vez
admitida la denuncia, pueden participar personalmente o a través de sus
representantes debidamente acreditados para la presentación de sus solicitudes,
argumentos y pruebas en forma autónoma durante todo el proceso, de acuerdo
102
con el artículo 24 del Reglamento de la CoIDH. Para que esta última pueda
conocer de un caso, tendrán que ser agotados los procedimientos previstos en los
artículos 48 – 50, que son parte de las actuaciones de la CIDH, mientras que el
artículo 62 del Pacto de San José dispone lo siguiente:
104
asegurar la eficacia de las medidas provisionales que después pueda tomar la
CoIDH en su próximo período de sesiones.
Sobre la función consultiva de la CoIDH, el artículo 64 del Pacto de San
José establece que los Estados miembros de la OEA podrán consultar a la CoIDH
acerca de la interpretación del Pacto de San José o de otros tratados
concernientes a la protección de los Derechos Humanos en los Estados
americanos; asimismo, los órganos enumerados en el Capítulo X de la Carta de la
OEA, reformada por el Protocolo de Buenos Aires, podrán realizar consultas a la
CoIDH, mientras que esta, a solicitud de un Estado miembro de la OEA, podrá
darle opiniones acerca de la compatibilidad entre cualquiera de sus leyes internas
y los mencionados instrumentos internacionales. Las disposiciones concernientes
a las opiniones consultivas se detallan en el Título III del Reglamento de la CoIDH.
Además de los instrumentos hasta aquí citados, el SIDH cuenta con otros
documentos básicos de Derechos Humanos, a saber: la Convención
Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura, adoptada en 1985 y en vigor
dese 1987; el Protocolo a la Convención Americana sobre Derechos Humanos
relativo a la Abolición de la Pena de Muerte, adoptado en 1990 y en vigor desde
1999; la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la
Violencia Contra la Mujer, conocida también como "Convención de Belém do
Pará", adoptada en 1994 y en vigor desde 1995; la Convención Interamericana
sobre Desaparición Forzada de Personas, adoptada en 1994 y en vigor desde
1996; la Convención Interamericana para la Eliminación de todas las Formas de
Discriminación contra las Personas con Discapacidad, adoptada en 1999 y en
vigor desde 2001; la Carta Democrática Interamericana, adoptada en 2001; la
Declaración de Principios sobre Libertad de Expresión, adoptada en 2000; los
Principios y Buenas Prácticas sobre la Protección de las Personas Privadas de
Libertad en las Américas, adoptados en 2008; y finalmente, la Convención
Interamericana contra toda Forma de Discriminación e Intolerancia y la
Convención Interamericana contra el Racismo, la Discriminación Racial y Formas
Conexas de Intolerancia, ambas adoptadas en 2013, mismas que a 2014 no han
entrado en vigor.
105
Otro instrumento del SIDH es el Fondo de Asistencia Legal de Víctimas,
creado en 2008 por la Asamblea General de la OEA, al cual tienen acceso tanto la
CIDH como la CoIDH según lo dispuesto en el Reglamento de la CIDH sobre el
Fondo de Asistencia Legal del SIDH, en vigor desde 2011, y el Reglamento de la
CoIDH sobre el Funcionamiento del Fondo de Asistencia Legal de Víctimas, en
vigor desde 2011. En el caso del primer Reglamento, el artículo dos dispone que
“la Comisión podrá conceder recursos del Fondo de asistencia legal a solicitud
expresa del peticionario o peticionaria en una denuncia que haya sido declarada
admisible o respecto a la cual la Comisión haya comunicado su decisión de
acumular el análisis de admisibilidad con el fondo del asunto”, que serán
otorgados siempre y cuando haya recursos disponibles a las personas que
demuestren la carencia de recursos suficientes para sufragar total o parcialmente
los gastos derivados del proceso de recolección y remisión de documentos
probatorios, así como los gastos relacionados con la comparecencia de la
presunta víctima, testigos o peritos a audiencias ante la Comisión, y otros gastos
que la Comisión estime pertinentes para el procesamiento de una petición o de un
caso (artículos 3 y 4). El segundo Reglamento, por su parte, establece en su
artículo 2 que “la presunta víctima que desee acogerse al Fondo de Asistencia
Legal de Víctimas deberá hacerlo saber a la Corte en su escrito de solicitudes,
argumentos y pruebas. Deberá demostrar, mediante declaración jurada y otros
medios probatorios idóneos que satisfagan al Tribunal, que carece de recursos
económicos suficientes para solventar los costos del litigio ante la CoIDH e indicar
con precisión qué aspectos de su defensa en el proceso requieren el uso de
recursos del Fondo de Asistencia Legal de Víctimas”.
Al igual que en el Sistema Universal de Protección de los Derechos
Humanos, el interés por los casos relacionados con los Pueblos Indígenas
solamente tomó relevancia en el sistema interamericano como resultado de las
reivindicaciones del Movimiento Indígena, principalmente del Latinoamericano,
que trajo consigo el desarrollo de instrumentos normativos de carácter específico.
James Anaya (2005) hace hincapié en el hecho de que, la elaboración de normas
internacionales de Derechos Humanos, como es el caso de los derechos de los
106
Pueblos Indígenas, suele ser paralela, y muchas veces simultánea, a la creación
de mecanismos para su control, por lo que la aplicación de normas relativas a los
Pueblos Indígenas se ve reforzada por un conjunto de procedimientos en los que
tienen participación las instituciones internacionales.
Esta ha sido la experiencia en el sistema interamericano, el cual, a pesar de
no contar con instrumentos jurídicos específicos para los Pueblos Indígenas, como
ha sido reiterado en este trabajo, ha desarrollado una amplia jurisprudencia sobre
la defensa de sus derechos tanto individuales como colectivos, contando desde
1990 con una Relatoría sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas,70 con sede
en Washington, D.C., creada por la CIDH con el objetivo de “brindar atención a los
pueblos indígenas de América, que se encuentran especialmente expuestos a
violaciones de Derechos Humanos por su situación de vulnerabilidad, así como de
fortalecer, impulsar y sistematizar el trabajo de la propia Comisión Interamericana
en el área”, y sus funciones de acuerdo a su mandato son las siguientes (OEA,
2014a):
1. Promover el desarrollo del SIDH en materia de protección a los Pueblos
Indígenas, y en especial, promover el avance y consolidación de la
jurisprudencia del sistema sobre derechos de los pueblos indígenas. En este
ámbito, promover y facilitar el acceso de los pueblos indígenas al sistema
interamericano.
2. Participar en el análisis de peticiones individuales y solicitudes de medidas
cautelares en las que se aleguen presuntas violaciones de los derechos de los
Pueblos Indígenas y/o de sus miembros.
3. Apoyar la realización de visitas in loco a los países miembros de la OEA
para profundizar en la observación general de la situación, y/o para investigar
una situación particular de Pueblos Indígenas, así como participar en la
preparación del informe respectivo de la visita.
70Los Relatores sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de la OEA han sido: Patrick Lipton
Robinson, de Jamaica (1991 – 1995); Carlos Ayala Corao, de Venezuela (1996 – 1999); Claudio
Grossman, de Chile (2000 – 2002); Julio Prado Vallejo, de Ecuador (2000 – 2003); José Zalaquett
Daher, de Chile (2004 – 2005); Paolo Carozza, de E.U.A. (2006 – 2008); Victor Abramovich, de
Argentina (2008 – 2009); Dinah Shelton, de E.U.A (2010 – 2013); y Rose-Marie Belle Antoine, de
Santa Lucía, y Trinidad y Tobago (2014).
107
4. Elaborar informes temáticos sobre aspectos atinentes a los Derechos
Humanos de los Pueblos Indígenas en el hemisferio, que contengan
recomendaciones a los Estados miembros de la OEA sobre la adopción de
medidas que contribuyan a promover y garantizar los Derechos Humanos de
los Pueblos Indígenas.
5. Realizar y participar en conferencias, seminarios y reuniones de distinto
carácter con representantes de los gobiernos, la academia, la sociedad civil y
los pueblos indígenas con el objeto de difundir y analizar los temas propios de
su mandato.
6. Prestar colaboración permanente a la presidencia y al Grupo de Trabajo del
Consejo Permanente de la OEA encargado de elaborar el Proyecto de
Declaración Americana sobre Derechos de los Pueblos Indígenas.
108
Este proceso fue reforzado en 1997 al ser aprobado el Proyecto de
Declaración Americana sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas en el seno
de la CIDH, hecho que marcó un hito en sus esfuerzos por la promoción y defensa
de los Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas americanos (OEA, 2000).
Dicho documento recoge sugerencias y comentarios de los gobiernos,
organizaciones indígenas e intergubernamentales, expertos, y reuniones
especiales de consulta que se realizaron entre octubre de 1995 y febrero de 1997,
sobre la base de un Borrador de Consulta aprobado por la CIDH en su 901
Período de Sesiones, y toma en cuenta la tarea de Naciones Unidas y otras
organizaciones gubernamentales; para las consultas nacionales y regionales, la
CIDH contó con el apoyo del I.I.I., de la Unidad para la Promoción de la
Democracia, del Instituto Interamericano de Derechos Humanos, del Fondo
Indígena, así como con la cooperación financiera del Banco Interamericano de
Desarrollo -BID- (CIDH, 1996).
Los pronunciamientos de la CIDH sobre los derechos de los Pueblos
Indígenas se han dado a través sus informes especiales, del sistema casos, en
informes de admisibilidad, informes de fondo, informes de solución amistosa, el
mecanismo de medidas cautelares, así como también a través de demandas y
solicitudes de medidas provisionales interpuestas ante la CoIDH; asimismo, la
CIDH ha exigido una especial protección al derecho de los Pueblos Indígenas
sobre sus territorios, en el entendido de que su goce efectivo implica, más allá de
la protección de una unidad económica, la protección de los Derechos Humanos
de una colectividad que basa su desarrollo económico, social y cultural en la
relación con la tierra. Es así como, a través de los distintos casos que han
atendido tanto la CIDH como la CoIDH, el SIDH han desarrollado una
jurisprudencia progresiva en la que se reconoce los derechos colectivos de los
Pueblos Indígenas (OEA, 2014a).
A partir de los primeros informes de la CIDH sobre Colombia y Guatemala
en 1993, se inició una práctica sistemática de incluir en los informes sobre países
del órgano una consideración específica sobre la situación de los Pueblos
Indígenas, lo que en la práctica actual se refleja en la inclusión de capítulos
109
enteros sobre Pueblos Indígenas en muchos de sus informes individuales sobre
países (Anaya, 2005); sin embargo, el caso más emblemático del SIDH es el de la
Comunidad Mayagna (Sumo) Awas Tingni Vs. Nicaragua, que fue la primera
sentencia dictada por la CoIDH sobre los derechos de los Pueblos Indígenas, con
fecha del 31 de agosto de 2001; el caso fue sometido a la CoIDH en 1998 por la
CIDH, contra el Estado de Nicaragua, el cual se originó en la denuncia No. 11.577,
presentada ante la Secretaría de la Comisión el 2 de octubre de 1995 por el señor
Jaime Castillo Felipe, Síndico de la Comunidad, en representación de ésta, y en la
cual también se solicitó la adopción de medidas cautelares, en virtud de que
supuestamente el Estado se disponía a otorgar una concesión a la empresa Sol
del Caribe, S.A. (SOLCARSA) para comenzar la explotación de madera en las
tierras comunales. El representante legal de la comunidad fue James Anaya, quien
posteriormente sería Relator Especial de las Naciones Unidas sobre los Derechos
de los Pueblos Indígenas. La CoIDH falló a favor de la comunidad de Awas Tingni
con una mayoría de siete votos contra uno. Así, este caso se convertiría en el
punto de partida hacia un amplio desarrollo jurisprudencial en el SIDH, siendo
habitual, como indican Galvis y Ramírez (2011), que tanto la CIDH como la CoIDH
tomen como base en sus decisiones, otros instrumentos específicos para la
protección de los derechos de los Pueblos Indígenas, como el Convenio No 169
de la OIT o la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas, con el
objetivo de dar un alcance más amplio a los derechos consagrados en el Pacto de
San José y en los otros instrumentos interamericanos.
110
interestatales desde 1648 cuando finalizó la Guerra de los Treinta Años (en la cual
se reconoció por primera vez al Estado como único y principal portador de
derechos y deberes conferidos por el derecho internacional (Held, 1997), la
denominada “soberanía” de los Estados, y por otro, daba inicio a la configuración
de un nuevo orden mundial que traería el acenso gradual de los Estados Unidos
de América -E.U.A.- como la primera potencia no euroasiática en la historia y la
primera con un carácter realmente global (Brzezinski, 1998).
Los intentos liberales por evitar una conflagración tan devastadora como lo
fue la Primera Guerra Mundial, también llamada Gran Guerra (1914-1918), habían
llevado a las superpotencias del momento a aliarse en la Liga de las Naciones o
Sociedad de Naciones, pero sus intenciones se verían más que opacadas con el
advenimiento de la colosal destrucción experimentada entre 1939 y 1945. La
poderosa Europa, cuna de la civilización occidental yacía en ruinas y daba la
oportunidad perfecta para el acenso de los E.U.A. en la escena internacional.
No obstante, pasarían poco más de cuatro décadas para que el nuevo
orden mundial se concretara, y fue en esta etapa, denominada Guerra Fría (1945-
1989) que se sentaron las bases, llamada así porque las dos potencias militares
más poderosas E.U.A., en el frente capitalista, y Rusia, en el frente comunista, en
realidad nunca recurrieron a una contienda armada, sino que se atacaban con
propaganda y medidas económicas, así como mediante políticas de no
cooperación mutuas (Lowe, 2010).
El primer pilar sería la formación de la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) en 1945, que tendría como uno de sus principales fines la creación de un
foro de cooperación pacífica de carácter internacional en el que los países
desarrollados concretarían su voluntad de ofrecer ayuda técnica y financiera a los
países menos desarrollados mediante la denominada Ayuda Oficial para el
Desarrollo o AOD (Acuña & Vergara, 2009), como organismo sucesor de la
fracasada Liga de las Naciones que había sido ideada por el entonces presidente
de los E.U.A., Wodrow Wilson, como medio para el cumplimiento del Tratado de
Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial y que buscaba evitar futuras
guerras; pero de la cual ni E.U.A. ni Rusia formarían parte. Esto representó el
111
declive del idealismo, que planteaba la posibilidad de procurar la paz entre las
naciones a través de la formación de instituciones, y el cual había influido
grandemente el pensamiento liberal, que en el período de entreguerras sería
duramente criticado (Mingst, 2009).
Esto daría pie a una nueva escuela de pensamiento llamada “realismo
político”, que dominaría el pensamiento sobre las relaciones internacionales tanto
en Europa como en los E.U.A. durante la Guerra Fría (Keohane y Nye, 2005), y en
la cual estaría cimentada la arquitectura de la ONU, como acertadamente es
descrito por Held (1997), pues en ella se representaban los intereses geopolíticos
de los poderosos Estados de la posguerra, sobre todo a través de la Carta de la
ONU y documentos relacionados en los que se estipulaba un carácter todavía
soberano de aquéllos, aunque unidos a través de relaciones que los instaba a
resolver sus desacuerdos a través de medios pacíficos y conforme a criterios
legales, así como de disposiciones como el poder de veto garantizado a los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, que cercioraba la
autoridad y legitimidad de las disposiciones de los Estados más poderosos y
protegía sus acciones unilaterales en la censura y las sanciones; asimismo, la
dependencia de la ONU de los recursos financieros aportados por sus miembros
hizo que el organismo subordinara sus acciones a los intereses individuales de los
Estados.
Se considera entonces que, pese a que en un principio la ONU tuvo un
fundamento de tipo democrático liberal, su estructura pronto se vio minada por el
pensamiento realista de la época, cuyo principal exponente, H. Morgenthau
(1986), establece que los estados siempre actuarán de acuerdo a sus intereses
nacionales expresados en términos de poder, que puede comprender desde la
coerción física hasta el más sutil lazo mediante el cual una mente controla a otra,
lo que denota una marcada desigualdad entre las naciones, pese a su
reconocimiento en el ámbito del derecho internacional como iguales; esto presenta
un desacuerdo entre la estructura de las relaciones internacionales y la realidad
política internacional, que en sus palabras “es lo que ha causado la
inmanejabilidad de las relaciones internacionales hasta límites de anarquía” (p.16),
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por ello, la búsqueda del equilibrio del poder en un mundo bipolar constituía una
premisa fundamental para el diseño de las políticas estadounidenses.
Esto conduce a la noción de un segundo pilar, constituido por la
implementación del Plan Marshall para la reconstrucción de los Estados europeos,
un instrumento que E.U.A. utilizaría con la finalidad de contener la