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LA HIJA DEL

SEPULTURERO
De Gastón Quiroga

gastonqui@argentina.com

www.gastonquiroga.blogspot.com

Esta obra ha sido seleccionada como finalista en el Certamen

Internacional de Textos Teatrales “Ricardo López Aranda”

(Santander, España, 2005)


Personajes:

Mauricio

Madre

Nilda

(Sala en una casona de pueblo. Maniquíes, telas, tijeras, y otros

elementos de costura abundan por todas partes. La madre, mujer

entrada en años, se halla sentada en su silla de ruedas. Mauricio, de

unos veinticinco años de edad, sentado a sus pies, canta una

antigua canción de cuna mientras cose cuidadosamente una

mortaja. Cuando finaliza la canción, la madre se aleja de Mauricio.)

Madre-. ¿Terminaste? Fue espantoso. Cada vez lo hacés peor.

¿Cuántas veces tengo que decirte que no tenés habilidades para el

canto? Ni para el canto ni para ninguna otra cosa. Yo no creo que

resista una noche más.

Mauricio-. ¿Quién?

Madre-. La hija del sepulturero. No creo que pase de esta noche.

¡Qué horror! ¡No quisiera estar en el lugar de ese padre! Quizás sin

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saberlo, esta tarde cavaba la fosa donde mañana sepultará a su hija.

Es terrible. Yo soy afortunada de tenerte a vos…… Javier.

Mauricio-. Mauricio.

Madre-. Sería capaz de matarme, antes que tener que cavar tu

tumba con mis propias manos.

Mauricio-. ¿Matarte? Eso sería un grave error.

Madre-. ¿Por qué, hijo mío?

Mauricio-. Porque si lo hicieras vendría la policía, y en esta casa no

queremos policías.

Madre-. Es verdad. Uniformados eran los de antes, los que daban la

vida por su pueblo, como tu hermano Javier. Y hablando de

uniformes, ¿cómo va eso?

Mauricio-. Ya casi está. (Le entrega la mortaja)

Madre-. ¿A ver?... Muy bien… una obra de arte. Esperemos que le

vaya bien. Hace dos años que cumplió los quince. Las medidas no

pueden haber cambiado mucho. El crecimiento propio de la edad se

compensa con el declinar de la enfermedad. Muy bien. Ahora sólo

nos queda esperar. ¿Te das cuenta, hijo mío? Si la gente se muriera

más seguido nosotros viviríamos con menos preocupaciones. Nos

sería mucho más fácil mantenernos y mantener esta casa… A

propósito, hay que lustrar los bronces. Deben estar tapados por el

polvo.

Mauricio-. Los lustramos hace poco.

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Madre-. Sabés que me gusta que reluzcan como el primer día.

Sacalos, dale. Hay que tenerlos en condiciones para cuando

venga… esa chica…la hija de Felipe. ¿Cuándo dijo que vendría?

Mauricio-. En una semana.

Madre-. Me resulta extraño que quiera visitarnos.

Mauricio-. No conoce a nadie aquí. Y no viene a visitarnos. Viene a

buscar empleo.

Madre-. Eso es lo extraño. Que venga desde Buenos Aires a buscar

trabajo en este pueblucho de mala muerte.

Mauricio-. Ella nació aquí. Su padre era de aquí. Tal vez quiera…

recuperar su pasado.

Madre-. ¿De qué pasado me estás hablando? ¿A quién puede

ocurrírsele pensar en el pasado, y mucho menos recuperarlo?

Mauricio-. Tal vez a aquellos que han perdido la memoria.

Madre-. ¡Por favor! Está lleno de viejas arterioscleróticas que

perdieron la memoria, no se acuerdan ni cómo se llaman y por eso

no vuelven al pueblo donde nacieron a recuperar su pasado.

Mauricio-. Las viejas arterioscleróticas han olvidado que en algún

lugar, todos tenemos un pasado. En la memoria, en un cajón

olvidado, de esos que hace mucho que no abrimos, o en un rincón

del sótano, envuelto en una sábana vieja. (Queda pensativo. La

madre se acerca. Lo mira, lo toma de una mano).

Madre-. ¿Estará muy consumida?

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Mauricio-. (Que sigue en su pensamiento) No sé… hace mucho que

no…

Madre-. (Lo interrumpe enseguida) ¿Sabés de quién te hablo, no?

De la hija del sepulturero. ¿Estará muy consumida, muy arruinada?

Mauricio-. No sé.

Madre-. Yo sí sé. Tantos meses a suero y medicamentos hacen que

el cuerpo empiece a consumirse antes de perecer. ¡Dios no lo

permita!

Mauricio-. Y eso a nosotros, ¿qué nos importa?

Madre-. ¿Cómo qué nos importa? Si la difunta está muy consumida

la van a velar a cajón cerrado. ¿Y si la velan a cajón cerrado me

querés decir quién diablos le va a mirar la mortaja? (Se lamenta,

llorosa) ¡Tanto esfuerzo, noches sin dormir, cuidando que cada

puntada sea perfecta! ¡Tanta dedicación! ¿Para qué? ¿Para qué me

querés decir? Si nadie… ¡nadie va a poder apreciar lo sublime de

nuestra creación! (cambia repentinamente su tono, de lamentoso a

inquisidor). ¿Te parece una buena chica?

Mauricio-. Sí. No sé. Después de todo qué importa. Si igual se va a

morir.

Madre-. ¿Cómo que se va a morir? ¿De dónde sacaste eso? ¿Está

enferma?

Mauricio-. ¿Acaso no estamos preparando su mortaja?

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Madre-. Vos me seguís hablando de la hija del sepulturero, y yo te

estoy hablando de la hija de Felipe. La que te escribió diciendo que

viene a visitarnos. Te pregunté si era bonita.

Mauricio-. Me preguntaste si era buena chica.

Madre-. Y ahora te pregunto si es bonita. Y no me contestás ni una

cosa ni la otra. Y yo termino hablando sola como siempre.

Mauricio-. Es buena… y es bonita.

Madre-. ¿Te gusta?

Mauricio-. No.

Madre.- (Precavida) ¿Decime, a vos te gustan las mujeres?

Mauricio-. (Incómodo, no sabe que le conviene contestar) Sí.

Madre-. (Arremete inquisidora) ¿Quién es? ¿Quién te gusta?

¿Dónde la conociste?

Mauricio-. ¡No! Me equivoqué. No me gustan.

Madre.- ¿Entonces te gustan los hombres?

Mauricio.- No, mamá.

Madre.- ¿Y entonces qué te gusta?

Mauricio.- Nada.

Madre.- ¿Nada? ¿Cómo puede ser que no te guste nada? Si no te

gustan las mujeres y tampoco te gustan los hombres, entonces

alguna otra cosa te tiene que gustar. ¿Te gustan los animales?

Mauricio.- Sí. Digo… no.

Madre.- Te gustan los animales.

Mauricio.- Me gustan, sí. Pero no como vos pensás.

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Madre.- ¿Y vos cómo sabés lo que yo pienso?

Mauricio-. Yo sé, yo sé…

Madre-. Vos no sabés nada. ¿Qué vas a saber? Joderme la vida a

mí. Eso sabés. (Pausa) Estoy segura de que esa chica no viene

solamente a buscar trabajo, algo me dice que viene aquí por otra

cosa. (Mauricio la mira incómodo) ¿Por qué te quedás así,

mirándome como un tarado? No sé qué te habrá escrito en esas

cartas pero… no serás tan estúpido como para pensar que esa

mujer se enamoró de vos. Mirá si con todos los candidatos que debe

tener en Buenos Aires va a viajar cientos de kilómetros para venir a

verte a vos. ¡A vos! ¡Un minusválido que vive de la muerte de los

demás! ¡Por favor! Yo fui muy amiga de Felipe. Y seguramente él le

habrá hablado muy bien de mí. Felipe le debe haber contado que

soy una gran persona, una gran mujer, una gran madre…

Mauricio-. (Por lo bajo) Una gran puta…

Madre-. Dejate de murmurar a mis espaldas. Ahora entiendo porqué

viene esa chica. Viene a conocerme a mí. (Ríe recordando) ¡Felipe

le habrá contado tantas cosas! De cuando íbamos a bailar con tu

padre y él. ¡Era un loco! Era un loco divertido. ¡Sí! Felipe era unos de

esos locos con los que uno puede pasar horas hablando de

cualquier cosa sin aburrirse ni un momento. Le bastaba tomar una

copa para ser el alma de cualquier fiesta.

Mauricio-. Mamá, ¿porqué en vez de casarte con papá no te

casaste con Felipe?

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Madre-. Felipe era de esos hombres que no nacen para casarse. Él

decía que el vino y las mujeres estaban hechos de la misma cepa, y

como no se conformaba con una sola copa, tampoco lo hacía con

una sola mujer. Nunca hubiese sido feliz a su lado.

Mauricio-. Pero con papá… tampoco fuiste feliz.

Madre-. ¡Ja! ¡Tu padre! Con tu padre no sólo no fui feliz sino que me

arruinó la vida. ¡Cómo pude soportarlo tantos años! ¿Cómo pude

respirar todas las noches al lado de un hombre al que detestaba?

¿Cómo pude tener hijos con ese adefesio? Menos mal que nos

abandonó, y menos mal que se murió.

Mauricio-. No sabemos si se murió.

Madre-. ¡Cómo podría haber sobrevivido si era un ser

completamente inútil! Para todo dependía de mí, igual que vos.

¿Qué te pasaría si algún día te fueras de aquí, si me abandonaras?

Te morirías. Te caerías bien muerto antes de que pudieras dar dos

pasos para volver a que tu madre te proteja. Por eso vos nunca te

vas a ir, ¿no es cierto? Vos nunca me vas a abandonar. Ya sé. Te

dieron ganas de abrazarme. Abrazame, vení. ¡Siempre tan

vergonzoso mi nene! Vos no tenés la culpa de ser un estúpido, mi

amor. Es culpa de tu padre, y de su sangre y de su estirpe… ese

linaje de opas que era su familia. Tu hermano Javier sin embargo

salió a mí. Inteligente, astuto, lleno de perseverancia. Hubiese sido

un triunfador sino fuera por… (Se frena) ¡Tan fuerte que era!…

Como comía, ¿te acordás? Devoraba todo. Cuando tu padre nos

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abandonó y no teníamos ni qué comer… yo sufrí tanto por él. Vos

escupías lo que se te diera, y él… siempre pedía más, y nunca

había. Me miraba así… tan chiquito… suplicándome un plato más. Y

yo sentía tanta impotencia, tanta rabia, tantas ganas de salir a robar

para que no siguiera mirándome así. (Mauricio ríe).

Madre.- ¿De que te reís?

Mauricio.- Que mala suerte, ¿no?

Madre.- ¿Qué mala suerte qué?

Mauricio.- Que mala suerte tuviste con Javier. Tanto preocuparte

por darle de comer y al final se murió igual.

Madre.- ¿Cómo te atrevés? (Comienza a golpearlo brutalmente)

¿Cómo te atrevés a burlarte de la muerte de tu hermano?

¡Desgraciado! ¡Basura! ¡Tendrías que haberte muerto vos, no él!

(Pausa. Mauricio la mira temeroso, acurrucado, desde el suelo)

¿Estará muy flaca? Supongo que sí. Tendríamos que ir a visitarla,

¿no te parece? Así podríamos echarle un vistazo y calcular mejor las

medidas. Una mortaja demasiado grande puede llegar a disimularse

pero si le queda chica ¿qué hacemos? Probátela.

Mauricio-. Sabés que no me gusta, mamá.

Madre-. No me importa lo que te gusta o lo que te deja de gustar.

Quiero ver cómo te queda. (Mauricio empieza a vestirse con la

mortaja).

Madre-. Sin pantalones. ¿O es que te da pudor quitarte los

pantalones delante de tu madre? ¡Qué ridículo! ¡Delante mío que te

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cambié los pañales durante años! ¡Durante años, sí! ¡Acordate!

Acordate de cuando salías todo mojado del colegio. Me obligabas a

soportar las burlas y las sonrisas cómplices de esas chusmas, las

madres de tus compañeros: “¿Así que Mauricio de nuevo se hizo

encima?” Ahora que sos grande ya podés decirme la verdad: ¿Te

orinabas a propósito para hacerme pasar vergüenza, no es cierto?

Contestá. ¿Por qué lo hacías?

Mauricio-. No sé. No me aguantaba.

Madre-. ¡Ja! ¡Mírenlo al señorito! ¡No se aguantaba! Hasta yo que

estoy postrada en esta silla controlo perfectamente mis esfínteres.

¡Pero el señor no se aguantaba y se meaba delante de todo el

mundo! ¿A vos te gustaría que yo me orine encima, que ande por la

casa toda meada cuando vienen visitas?

Mauricio-. Nosotros nunca tenemos visitas.

Madre-. Pero vamos a tener. Va a venir esa chica, la hija del

sepulturero.

Mauricio-. La hija de Felipe.

Madre-. No hace falta que me corrijas. (Tentada de risa por la

ocurrencia) ¿Te imaginás? Que llegase aquí la hija del sepulturero

con su tubo de oxígeno bajo el brazo y nos dijera: “Vengo a

probarme la mortaja, pienso morirme mañana por la noche”. ¡Ay, así

tendría que ser este negocio! Los muertos deberían elegir su ataúd,

su tumba, su mortaja, como se eligen las zanahorias en una

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verdulería. Sería maravilloso. Una fila de muertos en la puerta de

casa ansiosos por probarse el atuendo.

Mauricio-. (Que viste la mortaja y le sienta demasiado chica) Me

aprieta.

Madre-. A ver, date vuelta.

Mauricio-. No puedo respirar.

Madre-. Mejor. Los muertos tampoco lo hacen. No está mal, eh.

¿Sabés en qué estoy pensando? En una estrategia para

promocionarnos, ¿qué te parece? (Mauricio hace un gesto. Casi no

puede hablar) En un desfile estoy pensando. Hay desfiles para

chicos, desfiles para gente extravagante, desfiles para hombres,

para mujeres, para novias, para embarazadas, pero desfiles para

muertos no hay ninguno. Al menos que yo sepa. ¡Sí, sí, sí! ¿Cómo

no lo pensé antes? Vamos a organizar un desfile para muertos.

Mauricio-. ¿Quién va a venir?

Madre-. Las personas que quieran morirse. Los suicidas, los

enfermos, los viejos, la gente de buena posición que no sabe en qué

gastar su dinero. ¡Va a ser una gran cosa! ¿No me felicitás por la

idea que tuve?

Mauricio-. Te… (Toma aire profundamente para poder hablar)

felicito.

Madre-. Caminá, movete un poco. ¡Qué muerto más aburrido, por

Dios! Yo soy la diseñadora, vos el modelo. Mauricio lleva puesta una

fina mortaja de seda, que no se putrifica con el correr del tiempo,

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especialmente diseñada para cadáveres de buen vestir. Quien ha

vestido bien toda su vida no debe resignarse a que sus parientes lo

envuelvan en cualquier trapo viejo después de muertos. (Pausa. Se

miran incómodos). Le tiene que ir bien. Sacátela. Con cuidado.

(Mauricio lucha para quitarse la mortaja). Acordate que se debe

tener mucho cuidado con estas cosas.

Mauricio-. Se rompió.

Madre-. ¿Qué? Se descosió querrás decir.

Mauricio-. Se rompió en la espalda. (Gira y la madre ve el enorme

tajo en la espalda).

Madre-. (Tapándose los ojos) ¡No me la muestres!

Mauricio-. Ya la viste.

Madre-. No la vi.

Mauricio-. Sí, la viste.

Madre-. ¡Sí, la vi! No tendrías que habérmela mostrado. ¿Por qué lo

hiciste?

Mauricio-. ¿Por qué miraste? Te dije que se había roto.

Madre-. No se debe mirar. Estas cosas no se deben mirar.

Mauricio-. ¿Qué vamos a hacer ahora?

Madre-. Nada. No vamos a hacer nada. Es un tajo, un tajo en la

espalda, nada más.

Mauricio-. Una mortaja rota es signo de…

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Madre-. ¡De nada! ¡No seas supersticioso! De lo único que hay que

preocuparse ahora es que la hija del sepulturero va a morirse y no

tenemos mortaja. ¿Te parece poco?

Mauricio-. Lo otro me parece peor. Cuando una mortaja se rompe y

alguien la mira se dice que…

Madre-. ¿Quién lo dice?

Mauricio-. Vos. Siempre lo decís.

Madre-. Significa que alguien va a morir.

Mauricio-. De una forma espantosa.

Madre-. De una forma terrible.

Mauricio-. Es absurdo. ¿De dónde sacaste eso, mamá?

Madre-. Me lo enseñó mi padre, que en paz descanse.

Mauricio-. Creo que será mejor que no creamos en esas cosas.

Madre-. Si uno de nosotros muriera por culpa de ese tajo en la

espalda, no me perdonaría haberlo visto. No te perdonaría

habérmelo mostrado. ¡Cómo poder soportar otro crimen!

Mauricio.- ¿Otro crimen, dijiste? Quisiste decir que…

Madre.- No quise decir nada.

Mauricio.- Otro crimen dijiste.

Madre.- Sí, sí, otro crimen. ¿No se cometen crímenes horrendos en

todas partes del mundo todos los días? Basta con verlo por

televisión.

Mauricio.- Nosotros no tenemos televisión.

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Madre.- Pero podemos verlo en las vidrieras de la tienda de

electrodomésticos, cuando me llevás al traumatólogo.

Mauricio-. No sé para qué vas tan seguido al traumatólogo. Él dice

que no tenés nada.

Madre-. Y yo no sé para qué vas tan seguido a la tienda de

electrodomésticos. Cada vez que salís encontrás alguna buena

excusa para pasar por allí. Haciendo papelones, plantificado frente a

la vidriera como un zombie. Vos mismo me lo has contado.

Mauricio-. Mamá, si yo cometiera un crimen, si matara a alguien,

¿vos me delatarías?

Madre-. Por supuesto que no.

Mauricio-. En ese caso serías mi cómplice. Y si pasado el tiempo, te

arrepintieras y quisieras delatarme, ya no habría vuelta atrás. Serías

tan culpable como el asesino. Callar también es una forma de

asesinar.

Madre.- No sé por qué salís con esas cosas. En esta casa sólo

vivimos nosotros dos. Y yo no voy a matarte y vos a mí tampoco.

Mauricio.- ¿Entonces?

Madre.- Entonces es muy probable que entren ladrones o terroristas

y nos pongan un arma en la sien o una bomba debajo del ropero y

nos hagan a estallar a los dos. No, a los dos no. Porque se supone

que debe ser un crimen, no dos. Yo no quiero que te maten, hijo.

Mauricio.- Pero podrían matarme.

Madre.- Ni quiero que me maten a mí.

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Mauricio.- Pero podrían matarte. ¿A quién otro van a matar si acá

sólo vivimos vos y yo?

Madre.- Al perro.

Mauricio.- No tenemos perro, mamá.

Madre.- Es verdad, no tenemos perro. ¡Qué problema! Pero

podríamos conseguir uno.

Mauricio.- Sí, me gustaría. Lo perros sí que saben dar cariño, a

veces más que las personas.

Madre.- ¿Viste que yo tenía razón? Te gustan los animales.

Mauricio.- Traigamos un perro, mamá.

Madre.- ¡Sos un degenerado! Te gustan los animales.

Mauricio.- ¡No!

Madre.- ¡Asqueroso! Un perro es un animal inmundo, sucio, que

hace sus necesidades en cualquier parte, y preferís el cariño de un

perro al de tu propia madre.

Mauricio.- (Resignado) Tenés razón, mamá. No me gustan los

perros.

Madre.- ¿Y entonces qué te gusta?

Mauricio.- A mi me gustas vos mamá.

Madre.- Eso es lo que quería escuchar. Mi bebé… ¿Así que te

gusto? Decime, ¿te parezco linda?

Mauricio.- Sí. Muy linda.

Madre.- ¡Ja! Si hubieras nacido antes… No sabés que pedazo de

mujer era yo a los veinte, o a los treinta. Decime una cosa, si no

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fueses mi hijo, es decir, si yo no fuese tu madre, ¿te casarías

conmigo? Contestá. ¿Te casarías conmigo?

Mauricio.- (Incómodo) No sé, podría ser, qué se yo.

Madre.- Sin embargo yo nunca me casaría con vos.

Mauricio.- ¿Por qué?

Madre.- Porque ya me casé una vez con un idiota y me fue muy mal.

Mauricio.- Yo no soy idiota.

Madre.- (Ríe) ¡Ja! ¡Mírenlo! ¡Se cree vivo! ¡Se cree inteligente! Vos

naciste idiota y quedaste todavía más idiota después de la

poliomielitis.

Mauricio.- Meningitis.

Madre.- ¡Lo que sea! La cuestión es que seguirás siendo idiota por

el resto de tus días y hasta que te mueras.

Mauricio.- O hasta que vos te mueras.

Madre.- Vos vas a morirte primero.

Mauricio.- ¿Cómo sabés?

Madre.- Me lo dijo alguien que sabe mucho de esas cosas.

Mauricio.- ¿El médico? ¿Te lo dijo el médico?

Madre.- Me lo dijo una gitana.

Mauricio-. ¿Las gitanas qué saben de la muerte?

Madre-. Saben. Mucho más que vos.

Mauricio-. ¿Te parece? (Se miran. La madre incómoda. Mauricio

con cierta ironía) ¿Más que yo?

(PAUSA)

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Madre-. Mejor hablemos de…

Mauricio-. (Rápido) De cine, ¿te parece? Hablemos de cine, de

películas, de las películas que veías en tu juventud.

Madre.- (Recuerda embelesada. Suspira) ¡Las películas de Clark

Gable! ¿Alguna vez te conté que yo tenía un amante… quiero decir,

un novio, que era idéntico a Clark Gable?

Mauricio.- No, no me lo habías contado.

Madre.- Era igualito. ¡Dos gotas de agua! Era Clark Gable en

persona.

Mauricio.- ¿Felipe? (Ella lo mira) ¿Felipe era tu amante?

Madre.- Felipe no se parecía a Clark Gable.

Mauricio.- Pero era tu amante.

Madre.- Pero no se parecía.

Mauricio.- ¿Por qué no me contestás lo que te pregunto?

Madre.- Porque no estamos discutiendo si Felipe era o no era mi

amante. Estamos discutiendo si se parecía o no a Clark Gable.

Mauricio.- Pero yo quiero discutir sobre si era o no tu amante.

Madre.- Y yo quiero discutir si se parecía o no a Clark Gable.

Mauricio-. Ya pasó mucho tiempo. Podés contármelo ahora. Felipe

y vos…

Madre-. (Interrumpe escandalizando) ¡Tenía un romance con un

hombre de Buenos Aires! ¡Un hombre casado!

Mauricio-. ¿Quién?

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Madre-. La hija del sepulturero. De ella estábamos hablando. Pero

siempre te las arreglás para llevar la conversación hacia donde vos

querés. Y al final no me contestaste, ¿te casarías conmigo o no?

Mauricio.- No sé… Tendría que pensarlo.

Madre.- Tu padre ni lo pensó. Un mes estuvimos de novios. Y nos

casamos una mañana, sin pensarlo. ¿Cómo no me daba cuenta que

estaba asistiendo a mi propio entierro? Al fin y al cabo, la muerte y el

casamiento tienen mucho en común. En ambos casos te visten de

blanco. ¿Qué habrá sido de él? ¿Habrá tenido otros hijos? ¿Cómo

habrá muerto?

Mauricio-. Si papá tuvo otros hijos, entonces yo tendría otros

hermanos.

Madre.- De cáncer seguramente.

Mauricio.- Y si tuviera otros hermanos podría encontrarme con ellos

algún día.

Madre-. De cáncer de pulmón.

Mauricio.- Y si me encontrara con ellos podría irme de acá.

Madre.- ¡No! De pulmón no, porque no fumaba.

Mauricio.- Y si me fuera de acá podría…

Madre.- ¿Podrías qué?

Mauricio.- Podría…

Madre.- ¿Podrías qué?

Mauricio.- Podría…

Madre.- ¡Decilo!

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Mauricio.- No sé… no sé, no se me ocurre nada. (Se hecha a

llorar).

Madre.- (Tierna) ¡Mi tesoro! Vos no podrías hacer nada. Nunca. Ni

acá ni en ninguna otra parte. Porque sos el colmo de la inutilidad.

Vas a quedarte aquí conmigo hasta morir de cáncer igual que tu

padre.

Mauricio-. (Casi infantil) Yo te quiero mucho, mamá. Te quiero más

que a nadie en el mundo, y sé que vos también me querés. Pero a

veces pienso que si me muero te vas a poner contenta.

Madre.- ¿Qué decís? Nunca vuelvas a pensar una cosa así. El día

que a vos te pase algo yo me pego un tiro.

Mauricio-. ¿En serio?

Madre-. ¡Claro que sí!

Mauricio.- (Desconfiado) ¿Con qué arma?

Madre.- ¿Cómo?

Mauricio.- Con que arma. Porque acá no hay armas.

Madre.- ¿Y quién te dijo que el tiro me lo voy a pegar acá adentro?

¿Para que venga la policía otra vez? No. Me lo voy a pegar en la

calle. Para que todos vean cuanto sufrí. Para que todos sepan

cuanto te quise. Y ahí sí quiero que esté la policía. Muchos policías.

Unos dibujarían el contorno de mi cuerpo con tiza en el asfalto, otros

pondrían vallas para que la gente no pase. Porque estaría lleno de

gente, curiosos, asombrados, fascinados por el espectáculo. Y

después llegarían los periodistas. No, mejor antes. Viste que los

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periodistas siempre llegan antes que la policía, y yo saldría por

televisión, en todos los canales: “Madre abnegada se suicida tras la

muerte de su hijo”. Sería tapa de todos los diarios. Me haría famosa.

Mauricio.- Pero no te enterarías porque estarías muerta.

Madre.- (En la suya) Los camilleros me suben a una ambulancia, ¿te

imaginás?, mientras los periodistas me siguen y me asedian a

preguntas: “¿Porqué tomó esta decisión, señora?, ¿Ya lo había

intentado anteriormente? ¿Dónde consiguió el arma?” Todo el país,

el mundo estaría pendiente de mí.

Mauricio.- Pero no te enterarías porque estarías muerta.

Madre.- (Igual) Y después lo más apasionante: el velatorio. Coronas

de flores y flores y más flores llegarían de todas partes del mundo.

Mauricio.- Pero no te enterarías porque estarías muerta.

Madre.- Y las multitudes harían largas colas para rezar una oración

frente a mi ataúd. Vendría el presidente, daría un discurso: “He aquí

un ejemplo de madre que supo dar la vida por su hijo”

Mauricio.- Pero no te enterarías porque…

Madre.- (Estalla) ¡Callate, querés! ¡Vos tampoco te enterarías

porque se supone que para que me pegue el tiro tenés que haberte

muerto antes que yo! No me dejás hablar, no me dejás siquiera

imaginar como va a ser mi propia muerte.

Mauricio.- Tu muerte no va a ser así.

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Madre.- ¿Y vos qué sabés cómo va a ser mi muerte? Dejame

imaginar cómo yo quiero que sea. Ya que ni sueños tenés, dejame

soñar los míos.

Mauricio.- Yo tengo sueños.

Madre.- No hablo de ganas de dormir, hablo de otros sueños, de

ilusiones, de anhelos.

Mauricio.- Yo también tengo.

Madre.- ¡Pero qué vas a tener vos si sos un pobre infeliz! A ver,

contame qué anhelos tenés.

Mauricio-. A mí me gustaría, por ejemplo… algún día… casarme, y

tener un hijo. (La madre ríe a carcajadas). ¿De qué te reís, mamá?

Madre-. ¿Un hijo? ¿Vos? (Ríe) ¿Cómo se te ocurre pensar en la

posibilidad, en la remota posibilidad de tener un hijo? ¿Cómo se te

ocurre que podrías casarte? Partamos de ahí. ¿Quién podría fijarse

en vos, me querés decir? ¿Quién?

Mauricio-. No sé… alguna chica.

Madre-. Alguna trastornada querrás decir. Alguna desquiciada,

tuberculosa igual que vos. ¡Casarte y tener un hijo! ¡Ja! ¿Y yo qué,

eh? ¿Qué harías conmigo? ¿Ya te olvidaste que estoy

imposibilitada? ¿Ya te olvidaste que soy tu madre y que di mi vida

por vos? ¡Hijos! ¿Para qué parir hijos? Para que te arranquen los

pezones de chicos y te arranquen el corazón de grandes. Si pudiera

volver el tiempo atrás, jamás me casaría, ni tendría hijos. ¿Para

qué? Para perderlos como a Javier… como a la hija de Felipe.

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Mauricio-. (Cauteloso) ¿La hija de Felipe… es tu hija?

Madre-. ¿Qué decís? (Lo golpea con toda su furia, descarga su ira

en cada frase que pronuncia) ¿Qué estupideces estás diciendo?

¿Cómo podés insinuar que yo…? ¿Qué tuve una hija con Felipe

estás diciendo? ¡Estás insinuando que tuve una hija con un hombre

que no fue tu padre, y que por eso tu padre me abandonó, y que esa

mujer va a venir a conocerme porque soy su madre, y que no voy a

saber ni cómo mirarla cuando entre por esa puerta!

Mauricio-. (Llorando) Vos dijiste “Para qué tener hijos, para

perderlos como a la hija de Felipe”.

Madre-. Dije para perderlos como a la hija del sepulturero. Pobre

muchacha. ¡Toda una vida por delante! (Pausa. Ambos evitan

mirarse) Yo tuve sólo dos hijos. Lo tuve a Javier, que en paz

descanse, y te tuve a vos, maldita sea la hora. (Pausa. Mauricio

cabizbajo, la madre se acerca cariñosa). Decime una cosa, mi amor,

si a mi me pasara algo, ¿vos te pegarías un tiro?

Mauricio.- No sé, tendría que conseguir un arma.

Madre.- Supongamos que yo te consiguiera el arma, ¿lo harías?

Mauricio.- Claro que lo haría.

Madre.- ¿Me lo prometés mi vida?

Mauricio.- Sí, te lo prometo.

Madre.- ¡Mi hijo querido! ¡Como quiere a su madre!

(Entusiasmadísima con la idea) Tenemos que conseguir un arma. Si

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vos te morís primero yo me pego el tiro, si me muero yo antes, te lo

pegás vos. ¿No es fantástico? ¿Y que lugar elegirías?

Mauricio-. ¿Cómo?

Madre-. Para pegarte el tiro, ¿qué lugar elegirías?

Mauricio-. (Luego de pensar un instante) El baño.

Madre-. ¿El baño?

Mauricio-. Sí, el baño.

Madre-. Es tu lugar favorito, ¿no?

Mauricio-. Sí.

Madre-. ¿Puedo saber por qué?

Mauricio-. Porque ahí puedo estar tranquilo. Sin que nadie me

moleste.

Madre-. ¿Es por eso que te pasás horas ahí encerrado? ¿Qué es lo

que hacés en el baño? ¿Te manoseás?

Mauricio-. No.

Madre-. No me mientas.

Mauricio-. ¿Y vos te manoseás?

Madre-. Ése no es el tipo de pregunta que un hijo deba hacer a su

madre.

Mauricio-. (Cauteloso) A veces… me toco. ¿Está mal?

Madre-. Depende. Depende en quién estás pensando mientras te

manoseás.

Mauricio-. En nadie.

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Madre-. En alguien tenés que pensar. (Pausa. Mauricio baja la

cabeza) ¿Pensás en el perro? ¡No lo digas! ¿Qué crié, Dios mío?

¿Qué crié? ¡Degenerado! ¡Estoy segura que pensás en el perro!

Mauricio-. No pienso en ningún perro. Y si fuera un degenerado, no

sería el primero ni el único en esta familia.

Madre-. (Evasora) Está bien. Hablemos de otro tema, no sé, de algo

interesante para salir de la rutina, hablemos de… a ver… de algo de

lo que no hayamos hablado antes. ¡Ya está! Hablemos de la hija del

sepulturero.

Mauricio-. Ya hablamos de eso.

Madre-. ¿Cuándo?

Mauricio-. A cada rato, desde hace meses.

Madre-. No importa, hablemos igual.

Mauricio-. ¿Por qué siempre tenemos que hablar de muerte, de

muertos, de mortajas…?

Madre-. ¿De qué vamos a hablar si es la muerte lo que nos

mantiene vivos a los dos? Los políticos no hablan más que de

política, los deportistas hablan de deportes, los chismosos hablan de

los demás, de sus vecinos y sobretodo de aquellos que se orinan,

entonces nosotros ¿de qué otra cosa vamos a hablar que no sea de

muertos o de mortajas?

Mauricio-. De la hija de Felipe.

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Madre-. Está bien. Hablemos de la hija de Felipe. La conociste en el

velatorio de su padre. (Piensa) ¿Quién le habrá confeccionado la

mortaja a Felipe? ¿Enviaron muchas flores? ¿Lo lloró mucha gente?

Mauricio-. (Rendido) Bastante.

Madre-. ¿Quiénes estaban? ¿Algún conocido?

Mauricio-. No, no sé. Fue hace tanto tiempo. Ya ni me acuerdo.

Madre.- Tratá de acordarte quién más estaba en el velorio. Tenemos

que saber algo de ella, de su vida, sino no vamos a tener tema de

conversación. ¿Tomaron café?

Mauricio.- Si. (Duda) No.

Madre.- ¿Si o no?

Mauricio.- (Agotado) No me acuerdo.

Madre.- Hacé un esfuerzo. ¿Tomaron té o café?

Mauricio.- ¿Qué importancia tiene?

Madre.- Tiene importancia. Vamos a tener una visita y yo no voy a

saber si ofrecerle té o café.

Mauricio-. (Harto) Tomamos café. De filtro. Sin azúcar.

Madre.- ¿Y le dijiste que soy paralítica?

Mauricio.- Le dije que te hacés la paralítica y que cuando no te veo

abandonás la silla y deambulás muy campante por toda la casa.

Madre.- (Ríe) ¡Qué gracioso! ¿Y porqué le dijiste eso?

Mauricio.- (Pausa) Porque quise hacerle una broma.

Madre.- Y a esa chica… ¿le gusta que le hagan bromas?

Mauricio.- A veces.

25
Madre.- Podríamos hacerle una, ¿no te parece?

Mauricio.- ¿Cómo cuál?

Madre.- No sé, no se me ocurre.

Mauricio.- A mi sí se me ocurre. Podríamos decirle por ejemplo…

que tenemos un cadáver en el sótano. Envuelto en una sábana vieja.

Adentro de un baúl. El cadáver de Javier.

Madre.- Sí. (Pausa. Piensa) No, mejor no. Mejor le decimos el

cadáver de tu padre.

Mauricio.- Pero papá no murió.

Madre.- Sí murió.

Mauricio.- Vos no tenés pruebas de que se haya muerto.

Madre.- Y vos no tenés pruebas de que no se haya muerto.

Mauricio.- Entonces podría estar vivo.

Madre.- Como podría estar muerto.

Mauricio.- ¿Y si estuviera vivo?

Madre.- Hijo, algún día tendrías que madurar. Aceptar de una vez la

muerte de tu padre y dejar de decir estupideces. Porque nadie

quiere a un estúpido.

Mauricio.- Que nadie me quiere, eso ya lo sé.

Madre.- A vos la única que te quiere soy yo. Vení, acercate. Ponete

acá a la luz, quiero verte de cerca. (Lo sienta sobre su falda. Tierna.)

¡Mi chiquito! ¡Cómo ha crecido! Quiero que me contestes una

pregunta hijito, pero decime la verdad, mamita no se va a enojar ni

va a castigarte, contestame: ¿por qué te meabas? Mirá que te

26
propiné sopapos, eh. Pero fue en vano. ¿A vos te gustaría que tu

mamita se orinase delante de tus amigos?

Mauricio-. Yo no tengo amigos, mamá.

Madre-. Bueno, pero por ejemplo, esa chica… la hija de Felipe.

Podríamos decir que es tu amiga, ¿o no?

Mauricio-. Tal vez.

Madre-. ¿Y que sentirías si yo me orinase delante de tu amiga?

Mauricio-. No hagas eso, mamá. Por favor.

Madre-. Te morirías de vergüenza. Como me avergonzaba yo ante

la chusma.

Mauricio-. Pero ya no lo hago más. Nunca más.

Madre-. Así me gusta. (Lo abraza) ¡Está tan grande, mi chiquito! Ya

sos casi un hombrecito. Te salió un lunar.

Mauricio.- Lo tuve siempre.

Madre.- No, te salió ahora. ¿No voy a saberlo yo? Sos lindo

muchacho, ¿sabés? En eso saliste a mí. Decime, ¿te parezco linda?

Mauricio.- Ya te dije que sí.

Madre.- ¿Me conservo bien a pesar de todo, no?

Mauricio-. ¿A pesar de qué?

Madre-. A pesar de vos, de lo que me hacés renegar, de los

disgustos que me das, de haber entregado mi vida para que hoy

seas lo que sos.

Mauricio-. Para que sea lo que soy, te hubieras ahorrado el trabajo,

mamá.

27
Madre-. Tengo miedo, ¿sabés?

Mauricio-. ¿Miedo?

Madre-. Tengo miedo de que esa mujer… la hija de…

Mauricio-. Del sepulturero.

Madre-. No. La hija de Felipe. Tal vez sería mejor que le escribas

para que no venga. ¿Quién tiene ganas de recibir visitas? ¿Vos

tenés ganas? Yo tampoco. Sí, sí, sí, vamos a escribirle diciéndole

que no podremos recibirla.

Mauricio-. Pero ella… nos avisó con anticipación. Le dijimos que

podía venir. Vos dijiste que podía venir.

Madre-. Pero ahora lo pensé mejor y digo que no. ¿Por qué estás

tan interesado en recibir a esa chica? ¿No te habrás enamorado de

ella?

Mauricio-. No, mamá.

Madre.- Recién me comentabas que te gustan las mujeres.

Mauricio.- Dije que me gustás vos.

Madre.- ¿Y no soy una mujer acaso?

Mauricio.- Es distinto. Sos mi madre.

Madre-. Olvidate de que soy tu madre. Si no lo fuera, si no hubiese

lazo de sangre que nos uniera, podríamos noviar, ¿no te parece? Yo

te gusto, vos me gustás, ¿Haríamos buena pareja, no es cierto?

(Pausa). ¿Qué pensás?

Mauricio-. Que ese no es el tipo de pregunta que una madre deba

hacer a un hijo.

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Madre-. ¡Mirála vos a la mocosa! ¡Tener un romance con un hombre

casado! ¡Hay que ser…! (Buscando complicidad) ¡Qué puta!, ¿no?

Mauricio-. ¿Estás hablando de…?

Madre-. ¡De la hija del sepulturero! ¿De quién otra sino? Ella viajaba

a Buenos Aires cada quince días. Él le pagaba el pasaje, el

alojamiento, y se veían a escondidas y se hacían cositas como se

hacen los amantes.

Mauricio-. ¿Y vos cómo sabés que los amantes hacen “cositas”?

Madre-. ¡Todo el mundo lo sabe! No hace falta tener un amante para

saberlo.

Mauricio-. Cuando yo tenga una amante vamos a hacernos cositas.

Madre-. (Descostillándose de risa) El día que vos tengas una

amante yo voy a ganar las olimpíadas de salto en largo. (Seria,

agresiva). Para tener una amante tenés que ser un hombre, como

Felipe, como tu hermano Javier. ¡Esos eran hombres de verdad, no

estropajos enfermos como vos! (Pausa. Mauricio autocompadecido.

Ella esquiva su mirada). ¿Qué vamos a hacer con esa mortaja? No

estoy preparada para soportar otra tragedia.

Mauricio-. No es para tanto. No será la primera vez que mirás una

mortaja rota.

Madre-. No. No es la primera vez. La anterior fue para el abuelo de

la farmacéutica. El viejo hacía semanas que no ingería bocado

alguno. Era piel y hueso cuando se murió. Una mortaja tan diminuta

que se resistía fatalmente a entrar en el maniquí. Tanto luché que

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acabé por romperla. Hasta ese momento me parecía una estupidez

la superstición de mi padre. La miré, vi el enorme tajo que

atravesaba en dos la vestidura. Fue la noche en la que Javier murió.

Mauricio-. La noche en que lo mataron querrás decir.

Madre-. La noche en que lo mataron, sí. Los ingleses. En la guerra

junto a otros soldados.

Mauricio.- Javier no era soldado. Y no hubo ninguna guerra.

Madre.- ¿Cómo que no hubo guerra? ¡¿Cómo que no hubo guerra?!

¡Por Dios! ¿Cómo puede salir este país adelante con gente que se

olvidó de la guerra? Vos no te acordás porque eras un mocoso, y

porque la mente no te daba para razonar que había una guerra. Tu

hermano fue un servidor de la patria, un héroe. Y no tengo siquiera

una tumba donde ir a llorarlo.

Mauricio-. Pero está su cadáver… en la…

Madre.- Está su cadáver sí, lejos, muy lejos, y está lleno de ingleses

que no te dejan pasar. Y te prohíbo que sigas hablando de Javier.

Deberías sentir pena. Deberías sentir culpa por estar vivo mientras

él no lo está.

Mauricio-. Eso es lo que vos sentís. Tendrías que haberme matado

antes de que naciera, ¿sabés?

Madre-. ¿Y te pensás que no lo intenté, pedazo de infeliz?

Mauricio-. Hacélo ahora entonces. ¿Qué esperás? ¡Tomá! (Obliga a

la madre a tomar un almohadón) ¿Tengo que enseñártelo? Basta

30
con apretar fuerte. Bien fuerte (Toma la mano de la madre y la

obliga a tapar su boca con ella. La madre se resiste).

Madre-. ¡Soltáme, enfermo! No voy a matar a nadie porque no soy

una asesina.

Mauricio-. ¿Pero yo sí, no es cierto? ¡Yo sí! Todo el tiempo me lo

estás diciendo, aunque no te atrevas a mencionarlo. Javier no fue

ningún héroe ni estuvo en ninguna guerra. Era un vago que no

servía para nada. Un degenerado. Vos sabías muy bien lo que me

hacía…

Madre.- No empieces con eso otra vez.

Mauricio-. Se metía en mi cama todas las noches. Siempre lo

supiste y mirabas para otro lado.

Mauricio-. ¡No sigas! Mejor hablemos de…

Madre-. ¡Por eso lo maté!

Madre-. ¡Cavar con sus propias manos la tumba de su hija! ¡No

quisiera estar en el lugar de ese padre!

Mauricio-. ¡Asfixiado! Con una almohada igual a ésta.

Madre-. ¡Basta! Es esa enfermedad y ese maldito tajo en la mortaja

lo que te está haciendo delirar.

Mauricio-. ¿Por qué no les dijiste la verdad? Ahora estaría libre,

¿sabés? Libre de tu odio, de tu rencor, libre de tus insultos, de tus

miradas…

Madre-. Sería mejor que te calles, que cierres esa boca de cuajo,

antes de que alguien te oiga y venga la policía otra vez.

31
Mauricio-. Todo el pueblo escuchó tu llanto y tus gritos

escandalosos. ¡Por eso vino la policía!

Madre-. Estás loco. La policía vino a avisarme que había sido

fusilado en la guerra. Hablemos de otro tema. Hablemos de…

Mauricio-. ¡Basta con la hija del sepulturero! Ojalá se muera ahora

mismo. ¡Ojalá ya esté muerta y bien podrida para no tener que

escucharte más!

Madre-. Estás loco. ¿Qué tiene que ver esa pobre chica…?

Mauricio-. Claro que tiene que ver. Cuando se muera de una vez

hablaremos de las cosas que hay que hablar en esta casa. ¡De

nuestros muertos, de nuestros dolores y no de los ajenos!

Madre-. ¡Pobre chica! Yo no creo que pase de esta noche. Fue en

Buenos Aires donde se intoxicó, ¿lo sabías? ¿A que eso no lo

sabías? Se intoxicó en la misma casa donde hacía esas cositas con

su amante. (Mauricio se pone la mortaja violentamente). ¿Qué

hacés? ¡Mauricio, por favor! ¡No hagas eso! ¡No hagas eso, hijo mío!

(Intenta detenerlo y cae al suelo). ¡Mauricio, por favor, no lo hagas!

Mauricio-. (Mientras rompe la mortaja que tiene puesta) ¡Que

suceda lo que tenga que suceder!

Madre-. ¡Quitate esa mortaja, Javier y ayudame a levantarme!

Mauricio-. ¡No soy Javier! ¡No me confundas más!

(Se oye el sonido del timbre).

Madre.- Levantame. ¿O querés que llame a la policía?

Mauricio.- En esta casa no queremos policías.

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Madre.- A los bomberos. Llamo a los bomberos.

Mauricio.- No van a venir. (Suena el timbre nuevamente)

Madre.- Levantame ahora mismo o agarro el teléfono y llamo a los

bomberos.

Mauricio.- No tenemos teléfono. (Sale a abrir la puerta)

Madre.- ¡No me contradigas!

(Vuelve Mauricio, seguido por Nilda, una joven no mucho menor que

él. La madre la mira aterrorizada. Nilda, no aparta sus ojos de la

madre que aún se halla en el suelo. Silencio enorme.)

Madre-. (Cauta) ¿Quién es esta mujer?

Mauricio-. Es la hija de Felipe.

Nilda-. Encantada.

Madre-. No la esperábamos tan pronto.

Nilda-. ¿Se siente bien?

Madre-. Perfectamente. (La madre, incómoda, evita mirarla.

Mauricio la levanta y la sienta en la silla de ruedas). Estaba haciendo

mis ejercicios de elongación. Siéntese, ¿o se va a quedar ahí parada

como un semáforo? ¿Quiere un té? ¿O prefiere un café?

Nilda-. Un vaso de agua, si no es molestia. (Mauricio va a buscarlo)

Madre-. ¿Así que usted es la hija de Felipe?

Nilda-. Nilda.

Madre-. Siento mucho lo de su padre, Nilda. Felipe era una gran

persona. Demás está decir que la hija de un amigo es bienvenida en

esta casa. Pero sólo tenemos dos habitaciones. No podremos

33
brindarle hospedaje por mucho tiempo. Mañana mismo deberá ir

buscando otro lugar.

Mauricio-. (Entrando con un vaso de agua que tiende a Nilda) Tres.

(La madre lo mira) Hay tres habitaciones.

Madre-. No haga caso. Hay dos.

Mauricio-. Una no se utiliza pero hay tres.

Madre-. ¡Nadie entra en ese cuarto!

Mauricio-. Vos sí entrás.

Nilda-. (Apaciguadora) Voy a quedarme sólo por esta noche. Puedo

dormir en un sillón.

Madre-. No se ofenda, pero Javier se refiere al cuarto de Mauricio,

mi otro hijo, muerto en la guerra.

Mauricio-. (A Nilda) Mauricio soy yo. Javier es el muerto.

Madre-. Mi hijo Javier fue un soldado que dio la vida por este país.

Y desde el día de su muerte sólo yo entro a su habitación. (A

Mauricio) Vas a cederle tu cuarto a nuestra invitada.

Nilda.- No hace falta. Si ocasiono inconvenientes prefiero…

Madre.- No se preocupe. Mi cama es bastante grande. Y a él le

encanta dormir con su mamita. ¿No, mi tesoro? Andá, preparale el

cuarto a la chica. (Mauricio sale). Bueno, Nilda, puede quedarse por

esta noche entonces.

Nilda.- Creo que estoy incomodando.

Madre.- No incomoda. Estamos muy felices de tenerla como

huésped. ¿Va a cenar con nosotros supongo?

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Nilda-. Sería un placer. ¿Puedo ayudarla a preparar la cena?

Madre-. ¡Mi querida! Mauricio es quien se ocupa de eso. Como

verá… yo… estoy… momentáneamente imposibilitada. No sé si él

se lo había comentado.

Nilda-. Algo me dijo, sí.

Madre-. No haga demasiado caso a lo que él diga. Es enfermo,

¿sabe? Tuvo brucelosis cuando era chico y nunca se recuperó del

todo. Siempre fue un chico tonto, débil, que enferma por cualquier

cosa. No sé si debiera contarle esto a usted pero… Mauricio es

diabético y tiene un retraso mental severo. Necesita constantes

cuidados. Es algo muy duro.

Nilda-. Debe ser difícil para usted.

Madre-. Es una carga demasiado pesada para cualquiera. Su

enfermedad… lo pone violento. Le aconsejo que se mantenga lo

más lejos posible de él. Pero mejor hablemos de su familia. ¿Cómo

está su hermano? ¿Se casó? ¿Tuvo hijos?

Nilda-. Sí, tiene un hijo.

Madre-. ¿Qué edad tiene?

Nilda-. ¿Quién?

Madre-. Su hermano.

Nilda-. Es mayor que yo.

Madre-. ¿Y el hijo?

(Aparece Mauricio).

Mauricio-. Ya está listo el cuarto.

35
Nilda-. ¿Puedo pasar al baño?

Madre-. Por supuesto. Al fondo del pasillo.

Nilda-. Permiso, y gracias. (Sale Nilda).

Madre.- No es la hija.

Mauricio.- Es la hija.

Madre.- Felipe era morocho. Ella es rubia.

Mauricio.- La madre era rubia.

Madre.- No era rubia, era teñida. Y esa mujer no es la hija de Felipe.

Me lo dice el corazón. Tiene que irse.

Mauricio.- Es por unos días.

Madre.- Tiene que irse. No tiene el más mínimo parecido con Felipe

ni con Clark Gable, y eso no es todo, la hice caer en la trampa. Le

pregunté por su hermano. Por la edad de su hermano. “Mayor que

yo” me contestó. ¿Qué clase de respuesta es mayor que yo?

Mauricio-. Una respuesta lógica.

Madre-. ¿Lógica? La hija de Felipe nunca tuvo hermanos y creo que

ni siquiera se llamaba Nilda. Tenemos una intrusa en casa. Puede

ser una espía que viene a averiguar cuánta plata ganamos, qué

muebles tenemos…

Mauricio-. Felipe tenía un hijastro. Yo lo conocí. Estaba en el

velatorio. Ella misma me lo presentó.

Madre-. Hace un rato ni te acordabas qué cara tenía el muerto, y

ahora resulta que de un momento a otro te acordás de Felipe, de la

36
hija de Felipe, del hijastro, de los sobrinos nietos, y empiezo a

sospechar que esa mujer es una intrusa que vos hiciste entrar aquí.

Mauricio-. ¿Para qué haría algo así?

Madre-. Para que ocupe mi lugar.

Mauricio-. Nadie podría ocupar tu lugar. Nunca.

Madre-. Ahora decís eso. Después de todo lo que tuve que escuchar

hace un rato. Te transformás en algo monstruoso cuando te ponés

de ese modo.

Mauricio-. Perdoname, mamá. Prometo no decir cosas como esas

nunca más.

Madre-. Tenés que entender que a veces, tu enfermedad te hace

desvariar. Te hace imaginar cosas terribles y decir cosas aún peores

que no nos hacen bien a ninguno de los dos.

Mauricio-. Te juro que estoy muy arrepentido.

Madre-. Está bien. No hablemos más del tema. Mejor hablemos de

otra cosa… Por ejemplo de esa chica…

Mauricio-. La hija del sepulturero. ¿Habrá muerto ya?

Madre-. No, yo te hablo de esta. De la hija de Felipe. (Pausa). Tiene

que irse. (Mauricio la mira) ¿Qué pasa? ¿Te gusta? Si me dijiste que

te gustaban los animales.

Mauricio.- No me gusta, pero quisiera que se quede.

Madre.- ¿Para qué? ¿Para que queremos alguien que se entrometa

en nuestras vidas? Felipe ya está muerto. No tenemos ninguna

obligación. ¿Estás pensando en irte con ella y abandonarme para

37
siempre? Dejarme acá postrada sola para toda la vida. Esa extraña

no se queda. Ya está decidido. Hoy se va de acá, mañana traemos

un perro y vas a ver como ni te acordás que esa mujer existe o

existió alguna vez.

Mauricio-. Pensá en la mortaja, mamá. En esa mortaja hecha

pedazos. En todo lo que podría pasar, por mi culpa, por mi torpeza,

por mi enfermedad. Si ella se queda, podríamos salvarnos. Después

de todo, ¿alguien tiene que morir, no? Y no quiero que seas vos.

Madre-. Ni yo quiero que seas vos.

Mauricio-. Entonces ya sabemos a quién le ocurrirá una tragedia.

Madre-. ¿Te parece? (Nilda entra sin ser vista y se para a

escuchar). ¡Venir a morirse tan joven! ¡Pobrecita! ¡Toda una vida por

delante!

Nilda-. (Se adelanta. Mauricio y la Madre se sorprenden por su

presencia. La miran. Nilda ha oído e intuye algo extraño) ¿De quién

hablaban?

Mauricio y Madre-. (Pausa. Se miran) De la hija del sepulturero.

(Unas gotas comienzan a chorrear de la silla de ruedas. Mauricio

mira espantado).

Madre-. (En tono intrascendente). Mauricio… mamita se meó.

APAGÓN.

38
(Al día siguiente. La madre, muy alterada va y viene en su silla de

ruedas, sosteniendo una mortaja vieja y descolorida. Nilda intenta

calmarla)

Madre-. ¡Esto es terrible! ¡No es justo!

Nilda-. Esperemos a que vuelva Mauricio. Aún no sabemos si es

verdad.

Madre-. Todo el pueblo lo comenta. ¡Van a cremarla! Nadie se

muere nunca en este pueblo, y cuando por fin se produce la

expiración no hay velorio, ni entierro ni mortaja. Y todo por culpa del

imbécil del sepulturero. ¿Por qué no se prenderá fuego él en vez de

quemar a la difunta? (Le entrega la mortaja) Pruébesela.

Nilda-. ¿Qué es esto?

Madre-. Era de mi madre. La recuperé cuando la pasamos al nicho.

Nilda-. No puedo.

Madre-. ¿Por qué no? Está limpia y desinfectada. Esa muchacha va

a morirse y no me queda más remedio que copiar algún modelo. No

hay tiempo para originalidades.

Nilda-. ¿Por qué no dejamos las mortajas por un rato y conversamos

sobre algo más alegre? Hace cuatro horas que sólo hablamos de la

hija del sepulturero.

Madre-. Veo que el tema no le agrada demasiado. Está bien.

Siéntese. (Pausa) Voy a confesarle algo.

Nilda-. La escucho.

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Madre-. Lo de anoche… cuando usted llegó…. Y me encontró tirada

en el suelo...

Nilda-. ¿Sus ejercicios?

Madre-. Yo no hago ejercicios. Él intentó golpearme.

Nilda-. ¿Lo dice en serio? Parece tan…inocente.

Madre-. Le dije que estaba enfermo. Le advertí que era peligroso.

Usted no se imagina las cosas de las que ha sido capaz. Le ruego

que se vaya. Será mejor que no la encuentre aquí cuando vuelva.

Nilda-. ¿Por qué iba a golpearla?

Madre-. No es la primera vez que lo hace.

Nilda-. Yo también voy a confesarle algo. Tarde o temprano tiene

que saberlo. (Pausa. Se acerca) Mauricio no va a volver.

Madre-. (Ríe incrédula) ¿Qué dice? ¿De dónde sacó esa estupidez?

Nilda-. Me lo dijo, antes de irse.

Madre-. ¿Qué es lo que dijo?

Nilda-. Que cuidara de usted, que no la abandonara. Que se iría

para siempre.

Madre-. ¡No invente!

Nilda-. Eso dijo. Y me pidió perdón.

Madre-. Y usted le creyó. ¡Qué ingenua! Váyase por favor. No quiero

que le haga daño.

Nilda-. No le tengo miedo.

Madre-. ¡Pero yo sí! Yo sé de lo que él es capaz. No tiene

escrúpulos para lograr sus objetivos. Míreme. Dependiendo de estas

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dos ruedas sólo para ganar un poco de lástima o de compasión. Si

no estuviese atornillada a esta silla, quien sabe qué hubiese sido de

mí. Seguramente no estaría aquí para contarlo.

Nilda-. ¿Pero entonces…? No es miedo, es terror, es pánico lo que

usted tiene.

Madre-. Es mi hijo, mal que me pese. Pero usted… aún está a

tiempo de salvarse. Váyase, se lo suplico.

Nilda-. Tranquila. Esta vez no va a volver.

Madre-. ¿Qué sabe usted? Hay hijos que abandonan a sus madres

pero no es el caso de Mauricio.

Nilda-. También hay madres que abandonan a sus hijos. ¿Es su

caso?

Madre-. ¡No lo es! ¡Y no estábamos hablando de eso! Estábamos

hablando de la hija del sepulturero. Llevará un modelo idéntico al

que vistiera mi difunta madre antes de pasar al nicho.

Nilda-. Una vez que ella muera, ¿cómo piensa afrontar el pasado?

¿De qué hablaremos cuando ya no exista la hija del sepulturero?

Madre-. De nada. No hablaremos de nada. Porque usted no estará

aquí. Habrá muerto o se habrá ido por donde entró.

Nilda-. Vine para quedarme. Tengo derecho. El mismo derecho que

cualquiera de sus hijos.

Madre-. ¡Basta! Sé muy bien lo que está insinuando. No sé que

ideas le habrá metido Mauricio en la cabeza, no sé que cosas le

habrá dicho su padre sobre mí. Pero nada de lo que se imagina es

41
verdad. (Pausa. La enfrenta, decidida) ¡Yo no soy su madre y usted

no es mi hija! ¿Eso es lo que quería saber? ¿Para eso vino? ¡Ya se

lo dije! Ahora váyase de una vez, antes que Mauricio vuelva. Váyase

si no quiere terminar igual que Javier.

Nilda-. Nadie va a matarme, quédese tranquila.

Madre-. ¿Quién habló de matar? Yo sólo… lo nombré a Javier.

Nilda-. ¿No lo mataron acaso?

Madre-. (Desesperada) ¡No, no lo mataron! ¡No crea lo que le hayan

dicho! ¡No lo crea, por favor!

Nilda-. ¡Los ingleses! ¡Lo mataron en la guerra!

Madre-. (Tranquilizándose) En la guerra. Sí. En la guerra.

Nilda-. ¿Entonces es cierto que no soy su hija?

Madre-. No insista, por favor. ¿Para qué hablar de cosas que nos

duelen? Para qué revolver en el pasado si lo que podamos encontrar

allí, lejos de beneficiarnos empeoraría aún más nuestras vidas. Lo

mejor es dejar siempre las cosas como están. Y pensar en el futuro,

en lo que va a pasar. En la hija del sepulturero que irá a morir de un

momento a otro. (Sincera) No tengo nada contra usted, créalo. Pero

no quiero que le pase nada malo. Por eso lo mejor es que se vaya.

Cuanto antes. Yo la recordaré siempre como… una visita… especial.

Hasta pronto Nilda. Fue un gusto haberla conocido. (Nilda recoge

sus cosas y se arrima a la puerta) Amé mucho a su padre. Lo amé

como ninguna mujer pudo haber amado a un hombre. Un día supe

de su muerte, y ya nada fue igual. Ya no hubo ninguna esperanza

42
que pudiera avivar el corazón de esta vieja. (Nilda la mira). Creo que

tenía derecho a saberlo. Es la hija de Felipe, después de todo.

Nilda-. Yo también amé mucho. Y amé mal. Me casé tan

enamorada, tan ilusionada. Creo que no supe cuidarlo, o no supe

quererlo como merecía.

Madre-. ¿Se fue con otra?

Nilda-. Peor. La trajo a vivir a casa.

Madre-. ¿Y usted lo permitió?

Nilda-. No tuve otra opción. Era su casa. Tuve que irme.

Madre-. ¿Pero no hizo nada? ¿No luchó por ese amor?

Nilda-. ¡Si usted supiera las cosas que hice intentando recuperarlo!

Me escapaba del trabajo para seguirlo, para verlo, para intercambiar

aunque sea dos palabras.

Madre-. ¿Por qué me cuenta esto a mí?

Nilda-. Trabajaba para un laboratorio en aquel tiempo. En la venta

de productos químicos. Llegué a ser la mejor y hasta conseguí

triplicar el sueldo con las comisiones.

Madre-. Una empresaria. Igual que yo.

Nilda-. Hasta que me despidieron. Y allí sí me quedé sin nada. Me

enfurecí. Me puse como loca. Hasta pensé en suicidarme pero no

tuve valor. Revolví entre los productos que me habían quedado en

casa. Estaba ciega. No me importaba nada. Me las arreglé para

echar algo en su café durante una semana.

Madre-. ¿Murió?

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Nilda-. Entró en coma por envenenamiento. Él me denunció. Y tuve

que irme, lejos, bien lejos. Pensé en esconderme en algún lugar

donde la policía nunca me encontrara. Estaba aterrorizada. Sabía

que en Buenos Aires me encontrarían enseguida. Un pueblo aislado

y desconocido era la solución. Enseguida conseguí empleo en una

tienda de electrodomésticos. Me cambié el nombre, varias veces y

comencé una vida nueva. Tratando de olvidarlo y de olvidarla. Sin

embargo, los remordimientos me carcomían la conciencia. ¡La

odiaba con toda mi alma! ¡Pero no se lo merecía! ¡Yo sé que fue una

locura! ¡Pero no pude soportar la idea de que me haya dejado por

una tilinga, una pordiosera, la hija de un sepulturero!

Madre-. (Estupefacta) ¿Por qué me cuenta todo esto? ¿Quiere

volverme loca? ¿Qué tiene que ver usted con…?

Nilda-. Ya lo ve. No soy peor que su hijo Mauricio. Una desquiciada

más en este pueblo. Perdóneme, pero vine aquí tratando de

salvarme. No es mi asunto si usted tiene o no tiene una hija perdida

por ahí. De seguro no seré yo.

Madre-. ¿Por qué lo dice?

Nilda-. Por que no conozco ni recuerdo haber conocido a ningún

Felipe.

Madre-. Entonces… ¿usted no es…?

Nilda-. Perdóneme. No debí haberme involucrado en esto.

Madre-. ¿Involucrarse? ¿De qué habla? La hija de Felipe escribió

diciendo que vendría y…

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Nilda-. ¡Esas cartas son un invento de su hijo!

Madre-. ¡Usted está confundiéndome demasiado! ¡No le creo una

sola palabra! ¡Hasta hace un rato era la hija de Felipe y ahora no sé

quién es ni qué quiere de mí!

Nilda-. No quiero nada señora. Llegué aquí pensando que usted era

un monstruo, una maniática desequilibrada, empeñada en arruinar la

vida de un pobre muchacho. Pero que distinto se ve todo desde

adentro. No es más que una pobre vieja paralizada por el terror. Y

me pregunto por qué acepté venir aquí.

Madre-. Desde hace meses me torturo pensando qué escribiría esa

chica en esas cartas, que cosas le diría a Mauricio sobre mí y sobre

su padre. Y ahora aparece usted diciendo que todo es una farsa.

Entro aquí mintiendo y… ¡Es una descarada!

Nilda-. Ya le pedí disculpas. Y me voy.

Madre-. ¡No! ¡Ahora no se va nada! ¡Ahora me explica con lujo de

detalles quién es y para qué entró a mi casa!

Nilda-. Su hijo me propuso esta tramoya. Me aseguró que aquí

estaría a salvo.

Madre-. ¿Mauricio? ¿Y dónde conoció usted a mi hijo?

Nilda-. En la tienda de electrodomésticos. Siempre lo veía parado

así… como perdido… mirando la nada frente a la vidriera. Una tarde

me acerqué, le pregunté que era lo que miraba… “Busco, busco algo

que mirar.” Eso dijo, mientras le brotaban lágrimas a borbotones. Y

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así comenzamos a charlar a menudo, y me contó de usted, y de

Javier, de su marido, de la hija de Felipe y finalmente…de ella.

Madre-. De la hija del sepulturero.

Nilda-. ¿Increíble, no? Me alejé cientos de kilómetros para venir a

parar nada menos que a su pueblo. ¡Es el destino, me dije! Así, fui

sabiendo sobre su estado de salud. Confié en Mauricio como él

confió en mí. Me tuvo al tanto de cada una de sus recaídas y sus

mejorías. Me desesperé cuando la trasladaron aquí, al hospital del

pueblo. Supe que la trasladaban para que muriera junto a su familia.

Y ya no pude más con la culpa. Yo era una mujer normal, señora, un

ama de casa común y corriente, créame.

Madre-. Le creo. Pero supongo que en algún momento de nuestras

vidas todos dejamos de ser normales.

Nilda-. No sé si podrá perdonarme.

Madre.-. Pero entonces… Si las cartas no son reales… ¿Felipe…

está vivo?

Nilda-. Quien sabe.

Madre-. (Atónita) Las cartas, el velorio… el café de filtro… ¿nada de

eso es verdad?

Nilda-. Creí que tenía derecho a saberlo. Después de todo… es la

mujer que amó a Felipe con toda su alma.

Madre-. Está corriendo un gran riesgo, ¿sabe? Puedo ir ahora

mismo y contar todo a la policía.

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Nilda-. Sé que no lo hará. En esta casa nadie quiere policías.

(Suena el timbre).

Madre-. Ahí está. Se lo advertí. Le dije que se fuera a tiempo.

Nilda-. Me aseguró que no volvería. Perdón me dijo. Perdón. (Se

encamina hacia la puerta).

Madre-. ¡Espere! ¡No le abra! Está loco. Seguramente fue a

conseguir un arma. Le pidió perdón porque va a matarla. ¡No salga,

por favor! ¡Usted no tiene por qué pagar el precio de nuestra locura!

(Nilda sale y vuelve enseguida. Atemorizada).

Nilda-. Es la policía. (Vuelve a sonar el timbre).

Madre-. Que no la vean. Quédese aquí. (Sale. Nilda toma una

peluca de un maniquí y se la coloca. Esconde su valija. Quita una

prenda de otro maniquí y se la coloca. Se sienta fingiendo coser la

mortaja mientras aguarda en silencio, nerviosa. Vuelve la madre con

el rostro desencajado. Pausa. Nilda la mira expectante).

Madre-. Es curioso como los miedos que llevamos a cuestas durante

años pueden evaporarse en un segundo cuando menos lo

imaginamos. Siempre pensé que no podría enfrentarme otra vez a

un policía sin delatar mis propias atrocidades.

Nilda-. Sabía que vendrían a buscarme. Él me delató, ¿no es cierto?

por eso me pidió perdón.

Madre-. No vinieron por usted. Vinieron a avisarme que murió.

Nilda-. ¿Cómo? ¿Está muerto?

Madre-. Él no. Ella, la hija del sepulturero. Por fin murió.

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Nilda-. ¡Nunca voy a perdonármelo! Jamás imaginé que sería capaz

de matar.

Madre-. ¿Quién dijo que fue usted? (Nilda la mira. Pausa). Alguien le

desconectó el respirador. (La madre la mira. Pausa). Delante de su

padre y de su madre. Delante de sus hermanas. Le arrancaron el

respirador.

Nilda-. No me mire así. Yo no fui. Yo estaba aquí con usted.

Madre-. (Violenta)¡Ya sé que usted no fue!

Nilda-. ¿Y entonces?

Madre-. Estoy rodeada de locos asesinos.

Nilda- (Pausa. Comienza a entender) ¿Adónde está?

Madre-. En una celda. Detenido. Acusado de asesinato como

corresponde. Como debió haber sido desde hace muchos años.

Nilda-. Lo planeó todo. Por eso me trajo aquí, y me pidió que la

cuidara.

Madre-. Que te quedaras conmigo. Para siempre. Que seas capaz

de soportarme hasta el último de tus días. Por eso te pidió perdón.

Nilda-. Se cansó de sufrir, igual que yo.

Madre-. Yo también me cansé. De sus amenazas, de sus chantajes,

de ver en sus ojos los ojos de mi pobrecito Javier. Se salió con la

suya. Tras las rejas, pero libre al fin. Y yo estaré sola, pero tranquila

ahora. (Nilda recoge sus cosas)¿Qué hacés?

Nilda-. (Casi en tono de pregunta) Me voy.

Madre-. ¿Adónde?

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Nilda-. No sé. A Alguna parte. No tiene sentido que me quede.

Madre-. No tiene sentido que te vayas. A vos también te están

buscando.

Nilda-. Ya perdí lo que más amaba. ¿A quién voy a querer ahora?

Madre-. A mí. Quereme a mí. Yo prometo quererte tanto como los

quise a ellos. Prometo quererte como a una hija más.

Nilda-. A Mauricio… ¿a él también lo quiso, aunque fuese un…?

Madre-. ¡Shh…! Cuidado. Esas cosas no se dicen. Ni se piensan.

Mauricio murió, esta tarde. Murió de cáncer, como su padre. ¿Por

qué será que siempre perdemos lo que más amamos? Primero

murió Javier, mi héroe, ahora murió Mauricio, mi hijito del alma y

hasta se murió esa chica, la hija…

Nilda-. ¿De Felipe?

Madre-. No, la hija del sepulturero. Finalmente murió y no tenemos

mortaja que ofrecerle. ¡Que horror! Acompañar durante meses la

agonía de una hija y un día tener que cavar su tumba con nuestras

propias manos. Yo soy afortunada de tenerte a vos…

Nilda.- Nilda.

Madre.- Nilda. Lindo nombre. Mi querida Nilda.

Nilda-. Pero yo no…

Madre-. ¡Shhh…! (Se levanta lentamente de la silla de ruedas,

avanza caminando hacia Nilda y se arrodilla abrazándola por

detrás). No digas nada. Sos mi hija ahora. Mi única hija. ¿Serás

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capaz de cuidarme y de quererme siempre, hasta el último día de mi

vida?

Nilda.- Si, mamá. Siempre.

Madre.- ¿No me vas abandonar como me abandonó Javier, como

me abandonó Mauricio?

Nilda.- No, mamá.

Madre-. Prometelo.

Nilda-. Te lo prometo. (Nilda trae la silla de ruedas, ayuda a la

madre a incorporarse, y la sienta con cuidado).

Madre-. Podríamos ir preparando una nueva mortaja. Cuatro hijas

más tiene el sepulturero, dos de ellas son asmáticas. Uno nunca

sabe. (Toma la mortaja y la entrega a Nilda, quien se sienta a sus

pies). ¿Sabés una cosa, Nilda? Mauricio y yo hicimos un pacto. Él

murió y yo debería pegarme un tiro.

Nilda.- No, mamá. Yo no voy a permitir que te pegues un tiro.

Madre.- ¿Por qué, hija mía?

Nilda.- Porque si lo hacés vendría la policía. Y en esta casa no

queremos policías. (Comienza a entonar la misma canción de cuna

que cantaba Mauricio en la primera escena mientras cose

cuidadosamente la mortaja).

APAGÓN FINAL

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-Está terminantemente prohibida la representación pública parcial o

total de esta obra, así como su publicación por cualquier medio

escrito o digital, sin la expresa autorización de ARGENTORES

(Sociedad General de Autores de la Argentina)

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