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Trabajo Práctico 2do parcial

Antropología
Grupo:
• Jesica ORLANDO
• Francisco TORRE NAGER
• Dante DI MARE DURAN
• Javier FUENTES

Coronavirus y Sociedad de Consumo

Marketing del Miedo: Los límites entre lo ético y la


estrategia.

Hipótesis
El miedo es hasta el momento, la emoción más presente en la sociedad
desde la irrupción del Covid-19 y la situación de pandemia que
atravesamos. Este contexto, promovido por la sobreinformación
producida por los medios de comunicación masiva y los canales
informales por donde fluye todo tipo de datos ha sido la base para
cimentar ese miedo.

En este contexto, muchas empresas se han visto favorecidas por ese


miedo generalizado y el uso del mismo como parte de sus políticas y
estrategias de marketing y ventas.

Introducción

Un tipo de estrategia publicitaria que se utiliza habitualmente y que se le


ha criticado a muchas organizaciones desde una posición moralista y
desde el punto de vista de la ética, es la de difundir temor en el
consumidor como argumento de venta. Esa estrategia pretende brindar
soluciones a potenciales catástrofes o paliativos para atravesarlas,
siempre apelando al miedo.
Para lograr el objetivo de venta, se recuerda constantemente que las
malas cosas le suceden a cualquier persona, en el momento menos
esperado y que para ello se debe estar prevenido. Es así como la
publicidad manipuladora que infunde intranquilidad puede causar
reacciones desproporcionadas de los clientes, como por ejemplo la
compra impulsiva y desmedida de productos que muchas veces son
innecesarios. Este tipo de herramientas publicitarias son fáciles de
detectar en el momento histórico que nos toca atravesar a escala
mundial a propósito del COVID19.

Entonces, se plantea un dilema ético: la utilización oportunista del


“Marketing del miedo “o bien valerse de estrategias creativas y emotivas
para que el potencial comprador conozca un producto y se enamore de
sus virtudes; que se transmitan valores positivos, responsables y
optimistas que propicien un mundo mejor. El economista y sociólogo
colombiano Erick Behar Villegas sostiene, “No sigamos repartiendo
angustias con tal de vender un poco más. No es necesario ser un sucio
oportunista para ser un buen marketinero.

Nos parece oportuno antes de seguir este desarrollo desde el marketing


y la ética profesional hacer un análisis profundo desde la perspectiva
psicológica y antropológica de las emociones y especialmente del
miedo para entender el impacto de las mismas en el rol del consumidor.

Las emociones y el miedo

El sociólogo Frank Furedi sostiene que cada cultura tiene un miedo


especial. Todos debemos aprender a vivir con la incertidumbre y
controlar nuestros miedos. Una perspectiva antropológica conduce las
investigaciones y las observaciones hacia lo que los individuos y los
grupos temen más y por qué, hacia qué estrategias y mecanismos se
utilizan para disipar, afrontar y superar el miedo. En consecuencia, lo
que las personas temen y cómo enfrentan los miedos nos enseña
mucho sobre una determinada sociedad. Los miedos son espejos en los
que se reflejan los valores, las representaciones, las creencias, las ideas y
otros elementos esenciales de la sociedad en cuestión.

Aunque los conceptos de miedo y angustia son cercanos, el miedo se


diferencia de la angustia en que el miedo tiene un objeto (miedo a
algo), mientras que la angustia es una emoción sin un objeto definido.
La angustia no tiene una causa concreta, su origen es desconocido. El
miedo, sin embargo, es una respuesta a la percepción de un peligro
que, aunque sea parcialmente imaginario o totalmente ilusorio, siempre
se percibe como real. El miedo se podría así explicar como la
representación que una persona tiene de su propia vulnerabilidad ligada
a la perspectiva del riesgo de una situación. El miedo puede aparecer
cuando se tiene una sensación de pérdida de control de los
acontecimientos que nos suceden. Por lo tanto, el miedo está ligado a la
sensación de vulnerabilidad frente a los peligros. De hecho, sentimos
miedo no cuando somos vulnerables, sino cuando nos sentimos
vulnerables. Los temores se construyen a partir de la construcción de
riesgos. Dado que los peligros cambian, así como la percepción de los
riesgos, lo que consideramos hoy como un riesgo no es lo mismo que
en el pasado. Los principales riesgos que amenazaron la humanidad, y
por lo tanto los principales temores, tenían como origen un elemento
natural: epidemias, malas cosechas, incendios, terremotos.
Posteriormente, las guerras fueron tomando un lugar central, y los
peligros naturales parecían cada vez menos importantes en
comparación con los que inventaron los hombres… Hasta hoy.

Los efectos del miedo colectivo

Además de los miedos individuales existen los miedos colectivos, que se


refieren a las principales preocupaciones compartidas por una
comunidad. Cada época y cada cultura tienen sus preocupaciones
mayores, los peligros que les importan y en torno a los cuales han
construido los temores. Algunos miedos son cíclicos, y aunque no
desaparecen por completo, otros se imponen más. Estos temores están
siempre latentes y vuelven a aparecer con fuerza cuando las
condiciones se muestran amenazantes. Cuando los miedos colectivos
conducen a acciones sociales, como identificar un responsable o un
culpable, se convierten en miedos sociales. En otras palabras, la
instrumentalización de los miedos colectivos los transforma en miedos
sociales.

Algunas «grandes cuestiones» han favorecido a menudo el desarrollo de


los miedos colectivos: el progreso tecnológico y sus riesgos; el
sentimiento de inseguridad, relacionado con el desempleo, pero
también con la violencia urbana; las amenazas de la migración en masa;
los riesgos ambientales y el futuro del planeta; el terrorismo; el
fanatismo; la desconfianza hacia los políticos y la gente en el poder; la
propagación de enfermedades, especialmente los virus incontrolables…
punto crucial en el cual nos encontramos parados frente a esta
pandemia que ha exacerbado todos los temores de la sociedad y en
forma totalmente globalizada. No tenemos registros en la edad
moderna de un acontecimiento de la magnitud y el impacto como el
que está generando el Coronavirus en el mundo entero.

Los miedos son múltiples. Aquello que se percibe como una amenaza
sobre la sociedad conduce a los miedos colectivos. En tanto que
emoción compartida por toda la comunidad, los miedos pueden
conducir a una mayor cohesión social. Los miedos colectivos pueden
actuar como un catalizador para fortalecer los lazos sociales: la gente se
siente unida no tanto porque comparten un mismo idioma, una misma
religión o los mismos valores, sino por un sentimiento de miedo
compartido. Una forma de propaganda difunde temores construidos y
legitimados colectivamente, que se infiltran incluso en los espíritus más
recalcitrantes empujando a actuar de manera concertada a un grupo de
individuos.
A menudo, estos miedos no son el fruto de una experiencia o percepción
personal de un peligro, sino el resultado de la difusión de discursos,
científicos o no, políticos, públicos, que dan forma a un miedo común,
transmitido por varios medios. En esta dinámica, el papel de los medios
de comunicación es importante, ya que promueven la aparición de
miedos gracias al registro emocional que utilizan para difundir la
información y la forma que dan a las preocupaciones sociales

Los miedos sociales ahondan las grietas de la sociedad y conducen a


acusaciones. Se supone que, para evitar el flagelo, hay que encontrar al
culpable y tratarlo en consecuencia. El culpable designado se convierte
en un chivo expiatorio, fuente de todos los males sufridos por la
sociedad y responsable de las amenazas sentidas por la comunidad. El
chivo expiatorio se convierte en el blanco de todos los resentimientos,
donde se focalizan todas las acusaciones y quejas. El chivo expiatorio
ofrece una explicación a las víctimas de la crisis sufrida por la
comunidad, él es «el origen del problema». Su eliminación terminará
con la crisis y permitirá el retorno a la normalidad.

Uno de las principales reacciones frente al miedo colectivo es la


esperanza milenarista, que transforma el miedo en promesa. En un
sentido restringido y cristiano, el milenarismo es el conjunto de
creencias acerca de la venida de Cristo a la Tierra, en la que reinaría por
mil años de felicidad. Esta creencia es el resultado de una lectura del
Apocalipsis de Juan. En un sentido más amplio, el milenarismo es la
creencia en una edad de oro futura. Los temores de la destrucción se
ven compensados por la creencia en un futuro mejor.

En tiempos de incertidumbre o de creencias apocalípticas, la esperanza


milenarista vence el miedo y permite encontrar certezas.

Los antropólogos y sociólogos de la religión extendieron el significado


de milenarismo más allá de su sentido estrictamente cristiano y lo
aplicaron por analogía a otros grupos y movimientos, religiosos o no,
que esperan una transformación radical del mundo y de la sociedad en
que viven.
Es de esperarse entonces que ante la transmisión desenfrenada de
información que fomenta ese miedo colectivo, cualquier promesa
relacionado con esa esperanza, cualquier prédica de promesas de
felicidad, cualquier elemento que se presente como la representación
explicita de esa posibilidad de un mundo mejor, será objeto de deseo y
la motivación suficiente de la sociedad para poder lograr la tan
esperada llegada de un futuro mejor o al menos la protección necesaria
para protegerse ante las calamidades que nos atacan.

Algunos estudios sociológicos más recientes señalan el sensacionalismo


de los medios de comunicación, los políticos e incluso algunos
intelectuales en los reportajes sobre la criminalidad, la violencia, las
enfermedades y otros problemas sociales. Maquiavelo también abordó
el tema del miedo como instrumento de poder y evoca el uso de la
amenaza de la destrucción o del miedo al castigo en la dirección de los
asuntos políticos.

El poder del miedo es tan grande que se usa y se abusa de él en todo


tipo de amenazas para desestabilizar un sistema, una población, un tipo
de sociedad. También para VENDER.

Hoy como ayer, los miedos y sus antídotos son manipulados para
establecer una forma de poder

Vivimos con miedo. No podemos saber si hay más miedos hoy que en
el pasado, pero sí que hay una mayor sensibilidad al riesgo. La
vulnerabilidad social se ha incrementado y los miedos se multiplicaron
con la globalización. En un mundo globalizado, la velocidad del flujo de
información, a veces distorsionada, altera nuestra percepción y la
conciencia del peligro. Este es un contexto que fomenta la aparición de
miedos colectivos.

Los miedos colectivos se convierten en miedos sociales cuando son


alimentados por la idea del complot. La falta de perspectiva y de actitud
crítica favorece el desarrollo de una sociedad paranoica y consumista.
Tomar distancia es fundamental para entender el lugar donde estamos
parados y actuar en consecuencia.

El poder psicológico y social del miedo es tal que no faltan políticos y


empresarios sin escrúpulos que construyen su poder sobre la
promoción del miedo. Más aún, es posible fomentar la sensación de
miedo y aprovecharse de ello presentándose como un «salvador». De
esta manera, en los sistemas paternalistas, el poder se encarga de
maximizar la difusión de los posibles peligros y se presenta
paralelamente adoptando un rol protector ofreciendo soluciones
milagrosas que por supuesto solo se podrá acceder mediante el pago.

Zygmunt Bauman y su análisis: El Miedo Líquido

A diferencia de los animales, que por el miedo huyen de un contexto


amenazante; los hombres reciclan el miedo social y culturalmente. El
temor se hace más profundo cuando es disperso, poco claro y no
puede ser identificado con un objeto o un lugar concreto. “Miedo” es el
nombre que damos a nuestra incertidumbre, a nuestra ignorancia con
respecto a la amenaza y a lo que puede y no puede hacerse para
detenerla.

Los seres humanos intentamos por todos los medios reducir las
consecuencias indeseables, intentando transformar los miedos en
riesgos. Los riesgos se pueden calcular, a diferencia de los temores
incalculables que no solo son imprevistos sino también incontrolables.

Como en todas las demás formas de convivencia humana, nuestra


“sociedad moderna líquida” es un artefacto que trata de hacer llevadero
el vivir con miedo. Se trata de demorar la frustración, no la gratificación.
“Sólido” es todo aquello que es estable, que ha permanecido así
durante décadas, como pudieron ser las instituciones sociales, religiosas
y políticas hasta la Segunda Guerra Mundial. “Líquido” es todo aquello
que en nuestra sociedad tiene apariencia de estable pero que va
cambiando todo el tiempo. Así surge el Miedo Líquido. Dudas,
incertidumbres, ignorancia nos acechan permanentemente sin apenas
darnos cuenta.

Bauman identifica nuestros miedos, no solo los actuales, sino los viejos
reconvertidos en modernos. Nos habla del miedo natural a la muerte;
del miedo intangible que la sociedad contemporánea ha creado a lo
inmanejable, a todo aquello que escapa a nuestro control y de los
miedos globales, que seguramente no nos tocarán, pero que el mundo
globalizado nos hace vivir como propios.

Unas de las características de la Modernidad Líquida es el individualismo


en nuestra vida social que hace que nuestras relaciones sean precarias,
transitorias y volátiles. La precariedad de los lazos humanos es un
atributo destacado –por no decir que es el más característico- de la vida
moderna líquida. Los vínculos humanos se rompen permanentemente.
Las relaciones humanas, en definitiva, han dejado de ser ámbitos de
certeza, tranquilidad y sosiego espiritual. En lugar de ello, se han
convertido en una fuente de ansiedad.

La Modernidad Líquida es un tiempo sin certezas. La flexibilidad en el


campo laboral arruina la previsión de futuro. La familia puede
deshacerse en cualquier momento. El amor se hace flotante sin
responsabilidad. El desarraigo parece ser una condición para el éxito.
Las instituciones ya no dan seguridad al individuo. Se han debilitado los
sistemas de seguridad que protegían. Se renuncia a la planificación a
largo plazo. Se debe estar dispuesto a cambiar de tácticas, a abandonar
compromisos y lealtades. Bauman habla del miedo a establecer
relaciones duraderas y de la fragilidad de los lazos solidarios que
parecen depender solo de los beneficios que generan. Señala cómo la
lógica comercial se impregna en todas las relaciones y se mide en
términos de costo y beneficio.
Bauman indica como “deshechos humanos” para referirse a los
desempleados que hoy son considerados “gente superflua, excluida,
fuera de juego”, lo que significa que esa gente es innecesaria porque
cuantos menos trabajadores haya mejor funciona la economía. Para el
autor la identidad de la sociedad de consumo se recicla continuamente,
es fría y pragmática. Es ondulante, espumosa, resbaladiza, acuosa,
líquida. También, cree que estas sociedades son xenófobas. El individuo
de “afuera” no es uno de “nosotros”. Así, los contingentes de personas
de África para los europeos provocan miedo y racismo. El “otro “es
extraño y portador de incertidumbre, de potencial peligro y amenaza.

Los ciudadanos son adictos a la seguridad pero siempre inseguros de


ella. La generación tecnológicamente mejor equipada de la historia
humana es la más acuciada por el sentimiento de la inseguridad y la
impotencia.

Bauman deja un resquicio a la esperanza: “El siglo que nos espera


podría tranquilamente una era de catástrofe definida. Pero también
podría ser una época en la que se negociase un nuevo pacto entre los
intelectuales y el pueblo y se le diese vida. Esperamos que la elección
dentro de esos dos futuros siga estando en nuestras manos”

Marketing de las emociones

El marketing emocional plantea estrategias que intentan lograr un


vínculo afectivo con un tipo de mensaje que incita en su subconsciente
despertando sus sentimientos. Requiere de contenidos y mensajes de
valor que marquen la diferencia, que nos hagan vivir experiencias con
sus productos o servicios.

A través de ellas manifestamos sensaciones que nos llevan a tomar


decisiones. Se potencia el vínculo con el cliente, también su satisfacción,
se pasa a un grado superior al haber implicaciones emocionales.

Según Bauman, “las emociones son variables y traviesas, pierden ímpetu


con gran rapidez, tienden a ser desviadas del objetivo inicial a la más
mínima distracción”. Por eso las marcas tienen que entender qué
motivaciones hay detrás de las decisiones de compra de sus clientes, ya
que la respuesta a la emoción nos empuja hacia una acción (de compra,
suscripción o rechazo).

El miedo es una parte esencial de un instinto de supervivencia y utilizarlo


para las estrategias de marketing puede ser controvertido. Trabajar el
miedo en marketing es mucho más complejo que el resto de las
emociones, pero si se hace bien, es más efectivo.

Según Kotler, aunque las técnicas de neuromarketing pueden medir la


participación y las respuestas emocionales de los consumidores
segundo tras segundo, este tipo de respuestas cerebrales suele ser difícil
de interpretar. De esta manera, el neuromarketing por lo general se
utiliza en combinación con otros métodos de investigación para obtener
una imagen más completa de lo que ocurre dentro de la cabeza de los
consumidores.

Las marcas más fuertes se posicionan más allá de los atributos o los
beneficios: lo hacen con base en creencias y valores sólidos. Estas
marcas conllevan una carga emocional. Marcas como Godiva, Apple,
Victoria´s Secret y Trader Joe´s se basan menos en los atributos tangibles
del producto y más en la creación de pasión, sorpresa y entusiasmo
alrededor de una marca

Las marcas exitosas involucran a los clientes a un nivel emocional


profundo. Según Stengel, “el marketing inspira vida, y la vida inspira
marketing”.

Los llamados emocionales buscan despertar emociones tanto negativas


como positivas que motiven una compra. Los comunicadores podrían
utilizar exhortaciones emocionales como el amor, la alegría, el sentido
del humor, el temor y la culpa. Los partidarios de los mensajes
emocionales afirman que atraen más la atención y producen mayor
credibilidad en el patrocinador y en la marca. La idea es que los
consumidores a menudo sienten antes de pensar, y que la persuasión
tiene una naturaleza emocional.

El miedo y los medios de comunicación

Los miedos son socializantes decía Sigmund Freud, “el costo de vivir en
sociedad es renunciar a satisfacciones inmediatas por temor a las
consecuencias”.

La instalación del miedo tiene como función paralizar al individuo,


colocarlo en una situación de indefensión personal que lo lleve luego a
aceptar las respuestas que le ofrezcan frente a esta situación.

Miedo a la sociedad: Es su versión minimalista, por lo que aunque de un


modo sutil, el deseo de pertenecer, formar parte de, conlleva cierto
miedo a la soledad, lo que no llama la atención en una sociedad
gregaria, cada vez más vinculada, en la que los anuncios que vinculan
los productos –p. ej. Bebidas- y servicios –p. ej. Lugares de diversión-
con amigos, multitudes, desenfado o desenfreno que alejan el miedo a
la soledad. El problema es que las multitudes no son el lugar más
adecuado para la comunicación salvo la sensorial, en donde por
supuesto la razón, la reflexión y los límites están ausentes.

Miedo a perder lo que se tiene: El más utilizado y generalizado de todos


los miedos, agudizado por la reciente historia en donde las crisis
financieras –locales o globales-, o el aumento de los robos, secuestros,
etc. agudizados por las secciones de policiales de los medios, ha
aumentado el consumo en seguros, rejas, perros mastines, alarmas,
sistemas de seguridad, etc.

El miedo en los medios de comunicación

Según Douglas Rushcoff, se pregunta ¿Por qué los anuncios de las


revistas de moda nos hacen sentir inferiores y, después de conseguirlo,
por qué nos sentimos obligados a comprar los productos anunciados?
¿Cómo podemos creer que somos conscientes de los efectos de la
publicidad y el marketing si todavía sucumbimos a ellos? Y luego relata
el mecanismo de la venta Cara a Cara, donde al cliente se lo trata de
convencer afectivamente, a partir de “actuar como amigo” o utilizando
las técnicas de “hombre bueno, hombre malo” creadas por la CIA, o
como los diseñadores de centros comerciales quieren que “los clientes
nos perdamos dentro de ellos”, o como en los espectáculos “el sonido
ensordecedor o las luces que enceguecen afectan el comportamiento”
colectivo y sobretodo aumentan la vulnerabilidad emocional de sus
concurrentes. (Coerción. Porque hacemos caso a lo que nos dicen.
Ediciones La Liebre de Marzo. Barcelona. 2001.)

También profundiza en como un especialista en relaciones públicas


convierte una crisis de imagen de una personalidad en una ventaja a su
favor, a partir de “sobreactuar un rol” o como la publicidad “debe”
incluir una excusa racional para que los clientes justifiquen sus
decisiones emocionales.

Podemos afirmar que una parte del marketing, se basa en el miedo, y


que en esos casos podríamos decir que allí “vender es encontrar una
carencia, agudizar un miedo, crear un fetiche y distribuirlo en el
mercado”.

El análisis de la alegoría de las cavernas de Platón

Nos parece consecuente la elección de la alegoría de las cavernas de


Platón para relacionar el marketing del miedo desde una perspectiva
ética. Esta decisión surge en base a la estrecha relación que
encontramos entre los distintos factores que participan en el relato;
siendo los prisioneros los consumidores, y quienes manipulan estas
sombras, los operadores del marketing.

Entendemos que las decisiones que tomamos a la hora de consumir son


en sí la adquisición de connotación personal en un mundo regido bajo
los términos y las condiciones de quienes son los encargados de elegir
los consumos actuales.
Esto no hace más que generarnos una pregunta, que termina siendo
retórica, ¿Quiénes son los que manipulan nuestra sombra? No hay
respuesta segura o afirmación certera, lo que sí sabemos es que son
quienes poseen la capacidad de influenciarnos a tal punto de causarnos
temor, bien sea este para bien o para mal. Tal vez nos encontremos
esperando cierta conformidad de parte de ellos que nunca se dará ya
que el contacto no es más que imaginario e inconsciente.

Difícilmente podemos negar que el mercadeo es, entre muchas otras


cosas, una elegante técnica de manipulación. En estos tiempos que nos
toca afrontar queda en evidencia la utilización de estrategias de
marketing del miedo por los manipuladores de sombra. Son quienes
marcan las reglas del juego, y en el nombre de quienes actuamos y nos
conformamos como entidades sociales.

Son entonces estos los que, diría Platón, proyectan sus formas en
nuestra caverna haciéndonos creer que son propias y obligándolos a
tomar medidas al respecto.

Nosotros, desde la comodidad ingenua y esclavizante de una caverna


donde se nos ha instalado, obedecemos proyectando deseos y acciones
en este ejercicio del poder.

Poniéndonos desde otro punto, y avispando a la hora de analizar las


sombras, entendiendo quienes las proyectan, comprendemos que es
una estrategia válida, que genera eficazmente una acción y que dispuso
su puesto ante un tipo de público determinado, quien a su vez presenta
una solución; “producto”, para la misma necesidad que esta genera;
“consumo”. Es inevitable, en un contexto como este, no relacionarlo con
la actual situación global del Covid-19; ¿Existe un límite ético en las
estrategias implementadas?, cuando este ¨´consumo´´ está promovido
por el miedo ¿Hay una transgresión moral?

Todas las piezas que se ponen este sistema, tanto sea proyectores de
sombra como receptores, conviven de manera continua y de forma
recíproca en un juego infinito de reflejos ya confusos que cada vez que
emiten un mensaje obligan al resto de los jugadores a modificar su
estrategia, no son más que una sociedad activa, donde los actores
principales del juego son en fin los que definen las reglas y el resto, por
más importantes que crean sea su rol, siguen siendo meros y simples
consumidores.

Algunos ejemplos prácticos del Marketing del miedo

Más allá de las afirmaciones de los autores, puede quedarnos la duda


sobre el verdadero alcance del uso del miedo en el marketing. Por ello a
continuación daré algunos ejemplos que ilustran su uso, los que
podríamos exhibir en avisos publicitarios si el medio escrito –o el tiempo
de exposición en el Encuentro-, lo permitieran.

• Miedo a no ser amado


• Miedo al fracaso
• Miedo al sufrimiento
• Miedo a la soledad
• Miedo a la vejez
• Miedo a no ser amado

• Miedo a la muerte: Usualmente utilizado por las religiones o sectas, su


uso despierta menos polémicas que los demás –en definitiva, la muerte
tiene tanta seguridad de ganar que nos da una vida para evitarla-
provocando una reacción gregaria o de negación de su individualidad.
Pero también se utiliza cuando se plantea en términos individuales “vive
el hoy”, sugiriendo “porque mañana quien sabe si estarás”, a lo que
gudiza la despreocupación por los demás, actuales o futuros inquilinos
de este planeta que habitamos.

• Miedo a ser distinto: Es un típico argumento para las etapas de la


adolescencia, o grupos con identidad propia en que los mensajes se
dirigen a motivar comportamientos opuestos a los que tiene un grupo
de rechazo –del que no es ni quiere ser parte-. Así los mensajes dicen
“si no quieres ser como “ellos” tienes que actuar distinto a “ellos”, en lo
posible del modo contrario”. De esa afirmación, a la discriminación, la
exclusión de “mi ámbito” hay un solo paso, la acción discriminadora,
como si el “otro” fuera solo “eso”.

Está entonces muy asociado a los demás miedos –ser pobre, al futuro,
no ser amado, al fracaso, a la vejez y la soledad- que nos preocupan.

• Miedo a perder lo que se tiene: El más utilizado y generalizado de


todos los miedos, agudizado por la reciente historia en donde las crisis
financieras –locales o globales-, o el aumento de los robos, secuestros,
etc. agudizados por las secciones de policiales de los medios , ha
aumentado el consumo en seguros, rejas, perros mastines, alarmas,
sistemas de seguridad, etc.

La propiedad individual tan promovida por el capitalismo desde sus


orígenes, y su derivación hedonista, ha sido señalada reiteradamente
como un de las causas del desequilibrio de la especie.

• Miedo al futuro

Quizás el más omnipresente de todos los miedos de la sociedad


contemporánea, caracterizada por cambios violentos, radicales, que
afectan a todos, para muchos imprevisibles.

Su sola mención o referencia las más de las veces inmoviliza, por lo que
su uso es solo frecuente asociado a otros miedos y muy sutilmente,
nuevamente con un mensaje “vive hoy” por ejemplo promoviendo el
uso de tarjetas de crédito, o “conoce tu futuro”, en la promoción de
horóscopos y todo tipo de adivinadores, etc.

Es en este punto fundamental es donde nos encontramos hoy parados.


El temor, la incertidumbre, el desconocimiento del escenario donde nos
encontramos parados dentro de este confinamiento forzoso y de una
enfermedad que si bien no es nueva, ha cobrado dimensiones nunca
antes vistas y a una velocidad impensada, hace ver al futuro como una
gran incógnita cargada de temor y angustia. Si a esto le sumamos el
temor a la muerte, al sentimiento de desprotección y al sentirnos
expuestos cotidianamente a la muerte por el siempre hecho de tender
una mano o un abrazo, alejados de nuestros afectos y sin más contacto
que solos los medios de comunicación motores de los mismos temores
nos coloca en un estado de desprotección y de vulnerabilidad que para
todo aquel que entienda y pueda ver la oportunidad que se genera en
esta crisis y no tema aplicar estrategias efectivas de manipulación y de
control tendrá un panorama por demás alentador para su beneficio. El
juicio ético sobre estas conductas quedará en la conciencia de cada uno
de nosotros y en la claridad y la certeza de saber qué tipo de
profesionales queremos ser en el futuro.

Textos consultados
• Miedo líquido de Sygmunt Buman
• Ética de los Negocios de Hartman, DesJardins, y Espinoza
• Texto: Sembradores de enfermedades: el marketing del miedo www.saludysolidaridad.com
• El marketing del miedo: www.cuatropes.com
• Los miedos como cimientos de la sociedad www.reserchgate.net
• Neuromarketing: del miedo al impulso de compra en el marketing
¿Aprovechar la pandemia para vender? Angstwerbung y el lado oscuro del marketing

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