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La madre y las niñas desafiando al enemigo. Nunca cayeron en las manos de los chilenos abusivos.
Una constante fue burlarse de ellos y colaborar, en lo que pudiesen, como lo hicieron de forma tan
peculiar, con las huestes de la liberación legítima
Antonia, mujer enteramente consecuente. Antonia, mujer de hierro. Llena de calidades y de
resistencia total. Lo demostró a las claras en los peores momentos de la Historia del Perú. En la
desgracia de la Guerra con Chile y en plena invasión tan injustificada, tan abusiva, tan poco
consecuente. Allí estuvo como ninguna.
Todos estos hechos los relata minuciosamente, en entrevista exclusiva con Miscelánea y
demostrando a las claras conocimiento de causa y profundidad en el campo de su dominio
profesional, el joven historiador peruano, Rodolfo Castro Lizarbe, quien ha estudiado en la
Pontificia Universidad Católica del Perú y apunta a convertirse en un experto excepcional y total
de las lides relacionadas con este tipo de conflictos. Muy pronto hará una maestría de
especialización.
Castro es un convencido de que hay que reivindicar, para siempre y de una vez por todas, la figura
de la señora Cáceres. Un paso ya se ha dado con la publicación, en 1912, de su s “Recuerdos de
la Campaña de la Breña”, cuyo prólogo lo ha escrito el joven investigador y el libro ha sido
publicado por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica y la Orden de la Legión Mariscal
Cáceres.
Hay una coincidencia en afirmar que doña Antonia hizo de todo a favor del país: conspiró con
efectividad, contribuyó a que se saquen en ataúdes armas y piezas de artillería. Engañando por
completo al enemigo.
Llevó, de Lima a la sierra, el encargo del gobierno provisorio en busca de la adhesión de Cáceres.
Aunque en lo que se refiere al apoyo, hay una serie de contradicciones por aclarar. Sin embargo, la
gestión presidencial de Francisco García Calderón fue reconocida por el héroe y se registró entre
ellos una probada coordinación.
Asimismo pasó por Chosica, Huancayo, Jauja, Tarma, Cerro de Pasco, Huánuco, Ayacucho,
Huaraz, y otras ciudades, retornando a Lima por Paramonga. Había cruzado las Cordilleras Blanca
y Negra. Hasta que llegó al desierto costeño tan largo y tan aburrido, rumbo a la capital.
En una oportunidad conversó, mientras el esposo estaba lejos en la serranía luchando, con en el
emisario del jefe de la invasión, Patricio Lynch, en la casa del Cónsul de España, de nombre
Alberto Stuven. Ahí, sin titubeos, rechazó enérgicamente las amenazas chilenas y retó a los
nefastos invasores que la fusilen, conjuntamente, con sus hijas. Que tal firmeza.
Lynch era un zamarro de la peor especie que incluso, entre otras barbaridades, ordenó
flagelaciones en contra de los peruanos. Y en una oportunidad allanó el domicilio de la señora
Caceras, cuando ella estaba fuera de la capital.
Doña Antonia, en la sierra, nunca se cansaba de atender a su esposo en sus triunfos, en sus caídas
en sus luchas armadas, en sus enfermedades. El estar con las niñas era su constante preocupación,
sobre todo por lo accidentado del terreno que debían de recorrer y por el continuo acoso del
enemigo.
En más de una ocasión, tanto doña Antonia como sus pequeñas, se salvaron de accidentes fatales
por la oportuna intervención de los oficiales ayudantes, fuera de las caídas experimentadas por la
propia señora Cáceres, en la retirada de Ayacucho. Y por su hija Rosa Amelia, en la ida a Huaraz.
Ellas casi son atrapadas por los chilenos en Jauja a inicios de 1882. Lo mismo ocurrió en Huaraz
en marzo del año siguiente. Mucho antes había salido de Lima rumbo a la sierra, disfrazada de
humilde campesina.
Cabalgó, inclusive, a lomo de mula al lado de la imponente Cordillera de los Andes con el soroche
encima. En una oportunidad, contrajo la enfermedad del tifus que casi se la lleva a la tumba.
Pero, felizmente, sanó.
Le latía mucho más fuerte el corazón cada víspera de combate que se despedía del esposo. Tal
como ocurrió en Pucará, Acuchimay, Marcavalle y Huamachuco. Los peligros eran mil y ella con sus
niñas pudieron superar las adversidades.
Conoció a Leoncio Prado antes de pelear en Huamachuco e inmolarse como héroe. Habló
largamente con él cuando vino a buscar a su esposo para recibir instrucciones. Ella se las adelantó
en parte. Esta mujer se la jugó por el Perú hasta que murió en 1916. Sus restos descansan en la
Cripta de los Héroes del Cementerio Presbítero Maestro de Lima.
A continuación la entrevista con Rodolfo Castro:
-Para usted como historiador, ¿Cómo puede definirse a Andrés Avelino Cáceres y su esposa,
Antonia Moreno de Cáceres?
-Cáceres es el militar más destacado de la Guerra con Chile por su empecinamiento para mantener
la resistencia, a pesar de que muchos ya creían acabada la posibilidad de continuar la guerra.
Mientras que, Antonia Moreno de Cáceres, es la mujer que mayor participación tuvo a lo largo de
este conflicto y. como bien dijo el doctor Juan José Vega, la podemos considerar como la primera
rabona del Perú. Eso si entendiendo que tales personalidades eran aquellas mujeres que
acompañaban a los soldados en las marchas y las campañas. En este caso, ella, por ser la esposa de
quien acaudillaba la resistencia, merece ese apelativo. Doña Antonia siempre siguió,
admirablemente, a su esposo. No se quedó en casa o en otro sitio. Constantemente en el lugar de
los hechos donde había enfrentamiento bélico. Eso, de por sí, es admirable Fue así y está
comprobado que de tal manera ocurrió. La señora Cáceres visitó hasta los parajes más inhóspitos
de la sierra. Cruzó una y otra vez la Cordillera. Incluso, para colmo de males, en estas marchas
perdió a su único hijo varón.
-El término de rabona suena peyorativo, por si acaso
-Sí, efectivamente. Ya ha habido un incidente en el cual un Comandante General del Ejército,
cuyo nombre no vale la pena recordar, se ofendió por completo al escuchar este calificativo. Pero
en realidad se puede decir, sin ningún inconveniente, dicho nombre en el sentido que lo he hecho,
aludiendo a estas mujeres que heroicamente seguían siempre a la cola del Ejército. El rabo del
Ejército en las marchas u otros acontecimientos eran las rabonas. La gran participación,
enteramente decidida, de doña Antonia está por encima de cualquier expresión que guste o no
guste.
-Cierto es lo que usted dice. Según el diccionario de la Enciclopedia Espasa, Pág. 70 del Tomo
49, la palabra, entre otras acepciones, significa lo siguiente: mujer que suele acompañar a los
soldados en las marchas y en campaña.
-Así es por eso es que uso el término.
¿Especifique los estudios de carácter histórico que ha realizado con respecto a la vida de estos
dos grandes e ilustres personajes?
Para mi tesis como historiador escogí un tema relacionado con la Guerra del Pacífico en la etapa
de que los chilenos ocupaban Lima. La resistencia aquí fue apoyada de modo casi secreto y
clandestino, facilitando el escape de los peruanos que querían ir a pelear a la sierra. Enviando
información, armamento y lo que se necesitaba al interior del país. Quien jugó un papel
preponderante aquí fue doña Antonia Moreno de Cáceres, que estuvo viviendo en la capital el año
1881 cuando ya su marido había salido a la sierra. He investigado, a profundidad, como ella
ayudó a Cáceres.
¿Hay de por medio algunas publicaciones u otras pruebas?
Si. A eso precisamente voy. Soy el autor del prólogo de la tercera edición de “Los Recuerdos de
la Campaña de la Breña” de doña Antonia, cuyos textos los he confrontado con otros testimonios
y fuentes de la época. Incluyendo memorias de otros protagonistas, periódicos de la época y otras
publicaciones documentales, tanto de origen chileno como peruano. Toda la documentación que
pueda concurrir para extender o corregir algunas inexactitudes que puedan haber en estos
recuerdos que ella escribió muchos años después, treinta o cuarenta.
Castro, la bisnieta de los héroes, Jossie Sisson Porras, y el General Pablo Correa Falen: Presidente
de la Orden de La Legión Cáceres