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Teoría y Metodología de la Investigación I (literaria)

Prof. y Lic. en Letras – FHyCS/UNaM


Apunte de cátedra elaborado por Carmen Santander y Carmen Guadalupe Melo

El Giro Lingüístico

A lo largo de la historia de la filosofía, nos encontramos con distintas revoluciones que


han ido en contra de las prácticas de los filósofos precedentes y que han intentado hacer de la
filosofía una ciencia. Cada una de estas revoluciones se ha propuesto sustituir la opinión por el
conocimiento y dar a “filosofía” un significado propio: “la realización de una cierta tarea sutil
mediante la aplicación de un determinado conjunto de orientaciones metódicas” (Rorty, 1990:
47).
La revolución filosófica más reciente es la de la filosofía lingüística, que puede ser
definida en palabras de Richard Rorty como “el punto de vista de que los problemas filosóficos
pueden ser resueltos (o disueltos) reformando el lenguaje o comprendiendo mejor el que usamos
en el presente” (Cfr. Ob. cit. 50). Para sus defensores, esta perspectiva puede ser considerada “el
descubrimiento filosófico más importante de nuestro tiempo”; sin embargo, para sus críticos y
detractores, “es un signo de enfermedad de nuestras almas, una revuelta contra la razón misma”
(Russell, sic).
No debemos olvidar que hasta principios del siglo XX, la preocupación era encontrar un
lenguaje formal, lógico, que pudiera “describir la realidad”. Es en el medio de esas discusiones
que surge la Filosofía Lingüística o Analítica y sus dos derivas: la Filosofía del Lenguaje Ideal y
la Filosofía de Lenguaje Ordinario.

El interés por la dimensión lógico-formal (común a la lógica y a la matemática) y el


desarrollo de la moderna teoría matemática de conjuntos constituyen un factor clave en la
formación del planteamiento de la Filosofía Analítica y marcan focos de interés especulativo
que han seguido influyendo.
La primera fase de la tendencia analítica se caracteriza por el uso metódico del
análisis lógico de las formulaciones verbales (en Russell y en Moore, hacia 1900). Esto
significa apartarse de la forma de trabajo directo sobre conceptos (sin reparar en que es
imposible un debate conceptual sin el medium del lenguaje), y considerar que sólo sería
posible depurar ideas y conceptos si se empezaba por precisar la forma en que se los
formulaba verbalmente; es decir, si se realizaba un cambio total en el enfoque habitual o,
precisamente, un Giro lingüístico. Ahí se manifiesta el influjo de la investigación sobre
matemática y lógica formal (entonces en auténtico “boom”) y, desde la perspectiva de
Russell y Moore, un trabajo de prevención de errores en el pensamiento debía también
superar las vaguedades del lenguaje cotidiano. En esa línea, y como el uso del lenguaje
formalizado de la matemática había llevado a avances en la física moderna, les parecía que
también el pensamiento filosófico debía pasar del lenguaje cotidiano a un lenguaje
formalizado.
Para Moore, el análisis del lenguaje tiene como fin el identificar el “significado” de
todas las expresiones verbales, es decir que el trabajo analítico se centra en la dimensión
semántica. Moore, considera que el lenguaje ordinario es ya suficiente para el análisis de
cualquier lenguaje científico y prefiere trabajar en el lenguaje cotidiano, ese que emplea toda
mente sana (la que sigue el common sense).
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Apunte de cátedra elaborado por Carmen Santander y Carmen Guadalupe Melo

Realiza su meta observación de la observación científica teniendo en cuenta que el


mismo lenguaje es al fin y al cabo una construcción “social”, no algo construido en un cielo
de ideas platónicas. Este modo de observar le permite, además, co-observar dentro del
ámbito de problemas sobre los cuales trabaja, la dimensión moral que la visión abstractizante
y matematizante de Russell eliminaba del campo de observación.
Por su parte, Russell buscaba la clave en la observación constructiva de la dimensión
sintáctica del lenguaje; esto es, en la estructura interna del lenguaje que debía reflejar la
estructura del mundo. El nivel de análisis iniciado por Russell sólo permite trabajar con
abstracciones y se caracterizó por el interés por construir un lenguaje ideal más conforme a
las estructuras lógicas.
El programa de reconstrucción lógico-sintáctica de la realidad, según Russell, o el
programa de reducción semántica de Moore, tenían que operar –para definir esos mismos
lenguajes– desde el lenguaje ordinario en el que había que diferenciar:
1. La parte que corresponde a una visión compartida acrítica de la realidad en la
comunidad cultural que utiliza el inglés, el alemán o el español;
2. Una serie de términos y referencias entre ellos elaborados y re-definidos (a veces
en clara distancia al uso cotidiano) en las distintas ciencias;
3. Un repertorio de términos cargados de sentido filosófico.

La tarea del análisis del lenguaje, según este primer programa de la Filosofía
Analítica, consiste en clarificar esos distintos lenguajes y sus relaciones tanto en sus aspectos
formales (sintaxis-lógica) como en sus contenidos o referencias a lo real (semántica).
En esta primera fase de la Filosofía Analítica, la reflexión sobre el saber científico no
llega a cuestionar la validez ni de la lógica, ni del lenguaje cotidiano como formas en que se
realiza el conocimiento científico o moral. Presuponiendo tal validez, la meta-observación en
que se realiza la crítica filosófica, la ciencia sólo tenía que atender al rigor lógico (profundo)
de las formulaciones científicas. Sólo a partir del Tractatus (1921) de Wittgenstein se exigirá
examinar también críticamente no sólo el lenguaje, sino también todo tipo de lógica
subyacente a las formulaciones en que se configuran los enunciados de la ciencia.

En ese marco, y a modo de respuesta a los fracasos de Carnap y Ryle de desarrollar una
investigación filosófica neutral, Gustav Bergman define las características de un lenguaje ideal
(Cfr. Rorty, 1990: 58) y a partir de allí acuña el término giro lingüístico para describir los
cambios que se están produciendo, que han estado en el centro de la discusión filosófica en estos
últimos años y que han sido objeto de variados estudios dentro de la filosofía del lenguaje.
El argumento de Bergman para sustituir los métodos de la filosofía tradicional por los
métodos de la filosofía lingüística es el siguiente:

Todos los filósofos lingüísticos hablan acerca del mundo por medio de un
hablar sobre un lenguaje apropiado. Este es el giro lingüístico, la táctica
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fundamental a manera de método, sobre el que están de acuerdo los filósofos


del lenguaje ordinario e ideal (FLO, FLI). (Rorty, 1990: 62).

Recordemos que de acuerdo con el antiguo paradigma cientificista, el lenguaje no sería


otra cosa que un instrumento por medio del cual se comunica el pensamiento; un medio más o
menos transparente para representar una realidad objetiva externa al mismo. Según las nuevas
perspectivas, o si se quiere las discusiones que aún hoy se siguen debatiendo, se plantea que el
pensar discurre por los surcos abiertos por el habla.
Una vez más, en palabras de Richard Rorty: “Desde que la filosofía tradicional ha
consistido por largo tiempo… en hurgar bajo el lenguaje buscando lo que expresa, la adopción
del giro lingüístico presupone la tesis sustantiva de que en tal búsqueda no hay nada que
encontrar”. (Rorty, 1990: 65. Negritas nuestras)
Esta posición no es un mero planteo de tópicos de investigación sino una reconfiguración
del pensamiento social y de allí podemos derivar algunas de las características de este giro:

✓ La no neutralidad del lenguaje o, lo que es igual, la no neutralidad de la red de


significados y sentidos por medio de la cual construimos mundo.
✓ Más que una preocupación por “la verdad”, el giro se reorienta hacia la auto
reflexividad; derrumba toda idea de progreso, al dejar atrás toda certidumbre
anterior: el pensamiento no presupone ni un principio originario ni un fin
último.
✓ Ese término giro lingüístico comprende a aquellas teorías según las cuales “los
problemas filosóficos son problemas que pueden ser resueltos (o disueltos) ya
sea mediante una reforma del lenguaje o bien mediante una mayor
comprensión del lenguaje que usamos en el presente” dice Rorty.

En un sentido amplio el giro se liga a la idea de que nuestro conocimiento del mundo,
como sostiene Ayer en Lenguaje, Verdad y Lógica, “no es factual sino lingüístico. En su
carácter, no describe el comportamiento de objetos físicos, o siquiera mentales”. Pero no
olvidemos que esto tiene una connotación que posiciona a Ayer y su filosofía analítica como
constructiva de un lenguaje ideal: “Las proposiciones de la filosofía no son factuales [relativas a
los hechos], sino de carácter lingüístico –esto es, no describen la conducta de objetos físicos ni
siquiera mentales; expresan definiciones o consecuencias formales de definiciones” (Ayer citado
por Rorty, 1990: 55).
Rorty esboza aquí su crítica a esta posición que considera a la filosofía como una rama de
la lógica: su punto de llegada es el intento de tematizar lo epistémico institucional que sostiene,
por ejemplo, a la crítica como práctica y por tanto permite pensar la crítica como institución.
(Luego veremos la relación de esto con su pragmatismo).

Ahora bien, las dos escuelas de pensamiento que mantienen las discusiones más fuertes
durante el segundo cuarto del siglo XX son precisamente las que resultan de la bifurcación de la
Filosofía analítica: la Filosofía del Lenguaje Ideal –empirismo lógico– y la Filosofía del
Lenguaje Ordinario. Ambas responden a los enfoques que señalábamos anteriormente:
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- Por un lado el enfoque de Bertrand Russell, quien sostenía el interés por construir
un lenguaje ideal más conforme a las estructuras lógicas y buscaba la clave en la
observación constructiva de la dimensión sintaxis del lenguaje; esto es, en la
estructura interna del lenguaje que debía reflejar la estructura del mundo.
- Por otro, el enfoque de George Moore, quien consideraba que el lenguaje ordinario
era suficiente para el análisis de cualquier lenguaje científico. Para Moore, el análisis
del lenguaje tiene como fin identificar el “significado” de todas las expresiones
verbales; lo que significaba que el trabajo analítico se centraba en la dimensión
semántica.

La escuela del Empirismo Lógico continuó en la línea de trabajo iniciada por Russell
durante el período que va de los años 1920 a 1950. También denominada Positivismo Lógico,
estuvo fuertemente vinculada al Círculo de Viena y consideraba que sólo hay una clase de
conocimiento: el conocimiento científico. Sostiene que cualquier conocimiento válido tiene que
ser verificable en la experiencia y, por lo tanto, que mucho de lo que había sido dado por bueno
por la filosofía no era ni verdadero ni falso, sino carente de sentido. El criterio de verificabilidad
del significado ha sufrido cambios como consecuencia de las discusiones entre los propios
empiristas lógicos, así como entre sus críticos, pero no ha sido descartado.
Por su parte, la escuela que se manifiesta en el campo del análisis lingüístico o de la
Filosofía del Lenguaje Ordinario o Corriente se desarrolló entre 1930 y 1960 y parece romper
con la epistemología tradicional. Los analistas lingüísticos se habían propuesto estudiar el modo
real en que se usan los términos epistemológicos claves –términos como conocimiento,
percepción y probabilidad– y formular reglas definitivas para su uso con objeto de evitar
confusiones verbales. En esa línea, John Langshaw Austin sostiene que el que un enunciado sea
verdadero no añade nada al enunciado excepto una promesa por parte del que habla o escribe.
Austin no considera la verdad como una cualidad o propiedad de los enunciados o elocuciones.
Uno de los rasgos de esta escuela sería la atención al lenguaje, sobre todo en contraste
con la presunta atención unilateral de la filosofía anterior concedida a los elementos subjetivos.
Hay que destacar que en ambas corrientes el aporte de Ludwig Wittgenstein fue decisivo;
en la línea lógica desde el Tractatus, en la segunda con sus Investigaciones Filosóficas. Sin
embargo, Wittgenstein no encuadra realmente en ninguna de ambas direcciones.
El giro lingüístico sería pues la tendencia por la cual se desplaza el foco de atención
desde la conciencia al lenguaje. Pero dentro de este nuevo paradigma (para emplear el término
introducido por T.S. Kuhn) hay enormes diferencias que las hacen mutuamente incompatibles e
irreductibles.

La misma Viena de Wittgenstein es la de Musil o la de Georg Trakl con su radical


cuestionamiento de la capacidad de comunicación del ser humano, o la de Schönberg que realiza
un similar cuestionamiento en el campo de la música. Es en este sentido, como ya los miembros
del Círculo de Viena podían examinar las presuntas bases de todo saber, y de todo “hablar”.
Para comprender mejor el alcance de este cambio de enfoque hay que recordar que el
avance de la ciencia moderna (primero la física, luego la química, la biología, la sociología, la
psicología, etc.) opera con disociaciones en el ámbito de conocimiento y se generan ciencias
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parciales y se desarrollan paralelamente distintos subsistemas como los de la política, economía,


derecho, ciencia, religión, etc. Este rasgo característico de la “modernidad” tuvo como
consecuencia que la Filosofía terminara de perder su anterior función de orientar globalmente la
vida humana, como “sabiduría de vivir”, donde la dimensión del discurso racional, la “teoría”,
estaba constitutivamente ligada a la “praxis” y se convirtiera en pura “teoría” especulativa sin
relación intrínseca con la praxis. Posiblemente, en un diagnóstico podamos sostener
arriesgadamente que la ciencia no ha podido abordar los problemas que la vida moderna
planteaba y esto se observa al analizar el Círculo de Viena, cuyos miembros reconocían que la
filosofía moderna se había alejado de la realidad pero para ellos esta última, la realidad, no era la
de la vida humana sino la del mundo transformado tecnológicamente por el avance científico.

“… a pesar de sus dudosos programas metafilosóficos, escritores como


Russell, Carnap, Wittgenstein, Ryle, Austin y otros muchos, han tenido éxito
en forzar a los que desean proponer problemas tradicionales a admitir que
tales problemas ya no podían ser planteados en las formulaciones
tradicionales. (…) La filosofía lingüística ha conseguido en los últimos treinta
años, poner a la defensiva a la tradición filosófica entera, de Parménides a
Descartes y Hume hasta Bradley y Whitehead. Y lo ha logrado mediante un
escrutinio cuidadoso y completo de los métodos mediante los que los filósofos
tradicionales han usado el lenguaje en la formulación de sus problemas. Este
logro es suficiente para colocar este período entre las épocas más grandes de la
historia de la filosofía.” (Rorty, 1990: 115-116)

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Bibliografía:
Rorty, Richard (1990). “Dificultades metafilosóficas de la filosofía lingüística”. En El giro
lingüístico. Barcelona, Paidos.

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