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El Giro Lingüístico
La tarea del análisis del lenguaje, según este primer programa de la Filosofía
Analítica, consiste en clarificar esos distintos lenguajes y sus relaciones tanto en sus aspectos
formales (sintaxis-lógica) como en sus contenidos o referencias a lo real (semántica).
En esta primera fase de la Filosofía Analítica, la reflexión sobre el saber científico no
llega a cuestionar la validez ni de la lógica, ni del lenguaje cotidiano como formas en que se
realiza el conocimiento científico o moral. Presuponiendo tal validez, la meta-observación en
que se realiza la crítica filosófica, la ciencia sólo tenía que atender al rigor lógico (profundo)
de las formulaciones científicas. Sólo a partir del Tractatus (1921) de Wittgenstein se exigirá
examinar también críticamente no sólo el lenguaje, sino también todo tipo de lógica
subyacente a las formulaciones en que se configuran los enunciados de la ciencia.
En ese marco, y a modo de respuesta a los fracasos de Carnap y Ryle de desarrollar una
investigación filosófica neutral, Gustav Bergman define las características de un lenguaje ideal
(Cfr. Rorty, 1990: 58) y a partir de allí acuña el término giro lingüístico para describir los
cambios que se están produciendo, que han estado en el centro de la discusión filosófica en estos
últimos años y que han sido objeto de variados estudios dentro de la filosofía del lenguaje.
El argumento de Bergman para sustituir los métodos de la filosofía tradicional por los
métodos de la filosofía lingüística es el siguiente:
Todos los filósofos lingüísticos hablan acerca del mundo por medio de un
hablar sobre un lenguaje apropiado. Este es el giro lingüístico, la táctica
Teoría y Metodología de la Investigación I (literaria)
Prof. y Lic. en Letras – FHyCS/UNaM
Apunte de cátedra elaborado por Carmen Santander y Carmen Guadalupe Melo
En un sentido amplio el giro se liga a la idea de que nuestro conocimiento del mundo,
como sostiene Ayer en Lenguaje, Verdad y Lógica, “no es factual sino lingüístico. En su
carácter, no describe el comportamiento de objetos físicos, o siquiera mentales”. Pero no
olvidemos que esto tiene una connotación que posiciona a Ayer y su filosofía analítica como
constructiva de un lenguaje ideal: “Las proposiciones de la filosofía no son factuales [relativas a
los hechos], sino de carácter lingüístico –esto es, no describen la conducta de objetos físicos ni
siquiera mentales; expresan definiciones o consecuencias formales de definiciones” (Ayer citado
por Rorty, 1990: 55).
Rorty esboza aquí su crítica a esta posición que considera a la filosofía como una rama de
la lógica: su punto de llegada es el intento de tematizar lo epistémico institucional que sostiene,
por ejemplo, a la crítica como práctica y por tanto permite pensar la crítica como institución.
(Luego veremos la relación de esto con su pragmatismo).
Ahora bien, las dos escuelas de pensamiento que mantienen las discusiones más fuertes
durante el segundo cuarto del siglo XX son precisamente las que resultan de la bifurcación de la
Filosofía analítica: la Filosofía del Lenguaje Ideal –empirismo lógico– y la Filosofía del
Lenguaje Ordinario. Ambas responden a los enfoques que señalábamos anteriormente:
Teoría y Metodología de la Investigación I (literaria)
Prof. y Lic. en Letras – FHyCS/UNaM
Apunte de cátedra elaborado por Carmen Santander y Carmen Guadalupe Melo
- Por un lado el enfoque de Bertrand Russell, quien sostenía el interés por construir
un lenguaje ideal más conforme a las estructuras lógicas y buscaba la clave en la
observación constructiva de la dimensión sintaxis del lenguaje; esto es, en la
estructura interna del lenguaje que debía reflejar la estructura del mundo.
- Por otro, el enfoque de George Moore, quien consideraba que el lenguaje ordinario
era suficiente para el análisis de cualquier lenguaje científico. Para Moore, el análisis
del lenguaje tiene como fin identificar el “significado” de todas las expresiones
verbales; lo que significaba que el trabajo analítico se centraba en la dimensión
semántica.
La escuela del Empirismo Lógico continuó en la línea de trabajo iniciada por Russell
durante el período que va de los años 1920 a 1950. También denominada Positivismo Lógico,
estuvo fuertemente vinculada al Círculo de Viena y consideraba que sólo hay una clase de
conocimiento: el conocimiento científico. Sostiene que cualquier conocimiento válido tiene que
ser verificable en la experiencia y, por lo tanto, que mucho de lo que había sido dado por bueno
por la filosofía no era ni verdadero ni falso, sino carente de sentido. El criterio de verificabilidad
del significado ha sufrido cambios como consecuencia de las discusiones entre los propios
empiristas lógicos, así como entre sus críticos, pero no ha sido descartado.
Por su parte, la escuela que se manifiesta en el campo del análisis lingüístico o de la
Filosofía del Lenguaje Ordinario o Corriente se desarrolló entre 1930 y 1960 y parece romper
con la epistemología tradicional. Los analistas lingüísticos se habían propuesto estudiar el modo
real en que se usan los términos epistemológicos claves –términos como conocimiento,
percepción y probabilidad– y formular reglas definitivas para su uso con objeto de evitar
confusiones verbales. En esa línea, John Langshaw Austin sostiene que el que un enunciado sea
verdadero no añade nada al enunciado excepto una promesa por parte del que habla o escribe.
Austin no considera la verdad como una cualidad o propiedad de los enunciados o elocuciones.
Uno de los rasgos de esta escuela sería la atención al lenguaje, sobre todo en contraste
con la presunta atención unilateral de la filosofía anterior concedida a los elementos subjetivos.
Hay que destacar que en ambas corrientes el aporte de Ludwig Wittgenstein fue decisivo;
en la línea lógica desde el Tractatus, en la segunda con sus Investigaciones Filosóficas. Sin
embargo, Wittgenstein no encuadra realmente en ninguna de ambas direcciones.
El giro lingüístico sería pues la tendencia por la cual se desplaza el foco de atención
desde la conciencia al lenguaje. Pero dentro de este nuevo paradigma (para emplear el término
introducido por T.S. Kuhn) hay enormes diferencias que las hacen mutuamente incompatibles e
irreductibles.
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Bibliografía:
Rorty, Richard (1990). “Dificultades metafilosóficas de la filosofía lingüística”. En El giro
lingüístico. Barcelona, Paidos.