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Como cada mañana, Pepi, Adriana y Diego están cocinando para calmar
el apetito de más de un centenar de personas que ya no tienen recursos
para adquirir los alimentos para su propia subsistencia.
12.11.2012 · IPS · Inés Benítez · (Torremolinos, Málaga)
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“Mi madre no tiene trabajo y somos tres hermanos”, cuenta la dominicana Dariana, de
18 años, quien llegó al local de Emaús al mediodía para recoger las porciones de arroz
caliente, ensalada, bocadillos, pan y fruta para la cena de los cuatros miembros de su
familia.
La organización humanitaria católica Emaús, con seis trabajadores y varios voluntarios,
reparte comida a enfermos y ancianos tanto en sus propios domicilios como en su sede,
donde alrededor de las 12.30 comienza a formarse una fila de personas que esperan
retirar bolsas con alimentos, mientras que una hora más tarde otros almorzarán en una
sala con capacidad para unos 30 comensales.
“Nunca imaginé que tendría que venir a pedir comida”, reconoce con pesar la joven
Jéssica, de 29 años, mientras da la mano a su hija, Janira, de dos. Vive en casa de la
abuela de la niña, pero acude desde hace dos meses a Emaús porque ella y su esposo
quedaron desempleados, no perciben ningún ingreso, “y son cuatro bocas que
alimentar”.
Más del 21% de los 47 millones de residentes en España viven este año por debajo
del umbral de pobreza, según la Encuesta de la Población Activa del Instituto
Nacional de Estadística (INE), que advierte que 12,7 por ciento de los hogares
manifiestan llegar a fin de cada mes con dificultad, y 7,4 tienen retrasos a la hora de
abonar gastos relacionados con la vivienda. El INE sitúa actualmente el umbral de
pobreza en 7.355 euros (9.339 dólares) para hogares de una persona.
“Cada vez hay más gente que pide comida. Es desbordante”, dice Pepi, mientras
remueve el arroz. “La mayoría de las personas a las que ayudamos tienen casa, pero no
les alcanza el dinero para alimentos”.
Junto a Pepi está Diego, desempleado y voluntario desde julio, quien termina de
preparar la ensalada mientras Adriana, quien algún día llegó de Uruguay en busca de un
futuro mejor, se afana en picar acelgas que luego conservan en congeladores.
El presidente de Emaús, Antonio Abril, explica que el perfil de las personas que
acuden a los comedores sociales ha cambiado desde el comienzo de las dificultades
económicas, cuando la crisis global nacida en 2008 en Estados Unidos llegó a tierras
españolas y a varios países más de la Unión Europea. En el pasado esta organización
humanitaria prácticamente atendía solo a ancianos, pero ahora el abanico se ha
ampliado a “personas más jóvenes que viven en la calle o en casas ocupadas o que han
sido desalojadas”. Para ser atendido, “el único requisito es ser pobre”, dice Abril.
Las personas que acuden a esta organización llegan derivadas por los servicios sociales
del ayuntamiento malagueño y deben estar empadronadas en el municipio, explica el
maestro retirado Luis Romero, uno de los tres fundadores de Emaús en Torremolinos,
hace 16 años, que cuenta con comedores también en Estepona, en la provincia de
Málaga, y Guadix y Baza, en la vecina Granada.
A la una y media de la tarde el comedor del local de Torremolinos está preparado para
unas 30 personas. Las mesas con platos y cubiertos sobre manteles rosados se ubican en
una sala con paredes cubiertas de cuadros con imágenes religiosas, presidida por una
gran cruz de madera y dos jaulas con pájaros de un tono amarillo brillante.
“Menos mal que estamos aquí y podemos sobrevivir”, dice Marco mientras come arroz.
Originario de Polonia, hace cuatro años que perdió su trabajo en la construcción y ya
lleva uno almorzando en el comedor. Vive con su hermana y sobrina, también
desempleadas, y afronta una deuda de seis meses en el pago de su vivienda.
Ante el crecimiento del desempleo, que ya afecta a más de 25 por ciento de la población
económicamente activa, son cada vez más los deudores hipotecarios que no pueden
hacer frente a las cuotas mensuales y, por ello, son desalojados. Lo paradójico es que,
pese a quedar en la calle, mantienen la obligación de pagar al banco la deuda pendiente.
Halina, bielorrusa de pelo corto y rizado, comparte mesa con Marco. Llegó en 2003 a
España y comenzó a trabajar en la hostelería, pero perdió su empleo, agotó el subsidio y
ahora no tiene “dónde dormir”. La más anciana de los comensales, Encarnación, de 94
años, pelo corto cano y labios pintados de rojo, apunta que “últimamente vienen a
comer muchos jóvenes porque no hay trabajo”. Romero añade que, normalmente, en los
almuerzos suele haber más hombres que mujeres, inmigrantes, personas que duermen en
automóviles y portales, y algunos enfermos esquizofrénicos. “Ha habido un aumento
impresionante de personas de clase media que se han visto necesitadas de pedir
comida”, comenta la voluntaria Felisa Castro, fundadora hace tres años de los Ángeles
Malagueños de la Noche.
Esa asociación sin fines de lucro se nutre de donaciones y el trabajo de voluntarios que
reparten diariamente cientos de desayunos, almuerzos y cenas que preparan en una
caseta de un barrio céntrico de Málaga, esta ciudad del sur de España, acostumbrada
desde hace años a ver ingresar inmigrantes en busca de mejor vida.