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Apego y la vida emocional

 Establecimiento de vínculos afectivos significativos


 Tipos de apego

Antecedentes históricos
La teoría del apego constituye una de las construcciones teóricas más sólidas dentro del
campo del desarrollo socioemocional. Desde sus planteamientos iniciales, a finales de los
50, esta teoría ha experimentado importantes modificaciones y ha ido recogiendo las
críticas y las aportaciones de distintos investigadores que, lejos de debilitarla, la han dotado
de un vigor y una solidez considerable.
El surgimiento de la teoría del apego puede considerarse sin ninguna duda uno de los hitos
fundamentales de la psicología contemporánea. Alejándose de los planteamientos teóricos
psicoanalíticos, que habían considerado que el estrecho vínculo afectivo que se establecía
entre el bebé y su madre era un amor interesado que surgía a partir de las experiencias de
alimentación con la madre, John Bowlby (1907-1991) supo elaborar una elegante teoría en
el marco de la etología. No obstante, a pesar de mostrar una indudable orientación etológica
al considerar el apego entre madre e hijo como una conducta instintiva con un claro valor
adaptativo, su concepción de la conducta instintiva iba más allá de las explicaciones que
habían ofrecido etólogos como Lorenz, con un modelo energético-hidraúlico muy en
consonancia con los antiguos postulados de la física mecánica. Basándose en la teoría de
los sistemas de control, Bolwlby (1969) planteó que la conducta instintiva no es una pauta
fija de comportamiento que se reproduce siempre de la misma forma ante una determinada
estimulación, sino un plan programado con corrección de objetivos en función de la
retroalimentación, que se adapta, modificándose, a las condiciones ambientales.
La teoría de apego
John Bowlby (1986, 1998), psiquiatra y psicoanalista, trabajó durante años en clínica
infantil y planteó la teoría del apego, la que concibió como una tendencia de los seres
humanos a establecer vínculos afectivos sólidos con personas determinadas a través de la
vida.
Para Bowlby (1986), el comportamiento de apego es todo aquel que permite al sujeto
conseguir o mantener proximidad con otra persona diferenciada y generalmente
considerada más fuerte y/o sabia, propio del ser humano, que motiva la búsqueda de
proximidad entre el niño pequeño y sus padres o cuidadores. Se enfatiza que la experiencia
del niño con sus padres tiene un rol fundamental en la capacidad posterior del niño de
establecer vínculos afectivos y que las funciones principales de ellos serían proporcionar al
niño una base segura y, desde allí, animarlos a explorar; es importante que el niño pueda
depender de sus figuras de apego y que éstas puedan contener y proteger al niño cuando lo
necesita. La interacción que se produzca entre el cuidador y el niño podrá dar cuenta de la
calidad del vínculo, lo que tendría que ver con lo que Bowlby (1980) identificó como
modelos operantes internos, que serían expectativas que posee el niño acerca de sí mismo y
de los demás, y que le hacen posible anticipar, interpretar y responder a la conducta de sus
figuras de apego, ya que integran experiencias presentes y pasadas en esquemas cognitivos
y emocionales. En la misma línea, Fonagy et al. (1995) señalan que a partir de experiencias
repetidas con sus figuras de apego, los niños desarrollan expectativas en cuanto a la
naturaleza de las interacciones. Así, las relaciones tempranas de apego poseen amplia
influencia en la capacidad para regular el estrés, en la regulación de la atención y en la
función mentalizadora de los sujetos (Fonagy & Target, 2002). Crittenden (1990, 1995)
también habla de modelos internos, que implican cierta forma de procesar la información
acerca de la conducta de las figuras de apego y, asimismo, mayor o menor tendencia a
ciertos tipos de psicopatología.
El modelo de Bolwby
El modelo propuesto por Bolwby se basaba en la existencia de cuatro sistemas de
conductas relacionados entre sí: el sistema de conductas de apego, el sistema de
exploración, el sistema de miedo a los extraños y el sistema afiliativo. El sistema de
conductas de apego se refiere a todas aquellas conductas que están al servicio del
mantenimiento de la proximidad y el contacto con las figuras de apego (sonrisas, lloros,
contactos táctiles, etc.). Se trata de conductas que se activan cuando aumenta la distancia
con la figura de apego o cuando se perciben señales de amenazas, poniéndose en marcha
para restablecer la proximidad. El sistema de exploración está en estrecha relación con el
anterior, ya que muestra una cierta incompatibilidad con él: cuando se activan las conductas
de apego disminuye la exploración del entorno. El sistema de miedo a los extraños muestra
también su relación con los anteriores, ya que su aparición supone la disminución de las
conductas exploratorias y el aumento de las conductas de apego. Por último, y en cierta
contradicción con el miedo a los extraños, el sistema afiliativo se refiere al interés que
muestran los individuos, no sólo de la especie humana, por mantener proximidad e
interactuar con otros sujetos, incluso con aquellos con quienes no se han establecido
vínculos afectivos.
Por lo tanto, lejos de encontrarnos ante una simple conducta instintiva que aparece siempre
de forma semejante ante la presencia de un determinado estímulo o señal, el apego hace
referencia a una serie de conductas diversas, cuya activación y desactivación, así como la
intensidad y morfología de sus manifestaciones, va a depender de diversos factores
contextuales e individuales.
Diferencias individuales en la calidad del apego
Las primeras investigaciones detalladas de las diferencias individuales en apego fueron
dirigidas por Ainsworth (Fenney & Noller, 2001), quien trabajó con Bowlby en una
asociación importante y prolífica (Marrone, 2001). Basándose en una serie de
observaciones realizadas a través de un procedimiento estandarizado de laboratorio llamado
Situación Extraña (Strange Situation), de interacciones madre-hijo, Ainsworth, Blehar,
Waters y Wall (1978) desarrollaron la primera clasificación de apego en niños y
describieron tres patrones generales: seguro, inseguro evitativo y ambivalente. A través de
la situación extraña, bebés con apego seguro presentan conductas de exploración activa, se
disgustan ante la separación del cuidador pero cuando éste vuelve tienen una respuesta
positiva frente a él y suelen consolarse con facilidad; bebés con apego evitativo presentan
conductas de distanciamiento, no lloran al separarse del progenitor, suelen concentrarse en
los juguetes y evitan el contacto cercano; por último, bebés con apego ambivalente
reaccionan fuertemente a la separación, presentan conductas ansiosas y de protesta como
llorar y aferrarse, suelen mostrar rabia, no se calman con facilidad y no retoman la
exploración. Posteriormente, Main y Solomon (1986), agregaron una cuarta categoría
desorganizada para algunos bebés que muestran conductas desorientadas en presencia del
progenitor. Un aspecto interesante de esta clasificación, es que se basa en la expresión y
regulación emocional; la calidad del apego se establece fundamentalmente dependiendo de
cuán bien está la regulación emocional diádica al servicio de la exploración y el dominio
(Sroufe, 2000b).
A través del tiempo, el interés por la evaluación se amplió al ámbito del apego adulto. Una
de las pioneras fue Mary Main, quien junto a su equipo diseñaron la Adult Attachment
Interview (George, Kaplan & Main, 1985, citado en Feeney & Noller, 2001), que mide las
representaciones actuales de las experiencias de apego a través de la narrativa. Se
establecieron tres patrones de apego: seguro, indiferente y preocupado. Más tarde se
formularon dos nuevas categorías: irresuelto/desorganizado e inclasificable (Marrone,
2001). Adultos seguros realizan relatos coherentes y consistentes de su infancia, integran
experiencias distintas, reflexionan acerca de sus vivencias y poseen sentido de equilibrio;
adultos indiferentes realizan relatos incoherentes e incompletos y tienen vacíos en su
memoria, minimizan la relevancia del apego, tienen imagen positiva de las figuras de apego
pero no logran dar ejemplos concretos de ello y suelen negar experiencias negativas;
adultos preocupados se aprecian rabiosos, otorgan relatos detallados de los conflictos que
tuvieron con sus figuras de apego, oscilan entre evaluaciones positivas y negativas sin
notarlo y su lenguaje suele ser confuso, vago y poco claro (Moneta, 2003).
Martínez y Santelices (2005), señalan que luego de estos primeros intentos y hasta la
actualidad, ha sido enorme la diversificación en la medición del apego adulto. Esto ha
implicado complejidades y desafíos a los investigadores, ya que los estudios han surgido
desde áreas diversas de la psicología y, además, han realizado distintos énfasis en la
conceptualización del apego adulto, en la forma de evaluar, en el foco de la evaluación, en
el tipo de instrumentos utilizados, entre otros (Bartholomew, 1994; Bifulco, 2002; Griffin
& Bartholomew, 1994; Harris, 2002; Hazan & Shaver, 1994; Jacobvitz, Curran & Moller,
2002; Martínez & Santelices, 2005; Shaver & Mikulincer, 2002b; Stein, Jacobs, Ferguson,
Allen & Fonagy, 1998; Stein et al., 2002; Waters, Crowell, Elliott, Corcoran & Treboux,
2002). Aún considerando
estas dificultades (para un análisis más exhaustivo, dirigirse a las referencias ya
mencionadas), se reportarán los resultados más comunes de investigaciones que han
utilizado metodologías distintas en sus procesos de evaluación.
Estilos de apego y emociones características
Existe cierto acuerdo actualmente, en relación con la presencia de emociones específicas,
en mayor o menor grado e intensidad, en cada estilo de apego. Tomando el aporte de
distintos autores, es posible dilucidar qué relaciones se han ido estableciendo y, aunque
existe un amplio espectro de investigaciones en el área, se aprecian ciertas coincidencias
que son las que se tratará de relevar.
 Apego seguro
Ainsworth et al. (1978), señalan que las emociones más frecuentes de los bebés con apego
seguro en la situación extraña, son la angustia ante las separaciones del cuidador y la calma
cuando éste vuelve; en la interacción con el cuidador relevan la calidez, confianza y
seguridad. Kobak y Sceery (1988), en investigación en adolescentes y apego, concluyen
que cuando los pares evalúan a sujetos con apego seguro aprecian menores índices de
ansiedad en comparación con ambos grupos inseguros, e índices más bajos de hostilidad
que en el estilo evitativo; el reporte de los sujetos con apego seguro involucra menos
síntomas de estrés.
Mikulincer, Shaver y Pereg (2003), reportan que en el estilo seguro existe baja ansiedad y
evitación, seguridad en el apego, comodidad con la cercanía y con la interdependencia, y
confianza en la búsqueda de apoyo y otros medios constructivos de afrontamiento al estrés.
Para Magai, Hunziker, Mesias y Culver (2000), este estilo está marcado por expresiones
faciales de alegría y un sesgo favorecedor de la vergüenza; por el contrario, está
negativamente asociado al rasgo de emoción negativa y a la tendencia de que los afectos
negativos recorran la conciencia. En la rabia en particular, Mikulincer (1998) señala que
cuando personas seguras están enojadas tienden a aceptar su ira, expresar su enojo
controladamente y buscar soluciones a la situación. En un estudio que explora la relación
entre estilos de apego y síntomas de ansiedad y depresión (Muris, Mayer & Meesters,
2000), se reporta que niños con estilo de apego seguro exhiben menores niveles de ansiedad
y depresión, comparado a los niños con estilos inseguros.
Kerr, Melley, Travea y Pole (2003), exploran la relación entre apego adulto, experiencia y
expresión emocional, y encuentran que el grupo seguro reporta niveles más altos de afecto
positivo, gran cantidad de energía y placer, alta concentración y bajos niveles de tristeza y
apatía. En la vejez, Consedine y Magai (2003) señalan que mayor seguridad en el apego se
asocia con mayor alegría, interés, tristeza, rabia y miedo; esto se explica por la presencia de
un repertorio emocional balanceado y apertura a la experiencia emocional, lo que incluye la
habilidad de reconocer y expresar estrés emocional; además, este estilo se asocia no sólo
con contacto más frecuente y mayor intimidad, sino también con un mayor número de
individuos en la red social, lo que posibilita en estos sujetos mayor cantidad de experiencia
emocional.
 Apego ansioso ambivalente (también llamado inseguro-ambivalente).
Ainsworth et al. (1978), señalan que las emociones más frecuentes de los bebés con apego
ambivalente en la situación extraña es la angustia exacerbada ante las separaciones del
cuidador y la dificultad para lograr la calma cuando éste vuelve; en la interacción con el
cuidador relevan la ambivalencia, enojo y preocupación. Kochanska (2001), en
investigación con niños pequeños, señala que el grupo ambivalente exhibe la mayor
disminución en el desarrollo de emociones positivas entre los 9 y 33 meses, y el mayor
malestar en episodios dirigidos a elicitar emociones positivas; responden más temerosos no
sólo a estímulos que producen temor, sino también a estímulos elicitadores de alegría. El
miedo fue la emoción más fuerte.
Mikulincer (2003), enfatiza que en el estilo ansioso ambivalente se aprecia alta ansiedad y
baja evitación, inseguridad en el apego, fuerte necesidad de cercanía, preocupaciones en
cuanto a las relaciones y miedo a ser rechazado. En la misma línea, Mikulincer, Gillath y
Shaver (2002), señalan que en este estilo se facilita la accesibilidad a las preocupaciones en
relación al rechazo; para Lecannelier (2002b), el estado emocional predominante es la
preocupación y el miedo a la separación. Valdés (2002), además de enfatizar las emociones
de miedo y ansiedad, indica una baja tolerancia al dolor. Consedine y Magai (2003)
coinciden, al señalar que en la vejez tardía el estilo ambivalente posee alta afectividad
negativa, presentando miedo, ansiedad y vergüenza.
Kobak y Sceery (1988), incluso llaman preocupado a este estilo; se caracteriza por
evidentes sentimientos de ansiedad durante la entrevista de apego adulto; los pares también
los caracterizan con un predominio en los índices de ansiedad, y los sujetos con este patrón
tienen una percepción mayor de síntomas que el estilo seguro. Magai et al. (2000),
coinciden en el estilo preocupado, encontrando que éste se asocia con la presencia de un
conflicto interno, emociones de rabia, enojo, estrés y afecto depresivo. Asimismo,
Crittenden (1995), enfatiza la presencia de rabia y ansiedad en este estilo. Considerando la
rabia en particular, Mikulincer (1998) señala que los sujetos ambivalentes propenden a la
ira, caracterizándose por presentar enojos con alta hostilidad. Kerr et al. (2003), señalan que
sujetos pertenecientes al estilo ambivalente reportan los niveles más altos de afecto
negativo; malestar, enojo, repugnancia, culpa, miedo y nerviosismo y menores niveles de
calma y serenidad.
 Apego ansioso evitativo (también llamado inseguro-evitativo).
Ainsworth et al. (1978), señalan que las emociones más frecuentes de los bebés con apego
evitativo en la situación extraña es la ausencia de angustia y de enojo ante las separaciones
del cuidador, y la indiferencia cuando vuelve; en la interacción relevan distancia y
evitación. Mikulincer (2003), enfatiza que en el estilo evitativo no hay seguridad en el
apego, se produce una autosuficiencia compulsiva y existe preferencia por una distancia
emocional de los otros. Sin embargo, se ha constatado en niños con este estilo que, aunque
éstos parecen despreocupados por las separaciones, muestran signos fisiológicos que
denotan la presencia de ansiedad y esta activación se mantiene por mucho más tiempo que
en los niños seguros (ByngHall, 1995), lo que también ha sido demostrado en bebés (Sroufe
& Waters, 1977). En una investigación realizada con niños en la etapa de ingreso a la
guardería, Ahnert, Gunnar, Lamb y Barthel (2004), encontraron mayores niveles de
cortisol, de llanto y agitación, en la fase de adaptación de los niños con apegos inseguros a
la madre. Lo anterior concuerda con los resultados de Kobak y Sceery (1988), quienes
señalan que el autoreporte de los sujetos con estilo evitativo no refleja afecto negativo ni
síntomas de estrés y, sin embargo, los pares los consideran ansiosos y con un predominio
de la hostilidad. Los autores conceptualizan esta incongruencia como un sesgo hacia el no
reconocimiento de afecto negativo.
Kochanska (2001) reporta que los niños evitativos son muy temerosos a los 33 meses, y con
altas probabilidades de expresar ese temor, y que presentan los puntajes más altos al
examinar el total de emociones negativas a esta edad. Kerr et al. (2003) coinciden al señalar
que este grupo reporta bajos niveles de emociones positivas; experimentan más afecto
negativo que el grupo seguro y menor afecto negativo que el grupo ambivalente.
Específicamente en relación con la rabia, Mikulincer (1998) señala que el estilo evitativo se
inclina a la ira pero, aunque presenten intensos episodios de enojo con alta hostilidad,
tienden a esconder su ira mediante la negación de su emoción o mostrándose positivo. En la
vejez tardía, este estilo se asocia con menor alegría y más interés, menos vergüenza y
miedo; esto es conceptualizado por los autores como un indicador de la tendencia de este
estilo a la minimización del afecto (Consedine & Magai, 2003).
Ejemplos de los estilos de apego
Ainsworth diseñó una situación experimental, la Situación del Extraño (Ainsworth y Bell,
1970), para examinar el equilibrio entre las conductas de apego y de exploración, bajo
condiciones de alto estrés. La Situación del Extraño es una situación de laboratorio de unos
veinte minutos de duración con ocho episodios. La madre y el niño son introducidos en una
sala de juego en la que se incorpora una desconocida. Mientras esta persona juega con el
niño, la madre sale de la habitación dejando al niño con la persona extraña. La madre
regresa y vuelve a salir, esta vez con la desconocida, dejando al niño completamente solo.
Finalmente regresan la madre y la extraña. Como esperaba, Ainsworth encontró que los
niños exploraban y jugaban más en presencia de su madre, y que esta conducta disminuía
cuando entraba la desconocida y, sobre todo, cuando salía la madre. A partir, de estos datos,
quedaba claro que el niño utiliza a la madre como una base segura para la exploración, y
que la percepción de cualquier amenaza activaba las conductas de apego y hacía
desaparecer las conductas exploratorias.
Ainsworth encontró claras diferencias individuales en el comportamiento de los niños en
esta situación. Estas diferencias le permitieron describir tres patrones conductuales que eran
representativos de los distintos tipos de apego establecidos:
 Niños de apego seguro.
Inmediatamente después de entrar en la sala de juego, estos niños usaban a su madre como
una base a partir de la que comenzaban a explorar. Cuando la madre salía de la habitación,
su conducta exploratoria disminuía y se mostraban claramente afectados. Su regreso les
alegraba claramente y se acercaban a ella buscando el contacto físico durante unos
instantes para luego continuar su conducta exploratoria.
Cuando Ainsworth examinó las observaciones que había realizado en los hogares de estos
niños, encontró que sus madres habían sido calificadas como muy sensibles y responsivas a
las llamadas del bebé, mostrándose disponibles cuando sus hijos las necesitaban. En cuanto
a los niños, lloraban poco en casa y usaban a su madre como una base segura para explorar.
Ainsworth creía que estos niños mostraban un patrón saludable en sus conductas de apego.
La responsividad diaria de sus madres les había dado confianza en ellas como protección,
por lo que su simple presencia en la Situación del Extraño les animaba a explorar los
alrededores. Al mismo tiempo, sus respuestas a su partida y regreso revelaban la fuerte
necesidad que tenían de su proximidad. Este modelo ha sido encontrado en un 65-70% de
los niños observados en distintas investigaciones realizadas en EE.UU.
 Niños de apego ansioso ambivalente.
Estos niños se mostraban tan preocupados por el paradero de sus madres que apenas
exploraban en la Situación del Extraño. Pasaban un mal rato cuando ésta salía de la
habitación, y ante su regreso se mostraban ambivalentes. Estos niños vacilaban entre la
irritación, la resistencia al contacto, el acercamiento y las conductas de mantenimiento de
contacto.
En el hogar, las madres de estos niños habían procedido de forma inconsistente, se habían
mostrado sensibles y cálidas en algunas ocasiones y frías e insensibles en otras. Estas
pautas de comportamiento habían llevado al niño a la inseguridad sobre la disponibilidad de
su madre cuando la necesitasen. El porcentaje que los estudios realizados en EE.UU.
encuentran de este tipo de apego ronda el 10%. Sin embargo, en estudios realizados en
Israel y Japón se encuentran porcentajes más altos.
Además de los datos de Ainsworth, diversos estudios realizados en distintas culturas han
encontrado relación entre el apego inseguro-ambivalente y la escasa disponibilidad de la
madre. Frente a las madres de los niños de apego seguro que se muestran disponibles y
responsivas, y las de apego inseguro-evitativo que se muestran rechazantes, el rasgo que
mejor define a estas madres es el no estar siempre disponibles para atender las llamadas del
niño. Son poco sensibles y atienden menos al niño, iniciando menos interacciones. Sin
embargo, el hecho de que en algunos estudios (Isabella, 1993; Stevenson-Hinde y
Shouldice, 1995) se haya encontrado que en algunas circunstancias estas madres se
muestran responsivas y sensibles, podría indicar que son capaces de interactuar
positivamente con el niño cuando se encuentran de buen humor y poco estresadas.
Un aspecto muy destacado del comportamiento de estas madres tiene que ver con su
actitud ante la conducta exploratoria del niño, ya que los estudios que han considerado este
aspecto han hallado que tienden a intervenir cuando el niño explora, interfiriendo con esta
conducta. Este aspecto, unido al anterior, aumenta la dependencia y falta de autonomía del
niño, y sirve para explicar la percepción que el niño puede llegar a tener sobre el
comportamiento contradictorio de la madre.
Algunos autores (Cassidy y Berlin, 1994) consideran el comportamiento de estas madres
como fruto de una estrategia, no necesariamente consciente, dirigida a aumentar la
dependencia del niño, asegurando su cercanía y utilizándole como figura de apego. Así, la
no responsividad materna puede verse como una estrategia para aumentar la petición de
atención del niño. Al igual que la inmadurez del niño aumenta la conducta de cuidados de
la madre, la incompetencia de la madre aumenta la atención del niño a la madre, en una
reversibilidad de roles.
En cuanto al comportamiento del niño, puede explicarse como una respuesta a un padre o
una madre mínima o inestablemente disponible; el niño puede desarrollar una estrategia
para conseguir su atención: exhibir mucha dependencia. Esta estrategia consistente en
acentuar la inmadurez y la dependencia puede resultar adaptativa a nivel biológico, ya que
sirve para mantener la proximidad de la figura de apego. No obstante, a nivel psicológico
no resulta tan adaptativa, ya que impide al niño desarrollar sus tareas evolutivas. Esta
misma estrategia de acentuación de la inmadurez se observa en otras situaciones, por
ejemplo, ante el nacimiento de un hermanito.
 Niños de apego ansioso evitativo.
Se trataba de niños que se mostraban bastante independientes en la Situación del Extraño.
Desde el primer momento comenzaban a explorar e inspeccionar los juguetes, aunque sin
utilizar a su madre como base segura, ya que no la miraban para comprobar su presencia,
sino que la ignoraban. Cuando la madre abandonaba la habitación no parecían verse
afectados y tampoco buscaban acercarse y contactar físicamente con ella a su regreso.
Incluso si su madre buscaba el contacto, ellos rechazaban el acercamiento.
Debido a su conducta independiente en la Situación del Extraño en principio su conducta
podría interpretarse como saludable. Sin embargo, Ainsworth intuyó que se trataba de niños
con dificultades emocionales; su desapego era semejante al mostrado por los niños que
habían experimentado separaciones dolorosas.
Las observaciones en el hogar apoyaban esta interpretación, ya que las madres de estos
niños se habían mostrado relativamente insensibles a las peticiones del niño y rechazantes.
Los niños se mostraban inseguros, y en algunos casos muy preocupados por la proximidad
de la madre, llorando intensamente cuando abandonaba la habitación.
La interpretación global de Ainsworth era que cuando estos niños entraban en la Situación
del Extraño comprendían que no podían contar con el apoyo de su madre y reaccionaban de
forma defensiva, adoptando una postura de indiferencia. Habiendo sufrido muchos rechazos
en el pasado, intentaban negar la necesidad que tenían de su madre para evitar
frustraciones. Así, cuando la madre regresaba a la habitación, ellos renunciaban a mirarla,
negando cualquier tipo de sentimientos hacia ella. Estos niños suponen el 20% del total de
niños estudiados en EE.UU.
Los tres tipos de apego descritos por Ainsworth han sido los considerados en la mayoría de
las investigaciones sobre apego. Sin embargo, más recientemente se ha propuesto la
existencia de un cuarto tipo denominado inseguro desorganizado/desorientado (D) que
recoge muchas de las características de los dos grupos de apego inseguro ya descritos, y
que incialmente eran considerados como inclasificables (Main y Solomon, 1986). Se trata
de los niños que muestran la mayor inseguridad. Cuando se reúnen con su madre tras la
separación, estos niños muestran una variedad de conductas confusas y contradictorias. Por
ejemplo, pueden mirar hacia otro lado mientras son sostenidos por la madre, o se
aproximan a ella con una expresión monótona y triste. La mayoría de ellos comunican su
desorientación con una expresión de ofuscación. Algunos lloran de forma inesperada tras
mostrarse tranquilos o adoptan posturas rígidas y extrañas o movimientos estereotipados.
Desarrollo de los estilos de apego
En la teoría e investigación acerca del apego, se mantiene la hipótesis de que las reglas que
regulan el estrés relacionado a los afectos, evolucionan en el contexto de la responsividad
parental a las señales de estrés del niño (Kobak & Sceery, 1988; Sroufe, 2000a). En esta
línea, una propuesta interesante de cómo pueden desarrollarse los distintos estilos a través
de la interacción de los niños con sus figuras de apego, es realizada por Crittenden (1995).
En el apego seguro, los cuidadores responden a las conductas reflejas, afectivas y
condicionadas del niño, y son capaces de confortarlos cuando es necesario, de modo que
éstos son reforzados en su comportamiento (Crittenden, 1995); las principales
características del cuidador son la capacidad de animar e interactuar con el niño,
sensibilidad a las señales emocionales y habilidades en apaciguar y modificar conductas en
respuesta a las señales del niño (Perris, 2000). Los sujetos de este grupo representan a sus
padres como amables y disponibles en momentos de estrés, y tienen un buen recuerdo de
sus experiencias de apego (Kobak & Sceery, 1988). Lo anterior se relaciona con los
resultados encontrados por Magai et. al. (2000), ya que el apego seguro presenta una
asociación negativa con las prácticas de crianza que incluyen como método la retirada del
amor al niño.
En los niños con apego evitativo, de algún modo las madres han rechazado las señales
afectivas lo que se convierte en un castigo, y el niño aprende a inhibir las respuestas
castigadas. Si el niño protesta por el rechazo de la madre, ésta responde con la emoción de
rabia; así, al inhibir la señal afectiva se reduce el rechazo y la rabia de la madre y, a la vez,
el niño aprende que la expresión de afectos es contraproducente (Crittenden, 1995). Perris
(2000), señala que los cuidadores de estos niños se caracterizan por una carencia en la
validación de las señales emocionales, no disponibilidad emocional, rechazo en forma
manifiesta y aversión al contacto corporal cercano. También Byng-Hall (1995), refiere que
al observar niños con estilo evitativo en sus hogares, se aprecia que son rechazados por sus
padres; éstos sienten aversivo que el niño busque contacto físico y tienden a retirarse ante
su tristeza. Esto coincide con el reporte de sujetos con este estilo, quienes señalan haber
experimentado considerable rechazo y carencia de amor desde los padres (Kobak & Sceery,
1988). En cuanto a las prácticas de crianza de los padres de niños con estilo evitativo, se
señala que giran en torno al castigo físico y la retirada del amor (Magai et al., 2000).
En el caso del apego ambivalente, la conducta afectiva de los cuidadores es errática,
cambiante o inconsistente, ya que la mayoría de las veces no responden en forma adecuada
a las necesidades del niño, pudiendo producirse una sobre o sub-responsividad. Así, el niño
no logra predecir cómo responderán sus cuidadores, lo que les genera rabia y ansiedad
(Crittenden, 1995). Son cuidadores que se caracterizan por la intermitencia en su capacidad
de responder con sensibilidad, inaccesibles en lo emocional, y con mezclas impredecibles
de respuestas que no satisfacen de modo consistente las necesidades de apego del niño
(Perris, 2000). En relación con la teoría del aprendizaje esto se explica a través del
condicionamiento operante, donde la conducta de la madre se estructura en un programa de
reforzamiento impredecible, lo que aumentaría la tasa de respuesta del niño; éstos
experimentan la asociación temporal de su deseo y satisfacción, con emociones de rabia,
miedo e incertidumbre (Crittenden, 1995).
Todo lo anterior, implica la generación de emociones diversas que integran estructuras
cognitivo-afectivas; niños seguros aprenden el valor predictivo y comunicacional de las
señales interpersonales, dando sentido a cogniciones y afectos; niños evitativos aprenden a
utilizar su cognición en ausencia de interpretación de seña
les afectivas y niños ambivalentes se refuerzan por sus conductas afectivas, aunque no
aprenden una organización cognitiva que les permita reducir la inconsistencia en sus
madres (Crittenden, 1995). Aún considerando esta propuesta, es necesario señalar que no
todas las investigaciones muestran la primacía de las conductas de la madre como fuente
principal en la formación de los estilos de apego (Grossmann et al., 2002; Grossmann,
Grossmann & Zimmermann, 1999; Lamb, 2005). De Wolff e Ijzendoorn (1997), realizan
un meta-análisis que incluye 66 estudios con antecedentes parentales que se relacionan con
seguridad en el apego, con el objetivo de dilucidar si la sensibilidad materna se asocia con
la seguridad del apego en el niño, y con qué fuerza. Los resultados muestran una asociación
mediana entre sensibilidad materna y apego seguro, concluyendo que es un factor
importante pero no único, lo que subraya la necesidad de una aproximación multidi-
mensional de los determinantes del apego y la regulación emocional, en lugar de centrarse
sólo en la sensibilidad materna; parece necesario acercarse al contexto global y ambiental,
que incluya la interacción entre la sensibilidad materna, acumulación de estresores y
factores de riesgo, sistemas familiares y eventos vitales (De Wolff & Ijzendoorn, 1997).
Esto ya ha sido incorporado en investigaciones actuales, en que se han integrado otras
posibles figuras de apego como la presencia de abuelas en el caso de madres adolescentes
(Carrillo, Maldonado, Saldarriaga, Vega & Díaz, 2004).
El modelo representacional de la relación de apego
Para Bowlby (1980), el modelo interno activo o modelo representacional (internal working
model) es una representación mental de sí mismo y de las relaciones con los otros. Este
modelo se va a construir a partir de las relaciones con las figuras de apego y va a servir al
sujeto para percibir e interpretar las acciones e intenciones de los demás y para dirigir su
conducta. Un aspecto clave de estos modelos, que incluyen componentes afectivos y
cognitivos, es la noción de quiénes son las figuras de apego, dónde han de encontrarse y
qué se espera de ellas. También incluyen información sobre uno mismo; por ejemplo, si se
es una persona valorada y capaz de ser querida por las figuras de apego. En este sentido
constituyen la base de la propia identidad y de la autoestima.
El hecho de que estos modelos deriven de las experiencias de interacción con los
cuidadores supone que distintas experiencias llevarán a distintas representaciones mentales.
Desde este punto de vista sería posible la existencia de infinitos modelos, no obstante, estos
autores consideran que el aspecto determinante de la relación con el cuidador es su reacción
ante los intentos del niño de buscar su proximidad. Las posibles respuestas del cuidador
pueden clasificarse en tres tipos: mostrarse sensible a las llamadas del niño y permitir su
acceso, que llevaría a un modelo de apego seguro; mostrarse insensible e impedir el acceso
del niño que supondría un modelo de apego inseguro evitativo; y atender y permitir el
acceso del niño de forma imprevisible, sólo en algunas ocasiones, lo que generaría un
modelo inseguro-ambivalente. Los modelos representacionales pueden construirse también
en ausencia de interacción con la figura de apego, ya que si el niño llora y pide la
proximidad del adulto y éste no está presente, lo importante será la falta de respuesta del
cuidador.
El modelo representacional va a tener una profunda influencia sobre las relaciones sociales
del sujeto. Si una persona, durante su infancia, tuvo un apego seguro con sus padres u otras
personas significativas que se mostraron sensibles, responsivos y consistentes, en su vida
posterior tendrá una actitud básica de confianza en las personas con las que establezca sus
relaciones. Por el contrario, si un sujeto ha tenido experiencias negativas con sus figuras de
apego, tenderá a no esperar nada positivo, estable o gratificante de las relaciones que pueda
establecer en su vida adulta. Como siempre, esperará rechazos o falta de respuesta
empática.
Algunos autores (Feeney y Noller, 1990) han comprobado la importancia del apego para el
establecimiento de relaciones amorosas en la vida adulta. Según los estudios realizados por
estos autores, aquellos sujetos que tienen una mejor historia de apego es más probable que
tengan relaciones amorosas más satisfactorias y estables y confíen más en la pareja. Esta
influencia es justificable, ya que es en la relación con la figura de apego cuando se aprende
a tocar y ser tocados, mirar y ser mirados, etc. Es decir, se aprende a comunicar de manera
íntima y lúdica, algo que será esencial en las relaciones sexual-amorosas (López, 1993).
George, Kaplan y Main (1985) diseñaron un cuestionario, el Adult Attachment Inventory
(AAI), que sirve para evaluar el modelo interno activo de los personas adultas. En este
cuestionario se pregunta al sujeto por el recuerdo de las experiencias de apego durante su
infancia así como por la valoración de estas experiencias. No se trata de evaluar las
experiencias objetivas del sujeto sino la interpretación y elaboración que hace de las
mismas. A través de este procedimiento se obtienen tres tipos distintos de modelos internos
activos:
1. Padres seguros o autónomos que muestran coherencia y equilibrio en su valoración de
las experiencias infantiles, tanto si son positivas como si son negativas. Ni idealizan a sus
padres ni recuerdan el pasado con ira. Sus explicaciones son coherentes y creíbles. Estos
modelos se corresponderían con el tipo de apego seguro encontrado en niños. Estos padres
suelen mostrarse sensibles y afectuosos en sus relaciones con sus hijos, que suelen ser
clasificados como seguros en la Situación del Extraño.
2. Padres preocupados. Muestran mucha emoción al recordar sus experiencias infantiles,
expresando frecuentemente ira hacia sus padres. Parecen agobiados y confundidos acerca
de la relación con sus padres, mostrando muchas incoherencias y siendo incapaces de
ofrecer una imagen consistente y sin contradicciones. Estos padres se muestran
preocupados por su competencia social. En su relación con sus hijos muestran unas
interacciones confusas y caóticas, son poco responsivos e interfieren frecuentemente con la
conducta exploratoria del niño. No es extraño que sus hijos suelan ser considerados como
inseguros-ambivalentes.
3. Padres rechazados. Estos padres quitan importancia a sus relaciones infantiles de apego
y tienden a idealizar a sus padres, sin ser capaces de recordar experiencias concretas. Lo
poco que recuerdan lo hacen de una forma muy fría e intelectual, con poca emoción. El
comportamiento de estos padres con sus hijos, que son generalmente considerados como
inseguros-evitativos, suele ser frío y, a veces, rechazante.
Algunos estudios encuentran una cuarta categoría: padres no resueltos, que serían el
equivalente del apego inseguro desorganizado/desorientado. Se trata de sujetos que
presentan características de los tres grupos anteriores y que muestran lapsus significativos y
desorientación y confusión en sus procesos de razonamiento a la hora de interpretar
distintas experiencias de pérdidas y traumas (Main y Hesse, 1990).
La transmisión intergeneracional de la seguridad en el apego
El hecho de que los padres seguros tengan hijos con apego seguro, los padres preocupados
niños con apego inseguro-ambivalente, y los padres rechazados niños de apego inseguro-
evitativo, ha sido constatado en distintas investigaciones (Benoit y Parker, 1994; Fonagy,
Steele y Steele, 1991) que han encontrado que la capacidad predictiva que las
representaciones maternas tienen sobre el tipo de apego que establecen sus hijos ronda el
80%. Estos datos ponen de relieve la transmisión intergeneracional del tipo de apego entre
padres e hijos, que tendría lugar a través de los modelos internos activos construidos
durante la infancia y reelaborados posteriormente. Este aspecto es muy importante, ya que
como señala Bretherton (1985) lo importante no es el tipo de relación que el adulto sostuvo
durante su infancia con las figuras de apego, sino la posterior elaboración e interpretación
de estas experiencias, que es lo que en realidad evalúa el Adult Attachment Inventory. En
este sentido, Bretherton destaca el papel del proceso de contraidentificación, por el que el
sujeto se resiste a identificarse con el modelo que ha interiorizado de la figura paterna.
En algunos casos (Benoit y Parker, 1994), la transmisión se ha detectado a lo largo de tres
generaciones. Esta transmisión parece más clara en el caso de las madres que en el de los
padres, probablemente porque los padres suelen pasar menos tiempo interactuando con sus
hijos y no suelen representar la figura principal de apego (van Ijzendoorn, 1990).
El hecho de que la transmisión generacional sea bastante frecuente no debe llevarnos a
pensar que se trata de un hecho inevitable. Aunque los modelos representacionales del tipo
de apego parecen mostrar bastante estabilidad, ciertos acontecimientos pueden provocar su
cambio. Por ejemplo, el establecimiento de una relación de pareja satisfactoria, o la
experiencia de la maternidad, podrían llevar a una reelaboración de este modelo. En este
sentido, nos gustaría resaltar algunos datos procedentes de la investigación sobre la
transmisión de padres a hijos del maltrato infantil que indican la capacidad que
determinadas experiencias, como el establecimiento de una relación de pareja satisfactoria,
tienen para romper este ciclo de maltrato en madres que fueron maltratadas cuando
pequeñas (Egeland, Jacobvitz y Sroufe, 1988).
Temperamento y apego
Habida cuenta que el apego es el resultado de una relación que se establece entre los dos
miembros de una díada, las características del niño pueden influir en la seguridad del apego
que se ha establecido. Hay evidencia de que algunas características como el bajo peso al
nacer, ser prematuro, y ciertas enfermedades del recién nacido, exigen más cuidados de los
padres, y en familias de riesgo pueden llevar a un tipo de apego inseguro.
Desde este punto de vista, es razonable pensar que el temperamento del niño puede influir
en el tipo de apego que llegue a establecer. La existencia de esta relación ha suscitado un
acalorado debate en los últimos años, sin que se haya llegado a un acuerdo absoluto.
Una primera postura con respecto a esta cuestión es la de considerar que algunas
características temperamentales del niño pueden afectar a su comportamiento y sus
reacciones en la Situación del Extraño, y por lo tanto a su clasificación en un tipo de apego.
Por ejemplo, un niño irritable es probable que experimente más malestar ante la separación,
y que busque más contacto cuando vuelva la madre, aunque sin llegar a calmarse. Esta
reacción sería independiente de las características de responsividad y sensibilidad de su
madre. Este niño tendrá más posibilidades de ser considerado de apego inseguro-
ambivalente. Sin embargo, los datos disponibles indican, como señalan Belsky y Rovine
(1987), que el temperamento del niño parece influir sobre el comportamiento del niño en la
Situación del Extraño, pero sin afectar a aspectos que tienen que ver con la clasificación
que recibe el niño. En concreto, lo que se ve afectado es la expresión emocional de la
seguridad o inseguridad del niño en esta situación.
Entre los argumentos expuestos por quienes consideran que temperamento y apego son
factores independientes, hay que destacar la alusión a las diferencias entre los tipos de
apego que el niño establece con distintas figuras como padre y madre, padres y cuidador,
etc. Los datos no son del todo concluyentes, ya que, como hemos apuntado más arriba, en
la mayoría de los casos existe concordancia entre el tipo de apego establecido con el padre
y con la madre. Sin embargo, ello no quiere decir que sea debido a la influencia de las
características temperamentales del niño sobre las interacciones que los adultos sostienen
con él y que determinan la seguridad del apego establecido, ya que, como ya hemos
indicado, esta concordancia puede deberse a que los padres compartan valores e ideas en
cuanto a aspectos tan relevantes para la formación del apego como la responsividad y
sensibilidad hacia las peticiones del niño. En cuanto a la concordancia entre apego a padres
y a otros cuidadores, los datos son muy escasos como para poder sacar conclusiones
sólidas.
A nuestro juicio, la mejor hipótesis sobre las relaciones entre temperamento y apego es la
que plantea el modelo de bondad de ajuste (Thomas y Chess, 1977), referida a la
interacción entre las características temperamentales del niño y las características de los
padres. Es decir, ciertos rasgos del niño pueden influir en el tipo de interacción adulto-niño
y, por tanto, en la seguridad del apego, pero en función de la personalidad y circunstancias
del adulto. Por ejemplo, la irritabilidad en el niño puede suscitar respuestas completamente
diferentes en dos personas de distintas características de personalidad, o con distinto apoyo
social, etc. Los hallazgos de un estudio realizado por Mangerlsdorf, Gunnar, Kestenbaum,
Lang y Andreas (1990) apuntan en esta dirección. Era más probable que un niño
estableciese un apego inseguro con su madre cuando éste tenía un temperamento difícil y,
además, su madre mostraba una alta compulsión. Crockenberg (1981) fue capaz de
predecir la inseguridad en el apego a los doce meses a partir de la irritabilidad del recién
nacido, pero sólo para bebés cuyas madres eran poco responsivas al llanto de su hijo
cuando éste tenía tres meses, y que además carecían de apoyo social. Es decir, aunque el
temperamento difícil del niño no lleva directamente a la formación de un vínculo afectivo
inseguro, sí limita las posibilidades de que desarrolle un apego seguro.

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