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EL PROBLEMA DE DIOS EN JEAN PAUL

SARTRE (1905 –1980)


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 07 SEP 2017    POSTEADO POR ANTONIO SEGURA VENEGAS

No necesita la verdad de huera  apologética, ya que por sí misma se


defiende. Para mí, sólo existe una verdad: CRISTO, tal como leemos
en el evangelio de Juan 14, 6:

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. A mi mente acuden,


ineludiblemente, las palabras de aquel “Gran hombre” de la Edad
Media llamado Bernardo de Claraval (1090 – 1153), quien, además,
fue declarado “Doctor de la Iglesia” en 1830: “El desconocimiento
propio genera soberbia, pero el desconocimiento de Dios genera
desesperación”.

 Pongo aquí estas palabras porque, desde hace muchos años, he 
intentado conocer  a un personaje de fama universal: Jean-Paul
Sartre, el principal representante del existencialismo francés, o por lo
menos de una de las más influyentes direcciones del  mismo. A su
formación y desarrollo ha contribuido Sartre no solamente por medio
de obras de carácter filosófico, sino también por medio de ensayos,
novelas, narraciones

y  obras teatrales. A vuelapluma, diré que la palabra “existencialismo”,


tomada en un  sentido lato, abarca todas las corrientes filosóficas en
las que el hombre desempeña un papel decisivo como existencia.
Desde Kierkegaard (1813 -1855) en adelante, el hombre es definido 
como “existencia”, porque no “es” únicamente, como los demás seres
infrahumanos, sino que “ex-sistere” al ponerse a sí mismo por medio
de su libertad o al autodeterminarse a aquello que él es en última
instancia. El existencialismo se presenta en varias direcciones
bastante diferentes entre sí y que se mueven entre los extremos de
una filosofía expresamente “teista” y otra taxativamente “atea”. Fue
precisamente Jean-Paul Sartre el primer filósofo en adoptar el  término
para describir su propia filosofía. Para una fácil comprensión  del
término, diríamos que la vida real de la persona es lo que constituye lo
que podría  llamarse su “verdadera esencia” en lugar de estar allí
atribuído a una esencia arbitraria que otros utilicen para definirla.
Sartre se cuenta “expresamente” entre los existencialistas ateos.

El existencialismo representado por él es un existencialismo ateo, cfr.


“El existencialismo es un humanismo”, pág. pág. 21. Es decir, que
entre este existencialismo y el ateismo hay una “relación de mutuo
condicionamiento”: el existencialismo es consecuencia del ateísmo y
también, en virtud de sus características, un camino hacia el ateismo,
como afirma el Profesor Johannes-Baptist Lotz en “ El Ateismo
Contemporáneo” Vol. II, pág. 294. He leído, por supuesto, las obras
fundamentales de Sartre para conocer su existencialismo ateo:“El
existencialismo es un humanismo” (1943), “El ser  y  la nada” (1946) y
su famosa novela “La náusea” (1938), aparte de algunos comentarios
a su obra filosófica, literaria y teatral.

     Según el pensador francés, al no existir Dios para crear los valores
e imponerlos al hombre, es el mismo hombre el quien los crea;
recíprocamente, si nuestra libertad es lo único que da sentido y valor a
las cosas, es inútil creer en un Dios trascendente.

En este sentido afirma Sartre que nada cambiaría con respecto al


hombre en el caso en que Dios existiese, es decir, si pudiese aducirse
una prueba válida de la existencia de Dios, ya que nada eximiría al
hombre del “hacerse” mediante   la propia libertad.

   Sartre califica de “mala fe” la tendencia de los creyentes a acudir a


razones, a signos, a una experiencia, sin tener en cuenta que todo
esto sólo tiene valor a nuestros ojos en virtud de una opción nuestra,
de una alternativa existencial absolutamente libre. Y así en “El ser y la
nada”, pág. 72 podemos leer: “La esencia del  ser humano se 
encuentra en suspensión en su libertad”.

No obstante, el propio Sartre recurre a varias razones para excluir la


existencia de Dios creador: una dice que la creación es imposible
porque supondría que lo creado sufre la acción  de Dios, antes incluso
de existir, lo que obviamente es contradictorio (ibidem,36). O sea, que
al ser Dios – al menos antes de que el mundo exista – pura
subjetividad, no habría podido concebir un mundo objetivo, y mucho
menos quererlo y crearlo (ibidem, 46). Y si el mundo no ha sido creado
por Dios, no es posible remontarse a Dios a partir del mundo. Sartre
critica además la idea de creación continua, porque, en su opinión,
afirmar que la criatura es en sí misma nada, elimina la consistencia
propia del mundo y las trascendencia de Dios, como leemos en el
“Diccionario Teológico Interdisciplinar” Vol. I-II, pág. 505.

Me ha llamado la atención que Sartre, aun siendo de algún modo


heredero de la “razón” cartesiana, rechace el argumento  de Descartes
(1596 -1650) para la prueba de la existencia de Dios, como critica
también el argumento ontológico de Leibniz (1646 -1716) y el de la
contingencia. No obstante, el rechazo de Dios, en cuanto a opción
existencial, no es más que un aspecto de su alternativa hacia “una
libertad absoluta que inventa la razón y el bien, y que no tiene más
límites que ella  misma” (Situations I, pag. 333.Paris, 1947). Por
consiguiente, nada pueden los dioses contra un  hombre en cuya alma
ha estallado la libertad. El hombre debe asumir por sí solo la
responsabilidad de sus propios actos, en soledad absoluta y con la
perspectiva   del fracaso total.

 Sin embargo, el existencialista teista -cristiano – se dirige a Cristo, y


le dice: Tú eres el único Maestro que no defraudas, quiero ser
discípulo tuyo: seguirte como Verdad plena, Camino seguro y Vida de
mi vida.¡Qué acierto el de san Agustín (354 -430) cuando dejó a los
falsos maestros y te eligió como única Verdad, el único Amor, aunque
dijera: “Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé”
(Confesiones). El hombre no se encuentra perdido en un abandono sin
límites, como pregona Sartre. Dios, en efecto, por ser la plenitud
absoluta del ser, sostiene la existencia del hombre, la cual se funda
asimismo en el orden esencial que procede  de  Dios y  que es la base
del orden de valores que de aquél se deriva. Con esto se ponen los
“fundamentos de una ética” que no violenta al hombre, sino que le
muestra el  camino para llegar a realizar lo que él es realmente en su
dimensión  más profunda. Al mismo tiempo se da un “sentido” a la vida
del hombre: la unión  con Dios y la participación en su infinita riqueza.
Por tanto – es mi jucio lógico – la lucha por la plenitud del ser, de que
Sartre habla, no es una pasión inútil, sino un esfuerzo plenamente
logrado, porque la meta a la que se tiende es asequible e incluso se
alcanza de hecho con una conducta apropiada.  El hombre no es “un
ser para la  muerte (Heidegger), sino que ha nacido “para cosas
mayores” (san Agustín).

Alfredo  Arrebola, Doctor  en  Filosofía y Letras

Fuente: http://granadacostanacional.es/el-problema-de-dios-en-jean-paul-sartre-1905-1980/

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