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Kathryn Woolard y Bambi Schieffelin. 1994. “Language ideologies”.

Annual Review of

Anthropology, 23, pp. 55-82.

IDEOLOGÍAS DEL LENGUAJE

INTRODUCCIÓN
Los términos ideología y lenguaje han aparecido juntos frecuentemente en estudios
culturales, sociolingüísticos y antropológicos recientes, a veces unidos por “y”, a veces
unidos por “en”, a veces unidos por una coma. Se registran análisis, algunos de ellos
muy influyentes, acerca de las ideologías políticas y culturales en tanto constituidas,
codificadas o representadas en la lengua (100, 239, 298). La presente revisión está
concebida de un modo diferente, y (superficialmente) más estrecho: nuestro tema son
las ideologías “del” lenguaje, un área de investigación especializada que recién está
comenzando a fusionarse (185). Hay tanta variación cultural en las ideas sobre el
discurso como la hay en las formas de discurso en sí mismas (158). Las nociones sobre
cómo funciona la comunicación en tanto proceso social y a qué propósito responde, son
culturalmente variables y necesitan ser descubiertas más que simplemente asumidas o
presupuestas (22:16). Aquí revisamos una selección de investigaciones sobre las
concepciones culturales del lenguaje -su naturaleza, estructura y uso- y sobre el
comportamiento comunicativo como puesta en acto de un orden colectivo (277:1-2).
Aunque hay variados intereses en los estudios que hemos examinado, enfatizamos la
ideología del lenguaje como nexo mediador entre estructuras sociales y formas de habla.
Las ideologías del lenguaje son significativas tanto para los análisis lingüísticos como
los sociales, porque no atañen sólo al lenguaje. Más bien, tales ideologías imaginan y
representan enlaces entre la lengua y la identidad personal y grupal, la estética, la moral
y la epistemología (41,104, 186). A través de tales nexos, a menudo apuntalan
instituciones sociales fundamentales. La desigualdad entre grupos de hablantes y los
encuentros coloniales par excellence, ponen muy de relieve las ideologías lingüísticas.
Como ha observado R. Williams, “una definición del lenguaje es siempre, implícita o
explícitamente, una definición de los seres humanos en el mundo” (320:21). No sólo las
formas lingüísticas, sino también las instituciones sociales, tales como el estado-nación,
la escolarización, el género, la solución de controversias y la ley, actúan como bisagras
en la ideologización del uso lingüístico. La investigación sobre género e instituciones
legales también ha contribuido con importantes y particularmente puntualizados
estudios sobre ideología de la lengua, pero éstos fueron revisados en otros trabajos (ver
81, 213).
Heath (135) observó que los científicos sociales se han resistido a examinar la ideología
del lenguaje porque representa un área indeterminada de investigación, sin fronteras
aparentes, y, como revisores notamos esto con una apreciación irónica, aún cuando
observamos que tal resistencia se ha desgastado. Aunque ha habido esfuerzos recientes
por delimitar el concepto (138a, 327), no hay una literatura nuclear uniforme. Además,
hay distintos términos en juego actualmente: ideología lingüística (linguistic
ideologies), ideología de la lengua (language ideology) e ideologías del lenguaje
(ideologies of language). Aunque los diferentes términos apuntan a diferentes énfasis,
con el primero enfocando más sobre estructuras lingüísticas formales y el último sobre
representaciones de un orden colectivo, el ajuste entre términos para diferenciar
perspectivas no es perfecto, y los usaremos aquí alternadamente.
Al menos tres discusiones académicas -de ningún modo restringidas a la antropología-
invocan explícitamente las expresiones ideología de la lengua o ideología lingüística, a
menudo con un aparente desconocimiento mutuo. Uno de estos grupos de estudios se
interesa por el contacto entre lenguas o variedades lingüísticas (118, 133, 135, 152, 219,
249, 285). La recientemente floreciente historiografía de la lingüística y de los discursos
públicos sobre el lenguaje ha producido un segundo foco explícito sobre las ideologías
de la lengua, incluyendo las ideologías científicas (173, 256, 268). Finalmente, existe un
significativo y teoréticamente coherente conjunto de trabajos sobre ideología lingüística
que se concentra en su relación con las estructuras lingüísticas (214, 237, 258, 275).
Más allá de las investigaciones que emplean explícitamente el término ideología, hay
también numerosos estudios que se enfrentan con concepciones culturales del lenguaje
o la lengua, en relación a aspectos metalingüísticos, actitudes, prestigio, estándar,
estética, hegemonía, etc. Hay un consenso emergente acerca de que lo que la gente
piensa, o da por hecho, sobre la lengua y la comunicación es un tópico sobre el que vale
la pena investigar, y el área de estudio está necesitando cierta coordinación.
Notamos una ironía particularmente aguda en nuestra tarea de delimitar este campo
emergente. Un aspecto en el estudio comparativo de la ideología del lenguaje es el de
mostrar la especificidad histórica y cultural de las visiones sobre el lenguaje, aunque los
revisores debemos decidir qué cuenta como tal. Corremos el riesgo de excluir el trabajo
en el que el lenguaje o la lengua no parece ser focal porque el grupo estudiado no
compartimentaliza y reifica las prácticas sociales de comunicación, es decir, no
convierte la energeia (actividad) de la lengua de Humboldt en ergon (producto), como
sucede en la tradición europeo americana (41, 155, 198, 203, 258). Nuestro propósito no
es distinguir la ideología del lenguaje de la ideología en otros campos de la actividad
humana. En cambio, el punto es enfocar la atención de los académicos antropólogos
lingüistas sobre la dimensión ideológica, y apuntar a la comprensión de los aspectos
lingüísticos entre quienes estudian ideología, discurso y dominación social.

¿QUÉ ES LA IDEOLOGÍA LINGÜÍSTICA?


Las ideologías lingüísticas/de la lengua han sido definidas como “conjuntos de
creencias sobre el lenguaje articuladas por usuarios como una racionalización o
justificación de la estructura y el uso de la lengua percibida” (275:193); con un mayor
énfasis social como “ideas evidentes y objetivas que un grupo sostiene acerca de los
roles del lenguaje en las experiencias sociales de sus miembros en tanto contribuyen a la
expresión del grupo” (135:53) y “el sistema cultural de ideas sobre las relaciones
sociales y lingüísticas, ambas con su carga de intereses morales y políticos” (162:255);
y más ampliamente como “cuerpos compartidos de nociones de sentido común acerca
de la naturaleza del lenguaje en el mundo” (258:346). Algunas de las diferencias entre
estas definiciones vienen de debates acerca del concepto de ideología en si mismo. Esos
debates han sido bien revisados en otros trabajos (9, 31, 78, 100, 298, 327), pero es
válido mencionar algunas dimensiones claves de la diferencia.
La división básica en los estudios sobre ideología se establece entre los valores neutral y
crítico del término. El primero generalmente abarca todos los sistemas de representación
cultural; el último está reservado para sólo algunos aspectos de representación y
cognición social, con orígenes sociales particulares o ciertas características formales o
funcionales. La definición de Rumsey de ideología lingüística es neutral (258). Para
Silverstein, la racionalización marca la ideología lingüística dentro de la categoría más
general de metalingüística, apuntando a la derivación secundaria de ideologías, su
función socio-cognitiva, y de esta manera, la posibilidad de distorsión (275). La
distorsión ideológica en esta visión viene de limitaciones inherentes sobre la conciencia
del proceso semiótico y del hecho de que el habla es formulada por sus usuarios como
una actividad con propósito en la esfera de una acción social humana realizada en pos
de cierto interés. En los estudios críticos de ideología, la distorsión está vista como una
mistificación y puede rastrearse en la legimitización de la dominación social. Esta
postura crítica a menudo caracteriza estudios de políticas del lenguaje, y del lenguaje en
relación a clase social.
Una segunda división atañe a la posición de la ideología. Algunos investigadores
pueden leer ideología lingüística desde uso lingüístico, pero otros insisten en que ambos
espacios deben ser cuidadosamente diferenciados (164). Mientras el discurso
metalingüístico, como ha sugerido Silverstein, es una condición suficiente para
identificar la ideología, las “nociones del sentido común” de Rumsey (258) y las “ideas
autoevidentes” de Heath (135) bien pueden ser presunciones no comprobadas de
ortodoxia cultural, difíciles de elicitar directamente. Aunque la ideología en general es a
menudo tomada como explícitamente discursiva, algunos teóricos influyentes la han
visto como conductual, pre-reflexiva, o estructural, esto es, una organización de
prácticas significantes no en la conciencia, sino en las relaciones vividas (ver 78 para
una revisión). Estar alerta acerca de los diferentes sitios de la ideología puede resolver
algunas controversias aparentes sobre su relevancia en la explicación de fenómenos
sociales y lingüísticos.
Los trabajos que aquí revisamos comprenden un amplio rango de nociones académicas
de ideología: desde concepciones culturales del lenguaje aparentemente neutrales hasta
estrategias para el mantenimiento del poder social, desde la ideología inconsciente leída
en las prácticas de habla por el analista, a las explicaciones de los hablantes nativos más
concientes sobre el comportamiento lingüístico apropiado. Lo que la mayoría de los
investigadores comparten, y que hace el término útil a pesar de sus problemas, es un
enfoque de la ideología como enraizada en, o como respuesta a, la experiencia de una
posición social particular, una faceta indicada en las definiciones de Heath (135) e
Irvine (162). Este reconocimiento de la derivación social de las representaciones no las
invalida simplemente, si reconocemos que no existe conocimiento privilegiado,
incluyendo el científico, que escape del anclaje en la vida social (205). No obstante, el
término ideología nos recuerda que las concepciones culturales que estudiamos son
parciales, discutibles y discutidas, y cargadas de intereses (151:382). Un movimiento
naturalizador que vacíe el concepto de su contenido histórico, haciéndolo parecer
verdadero universalmente y sin distinción de época, es a menudo visto como central en
los procesos ideológicos. El énfasis del análisis ideológico sobre los orígenes sociales y
experienciales de los sistemas de significación cuenta con esta naturalización de lo
cultural, en la cual la antropología irónicamente ha participado (9). Parte del trabajo
realizado aquí puede parecer ser simplemente lo que en la antropología “ha sido siempre
hablando de todos modos” como cultura, ahora aparentemente bajo el ropaje de la
ideología (31:26), pero la reconceptualización implica una postura metodológica (279).
El término ideología recuerda a los analistas que los marcos culturales tienen historias
sociales, e indexa un compromiso para destacar la relevancia de las relaciones de poder
en relación a la naturaleza de las formas culturales así como pregunta cómo significados
esenciales acerca del lenguaje son producidos socialmente con poder y efectividad (9,
78, 241).

APROXIMACIONES A LA IDEOLOGÍA DEL LENGUAJE


La ideología del lenguaje se ha recepcionado principalmente como un epifenómeno, un
agregado de segundo o tercer orden (34, 36), posiblemente curioso, pero relativamente
intrascendente en relación a las preguntas fundamentales de la lingüística y la
antropología. Sin embargo, varias tradiciones metodológicas y focos particulares sobre
ciertos tópicos habían dirigido la atención hacia concepciones culturales del lenguaje.
Revisamos trabajos en varias áreas: etnografía del habla; políticas en relación al
multilingüismo; estudios sobre alfabetización; historiografía lingüística y del discurso
público sobre el lenguaje; y metapragmática y estructura lingüística. Hay muchas
conexiones entre estas áreas, pero el trabajo tiende a armar distintas conversaciones, que
varían según los temas sociales y lingüísticos que destacan. Nuestra bibliografía es una
muestra representativa de la investigación realizada en dichas áreas. Para ilustrar
algunas de las variantes sociales en las concepciones sobre el lenguaje, y en las
instituciones e intereses a los que están ligadas, retornamos a estudios previos que no
habían sido concebidos en un marco de análisis ideológico, pero que creemos pueden
ser repensados provechosamente en relación a los aspectos arriba mencionados.

ETNOGRAFÍA DEL HABLA


La etnografía del habla hace tiempo que ha prestado atención a la ideología, a partir de
concepciones culturales del lenguaje neutrales, básicamente a través de la descripción
de taxonomías de habla vernáculas y de la metalingüística (24, 121, 242). La etnografía
del habla fue planeada para estudiar las formas del habla desde el punto de vista de
eventos, actos y estilos, pero Hymes (158) sugirió que un foco alternativo sobre
creencias valores y actitudes, o en contextos e instituciones, haría una contribución
diferente. Esta empresa alternativa se ha iniciado más recientemente. La ideología del
lenguaje se ha hecho cada vez mas explícita como una fuerza que modela la
comprensión de las prácticas verbales (21, 46, 91, 138b, 210, 272, 303). Los géneros no
se enfocan ahora como conjuntos de propiedades del discurso, sino más bien como
“marcos orientativos, procedimientos interpretativos, y conjuntos de expectativas”
(128:670; ver además 23, 42, 43). Se han explorado concepciones locales del habla
como una acción reflexiva, en una variedad de géneros, como por ejemplo oratoria
(210), disputas (38, 116, 186, 188, 196), manejo de conflictos (253, 315) y también
como la base de la estética en otras áreas como por ejemplo, la música (90).
Los etnógrafos de la comunicación han estudiado el anclaje de las creencias sobre el
lenguaje, en otras formaciones sociales y culturales. Por ejemplo, estudios sobre
socialización lingüística han demostrado conexiones entre teorías nativas sobre la
adquisición del lenguaje, prácticas lingüísticas e ideas culturales clave sobre la
personalidad (49, 63, 138, 187, 217, 231-234, 262, 267, 284).
La eventual respuesta crítica de la etnografía del habla (158) a la teoría de actos de
habla (13, 270), estimuló el pensamiento sobre ideología lingüística. La teoría de actos
del habla está basada en una ideología lingüística inglesa, o sea un enfoque particular
del lenguaje que pone énfasis en el estado psicológico del hablante a la par que
minimiza las consecuencias sociales del habla (308:22; cf 244, 255, 275). Este
reconocimiento desencadenó estudios taxonómicos de las conceptualizaciones de actos
de habla en comunidades lingüísticas especificas (308, 318), investigación en
universales metapragmáticos (309, 310), y numerosos desafíos etnográficos a las
premisas clave de la teoría de actos de habla (74, 150, 178, 221). Etnógrafos de las
sociedades del Pacífico identificaron la intención central de la teoría de actos de habla
como enraizada en concepciones occidentales del self, y argumentaron que su aplicación
a otras sociedades oscurece los métodos locales de producción de significados (75, 76,
230, 292a).
Como ocurre en general en antropología cultural, los etnógrafos del habla han
incorporado crecientemente en sus análisis consideraciones sobre el poder, lo que llevó
a un foco más explícito en la ideología lingüística. La etnografía histórica de Bauman
(22) sobre el lenguaje y el silencio en la ideología cuáquera fue un desarrollo
importante, porque abordó una forma de ideología más formal, consciente y
políticamente estratégica. El silencio ha sido reconocido como portador de un potencial
paradójico en relación al poder, el que depende en gran parte de su ideologización
variable en y a través de las comunidades (103). Abogando un enfoque de la ideología
lingüística como un recurso interaccional más que como un background cultural
compartido, Briggs encuentra un poder social alcanzado mediante el uso estratégico no
sólo de géneros discursivos particulares, sino del habla sobre tales géneros y sus usos
apropiados (41). Los hablantes de comunidades multilingües han empleado ideologías
puristas del lenguaje para fines interaccionales similares (146, ver la discusión sobre
purismo más abajo). Los etnógrafos han contemplado también el rol de la ideología del
lenguaje en la creación de poder en otros aspectos y momentos: la demostración de
género y/o afecto (26, 28, 143, 163, 175, 188, 232), el despliegue estratégico de
marcadores honoríficos (3), la regulación de las elecciones matrimoniales (167), y la
muestra de nuevas y poderosas filiaciones e identidades sociales introducidas a través de
las misiones religiosas (187, 254, 314).

CONTACTO LINGÜÍSTICO, COMPETENCIA Y POLÍTICA


La investigación de las luchas conscientes en relación al lenguaje en comunidades
estratificadas por clase social y especialmente en comunidades multilingües ha tratado
las ideologías del lenguaje como social, política y/o lingüísticamente significativas, aun
cuando el interés primario del investigador pueda haber sido desactivar tales ideologías
(64, 84, 277).
Se ha prestado muchísima atención a la identificación de una lengua con un pueblo (95,
160, 302). Es indiscutible que la ecuación entre lengua y nación es un constructo
histórico e ideológico (61, 69, 118, 127, 201), convencionalmente datado en Herder y
en el romanticismo alemán del siglo XVIII, a pesar de que la famosa caracterización del
lenguaje como el genio de un pueblo puede rastrearse hasta el Iluminismo francés,
concretamente en Condillac (1, 179, 235). Exportada mediante el colonialismo para
devenir hoy en un modelo dominante en todo el mundo, la ideología nacionalista de la
lengua configura las políticas de estado, desafía a los estados multilingües, y apuntala
las luchas étnicas a tal punto que la falta de una lengua propia puede hacer dudar sobre
la legitimidad de un reclamo de nacionalidad (33:359; 4, 32, 51, 61, 87, 95, 115, 140,
171, 176, 202, 238, 243, 299, 305, 307, 317, 319, 323, 325).
Irónicamente, los movimientos para salvar las lenguas minoritarias están a menudo
estructurados sobre las mismas nociones de lenguaje que han conducido a su opresión o
su supresión (5, 6, 32, 80, 169, 206, 305), a pesar de que se han documentado puntos de
vista tradicionales o emergentes que resisten esta construcción hegemónica (10, 57, 105,
306). La ecuación una lengua/un pueblo, la insistencia occidental en la autenticidad y la
significación moral de la lengua materna, y los presupuestos asociados acerca de la
importancia de una lealtad lingüística purista para el mantenimiento de las lenguas
habladas por minorías, han sido criticados como desvíos ideológicos, en especial en
entornos donde el multilingüismo es lo típico y donde se valora un repertorio lingüístico
complejo o fluido (10, 176, 194, 206, 238, 273, 282). Incluso la teoría lingüística
moderna, se ha visto como enmarcada y limitada por la premisa una lengua/un pueblo
(194).
A pesar de que la validez de la ideología nacionalista de la lengua ha sido a menudo
debatida o cuestionada, mucha menor atención se ha prestado a entender cómo la
imagen del lenguaje como símbolo de identidad (self) y de la comunidad ha tomado
fuerza en muchos ambientes diversos. Mientras que la variación lingüística parece ser
simplemente un esquema de diferenciación social, el analista necesita identificar la
producción ideológica de ese esquema (162). Estudios recientes sobre políticas del
lenguaje han comenzado a examinar específicamente el contenido y la estructura
significativa de las ideologías nacionalistas del lenguaje (127, 277, 285, 326).
Las categorías semióticas de Peirce se han empleado para analizar los procesos por los
que “trozos” de material lingüístico cobran sentido como representaciones de pueblos
particulares (104). Los investigadores han distinguido la lengua como un índice de la
identidad del grupo, a partir del lenguaje como un símbolo de identidad creado
metalingüísticamente, ideologizado más explícitamente en el discurso (105, 168, 302).
Irvine (162) encuentra que los pobladores Wolof construyen una diferenciación
lingüística relacionada icónicamente con la diferenciación social, distinguiendo
variación inter- e intra-lenguas y elaborando una historia migratoria para una casta
particular que se conecta con su particularidad lingüística. Aquí vemos cómo la
ideología lingüística puede afectar la interpretación de las relaciones sociales.
Mannheim (204) también percibe distintas ideologías culturales en distintos tipos de
variación lingüística en el sur del Perú. La variación endógena en Quechua es vista
simplemente como un habla natural y no es evaluada socialmente por los hablantes.
Pero en Español, que es considerado como puro artificio, son comunes marcadores
fonológicos y estereotipos, y conducen a la hipercorrección entre quienes lo hablan
como segunda lengua. En este caso, la ideología lingüística lleva a cambios lingüísticos
de distintas maneras.
Las variedades de la lengua que son normalmente asociadas (y en consecuencia
indexadas) a hablantes particulares a menudo son revalorizadas -o identificadas
erróneamente (37)- no sólo como símbolos de identidad grupal, sino como emblemas de
fidelidad política o de valor social, intelectual o moral (37, 72, 79, 101, 102, 120, 149,
195, 207, 277, 325). A pesar de que el amplio corpus de investigación sobre prestigio
lingüístico y actitudes relativas al lenguaje se desarrolló en un marco socio–psicológico
(109), la actitud intrapersonal se puede repensar como una ideología conductista o
socialmente derivada e intelectualizada (habitus de Bordieu) (37, 107, 119, 144, 149,
153, 200, 251, 311, 324, 325, 328). Tales significados afectan las pautas de adquisición
de la lengua, la alternancia de estilos, el cambio y las políticas (120, 251). Más aún, la
revalorización simbólica a menudo hace que la discriminación hecha sobre bases
lingüísticas sea aceptable públicamente, mientras que la discriminación étnica o racial
correspondiente no lo es (156, 193, 197, 219, 326). Sin embargo, afirmar simplemente
que las luchas por el lenguaje son en realidad sobre una cuestión racista no constituye
un análisis. Tal derribamiento de la cortina de la mitificación en una “teoría de la
ideología del Mago de Oz” (9) requiere preguntarse cómo y por qué el idioma sostiene
grupos sociales de una forma que es aceptable y también comprensible socialmente. El
presente programa de investigación implica abordar el proceso social y el semiótico.
Las comunidades no solo evalúan sino que también pueden apropiarse de parte de los
recursos lingüísticos de los grupos con los que están en contacto y en tensión,
incorporando y modificando estructuras lingüísticas de modos que revelan ideologías
sociales y lingüísticas (146). El préstamo lingüístico puede parecer superficialmente un
indicador de la alta estima que tienen los hablantes por la lengua origen. Pero Hill (18)
argumenta en un análisis lingüístico socialmente anclado que los préstamos Anglo-
americanos y las malinterpretaciones humorísticas del Español revelan estrategias
racistas distanciadoras, que reducen la compleja experiencia latina a una entidad
subordinada y tomada como objeto de intercambio (commodity). La mercantilización de
estereotipos etnolingüísticos, ostensiblemente positiva, también se ve en el uso de las
lenguas extranjeras en las publicidades japonesas de TV (124). La apropiación del habla
criolla o de su música y vestimenta, por adolescentes blancos del Sur de Londres, que
visualizan esto como un mero asunto de estilo (nuevamente, una mercancía), está en
conflicto con los puntos de vista de los adolescentes negros sobre estos códigos como
parte de su propia identidad distintiva (143). Basso (20) describe en un clásico el género
bromista metalingüístico de los Apaches del oeste, quienes usan al inglés para parodiar
la pragmática conversacional del “Hombre-Blanco”, como presentación y comentario de
las diferencias etnolingüísticas y su rol en un contexto de relaciones asimétricas. Según
el enfoque javanés, aprender a traducir (desde el bajo al alto Javanés) es la esencia de
transformarse en un verdadero adulto y en un hablante real del idioma, y Siegel (273)
nota que los javaneses incorporan metafóricamente lenguas extranjeras en la suya,
tratando a esas otras lenguas como si fueran bajo Javanés. Si un código es una lengua o
no, depende de si sus hablantes actúan como hablantes de Javanés. Encuentros con la
lengua de otros pueden dar la posibilidad de reconocer la opacidad del lenguaje y
permiten delinear y caracterizar el idioma propio de una comunidad (259).
La ideología lingüística no es un reflejo automático y predecible de la expresión social
del multilingüismo en el que esta enraizada; hace su propia contribución como filtro
interpretativo en la relación entre lengua y sociedad (211). La falla de transmisión
intergeneracional de los vernáculos puede racionalizarse de varias maneras,
dependiendo de cómo los hablantes conceptualizan los lazos entre lengua, cognición y
vida social. Por ejemplo, los padres en Nueva Escocia, desalientan activamente que sus
hijos adquieran un dialecto subordinado, porque creen que esto de alguna forma
estropeará su Inglés (211); los padres Gapun culpan de la insatisfacción y agresividad
de sus hijos como la raíz de la pérdida del idioma vernáculo (187); y los padres
haitianos residentes en Nueva York piensan que sus hijos hablarán Kreyól (criollo), no
importa cual sea el lenguaje de su entorno (263; cf 329).
Las creencias sobre qué es o no es una lengua real, y de modo subyacente, la noción de
que hay idiomas diferentes identificables claramente que se pueden aislar, nombrar y
contar, son parte de las estrategias de dominación social. Tales creencias y esquemas
relacionados para rankear lenguas como más o menos evolucionadas, han contribuido a
profundizar decisiones sobre, por ejemplo, el grado de civilización y aún de humanidad
de los sujetos de la dominación colonial (93, 166, 204, 216, 236). También califican o
descalifican variedades de la lengua para algunos usos institucionales, como también el
acceso de sus hablantes a dominios de privilegio (37, 57, 68, 120, 191, 288). Se evalúa a
menudo que la mezcla de lenguas, el cambio de código y los criollos son indicadores de
capacidades lingüísticas limitadas, lo que revela premisas sobre la naturaleza del
lenguaje que están basadas implícitamente en estándares literarios y en una doctrina
reinante que iguala cambio con decadencia (25, 120, 127, 174, 224, 251, 265). La forma
escrita, lo elaborado del léxico, las reglas de formación de palabras y la derivación
histórica son tomadas en cuenta en el diagnóstico de un idioma concreto y en el rankeo
de candidatos a ser considerados lenguas (111, 165, 235, 287). La variabilidad
gramatical y la cuestión de si una variedad tiene gramática juegan un rol importante
(80). La extensión de la noción de gramática desde el artefacto explícito producto de
intervenciones eruditas a un sistema más abstracto y subyacente, no ha logrado
silenciar la polémica (222).

Política del lenguaje


La investigación macrosocial sobre política y planificación del lenguaje ha detectado
supuestos ideológicos sobre el rol del lenguaje en la vida cívica y humana (2, 18, 19, 33,
228, 285, 322, 326), y posturas diferenciadas en pos de la regulación estatal de la
lengua, por ejemplo, entre Francia y Gran Bretaña (65, 118, 136, 139, 201). Cobarrubias
diagramó una taxonomía de las ideologías del lenguaje que subyacen a los esfuerzos de
planificación: asimilación, pluralismo, vernacularización e internacionalización (4, 51).
En un nivel aún más fundamental, Ruiz (257) distingue tres orientaciones
fundamentales hacia el lenguaje, como recurso, problema o derecho (ver también 152),
y comentaristas sobre educación bilingüe y educación de inmigrantes han notado que
estas orientaciones fusionadas en esos programas (117, 135). El modelo de desarrollo se
extiende al planeamiento del idioma poscolonial, con implicaciones ideológicas
paradójicas que condenan a lenguas, como a sociedades, a un estatus perenne de
subdesarrollo (32, 87, 110).

DOCTRINAS DE CORRECCIÓN, ESTANDARIZACIÓN Y PURISMO


Desde los tiempos de Dante, la selección y elaboración de un estándar lingüístico ha
constituido un complejo de asuntos relativos al lenguaje, la política y el poder (289). La
existencia de una lengua es siempre un proyecto discursivo antes que un hecho
establecido (259). Las lenguas estándar y/o su formación han sido estudiadas
previamente por filólogos, por los lingüistas funcionalistas de la Escuela de Praga, y por
lingüistas aplicados (52, 96, 134), pero el énfasis en la dimensión ideológica ha dado
lugar a nuevos análisis sobre estandarización del lenguaje (172), con el concepto de un
estándar tratado mas como un proceso ideológico que como un hecho lingüístico
empírico (16, 65, 112, 194, 219).
Si bien se ha afirmado que existen nociones de mejor o peor habla en toda comunidad
lingüística (35), este planteo ha sido cuestionado (132). Hay mayor consenso en que las
lenguas estándar, codificadas y superpuestas, están ligadas no sólo a la escritura y a sus
instituciones hegemónicas asociadas, sino además a formas específicamente europeas de
estas instituciones (35, 131, 132, 172, 219, 277, 286). En el sistema de creencias
occidental vernáculo, las lenguas estándar no se reconocen como artefactos humanos,
sino que son naturalizadas por metáforas como la del libre mercado (172, 277). El
análisis ideológico aborda asuntos tales como de qué forma se racionalizan las doctrinas
de corrección e incorrección lingüística, o cómo se relacionan éstas con doctrinas sobre
el poder, la belleza y la expresividad del idioma como modo de acción valorado
(276:223; 18). La indignación moral sobre las formas no-estándar deriva de
asociaciones ideológicas del estándar con cualidades valoradas en la cultura, tales como
claridad y veracidad (70, 118, 145, 172, 276:241; 293).
La doctrinas puristas de la corrección lingüística bloquean las fuentes de innovación no
nativas, pero, en forma selectiva, generalmente se focalizan sólo en lenguas
interpretadas como una amenaza (316; cf 142, 297). Los efectos lingüísticos del
purismo no son predecibles, y análogamente, su significado social y uso estratégico no
es transparente (99, 171). Un conservadurismo lingüístico aparentemente purista entre
los Tewa podría provenir no de una resistencia a los fenómenos de contacto, sino de la
fuerza de las instituciones teocráticas y de las formas lingüísticas rituales como modelos
para otros dominios de interacción (182, 183, 184). En contraste, una ideología de la
sacralidad del lenguaje en una comunidad judía ultra ortodoxa restringe el uso del
idioma Hebreo a contextos considerados sagrados (113). Las ideologías puristas
vernáculas mexicanas se usan paradójicamente para resaltar la autoridad de los que
están menos relacionados con lo local y más inmersos en la gran economía (146,149).
Algunos préstamos del Español suenan más auténticos a quienes no son miembros de la
élite de la comunidad gallega de España, quienes se disocian de las formas lingüísticas
puras que les huelen a políticas institucionales minoritarias (5, 6). Estas relaciones
complejas entre posición social, práctica lingüística e ideologías puristas, ilustran la
importancia de problematizar la ideología, mas que asumir que ésta puede
comprenderse a partir de uno o dos elementos.

Ortografía
En países donde la identidad y nacionalidad se están negociando, todo aspecto del
lenguaje puede ser cuestionado, incluyendo su descripción fonológica y sus formas de
representación gráfica (226, 265). Aun cuando la nacionalidad esté tan fuertemente
establecida como ocurre en Francia, pueden estallar batallas ortográficas. Por eso, los
sistemas ortográficos no se pueden definir simplemente como la reducción del habla a
la escritura, sino que más bien son símbolos que portan significados históricos,
culturales y políticos (62, 96, 154, 169, 300). En algunos criollos, por ejemplo, los
partidarios de la ortografía etimológica apelan a una vinculación histórica con el
prestigio de la lengua colonizadora. Aquellos que prefieren un enfoque fonémico
argumentan que un modo más objetivo de representar los sonidos permite un mayor
acceso a la alfabetización, y ayuda a que el idioma se haga respetable por derecho
propio (44, 141, 199, 265, 321).

ALFABETIZACIÓN
Las ideologías de la alfabetización tienen relaciones complejas con las ideologías del
habla y juegan roles distintivos y cruciales en las instituciones sociales. Aun la
conceptualización de la palabra impresa puede diferir grandemente de la de la
manuscrita (7, 313). La deconstrucción que realiza Derrida (71) de la visión occidental
del habla como natural y auténtica, y superior a las meras inscripciones inertes de una
escritura extraña y arbitraria, ha generado mucho interés sobre las ideas en torno al
lenguaje hablado y escrito. Las nociones de la elite japonesa del siglo XVIII sobre el
lenguaje comprendían una ideología fonocéntrica, que enfatizaba la primacía,
transparencia, e inmediatez de lo hablado sobre lo escrito (259). Los javaneses no
comparten la visión de la voz original como la auténtica (273). No todos los que han
estudiado la ideología occidental encuentran ese sesgo hacia la oralidad que describe
Derrida. Harris (131) afirma que un “escritocentrismo” basado en la experiencia
europea de escritura de las lenguas, se infiltra en el aparente sesgo hacia la oralidad de
los conceptos lingüísticos contemporáneos, desde la frase hasta la palabra y el fonema.
Mignolo (216) afirma que la supremacía de lo oral en el Fedro de Platon se revirtió, y
que la ideología de la letra alfabética se asentó durante el Renacimiento europeo. Tyler
(301) identifica en Occidente un énfasis “visualista” (que es ideológico) en la visión del
discurso como referencial y transparente, basado en la supremacía del texto y en la
supresión del habla.
Los estudios antropológicos sobre la alfabetización (por ejemplo, sobre su introducción
en sociedades orales o su uso en la escuela) reconocieron tardíamente que ésta no es una
tecnología autónoma ni neutral, sino que está organizada culturalmente, tiene un
basamento ideológico, varía históricamente y está condicionada por fuerzas políticas,
económicas y sociales (53, 56, 58, 60, 97, 138, 161, 223, 266, 269, 290-292).
Actualmente la investigación enfatiza las distintas maneras en que las comunidades
adoptan la alfabetización, a veces alterando formas locales de comunicación o
conceptos fundamentales de identidad (15, 27, 29, 30, 37a, 77, 88, 114, 138, 214a, 252,
264). Las cuestiones de poder afectan fuertemente las estrategias de alfabetización. En
Gapun, la mirada sobre el idioma como un medio poderoso para transformar el mundo
se extiende a la alfabetización en lengua tok pisin, que se cree permite la adquisición de
un valioso legado (189). En contraposición, los Yekuana no extienden su enfoque sobre
la lengua oral a la alfabetización. Las palabras habladas son transformadoras y mágicas,
pero la escritura destruye su poder (122). Para los Chambri y Yekuana, la “fijación” por
medio de la escritura es una fuente de peligro; las palabras impresas no son adaptables a
las circunstancias sociales. Las creencias maoríes de que hay un texto oral portador de
autoridad que fue captado sólo superficialmente por un tratado escrito, constituyen un
irónico contrapunto platónico a la búsqueda -por parte de los neozelandeses de origen
europeo- de un texto “verdadero” entre las muchas traducciones del tratado en el que se
apoya su gobierno (208). La exégesis textual depende fundamentalmente de las
ideologías del lenguaje, o de las ideas de cómo se crean los textos y cómo deben ser
entendidos. Dentro de la tradición judeo-cristiana se pueden encontrar abordajes
contrapuestos de la búsqueda de la verdad en las Escrituras (170).
La definición de qué es y qué no es alfabetización es siempre un asunto profundamente
político. Los estudios históricos sobre el surgimiento de la alfabetización escolar y la
lengua inglesa en la escuela, muestran la vinculación entre tradiciones de alfabetización
valoradas simbólicamente y mecanismos de control social (56, 60, 137). En el mismo
sentido, los análisis sobre la interacción en clase demuestran cómo las expectativas
implícitas sobre el lenguaje escrito determinan juicios discriminatorios sobre el lenguaje
oral y la performance del estudiante (37, 55, 215). La instauración de la lengua inglesa
como una disciplina universitaria en el siglo XIX creó una distinción entre la lectura,
vista como aristocrática y entretenida, y la escritura, en tanto trabajo. La composición,
como entrenamiento de habilidades para el empleo, es el “trabajo sucio” de los
departamentos de inglés, con implicancias en las políticas de género (58).
La transcripción, o la representación escrita del habla, en las disciplinas académicas y
en la ley, por ejemplo, se apoya en -y refuerza- concepciones ideológicas del lenguaje
(73:71; 83, 120, 159, 262, 295). En estudios del lenguaje infantil por ejemplo, el uso de
ortografía estándar fuerza la interpretación literal de emisiones que, de no ser así,
podrían considerarse objeto de manipulación fonológica (229). Por otra parte,
folkloristas y sociolingüistas que han grabado dialectos del inglés revelan sus prejuicios
lingüísticos cuando usan ortografía no estándar (a veces llamada “dialecto-visual”) para
representar el habla de negros y apaches más que la de otros grupos. Dada la ideología
del valor de la letra, los hablantes no estándar aparecen entonces como menos
inteligentes (82, 245, 246). En el sistema legal americano, el registro “palabra por
palabra” es una construcción idealizada, confeccionada de acuerdo con el modelo de
inglés del reportero de la corte, el que interpreta, filtra y evalúa lo relatado. Si un testigo
habla sin respetar la gramática, eso se considera información, pero no si lo hace el
abogado, y la edición se aplica de acuerdo a esta distinción (312).

ESTUDIOS HISTÓRICOS
A pesar de que en las últimas décadas ha habido un notable giro lingüístico en los
estudios históricos, Bauman ha destacado que gran parte de ese trabajo fue
lingüísticamente ingenuo y no fundado en una investigación del significado social e
ideológico del lenguaje, según las concepciones de la propia gente sobre la naturaleza
del lenguaje y su uso (22:16). Desde entonces ha habido una ola de estudios históricos
sobre las ideologías del lenguaje, incluyendo las ideologías nacionales dominantes, los
debates de las elites, y las expresiones coloniales. Las naciones occidentales, en
particular Francia, Inglaterra y Estados Unidos, son las predominantes en esta literatura,
aunque también se le ha dedicado atención a Asia (16, 18, 65, 94, 98, 173, 180, 218,
219, 259, 281, 283). Muy relacionadas con estos estudios están las historias críticas de
la lingüística y de la filosofía del lenguaje (8, 45, 106, 280), que se suman a historias
intelectuales más tradicionales (1).
Desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX en Europa occidental, el
lenguaje devino en motivo de interés cívico, a medida que los nuevos participantes en la
esfera pública formulaban nuevas concepciones del discurso público y de las formas de
participación (y de exclusión) (17, 22, 65, 67, 69, 118, 126, 145, 192, 276, 313). La
mayor parte de la investigación histórica se centra en ideas normativas sobre la retórica
más que sobre la gramática, pero demuestra cuán estrechamente relacionados estaban
estos dos tópicos. En los debates de norteamericanos y franceses entre los siglos XVII y
XIX, predominaban las conceptualizaciones políticas del idioma más que las reflexiones
sobre una lengua autónoma (8, 12). La ideología hegemónica sobre el inglés obtuvo su
efectividad política y social del supuesto de que el lenguaje refleja la mente, y de que el
concepto de “civilización” era sobre todo lingüístico (283,294). El debate sobre el inglés
en los Estados Unidos durante el siglo XIX fue esencialmente una lucha sobre qué tipo
de personalidad se necesitaba para mantener la democracia (50). El surgimiento de una
personalidad democrática compartimentada correspondió a la aceptación de un
desplazamiento de estilo y de una variedad de registros lingüísticos (ver también 14, 18,
94, 123, 180, 281).

Lingüística colonial
“La lengua ha sido siempre compañera del imperio” aseveraba el gramático español
Nebrija en el siglo XVI (161, 225). Algunos de los trabajos recientes más sugerentes
sobre ideologías lingüísticas provienen de estudios sobre colonialismo, lo que evidencia
claramente los lazos existentes entre formas lingüísticas, ideológicas y sociales. La
decisión de qué lengua(s) usar en la administración colonial no siempre era evidente, y
cada elección tenía sus propias motivaciones ideológicas y sus consecuencias prácticas.
En algunos casos, podía ser que se seleccionara, por ejemplo, una lengua indígena
vernácula para proteger la lengua de los colonizadores de las versiones no-nativas, que
eran consideradas desagradables (272).
La colonización y la realización de misiones en otros continentes por los europeos
implicaron un control sobre los hablantes y sus lenguas vernáculas. Investigaciones
recientes sobre descripción lingüística y traducción en la Colonia han abordado la
dimensión ideológica de diccionarios, gramáticas y guías lingüísticas, demostrando que
lo que se concebía como una iniciativa científica neutra era en realidad fuertemente
política (248).
En lo que Mignolo (216) llama la colonización de la lengua, los europeos llevaron
consigo las ideas acerca del lenguaje que eran imperantes en la metrópolis, y esas ideas
–aunque ellas mismas fueron cambiando en diferentes momentos históricos- los cegaron
frente a las conceptualizaciones y organizaciones sociolingüísticas de los indígenas
(165, 177, 216, 260). Como en muchos otros fenómenos coloniales, los lingüistas
construyeron mas que descubrieron variantes distintivas (166), como Fabian (89) lo
explica para el swahili y Harries (130) para el tsonga. Cohn asevera que las gramáticas,
diccionarios y traducciones británicas de las lenguas de la India crearon el discurso del
Orientalismo y convirtieron las formas indias de conocimiento en objetos europeos
(54:282-283; cf 224).
En el encuentro colonial la estructura lingüística que se percibe siempre puede tener un
significado político. A menudo se argüía una inadecuación formal o funcional de las
lenguas indígenas y, en consecuencia, de la civilización o mentalidad indígena, para
justificar el tutelaje europeo (89). Por otro lado, un gramático del siglo XVI aseveraba
que el quechua era tan similar al latín y al castellano, que era “como una predicción de
que los españoles lo poseerían” (216:305; ver también 166, 248).
Debido a la disponibilidad de documentos, gran parte de esta investigación histórica ha
explorado las ideologías lingüísticas de los colonizadores más que la de las poblaciones
indígenas. Pero algunos trabajos tratan de capturar las contradicciones e interacciones
entre ambas (59, 128, 204, 216). La metapragmática de los niveles del habla en lengua
tongana indica un re-análisis de la sociedad que incorpora complejos institucionales
derivados de los europeos en las construcciones de la jerarquía social de los tonga (240).
La estructura y foco de un manual instructivo sobre castellano del siglo XVII, escrito
por un impresor tagalog, contrasta fuertemente con las gramáticas del tagalog realizadas
por misioneros españoles, mostrando los diferentes intereses políticos que había detrás
de la traducción para los españoles y para los indígenas filipinos (247).

Historiografía lingüística
La estrecha vinculación que hubo durante el siglo XIX, en Occidente y sus colonias,
entre las conceptualizaciones públicas y eruditas del lenguaje, ha motivado estudios
críticos sobre la filosofía del lenguaje occidental y sobre el surgimiento de la lingüística
profesional. En la colección de Joseph y Taylor (173), distintos autores examinan los
prejuicios, tanto intelectuales como políticos, que orientaron el crecimiento de la teoría
lingüística, desde Locke hasta Saussure y Chomsky, y el rol de ideas lingüísticas en
luchas sociales específicas (cf 227). De particular relevancia para nuestro tema, Attridge
(11) deconstruye la lingüística de Saussure y la presenta como hostil a (y como
supresora de la evidencia a favor de) el hecho de que el usuario de la lengua y la
comunidad lingüística intervienen, consciente o inconscientemente, en la alteración del
sistema del lenguaje. Attridge sugiere que Saussure considera al lenguaje vulnerable al
cambio externo por fuerzas humanamente incontrolables, pero rechaza la influencia de
la historia como un constructo intelectual. Diversos estudios sobre el siglo XIX
muestran cómo la filología y la naciente disciplina lingüística contribuyeron a distintos
proyectos religiosos, de clase, y/o nacionalistas (65, 67, 235).
La lingüística profesional y científica del siglo XX ha rechazado casi invariablemente el
prescriptivismo, pero muchos autores afirman que este rechazo oculta una dependencia
implícita y una complicidad con instituciones prescriptivas debido al propio tema de ese
campo de estudio. Más que registrar un lenguaje unitario, los lingüistas ayudaron a
configurarlo (66:48, 131, 132). Sankoff (261) afirma que las metodologías lingüísticas
positivistas contemporáneas, que esgrimen una base científica, son impuestas
ideológicamente por los mismos intereses que propagan el normativismo y el
prescriptivismo. Es decir que el idealismo de una lingüística moderna autónoma ha sido
sometido a una crítica ideológica articulada (37. 157, 173, 320, cf 68, 227).
Las lingüísticas de orientación más antropológica también han sido estudiadas desde el
punto de vista ideológico. Por ejemplo, el concepto de diglosia ha sido criticado como
una naturalización ideológica de las estructuras sociolingüísticas (205a). Rossi-Landi
(256) critica al relativismo lingüístico como una ideología burguesa, al encontrar en esa
teoría una manifestación de culpa por la destrucción salvaje de los indios americanos. El
idealismo del relativismo lingüístico transforma a los productores lingüísticos en
consumidores, y habilita la ilusión de que la exhibición teórica de las estructuras de una
lengua salva la visión del mundo de los extintos trabajadores lingüísticos (cf 57, 151).
Schultz (268) afirma que las estrategias contradictorias que aparecen en textos de Whorf
se originaron en respuesta a los condicionamientos de la ideología folk norteamericana
de la “libre expresión”. A pesar de que sus ideas se acercan a las de Bakhtin, Whorf
tuvo primero que convencer a su audiencia de que la censura lingüística existía
efectivamente.

IDEOLOGÍA, ESTRUCTURA LINGÜÍSTICA Y CAMBIO LINGÜÍSTICO


Como se mencionó anteriormente, la lingüística moderna generalmente ha sostenido
que la ideología lingüística y las normas prescriptivas tienen escaso efecto -o
paradójicamente, solo un efecto pernicioso- sobre las formas del habla (aunque pueden
tener un efecto algo mayor en la escritura) (35, cf 84, 92, 125, 181). El prescriptivismo
no transforma directamente el lenguaje, pero sí tiene un efecto sobre él. Silverstein
afirma que una comprensión de la ideología del lenguaje es esencial para comprender la
evolución de la estructura lingüística (276:220). La interpretación ideológica del uso del
lenguaje puede ocasionar importantes cambios sociolingüísticos, aunque, dado que
estos derivan de una dialéctica social más amplia, puede que estos cambios tomen una
dirección inesperada, como ocurre en el caso histórico del desplazamiento del
pronombre de segunda persona en inglés. En tanto los hablantes conceptualizan el
lenguaje como una acción con propósitos sociales, debemos analizar sus ideas sobre el
significado, la función y el valor de la lengua con el fin de entender la extensión y el
grado de sistematicidad de las formas lingüísticas empíricas (cf 47, 129, 209, 212).
En sus análisis del género en inglés, del desplazamiento del pronombre T/V, y de los
niveles del habla en javanés, Silverstein muestra que la racionalización no solo explica,
sino que de hecho afecta la estructura lingüística, o bien la racionaliza haciéndola más
regular. Entender el propio uso de la lengua implica potencialmente cambiarlo
(275:233). Una consciencia limitada e imperfecta de las estructuras lingüísticas,
algunas de las cuales son más adecuadas que otras para ser objeto de una reflexión
consciente, lleva a los hablantes a hacer generalizaciones que luego imponen sobre una
categoría más amplia de fenómenos, modificando esos fenómenos (ver también 181).
La estructura condiciona a la ideología, la que luego refuerza y amplía la estructura
original, distorsionando el lenguaje en el nombre de hacerlo mas fiel a sí mismo (37,
258).
Errington (86) observa que si bien es común en el análisis sociolingüístico buscar
relaciones entre el cambio estructural y la función comunicativa, es en cambio más
discutible invocar como relación explicativa la toma de conciencia del hablante nativo.
Labov distingue mecanismos de cambio por debajo y por encima del nivel de
conciencia de los hablantes. El autor afirma que los cambios subconscientes son vastos
y sistemáticos, mientras que la autocorrección consciente, que él etiqueta como
ideología, tiene efectos esporádicos y fortuitos sobre las formas lingüísticas (190:329).
Pero varios autores destacan que los modelos sociolingüísticos correlacionales restan
importancia a la verdadera fuerza motivadora de cambio lingüístico, que a menudo
reposa en evaluaciones sociales del lenguaje (85, 162, 261).
Errington (86) señala que la generalización de Labov es sobre todo aplicable a la
variación fonológica en la que no intervienen las interpretaciones de los hablantes sobre
sus proyectos comunicativos conscientes. Las clases de variables más destacadas
pragmáticamente son reconocidas por los hablantes como mediadores lingüísticos
cruciales de las relaciones sociales, y la consciencia de los hablantes sobre ello hace a
estas variables más susceptibles de racionalización y uso estratégico (85, 240). Dado
que esta toma de consciencia y estos usos orientan el cambio lingüístico, estas variables
requieren un análisis muy diferente, que esté centrado en los participantes (86).
Irvine (162) destaca que las características lingüísticas formales de los antilenguajes
descritos por Halliday, como la inversión, no son arbitrarias y que sugieren la
intervención de conceptualizaciones ideológicas de estructuras lingüísticas.
Análogamente, las lenguas subordinadas en situaciones de contacto pueden adquirir las
propiedades -tanto funcionales como formales- de los anti-lenguajes. Los hablantes de
variedades moribundas de xinca, por ejemplo, demuestran su excitación o entusiasmo
usando consonantes glotalizadas, que desde el punto de vista del español dominante
resultan exóticas (48). Ésta es una distorsión del tipo descrito por Silverstein, que
vuelve al código “más parecido a sí mismo”, y en este caso –conviene destacarlo- un “sí
mismo” bien diferenciado del código socialmente dominante.
Silverstein y otros muestran ejemplos procedentes de lenguas europeas, especialmente
del inglés, que revelan una tendencia a ver la proposicionalidad como la esencia del
lenguaje, a confundir la función indexical del lenguaje con la función referencial y a dar
por sentado que las estructuras y divisiones del lenguaje deberían -y en el mejor de los
casos lo hacen- coincidir con las estructuras del mundo real de manera transparente (39,
162, 181, 212, 237, 250, 274, 275, 278). La existencia de una focalización en los
aspectos segmentables de superficie del lenguaje y de una concepción de la lengua
centrada en las palabras y expresiones denotativas está ampliamente verificada (32, 57,
112, 220, 277). Sin embargo, Rumsey (258) argumenta que esto no es característico de
las culturas aborígenes australianas, las que no conciben una dicotomía entre el habla y
la acción, o las palabras y las cosas, y Rosaldo (255) afirma de manera similar que los
ilongotes piensan el idioma en términos de acción más que de referencia. Hill (147)
describe una ideología del lenguaje contra-hegemónica entre las mujeres mejicanas que
enfatizan no la referencia, sino la performance y la realización de las relaciones
humanas a través del diálogo. Veáse referencia 151 para más discusión.

LA VARIACIÓN Y LA RESISTENCIA EN LA IDEOLOGÍA


Therbon (296:viii) caracteriza la ideología como un proceso social, no una posesión,
más como “la cacofonía de sonidos y señales de una calle de la gran ciudad más que…el
texto que serenamente se comunica con el lector solitario o el maestro…dirigiéndose a
una audiencia silenciosa y domesticada”. La nueva dirección en investigación sobre
ideología lingüística se ha alejado de una concepción de la ideología como una plantilla
cultural homogénea; actualmente se la considera como un proceso que comprende
disputas entre múltiples conceptualizaciones, que exige el reconocimiento de la
variación y de la resistencia dentro de la comunidad, así como de las contradicciones en
los individuos (104, 258, 279, 308). Los warao desarrollan estratégicamente modelos de
uso de la lengua que entran en conflicto, como fuentes de poder en la interacción (40,
41). Los hablantes de alemán en Hungría encuadran el lenguaje y la identidad de
manera diferente en diferentes momentos, para resistir las ideologías oficiales del estado
que también son cambiantes (105). El inglés tiene un significado completamente
distinto para los portorriqueños de Nueva York dependiendo de si lo piensan como
hablado por americanos blancos, por americanos negros, o por portorriqueños (304).
Mientras que la generalización del sentido común compara las actitudes lingüísticas de
los franceses y de los ingleses como si fueran atributos culturales uniformes vinculados
con el nivel individual y el estatal, hay estudios históricos que demuestran que esas
actitudes nacionales que parecen tan características, en realidad emergen
coyunturalmente en función de las luchas entre posiciones ideológicas en competencia
(139, 201, 249).

CONCLUSIÓN
Es paradójico que al mismo tiempo que el lenguaje y el discurso han devenido temas
centrales en las ciencias sociales y humanas, los antropólogos lingüistas se lamentan de
la marginación de la subdisciplina dentro del campo más amplio de la antropología. El
tópico de la ideología lingüística es un puente muy necesario entre la teoría social y la
lingüística, ya que relaciona la microcultura de la acción comunicativa, con las
consideraciones político-económicas sobre el poder y la inequidad social, confrontando
las restricciones macrosociales sobre el comportamiento lingüístico (Paul Kroskrity,
comunicación personal). También es un medio potencial para profundizar la
concepción, a veces superficial, de la forma lingüística y su variabilidad cultural en los
estudios político-económicos del discurso.
Muchos pueblos en el mundo, de distintas maneras, postulan conexiones fundamentales
entre categorías culturales aparentemente diversas tales como lenguaje, ortografía,
gramática, nación, género, simplicidad, intencionalidad, autenticidad, conocimiento,
desarrollo, poder y tradición (104). Pero nuestra atención profesional recién ha
comenzado a comprender cómo y cuando se forjan esos lazos -ya sea por participantes
profanos o por analistas expertos- y cuáles podrían ser sus consecuencias para la vida
social y lingüística. Una plétora de problemáticas públicas tiene su base en la ideología
lingüística. Algunos ejemplos tomados de los titulares de los diarios norteamericanos
incluyen la política bilingüe, y el movimiento del inglés oficial; cuestiones de libertad
de expresión y hostigamiento; el significado del multiculturalismo en escuelas y textos;
la exclusión de jurados que, por su propia lengua nativa, podrían comprender los
testimonios judiciales no realizados en inglés; y la cuestión de las responsabilidades de
los periodistas y la reproducción fidedigna del discurso directo. Abordar tales asuntos
públicos es abordar la naturaleza y el funcionamiento de la ideología lingüística.
La investigación sobre temas tales como los pronombres, la cortesía y el purismo ha
iniciado el difícil programa de considerar a qué intereses sirve el hecho de que la
ideología lingüística tome la forma que tiene, vinculando las concepciones de la
ideología lingüística basadas en la estructura lingüística y en las limitaciones cognitivas
con las concepciones de la ideología basadas en prácticas e intereses sociales (258:356).
Es este intento de relacionar estos dos aspectos de la ideología, y de entrelazar las
formas lingüísticas y sociales a través de la ideología, lo que resulta a la vez más
desafiante y más motivador.

AGRADECIMIENTOS
Agradecemos a Susan Gal por alentarnos a escribir este ensayo. También queremos
agradecer a los participantes de la sesión sobre Ideologías lingüísticas en el Encuentro
de 1991 de la American Antropological Association, y a los miembros del Grupo de
trabajo sobre Lenguaje del Centro de Estudios Transculturales. Su investigación y
conversaciones nos ayudaron a dar forma a nuestra visión del campo de estudio.
Kathryn Woolard agradece a la Fundación Nacional para las Humanidades y a la
Fundación Spencer por su apoyo para preparar esta revisión, y a Alex Halkias, Natasha
Unger y Begoña Etcheverria, que colaboraron con trabajo bibliográfico en diversas
etapas. Bambi Schieffelin agradece a Paul Garret por la colaboración bibliográfica y a
Lolly Mitchell por la ayuda editorial. Este ensayo se dedica a Ben, cuyo maravilloso
sentido del tiempo ayudó a organizar este proyecto.

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