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1 LOHMANN VILLENA, Guillermo. “La industria minera en el marco de la economía virreinal peruana.” En: Las minas de
Huancavelica en los siglos XVI y XVII. PUCP. 1999. pp. 1-10.
2 V. el planteamiento teórico del tema en el exhaustivo tratado de Heckscher: La época mercantilista (México, Fondo de Cultura
Económica, 1945); y por lo que concierne a las relaciones entre las Indias y España, Hamilton: American trasure and the
price reuolution in Spain (Harvard, 1934); Larraz; La época del mercantilismo en Castilla (Madrid, 1943), segunda edición, pp.
35-36 y100-101.
3 Elhuyar, Fausto de: Memorúi sobreel influjo de la mineria en la agricultura, industria, población y civilizaci6n de Nueva España
1
metropolitana, a cuyo propósito correspondía la tendencia restrictiva en las manufacturas
indianas, de suerte que éstas no hicieran competencia ruinosa a las radicadas en la Península4.
Por el contrario, las "Actas de las Cortes" castellanas, aun en una rápida lectura, nos
enseñan que la preocupación fundamental a mediados del siglo XVI, no era de índole
proteccionista para la industria metropolitana; antes bien, registramos un movimiento a la
defensiva, que resiste a permitir la exportación, habida cuenta de que el mayor volumen de la
manufactura española, atraída por precios superiores en regiones más ricas, al paso que la
encarecía en grado exorbitante en la Península5, se embarcaba con destino a las Indias, donde
la creciente demanda y la abundancia de numerario permitió a mejor cotización a dichos
productos, al extremo de que solía cancelarse su importe con recargos que excedían del 130%6.
A este descenso en el índice de producción no era ajeno el intenso movimiento de emigración
de la misma población que poco después se trocaría en consumidora en el Nuevo Mundo, sin
que en España hubiera mano de obra para atenderla demanda, incrementada con el crecido
número de indígenas que adoptaban las costumbres y necesidades europeas.
Las esporádicas leyes proteccionistas, maliciosamente subrayadas por los detractores de
la obra civilizadora de España y tan traídas y llevadas por los pocos avisados, como tantas
otras disposiciones legales expedidas en todas las épocas, jamás fueron observadas. Por lo
demás, esta doctrina económica, no era profesada exclusivamente por los políticos españoles,
ya que dos siglos más tarde seguía siendo utilizada por los ingleses7. Las prohibiciones de
plantar viñedos y olivares8 o de instalar industrias de tejidos se desobedecieron en cuanto las
condiciones económicas y la capacidad de consumo de la población indiana garantizaron el
éxito de la creación de empresas destinadas a explotar dichas fuentes de recursos9, La increíble
baratura de los caldos procedentes de la región genéricamente denominada el Aljarafe,
embarcados en grandes cantidades en cada flota, tornaban ruinosa la creación de una industria
vinícola en Indias. En punto a las industrias textiles, nunca las neomundanas lograron competir
en finura y perfección con las metropolitanas, que sin mayor esfuerzo tenían asegurado el
mercado ultra marino.
Pero, acaso sobre todas estas consideraciones, debieron de aquilatarse en el ánimo de los
gobernantes razones de mucho mayor peso para inclinar la preferencia hacia las industrias
extractivas en Indias. En términos generales, el eje orográfico, rico en productos mineros, .se
imponía ineludiblemente como el eje económico del Nuevo Mundo, o por lo menos en el
Perú, donde esta realidad ha sido u n a constante histórica desde remotos tiempos. No ha
faltado quien, enjuiciando el siglo XVI con un criterio propio del XX, ha sostenido que los
gobernantes españoles desviaron el sentido económico del Perú al impulsar la minería en vez
de fomentar la agricultura. Aparte de que la afirmación carece de todo, apoyo real, no debe
olvidarse que todavía en nuestros días no han sido resueltos numerosos problemas de índole
jurídica, financiera, económica o técnica, planteados por la industria agrícola; ni tampoco se
ha hallado mano de obra suficiente, capital en cantidad para invertirlo en una industria de baja
rentabilidad, ni se han delimitado las tierras según zonas naturales y cultivos adecuados, como
tampoco se ha definido la preferencia por el latifundio o el minifundio, ni se han acometido
las obras de irrigación y saneamiento, ni, por último, se ha afrontado racionalmente la
distribución de los productos en mercados apropiados.
4 Hussey: “Colonial Economic Life”, en Wilgus: Colonial Hispanic America (Washington, 1936), pp. 305-306 y 322. Haring:
The Spanish Empire in Amenca (New York, 1947), p. 200, y Diffie: Latin-American Civilization, Colonial Period (Harrisburg,
Pa., 1947), p. 124.
5 Matienzo: Gobierno del Perú (Buenos Aires, 1910), p. 177.
6
Mercado: Summa de tratos y contratos (Sevilla, 1571), p. 91.
7 Madariaga: Cuadro hist6rico de las Indias (Buenos Aires, 1945), p. 183.
8 Peñalosa: Libro de las Cinco Excelencias del Español (Pamplona, 1629), Quinta excelencia, caps. VII-XIX.
9 Es más, sabemos que la Corona había enviado en 1565 al Perú, para que divulgaran sus enseñanzas profesionales, a los
tejedores de paños Felipe de Segovia y Juan de Salazar, el tintorero Andrés Yáñez, y los tundidores Diego de Villanueva,
Pedro Gallego, Alonso de Avalos, Juan Domínguez, Alonso Hernández y Jácome Mundo; su misión era enseñar a los indios
los referidos oficios. A.G.I. Lima, 569, lib. 12, fol. 44.
2
Cuanto queda dicho es evidente a poco de saludar la r e a l i d a d peruana del siglo XVI,
pero ha sido forzoso traerlo a luz, para justificar todas las medidas de fomento aplicadas por
los gobernantes españoles a la industria minera. Los escritores, se han dedicado a referir las
gestas militares y políticas y las anécdotas sentimentales de los grandes personajes, olvidando
la trama económica, menos entretenida y brillante, pero que representa una fuerza tan grande
como la política y alma de ella.
A mayor abundamiento, la teoría mercantilista profesada por esos hombres y dentro de la
que nace la política económica del Virreinato peruano, está respaldada por la realidad, tal
como la vieron todos, convencidos de que, por lo menos en el Perú, abandonar la minería
para lanzarse a las labores agrícolas, era incurrir en un grandioso desacierto. Aquellos españoles
concebían al Perú como una porción integrante de toda la Monarquía, en cuyo juego
económico debía funcionar, sin ilusorias pretensiones de la “autarquía”, que hubiera tenido
como única consecuencia la ruinosa multiplicación de industrias, sin emanciparse
comercialmente de las importaciones procedentes de España. El Perú, pues, debía proporcionar
aquellas materias que, al tiempo de beneficiar a toda la comunidad imperial, le permitiesen
adquirir ventajosamente los productos de que carecía o cuya industrialización era poco
lucrativa. Bajo esta luz, la presencia de Huancavelica, como centro generador de la sustancia
imprescindible para el tratamiento de los minerales argentíferos, queda ampliamente
justificada. De Potosí y Huancavelica escribía el Virrey Toledo que eran “los exes donde
andan las ruedas de todo lo deste Reyno y la hazienda que vuestra magestad en el tiene” 10.
Sólo gracias a esta predilección por las industrias mineras pudo alcanzarse ese prodigioso
florecimiento que transformó la Economía mundial; y también sólo gracias a Huancavelica
tomó vuelo la explotación de Potosí.
Todos los informes, de consumo, coinciden en señalar que sin la explotación de los
yacimientos mineros, la Economía peruana se hubiera desplomado por su base. La riqueza del
Virreinato del Perú era el nervio principal de su subsistencia, y de su misma prosperidad
dimanaría la metropolitana. El Gobernador García de Castro consideraba que las dos columnas
básicas eran el cultivo de los productos agrícolas indispensables para el consumo interno, y el
intercambio comercial con otras comarcas, mediante el trueque de metales preciosos. En 1566
comunicaba taxativamente que el movimiento comercial del territorio bajo su mando tenía su
fuente principal en la minería y sus derivados. Si los yacimientos metalíferos dejasen de
explotarse, los europeos regresarían a sus lugares de oriundez por falta de elementos de
subsistencia, y de otro lado se suspenderían las remesas de productos desde España, ya que
no habría cómo compensar su valor en una época en que la mayor parte de las mercaderías
se pagaban en metales preciosos, amonedados o sin acuñar11. Un año después, insiste en la
necesidad de establecer un intercambio comercial activo con la Metrópoli. La balanza de pagos
en este sistema no se equilibraría ciertamente exportando a la Península productos del reino
vegetal (maíz, trigo, patatas, ají, camotes. etcétera) o de la industria ganadera, sino consignando
metales 'preciosos, de alto valor intrínseco y reducido flete, lo que permitía amortizar con
creces los gastos de producción y transporte12. Documentos de diversa índole corroboran que
el Perú no tenía más elementos que los obtenidos de la industria minera para adquirir
productos en otras comarcas, aparte de que de suyo la configuración geológica no ofrecía
proporción para extensos cultivos13. Con el incremento de la plata circulante, no sólo se
acrecentaba la principal fuente de recursos fiscales, sino que se difundía la comodidad y el
bienestar general, con una mayor demanda de necesidades, aumentaba el valor de la tierra, y
se creaba un sentimiento de arraigo muy importante para las inversiones de capital, que no
aspiraban ya a atesorarse para regresar a España, sino que buscaban ocasiones para invertirse
10 Despacho de 27 de Noviembre de 1579, en Levillier: Gobernantes del Perú, tomo VI, p. 175.
11 Despacho de 12 de Enero de 1566. A.G.I. Lima, 92; en Levillier: ob, cit. tomo III, p. 152.
12 Despacho de 4 de Enero de 1567. A.G.L Lima, 92; en Levillier: ob. cit., tomo 111, p. 220, En los mismos razonamientos
abunda su sucesor, Toledo, en despacho de 8 de Febrero de 1570. A.G.I. Lima, 28 (A); en Levillier: ob. cit. Tomo III, p. 327.
13 Licenciado Polo de Ondegardo en la Introducción a las Ordenanzas de Minas de Huamanga, fechadas el 25 de Marzo de 1562,
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en el país. Nada de esto se hubiera podido conseguir con la reducida renta que produce la
agricultura. Ya desde los primeros tiempos de la colonización, se reconoció que el papel del
Perú era proporcionar metales preciosos en abundancia, para compensar así las adquisiciones
de numerosos productos, ya en Tierra Firme, ya en las regiones dependientes del Virreinato
de la Nueva España, ya en otras comarcas vecinas.
Las comunicaciones oficiales de las autoridades españolas a lo largo de la décimasexta
centuria continúan repitiendo estas comprobaciones. En 1578, el Virrey Toledo sentaba
como premisa para la conservación y progreso económico del Virreinato peruano, la
activa explotación de las minas, aun a costa de mermar la dotación de mano de obra
conscripta para otras industrias. Tanto los productos de la cabaña peruana, como muchos
agrícolas, carecían de posibilidad de exportación excepto reducidas remesas de harina
consignadas a Panamá14. En 1583 anotaba su sucesor que en el Perú no se tejían telas
finas ni se labraban lienzos ni paños de alta calidad; los productos de la sericicultura eran
casi nulos; el papel era preciso importarlo; la industria olivarera de los valles surperuanos
no alcanzaba a satisfacer el consumo interno, y los decantados obrajes sólo fabricaban
paños bastos, cordellates, bayetas y sayales15, de suerte que era menester importar, ya de
la Península, ya de la Nueva España, tafetanes; damascos, rasos y sederías de la China16.
Se comprende, pues, que el importe de todos estos artículos manufacturados tenía que
ser compensado por materias producidas en el Perú en abundancia y a bajo costo. Estos
requisitos sólo los reunían los minerales, principalmente los argentíferos, de alto valor y
poco volumen. A incrementar su beneficio debía orientarse la política de los Virreyes,
confinando a la agricultura a los estrictos límites de las necesidades internas, ya que, aun
en pleno mercantilismo, la tierra fue siempre el elemento básico de producción. Que no se
'descuidó ni mucho menos tan importante extremo del bienestar económico del pueblo
peruano, lo certifica la enorme riqueza agrícola, no sólo de los valles del litoral, sino
también de los andinos, que se registra en las descripciones y .narraciones de viajes o en
las crónicas de entonces, para no acudir a las estadísticas o a otras fuentes menos
asequibles17.
Muchos escritores se han escandalizado porque se aplicara a la industria minera un caudal
de mano de obra que, a su juicio, se detraía erróneamente de las labores agrícolas, empero
los supuestos sobre que se ha fundado tal opinión son falaces. A poco que se medite, se caerá
en cuenta de que el número de peones aplicados, ya obligatoria, ya voluntariamente, a la
explotación de los yacimientos metalúrgicos en el Perú es minúsculo en comparación con el
capital demográfico indígena. Ciñéndonos específicamente a Huancavelica, bien se echa de ver
que el cupo que cada bimestre reemplazaba los veceros del tumo fenecido, y que, según el
convenio concertado por el Virrey Toledo, representaba sobre un total de 3.2851 la cuota de
547 obreros, era prácticamente una pequeñez cotejado con el censo total de los indígenas
empadronados para tributar. Por otra parte, justo es consignar que aquella masa de obreros
no tenía otra utilización que esta labores, pues las de pastoreo o las agrícolas podían ser
perfectamente atendidas con los que permanecían en las provincias originarias.
Largo y enojoso sería enumerar todas las razones que en e l siglo XVI conspiraron para
definir con este carácter predominante de explotación minera a la Economía peruana. Mediante
la creciente extracción de plata, gracias a la amalgama con el mercurio, se pudo incrementar
paralelamente el comercio con la Metrópoli, fortalecióse el Erario nacional, pudieron
acometerse empresas de gran envergadura y verse aplaudida y temida la Corona española.
Todo gracias a Huancavelica, yacimiento que barrocamente comparaba Diego de León Pinelo
14 Despacho de 18 de Abril de 1578. A.G.I. Lima, 30; en Levillier: ab. cit., tomo VI, 57.
15
Despacho del Virrey Enríquez, de 15 de' Febrero de 1583; en Levillier; ob cit., tomo IX, p. 249.
16
Despacho del Marqués de Cañete, de 20 de Noviembre de 1593 en Levillier: ob. cii., tomo XIIL pp. 112 ss.
17 Los relatos de numerosos viajeros están contestes en que los valles peruanos eran verdaderos vergeles, de una intensa
producción agrícola, respaldo económico de las clases sociales adineradas del Bajo Perú, cuyos ingresos provenían de la
explotación de las haciendas y del tráfico con Tierra Firme, Esta halagüeña situación, recogida en las páginas de Vázquez
de Espinosa, el Judío anónimo, Calancha, o el poema de-la Vida de Santa Rosa del Conde de la Granja, sufrió un grave
revés con el terremoto de 1687, del que solamente medio siglo después logró reponerse. Cfr. Bravo de Lagunas y Castilla:
Voto Consultivo. . . (Lima, 1761), passim.
4
a un “Pelicano que con sus propias entrañas alimenta los asientos de plata”18. Este régimen
se conservó durante toda la época virreinal. Los capitales se embarcaban, convertidos
principalmente en metales preciosos, rumbo a Tierra Firme, donde ese r í o de r i queza se
trocaba por artículos fabricados en Europa, que ávidamente absorbía aquéllos. Ingenuo hubiera
sido pretender que España, a cuyo cuadro de producción natural nada agregaba el Perú,
mostrara interés en adquirir lo mismo que ya poseía y cuya escasa valoración hacía ruinosa
cualquier pretensión de establecer el intercambio. Por otra parte, una tendencia a auspiciar la
agricultura en las Indias, hubiera llevado a la corriente pobladora proveniente de España a
dispersarse en territorio enormes, a la larga sin éxito visible, pues hubiera sucumbido ante la
agresión del ambiente físico.
Estas someras observaciones sobre la constante histórica dela Economía política peruana
virreinal, figuran confirmadas ya en 1791 por el inteligente Baquíjano y Carrillo, en su
disertación sobre el comercio del Perú. Las razones esgrimidas en esa monografía y la
enumeración de los obstáculos que la topografía peruana ofrece a la agricultura y a las
industrias, ante los avances de la técnica de nuestros días acaso hayan perdido validez; pero
entonces tenían todo el peso que obligaron en el siglo XVI a inclinarse por alentar la
explotación minera19. Con ella el Perú estaba capacitado para remitir gruesas consignaciones
de numerario a Panamá, Chile, Buenos Aires y otras comarcas, de donde se desprende
también que no todo era acaparado por la Metrópoli, sino que una porción considerable de
las riquezas arrancadas de su seno se invertía en atender necesidades del propio Virreinato.
Finalmente, ni en aquellas centurias, ni en ninguna otra época, es posible creer en el
establecimiento permanente y pacífico de un sistema económico en contradicción con los
intereses del pueblo. Una política comercial extraña a las necesidades nacionales, no puede
sostenerse mucho tiempo por obra sólo del poder público, sino que es indispensable haya algo
de voluntario y espontáneo en su aceptación. El trascurso de los años demostró que no había
sido errada la visión de los gobernantes preclaros como el Virrey Toledo, que caló tan
hondamente en la entraña de los problemas peruanos. Por eso, las censuras se truecan en
expresiones de asentimiento ante las medidas trazadas por su firme pulso. Era preciso a todo
trance mantener boyantes las minas de plata peruanas, para acrecentar la riqueza pública. Ello
fue posible merced a la producción azoguera de Huancavelica, que de esta-suerte fue el nervio
y el meollo de las industrias que dieron al Perú nombre leyendario, con resonancias de
tintineo argentino.
18.Réplica de D, Diego de León Pinelo a D. Juan de Padilla… (Lima, 1661), fol. s/n.
19.Cfr. Mercurio Peruano (Lima, 1791), tomo I, pp. 209 y especialmente 223,237, 267 y 289. Riva-Agüero: Don José Baquíjano de
Beascoa y Carrillo de Córdoba (Madrid, 1926), pp. 31 ss. Una excelente recapitulación de las causas de la preferencia por las
industrias extractivas en el Perú virreinal, se halla en Céspedes del Castillo: Lima y Buenos Aires. Repercusiones económicas y
políticas de la creación del Virreinato del Plata (Sevilla, 1947), pp. 48·50.