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la ausente

Sólo tú, sólo tú, yo me decía


después de que te fuiste. Solamente
tú, con tus ojos, con tu bella frente,
con tu suave sonrisa, y sólo mía.

Torné a mirar la estancia, ya vacía,


la luz que tú dejaste, indiferente,
y una como orfandad en el ambiente
que a todos tus recuerdos trascendía.

Más, pasadas las horas, cuando vino


la sombra, entre las cosas inconcretas,
y el pálido horizonte ultramarino,

volviste a aparecer, mucho más viva,


en un suave perfume de violetas
y en la luz de la tarde pensativa.

Colección Un libro por centavos 9

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