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Cristina Galera Fernández.

PRÁCTICA 3. INMUNIDAD DE JURISDICCIÓN

La inmunidad de jurisdicción es una de las facultades que son adquiridas por un agente
de la misión diplomática en un Estado receptor; encontrando su fundamento, como bien
dice la Convención de Viena de 1963 “no en beneficio de las personas [entendido en el
sentido de que no es beneficio personal], sino con el fin de garantizar el desempeño de
las funciones de las misiones diplomáticas en calidad de representantes de los Estados”
(párrafo cuarto del prólogo).

Actualmente, la doctrina en la que se fundamenta la inmunidad no es absoluta, sino que


se asienta en la de la inmunidad restringida. Ésta distingue entre los actos de iure
imperio y actos de iure gestionis: gozarán de inmunidad absoluta los actos realizados
por el Estado en el ejercicio de sus funciones mientras que aquellos actos que sean
propios de las actividades de administración de bienes; no podrá aplicarse la inmunidad
de jurisdicción total, y por ende, podrán ser juzgados por los tribunales del Estado
receptor.

Como se ha mencionado anteriormente, los órganos que gozarán de inmunidad,


hablando siempre desde una perspectiva de derecho internacional, serán los agentes de
las misiones diplomáticas; mientras que el titular de ese derecho es el Estado acreditante
al ser éste un sujeto de derecho internacional (artículo 32 del convenio).

Una vez que se han dispuesto las cuestiones más genéricas en relación con la inmunidad
de jurisdicción, se va a pasar a su regulación. Ésta se encuentra en los artículos 31 y 32
de la citada convención. Como norma general, la inmunidad de los agentes de la misión
diplomática abarca los ámbitos de lo penal, civil y administrativo.

Sin embargo, hay tres excepciones a esta regla: una acción real sobre bienes inmuebles
particulares radicados en el territorio del estado recepto, a menos que el agente
diplomático los posea por cuenta del estado acreditante para los fines de la misión; de
una acción sucesoria en la que el agente diplomático figure, a título privado y no en
nombre del Estado acreditante, como ejecutor testamentario, administrador, heredero
o legatario; de una acción referente a cualquier actividad profesional o comercial
ejercida por el agente diplomático en el estado receptor, fuera de sus funciones
oficiales.

Cabe recordar que, si bien esas son excepciones a la inmunidad de un agente (por lo que
en el caso de que un supuesto encuadre en una de ellas podrá enjuiciarse al agente en el
Estado receptor), esa inmunidad no le exime de la jurisdicción del Estado acreditante
(artículo 31.4).

Como se ha podido observar a través de las disposiciones del Convenio y de la lectura


en la que se ha basado esta práctica puede decirse que parece que se encuentra muy bien
limitada esta facultad. Sin embargo, lo que más me ha resalto respecto al tema se
encuentra en el primer supuesto. Ya en los últimos párrafos se dice que, si bien el
particular que haya visto un bien suyo o derecho vulnerado por un agente diplomático
que invoca su inmunidad, podrá solicitar al Ministerio de Exteriores que actúe bien
mediante requerimiento de pago ante al Estado acreditante ante el cual responde el
agente o bien mediante requerimiento de renuncia.

Sin embargo, a mi parecer creo que habrá una diferencia entre la teoría y la práctica. Lo
primero que se me ha venido tras leer ese párrafo ha sido a la protección diplomática.
Pues, en ambas parecen tener caracteres generales: se ha violado un derecho de un
nacional suyo, se está intentado repararlo mediante la intervención del Estado (el cual,
al ser una facultad suya podrá o no ejercitarla) y, concretamente, a la oportunidad
política.

¿Realmente ejercitará el Estado del cual es nacional el particular las medidas que sean
necesarias para que éste se encuentre reintegrado en sus derechos cuando la inmunidad
de jurisdicción tiene como presupuesto el principio de par in parem non habet
imperium? Con una búsqueda en internet, han salido varias sentencias (SAP MA
1330/2008; STC 140/1995) en las que se acepta la inmunidad de jurisdicción por parte
de los tribunales españoles impidiéndose, claramente, la continuación del proceso. Sin
embargo, no he conseguido encontrar información alguna de algún caso en el que se
haya satisfecho alguna pretensión particular a instancia del Ministerio de Exteriores,
reafirmando así mis sospechas de que deberán ser los mismos particulares los que
tengan que instar las acciones en las jurisdicciones correspondientes.

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