Este doble origen, le da un tinte poemático que se plasma en sus recursos más
identitarios: la elipsis, la hipérbole, las construcciones anafóricas, el lenguaje
metafórico y connotativo, la metonimia.
Veremos cómo estos recursos y otros que caracterizan a este cuarto género,
se plasman (o no) en el libro bajo análisis.
El día en que, con sagrado asombro, aquel mono se dio cuenta de que su alimento de
siempre, eso que estaba mordiendo, era una manzana, fue arrojado del Paraíso
Terrenal.
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No estamos seguros de que el humor sea un “recurso” en el que lo estamos utilizando. Más bien una
actitud recurrente, desacralizante, que se plasma en recursos como la ironía o la parodia.
Desde el primer vistazo se percibe la brevedad, que cumple con los parámetros
del género, ya sea que se considere como tope las “200 o 250 palabras”, las “2
o hasta 3 carillas”, o el -más atendible- criterio de “no debe exceder de una
página” para reforzar la unidad de impresión.
—Habrá que creer o reventar —le dijo el hombre que salía de la habitación cuando él
entraba. Él terminó de entrar. La mujer esperó que se sentara, cerró los ojos y, con voz
cavernosa, llamó a la mesa provenzal que estaba en el primer piso. Moviendo
ágilmente las patas, como un perfecto cuadrúpedo amaestrado, la mesa bajó por la
escalera. —Esto es increíble —exclamó él. Y, antes de que pudiera explicarse mejor,
reventó.
Hay en este texto una variante específica de la intertextualidad, y muy cara al
género que nos ocupa: la reutilización de un refrán o frase instalada con
sentido figurado, retórico, para hacer una interpretación literal de la misma. Se
logra de esta manera un final sorpresivo y un efecto de absurdo, además de la
transformación súbita y violenta del estado inicial.
Vayamos por partes, comisario: de los tres que estábamos en el boliche, usted, yo y el
“occiso”, como gusta llamarlo —todos muy borrachos, para qué lo vamos a negar—, yo
no soy el que escapó con el cuchillo chorreando sangre. Mi puñal está limpito como
puede apreciar; y además estoy aquí sin que nadie haya tenido que traerme, ya que
nunca me fui. El que huyó fue el “occiso” que, por la forma en que corría, de muerto
tiene bien poco. Y como él está vivo, queda claro que yo no lo maté. Al revés, si me
atengo al ardor que siento aquí abajo, fue él quien me mató. Ahora bien, puesto que
usted me está interrogando y yo, muerto como estoy, puedo responderle, tendrá que
reconocer que el “occiso” no sólo me mató a mí, también lo mató a usted.
Así, son usuales las figuras de repetición, como la anáfora (repitiendo palabras
al iniciar cada oración), la aliteración (jugando con la repetición de sonidos
similares) o el paralelismo. En estos dos, pueden encontrarse repeticiones,
construcciones anafóricas (Cuando su cuerpo, (…) Cuando mi cuerpo),
aliteraciones y políptoton (enamorada del amor), que evidencian un cuidadoso
trabajo musical en sus elecciones semánticas.
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Hasta aquí, los comentarios sobre recursos del género, presentes en este libro
de Brasca. Sin embargo, no sentiría completo este trabajo si no mencionara, al
menos, que en muchos otros textos sentí que los postulados no se cumplían.
Me hubiera gustado mucho incluir textos como Fausto o Walt, por su espíritu
lúdico y de reescritura (en uno de ellos: de una historia real). En ambos casos
desistí porque el final ya se anunciaba desde lejos. “La última línea” -y quizás
varias de las últimas líneas- me parecieron innecesarias.
Mario Caparra.