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28 vY04.04,028 Jorge Balbis Gerardo Caetano Ana Frega Monica Maronna José Rilla Yvette Troch6n Carlos Zubillaga EL PRIMER BATLLISMO Cinco enfoques polémicos r | pg el Centro Latinoamericano de Economia Humana Ediciones de la Banda Oriental ef. U6 hal Coleccion ARGUMENTOS No. 2 © Centro Latinoamericano de Economia Humana (CLAEH) Zelmar Michelini 1220 - Tel, 90.71.94 - Montevideo Ediciones de le Banda Oriental, SRL Gaboto 1582 - Tel, 4.32.06 - Montevideo ‘Queda hecho el depdsito que marca la ley Impreso en el Uruguay - 1985 PRESENTACION Con la presentacién de estos trabajos e! CLAEH inicia una nueva experiencia editorial. “ARGUMENTOS” seré una coleccién de libros destinada a difundir entre los mas amplios sectores de nuestro publico los contenidos de la labor académica y social de! Centro, Para una instituciin abocada a profundizar el conocimiento de la realidad nacional y latinoamericana desde una perspectiva de transtormacién social, la divulgacién de sus trabajos consti- tuye una preocupaci6n prioritaria. Es asi que el CLAEH ha asumi- do desde hace varios afios la responsabilidad de presentar al medio una nutrida y renovada produccién editorial en ciencias sociales. Este esfuerzo por llegar al lector, que durante la ultima década fue sostenido sin claudicaciones a pesar de las dificul- tades existentes, se reafirma hoy incorporando nuevos canales en funcién de las posibildades y los desatios que el retorno a la democracia plantea. Dos preocupaciones centrales estarén pre- sentes en los trabajos a publicar. Por un lado, ef andlisis de la problematica social, particularmente de aquellos bloqueos que la condicién subdesarrollada dependiente impone al pais, y que se acentdan hoy frente a una crisis econdmica sin antecedentes. Por ‘otro, la formulacién de avances en torno a propuestas alternativas de mediano y largo plazo, estas Ultimas, orientadas a la construc cién de una democracia més participativa e igualitaria. ‘Ademés de la investigacién cientifica de la sociedad y de la elaboracién de propuestas, el CLAEH realiza una activa practica promocional en el terreno. Esta se manifiesta en una labor de apoyo a las organizaciones populares y a los grupos sociales en general, que es fuente de experiencias cuya sistematizacion y transmisién puede convertirlas en nuevos "ARGUMENTOS” De 8 @ste modo se estar reflejando la interaccién entre la produccién intelectual y la préctica social, un rasgo que conforma la propia identidad de! CLAEH. Esperamos que estos aportes contribuyan a la retlexién colec- iva en torno a la realidad del pais y a las opciones que deberan fomarse en los préximos afios. En definitiva serd la respuesta del lector. la mejor medida del valor de estos “ARGUMENTOS": ADOLFO PEREZ PIERA Director de! CLAEH ADVERTENCIA La gestacién de este libro ha resultado relativamente prolongada. La idea surgié hace ocho afios atras. ‘Su demorada concrecién ha per- mitido —por lo menos esa fue nuestra aspiracin— decantar cierto conceptos y afinar algunas propuestas interpretativas. En 1977 el Centro Latinoamericano de Economia Humana incor- poré a su Departamento de Investigaciones un Programa de Histor, caya responsabilidad me confié. La propuesta de trabajo que entoness abordamos fue una revisin critica del ‘primer batllismo” en el merce del proceso de modernizacién de la sociedad uruguaya. La eleccién del niicleo tematico no fue el fruto de una improvisacién ni el resultado de concesién a moda académica alguna. Por el contrario, configurs wns apuesta al futuro del pais (por entonces sometido a las expresiones més severas del autoritarismo), en tanto la investigacidn sobre el per tiodo aludido implicaba un ejercicio cientifico de elucidacién de las {ausas profundas que llevaron a la crisis del sistema socio-politico que ‘habia constituido una de las pecularidades nacionales Ast concebida, la tarea entonces iniciada no fue ajena al esfuerzo gaciones sobre temas puntuales de Historia politica, Historia econé. mica, Historia social, Historia de las ideas, Historia de las mental dades, en un intento por abarcar la pluralidad de ambitos en los que la SXPeriencia del “primer batllismo” dejé su impronta, acus6 falencias, innové agresivamente, o fracas6 en su intencionalidad cuestionadors, ‘Seminarios de formacién, investigaciones colectivas e individua, les, discusiones sobre coneeptos tedricos y problemas metodoléyicos, intercambios de informacién, aportes de comentarios critics, comple. mentacién de relevamiento heuristico... muchos fueron los mecanis. mos que hicieron posible la conformacién de un criterio lo suficiente. mente homogéneo, como para convertir al grupo humano que se ex. 10 presa en estas péginas, en una instancia académica que sustenta una visién critica de conjunto (que admite matices, pero reconoce una matriz comiin) sobre el fermental periodo histérico que abarca las tres primeras décadas de este siglo en nuestro pais. Los trabajos aqui recogidos constituyen avances interpretativos de otras tantas investigaciones —ya culminadas 0 atin en curso— y sélo pretenden ofrecer un adelanto sobre los rasgos més acusados de la aludida vision de conjunto. El batllismo: una experiencia populista, intenta responder a los avances que la Ciencia Politica latinoamericana ha logrado en las iiltimas décadas en cuanto a la categorizacién de los procesos histéri- cos vividos en el continente en lo que va del siglo, proponiendo una caracterizacién del “primer batllismo" que eluda las interpretaciones nacidas de la mera solidaridad ideolégica o del ‘‘impresionismo” in- telectual. La propuesta agricola del batllismo: impulsos y limitaciones (1911-1933), se propone despejar algunas de las dudas planteadas en el anélisis de la obra del reformismo batllista respecto a la alternativa agricola, evaluando la efectividad de la misma en su enfrentamiento con el latifundio ganadero y la dependencia externa. La politica impositiva: asedio y bloqueo del batllismo, permite apreciar de qué modo la discusién en torno a la propiedad privada de la tierra, la fundacién de la Federacién Rural y la derrota del batllismo en 1916, constituyeron tres proceso que bien pueden vincularse significa- tivamente con la politica fiscal del reformismo, para demostrar que esta fue tanto una herramienta funcional al cambio proyectado, como un instrumento en manos de los adversarios que contribuyeron al blo- queo de la experiencia. La situacién de las trabajadoras durante el primer batllismo abor- da un aspecto sustantivo de la problematica femenina, partiendo de la reconstruccién de las condiciones laborales que enfrentaban las muje- res entre 1903 y 1933 y del andlisis de los intentos por mejorarlas en el contexto del reformismo social. Los caminos politicos de la reaccién conservadora (1916-1933), pretende avanzar en el tratamiento de la configuracién de uno de los principales fenémenos estructurales del sistema politico uruguayo contemporéneo: las relaciones entre los grupos de presin y los perti dos politicos tradicionales, poniendo un énfasis particular en el signi- ficado de la creacién del Comité de Vigilancia Econémica y en el rol cumplido por esa entidad en la gestacién de la dictadura terrista. Cz. Carlos Zubillaga EL BATLLISMO: UNA EXPERIENCIA POPULISTA I. EL POPULISMO: UNA CATEGORIA CONTROVERTIDA. La expresién populismo ha resultado suficientemente equivoca como para aplicarse a procesos de muy variada significacién y génesis. Asi Edward Shils,(1) sefialando su matriz roméntica ha identificado como populismo “la creencia en la creatividad y el valor moral superior de la gente comin, de los que carecen de cultura y no son intelectua- les”, considerndolo una tradicién cultural que “descubre virtudes” en las ‘‘cualidades reales” o en las “‘potencialidades" del ‘pueblo llano”. Bajo tal dptica inscribe entre las tendencias populistas a movimientos tales como el de los universitarios alemanes de comienzos del siglo XIX, cautivados por el medievalismo romantica y los aportes de la investigacién folklérica; el de los narodnik rusos, que conjugé, al tiem- po de la emancipacién de los siervos, los ideales eslavéfilos con las influencias ideolégicas importadas; el populismo norteamericano de fines del siglo XIX, expresién de una sociedad de pequefios granjeros opuestos a la vida urbana y a la gran riqueza; el “'indianismo” brasi: lefio; el nacionalismo indio a partir de Gandhi; el de los intelectuales (de formacién europea) de las nuevas naciones soberanas de Asia y Africa urgidos por un reencuentro con sus raices étnicas. Por su parte, el marxismo ortodoxo no ha superado la descor za frente al populismo originada en el rechazo a la doctrina populista musa que tuviera en Alexander Herzen (1812-1870) uno de sus princi- pales sostenedores. Herzen concebia a los mujiks (campesinos) como el germen de una nueva sociedad cooperativa capaz de neutralizar los efectos desquiciadores del capitalismo. En tal sentido aspiraba a con- vertir la comunidad rural de bienes, conocida como mir, en el eje de la (1) EDWARD SHILS, Intelectuales, art. en Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales. Dirigida por David L. Sills. Volumen 6. Madrid, Aguilar, 1975, p44, 2 reconstruccién moral de Rusia. En tensién hacia ese objetivo incitaba a sus seguidores a “llegar al pueblo”. El fracaso sufrido por los estu- diantes rusos en el verano de 1873, en su intento por concientizar a los ‘mujtks, que permanecieron fieles a las inspiraciones de la Iglesia Orto- doxa (pilar sacralizador del régimen autocratico), levé a Peter Tka- chev —otro de los grandes te6ricos del populismo ruso— a descreer definitivamente de la creatividad transformadora del campesino y vol- carse a la estrategia de élite conspirativa. Con el correr de los afios esta idea entroncaria con el pensamiento de Lenin (fundamentalmente en su obra 2Qué hacer?, publicada en 1902). Si bien desconfiaba del com- ponente roméntico de la “‘minorfa actuante”” (que encarnaba el anar- quismo), también rechazaba la valoracién positiva que formulaben los “izquierdistas” (Bogdanov, Lunarcharsky) respecto de la accién esponténea de las masas (descreyendo, en definitiva, del valor revolu- cionario de las intuiciones de estas).(2) De alli en més —y sin atender las especificidades de tiempo y lugar que la evidencia empirica propor- ciona— el marxismo tradicional ha concebido las experiencias popu- listas como desviaciones del proceso histérico atribuibles a la carga emocional e irracional de las masas y al manipuleo inescrupuloso de las mismas por parte de un ider demagégico.(3) El pensamiento sociolégico latinoamericano en su abordaje del proceso de desarrollo ha tendido a restringir el uso del concepto de opulismo a los cambios politicos operados en el continente con pos- terioridad a la crisis mundial iniciada en 1929 y que se tradujeron en la ruptura de formas oligérquicas de dominaciéa. Con diferentes matices ¥ respondiendo a enfoques cientificos de diverso signo, este acotamien- to eronolégico del fendmeno populista latinoamericano ha sido recogi- do, entre otros, por Gino Germani,(4) Torcuato Di Tella(5) y Guillermo O’Donnell.(6) Se trata, en general, para estos autores, de conferir va- (2) Sobre este particular cfr. JEAN TOUCHARD, Historia de las ideas politicas. Madrid, Editorial Tecnos, 1977, pp. 568/569. (3) Con respecto a a actitud del marxismo en torno del populismo latinoameri- ano, cfr. J. LAMBERT, Amerique Latine: structures sociales et institutions polit ques. Paris, PUF, 1963. (4) Cf. GINO GERMANI, Polltica y sociedad en una época de transicién. Bue- nos Aires, Editorial Paidés, 1962. (5) Cfr. TORCUATO DI TELLA, E1 sistema politico argentino y la clase obrera. Buenos Aires, Eudeba, 1964, y Clases sociales y estructuras politicas. Buenos Aires, Editorial Paidés, 1974, (6) Clr. GUILLERMO O'DONNELL, Modernizacién y Autoritarismo. Buenos Aires, Editorial Paidés, 1972. 13 lor de categoria de anélisis a intentos interpretativos referidos a un niimero determinado de casos (y sélo a esos). Por lo mismo esa cate- goria no admite su contrastacién empirica con otras situaciones del acontecer latinoamericano (de suyo complejo, plural, diverso); de alli, asimismo, los marginamientos de casos especificos que no “ajustan’ la revolucién mexicana, el batllismo, el radicalismo argentino, el apris: ‘mo, entre otros. Una tal conceptuacién del populismo torna escasa- mente util al tipo hist6rico asi definido, agotando su virtualidad her- ‘menéutics Para el P. Robert Bose(7) y para Arturo Fernandez,(8) en cambio, la categoria populismo configura un instrumento metodolégico idé- neo para la interpretacién de procesos no exclusivamente cefiidos por la coyuntura comprendida entre la crisis de 1929 y la segunda postguerra mundial. Para el primero el populismo puede ser visto como una forma politica “en todo caso més extendida de lo que se piensa, que aparece- tia regularmente en muchos pafses llamados subdesarrollados o de- pendientes como factor de movilizacién social, cuando entran en un periodo de transformacién econémica répida””. Para el segundo, por su. arte, se trata de un movimiento que “aparece en todo pais latinoame- ricano en un momento determinado de su evolucién histérica en el que se da una movilidad social que destruye el equilibrio anterior: la hege- monfa de una oligarquia de propietarios de tierras"’. Aludiendo a la improcedencia de restringir el fenémeno populista a las situaciones que toman su origen en el impacto sobre América Latina de la crisis, mundial de 1929 y los correlativos procesos de industrializacién que se generan como efectos internos de esa crisis en numerosos paises rea, Ferndndez sefiala que el detonador de la crisis de poder de las oli- garquias terratenientes fue en ciertos casos la recesién econémica mundial de 1990, en tanto que en otros lo fueron las secuelas econémi- cas de la primera o de la segunda guerra mundial o los cambios en la politica econémica de las potencias dominantes (Gran Bretafa o Esta- dos Unidos). En todo caso —agrega el mismo autor— las dificultades del comercio mundial y el deterioro de los términos de intercambio entre paises industriales y paises de economia agraria configuraron !a razén altima de la crisis de poder de aquellas oligarquias, que les llevé a perder el control absolute que ejercian sobre el mundo politico local. (7) ROBERT BOSC, El populismo: un nitio perdido de la ciencia politica, e0 IDAL. Documentos N° 54, Caracas, s.. (8) ARTURO FERNANDEZ, Les courants populistes, en “Projet”, N° SS. Paris mayo 1971, pp. $74/S82. 4 I, — CARACTERIZACION DEL POPULISMO Consideramos al populismo como una categoria de andlisi: st cularmente valida para el abordaje de la historia, acta ae restrictiva, es decir, capaz de servir al estudio de situaciones asimila- bles en su proceso generador y en sus rasgos principales (lo que no quiere decir, perfectamente ajustables a un tipo), aunque no necesa- riamente sincrénicas. A partir de este supuesto, se intentaré la carac- terizacién del populismo tomando en cuenta la complejidad de los fe- némenos a que alude y el valor instrumental que adquiere para la es galactiay ae social en América Latina.(9) ra in tal sentido, se propone una sintesis i dol opaenar Reon Sak ate Sol pen clikeelee cuya hegemonia viene a cuestionar. Bn algunos aspectos las propues- tas populistas configuran la antitesis de la prédica oligérquica, en otros —en cambio— traducen un desarrollo de conceptos similares por su naturaleza, respecto de los cuales varia sélo el objeto histérico (ma- sas o élites) hacia el que se orienta su instrumentalizacién. En estos casos adquiere toda su evidencia la identificacién del populismo con la democraca de masas”, on tanto vastes sectors de poblacién son tnglobados en esa categoria, es decir, son percibidos como objetos do istoria —en ocasiones, como sus beneficiarios privilegiados— pero no como sus sujetos. Enel plano econémico, el populismo (a diferencia del ré ol garquico, que se justifica por la articulacién dependiente ato mia nacional en él marco de la economia capitalista mundial), busca quebrar los lindes de la dependencia mediante un proceso de industria- lizacién de signo capitalista pero con fuerte injerencia estatal (clara- i Ose este pestle ples, RODRIGO BANO y otros, Movimientos popu- lares y democracia en Améric ina, en “Critica topia”. Suet in %, sees seers antes Sa ee bore Ms op oem ae MRCS aan eee Bane ieee aearecte ngeae ogemne, tsa Seo btlsatites eitoon er amen se nc Rete Er Sa ae Ant, a yulismo, en CLACSO- i Pee ge hy ei aoa rly 6 mente orientada a la defensa arancelaria del mercado y a la obtencién Ge los capitales requeridos por la financiacién del proceso), que susti- tuya importaciones a la vez que diversifique los rubros exportables. ‘Tal estrategia supone un grado considerable de planificacion que se traduce en un intervencionismo estatal creciente y que sélo se logra en tanto los sectores capitalistas participan del acuerdo social. Uno de los Gesafios graves que enfrenta esta estrategia econémica reside en la Gxistencia de demandas contradictorias: por un lado la del consumo ‘ampliado de las masas (producto de la “revolucién de las aspiraciones!” Geque habla Torcuato Di Tella), y por otro la de las inversiones acele- radas tendientes a la consolidacién del sector industrial En el plano social (y por contraposicién al régimen oligérquico, que apuesta a una sociedad fuertemente estratificada y en la que ls Solitiea de alianzas entre sectores econémicos dominantes resulta la Inejor defensa del statuo quo), el rasgo determinante del populismo reside en la concertacién de diversos sectores sociales: la burguesta industrial naciente, protagonista de la estrategia econdmica elegida; las clases medias (funcionarios de servicios publicos, profesionales liberales, etc.), activados por la reciente injerencia del Estado en la vida econémica; los sectores asalariados, co-protagonistas de la estra- tegia industrializadora, manipulados desde el poder como ariete social contra las estructuras del régimen oligarquico (aunque potencialmente eapaces de transformar su condicién de “apoyo masivo” al régimen en “participe real” de los mecanismos de poder). La politica de concer- taciOn social —traducida en alianzas y acuerdos con un alto grado de inestabilidad— exige una dinémica de remontar las situaciones de fl grante desigualdad preexistentes; asimismo, la adopcién de una vasta {egislacion social (reparadora y previsora) concedida desde el poder (es decir, identificable como medidas impuestas en nombre del pueblo, pero sin protagonismo efectivo del pueblo en su articulacién y cum: plimiento). En el plano politico (en el cual el régimen oligdrquico se caracte riza por el recurso a las élites dirigentes y por circunscribir la accion Gel Estado a la defensa de la inversién extranjera y de los intereses de Sus mediadores locales), el populismo se define por la inexistencia de tna correlacién necesaria entre la participacién e incorporacién social y econémica de las masas (que promueve), y el establecimiento de un sis- tema politico democrético formal. La participacién politica de las mmasas se efectia por delegaci6n en el lider carismAtico y en el partido ton funciones tribunicias. El lider conjuga los distintos —y en muchas Seasiones, contradictorios— intereses de los grupos sociales participes tio la concertacién, seleccionando los cuadros politicos dirigentes de 16 acuerdo a un hébil manejo de equilibrios sectoriales. Como sefiala agu- damente Arturo Fernandez, este rol de permanente “‘componedor’” de intereses en pugna, propio del lider, confiere un tono autoritario a la organizacién interna del partido populista tanto como a la forma en que aquél ejerce el poder cuando esta en el gobierno. El lider debe ase- gurar la continuidad de su proyecto mediante la transferencia de su carisma al partido; en caso contrario la experiencia populista se ago: tard con la vida del dirigente, desvirtudndose la funcién componedora y quedando al descubierto las divergencias de objetivos finales que ‘oponen entre sia los sectores sociales concurrentes al proceso. La fun- cién tribunicia del partido populista convierte a la organizacién poli- tica en intérprete del descontento de los sectores obreros, pero sin integrar a éstos en la dinémica del poder; de alli que las diferencias intra o interpartidarias no se hagan visibles en funcién de diversas es. trategias sobre cémo hacer participar a los sectores obretos en el tema politico, sino que respondan a otros requerimientos de la accion (personalismo, referencias a la tradicién, etc.). La ideologia populista resulta caracterizada —de acuerdo a la propuesta de Arturo Fernén- dez— como pragmdtica (en tanto elaborada por hombres de accién y a partir de la accién), sensible (porque atiende a los deseos y expectati- vas populares), orientada al interior (en el sentido de promover la solu- cidn de los problemas nacionales), reformista (por su vocacién de cam- bio del contexto social) y global (en cuanto asume a la nacién como problema y objetivo). En sintesis: en esta especial caracterizacién el populismo aparece como un movimiento politico caractertstico de América Latina, funda- do en la concertacién social, que intenta modificar —a través de una estrategia reformista promovida por un lider carismdtico y sin un sis- tema politico demoeratico formal en pleno funcionamiento— la estruc- ‘ura primario-exportadora y promover una industrialieacién acelerada, en busqueda de caminos de insercién auténoma en el mercado mun- dial. La accién populista resulta, por lo demés, sumamente fluida, cambiante, sometida a impulsos pragmaticos no siempre gobernables, que juegan como respuestas sensibles a los requerimientos de las ‘masas pero sin una cabal previsiGn de las consecuencias que los facto. es puestos en movimiento pueden generar. 7 Ill. — LAS CLAVES POPULISTAS DEL BATLLISMO 1, Introducelin {Fue el “primer batllismo''(*) un “socialismo sin programa” (co- mo pretendiera Domingo Arena(10) 0 una audaz opcién estratégica de los sectores emergentes del empresariado industrial para congelar la “cuestién social” en limites asimilables? {Configuré una expresién del genio personal de su animador (como parece sugerirlo la vertiente his- toriografica que ve en Batlle y Ordéfiez “el creador de su época"), 0 un instrumento de accién de las clases medias (una forma de mesocracia), deseosas de reformular la dinémica politica dominada por la oligarquia tradicional? {Se agota su definicién en el calificativo de “reformis. mo"(11) 0 puede ser asimilado a categorias de andlisis mas idéneas desde el punto de vista cientifico social? : Sostenemos como hipdtesis (para cuya confirmacién empirica ofrecemos algunas someras anotaciones) que el “primer batllismo” fue algo distinto: configur6 una de las primeras experiencias populistas en América Latina. En tal sentido, puede afirmarse que presenté carac- teres perfectamente adecuables a dicha categoria de andlisis, segtin la tipificacién que se avanzé en la primera parte de este trabajo. Un intento de caracterizacién como el presente implica —parece ‘Utitizamos esta denominacin para aludir ala experiencia politica gestada a st) Piemonte ran ns lpn ns José Batlle y Order, y para diferenciarla de los intentos més 0 menos “restaura- ores" actuantes con posterioridad al intermedio terista (ls que Germén D'Elia ‘engloba bajo la denominacién de “‘neobatlismo"), tanto como de movimientos poli ticos que reivindican (con carga retrica diversa) su pertenencia a aquella mat (i) Ensim en de pensamiefo De Ferri ha steno qu Bate ert ‘grupo as que “legaron al poder para gobernar siguiendo las orien- {Scones tn “socalsnnsindovtinns” (FRANCISCO DE FERRART, Lr ideaes del Batlsmo, Estudio sobre la actualizacén del Programa del Partido, Cuaderno NP 1, Montevideo, 1962) (11) La adopeién generalizada de esta expresién por parte de la historiograffa nacional para referirse al “primer batllismo" no ha sido objeto hasta ahora de un andlisiscitico, salvo el esbozado por Barrin y Nahum (Batle, fos extanciero y ef Im perio Britinico. Tomo 2: Un didlogo dificil. 1903-1910, Montevideo, Ediciones de Ia anda Oriental, 1961, Secciéa1)yel apuntado por Rati Jacob (Del reformizmo y sus impulzos. 1929-1933, ponencia presentada al Seminario sobre "Modernizacii y sx tema politico en el Rio de Ia Plata, 1875-1933", Montevideo 17/19 de noviembre de 1962, mimeo). De todos mods, resulta evidente que el calfiativo alude de manera sustancial tanto # la naturaleza del cambio social propuesto como a la estrategia ele fida para implementarlo;en otras palabras se refiere a la reforma (en el tent 18 obvio, pero no es desdefiable, reiterarlo— un esfuerzo cientifico por interpretar, sobre bases més sélidas que las de Ia solidaridad ideolé. gica o el simple “impresionismo’" intelectual, un proceso de honda inci- dencia en la configuracién del Uruguay contemporéneo. La calificacién de populista para referir al “primer batllismo”’ no conlleva, pues, in- tencionalidad ética alguna (lo contrario seria no-pertinente 0, como afirmara Edward Carr, constituiria una “respuesta dogmAtica’” para “todas esas preguntas que los historiadores, por vocacién, deben con- tinuar haciéndose sin cesar”). 2. El modelo battllista de desarrollo: una Ideologia populista El modelo batllista de desarrollo, cuya imy i , plementacién se tendié lograr mediante un proceso de reformas legales (facilitado por el exclusivismo politico que signé un tramo considerable de la experien- cla gubernamental del batlismo), conformé un vasto programa de ransformaciones tendiente al logro de un mayoria de la poblacién.(12) ee oes En este marco conceptual amplio se inscribieron las si SEES ste marca pplio se inscribieron las siguientes (i) De nacionalizacién-estatizacién. Orientada a incorporar al dominio industrial y comercial del Estado diversas empresas de ser- vieios piblicos o que atendian reas de interés prioritario para el de- crs nin nite tt oon como ls insrumentosutiados para plasmarla (avs leg, la evlucion dela EI reformismo asf disefado no sirve para interpretar en toda su dimensiGn el fend- Seaman tees See eae Se he eereeaeie ities eee Soren manatee San cee earn ama eetseeri tre eared 19 sarrollo econémico del pais; su finalidad resultaba doble: por un lado, eliminar la presencia del capital britanico, que explotaba en su directo beneficio o monopolizaba ciertas zonas vitales del organismo econé- mico, nacionalizéndolas; por otro lado, transferir actividades indus- triales y comerciales del sector privado al dominio estatal, haciendo que las ganancias de su explotacién —al revertirse en la empresa en lugar de satisfacer las expectativas de los accionistas— aumentaran el margen de beneficio publico, abaratando 0 extendiendo los servicios. En el marco de esta estrategia, el segundo gobierno de Batlle (1911- 1915) desarrollé una vasta actividad, incorporando al Estado, o crean do, los siguientes institutos: Banco de la Repablica, con monopolio de la emisién (1911), Banco de Seguros del Estado (1911), Banco Hipote- cario del Uruguay (1911), Usinas Eléctricas del Estado (1912), Insti- tuto de Geologia y Perforaciones (1912), Instituto de Quimica Indus- trial (1912), Administracion de los Ferrocarriles y Tranvias del Estado (915). (ii) De industrializacién. Perseguia una triple finalidad: limitar la dependencia de las naciones industrializadas, mediante una politica de sustitucién de importaciones; generar fuentes de trabajo para los excedentes de mano de obra producidos por las condiciones estructu rales del sector agropecuario; y diversificar las exportaciones, aumen- tando la capacidad negociadora del pais en el comercio internacional. Las politicas implementadas o proyectadas para la consecucién de esos fines fueron: el incremento de los impuestos aduaneros a las im- portaciones, la legislacién proteccionista para la importacién de ma- quinaria industrial, y la fijacién de gravamenes a la remision de divi- dendos al exterior. Concurrieron al logro de esta estrategia, algunas medidas adoptadas en el marco de la politica de estatizaciones (crea- cidn de los Institutos de Pesca, Geologia y Perforaciones, y Quimica Industrial) y la legislacién laboral sancionada contempordneamente. (iti) De tecnificacién y transformacién estructural del sector agro- pecuario. Reconocia una doble meta: el aumento, mejoramiento y di- versificacién de la produccién, y la redistribucién de la riqueza. Para lograr la primera de esas metas se adoptaron o proyectaron numerosas medidas: la obligacién de forestar y de crear areas forrajeras, el fomen- to de la agricultura (creacién del Vivero de Toledo, del Instituto Fito- técnico y Semillero “‘La Estanzuela” y de las Estaciones Agroném as), la incentivacién a las innovaciones técnicas mediante concursos y premios a los productores, la realizacién de cursos técnicos (de avi- cultura, sericultura y apicultura), el crédito rural, etc. Por su parte, se intenté alcanzar la segunda de las metas propuestas mediante: el im- puesto progresivo a la tierra fijado en proporcién a la extension de las 20 Propiedades; el impuesto al ausentismo; el fraccionamiento y coloni- zacion de las tierras del Estado; y las leyes de salario minimo y de des. canso obligatorio para el trabajador rural. Aunque reconocié la inci. dencia negativa del latifundio y lo hizo objeto de criticas y amenazas no exentas de agresividad verbal (en definitiva inoperante, a los efec. tos eventualmente perseguidos) el batllismo no abordé el problema basico que afectaba al sector agropecuario y cuya persistencia se tra. dujo en un estancamiento de la produccién y en una neutralizacién de los esfuerzos por mejorar la calidad de la misma, que atenté contra la osibilidad de obtener mayores grados de autonom{a econémica para el pais. iv) De mejoramiento de las condiciones de vida. Perseguia como finalidad bésica elevar la calidad de vida de la poblacién, abatiendo los indices de morbilidad y mortalidad —sobre todo infantil— y aumen- tando las expectativas vitales. Las politicas instrumentales para lo. grarlo, llevadas a cabo o proyectadas, pasaron por: inerementar la atencién hospitalaria, creando los Hospitales Departamentales —que al descentralizar la atencién médica de alto riesgo hiciera efective el ascenso de las expectativas de vida de toda la poblacién—-; construir casas para obreros, eliminando las condiciones de insalubridad y pro- miscuidad de las casas de inquilinato; acelerar las obras de saneamien. to en ciudades y villas del Interior, asegurando la eliminacién de focos epidémicos; y desarrollar la red vial, facilitando el acceso a los centros urbanos y a las posibilidades de educacién y de atencién sanitaria, de los habitantes del medio rural. (v) De incremento de la educacién. Intentaba satisfacer los re- querimientos basicos del modelo proyectado: elevar el nivel popular de comprensién de la realidad, para hacer posible un mayor grado de par. ticipacién politica (hasta entonces marcadamente restringido), y habi. litar intelectualmente a la poblacién para acceder a mayores niveles de tecnificacién, en respuesta a las exigencias del proceso de desarrollo, En el marco de esta estrategia —que abarcé no sélo la educacion inte. lectual, sino también la fisica y la artistica— se crearon los Liceos De. Partamentales, la Seccién Secundaria para Mujeres, la Comision Na. cional de Educaci6n Fisica, la Escuela de Arte Dramatico, las escuclag pocturnas para adultos, los liceos nocturnos para trabajadores, y las Facultades de Ingenieria, Agronomia, Quimica, Arquitectura y Ve- terinaria, (vi) De superacién de las injusticias sociales. Aspiraba a eliminar las tensiones derivadas de la divergencia de intereses entre capital y trabajo, con vistas a lograr una concertacién social inspirada en ln concepcién del solidarismo. La politica resultante fue la sancién (por a via de concesién) o la programacién de una vasta legislacion obrera, que marcé la satisfaccién de reivindicaciones de vieja data del movi- miento sindical uruguayo: jornada de trabajo de ocho horas, descanso semanal, indemnizacién por accidentes de trabajo, pensiones a la vejez, indemnizacién por despido a los empleados de comercio, jubila- ciones generales, participacién de obreros y empleados en la adminis- tracién y en los beneficios de las empresas del Estado, prohibicién del trabajo de los menores de edad, limitaciOn del trabajo de la mujer, etc. Resulta necesario reconocer, a los efectos de una interpretacién mas precisa de la propuesta de transformaciones sociales formulada por el batilismo, que no todas estas aspiraciones estratégicas alcan- zaron su cabal instrumentacién, que algunas de las que la lograron no Pudieron consolidarse, que factores exégenos al modelo, pero en defi. nitiva funcionales al mismo (el burocratismo clientelistico, por ejem- plo), neutralizaron las posibilidades de casi tod: los institutos estata- les creados, que las medidas referidas al sector agropecuario fueron menos audaces que las adoptadas para limitar la injerencia del capital britanico, que la apertura a las inversiones norteamericanas —como forma de contrarrestar aquella injerencia— sumé nuevos inconvenien- tes a la viabilidad del cambio social. Mas allé de estas circunstancias, sin embargo, el modelo batllista conformé una ideologia (entendiendo por tal un sistema coherente de Principios de accién socio-politica sustentado en un proyecto ideal de Sociedad) con los atributos propios del populismo: pragmatica, sensi. ble a los reclamos populares, orientada a la solucién de los problemas nacionales, canalizada mediante la reforma legal, atenta a todos los sectores del pais. 3. Una propuesta econémica capltalista con fuerte componente de intervencionismo estatal El antecedente més claramente identificable de la Propuesta eco- némica del batllismo fue el del “‘socialismo de catedra’ alemén de la ‘segunda mitad del siglo XIX. Nacido de las criticas formuladas al libe- ralismo manchesteriano por los economistas de la “escuela histérica”” (List, Roscher, Hildebrand, Knies), el “socialismo de eétedra” sostuvo tuna concepcién relativista de las leyes econdmicas, a las que consider validas s6lo en determinados contextos y nunca de una manera abso- luta.(13) Los autores de esta tendencia (Schmoller, Held, Brentano, (13) O.D.H. COLE, Historia del Pensamiento socialista. 1. México, Buenos Aires, Fondo de Cultura Econémica, 1958, p. 243. 22 Engel, Wagner, entre otros, quienes en 1872 celebraron en Eisenach un Congreso de Economistas, que se pronuncié a favor de un socialismo de Estado) coneibieron la intervencién del Estado en los asuntos oco- nomicos como un imperativo, que habria de traducirse en el desarrollo de las denominadas funciones secundarias (salud, educacién, indus- trializacion monopolistica, servicios piblicos, ete.). Este intervencio- nismo estatal —por lo demés— tendia a definir las condiciones bajo las cuales habria de actuar el capital, en el marco de la actividad priva: da, ya que si bien el Estado era apreciado como un agente econémico idéneo, su rol en el aparato productivo quedaba restringido a deter- minadas dreas, sin constituir una traba al desarrollo de la libertad de trabajo (de empresa, se entiende). En este sentido, el Estado era visua- lizado como “el érgano de una solidaridad moral més profunda que la solidaridad econémica, existente entre todas las clases de una na- cién”.(14)(15) Para el socialismo de Estado la propiedad privada estaba llamada a ‘cumplir un rol insustituible en el proceso econémico, sin perjuicio de las formas (variadas y crecientes en nimero) de instituciones estatales encargadas de la explotacién de areas de actividad consideradas de prioritario interés publico. En un balance de la obra de Batlle y Ordéfiez formulado en octu- bre de 1929 por su colaborador Baltasar Brum, se ponia el acento en aquellos aspectos que permiten caracterizar el modelo econémico bat- lista como une forma de socialismo de Estado. Batlle y Ordéfez bregé =afirmaba Brum en la ocasién— por evitar el “odio de clases”, ia “lucha entre el capital y el trabajo. Lucho para aleanzar ese objetivo, por el afianzamiento econdémico del capital privado, imponiéndole, si- multéneamente, obligaciones para con los obreros y empleados; por el desarrollo de los fines secundarios del Estado (asistencia, previsién social), dando gran importancia a los econdmicos, utilizando, para asegurar el éxito de estos, el régimen de la absoluta autonoméa de las industrias estatizadas”.(16) (14) CARLOS M. RAMA. Las ideas socialistas en el siglo XIX, Segunda edicin. Montevideo, Organizacién Medina, 1949, p. 213. (15) El componente asistencialista estatal de esta vertiente del pensamiento so: cio-politico alemén influyé notoriamente en la accién de Lasalle y sus disefpulos, a uienes indujo —de hecho— a sostener por demasiado tiempo “una actitud de su- mision y de confianza respecto al Estado prusiano”. (Cfr. TOUCHARD, ob. cit., 468), (16) Articulo publicado en “La Nacién’” de Buenos Aires, en octubre de 1929, transcripto en Biblioteca "Batlle". Ao I, Volumen 2, Montevideo, 1942, p. 10. 23 La intencionalidad del socialismo de Estado (restringir los exce- 80s del capitalismo, mejorando con medidas practicas inmediatas, de cufio estatal, la situacién de los sectores asalariados) estuvo en el centro de la preocupacién batllista por sortear los peligros de una con- frontacién violenta entre capital y trabajo. Diria al respecto el propio Batlle en 1917: “Se ha declarado que la apropiacién de los utiles de tra- bajo es la aspiracién fundamental de los proletarios. Y bien: no ha hecho obra grande en ese sentido el Partido Colorado al demostrar la verdad de los monopolios estaduales venciendo las violentas resisten- cias de los elementos conservadores? ,No se ve en esas empresas del Estado instrumentos del trabajo de que la sociedad se ha hecho duena, cuyas utilidades podrdn destinarse sin grandes resistencias a exten. der, perfeccionar, y a mejorar la situacién econdmica de los hombres que los manejan (...) no se ve en esto un camino ya trazado?”.(17) La preocupacién del batllismo por la subsistencia de la propiedad privada como motor del desarrollo econémico tuvo una de sus expre- siones mas significativas en el firme rechazo a la implantacién del im- puesto a la renta. Considerada como una traba a la aplicacién produc- tiva del capital, esta medida de politica impositiva fue combatida des- de tiendas batllistas, proponiéndose en su lugar el impuesto a la tierra y el impuesto a la herencia. Los argumentos esgrimidos por Batlle y Ordéfiez apuntaban a rodear su propuesta de desarrollo de las gara tias que el capital local estaba dispuesto a exigir para colaborar en la concertacién social sobre la que se cimentaba la estrategia de indus- trializacién. Por lo mismo dirla desde las columnas de “EI Dia” en 1923: “Se habla del impuesto a la renta. Y se dice que es justo que los que trabajan y ganan contribuyan con una parte del producto de su trabajo al sostenimiento de la sociedad dentro de la cual prosperan. E's Justo, en verdad. Pero gse sabe en cudnto puede perturbar el impuesto al que trabaja? ,Pueden calcularse las iniciativas titiles a que cerrard el paso?”(18) El impuesto a la tierra, en cambio, que no implicaba tampoco un desconocimiento al derecho de propiedad (puesto que exoneraba como materia imponible las mejoras y los ganados) sino una exigencia a su ejercicio en términos de utilidad social, aparecia como el instrumento eficaz para egar al fraccionamiento de la gran propiedad ganadera, transformando en consecuencia al sector agropecuario mediante ei surgimiento de ‘‘medianas propiedades destinadas a la agricultura de (17) “EI Dia, Montevideo, 17/6/1917. (18) “El Dia; Montevideo, 18/8/1923, 24 forrajes, la huerta y la lecheria, actividades todas que ocupando mano in producir bienes Pero la politica de equilibrio que la concertacién social exigié del batllismo, traducida también en la promocién de medidas legislativas favorables a las condiciones de los asalariados, gener6 formas diversas de preocupacién en los sectores empresariales. El tono tranquilizador de las mismas caracterizé desde entonces el discurso batllista, expli- citandose en el seno de la Convencién partidaria en agosto de 1925: “A un orador no lo complacta que un hombre que hubiere destinado su vida al trabajo, que hubiera trabajado con gran éxito, pudiera darse Satisfaceiones y consideraba que, por la menos a ese que por la exte- rioridad de su vida demostrase que no todos sus recursos los aplicaba a extender su gestion, se le hiciese extensivo el impuesto. Yo creo que siendo tan beneficiosos los resultados del trabajo, no deben cercenarse las satisfacciones a quienes lo producen. Un hombre que ha trabajado y due puede vivir cémoda, lujosamente, cuando su negocio, su trabajo le da et resultado que él esperaba, es un esttmulo para la actividad de los demds. Lo que guia a un hombre a destinar su tiempo a una activi. dad productora, es el empero de satisfacer sus necesidades, de realizar sus aspiraciones, de ayudar a las personas a quienes profesa simpacta y considera dignos de su simpatia, y si la Sociedad o el Estado, que no es lo mismo en este caso, no se preocupase sino de saber quién se da alguna satisfaceién para hacer legar hasta él el impuesto, la fuerza que mueve al trabajador se verta probablemente muy disminuida”.(20) Se trataba, evidentemente, de un discurso destinado, no a la clase alta rural, sino a la burguesfa industrial, que contenia todas las refe- rencias exigibles por la autovaloracién de ésta: la legitimidad del lucro, la identificacién (por demés equivoca) del riesgo de la inversion de capital con el trabajo, el rol protagénico del empresariado en el desarrollo nacional. 4. La accién del Estado providente: una legislaclén soclal “otorgada”” 4Cémo concebia el batilismo la “‘cuestién social’"? {Cudles eran, (09) JOSE PEDRO RILLA-FRANCISCO BUSTAMANTE, Impuestos, Estado » Ralticaen ef Uruguay batlista. La coyuntura de 1916, en “Cuadernos del CLAEM®, N° 26, Montevideo, abril-junio 1983, p. 31 (20) " Montevideo, 10/8/1925, 25 en su interpretacién de la historia, las causas del desequilibrio ultimo de las sociedades, de la pauperizacién de las masas, de Ia desigualdad de expectativas? En la difusa formulacién de su discurso a este respecto parecieron confluir un excusable error de las conductas humanas y un cierto fata. lismo metafisico (“La injusticia social es el resultado de los hechos, de los errores, de la ciega combinacién de los acontecimientos (..) lo que hay que combatir es el hecho de la injusticia, el error de las ideas, las circunstancias creadas por ese error, y por fuerzas, también, que le son extrafias”)(21) Claramente se excluia el factor intencionalidad en laa actitudes asumidas por el capital, en un ejercicio de interpretacion sicologista de los procesos sociales; el batllismo afirmé, en consecuen. cia, que las desigualdades sociales no responden al “interés egolsta’”, nia “la mala fe" de “los que mds tienen”, sino a “la dificultad de pre. cisar formulas de arreglo”, que todos (‘‘con la excepcidn de los real. ‘mente injustos") “‘desean sinceramente””(22) Batlle y Ordéfiez recurrié a esa nivelacién ética de las conductas sociales para distinguir claramente su propuesta de cambios de las sustentadas en el concepto de “lucha de clases" Tal tesitura lo llevé, en ciertas ocasiones, a formulaciones ideolégicas emparentadas con el discurso conservador en algunos de los tépicos caracterizadores de este, A pesar de que el modelo de transformacién social que el batt mo impulsaba estaba lejos de poder ser calificado como “conserva. dor’, los aludidos equivocos resultaban el fruto de la endeblez tedrica con la que aquél intenté convalidar su accién practica. Sélo ast pudie- ron justificarse afirmaciones que veian on el asalariado un “empresario frustrado”, cuyas reivindicaciones tenian por nico fundamento el despecho y el resentimiento social: “inguin hombre de bien puede odiar, si reflexiona un poco, aquello mismo que él desearla ser, ) cada proletario, si examina su conciencia, descubrirta, casi siempre, que é1 quisiera ser burgués, por lo que deberia odiarse a s{ mismo, en rigor logico. En cambio ningtin burgués querrta ser proletario”. (23) Hubo en el pensamiento batllista, no obstante las salvedades tadas, una concepcién implicita de la intangibilidad del orden social 21) “EI Dia", Montevideo, 5/6/1917. (22) Clr. a este respecto: “El Dia”, 5/6/1917, y “El Dia’ (edicién vespertina), Montevideo, 23/6/1923. 23) Asuntos obreros, en Excritos de José Batlle y Ord6itez, apéndice documental @ ANTONIO M. GROMPONE, La ideologia de Batlle. 3* edicién, Montevideo. Arc 1967, p. 121. 26 (no en su formulacién liberal elésica, sino en la renovada del socialismo de Estado), que descarté cualquier forma de superacién estructural tendiente a priorizar el trabajo en la dinémica productiva. De alli que cl batllismo se reclamara “obrerista”” y "no socialista’.(24) Es decir, que confiara en la accién de un Estado providente pero no intentara modificar las relaciones tltimas del sistema produetivo, mediante me- canismos de socializacién de los medios de produccién, de co-gestién, 0 de autogestién obrera. “El eardcter providente del Estado érbitro se tradujo, de manera inequivoca, en el otorgamiento de una legislacién social que se anti- cipara a las reivindicaciones obreras (o que fuera asumida y esgrimida por el partido de gobierno como anticipandose a dichas reivindicacio- nes, aunque en la realidad resultara —muchas veces— una parcial res- puesta @ viejos reclamos del movimiento sindical). En este manejo ideoldgico de la actitud concedente del Estado radicé uno de los rasgos mas claramente populistas del discurso batllista: “;Que hemos susci- tado en el pueblo el apetito de todos los bienes materiales? En eso puede haber mucho de verdad. Fuimos nosotros los que propusimos y realizamos la jornada de ocho horas, invitando al trabajador a tomar algtin repose. Somos nosotros los que hemos realizado cuanto se ha hecho para aumentar sus bienes materiales. Y somos nosotros los que nos hemos emperiado siempre en apartar sus miradas del cielo, para que las dirigiese a esta tierra, y los que le decimos dia a dla que tienen derecho a vivir mucho mejor de lo que viven y que deben luchar para Wegar a ese fin. Muchas veces ofrecimos al pueblo mds de lo que pe- dia" (25\(26) (24) Sobre este particular Batlle y Ord6nez distingufa ya en 1908 a su coleetivi- dad politica del socialismo (por entonces en cierne en Uruguay) y definta, ala vez, el “obrerismo” (entendide como actitud benévolamente activa hacia los asalariados) de quella: ‘La indole, los procedimientos y las tendencias de los colorados no pueden, en efecto, decirse que son socialistas: pero no puede negarse que la indole, los proce ddimientos y las tendencias de nuestro partido (evan) (..) a cultivar con el socialismo y en general con las clases obreras cierta cordial simpatia’”. ("El Dia", Montevideo, 28/1/1908), (25) “EI Dfa (edicién vespertina). Montevideo, 6/2/1920. (26) No obstante esta valoracién que de s{ mismo formulaba el batllismo, ya a comienzos de 1916 (con anterioridad al “alto” de Viera) los gremios anarquistas (en cuya tacita no beligerancia contra las administraciones de Batlle y Ordéftez se habia, fundado la imagen de respaldo obrero que el batlismo esgrimia) formulaban reite- radamente criticas severas alex Presidente, a su diario y a su partido. Segin testimo- nios obrantes en el Archivo de Virgilio Sampognaro —lefe Politico y de Policia de Montevideo bajo Batlle y Ord6fiez y Viera—, provenientes de la Brigada de Orden ar El cardcter de normatividad otorgada desde el poder, que definié «a la legislacién social y laboral promovida por el batllismo respondié a una visién del rol precautorio de la accién del Estado en el arbitraje de los factores intervinientes en el proceso productivo. Esa accion debia adelantarse al surgimiento de conflictos sociales que (en el andlisis particular de calificados voceros batllistas) no tenian en la primera década del siglo razén de ser en el pais, pero cuya justificacién en los hechos no tardaria en volverse realidad. Asi lo explicitaba el Coronel Juan Bernassa y Jerez (Jefe Politico y de Policia de la capital durante la primera administracién de Batlle y Ordéfiez, a quien acompafara posteriormente en su viaje a Europa encargndose de su seguridad personal y como Ministro de Guerra y Marina a lo largo de su segunda Presidencia) al referirse a “‘Las huelgas” en su Memoria del periodo 1903-1906: “El terreno, entre nosotros, no puede ser propicio todavia a esos gérmenes de descomposicién que agitan cada dia aquellas viejas poblaciones (las europeas), pretendiendo en su seno una revolucién so ial, basada en la supresién de la propiedad. Pueblo nuevo donde el trabajo se remunera generosamente, donde las fortunas estdn amplia- ‘mente repartidas y donde las diferencias sociales no alcanzan jamds a cerrar el camino de las aspiraciones legitimas, no le ha llegado todavia el momento en que, desalentado de la lucha e irritado por las restric- ciones de los capitalistas y la codicia de los industriales, pretenda bus- car el remedio de sus escasos salarios y jornales, arrojéndose para ello en brazos del socialismo. Las huelgas fomentadas por el socialismo, no han tenido entre nosotros mayor trascendencia, a no ser para los malos obreros |...) Dee, sin embargo, preocuparnos desde ya el desarrollo de esas Politico y Social de la Policia capitalina, los oradores anarquistas imputaban fines demagogicos a la legislacin social promovida por el batlismo: "Se condend eng camente al Sefor Batlle, expresando que todas sus iniiativas de mejoramiento ‘obrero, no tenian mds propésito que el aumentar el nimero de sus admiradores, entre {os incapaces, con un fn no confesado, pero bien evidente”. (ARCHIVO GENERAL DE LA NACION, Montevideo. Archivo de Virgilio Sampognaro, Caja 219, Carpe {a3), Asimism, integrantes del conglomeredo que Carlos M. Rama ha denominado “anarco-batilsmo", como Carlos Balsin, abjuraban por entonces de sus simpaties, hacia el ex Presidente en términos semejantes: "..) si l en otra época habla defen: ido al efor Batlle y Ordénex era porque habla creldo de verdad que este era un verdadero defensor de tos inteeses del profetaio, pero que ahora estaba convencido «que el ser Batlle era un gran farsante, como lo eran todos los politicos (.)". (AR. CHIVO GENERAL DE LA NACION. Montevideo, Archivo de Virgilio Sampognaro. Caja 219, Carpeta 2, 28 asociaciones. Nuestra poblacién aumenta y con ese crecimiento se van modificando también paulatinamente nuestras condiciones econdmi- cas. Aquella reparticién de las fortunas se hard a cada dia, menor y el numero de proletarios mayor. A medida que la poblacién crezca, la vida se hard mds dificil y mayor la oferta de trabajo, las condiciones sociales se distanciardn cada vez mds, y la misma miseria, carcoma de todas las grandes agrupaciones humanas, contribuind también a que las doctrinas del socialismo se propaguen y los grupos de afiliados au- menten. Es més humanitario evitar y prevenir que Uegar @ los extremos siempre crueles de la represién por la fuerza, y nada mds acertado en- tiendo, que una ley en el sentido que he apuntado”’(27) En un todo coincidente con el pensamiento de su Jefe Politico capitalino, Batlle abordaba en 1905 el problema de la agitacién sin- dical, imputandola a la accion desquiciadora de algunos dirigentes gre- miales. La coineidencia argumental con los sectores conservadores resultaba entonces inocultable y evidenciaba una involucién en el cri- terio del politico que una década atrés asumia pablicamente la defensa de los “agitadores” sociales. Decia Batlle en enero de 1905 desde las columnas de “Diario Nuevo": “Nuestra actitud frente a los conflictos surgidos entre obreros y patrones ha sido definida, y es por tanto evidente la tendencia que indujo siempre a colocarnos mds bien del lado de los primeros, cuya situaci6n, sin tomar en cuenta los tintes exageradamente sombrios con que suele ser pintada, requiere con todo, a nuestro entender, un me- Joramiento, que sin mayor esfuerzo puede costear el capital. Este an- tecedente —y lo invocamos a ese solo efecto— nos autoriza para sefialar un mal que advertimos en el asunto de las huelgas gremiale: nos referimos a la intervencién profesional de agitadores que han ‘hecho de esto un modo de vivir y realizan apostolados furibundos, haciéndoles creer a los trabajadores poco avisados que el remedio supremo para todas las dificultades estd en la huelga, en imponerse al patrén que es el tirano tedrico. Tales propagandas, utiles para quienes las hacen, mueven a los obreros a buscar salida por caminos erréneos. Servirian mejor sus bien entendidos intereses al ligarse, no contra los patrones, 0 no sélo contra los patrones, sino contra los agitadores o empresarios especia- (27) Memoria de la Jefatura Politica y de Policia de la Capital. Administracin: Coronel Juan Bernassa y Jerez. 1903 a 1966. Montevideo, Talleres Graficos Juan Fer- nandez, 1907, Tomo I, pagina 5455, 29 les de huelgas —unos cuantos vivarachos que les deslumbran con su verba libertadora y los congregan para sacarles filo con discursos alti. sonantes, haciéndoles perder un tiempo precioso y, sobre todo, la con- fianza en el esfuerzo individual, el entusiasmo y ia fe en el trabajo asi- duo, la valentia y la frugalidad que ha enriquecido a toda una intrépida falange de obreros como los de ahora, que vino al pais cuando los tiempos eran mucho mds duros (...). Tal vez en esto se nota la ausencia de una accién policial de depu- racién que librara a nuestros obreros de los elementos que los sacan de quicio y merced a los cuales el asunto de las disidencias entre patrones y operarios se vuelve mds grave de lo que debiera ser, porque artificial 1 todo, afecta sin embargo a muchos centenares de trabajadores que son, a fin de cuentas, las verdaderas victimas de los empresarios de las huwelgas””.(28)(29) Por lo mismo que en el pensamiento batllista era el Estado quien se anticipaba a conceder lo que los obreros no habian siquiera imagi- nado reclamar, resultaba improbable que éstos asumieran un rol pro- tagénico en el proceso productivo a través de sus organizaciones si (28) Este articulo se publicé anénimo el 14/1/1905 bajo el titulo de La accién ‘obrera, Insinceridad de los gulas. El 15/1/1905 se aclaré que el autot del mismo se identificaba con el seudénimo “Nemo”, frecuentemente utilizado por Batlle en su brega periodistica. (Clr. ARTURO SCARONE, Diccionario de Seudénimos del Uruguay. Montevideo, C. Garcia, 1941), (29) El 20/2/1905, “EI Libertario” respondié al articulo de Batlle, seftalando. (~) gnecesita el obrero de agitadores de oficio 0 de empresarios de huelga, para demostrar continuamente su hambre; para reclamar un pequeiio aumento, en una palabra, para echar en cara, al explotador su cinico descaro? No esté, acaso, palpable el malestar de la clase trabajadora? iAht si agut no fuese todo tan ficticio: si no se viviera de ese oropel que impide a 4a miseria vergonzante presentarse al desnudo: ;qué de horribles cuadros, no. se verian! ;Ah! sino existiese ese pudor, ese servlismo, ese convencionalismo patria, que ‘hace cerrar los ojos a los hombres de ciencia, a los estadigrafos, jcudntas terribles revelaciones no se nos presentarian ante nuestros ojos? Entonces sabriamos eudntos son los centenares de seres que se acuestan sin cenar no saben si al dia siguiente podran desayunarse. Entonces, sabriamos, con exactitud, las muertes que por consuncién o falta de ‘nutricién se producen en esta capital, cuyas perturbaciones obreras, al decir de Diatio Nuevo, necesitarian una depuracién policial, que librase a los obreros de agitadores de oficio y empresarios de huelgas. Diatio Nuevo debiera antes de aconsejar esa depuraci6n policial, descender hasta el pueblo que sufre y desde allt, desde el conventillo inmundo, desde el taller insulu bre, desde la fébrica antihigiénica, estudiar imparcialmente la vida del obrero f. (La accién obrera y "Diario Nuevo"), 30 dicales o de sus representantes. De alli que el proyecto de ley presen- tado por la Agrupacién Colorada de Gobierno, estableciendo la parti- cipacién de los obreros en los beneficios de las empresas del Estado (en definitiva, la propuesta més avanzada del batllismo en este campo) sélo concedia a los obreros y empleados subalternos una representa- cién minoritaria en tribunales de faltas relacionadas con la disciplina interna de las empresas y el derecho a una fiscalizacién contable de las mismas, en tanto que expresamente reservaba la calidad de directores de los entes industriales del Estado a “comerciantes, industriales 0 titulares de alguna profesign liberal” (y en el caso de la Usina de elec- tricidad, a ingenieros electricistas 0 ingenieros).(30) De la concatenacién de estas ideas deriva, sin dificultad, el rol politico-social que Batlle y Ordéfiez atribuyé a los obreros: el de sus- tento electoral de su partido (tendiente ‘de hecho” a la desmoviliza- cién sindical en sentido estricto). El establecimiento de un régimen de sufragio lo més amplio posible (largamente demorado hasta fines de la segunda década del siglo), que se tradujera en el apoyo mayoritario al partido “obrerista”” que el batllismo postulaba ser, constituia para éste el presupuesto de la Gnica intervencién legitima de los obreros en la conduceién politica de la sociedad. En contraposicién a otras formas de accién social, la via electoral satisfaria totalmente las expectativas obreras si la voluntad politica de los asalariados se orientaba en el sen- tido del partido batllista: “La obra realizada ya entre nosotros es con- siderable y nos ha dado un puesto distinguido entre los pueblos que se han preocupado mds de la situacién de los obreros y de hacer que la vida sea para ellos aceptable. Avanzaremos mucho mds en esa via si el proletariado, no dejéndose engafiar por falsos espejismos, entra a ejer cer con firmeza y entusiasmo sus derechos ctvicos, al amparo de nuestras avanzadas leyes republicanas”” (31) Ese recurso a la via electoral fue esgrimido por el batllismo —en virtud de su concepcién solidarista y de su estrategia de concertacién social— como el sucedaneo de la huelga, a la que se consideraba en 1923 —lejanas ya las manifestaciones periodisticas de Batlle y Ordé- fiez sobre el derecho de huelga en 1896— como un arma esgrimible s6lo en sociedades de sistema electoral censitario: “‘La huelga es el arma de mds poder de que disponen los obreros en los paises aristécratas, de (30) Cr. el texto del proyecto en ROBERTO B. GIUDICE-EFRAIN GONZA. LEZ CONZI, Batlle ye! Baillismo, 2* edicién. Montevideo, Editorial Medina, 1959, p. 330. GD) Reivindicaciones obreras, transeripto por GROMPONE, ob. cit, p. 121. 31 —— , tis sufragio restringido; en las democracias, el voto ¢s la gran arma. inet ‘universal quiere decir triunfo de las clases populares, que son las mds numerosas”(32) tema democritico formal El batllismo buseé la implantacién de su modelo reformista sobre la base de un sistema politico que estaba lejos de configurar la consa- gracién de un régimen democratico formal. Entre la democracia social y la democraeia politica opté por la primera,(33) potencializando para iograrla el rol del partido, en una dindmica excluyente de la pluralidad de expresiones politicas. Todo lo cual tiAé su accionar de un inequivoco cariz. populista. . En este plano resultaron contradictorios de las afirmaciones de Batlle y Orddfez en ocasién de sus dos candidaturas presidenciales (formuladas como propuestas de perfeccionamiento democratico del sistema politico) los movimientos especificos realizados por su partido en la accién legislativa y en la practica electoral. ve Le Batlle y Ord6fiez respondia a un reportaje de “El Tiempo", previo a su primera eleccion presidencial y ante una interrogante sobre la mejor forma de afianzar la evolucién politica registrada en el pais en los afios precedentes: ‘el remedio de todos nuestros males es la liber- tad, la legalidad electoral (...). E'sa serta la tareo, hacer una verdadera legalidad desde el principio del proceso electoral hasta su fin, desde la instalacién de las mesas inscriptoras hasta los mds altos fallos de los tribunales, respetar y hacer respetar en toda su amplitud y en todas sus consecuencias los resultados del sufragio”. Y agregaba en torno al mismo tema: “En materia de reformas de la ley electoral, no creo que puedan ser aceptables para un esptritu recto sino aquellas que tiendan ‘a hacer del Cuerpo Legislative, una representacién cada vez mds per fecta de la opinién piblica”.(34) eis ‘Tales intenciones no merecieron, sin embargo, la debida ratifica- cién una vez que Batlle y Ord6fiez. asumié la Presidencia. En 1904 se S. Las trabas # la consagracion de un (32) “EI Dia" (edicion vespertina), Montevideo, 27/3/1923. (G3) No deja de resultar significativa de un equivoco interpretativo muy ext ido la afirmacién de Halperin Donghi en el sentido de que Ia democracia politica farraigh en el Uruguay urbano antes que Ia democracia social, que result6 asi su continuacién manifiesta (TULIO HALPERIN DONGHI, Historia contemportnea de ‘América Latina, 4* edici6n, Madrid, Alianza Editorial, 1975, p. 325). (G4) “EI Tiempo". Montevideo, 23/1/1923. 32 Promulgé una ley electoral tendiente a incrementar la representacién Parlamentaria del Partido Colorado (mediante ol expediente de au. mentar el ndmero de bancas) y restringir la representaci6n de la mino- ria (elevando el cociente electoral —que por ley de 1896 era de 1/4— a 1/3 del total de votos emitidos). Este mecanismo eliminaba de hecho la representacién de la minoria en varios departamentos. La intenciona. lidad excluyente quedaba de manifiesto en las propias expresiones del diario batllista, pocos afios més tarde: “‘La ley de 1904 tendié a dar representacién a la minoria; pero no una representacién proporcional. Quiso, al contrario, alejar la minorta de la mayorta, establecer entre una y otra una diferencia considerable Las sucesivas leyes electorales criterio restrictivo de la representacién politica: sentacién proporcional y mantuvieron cocientes electorales para la mi- norla que —aunque inferiores al de la ley de 1904— implicaron un injusto tratamiento a la expresién parlamentaria del partido del llano, La ley de 1907 referida a la eleccién de diputados, redujo el cociente electoral para los departamentos de Montevideo, Canelones, San José, Colonia, Florida, Salto y Paysandi, fijandolo en 1/4; lo mantuvo en 1/3 para los restantes departamentos; y lo elevé a 1/2 en el caso del departamento de Flores. La ley del 11 de julio de 1910 introdujo algunas modificaciones favorables, pero mantuvo elementos restrictivos de significacién. Para el departamento de Montevideo permitié que la minoria lograra repre- sentaci6n si su cociente electoral era de 1/3, 1/4, 1/6, 1/8 y 1/12 | canzando en cada caso 1/3, 1/4, 1/6, 1/8 0 1/12 del total de escatios); para los departamentos de Colonia, Minas, Tacuarembé, Salto, San José, Florida, Cerro Largo, Durazno, Paysandii y Soriano exigié un co- cionte electoral de 1/4 para obtener igual porcentaje de representacién Parlamentaria; para los departamentos de Rivera, Rocha, Maldonado y Treinta y Tres el cociente electoral se mantuvo en 1/3, habilitando la conquista del tercio de las bancas disputadas; pero para los departa- mentos de Rio Negro, Artigas y Flores exigié un cociente electoral de 1/2 para conquistar el 1/3 de los escafios en juego.(36) Apenas un mes después de la sancién de esta ley, Batlle y Ord6- fiez en declaracién formulada ante la Convencién del Partido Colorado sobre los propésitos que inspirarian su accién de gobierno, destacaba (35) “El Dia’. Montevideo, 7/8/1912. (36) Cfr.: BENJAMIN FERNANDEZ Y MEDINA, Ley de elecciones de la Re~ riblica 0. del Uruguay. Montevideo, A. Barreiro y Ramos, Editor, 1910. 33 la nocesidad de instituir la representacién proporcional considerada ‘como “una regla de justicia y de fraternidad entre todos los miembros de nuestro organismo politico”. Pero, a la vez, justificaba la legislacion aprobada por un Poder Legislativo que le respondia mayoritariamen- te, en la circunstancia de que siendo la Asamblea General, por dispo- sicin constitucional, el colegio elector del Presidente de la Repiblica no era posible dejar librado acto de tanta trascendencia a las sorpresas politicas que podrian derivar de los acuerdos y componendas que en un ‘cuerpo integrado de acuerdo al régimen de la representacién proporcio- nal integral podian producirse, transformando la mayoria relativa en minoria (‘“bastarfa la existencia de un venal o un trdnsfuga para que la mayorla dejara de serlo”).(31) El argumento, que podia tener su peoo dada la experiencia de los febriles cabildeos que precedieron a la eleccién presidencial del propio Batlle y Ordéfiez en 1903, carecia de valor en 1915 al dictarse la ley que regulé la eleccién de miembros de la Convencién Nacional Constitu- yyente, no obstante lo cual se mantuvo un criterio restrictivo (clara mente desigualitario) respecto de la representacién de las minorias. La mayoria se aseguraba una representacién equivalente al 61,5 % (3/5 los departamentos de Montevideo, Canelones, Colonia, Minas, Tacua. rembé, Salto, San José, Florida, Cerro Largo, Durazno, Paysandi, So- riano, Rivera, Rocha, Maldonado y Treinta y Tres; y 2/3 en los de Artigas, Rio Negro y Flores) de los escafios de la Convencién atin cuando s6lo alcanzara el 51% del electorado. La representacién pro- porcional sélo se aplicaba parcialmente si la primera minorfa no alcan- zaba los 2/5 del total de votos emitido; en ese caso las bancas no adju- dicadas a la mayoria se distribuian entre los candidatos excedentes de aquélla y los de las minorias, aplicando el cociente electoral (votos emi. tidos en el departamento + numero de convencionales atribuido al departamento). La ley contenia, sin embargo, algunos preceptos novedosos que implicaban un avance en las garantias del sistema electoral: voto se- creto; habilitacién electoral de analfabetos, jornaleros y sirvientes a sueldo; obligatoriedad de inscripcién de todos los ciudadanos en el stro Civico. ei oe electoral del batllismo en la jornada del 30 de julio de 1916 provocé una retraccién del partido en su timida apertura hacia la consagracién del pluralismo.(38) En 1916 el Presidente Viera y la (37) GROMPONE, ob. cit., p. 113/4 y 4, (38) La injerencia directa del aparato policial en las elecciones de Ia segunda década del siglo XX ha quedado perfectamente documentada a través de numerosas 34 mayoria del Poder Legislativo obtuvieron la sancién de una ley de elec- ciones de diputados que aumentaba el nimero de banca: tamentos de gran mayoria colorada y descartaba el principio de la re- presentacién proporcional situando él cociente electoral requerido a la minoria para obtener representacién parlamentaria en 1/4, Al mismo tiempo, en un manifiesto publicado por los constituyen- tes batllistas en “El Dia”, se cuestionaba la conveniencia del voto secreto, atribuyendo a su implantacién fines de distorsién de la voluntad popular: “Resulta que tal régimen favorece mds bien la coac- cidn disimulada y la corrupeién (...). El voto secreto, en un régimen de absoluta libertad y de verdadera organizacién democratica, como es el nuestro, no constituye, en realidad, una garantia mds de pureza elec- toral, desde que cada ciudadano puede manifestar piblicamente sus opiniones y su voluntad, sin que ello le origine persecuciones ni mo- lestias. En cambio, él se presta a la corrupeién politica, porque facilita piezas obrantes en el mencionado archivo de Virgilio Sampognaro. Este, como Jefe Politico y de Policia de Montevideo actué en el entorno de la importante eleccién de cconstituyentes del 30 de julio de 1916, como un factor electoral clave del oficialismo: aacepté designaciones de clubes colorados colegialistas (Presidente Honorario del Club Colorado “Dr. Héctor Miranda”, del Club Colorado Colegialista “Dr. Ramin Sal- dafia”, del Club Colorado Colegialista "Viera-Batlle" de la 18* Seccién; Miembro Consultivo det Comité Colorado Colegialista “Fructuoso Rivera’ y del Comité de Es. tudiantes Colegialistas) y preparé la participacién de sus subordinados en los comi- clos en apoyo de los postulados batlistas (Cfr. en el ARCHIVO GENERAL DE LA NACION, Montevideo, Archivo de Virgilio Sampognaro, Caja 220, Carpeta 6, la “Némina del personal de las Seccionales Policiales y del Depésito General de Policia ‘Suministros inscriptos en el Registro Civico, con especificacién del nmero de bolet Seceién Judicial yobservaciones"). Del mismo modo opers en ocasién del plebiscito constitucional del 25 de noviem: bre de 1917, allegando votos por "'s{" para la ratificacién del texto de Carta fundamental emanado del pacto interpartidario. Entre los papeles del referido archi- Yo se encuentran los siguientes documentos reveladores del rol del Jete Politico y de Policfa de la Capital en 1a campafia plebiscitaria: a) anotacién autégrafa de Sam ognaro consignando “Nicomedes Mesa, empleado de Aduana; llev6 al Club de la 12, 40 boletas"; b) “"Némina y niimero de boleta de los ciudadanos afiliados al Club Colorado y Escuela Ciudadana Don José Batlle y Ordéfier de la 19% Seccién que en las elecciones del 25 de noviembre sufragarén a favor del Plebiscito”; ) documento sus. crito por Arturo Ponee, encabezado por la siguiente precision: “*Boletas particulares pertenecientes al suscrito, que este pone incondicionalmente a disposicién del sefior Jefe Don Virgilio Sampognaro y que votarin en el préximo comicio por Ia list (ARCHIVO GENERAL DE LA NACION. Montevideo, Archivo de Virgilio Sampog nnaro, Caja 220, Carpeta 10), 35 la traicién, para satisfacer mezquinos intereses 0 pasiones juradas a los ideales piiblicamente sustentados, y estimula las actitudes cobar~ des de no afrontar con lealtad y con franqueza, las propias conviccio- nes. El secreto del voto no representa ninguna ventaja para los parti- darios bien definidos, desde que cualquiera sea el procedimiento a seguirse, ya fuere el piiblico o el secreto, se sabré siempre por qué lista sufragardn, desde que sus opiniones son siempre conocidas y, por tanto, no hay interés en adoptar un sistema que sdlo favorece a los ttmidos 0 a los indecisos y que, en cambio, encierra inconvenientes, fo- mentando la corrupeién, la intriga y la desorganizacién partida- ria”.(39). El propio Batlle y Ordéfiez, si bien sostenta la pertinencia del voto secreto (“El voto secreto es la libertad del voto... Lo es, sobre todo, para los hombres de modesta y precaria situacién, a quienes nuestro partido, esencialmente popular, no podria haber negado esta liber tad”),(40)le atribufa a su aplicacién en la eleccién de la Convencién Cons- tituyente efectos fraudulentos y justificaba su exclusién como norma de garantia electoral en la ley de i916. Las bases del sufragio que la Constitucién de 1918 consagré (ob) gatoriedad de las inscripcién en el Registro Civico; prohibicién de cualquier actividad politica —salvo el voto— para los funcionarios policiales y militares en actividad; voto secreto; representacién pro- porcional integral) fueron aceptadas por el batllismo como parte del pacto constitucional que viabilizé el logro parcial de las aspiraciones colegialistas del partido. El mismo Batlle y Ordéfiez reconocié que los constituyentes colorados colegialistas no se opusieron al principio del voto secreto (cosa distinta a promoverlo), no obstante que “la certi- dumbre de que facilito el fraude en gran escala en la eleccidn de la Asamblea Constituyente”, lo habla “hecho antipdtico a una parte de los colorados”.(41) La legislacién electoral de 1924 y 1925 —fruto de la coparticipa- cién institucionalizada de las dos grandes colectividades politicas— complementé el mandato constitucional, reorganizando los organis- mos electorales y el procedimiento para sanear el Registro Civico, asi como consagrando el principio de la representacién proporcional in tegral (39) “EI Dia’. Montevideo, 10/8/1916. (40) Mi conducta en (a reforma. A mis conciudadanos, transcriptos por GROM- PONE, ob. cit., p. 115. (4i) Tbidem.

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