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ENSAYO DE NARRATIVA

¡Muy buenos días, señorita!

“Ante sí tenían un cuerpo femenino muy pálido, de uñas delicadas y


pulcras en las manos y en los pies. Los genitales se hallaban severamente
inflamados. Los intestinos y demás órganos internos se encontraban en
buen estado de conservación. El cuerpo parecía haberse desangrado.”

Los fenómenos cadavéricos que nos ayudan a datar la hora de la


muerte en cadáveres recientes y sus posibles modificaciones en
relación al entorno y la causa de la muerte. Casandra Vergara López

Elyzabeth Reivad
14/12/2017
14-12-2017

ENSAYO DE NARRATIVA
¡Muy buenos días, señorita!

No llegó la Tenebris iptineus, tampoco la anthrenes, no llegaría la acariana y


para la silfiana faltaba mucho cuando llegaron. La coretiana se aprestaba a
iniciar el festín al igual que la dermestiana cuando la legión sarcofaguiana
empezó a hacer estragos por la hendidura ventral. Hendidura colonizada por
las hermanas Pekia que, en cuestión de horas, inundo varias partes expuestas
a la intemperie, lejos de las ropas y las cobijas de las inmaculadas vestimentas.

Y, antes del desfile de los sarcófagos, el sol de los primeros días de otoño,
dichoso de hacer caer las hojas de los ------, le hizo una entrada triunfal entre
sus rayos de resolanas oblicuas a las estrellas californianas con sus elementos
de transformación, asimilación y sublimación.

Entonces, hendieron, consumieron, transformaron; succionaron, procesaron,


asimilaron; rociaron, expoliaron, sublimaron.

Luego, siguieron masticando, digiriendo, corrompiendo, ablandando,


seccionando, absorbiendo, mordiendo, destruyendo, penetrando, quitando,
sustrayendo, chupando.

Para finalmente terminar por desarmar, desollar, desmembrar, desencajar,


aminorar, desordenar, posesionar, rasgar, desgarrar, lacerar, fraccionar,
resquebrajar, desustanciar…

Pero antes de que todo esto pasara, las horas habían pasado imprimiendo
sobre la piel de ese cuerpo deshumanizado, el verde color de la tumefacción, el
verde color de la lividez. Los rastros inequívocos de una estadía en reposo
nupcial hacia el paraje de la naturaleza que ya ha muerto.

Mientras lo vapores hinchaban las carnes, mientras el mapa venoso emergía


por la epidermis, mientras tu vestido de novia, desgarrado por los ataques de
los novios clandestinos, dejaba de velarte para siempre, las horas pasan y tu
silencio ya se grita en todas partes.

Aún, antes. Una rigidez de piedra te endureció las extremidades y ese último
estertor quedo petrificado en una mueca de horror, robándote las sonrisas,
llevándote los dientes, inoculándote la muerte, inyectándote los ojos de
manchas que anticipaban las de la podredumbre posterior.

Dos minutos, cinco tal vez… o treinta minutos antes o quizá sesenta o un poco
más, quién sabe (igual se sabrá) el último estertor es respiración agonizante,
es exhalación furiosa, es ahogo sibilante, es retuerce de brazos y torsión de
piernas, es laceración de pieles a manos de uñas empantanadas. Es cuerda o

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dedos o golpe o mazazo o inhalación de nada o desgarro de la vida, corazón


que conjura el dolor y se detiene.

Y dos horas, o tres, o cuatro, o cinco. Mientras rogamos que te encuentren, que
te respiren, que te huelan, que te escuchen, que te oigan, que te miren, que te
sueñen con cuarenta años y un cansancio atroz y harta de amores, que te
vibren con el cielo y no con su infierno, que te beban, que te calmen, que te
abracen, que te duerman para soñar, otra vez, ellos no se detienen hace dos, o
tres, o cuatro, o cinco horas, no lo sé(pero se sabrá tarde o temprano). Y, a vos
no te encuentran, pero ellos te respiran y te huelen, ellos no te escuchan y
tampoco te oyen, ellos no te miran y no te quieren ver soñar, ellos ni te vibran
con cielo y te beben con cuchillos, ellos no te calman y sí, te abrazan con
alambres de púas, ellos no te duermen, ellos nunca se detienen.

Antes de que empezaran, te habían dormido, para luego subirte sin problemas
a esa camioneta no importa el color, no hay leyendas urbanas, hay realidades
concretas y casos concretos.

Habían parado justo en esa cuadra, habían espiado o no (se sabrá). Habían
esperado la ocasión. Habían desaparecido o habían creído que podían hacerlo
(nada debe quedar impune).

Justo antes de que te miraran, vos caminabas con esos labios asustando al
otoño, alargando el verano, con suspiros salados de playa atlántica. Con ojos
negros o azules o marrones o celestes, ensoñando el mar aún. Bailoteando las
muñecas porque acostumbrás a ademanear los pensamientos y llevarlos de
aquí para allá, como quien tiene un celular a la oreja y discute a la distancia y
no puede saber que en cualquier momento te pueden arrebatar el bolso o la
cartera, o la vida, toda la vida.

Y eso que vos unos minutos antes, no sé cuántos, habías vuelto a tu casa
porque tenés esa manía de que algo dejaste prendido, la hornalla, la radio, la
luz, la estufa-que no importa que ni haga frío que es por maníaca nomás-, o
simplemente por no haber dado tres vueltas de llave a la puerta.

Y te volviste no una, ni dos veces, sino cinco veces. Si te volvías tres o cuatro o
dos o seis y no cinco, a las seis de la tarde habrías recordado que esta mañana
casi rompes el récord de vueltas maníacas.

Esta mañana que desayunaste café con leche con tostadas con manteca y
mermelada, porque para mate era tarde, porque te pasaste más de la cuenta
en la ducha caliente de las siete de las mañana que tendría que haber sido la
de las seis y media porque no le diste bola al despertador, y lo hiciste correr de
a cinco minutos como ocho veces porque estabas soñando con que a la tarde
algo le contarías al chico ese que te gusta tanto y que por eso tenías sonrisa

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bonita porque sabías que, cuando despertaras iba a ser, seguramente un ¡muy
buen día, señorita!

18 de julio de 2018

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