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SERMONES ESCOGIDOS PARA LA CAMPAÑA EVANGELISTICA DE

LOS ESTUDIANTES DE VII SEMESTRE DE TEOLOGÍA


CONSEJOS A UN EVANGELISTA - Por: Elena G. de White
Estimado Hermano:

...Tengo este mensaje del Señor para Vd.: Sea bondadoso en sus palabras, amable en sus acciones. Vigílese
con cuidado, porque está inclinado a ser severo y autoritario, y a hablar con dureza. El Señor le habla
diciendo: Velad y orad para que no caigáis en tentación. Las expresiones duras entristecen al Señor; las
palabras imprudentes hacen daño. Se me ha encargado que le diga: Sea amable al hablar; cuide sus palabras;
no deje entrar la dureza en sus expresiones ni en sus ademanes. Ponga en todo lo que haga o diga la fragancia
de un carácter semejante al de Cristo. No deje que algunos rasgos naturales de carácter echen a perder su
obra. Vd. ha de ayudar a fortalecer a los tentados. No deje aparecer el yo en palabras duras. Cristo dio su
vida por la grey, y por todos aquellos por quienes Vd. trabaja. No permita que ninguna palabra suya haga
que las almas se desvíen en la mala dirección. El carácter del ministro de Cristo debe revelar semejanza con
el de Cristo.

Las expresiones duras e intolerantes no armonizan con la obra que Cristo confió a sus ministros. Cuando
su experiencia diaria sea la de uno que mira a Jesús y aprende de él, Vd. revelará un carácter sano y
armonioso. Suavice sus manifestaciones, y no pronuncie palabras de condenación. Aprenda del gran
Maestro. Las palabras de bondad y simpatía serán benéficas como una medicina. Y sanarán las almas
desesperadas. El conocimiento de la Palabra de Dios puesto en práctica en la vida tendrá un poder sanador
y suavizador. La dureza de palabras no reportará nunca bendición ni a Vd. ni a ninguna otra alma.

Hermano mío, Vd. ha de ser un exponente de la mansedumbre, paciencia y bondad de Cristo. En sus
discursos ante el público, sean sus manifestaciones semejantes a las de Cristo. “La sabiduría que es de lo alto,
primeramente es pura, después pacífica, modesta, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos”. Vele y
ore, y refrene la dureza que a veces se revela en Vd. Al morar Cristo en Vd., por la gracia, sus palabras serán
santificadas. Si sus hermanos no obran como le parece que debieran hacerlo, no los reprenda con rudeza. El
Señor ha sido agraviado a veces por sus expresiones severas.

Su voluntad ha de entregarse a la voluntad del Señor. Vd. necesita la ayuda del Señor Jesús. Salgan de
sus labios únicamente palabras limpias, puras y santificadas; porque como ministro del Evangelio, su
espíritu y ejemplo serán imitados por otros. Sea bueno y tierno para con los niños en toda ocasión...

Vd. puede alcanzar el ideal de Dios si resuelve dejar de entretejer el yo con su obra. El convencimiento de
que está luchando en espíritu y en obras para ser semejante a Cristo, le dará fuerza, consuelo y valor. Es
privilegio suyo llegar a ser manso y humilde de corazón; entonces los ángeles de Dios cooperarán con Vd. en
sus esfuerzos de reavivamiento. Cristo murió para que su vida pudiese ser vivida en Vd., y en todos los que
lo toman como ejemplo. Con la fuerza que le da su Redentor, puede Vd. tener su carácter y trabajar con
sabiduría y poder para enderezar las sendas torcidas.
(Tomado de Obreros Evangélicos, Página 172 y 173)
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TEMA 1
TÚ REY VIENE
Texto: San Lucas 19:37-44

(Este tema está basado en San Mateo 21:1-11; San Marcos 11:1 -10, Sin ÜMM I’’ M, San Juan 12:12-19 y en el libro
de Elena White “El Deseado de todas Gentes cap.63 pueblo condenado)

VI. INTRODUCCION
Esta semana, es sin duda la semana más importante y más sagrada para el mundo cristiano, y con mucha razón se
la llama la Semana Mayor o más conocida aún por el nombre de Semana Santa, Semana de la Pasión, porque las
cosas que acontecieron en ella hace casi dos mil años, garantizó para siempre el destino futuro de todos los hijos
de Dios que creyeron en la promesa del perdón ofrecido por el Señor en el jardín del Edén.

Los acontecimientos que ocurrieron en esa semana, habían sido predichos varios siglos antes por los profetas: el
rey David 1.000 años antes, Isaías 712 años antes, Daniel, 600 años y Zacarías 487 años antes y nuestro Señor
Jesucristo días antes recordó a sus discípulos estas profecías. Dice la Escritura en San Lucas 18:31-34:

“Tomando Jesús a los doce, les dijo: He aquí que subimos a Jerusalén y se cumplirán todas las cosas escritas por
los profetas acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado y
escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán; más al tercer día resucitará. Pero ellos nada
comprendieron de estas cosas, y estas palabras les quedaron ocultas, y no entendían lo que se les decía.

Hoy quiero traerles un mensaje sobre el día más feliz y más triste de Jesús. El día Domingo de ramos, el día de la
entrada triunfal en Jerusalén, un día de felicidad, pero también un día de tristeza para el Señor.

II. LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESUS A JERUSALEN


Los cuatro evangelios registran ese magno acontecimiento, y vamos a leer primeramente el pasaje de San Lucas
19:37-40.

“Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud comenzó a alabar con alegría
a Dios a grandes voces por todas las maravillas que había visto, diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre
del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud dijeron:
Maestro reprende a tus discípulos. El, respondiendo, les dijo: Os digo que si estos callan, las piedras clamarán”.

El pasaje que acabamos de leer, refleja la felicidad de ese día para Jesús. Una entrada en Jerusalén, que podríamos
decir, fue la única manifestación pública en el ministerio de Cristo.

Las manifestaciones hoy en día son muy populares, y parece que hoy día a la gente le gusta hacer manifestaciones.
A menudo leemos en los periódicos y escuchamos en las noticias de manifestaciones públicas en todos los países,
en todas partes del mundo, pero en la vida de Jesús probablemente fue esa la única vez que se hizo una
manifestación pública, y la gente gritaba “¡Hosanna, hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor!”
(Mateo 21:9).

En hebreo la palabra hosanna quiere decir literalmente “salve ahora” algo como dicen los ingleses “Dios salve al
rey, ¡vivael rey! ¡Hosana, vieneel Mesías! Esa era la razón de la alegría de la gente ese día.

En el capítulo 11 del evangelio de Juan, se nos dice que unos días antes de llegar a Jerusalén, venían con Jesús unos
discípulos que le habían seguido fielmente, cuando les llegaron las noticas de la muerte de Lázaro, y Jesús fue a
Betania y le resucitó y de ahí siguieron hacia Jerusalén.
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En ese momento los discípulos tenían miedo de seguir a Jesús porque ellos sabían que los fariseos y los líderes
religiosos estaban tratando de matar a Jesús, de quitarlo de en medio, porque refiriéndose a ese momento dice el
evangelio de San Juan 11:16 “Dijo entonces Tomás, llamado el Dídimo, dijo entonces a sus condiscípulos: Vamos
también nosotros; para que muramos con él”.

Los discípulos ya sabían lo que les esperaba si Jesús se atrevía a llegar a Jerusalén en ese momento. Pero tenían
que ir, porque Jesús sabía cuál era su misión y lo que estaba por delante.

También en ese momento en Jerusalén había mucha gente que se había unido a la multitud que acompañaba a
Jesús. Había muchos turistas, pues cada año iban judíos de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de la Pascua.

Hay un dicho entre los judíos modernos que están esparcidos por todo el mundo que dice: “Este año aquí, pero el
año próximo en Jerusalén”. Todo judío tiene el deseo de ir a Jerusalén en algún momento de su vida a celebrar la
pascua en la ciudad de Jerusalén que es el centro de su religión.

De la misma manera en aquel tiempo, Jerusalén estaba llena de turistas, había peregrinos presentes de todo el
mundo que deseaban estar en Jerusalén para esa gran ocasión. Según cálculos, se cree que tal vez en esa última
semana del Señor Jesús en esta tierra, había dos millones de personas presentes.

Jesús aprovechaba toda oportunidad para hablar las gentes acerca del mensaje de salvación que él había traído, y
esta era una gran oportunidad para presentar ese mensaje a tanta gente que había venido, algunos desde muy
lejos.
Pero hablarles a una multitud llena de euforia y alegría habría sido muy difícil, tal vez el ruido de sus voces apagaría
sus palabras, entonces el Señor preparó un drama, podríamos decir que él hizo una parábola dramatizada y de
esta manera pudo decirles a esa multitud quien era él y por qué había venido.

En el capítulo 21 del evangelio de San Mateo, versículos 1 al 11 se nos dice que Jesús envió a dos de sus discípulos
a una aldea cercana para que le trajeran una asna y su pollino, y que si alguien les preguntaba algo, le dijeran: “El
Señor los necesita”

El lenguaje del Señor es el lenguaje de un levita real. Había una antigua ley que requería que el ciudadano entregara
al rey cualquier objeto o servicio que él o uno de sus emisarios pudiera requerir.

Al hacer tal solicitud Jesús está reclamando que es rey. Está hablando como alguien que tiene autoridad. Está
declarando que como rey tiene derecho a cualquier posesión de sus súbditos.

El profeta Zacarías había profetizado 487 años antes de Cristo lo que ocurriría en ese día. En Zacarías 9:9 dice:

“Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo hija de Jerusalén; he aquí que tu rey viene a ti, justo y victorioso,
humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino, hijo de asna”.

El profeta Zacarías había profetizado que Jesús iba a entrar en Jerusalén, pero montado sobre un asno.

Mucha gente se equivoca con el simbolismo de por qué Jesús iba montado sobre un asno. Algunos dicen: Era para
mostrar su humildad, pero en realidad ese no era el propósito.

En aquella época, cuando un rey entraba en una ciudad montado sobre un caballo, quería decir que venía en son
de guerra, pero cuando venía montado sobre un asno, quería decir que venía en paz.

El Señor quería decirle a esa inmensa multitud por medio de esta parábola dramatizada: “Yo vengo como el Mesías,
cumpliendo la profecía de Zacarías, pero vengo como el Príncipe de paz, no como el conquistador, como muchos
de ustedes están esperando para librarles del dominio de los romanos”.
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Nosotros muchas veces hacemos declaraciones de nuestras intenciones. Entre amigos muchas veces mandamos
tarjetas, mandamos regalos, enviamos una carta o hacemos algo que indica a nuestros amigos nuestra intención.
Entre naciones se hacen declaraciones de intenciones. Se hacen pactos de desarme, se hacen pactos comerciales,
se hacen pactos culturales y hasta se hacen declaraciones de guerra para así de esta manera declarar su intención.

El Señor al entrar montado sobre un asno ese domingo estaba haciendo lo que podríamos llamar una declaración
de intención. Les estaba diciendo: Yo vengo como el Mesías, pero vengo como príncipe de paz.

En esa inmensa multitud de aquel domingo, había un grupo de fieles seguidores, había un grupo de turistas, había
un grupo que se le oponía y hasta deseaban su muerte, eran sus enemigos.

En San Lucas 19:40, nos presenta que los fariseos, los líderes religiosos, querían que Jesús hiciera callar a esa
multitud y Jesús dijo respondiendo a sus enemigos: “Os digo que si éstos callan, las piedras clamaran”.

No había manera de impedir que lo que había sido dicho por el profeta Zacarías 487, años antes se cumpliera, no
había manera de impedir la venida del Mesías en ese momento. Pero a pesar de todo este simbolismo, a pesar de
estar viendo y oyendo esa parábola dramatizada, la gente no entendió el propósito de la venida de Jesús en ese
día a Jerusalén. La multitud esperaba un conquistador, pero Jesús vino como Príncipe de paz.
Me hago la pregunta: ¿Qué es lo que esperamos hoy? ¿Qué es lo que usted espera hoy? ¿Cómo usted comprende
la idea de Jesús?

¿Le está esperando como un conquistador, tal vez para arreglar sus problemas, para aumentar su cuenta bancaria,
para conseguir un trabajo, o lo está esperando para que le traiga paz en su propia vida?

Cuando hay paz en su propia vida, esas otras cosas se pueden sobrellevar, se pueden superar, se puede ser
victorioso cuando el Príncipe de paz ha entrado triunfalmente en su vida. El Señor vino con ese propósito.

En diferentes partes del mundo cristiano la Semana Santa se celebra casi siempre, podríamos decir de una manera
sensacional. Solo nos basta mirar brevemente a la Semana Santa en la ciudad de Sevilla, en España; o en Ciudad
de Guatemala, en Guatemala; o en Arequipa, Perú; en Popayán, Colombia; en Roma, y aún en nuestra propia
ciudad donde un suntuoso desfile de imágenes y multitudes presentan un cuadro que impresiona a primera vista.

El sensacionalismo puede atraer a mucha gente, pero no pueden retener a esas multitudes. Hay iglesias, que por
el sensacionalismo están atrayendo a mucha gente, pero sólo se quedan por un tiempo, porque han ido por la
excitación, por el alboroto, por el espectáculo, por lo sensacional. Si llegan solo por eso, si no encuclillan lo que
buscan, si no encuentran al Príncipe de paz, no SC quedan mucho tiempo.

Lo mismo pasó en aquel domingo Había mucho sensacionalismo, había culona, había euforia había excitación,
porque esas gentes no le dieron el verdadero sentido al significado verdadero de la llegada de Jesús en esa ocasión
a Jerusalén.

Yo espero que si alguien viene a esta iglesia, no esté viniendo para encontrar algo sensacional, sino que espero
que hayan venido para encontrar al Príncipe de paz

III. UN DIA TRISTE


El Domingo de ramos fue un día feliz, pero también fue un día triste.
Se dice que no hay felicidad sin tristeza. ¿Podría usted experimentar la felicidad en su vida si nunca hubiera
experimentado lo que es la tristeza? ¿Podría experimentar la tranquilidad si nunca hubiera experimentado la
tribulación?

Ese domingo hubo una felicidad, pero hubo también una gran tristeza que pesaba en el corazón de Cristo Jesús.
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En San Lucas 19:41-44 se nos habla de esa tristeza. Una paradoja tenemos en este relato, porque el día más feliz,
era también el día más triste. Dice la Escritura:

“Y cuando llegó cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella”.

Hubo tres razones por las cuales Jesús lloró sobre Jerusalén: Primeramente porque los enemigos los líderes
religiosos querían matarle.

En San Juan 11:8 se nos dice que después de que Jesús resucitó a Lázaro, Jesús les manifestó a sus discípulos que
debían ir nuevamente a Judea ellos le dijeron: “Rabí ahora los judíos procuraban apedrearte, ¿y otra vez vas allá?
Esa actitud de los líderes religiosos llenaba el corazón de Jesús de una tristeza inmensa.

Otra de las razones por las cuales Jesús estaba triste fue porque El vio la destrucción futura de Jerusalén.

Cuando Jesús iba llegando cerca de la ciudad ese gozo que traía de repente se vio truncado, y una sombra de
tristeza embargó su corazón, y la multitud se dio cuenta de ello.

San Lucas 19:41 nos dice: “Y cuando llegó cerca, al ver la ciudad lloró sobre ella”.

Jerusalén, la ciudad privilegiada como ninguna otra en el mundo, a la que Dios había dado sus bendiciones más
grandes, sería totalmente destruida por el gran pecado de haber rechazado una y otra vez su misericordioso amor.

San Lucas 19:42-44 registra entonces las palabras que Jesús pronunció sobre ella: “Si también tú conocieses, y de
cierto en éste tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti,
cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a
tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu
visitación”.

Cuarenta años más tarde, se cumplieron las palabras de Jesús cuando los ejércitos romanos al frente del general
Tito, sitiaron a la ciudad. La lucha fue terrible. Mientras atacaban, los romanos esperaban que a los habitantes de
la ciudad seles acabase el agua y la comida.

El historiador judío Flavio Josefo, en una de sus obras pinta un cuadro macabro de lo que aconteció dentro de la
ciudad. Cuando la comida se agotó, cuenta él, hasta las mismas madres hervían los cuerpos de sus hijos y los
comían. La muerte se extendió sin misericordia dentro de la ciudad condenada y cuando finalmente los romanos
rompieron sus murallas y sus puertas, entraron, la saquearon y la arrasaron por completo. Los habitantes que no
Fueron muertos, fueron llevados a Roma como esclavos. Jerusalén no conoció el propósito de la venida del Señor
y fue destruida.

También hubo tristeza en el corazón de Cristo porque El sabía que cinco días más tarde los mismos que ese día
domingo habían gritado “¡Hosanna, hosanna, bendito sea el que viene en el nombre del Señor! Iban B gritar
también: “Crucifícale, crucifícale! Y le iban a matar.

IV. CONCLUSION
¿Hoy, qué significa para nosotros todo esto? ¿Hoy, qué significa el hecho de estar todos aquí reunidos?
Yo creo que hay cierta felicidad, pero a la vez hay también cierta tristeza cuando meditamos en este día.
Felicidad, porque se manifiesta públicamente por medio de su iglesia que Cristo es el Mesías.

Como iglesia manifestamos felicidad porque sabemos que El ha venido, Él es el Príncipe de paz, Él es el redentor,
El es quien quita el pecado de todos los que confían en él, Él es el ungido de Dios. El es el Cordero de Dios y es El
quien declara que es Dios y nos amó de tal manera que si nosotros le recibimos no tenemos que perecer. Dios se
envió a sí mismo en Cristo Jesús para que todo aquel que en El crea no se pierda más tenga vida eterna.
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¿Felicidad en este día? ¡Claro que hay felicidad! Porque reconocemos que Cristo ha venido y lo proclamamos al
mundo: ¡Cristo viene triunfalmente para entrar en sus corazones si usted está dispuesto a recibirlo!

Triste, porque nosotros reconocemos también nuestra propia culpabilidad en la muerte de Cristo. Usted y yo
hemos participado en esta crucifixión.

Todos nuestros pecados fueron puestos sobre Jesús aquel día y nosotros espiritualmente participamos en esa
crucifixión. Entonces si hay tristeza.

¿Cuántos de nosotros proclamamos hoy: “¡Hosana, 6osanna, bendito el que viene en el nombre del Señor” pero
que durante el resto de la semana con el testimonio de nuestras vida exclamamos: “Crucifícale, crucifícale”.

V. LLAMADO:
¿En qué grupo se encuentra usted hoy?

¿En el grupo de los que rehúsan someterse al señorío de Cristo? En ese grupo rebelde que quiere destruir al
Mesías?

¿O se encuentra en el grupo de turistas que todos los años van a ver la Semana Santa como un atractivo turístico,
pero son indiferentes como los ciudadanos de Jerusalén al llamado de Dios al arrepentimiento?

¿O tal vez se encuentra entre el grupo de seguidores, entre el grupo de discípulos que buscan seguir al Señor, que
reconocen su deficiencia personal y reconocen la eficiencia de Cristo?

¿En qué grupo se incluye? ¿Entre los enemigos de Dios, entre los turistas indiferentes o entre los seguidores fieles?

Si usted rechaza a Cristo hoy, este será un Domingo de Ramos triste, pero si usted recibe a Cristo hoy, este día será
un domingo de felicidad.

¿Quiere usted hoy recibirá Cristo y proclamar al mundo que El es el Mesías, el Príncipe de paz, el Redentor del
mundo?

Solo tiene que dar tres pasos fáciles:


Reconocer que es pecador, confesar sus pecados al Señor teniendo la plena seguridad que le serán perdonados
y aceptando a Cristo como su Señor y Salvador personal.

¡Hágalo hoy mismo, porque mañana puede ser demasiado tarde!

GEMA INSPIRADA DEL DON PROFÉTICO


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“Sin Dios, prioridad uno, no hay predicadores, sino oradores religiosos. Creo encontrar esta
verdad en la aplicación homilética de la siguiente afirmación del apóstol Juan: “El Espíritu
es el que da vida; la carne para nada aprovecha”. No importan los talentos, la capacitación
humana y los recursos que usted inteligentemente utilice; el predicador cultivado
humanamente pero exento del Espíritu, es apenas un orador que realiza la función de “una
campana que resuena, o de un címbalo que retiñe”. En oposición cuando el heraldo del
evangelio tiene un mensaje divino y si la forma como lo expresa es defectuosa, la persona
y el poder que acompañan al pregonero, superan los yerros en la comunicación y permiten
que el mensaje cumpla el objetivo previsto”. (Las Leyes de la predicación, 5 – 6).
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TEMA 2
UN PUEBLO CONDENADO
Texto: San Mateo 21:12-19

VI. INTRODUCCION:
El “Domingo de ramos” como se conoce al primer día de la “Semana Santa”, o “Semana de la Pasión”, vimos como
Jesús entró triunfalmente en Jerusalén. “Esa entrada triunfal era una débil representación de lo que será su venida
en las nubes del cielo con poder y gloria, entre el triunfo de los ángeles y el regocijo de los santos”.

Al final de aquel día, mientras la gente estaba todavía llena de euforia, Jesús se apartó de la multitud calladamente
y sin que nadie lo notara, entró en el templo. “Todo estaba tranquilo allí, porque la escena que se había
desarrollado en el Monte de los olivos había atraído a la gente. Durante un corto tiempo Jesús permaneció en el
templo mirándolo con tristeza”.

“Al salir del templo, se apartó con sus discípulos y volvió a Betania, (un pequeño pueblo que quedaba en la ladera
oriental del Monte de los olivos a tres kilómetros de Jerusalén). Cuando la gente le buscó para ponerlo sobre el
trono, no pudo hallarle. Toda aquella noche Jesús la pasó en oración”.

Al amanecer del lunes Jesús regresó nuevamente a Jerusalén. Los evangelios nos relatan dos hechos muy
importantes que ocurrieron ese día lunes, los cuales vamos a verlos hoy, y también vamos sacar de ellos lecciones
importantes para aplicarlas en nuestra vida espiritual.

II. MALDICION A LA HIGUERA ESTERIL


Nos dice el evangelio de San Marcos 11:12-14 que después de haber pasado la noche en Betania, el lunes por la
mañana, Jesús y sus discípulos caminaban hacia Jerusalén. Estaba hambriento y mientras iba, pasó cerca de un
huerto de higueras “y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó, si quizá hallaría en ella algo; y como
vino a ella, nada halló sino hojas; porque no era tiempo de higos. Entonces le dirigió la palabra diciendo: Que
nadie vuelva a comer jamás fruto de ti. Y sus discípulos estaban escuchando”.

Cristo pronunció una maldición fulminante: “Que nadie vuelva a comer jamás fruto de ti”, dijo. A la mañana
siguiente, mientras el Salvador y sus discípulos volvían otra vez a la ciudad, las ramas secas y las hojas marchitas
llamaron su atención. “Maestro-dijo Pedro,- he aquí la higuera que maldijiste se ha secado”

“El acto de Cristo de maldecir a la higuera, había asombrado a los discípulos. Les pareció muy diferente de su
proceder y sus obras.

Con frecuencia le habían oído declarar que no había venido para condenar al mundo, sino que el mundo pudiese
ser salvo por él. Recordaban sus palabras “El Hijo del hombre no ha venido para perder las almas sino para
salvarlas” (San Lucas 9:56).

Cristo había realizado sus obras maravillosas para restaurar, nunca para destruir. Los discípulos le habían
reconocido solamente como el Restaurador, el Sanador. Ese acto era único. ¿Cuál era su propósito? Se
preguntaban.

Dios “es amador de misericordia” “Vivo yo, dice el Señor Jehová que no quiero la muerte del impío”. (Miqueas
7:18). Para Dios la obra de la destrucciones una obra extraña”.

“Pero en muchas ocasiones Dios con misericordia y amor alza el velo del futuro y revela a los hombres los
resultados de una conducta pecaminosa.”
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“La maldición de la higuera era una parábola llevada a los hechos. Ese árbol estéril, que desplegaba su follaje
ostentoso a la vista de Cristo, era un símbolo de la nación judía… Con ese propósito invistió al árbol con cualidades
morales y lo hizo exponente de la verdad divina”.

“Los judíos se distinguían de todas las demás naciones porque profesaban obedecer a Dios. Habían sido favorecidos
especialmente por El, y aseveraban tener más justicia que los demás pueblos. Pero estaban corrompidos por el
amor del mundo y la codicia de las ganancias”.

“Se jactaban de su conocimiento, pero ignoraban los requerimientos de Dios y estaban llenos de hipocresía. Como
árbol estéril extendían sus ramas ostentosas, de apariencia exuberante a la vista, pero no daban sino hojas. La
religión judía, con su templo magnífico, sus altares sagrados, sus sacerdotes mitrados, y ceremonias
impresionantes, era hermosa en su apariencia externa, pero carente de humildad, amor y benevolencia”.

“Ningún árbol del huerto de higueras tenía fruta, pero los árboles que no tenían hojas no despertaban expectativas
ni defraudaban esperanzas. Esos árboles representaban a los gentiles. Estaban tan desprovistos de piedad como
los Judíos, pero no profesaban servir a Dios.”

Los judíos que habían recibido mayores bendiciones de Dios, eran responsables por el abuso que habían hecho de
esos dones. Los privilegios de los que se habían jactado no hacían sino aumentar la culpabilidad.

La higuera representaría al pueblo judío cuando la gracia de Dios se apartase de él. Por cuanto se negaba a impartir
bendiciones, ya no las recibiría. “Te perdiste, oh Israel” (Oseas 13:9), dice el Señor.

“La amonestación que Jesús dio por medio de la higuera para todos los tiempos. El acto de Cristo, al maldecir el
árbol que con su propio poder había creado, se destaca como amonestación a todas las iglesias y todos los
cristianos. Nadie puede vivir la ley de Dios sin servir a otros.”

“Pero son muchos los que no viven la vida abnegada y misericordiosa de Cristo. Algunos de los que se creen
excelentes cristianos no comprenden lo que es servir a Dios. Sus planes y sus estudios tienen por objeto agradarse
a sí mismos”.

Jesús no se enojó con la higuera, sino con lo que el árbol representa. Ese árbol representaba al pueblo de Israel y
nos representa hoy a cada uno de nosotros, y como tal, Dios espera que llevemos un fruto verdadero y no
solamente una apariencia religiosa. El espera un fruto de servicio en su viña, el espera un fruto de servicio para
con nuestros semejantes. El mensaje de la higuera no es para que todos demos el mismo fruto.

El Señor se enoja con una religión que hace alardes pero pasa por alto el servicio… y esa era la religión que Él estaba
enfrentando la última semana.

Un joven aceptó a Cristo y dedicó los mejores años de su vida estudiando con sacrificio para prepararse lo mejor
posible para el servicio y llegar a ser un misionero. Unos años más tarde después de haber terminado sus estudios
y haber adquirido experiencia en el campo local, fue enviado como misionero a otro país. ‘Vivía sin estrechez y
nada le faltaba, pero no era rico. En una ocasión uno de los miembros de la iglesia que era un industrial muy
próspero le dijo: “Yo no entiendo cómo es que usted ha estudiado tanto y no es rico. Yo he estudiado, tengo mi
empresa, y fíjese cuánto tengo”. El misionero le respondió: “Lo que pasa es que usted estudió para hacer dinero y
por eso es rico, pero yo estudié no para hacer dinero, sino para servir, por eso no soy rico”.

No es fácil llevar fruto. Jesús lo sabía. Por eso dijo: “Tened fe en Dios. En verdad os digo que cualquiera que le
diga a este monte: Se quitado de ahí y arrojado al mar; y no dude en su corazón, sino que crea que lo está
hablando sucede, lo hará” (San Marcos 11:22-23).
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Los dones y los talentos que el Señor nos ha dado, no son para que saquemos provecho personal, sino para que
sirvamos a Dios, para que sirvamos también a otros. Eso es tener fe verdadera. Al igual que el pueblo de Israel,
Dios nos hace responsables del abuso que hagamos de los dones y talentos que Él nos da.

Pregunto hoy: ¿Hubo alguna vez un momento en que usted pudo haber sido descrito como la higuera que el Señor
maldijo? ¿Está usted produciendo los frutos que el Señor espera que lleve, o su vida religiosa es solamente hojas
de apariencia? ¿Qué clase de higuera es usted ahora?

III. CRISTO PURIFICA DE NUEVO EL TEMPLO


El segundo acontecimiento importante en ese lunes de la primer “Semana Santa” fue la segunda purificación que
Jesús hizo del templo y que los evangelios registran en San Mateo 21:12-16, 23-46; San Lucas 19:45-48; 20:1-19.
Lo que los cristianos llamamos hoy día la “Semana Santa”, “Semana de la Pasión o “Semana mayor” era para los
Judíos en los tiempos de Jesús la semana de la Pascua.

La Pascua era la celebración más importante del pueblo judío. Era el día que recordaba cómo Dios había librado al
pueblo de Israel de la esclavitud de los egipcios.

Era también el día único del año en el cual el sumo sacerdote podía entrar al lugar santísimo llevando la sangre del
cordero que había sido muerto por la expiación de los pecados del pueblo y presentarlo delante del arca de la
alianza donde se revelaba la presencia de Dios.

El pueblo venía de todas las regiones de Palestina y aún de países lejanos para estar presente en la celebración. A
su llegada todos estaban obligados a cumplir dos requisitos:

Primero, el sacrificio de un animal, por lo regular un cordero, o una paloma. El cordero debía de ser de un año y
sin defecto alguno. La paloma también debía ser perfecta, sin defecto.

El animal podía venir desde cualquier parte, pero era probable que si uno traía un sacrificio de otro lugar, ese
sacrificio fuera considerado insuficiente por las autoridades del templo.

Así que, bajo el disfraz de considerar el sacrificio puro, los vendedores vendían los animales. Los negociantes pedían
precios exorbitantes por los animales que vendían, y compartían sus ganancias con los sacerdotes y gobernantes,
quienes se enriquecían así a expensas del pueblo.

Segundo, el pueblo tenía que pagar un impuesto: el impuesto del templo. Se requería que cada judío pagase
anualmente medio siclo “como el rescate por su persona” y debía pagarse cada año.

Además de eso, traían grandes sumas de dinero como ofrendas voluntarias, que eran depositadas en el tesoro del
templo. Y era necesario que toda moneda fuese cambiada por otra que se llamaba el siclo del templo, que era
aceptado para el servicio del santuario.

Sabiendo que muchos extranjeros estarían en Jerusalén para pagar el impuesto y dar sus ofrendas, los cambistas
situaban sus mesas convenientemente en el templo y ofrecían cambiar la moneda extranjera por la local.

El cambio del dinero daba la oportunidad para el fraude y la extorsión, y se había transformado en un vergonzoso
tráfico, que era fuente de renta para los sacerdotes.

Al entrar Jesús en el templo contempló la misma escena que había visto tres años atrás cuando purificó el templo
por primera vez: Vio las transacciones injustas, viola angustia de los pobres, que pensaban que sin derramamiento
de sangre no podían ser perdonados sus pecados.
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En el evangelio de Mateo 21:12,13 se nos dice: “Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que
vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas; y
les dijo: Escrito está: Mi casa será llamada casa de oración, mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”.

El desagrado de su rostro parecía fuego consumidor. Ordenó con autoridad: “Quitad de aquí esto.”

No es difícil ver qué indignó a Jesús. Los peregrinos viajaban durante días para ver a Dios, para ser testigos de lo
sagrado, para adorar su Majestad. Pero antes que pudieran llegar a la presencia de Dios, eran llevados a los
purificadores, los que vendían los animales y los que cambiaban el dinero.

En mi meditación acerca de este acontecimiento, cierro los ojos y en mi mente trato de imaginar al Señor Jesús en
ese momento diciendo: -¡Ya he soportado demasiado-¡

Me imagino ver a Jesús entrar en su templo con una ira divina y santa, volcándolas mesas de los cambistas, las
sillas de los que vendían las palomas, las palomas volando asustadas, la gente corriendo y los mercaderes
dispersados. Esta no fue una exhibición impulsiva. No fue una rabieta de mal genio. ¡Fue un acto deliberado con
un mensaje intencional!

Recordemos que el día antes, al final del domingo Jesús fue al templo y lo contempló silenciosamente y cuando
salió de allí, se retiró a Betania.

La imagen del atrio exterior del templo y de los pregoneros quedó grabada en su mente aquella noche.

A la mañana siguiente, de regreso a Jerusalén se dirigió al templo, y sabiendo que le quedaban pocos días decidió
dejar sentado un principio: “Ustedes se aprovechan de mi pueblo y tendrán que responderme a mí por eso”.

Dios nunca considerará a quienes explotan el privilegio de adorarlo.

IV. MERCADERES MODERNOS


Satanás siempre ha tratado de confundir al hombre para que no comprenda que el plan Dios para salvarlo es
únicamente por medio de su Hijo Jesucristo.

Satanás ha pervertido los planes de Dios haciéndoles creer a los hombres que pueden alcanzarla salvación por
obras, por méritos propios e inclusive los lleva a pensar que pueden comprar su salvación con dinero.

Tristemente hoy día en los finales del siglo XX hay mercaderes religiosos que hacen eso exactamente: explotan el
privilegio de adorar a Dios, explotan la fe sencilla y sincera de muchos que tienen sed espiritual y anhelan el perdón
de sus pecados.

Se visten con ropajes cristianos, hablan suavemente y con un lenguaje elocuente, manipulan a los que son fáciles
de engañar haciéndoles creer que siguiéndolos a ellos pueden ser salvos.

Les hacen creer que deben irse a las montañas a vivir separados y apartados del mundo y allí deben esperar la
Segunda venida del Señor.

Se olvidan que los que han aceptado a Cristo han sido llamados por el Señor a ser sal y luz para llamar al
arrepentimiento a un mundo pecador.

Es verdad que cuando el tiempo de gracia termine, llegará un momento cuando los hijos de Dios tendrán que huir
a las montañas, pero mientras vivimos todavía en el tiempo de gracia que Dios nos está concediendo, debemos
aprovechar todo momento para testificar y anunciar el perdón que Dios todavía ofrece.
11

Esos mercaderes no están dominados por Dios; están dominados por la avaricia. No los guía el Espíritu Santo; los
impulsa el orgullo.

En lugar de ir a buscar a los que están en tinieblas y nunca han oído el mensaje del Evangelio, van de iglesia en
iglesia disfrazados de corderos, pero como lobos rapaces, caen sobre las ovejas ingenuas e indefensas,
confundiéndolas, desanimándolas y finalmente cuando las sacan del redil las dejan abandonadas en la
incredulidad.

Al igual, como el Señor puso al descubierto los fraudes de los mercaderes del templo, nosotros debemos hacer lo
mismo. ¿Cómo? Reconociéndolos.

Dos características los denuncian:


Primero: Hacen más énfasis en su propio provecho que en Cristo.
Cuando usted sea invitado a escuchar a alguien que “le trae un mensaje del Señor” analice sus palabras. Observe
el énfasis del mensaje.

¿Dónde está el énfasis de su predicación?


¿Es Cristo el centro de su predicación, su amor, su perdón, la preparación que debemos hacer para estar listos para
cuando Cristo regrese, la salvación que El ofrece, o son los planes para un proyecto personal que ese individuo está
presentando y la donación que usted va a dar?

¿Es ese proyecto para la gloria de Dios y edificación de la iglesia mundial, o es solamente algo aislado?

He visto por la televisión y escuchado por la radio a predicadores que podríamos decir amenazan a sus
radioescuchas y teleoyentes “si no dan su ofrenda, el programa no podrá salir la próxima semana al aire”. Le
prometen la salvación si da ofrendas y el infierno si no lo hace.

Una segunda característica del mercader eclesiástico es que levantan más barreras que fe.
Al igual que los curanderos, le dicen a usted que no acuda a las farmacias. Que las medicinas que ellos venden son
las únicas que los pueden curar. Su botiquín curalotodo es la solución de todos sus dolores.

Al igual que los vendedores del templo, no toleraban los corderos y las palomas traídas de otros lugares. Ellos no
toleran otra fe que no sea la suya. Su objetivo es cultivarla clientela de cheques leales.

Sus mensajes en lugar de unir a los oyentes en la fe, dividen a la congregación, siembran dudas, disensión. En lugar
de predicar un mensaje que llame a los hijos de Dios a estar unidos en el amor y el servicio al Señor, a trabajar por
los que aún no han escuchado las buenas nuevas de salvación, siembran semillas de rencor y se dedican a ir iglesia
por iglesia y en forma solapada hablan a los ingenuos y desprevenidos, para luego hacerlos tropezar.

El apóstol Pablo escribió a los hermanos de Roma diciéndoles cómo debían actuar con esos traficantes de la gracia;
y sus palabras son también para nosotros hoy. Leamos Romanos 16:17,18: “Y os ruego, hermanos que os fijéis en
los que causan divisiones y tropiezos, que desdicen de la doctrina que vosotros habéis aprendido y que os
apartéis de ellos. Porque tales personas son esclavas, no de nuestro Señor Jesucristo, sino de sus propios
vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos”.

V. CONCLUSION
Estos dos acontecimientos que hemos visto, la maldición que Jesús hizo a la higuera y la segunda purificación del
templo, son mensajes para cada uno de nosotros.

Primeramente, el Señor espera que todos llevemos frutos en nuestra vida cristiana. Nadie queda excluido. También
nos dice que a Dios no lo podemos engañar teniendo una apariencia de piedad, o como la higuera, llenos de hojas,
pero faltos de frutos de justicia.
12

La limpieza del templo es también una advertencia a todos aquellos que piensan que pueden traficar con la gracia
de Dios. Dios los llamará a cuentas, porque Él nos ha dado su perdón gratuitamente.

A los que hacen eso, el Señor les está diciendo: “Quitad de aquí esto”.

Recordemos que nadie puede ganar la salvación ni con obras ni con dinero.

El Señor no necesita dinero. Él es el Dueño de todo lo que hay en el universo. Dios nos pide el diezmo para
enseñarnos que Él es el dueño de todo y librarnos del terrible pecado de la avaricia. Dios espera que demos
ofrendas para que construyamos un carácter noble y agradecido, no para ser salvos. La salvación nos la da cuando
aceptamos a Cristo y vivimos en El.

Al igual que sucedió con lá nación de Israel que permaneció empedernida e impenitente en sus pecados y las
consecuencias de rechazarla misericordia de Dios y haberse olvidado de los pobres y necesitados, fue ser
condenada y destruida. El Señor le declaró” “Te perdiste oh Israel”.

“Así sucederá con toda alma que esté siguiendo la misma conducta.”

VI. LLAMADO
Doy gracias a Dios que en esta iglesia hay hermanos que desde que entregaron su corazón al Señor, han estado
dando frutos agradables al Señor en su vida cristiana y han sido buenos mayordomos cristianos, que devuelven al
Señor lo que Él les pide.

Pero tristemente hay también quienes aún no han dado frutos y el Señor los está esperando, porque Él ha hecho
todo para que cada uno de sus hijos a semejanza de plantas, den frutos dulces y deliciosos. Él ha preparado el
terreno quitando las piedras de pecado, ha abonado la tierra con sus bendiciones que nos da cada día y riega esa
planta con la lluvia de su Santo Espíritu, pero solo tienen hojas, solo tienen una apariencia de piedad, vienen a la
iglesia únicamente los sábados y nada más, pero no llevan ningún fruto.

Les invito hoy a reconsagrar su vida al Señor, y reconocer cuan bueno ha sido Dios con usted, le invito a decirle al
Señor: “Yo reconozco que no he sido fiel, que no hay fruto alguno en mi vida, pero desde hoy, con tu gracia voy a
permitir que tu Santo Espíritu me use y mi vida produzca frutos para tu gloria y tu honra”.

Hay también hoy aquí, personas que como los otros árboles de la huerta donde estaba la higuera, parecían árboles
secos, que no tenían vida. Pero Dios también quiere darles vida a % ustedes para que lleven muchos frutos de
justicia.

Si usted reconoce que su vida es como un árbol seco y desea tener vida y llevar mucho fruto para la honra y la
gloria de Dios, sólo tiene que dar tres pasos fáciles: Reconocer que es un pecador, confesar sus pecados al Señor
y apartarse de ellos teniendo la plena seguridad que Dios lo perdonará y aceptar a Cristo como su Señor y Salvador
de su vida.

¡Hágalo hoy mismo, porque mañana puede ser demasiado tarde!

GEMA INSPIRADA DEL DON PROFÉTICO

****** ******
“La obra del Espíritu Santo consiste en alumbrar el intelecto entenebrecido, ablandar el corazón pétreo, egoísta,
subyugar al rebelde transgresor, y salvarlo de las influencias corruptoras del mundo. La oración de Cristo en favor de
sus discípulos fue: “Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad.” La espada del Espíritu, que es la Palabra de
Dios, atraviesa el corazón del pecador, y lo hace trizas. Cuando el que habla repite la teoría de la verdad sin
sentir en el alma su sagrada influencia, esa verdad no tiene poder sobre los oyentes, sino que es rechazada
como error, y el predicador se hace responsable de la pérdida de almas. (Obreros Evangélicos, pág. 171).
13

TEMA 3
USTED ESTÁ INVITADO
Texto: San Mateo 21:23 – 22:14

VI. INTRODUCCION
Ya dejamos atrás el domingo de ramos, el día cuando Jesús entró triunfante en Jerusalén y también vimos cómo el
lunes, el Señor se dirigió nuevamente al templo y en el camino al pasar junto a una higuera que aparentaba tener
frutos, pero al no encontrarle nada, el Señor la maldijo. Luego entró al templo en donde nuevamente lo purificó
echando a los mercaderes y cambistas que se aprovechaban del pueblo comerciando con la gracia de Dios.

El día martes, ocurrieron varias cosas que por razón del poco tiempo que disponemos no alcanzamos a
mencionarlas y explicarlas todas, pero si usted tiene lápiz y papel tome nota de los pasajes bíblicos que voy a
mencionar, usted puede leer en su Biblia todos los incidentes que ocurrieron en ese día: En el evangelio de Mateo,
los capítulos 21 al 23; en el evangelio de San Marcos capítulo 12; en el evangelio de San Juan, capítulo 12, y el
evangelio de San Lucas capítulo 22. En el libro, El Deseado de Todas las Gentes, capítulos 65 y 66. Hoy vamos a ver
Mateo 21:23 – 22:14.

En ese día martes, el tercer día de la semana de la Pasión de nuestro Señor, Cristo estaba enseñando en el templo
y los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo vinieron a él y le dijeron: “Con qué autoridad haces esto
y quién te dio esa autoridad?”

En aquellos tiempos, el procedimiento para ser reconocido como un maestro religioso en Palestina era simple:
Originalmente los candidatos a rabinos eran ordenados por el rabino principal, al cual respetaban y bajo cuya
enseñanza servían. Pero debido a ciertos abusos el alto consejo judío, el Sanedrín tomó la responsabilidad de hacer
la ordenación.

En su ordenación, un hombre era declarado rabino, anciano y juez; recibía autoridad para enseñar, expresar
sabiduría y emitir veredictos. Por eso los dirigentes judíos hicieron esa pregunta a Jesús delante de todo el pueblo.

Jesús pudo haberles dicho que lo hacía por la ordenación que Dios su Padre le había dado, pero Jesús sabía que
ellos, los Judíos no podían reconocer a Dios en él o no creían en su propio testimonio que él era el Cristo.

Jesús evadió la respuesta y les dijo: “Yo también os preguntaré una palabra, la cual si me dijereis, también yo os
diré con qué autoridad hago esto. ¿El bautismo de Juan, de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres?

Los sacerdotes y gobernantes estaban perplejos. “Pensaban entre sí, diciendo: Si dijéremos, del cielo, nos dirá:
¿Por qué no le creísteis? Y si dijéremos de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por
profeta. Y respondiendo a Jesús dijeron: No sabemos. Y él también les dijo: Ni yo os digo con qué autoridad hago
esto”.

Recordando cómo Juan había repetido las profecías referentes al Mesías, recordando la escena del bautismo de
Jesús, los sacerdotes y gobernantes no se atrevieron a decir que el bautismo de Juan procedía del cielo.

Si ellos hubiesen reconocido que Juan era profeta, como creían que lo era, no podían haber negado que Jesús de
Nazaret era el Hijo de Dios. Entonces ellos dijeron: “No sabemos”.

Entonces Cristo les presentó tres parábolas, vamos a meditar en ellas y ver el mensaje que el Señor dio al pueblo
de Israel en aquel día y que también quiere darnos a nosotros hoy.

II. LA PARABOLA DEL PADRE Y DE LOS DOS HIJOS. HECHOS, NO PALABRAS


14

La primera de las tres parábolas que vamos a ver es la parábola del padre y de los dos hijos que encontramos en
San Mateo 21:23-32:
“Un hombre tenía dos hijos, y llegando. El primero le dijo: Hijo ve hoy a trabajar a mi viña. Y respondiendo él
dijo: No quiero; más después, arrepentido fue. Y llegando al otro, le dijo de la misma manera: Y respondiendo
él, dijo: Yo, señor, voy. Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dicen ellos: El primero”.

En esta parábola, el padre representa a Dios, la viña a la iglesia. Los dos hijos representan dos clases de personas.
El hijo que rehusó obedecer la orden diciendo: “No quiero”, representaba a los que estaban viviendo en abierta
transgresión, que no hacían profesión de piedad, que abiertamente rehusaban ponerse bajo el yugo de la
restricción y la obediencia que impone la ley de Dios.

“Pero muchos de ellos se arrepintieron y obedecieron al llamamiento de Dios. Cuando llegó a ellos el Evangelio en
el mensaje de Juan el Bautista: “Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado”, se arrepintieron y
confesaron sus pecados.

El que dijo: “Yo señor voy. Y no fue”, representa a los dirigentes Judíos. Ellos eran impenitentes y tenían suficiencia
propia, La vida de la nación judía se había convertido en una simulación.”

Dios los llamó a su viña para que le sirvieran y ellos dijeron: “Yo señor voy”, pero no fueron. La historia de Israel
nos demuestra que ellos no cumplieron el deseo de Dios de llevar el Evangelio al mundo como estaba en sus planes,
sino que fracasaron porque rehusaron obedecer a Dios.

Esta parábola es también para nosotros los cristianos del siglo XX. Muchos pretenden hoy día obedecer los
mandamientos, pero no tienen el amor de Dios que fluye hacia otros. Cristo los llama a unirse con él en su obra
por la salvación del mundo, pero ellos se contentan diciendo “Yo, señor voy”. Pero no van.

He conocido cristianos que como el hijo infiel, viven toda la vida haciéndole promesas falsas al Señor. Le dicen: “Si
tú me das esto, yo te voy a ser fiel. Si me das lo otro, yo te voy a servir toda la vida. Si me gano la lotería, yo te
prometo que voy a dar mi diezmo cada semana”. Conocí a un joven, que según me contó él, le había prometido al
Señor serle fiel si una muchacha que le gustaba lo aceptaba como novio.

“Esas personas aparentan cumplirla promesa de obedecer cuando ello no implica sacrificio; pero cuando se
requiere sacrificio y abnegación, cuando ven que hay que alzarla cruz, se echan para atrás. Una persona convertida
no puede vivir una vida inútil y estéril”.

Nuestro Padre Celestiales un Dios sabio. El no permitirá la entrada a su reino de ninguno que no se haya esforzado
en conocer lo que constituye las leyes de Su reino y se prepara para tener parte en él. “Los que rehúsan cooperar
con Dios en la tierra, no cooperarían con El en el cielo, No sería seguro llevarlos al cielo”.

“El hijo que durante un tiempo rehusó obedecer la orden de su padre, no fue condenado por Cristo ni tampoco
alabado. Las personas representadas por el primer hijo no merecen alabanza por su actitud. Su Franqueza no debe
ser considerada como una virtud… El hecho de que un hombre no sea hipócrita no mengua su condición de
pecador. Cuando las exhortaciones del Espíritu Santo llegan al corazón, nuestra única seguridad reside en
responder! A ellas sin demora. Es peligroso demorar la obediencia.

“Si oyereis su voz hoy, no endurezcáis vuestros corazones”. (Hebreos 4:7). Quizás no oigamos otra vez la
invitación.”

Esta parábola entonces, nos enseña que hay dos clases de personas en el mundo hoy y sólo dos clases serán
reconocidas en el juicio: la que viola la Ley de Dios y la que le obedece.
El Señor dice a los que le sirven fielmente: “serán para mí especial tesoro…, en el día que yo tengo que hacer: Y
perdonaré los como el hombre que perdona a su hijo que le sirve”. (Malaquías 3:17).
15

III. UN MENSAJE A LA IGLESIA MODERNA


La parábola de los dos hijos fue seguida por la parábola de la viña (San Mateo 21:33-44).

En la primera, vimos cómo Cristo presentó delante de los maestros Judíos la importancia de la obediencia. En la
que vamos a ver señaló las ricas bendiciones conferidas a Israel, y por medio de ellas presentó el derecho que Dios
tenía a su obediencia.

“Fue un hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, y la cercó de vallado, y cavó en ella un lagar, y edificó
una torre, y la dio a renta a los labradores, y se partió lejos”.

La parábola de la viña, era familiar para los judíos. Ellos la conocían. El profeta Isaías 700 años antes la había
presentado al pueblo de Jerusalén. Ustedes pueden leerla en Isaías capítulo 5.

Al igual que el padre de familia había plantado una viña, así Dios había escogido a un pueblo (el pueblo de Israel)
de entre el mundo para que fuera preparado y educado por Cristo.

El profeta Isaías dice: “La viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá, planta suya
deliciosa” (Isaías 5:7).

Sobre ese pueblo Dios había prodigado grandes privilegios, bendiciéndolos ricamente con gran bondad.

Primeramente Dios les reveló a ellos la pureza de su carácter y su gran misericordia. De la misma manera Dios
esperaba que su pueblo llevara esos frutos: Que fuera una nación santa y una nación llena de misericordia. Pero
Israel no dio esos frutos. En lugar de santidad, sus habitantes estaban llenos de iniquidad y en lugar de misericordia,
la tierra estaba llena de violencia, de crimen, de opresión, gula y las prácticas más corruptas.

Dios les dio la oportunidad de que fueran sus representantes ante el mundo pagano. Para cumplir ese propósito,
Dios llamó a Abraham a salir de su parentela idólatra, le indicó que morara en la tierra de Canaán y le dio la
promesa: “Haré de ti una nación grande, y bendecirte he, y engrandeceré tu nombre y serás bendición”. (Génesis
12:2).

Los descendientes de Abraham, Jacob y su posteridad, fueron llevados a Egipto, para que en medio de aquella
nación grande e impía, pudieran revelarlos principios del reino de Dios.

También, como otra gran bendición, a este pueblo le Fueron confiados los oráculos de Dios. El Señor puso una
cerca protectora alrededor de ellos: Su santa ley, los principios de verdad, justicia y pureza. La obediencia a sus
principios había de ser su protección. Y como la torre en la viña. Dios colocó en medio de la tierra Su santo templo.

Su obediencia a la ley de Dios había de hacerlos maravillas de prosperidad ante los ojos del mundo Cristo podría
darles habilidad en todo artificio, los ennoblecería y los elevaría mediante la obediencia de sus leyes.

Si eran obedientes serían preservados de las enfermedades que afligían a otras naciones y habían de ser
bendecidos con vigor intelectual. La gloria de Dios se revelaría en su prosperidad. Llegaría de ser un reino de
sacerdotes y príncipes.

Dios les proveyó toda clase de facilidades para que llegaran a ser la nación más grande de la tierra.

“Cuando los israelitas entraron en la tierra prometida, era el plan de Dios de que ellos ocuparan todo el territorio
que Dios les había señalado. Las naciones que rechazaran el culto y el servicio al verdadero Dios serían destruidas.
Pero el propósito de Dios era que por la revelación de su carácter mediante Israel, los hombres fueran atraídos a
Él.
16

Todos los paganos que se volvieran de la idolatría al culto del verdadero Dios, debían unirse con el pueblo escogido.
A medida que aumentara el número de israelitas, éstos debían ensanchar sus fronteras, hasta que su reino
abarcara el mundo”.

La historia de Israel es una historia triste porque tuvo todas las oportunidades en su mano y las despreció. Israel
no cumplió el propósito de Dios. Tristemente el Señor declaró: “Israel es una frondosa viña haciendo frutos para
sí”. (Jeremías 2:21, Oseas 10:1).

“Dios soportó a su pueblo con corazón paternal. Lo constriñó con misericordias dadas y misericordias retiradas.
Pacientemente le presentó sus pecados, y con tolerancia esperó su reconocimiento.”

“Fueron enviados profetas y mensajeros para que insistieran ante los labradores en las demandas de Dios; pero
en lugar de ser bienvenidos fueron tratados como enemigos. Los labradores los persiguieron y los mataron”.

“Como último recurso Dios envió a su Hijo diciendo: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero su resistencia los había
vuelto vengativos, y dijeron entre sí:

“Este es el heredero; venid, matémosle y tomemos su heredad”. Entonces nos dejará gozar de la viña y hacerlo
que nos plazca con el fruto.

En la parábola de la viña después de que Cristo hubo descrito delante de los sacerdotes su acto culminante de
impiedad, les hizo la pregunta: “Cuando viniere el Señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?”.

Los sacerdotes habían seguido la narración con profundo interés y sin considerarla relación que el lema tenía con
ellos, se unieron con el pueblo en la respuesta: “A los malos destruirá miserablemente, y su viña dará a renta a
otros labradores, que les paguen el fruto de sus tiempos”.

“Sin advertirlo, habían pronunciado su propia sentencia Como pueblo, los Judíos habían dejado de cumplir el
propósito de Dios, y la vinales fue quitada. Los privilegios de que habían abusado, la obra que habían
menospreciado, fueron confiados a otros.”

La parábola de la viña se aplica no sólo a la nación judía. Tiene una lección para nosotros.

La iglesia en esta generación representa la viña de la parábola, y ha sido dotada por Dios de grandes privilegios y
bendiciones, y El espera los resultados correspondientes.

Hemos sido redimidos mediante un rescate costoso: La sangre preciosa de nuestro Señor Jesucristo, que en esta
semana como cristianos, recordamos.

Dios espera frutos de su viña: Frutos de humildad y de arrepentimiento, sencillez de la piedad, principios de amor,
de bondad, belleza de carácter, servicio abnegado.

El Señor desea que mencionemos al mundo su bondad y hablemos de su poder.

Cuando usted habla con un amigo, ¿de qué le habla? ¿De sus negocios, de los deportes, de política, o le habla de
Cristo?
Dios ha impartido a su iglesia sus dones y espera también que su pueblo le alabe mediante un servicio tangible, no
solo de palabras. Debemos llevar al Señor no sólo los diezmos, sino ofrendas voluntarias y ofrendas de gratitud.
Dios no espera menos de nosotros de lo que esperaba del pueblo de Israel antiguamente.

“La iglesia debe llevar adelante la gran obra de la salvación de las almas. El ha hecho provisión para esa obra por
medio de los diezmos y las ofrendas. El espera que así se sostenga el ministerio del Evangelio”.
17

Como iglesia, debemos ver en la historia del pueblo de Israel una advertencia para nosotros. “La ingratitud a Dios,
el descuido de las oportunidades y bendiciones, el aprovechamiento egoísta de los dones de Dios; todo esto estaba
comprendido en el pecado que hizo caer la ira sobre Israel.” A veces caemos en el peligro de jactarnos que somos
la iglesia de Dios, y esa jactancia nos lleva a confiar en nosotros mismos y vivir satisfechos con casi nada, o lo poco
que hacemos por el Señor.

Si Dios no perdonó a Israel, tampoco nos perdonará a nosotros como iglesia, si descuidamos las bendiciones y
oportunidades que nos han sido dadas y somos negligentes en el trabajo de su viña.

IV. LA PARABOLA DEL VESTIDO DE BODAS


Hemos visto que en la parábola de los dos hijos Jesús les hizo ver a los Judíos la importancia de la obediencia, y en
la parábola de la viña el Señor les hace también ver el derecho que Dios tenía de reclamarles obediencia por todas
las bendiciones que les había otorgado; y seguidamente les relató otra parábola. Es la parábola del vestido de
bodas.

Leer la parábola (San Mateo 22:1-14).

“La parábola del vestido de bodas representa una lección del más alto significado. El casamiento representa la
unión de la humanidad con la divinidad; el vestido de bodas representa el carácter que todos deben poseer
parapara ser tenidos por dignos convidados a las bodas”.

“En esta parábola se ilustra la invitación del Evangelio, su rechazamiento por el pueblo judío, y el llamamiento de
misericordia dirigido a los gentiles”.

El llamamiento a la fiesta es una invitación del rey. Procede de aquel que está investido de poder para ordenar.
Confiere gran honor. Sin embargo el honor no es apreciado. La autoridad del rey es menospreciada y es recibida
con insultos y homicidios. Trataron a sus siervos con desprecio, afrentándolos y matándolos.

A los que despreciaron la invitación del rey, no sólo se decreta la exclusión de su presencia y de su mesa, sino que
el rey “enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos homicidas y puso fuego a su ciudad”.

Hay dos puntos importantes en esta parábola que nos llama a reflexionar:

Primeramente, el relato enfatiza que hay una invitación de parte del rey. “La invitación para la fiesta había sido
dada por los discípulos de Cristo. Nuestro Señor había mandado a los doce y después a los setenta, para que
proclamasen que el reino de Dios estaba cerca e invitasen a los hombres a arrepentirse y a creer en el Evangelio.”
En la primera ocasión dice San Mateo 22:3: “Mas estos no quisieron venir”.

Luego les envió nuevamente sus mensajeros, pero los que estaban siendo invitados, dice el versículo 5: “Mas ellos,
sin hacer caso, se fueron uno a su labranza, otro a sus negocios”.

En vista de que los que fueron invitados no quisieron ir, el rey envió nuevamente a sus siervos para que fuesen por
todas partes e invitaran a todos los que hallaren en los caminos, tanto a malos como buenos y les dijesen: “He aquí
mi comida he aparejado, mis toros y animales engordados son muertos y todo está prevenido: Venid a las
bodas”.
Dice entonces San Mateo 22:10: “Y el salón de bodas se llenó de convidados”.

La tercera invitación representa la proclamación del Evangelio a los gentiles. Entre los que aceptaron la invitación
hubo algunos que solo pensaban en su propio beneficio. Vinieron para disfrutar del banquete, pero no por el deseo
de honrar al rey.
18

Cuando el rey vino a ver a los convidados se reveló el verdadero carácter de todos. Para cada uno de los convidados
se había provisto un vestido de bodas.

Ese vestido era un regalo del rey. Pero un hombre estaba aún vestido con sus ropas comunes. Había rehusado
hacer la preparación requerida por el rey. Desdeñó usar el manto provisto para él a gran costo. De esa manera
insultó a su señor.

“Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí un hombre no vestido de boda. Y le dijo: Amigo, cómo entraste
aquí no teniendo vestido de boda? Mas él cerró la boca”. No pudo contestar nada. Se condenó a sí mismo.

“Entonces el rey dijo a los que servían: Atado de pies y de manos tomadle, y echadle en las tinieblas de afuera:
Allí será el lloro y el crujir de dientes”.

El segundo punto que se destaca en esta parábola es que la Insta queda llena de convidados, pero enfatiza que
todos los que asisten a la fiesta, tienen que hacer cierta preparación. I <>s que descuidan la preparación son
echados fuera.

Quizás ustedes alguna vez han hecho una fiesta en su casa y les ha sucedido el caso de que una persona o varias
que no fueron invitadas. Es decir, como decimos popularmente: “Se colaron a la fiesta”.

Recuerdo que cuando era niño, una de mis primas se casó y la familia hizo una gran fiesta. En aquellos años se
acostumbraba que las bodas fuesen en la mañana (porque hoy día una boda puede celebrarse a cualquier hora del
día o de la noche), y luego de la ceremonia de la iglesia, los novios y todos los convidados iban a la casa donde se
celebraba la fiesta. Se servía un desayuno, luego más tarde venía el almuerzo y si la familia era pudiente había más
comida y la fiesta se prolongaba más tiempo.

Bueno, en esa fiesta, apareció un hombre alto, de pelo negro que se destacaba por tener una camisa blanca de
cuello almidonado muy grande, lo que hacía fácil identificarlo entre todos los convidados. Los padres de la novia y
demás familiares se dieron cuenta que ese hombre no había sido invitado y pronto se corrió la voz que había “un
colado” en la fiesta.

Todos lo miraban con poca amistad y el ambiente se fue poniendo tenso y pesado. Los familiares de la novia le
dijeron que debía salir y hasta lo amenazaron con que llamarían a la policía si no se iba, porque no había sido
invitado. Al final fue tanta la presión que el hombre sumamente incómodo, tuvo que retirarse.

Cada vez que leo esta parábola en mi Biblia, viene a mi mente este suceso y recuerdo aquel hombre que tuvo que
salir de la boda porque no había sido invitado.

Felizmente en la fiesta de la boda del Hijo de Dios todos hemos sido invitados, pero los que asistamos tendremos
que tener el vestido de boda.

En la parábola, cuando el rey preguntó: “¿Cómo entraste aquí no teniendo el vestido de boda?”, el hombre quedo
mudo. Así ocurrirá en el día del juicio. Los hombres pueden disculpar sus defectos de carácter, pero en aquel día
no tendrán excusas que presentar. “
El Señor Jesús al relatar esta parábola les dio este solemne mensaje a los que lo escuchaban aquel martes de la
semana de la pasión, y este mensaje es también para nosotros los que vivimos hoy día: “No habrá un tiempo de
gracia futuro en el cual prepararse para la eternidad”.

“En esta vida hemos de vestirnos con el manto de la justicia de Cristo. Esta es nuestra única oportunidad de formal
caracteres para el hogar que Cristo ha preparado para los que obedecen sus mandamientos”.

V. CONCLUSION
19

Nuestro Padre Celestial es un Dios que invita. La Biblia está llena de invitaciones que Dios hace al hombre. Dios es
un rey que prepara el palacio, pone la mesa e invita a todos a entrar. Podríamos decir que la palabra favorita de
Dios es “Venid”.

Isaías 1:18: “Venid luego y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán
emblanquecidos”.

Isaías 55:11: “A todos los sedientos, venid a las aguas”.

San Mateo 11:28: “Venid a mí todos los cansados y yo os luiré descansar”.

San Mateo 22:4: “Venid a las bodas”.

San Marcos 1:17: “Venid en pos de mí y os haré pescadores ¡le hombres”.

San Juan 7:37: “Si alguno tiene sed, venga a mi beba”.

En ese martes el Señor hizo su última invitación al pueblo judío antes de ir a la cruz y les dijo: “hijo, ve hoy a
trabajar en mi viña”.

En este martes, el Señor nos muestra como Dios nos ha amado y nos ha dado todo. Él ha preparado el palacio, ha
puesto la mesa, ha abierto las puertas y El espera de todos nosotros una respuesta a su invitación: “hijo, ve hoy a
trabajar en mi viña”.

¿Qué responderá usted?


En este martes el Señor por medio de la parábola del vestido de bodas, nos habla de la invitación más solemne a
la cual todo creyente cristiano está invitado y en ese día si usted no ha ido a la fiesta del Rey de reyes con el vestido
de boda, con el vestido que gratuitamente le ha ofrecido, Él le preguntará: “¿Cómo entraste aquí no teniendo el
vestido de boda?”

¿Qué responderá usted?

VI. LLAMADO
Esta semana debería ser para nosotros los cristianos al igual que lo fue para el pueblo de Israel cuando sonaban
las trompetas llamando al pueblo a hacer un profundo examen de su vida y prepararse para el día de la Expiación,
una semana de meditación de profundo recogimiento espiritual, recordando que Cristo murió en la cruz por
nuestros pecados, lástima que para muchos, tristemente, es una semana de turismo, y tal vez de diversión
mundanal.

A los que han venido hoy, y en algún momento en el pasado hicieron un pacto con el Señor en las aguas del
bautismo, les invito a reconsagrar su vida al Señor y con arrepentimiento decirle: “Señor, yo sé que he fallado en
la promesa que hice de trabajaren tu viña, pero con tu gracia y tu poder desde hoy voy a trabajar en tu viña”.

También hay hoy en este lugar personas que nunca han aceptado la invitación del Señor, no solamente de ir a
trabajar a su viña, sino también de ir al banquete que el ha preparado para la gran boda dé su Hijo.

Dios quiere que usted esté presente y también quiere regalarle el vestido de bodas para esa ocasión.

¿Quiere usted estar con los millones de pecadores redimidos y limpiados por la sangre de Cristo que asistirán en
ese glorioso día al gran banquete de gala cuando Jesús se unirá para siempre con su iglesia?
20

Sólo tiene que dar tres pasos fáciles: Reconocer que es pecador y con arrepentimiento confesar sus pecados a Dios
y aceptar a Cristo como su único Salvador y permitir que Él lo transforme y lo vista con el manto de su justicia,
permitirle a El que transforme su carácter pecador en un carácter santo.

¡Hágalo hoy mismo, porque mañana puede ser demasiado tarde!

GEMA INSPIRADA DEL DON PROFÉTICO

******* *******
EL CUIDADO EN LOS MODALES Y LA INDUMENTARIA

El predicador debe recordar que su porte en el púlpito, su actitud, su manera de hablar, su traje, producen
en sus oyentes impresiones favorables o desfavorables. Debe cultivar la cortesía y el refinamiento de los
modales, y conducirse con una tranquila dignidad conveniente a su alta vocación. La solemnidad y cierta
autoridad piadosa mezclada con mansedumbre, deben caracterizar su porte. La grosería y tosquedad no
se han de tolerar en la vida común, y mucho menos en la obra del ministerio. La actitud del predicador debe
estar en armonía con las verdades santas que proclama. Sus palabras deben ser en todo respecto sinceras
y bien elegidas.

Los predicadores no están facultados para actuar en el púlpito como actores de teatro, asumiendo
actitudes y haciendo gestos meramente por el efecto de ello. No son actores, sino maestros de la verdad.
Las acciones desmañadas y turbulentas no prestan fuerza a la verdad pronunciada; por el contrario,
desagradan a los hombres y mujeres de juicio tranquilo y opiniones rectas.

El predicador que haya aprendido de Cristo, estará siempre consciente de que es mensajero de Dios,
comisionado por él para hacer una obra cuya influencia ha de perdurar durante toda la eternidad. No debe
de ningún modo formar parte de su objeto el llamar la atención a sí mismo, su saber o capacidad. Todo su
propósito debe reducirse a traer a los pecadores al arrepentimiento, señalándoles, por precepto y ejemplo,
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Debe hablar con plena conciencia de que posee poder
y autoridad de Dios. Sus discursos deben tener una seriedad, un fervor, una fuerza de persuasión, que
induzcan a los pecadores a buscar refugio en Cristo.

El cuidado en el vestir es de importante consideración. El predicador debe vestir de una manera que
cuadre con la dignidad de su posición. Algunos predicadores han fracasado en este respecto. En algunos
casos no sólo han manifestado falta de gusto y de ordenado arreglo de su traje, sino que éste carecía de
aseo y buen aspecto.

El Dios del cielo cuyo brazo mueve el mundo, quien nos da vida y guarda en buena salud, queda honrado
o deshonrado por la indumentaria de los que ofician en honor suyo. El dio a Moisés instrucciones especiales
acerca de cuanto se relacionaba con el servicio del tabernáculo, y especificó el traje que debían llevar los
que habían de ministrar ante él. “Harás vestidos sagrados a Aarón tu hermano, para honra y hermosura”, fue
la indicación dada a Moisés. Todo lo relacionado con el atavío y porte de los sacerdotes debía ser de tal
índole que impresionase al espectador con un sentimiento de la santidad de Dios, del carácter sagrado de
su culto, y de la pureza requerida de aquellos que se allegaban a su presencia. (Obreros Evangélicos, pág.
182}
21

TEMA 4
EL ÚLTIMO SERMÓN DE JESÚS
Texto: San Mateo 24:42 INTRODUCCION
(Este sermón está basado en los de los Evangelios de Mateo capítulos 24-25; Marcos 13. Lucas 21 y en el libro de
Elena G. de White “El Deseado de todas las gentes” los capítulos 69 y 70).

VI. INTRODUCCIÓN
El martes después de que Jesús habló a los sacerdotes y gobernantes antes de retirarse del templo les dijo: “He
aquí vuestra casa os es dejada desierta” (Mateo 23:38).

Estas palabras llenaron de terror su corazón. Al salir del templo, los discípulos dejaron atrás a los aterrorizados
oyentes, y deteniéndose, llamaron la atención de Jesús hacia la belleza del templo, verdadera obra maestra de la
ingeniería judía, y Jesús les dijo: Llegará el día en que “no será dejada aquí piedra sobre piedra que no sea
derribada” (San Mateo 24:2). Los discípulos no podían comprender cómo se podían derribar esos sólidos muros.
Jesús y los discípulos se dirigieron al entonces al Monte de las olivas y cuando Jesús estuvo solo, Pedro, Juan,
Santiago y Andrés vinieron a él y le preguntaron: “Dinos – le dijeron - ¿Cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá
de tu venida y del fin del mundo?

Desde hace varios años, los científicos han predicho que dentro de los próximos 30 años en el estado de California,
en los Estados Unidos, habrá un terremoto de magnitudes incalculables. Los científicos no han podido precisar la
fecha, sólo dicen que puede ocurrir en cualquier momento. Por tal razón, las autoridades del estado de California
después del terremoto de Loma Prieta en el año 1987 que tuvo una intensidad de 7.1 en la escala de Ritcher y
causó muchas muertes y produjo pérdidas materiales valoradas en muchos millones de dólares, enviaron a cada
residente del estado una publicación con información sobre ese terremoto que vendrá alertando a los habitantes
para que estén preparados para ese momento.

Entre las recomendaciones que se mencionan en esa publicación, era que siempre deben tener en sus casas uno
o dos garrafones de agua, tener siempre consigo un radio portátil para recibir informaciones, tener alimentos
enlatados de reserva, llevar siempre en su automóvil un par de zapatos viejos por si el terremoto los sorprendía
en las autopistas y tengan que caminar largas distancias para llegar a sus hogares o lugares de refugio, y una
linterna con pilas nuevas.

Lo interesante del caso es que la gente no ha prestado mucha atención a esta advertencia, y según un informe del
departamento de bomberos, la gente llama constantemente no para pedir información sobre cómo estar
preparados, sino pidiendo información de cuándo será la fecha del próximo terremoto.

Cuando leí este caso curioso, recordé la pregunta que le hicieron los discípulos Pedro, Juan, Santiago y Andrés al
Señor Jesús: ¿Dinos, cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida y del fin del mundo? (San Mateo
24:3).

Jesús no les dijo el tiempo exacto de cuándo serían esas cosas ni les dio una fecha precisa de esos acontecimientos.
Solamente les dijo que habría señales y que estuviesen apercibidos, preparados. Ese fue su último sermón.

Tal vez nos sorprenda que Jesús hizo de la importancia de estar apercibidos, de la preparación, el tema de su último
sermón. A mí me sorprendió. Yo hubiera predicado sobre el amor o la familia o la importancia de la iglesia. Jesús
no. Jesús predicó sobre lo que muchos hoy día consideran pasado de moda. El predicó sobre estar listos para ir al
cielo.

El Espíritu de Profecía, en el libro “El Deseado de Todas las Gentes, pág. 582 nos hace una solemne aclaración:
“Este discurso entero no fue dado solamente para los discípulos, sino también para aquellos que iban a vivir en
medio de las últimas escenas de la historia de esta tierra.”
22

II. DIOS NOS ENVIA ADVERTENCIAS


Dios nunca envía la destrucción sin antes dar una oportunidad, sin’ antes amonestar, sin antes avisar con el
propósito de que los hombres se arrepientan, se preparen y puedan ser salvos.

Cuando Dios decidió destruirá los antediluvianos, ellos recibieron no solo un mensaje de Dios, sino muchos, a fin
de que se arrepintieran y no perecieran.

Durante ciento veinte años Noé les habló sobre la destrucción que vendría si ellos continuaban esa vida de pecado
que llevaban. Cada golpe que se daba a medida que se construía el arca, era una amonestación para ellos.

Cuando Dios decidió castigar a Sodoma y a Gomorra, Dios envió a sus ángeles a avisar a Lot y a su familia que
salieran de la ciudad porque el Señor la iba a destruir.

Antes de que Israel fuera llevado cautivo primeramente por los asirios y setecientos años más tarde por los
babilonios, Dios les envió sus profetas, ofreciéndoles el perdón si se arrepentían y anunciándoles las terribles
tragedias que iban a caer sobre ellos si persistían en sus pecados.

De la misma manera que el Señor obró en el pasado, avisando a los hombres la destrucción que vendría, cuando
los discípulos le preguntaron acerca de la destrucción de Jerusalén y de la destrucción final del mundo, Jesús
mezcló estos dos acontecimientos. El Señor juntó la descripción de estas dos grandes crisis dejando a los discípulos
estudiar por sí mismos el significado.

“Cuando se refirió a la destrucción de Jerusalén, sus palabras proféticas llegaron más allá de este acontecimiento
hasta la conflagración final de aquel día en que el Señor se levantará de su lugar para castigar al mundo por su
iniquidad”. Y volviéndose a sus discípulos les dijo las señales que habría:

III. SEÑALES ANTES DEL FTN

VI. Falsos cristos y falsos profetas


“Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos
engañarán” (San Mateo 24:4,5).

Antes de la destrucción de Jerusalén hubo muchos falsos mesías y falsos profetas que pretendían realizar milagros
que le decían al pueblo: “No se preocupen, nada va a pasar. El tiempo de la liberación de la nación judía ha llegado”.
Las palabras de Cristo se cumplieron y los falsos mesías engañaron a muchos. Esa amonestación es también para
nosotros. Los mismos engaños practicados antes de la destrucción de Jerusalén han sido practicados a través de
los siglos y lo serán de nuevo.

Hoy día hay cientos de iglesias que proclaman tener la verdad. Según el “Almanaque Mundial”, solamente en los
Estados Unidos hay más de 300 organizaciones religiosas, y en los últimos años, según una revista religiosa, han
aparecido más de 500 sectas religiosas, algunas de origen evangélico, otras basan sus ideas en las religiones
orientales, otras africanas, y otras de diferentes partes del mundo. Algunas de ellas son organizaciones con
millones de miembros, mientras que otras son sólo grupos pequeños con pocos adherentes, pero todas tienen una
cosa en común: Todas dicen tener la verdad.

Cada año aparecen personajes que se dicen ser Cristo. Sin duda los casos más recientes de esta clase de personajes
fue primeramente el de Jim Jones, quien fundó la “Iglesia Cristiana del Templo de los Pueblos” en la ciudad de San
Francisco, California, Estados Unidos. El convenció a sus seguidores que debían instalarse en el país sudamericano
de Guyana, conocido antes como la Guayana inglesa. Allí se fueron él y todos sus seguidores junto con sus familias,
incluyéndolos niños y establecieron una granja donde se hacía todo lo que él ordenaba.
23

Un día Jim Jones llamó por los altavoces de la granja a todos sus seguidores para que se congregaran en el pabellón
de reuniones y todos acudieron. El se sentó en su enorme silla y con su voz hipnótica les habló de la belleza de la
muerte y de la certeza que todos se encontrarían de nuevo.

Guardias armados rodearon a la gente. Trajeron una tina llena de refresco con cianuro. La mayoría de los miembros
del culto bebió el veneno sin hacer resistencia. Quienes intentaron resistir fueron obligados a beber.
Primero le administraron el veneno a los bebés y a los niños –alrededor de ochenta-. Después los adultos: mujeres
y hombres, líderes y seguidores, y finalmente, el propio pastor Jim Jones.

Todo estuvo en calma unos minutos; entonces comenzaron las convulsiones, los gritos llenaron el cielo de Guyana,
y todo fue una confusión general. En cuestión de minutos todo había terminado. Los 780 miembros de la “Iglesia
Cristiana del Templo de los Pueblos” estaban todos muertos. También su líder Jim Jones.

El otro caso aún más reciente es el de David Koresh quien se autoproclamaba ser el mesías. El era el líder de la
secta de los “Davidianos” y que tenían su sede en la ciudad de Waco, estado de Texas, en los Estados Unidos. El y
todos sus seguidores –aproximadamente 80- que estaban reunidos, murieron a causa de un incendio ocasionado
por una explosión en el momento en que autoridades del gobierno intentaron entrar al edificio donde estaban
reunidos.

Es sorprendente como hoy día están apareciendo en la prensa, la radio y la televisión, noticias con la aparición de
la imagen de la virgen en diferentes países del mundo. Cientos de personas acuden a ver esos fenómenos.

Estos casos que he mencionado no son los últimos; antes de la segunda venida de Cristo a la tierra vendrán otros
más.

Recordemos la advertencia y el consejo del Señor: “Mirad que no seáis engañados, porque vendrán muchos en
mi nombre diciendo: Yo soy el Cristo, y el tiempo está cerca. Mas no vayáis en pos de ellos” (San Lucas 21:9).

2. La destrucción de Jerusalén.
El Señor dijo a los discípulos que Jerusalén sería destruida y que del templo no quedaría piedra sobre piedra. En la
primavera del año 70 d.C. el general romano Tito, con cuatro legiones de soldados y una gran cantidad de auxiliares,
comenzó el asedio de la ciudad de Jerusalén, que estaba atestada de Judíos venidos de todas partes y se habían
reunido allí para celebrar la Pascua.

A medida que el sitio avanzaba, la suciedad, las epidemias y el hambre comenzaron a diezmar la población. El
hambre fue tal, que hubo madres que se comieron a sus propios bebés que habían muerto. Cuando la ciudad fue
tomada incendiada y destruida, el templo corrió la misma suerte. Ese hermoso edificio, orgullo de la arquitectura
judía y una de las joyas del imperio romano fue consumido por las llamas. El fuego derritió el oro que cubría su
cúpula y sus paredes, y los soldados romanos removieron hasta la última piedra por conseguirlo. De esta manera
se cumplieron las palabras de Jesús: “No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada” (San Mateo 24:2).

La suerte de la población no fue menos triste. 250.000 judíos palestinos murieron de hambre, fueron quemados
vivos, fueron atravesados por las flechas, muertos a hachazos, crucificados o esclavizados hasta morir.

“Jesús también les dio a sus discípulos una señal de esa gran tragedia que vendría y cómo podrían escapar: “Cuando
viereis a Jerusalén cercada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que
estuvieren en Judea, huyan a los montes, y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no
entren en ella. Porque estos son días de venganza: para que se cumplan las cosas que están escritas” (San Lucas
21:20-22).
Inexplicablemente, en cierto momento las tropas romanas dirigidas por el general Celcio que sitiaban la ciudad, se
retiraron y esta oportunidad fue aprovechada por los cristianos quienes obedecieron la amonestación que Jesús
les había dado cuarenta años antes, huyeron de Jerusalén y ninguno de ellos pereció cuando cayó la ciudad.
24

Así también ocurrirá cuando el Señor venga. Los que oyen sus palabras y las ponen por obra, ellos serán librados
de los juicios que caerán sobre el mundo muy pronto.

3. Guerras y rumores de guerras


“Y oiréis guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis; porque es menester que todo esto acontezca,
más aún no es el fin”. Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá hambres, y
epidemias y terremotos en diferentes lugares” (San Mateo 24:6,7).

El siglo XX que está próximo a terminarse, pasará a la historia como el siglo de las guerras y revoluciones, como
también la magnitud de éstas. Nunca antes ha habido una época en la historia donde el hombre ha inventado
armas tan mortales como las que existen hoy y haya vivido diariamente con el temor de la guerra. En la primera
guerra mundial se calcula que murieron más de 30 millones de personas. En la segunda guerra mundial los cálculos
dicen que hubo más de 50 millones de muertos. En España la guerra civil dejó más de un millón de muertos. La
revolución rusa en 1917 conmovió al mundo y dejó también millones de muertos. Hoy día, faltando tan solo unos
pocos años para que nuestro siglo pase a la historia, los muertos por revoluciones y guerras se cuentan por miles
cada año.

4. Hambres y epidemias
Jesús también dijo que antes de su venida y del fin del mundo habría hambre.

El siglo XX paradójicamente pasará también a la historia como “el siglo del hambre”. Los estudiosos de la historia
dicen que en los primeros 19 siglos de nuestra era, el 25% de la población del mundo padecía hambre, pero que
en el siglo XX que está terminando, el 75% de los habitantes del planeta padecen de hambre.

Según informes de las Naciones Unidas, miles de personas mueren en nuestro mundo diariamente por falta de
alimentos. En las dos últimas décadas nosotros hemos sido testigos viendo las noticias por la televisión y los
periódicos de las terribles hambrunas que han ocurrido en Etiopía, Somalia y Bangladesh, donde millones de seres
humanos han muerto por el flagelo del hambre. Si bien es cierto que en el Siglo XX la ciencia ha logrado controlar
terribles enfermedades como la viruela, el tifo, la fiebre bubónica que aterrorizaron y diezmaron la población del
mundo en el pasado, nuestra generación está amenazada por terribles enfermedades como el SIDA y el virus de
Ebóla, que amenazan diezmar la población de la tierra, y para las cuales no se ha encontrado todavía una cura.

Enfermedades como la malaria, el dengue y el cólera que antes eran endémicas, es decir que se daban únicamente
en determinadas regiones del planeta, ahora amenazan con esparcirse por todo el mundo. El cólera, que se
pensaba que era una enfermedad que sólo se daba en regiones del Asia Mayor como la India y Bangladesh,
apareció en Sur, Centro América y México,

Los especialistas en salud pública ya están anunciando que debido al recalentamiento del planeta, las aguas de los
océanos aumentarán su temperatura y el cólera llegará a ser una enfermedad mundial que matará a millones de
personas.

Este aumento de la temperatura del planeta también hará que se reproduzcan insectos donde debido a la
temperatura más baja antes no podían hacerlo. Al aumentar estos insectos aumentarán las enfermedades como
la malaria y el dengue. La oficina nacional del control de enfermedades de los Estados Unidos ya registró un caso
de dengue hemorrágico en el sur del estado de Texas en los Estados Unidos.

Los científicos también están advirtiendo que microbios causantes de muchas enfermedades actuales, están
adquiriendo resistencia a los antibióticos, lo que hace difícil combatir esas enfermedades y por lo tanto el número
de muertes va en aumento.

Dios ha manifestado su amor hacia el pecador, permitiendo al hombre encontrar alivio a los dolores y sufrimientos
causados por el pecado, pero a medida que nos acerquemos al final de la historia de este mundo y sus habitantes
25

persistan en su perversa conducta y el Espíritu de Dios se retire de la tierra, los hombres tendrán que sufrir las
consecuencias de haber rechazado la misericordia y el perdón ofrecido por el Cielo.

5. Terremotos
Jesús habló también de los terremotos. De los grandes desastres naturales que nos afectan cada año, el terremoto
es uno de los que más angustia y destrucción producen en los seres humanos.

Desde que el hombre ha llevado un registro de los terremotos acaecidos en el mundo en la era cristiana, nos
sorprende ver que esa calamidad va en aumento año tras año. Actualmente las 1.200 estaciones sismográficas que
hay en el mundo han detectado un millón de temblores cada año, de los cuales mil son peligrosos y diez pueden
ser terremotos considerados mayores con terribles consecuencias destructivas.

Esos terremotos han causado miles de víctimas. Mencionaré solamente algunos:


En 1556 en Shensi, China, un terremoto dejó 830.000 muertos. En 1923, en Tokio, Japón, murieron 200.000
personas. En 1970 en el Perú perecieron 50.000. El 26 de julio de 1976 a las 3:41 de la madrugada, un tremendo
sismo destruyó la ciudad industrial China de Tangshan. Se estima que hubo 650.000 muertos y centenares de miles
de personas quedaron heridas. “Fue como si una docena de bombas atómicas hubiesen estallado al mismo
instante”, dijeron los sismólogos.

“Dios usa estos cataclismos y señales cósmicas para sacudir la conciencia de los seres humanos y hacerles
reflexionaren la cercanía del regreso de Cristo” escribió un autor cristiano.

Yo espero que la próxima vez que usted sienta un temblor de tierra o escucha la noticia de un gran terremoto,
recuerde que el Señor le está diciendo: “Debes prepararte”.

6. Una gran persecución


“Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi
nombre” (San Mateo 24:9).

Después de la muerte del primer mártir cristiano, Esteban, en el año 34 d.C. se desató en Jerusalén una terrible
persecución contra los cristianos, que los obligó a huir, esparciéndose por todo el mundo en ese entonces
conocido. , Luego siguieron otras terribles persecuciones promulgadas por los emperadores romanos, en las cuales
los fieles seguidores de Cristo fueron encarcelados, crucificados, arrojados a las fieras y muertos por la espada.

Esta asolación de la que habló el Señor Jesús, no terminó cuando desapareció el imperio romano, sino que se hizo
más terrible durante la Edad Media. El Papa Inocencio III creó lo que se llamó el Tribunal del Santo Oficio de la
Inquisición, que persiguió sin misericordia a los que se negaban a obedecer a la Iglesia Católica.

Los historiadores han calculado que más de 50 millones de cristianos han sido muertos por causa de su fe. Fueron
hombres y mujeres de quienes el mundo no era digno. Su delito fue el de ser fieles a Dios. Por eso fueron
perseguidos y muertos.

“Así sucederá nuevamente. Las autoridades harán leyes para restringir la libertad religiosa. Asumirán el derecho
que pertenece a Dios solo. Pensarán que pueden forzar la conciencia que únicamente Dios debe regir. Ahora están
comenzando; y continuarán esta obra hasta alcanzar el límite que no pueden pasar. Dios se interpondrá a favor de
su pueblo leal, que observa sus mandamientos.” Estad preparados, dice el Señor. “El que perseverare hasta el fin,
este será salvo” (San Mateo 24:13).

Les preguntó hoy: ¿Están ustedes únicamente preguntando cuándo vendrá el Señor, o se están preparando?

7. Señales en los cielos


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Para que no hubiese duda y conociéremos con certeza el desarrollo de los eventos finales, el Señor Jesús dio a los
discípulos señales de su venida y fijó el tiempo en que la primera de esas señales iba a aparecer.

“Y luego de la aflicción de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su lumbre, y las estrellas caerán
del cielo, y las virtudes de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el
cielo; y entonces harán duelo todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes
del cielo, con poder y gran gloria” (San Mateo24:29,30).

Cristo anunció que entre “la tribulación de aquellos días” y su segunda venida en gloria, ocurrirían tres fenómenos
naturales bien definidos: (a) “El sol se oscurecerá”, (b) “la luna no dará su resplandor” y (c) “las estrellas caerán
del cielo”.

La historia nos dice que esos acontecimientos ocurrieron precisamente después de que terminó “la gran
tribulación”. Ese período duró por espacio de 1.260 años, desde el año 538 d.C. hasta el año 1798 d.C.

El primero de ellos, el oscurecimiento del sol, mencionado por Cristo, ocurrrióel 19 de mayo de 1780 y se conoce
con el nombre de “el día oscuro” así llamado a causa de una notable oscuridad que se extendió en toda Nueva
Inglaterra (Estados Unidos) que no ha tenido explicación científica alguna. La oscuridad empezó más o menos a las
nueve de la mañana y prosiguió hasta la media noche siguiente.

El segundo acontecimiento, “la luna no dará su resplandor”, “según declaraciones de testigos presenciales, la
noche que siguió al 19 de mayo de 1780 la Luna que a ratos se asomó no arrojaba luz y tenía apariencia de sangre,
tal como estaba anunciado en apocalipsis 6:12”.

El tercer acontecimiento: “las estrellas caerán del cielo” ocurrió el 13 de noviembre de 1833. Ese día se produjo
una extraordinaria lluvia de estrellas fugaces o meteoritos que fue vista en América del Norte desde el Canadá
hasta México.

Todos estos acontecimientos ocurrieron hace ya más de 150 años, y si alguien tiene alguna duda, cualquiera puede
ir a una biblioteca pública y obtener información sobre ellos para convencerse y prepararse.

8. La predicación del Evangelio a todo el mundo.


“Y será predicado este evangelio del reino a todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces
vendrá el fin” (San Mateo 24:14).

La última señal que Cristo dio a sus discípulos a fin de que estuviesen preparados para cuando él regrese, fue la
predicación del Evangelio a todo el mundo.

Hoy día la Biblia ha sido traducida a más de 1.810 idiomas y dialectos y es el libro de mayor venta en el mundo. La
predicación del evangelio ha llegado a países donde antes no había entrado o era prohibido hacerlo. Un ejemplo
es el caso de Bulgaria, donde por más de medio siglo el gobierno de ese país nunca permitió la predicación del
evangelio. Los que se arriesgaron a hacerlo fueron encarcelados y deportados.

La ex Unión Soviética es otro ejemplo. Por casi tres cuartos de siglo, la religión fue considerada ilegal. Cuando vino
el colapso y desapareció le abrieron las puertas para que el evangelio pudiera ser predicado en todas sus antiguas
repúblicas. Hoy, miles están escuchando las Buenas Nuevas, creyendo en el Señor y están siendo añadidos a la
iglesia.

Lo mismo podemos decir de la China. Por más de sesenta años el comunismo no sólo impidió la predicación del
evangelio, sino que persiguió y encarceló a los que lo hacían. Miles de fieles cristianos que mantuvieron viva su fe
hoy pueden adorar con más libertad y hablar a otros del amor de Dios y del sacrificio de Cristo. Todo esto nos habla
27

que las señales que Jesús anunció en su último sermón el miércoles unes de su muerte, se han cumplido y que el
Señor viene pronto y debemos estar preparados porque el tiempo es corto.

Jesús terminó esta parte de su último sermón con dos parábolas: La parábola de las diez vírgenes y la parábola de
loa talentos, enfatizando de esta manera la importancia de la preparación que debemos hacer.

IV. JESUS CONCLUYE SU SERMON


Jesús no concluyó su sermón de San Mateo 24 con las parábolas, la de los dos mayordomos, la de Las diez vírgenes
la de Los talentos, sino que presentó a sus discípulos una parábola más: La parábola de las Ovejas y los Cabritos
Esta parábola fue la última que él refirió, y debe ser bien l emprendida por todo aquel que espera ser aprobado en
el I >I.I del Juicio Final.

Leer San Mateo 25:31-46

En esta parábola Jesús presenta que Dios tomará como última evidencia, -y será la que decidirá nuestra entrada al
reino de los cielos- lo que sus seguidores hicieron con los pobres y menesterosos del mundo.

“En aquel día Cristo no presenta a los hombres la gran obra que él hizo para ellos al dar su vida por su redención.
Presenta la obra fiel que hayan hecho ellos para él.” Refiriéndose a los pobres y menesterosos, él dirá:

“Yo fui quien tuve hambre y sed. Yo fui quien anduve como un extraño. Yo fui el enfermo. Yo estuve en la cárcel.
Mientras estaban banqueteando en vuestras mesas abundantemente provistas, yo sufría hambre en el tugurio o
en la calle vacía. Mientras estabas cómodos en vuestro hogar, yo no tenía dónde reclinar la cabeza. Mientras
llenabais vuestros guardarropas con ricos atavíos, yo estaba en la indigencia, Mientras buscabais vuestros placeres,
yo languidecía en la cárcel.

Cuando concedíais la pitanza de pan al pobre hambriento, cuando le dabais esas delgadas ropas para protegerse
la mordiente escarcha, ¿recordasteis que estabas dando al Señor la gloria? Todos los días yo estuve cerca de
vosotros en la persona de aquellos afligidos pero no me buscasteis. No trabasteis compañerismo conmigo. No os
conozco”.

“El Salvador dio su vida preciosa para establecer una iglesia capaz de cuidar de las almas entristecidas y tentadas.
Un grupo de creyentes puede ser pobre, sin educación y desconocido, sin embargo, estando en Cristo puede hacer
en el hogar, el vecindario y la iglesia, y aún en regiones lejanas, una obra cuyos resultados serán tan abarcantes
como la eternidad” (El Deseado de todas las gentes, pág. 596).

V. CONCLUSION
En su último sermón, Cristo les dijo a sus discípulos las léñales que habría antes de su venida y les enfatizó la
importancia de estar preparados.

Nosotros podemos ver que esas señales se han ido cumpliendo y somos testigos de que la última gran señal se
está cumpliendo: El Evangelio está siendo llevado hasta lo último de la tierra. Jesús terminó su último sermón
diciendo que somos colaboradores con Dios y que cada uno tendremos que dar cuenta al Señor de lo que hicimos
por los pobres y desamparados del mundo. De lo que respondamos, dependerá nuestra entrada al cielo.

El profeta Jeremías en su libro, capítulo 13:20,21 hace una solemne pregunta: “Dónde está el rebaño que te fue
dado, la grey de tu gloria? Y ¿qué dirás cuando te visitará?”.

VI. LLAMADO
Muchos de los que estamos aquí hoy tal vez conocemos y hasta sabemos de memoria todas estas señales que el
Señor predijo, pero no nos hemos preparado. Muchas veces cuando oímos las noticias miramos la Biblia decimos:
¡Sí, estas cosas ya estaban escritas!, pero no hacemos caso de prepararnos.
28

Muchos de los que estamos aquí, hemos sido testigos de Cómo el Señor nos ha bendecido y no ha dejado que nada
nos falte, pero nos hemos olvidado de los pobres y menesterosos del mundo.

Les invito hoy, en esta semana de reflexión, porque eso es lo que debe ser la Semana Santa, una semana de
reflexión, no de turismo, para que reflexionemos y empecemos a papáramos hoy mismo para la venida del Señor.

También les invito a que cada día, desde hoy hasta cuando el Señor venga o nos lleve al descanso si esa es su
voluntad, a que cuidemos de las personas menesterosas, aliviando sus sufrimientos y necesidades.

Tal vez hay personas aquí que no sabían que el Señor volverá muy pronto y no habían oído hablar de las señales
de su venida. Pero hoy ya lo saben. Les invito a prepararse, reconociendo primeramente que es pecador,
confesando sus pecados al Señor teniendo la seguridad que será perdonado y acepte a Jesucristo como su único
salvador.

También les invito a que comience hoy mismo un ministerio personal, ayudando cada día por el resto de su vida,
a una persona necesitada, aliviando sus pesares y necesidades.

¡Hágalo hoy mismo, porque mañana puede ser demasiado tarde!

GEMA INSPIRADA DEL DON PROFÉTICO

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EL BUEN PASTOR
Cristo, el gran ejemplo para todos los predicadores, se compara a un pastor. “Yo soy el buen
pastor:—declara él—el buen pastor su vida da por las ovejas.” “Yo soy el buen pastor; y conozco
mis ovejas, y las mías me conocen. Como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi
vida por las ovejas”.
Como un pastor terreno conoce sus ovejas, así conoce el Pastor divino su grey que está dispersa
por todo el mundo. “Vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios,
dice el Señor Jehová”.
En la parábola de la oveja perdida, el pastor sale en busca de una oveja—el menor número que
podía mencionarse. Al descubrir que falta una oveja, no mira con negligencia el rebaño que está
albergado en seguridad, ni dice: Tengo noventa y nueve, y me costaría demasiada molestia salir
en busca de la extraviada. Vuelva ella, y le abriré la puerta del redil y la dejaré entrar. No; apenas
se extravía la oveja, el pastor se llena de pesar y ansiedad. Dejando las noventa y nueve en el
redil, sale en busca de la que se perdió. Por oscura y tempestuosa que sea la noche, por peligroso
e incierto que sea el camino, por larga y tediosa que sea la búsqueda, no se desalienta hasta
encontrar la oveja perdida.
¡Con qué alivio oye a lo lejos su primer débil balido! Siguiendo el sonido, trepa a las alturas más
escarpadas; llega a la misma orilla del precipicio a riesgo de perder la vida. Así sigue buscando,
mientras que el balido, cada vez más débil, le indica que su oveja está por morir.
Y cuando encuentra la extraviada, ¿le ordena que le siga? ¿La amenaza o castiga, o la arrea
delante de sí, al recordar la molestia y ansiedad que sufrió por ella? No; pone la exhausta oveja
sobre sus hombros, y con alegre gratitud porque su búsqueda no fue vana, vuelve al aprisco. Su
gratitud encuentra expresión en cantos de regocijo. “Y viniendo a casa, junta a los amigos y a los
vecinos, diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido”.
Así también cuando el buen Pastor encuentra al pecador perdido, el cielo y la tierra se unen
para regocijarse y dar gracias. Porque “habrá más gozo en el cielo por un pecador que se
arrepiente, que de noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentimiento.” (Obreros Evangélicos, pág. 190)
29

TEMA 5
SERVIDO POR EL MEJOR
Texto: San Juan 13:15 INTRODUCCION:
(Este capítulo está basado en los capítulos de San Mateo 26, San Lucas 22, San Juan 13 y “El Deseado
de todas las gentes” capítulos 71-74).

VI. INTRODUCCIÓN
El jueves de la Semana Santa, era el día en que los judíos celebraban la fiesta de la Pascua.

En esa ocasión debían preparar un cordero de un año, sin defecto, asado al fuego y comerlo a la hora del atardecer,
con hierbas amargas y panes sin levadura. Debían hacerlo de pie, y ataviados como si tuvieran que salir
apresuradamente de viaje, “ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies y vuestro bordón en vuestra
mano, y lo comeréis apresuradamente: Es la Pascua de Jehová” (Éxodo 12:11).

Según Éxodo capítulo 12, la Pascua era una fiesta solemne que recordaba la liberación del pueblo de Israel del yugo
dela esclavitud de los egipcios. El Señor les había ordenado que debían celebrar cada año recordando como Él los
había sacado con mano fuerte de Egipto en medio de grandes maravillas. Los padres debían contarles a sus hijos
el porqué de esa celebración generación tras generación.

Fieles a esta orden de Dios, dice la Escritura en Mateo 26:17-19 que “El primer día de la fiesta de los panes sin
levadura, se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: ¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para
comer la Pascua? Y él dijo: Id a la ciudad, a cierto hombre y decidle: El Maestro dice: Mí tiempo está cerca; en tu
casa voy a celebrarla Pascua con mis discípulos. Y los discípulos hicieron conforme Jesús les había mandado, y
prepararon la pascua.

II. UN SIERVO DE SIERVOS


En el aposento alto de una morada en Jerusalén, Cristo estaba sentado a la mesa con sus discípulos. Se habían
reunido para celebrarla Pascua. El quería estar a solas con sus discípulos y quería emplear sus últimas horas para
el beneficio de ellos. Cristo no pensaba en sí mismo. Su cuidado por ellos era lo que predominaba en su ánimo.

Pero entre los discípulos no existía el mismo espíritu que había en su Maestro. Ellos se miraban unos a otros con
celos y rencillas. Nos dice el relato bíblico de Lucas 22:24 que en ese solemne momento, “Hubo también entre
ellos un altercado sobre quién de ellos parecía ser mayor”.

Muchas veces me he imaginado aquella ocasión.

Me imagino a Pedro diciendo: “Yo voy a ser el mayor en el reino del Señor, porque yo soy el mayor de todos, y
ustedes tendrán que obedecerme”. Mateo tal vez dijo: “Yo soy el que va a llevar la administración del reino, porque
yo si sé cómo llevar un control y cobrar los impuestos”. Santiago, el hermano de Juan, llamados por los discípulos
“los hijos del trueno” tal vez por el carácter violento que los caracterizaba, dijo: “Lo que el Maestro necesita es un
hombre de carácter como yo, que mantenga todo en orden con firmeza, no unos débiles y tímidos como ustedes.
Mi hermano y yo tendremos, todo bajo control”. Me he imaginado al apóstol Juan diciendo: “El primero en el reino
voy a ser yo. ¿No se han dado cuenta que el Maestro siempre está al lado mío? Creo que ustedes deberían
entenderlo” Y Judas tal vez dijo: No, ustedes están soñando. El Maestro me va a poner a mí como el mayor sobre
todos ustedes, porque yo soy un hombre educado, culto; en cambio ustedes no son sino simples pescadores,
ignorantes, rudos que todavía necesitan mucho que aprender”.

Cada uno de los discípulos anhelaba tener el más alto puesto en el reino de Cristo. Se habían valorado a sí mismos
y en vez de considerar más dignos a sus hermanos.
30

La petición que habían hecho anteriormente Santiago y Juan de sentarse a la derecha y a la izquierda del trono de
Cristo, había provocado la indignación de los demás, Judas era el más enojado y severo con Santiago y Juan.
Cuando entraron al aposento alto, los corazones de los discípulos estaban llenos de celo y resentimiento. Judas se
mantenía al lado de Cristo, a la izquierda, Juan a la derecha.

Además se había levantado otra causa de disensión.

“Era costumbre, en ocasión de una fiesta, que un criado lavase los pies de los huéspedes, y en esa ocasión se habían
hecho preparativos para este servicio. La jarra, el lebrillo y la toalla estaban allí, listos para el lavamiento de los
pies; pero no había siervo presente, y les tocaba a los discípulos cumplirlo. Pero cada uno de los discípulos,
cediendo al orgullo herido, resolvió no desempeñar el papel de siervo… Por su silencio se negaban a humillarse.”

Jesús aguardó un rato para ver lo que iban a hacer. Luego él, el Maestro divino se levantó de la mesa, puso a un
lado el manto exterior, tomó una toalla y se ciñó. Esta acción abrió los ojos de los discípulos. Amarga vergüenza y
humillación llenaron su corazón. Comprendieron el mudo reproche, y se vieron desde un punto de vista
completamente nuevo.

“Judas, al elegir el puesto en la mesa, había tratado de colocarse en primer lugar, y Cristo como siervo, le sirvió a
él primero. Juan, hacia quien Judas había tenido tan amargos sentimientos, fue dejado hasta lo último. Pero Juan
no lo consideró como una reprensión o desprecio.

Mientras los discípulos observaban la acción de Cristo se sentían muy conmovidos. Cuando llegó el turno a Pedro,
este exclamó: ¿Señor, tú me lavas los pies?

Los judíos se consideraban el pueblo elegido de Dios, por tal motivo se creían superiores a cualquier otro pueblo.
Ser un siervo, era para ellos la peor humillación. Sin embargo Jesús no lo veía así.

Jesús entonces respondió: “Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora; mas lo entenderás después.”

Pedro no podía soportar el ver a su Señor, a quien creía ser el Hijo de Dios, desempeñar un papel de siervo. No
comprendía que para esto había venido Cristo al mundo. Con gran énfasis exclamó: “¡No me lavarás los pies
jamás!” Solamente Cristo le dijo: “Si no te lavare no tendrás parte conmigo”.

En una reunión de maestros de la Escuela Sabática, estudiábamos en ese trimestre el libro de Mateo y llegamos al
tema que estamos tratando hoy, la Cena del Señor. Al hacer los comentarios sobre el rito de humildad, pregunté
a los maestros allí presentes, qué significaba para ellos ese rito.

Más o menos todos estuvieron de acuerdo en decir que significaba cuan humildes somos cuando estamos lavando
los pies a un hermano.

Permítanme decirles que ese no es el verdadero significado.

El rito de humildad nos enseña a lo menos tres grandes lecciones: Primeramente, el rito de humildad debe
hacernos ver como Jesús, siendo el mismo Dios, se humilló y tomó la condición de un siervo para venir a salvarnos.

En segundo lugar, nos enseña también, que sólo Cristo es quien puede limpiarnos del pecado si se lo permitimos,
y tercero, Cristo quiso no sólo enseñarles y mostrarles a los discípulos y también a nosotros, que es el servicio
amante y la verdadera humildad es lo que constituye la verdadera grandeza. En muchas ocasiones, Jesús había
tratado de establecer este principio entre sus discípulos.

Cuando Santiago y Juan hicieron su pedido de preeminencia, él dijo: “El que quisiere entre vosotros hacerse
grande, será vuestro servidor”.
31

En el reino de Cristo, el principio de preferencia y supremacía no tiene cabida. La única grandeza es la grandeza de
la humildad. La única distinción se halla en la devoción del servicio a los demás.

Cuando Jesús terminó de lavar los pies a los discípulos, dijo: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho,
vosotros también hagáis” (San Juan 13:15).

III. HACED ESTO EN MEMORIA DE MÍ


“En ocasión de su liberación de Egipto, los hijos de Israel comieron la cena de la Pascua de pie, con los lomos
ceñidos, con el bordón en la mano, listos para el viaje. La manera que celebraban este rito armonizaba con su
condición; porque estaban por ser arrojados del país de Egipto, e iban a empezar un viaje penoso y difícil a través
del desierto.”

“Pero en el tiempo de Cristo, las condiciones habían cambiado. Ya. No estaban por ser arrojados de un país extraño,
sino que moraban en su propia tierra. En armonía con el reposo que les había sido dado, el pueblo tomaba entonces
la cena pascual en posición recostada. Se colocaban en canapés en derredor de la mesa, y los huéspedes
descansaban en ellos, apoyándose en el brazo izquierdo y teniendo la mano derecha libre para manejar la comida.”

Aquella noche del Jueves Santo en la mesa estaba servida la cena. Delante de Jesús estaban los panes sin levadura
que se usaban en ocasión de la Pascua. El vino de la Pascua, que no tenía ninguna fermentación, estaba también
sobre la mesa.

Estos emblemas empleó Jesús para representar su propio y perfecto sacrificio en favor de la humanidad. Nada que
fuese corrompido por la fermentación, símbolo de pecado y muerte, podía representar al “Cordero sin mancha y
sin contaminación” (1 Pedro 1:19).

San Mateo 26:26-29 nos describe esa escena: “Y comiendo ellos tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a
sus discípulos, y dijo: Tomad, comed, esto es mi cuerpo. Y tomando el vaso, y hechas gracias, les dio diciendo:
Bebed de él todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual es derramada por muchos para remisión
de los pecados. Y os digo, que desde ahora no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día, cuando lo tengo
de beber nuevo con vosotros en el reino de mi Padre”.

Así como Dios había instituido la cena pascual como un símbolo de la liberación del yugo egipcio, Cristo dio el rito
de la cena del Señor a Su iglesia para conmemorar la gran liberación obrada como resultado de su muerte.

“Este rito ha de celebrarse hasta que El venga por segunda vez con poder y gloria. Es el medio por el cual ha de
mantenerse fresco en nuestra mente el recuerdo de su gran obra en favor nuestro”.

Al participar con sus discípulos del pan y el vino, Cristo se comprometió como su Redentor. Les confió el nuevo
pacto, por el cual todos los que lo reciben llegan a ser hijos de Dios, coherederos con Cristo.

Cuando celebremos la Cena del Señor, debe de haber alegría Una alegría santa, no tristeza, porque la tristeza ha
quedado atrás en el rito de humildad. El examen propio, la reconciliación de las divergencias con Dios y con
nuestros hermanos, todo eso ya ha sido hecho.

Cuando participamos del pan y del vino, aceptamos el hecho de que nuestros pecados han sido perdonados y
hemos sido redimidos. Ya no somos propiedad de Satanás sino que llegamos a ser propiedad de Dios. Ahora
estamos bajo la luz salvadora de la cruz, no bajo la sombra del pecado.

IV. GETSEMANI, LA ÚLTIMA BATALLA


Era casi media noche cuando terminaron de cenar y dice el evangelio de Mateo 26:30: “Y cuando hubieron cantado
el himno salieron hacia el monte de los Olivos”. Jesús iba triste y callado. Sus discípulos nunca lo habían visto así.
Cada paso le costaba un penoso esfuerzo. Esa noche se iba a librar la última batalla.
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Satanás había sido derrotado tres años antes cuando tentó a Cristo en el desierto y fracasó. Ahora lo iba a intentar
una vez más. Su destino estaba en juego. Si fracasaba aquí perdía su esperanza de dominio; los reinos del mundo
llegarían a ser finalmente de Cristo y él mismo sería derribado y desechado. Pero si podía vencer a Cristo, la tierra
llegaría a ser el reino de Satanás, y la familia humana estaría para siempre en su poder.

Satanás volvió nuevamente al ataque con su perverso método. Le decía a Cristo: ¿Qué vas a ganar por ese
sacrificio? El pueblo que elegiste y al cual le diste todas las ventajas temporales y espirituales te ha rechazado. Uno
de tus propios discípulos, que ha escuchado todas tus instrucciones y se ha destacado en las actividades de tu
iglesia, te traicionará. Uno de tus más celosos seguidores te negará. Y al final, todos te abandonarán. El conflicto
era terrible.

Mientras avanzaban por la senda del monte, Jesús les dijo: “Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche,
porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después que haya resucitado
iré delante de vosotros a Galilea. Tomando entonces Pedro la Palabra, dijo: Aunque todos se escandalicen de ti,
yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: “De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás
tres veces. Pedro dijo: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo ”
(San Mateo 26:31-35).

Al llegar al monte de los Olivos, continúa diciéndonos el relato del evangelio de Mateo 26:36-39, que Jesús se retiró
con ellos a un lugar que llamaban el Getsemaní y les dijo: “Sentaos aquí mientras voy a orar allá. Y tomando a
Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir gran angustia”.

El encuentro final de la batalla había comenzado.


Jesús ve la prisa de los demonios y a Satanás preparándose para el enfrentamiento final. Satanás se ha apoderado
del corazón de Judas y ha murmurado en el oído de Caifas que está dispuesto a vender a su Señor. Satanás el Señor
de la muerte ha abierto las cavernas para enterrar para siempre a la Fuente de la luz.

Era un momento de inmensa agonía. “Fue su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. La
suerte de la humanidad pendía de un hilo. Cristo podía negarse en ese momento a beber la copa destinada al
hombre culpable.

En aquel momento Jesús escogió orar. De sus labios pálidos brota el amargo clamor: “Padre mío, si es posible,
pase de mí este vaso, empero no como yo quiero sino como tú” (San Mateo 26:39).

“En esta terrible crisis, cuando todo estaba en juego, los cielos se abrieron, una luz resplandeció en medio de la
tempestuosa oscuridad de esa hora crítica, y el poderoso ángel que está en la presencia de Dios ocupando el lugar
del cual cayó Satanás, vino al lado de Cristo.

No vino para quitar de su mano la copa, sino para fortalecerle a fin de que pudiese bebería, asegurado del amor
de su Padre, vino para dar poder suplicante divino-humano. Le mostró los cielos abiertos y le mostró las almas que
se salvarían como resultado de sus sufrimientos. Le mostró que su Padre es mayor, más poderoso que Satanás y
que el reino de este mundo sería dado a los santos del Altísimo.

Le dijo que vería el trabajo de su alma y quedaría satisfecho, porque vería una multitud de seres humanos salvados,
eternamente salvos, y Jesús lo vio a usted y a mí entre ellos.

La agonía de Cristo en aquella hora no cesó, pero le abandonaron su depresión y desaliento. La tormenta no se
había apaciguado, pero había sido fortalecido para soportar la furia. Salió de la prueba henchido de calma. Una
paz celestial se veía en su rostro manchado de sangre. Había soportado lo que ningún ser humano había podido
soportar; porque habían gustado los sufrimientos de la muerte por todos los hombres.
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En la suprema agonía de su alma, vino a sus discípulos esperando oír algunas palabras de consuelo de quienes
había bendecido y consolado con tanta frecuencia, y escudado en la tristeza y en la angustia. Levantándose con
penoso esfuerzo y con pasos tambaleantes fue a donde había dejado a sus compañeros y “los halló durmiendo”.
Pedro mismo estaba durmiendo. Juan, el discípulo amado, dormía.

Cuántas veces nosotros hemos hecho lo mismo. Mientras el Señor espera que cada uno de nosotros como fieles
soldados estemos velando, es decir, vigilantes, alertas para resistir al enemigo, para dar la voz de alarma, y estar
orando, estar en comunicación directa con El para pedir ayuda, dormimos.

Apartándose, se vuelve y comienza el último ascenso al huerto. Se detiene y vuelve los ojos hacia el círculo de
amigos. Será la última vez antes de que ellos lo abandonen. Él sabe que ellos lo harán cuando lleguen los soldados.
Sabe que sólo faltan unos minutos para la traición.

Imagínense, por un momento, que usted está en esa situación. Su última hora con su hijo que será enviado al
frente de batalla. Sus últimos momentos con su esposa agonizante. La última visita con sus padres. ¿Qué diría?
¿Qué haría? ¿Qué palabras escogería?.

Vale la pena observar que Jesús escogió orar. Escogió orar por nosotros:

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos; para
que todos sean uno… que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”
(Juan 17:20-21).

Esta oración debería ser motivo de profunda meditación y agradecimiento, porque en su última oración Jesús oró
por usted. Él dijo: “Oro por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”. Ese es usted. Cuando Jesús entró
en el huerto, usted estaba en sus oraciones. Cuando Jesús miró al cielo, usted estaba en su visión. Cuando Jesús
habló del día cuando estaríamos con El, lo vio a usted allí.

Su última oración fue por usted. Su último dolor fue por usted. Su última pasión fue por usted. El prefirió la muerte
en la cruz por usted, que ir al cielo sin usted.

V. CONCLUSION
Los acontecimientos del Jueves Santo deben ser motivo de una profunda meditación en nuestra vida diaria, porque
fue en esas horas, que se selló la salvación de todos los que hemos creído y creerán en Cristo como su Salvador
mientras dure el tiempo de gracia.

Los acontecimientos ocurridos como el rito de humildad y la Cena del Señor no debe de ser una representación,
un momento en que estamos en la escena y Dios es el auditorio. No debe de ser una ceremonia en la cual pensamos
que somos nosotros los siervos que hacemos el trabajo y Dios observa. ¡NO!, esa no fue la intención original del
Señor.

En esos momentos sagrados debemos recordar que Jesús no es el huésped sino el anfitrión: Fue Jesús quien
escogió el lugar, señaló la hora y dispuso la comida. Él dijo a sus discípulos que le dijeran al dueño de la casa donde
iban a celebrar la Pascua: “Mi tiempo está cerca; en tu casa celebraré la cena con mis discípulos” (Lucas 12:37).
El estaba y lo está todavía en el control de todo lo que se hace.

Debemos de recordar que en la Cena Jesús no es el servido, sino el servidor. Fue Jesús quien durante la Cena se
puso una toalla de sirviente y lavó los pies a sus discípulos. San Juan 13:50 nos dice:

“Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies a los discípulos, y a limpiarlos con la toalla, con que
estaba ceñido”.
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Alrededor de la mesa, Jesús es el más activo. El relato bíblico no lo describe como uno que está reclinado y recibe,
sino que está de pie y da. “y dio a sus discípulos” Tomó Jesús… lo bendijo… lo partió… les dio” (San Mateo 26:26-
28). Desempeñó su papel como siervo lavándoles los pies. Y desempeñó su papel como Salvador, perdonándoles
sus pecados.

La próxima vez que el pastor o el anciano de la iglesia anuncien la fecha de la próxima celebración de la Cena del
Señor, recuerde: Es Cristo que lo está esperando a usted para que siente a la mesa. La próxima vez que usted
participe del rito de humildad, recuerde que es Cristo quien le está lavando los pies. Cuando participe de la Cena
del Señor, recuerde que es Cristo quien está sirviendo. Y cuando partan el pan, es Cristo quien lo parte. Cuando
viertan el vino, es Cristo quien lo vierte. Y cuando se alivian sus cargas es porque el Rey con el delantal se ha
acercado para servirle.

Recuerde también que la última oración de Jesús fue por usted.

Una última reflexión.


Lo que sucede en la tierra no es más que un ensayo de lo que sucederá en el cielo.

“Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer esta pascua antes de padecer! Porque os digo, que no la comeré ya más,
hasta que se cumpla en el reino de Dios” (San Lucas 22:15-16).

Reciba la invitación, prepárese y no falte, y lo más importante, asegúrese de que estará listo cuando Él nos llame
al hogar celestial.

VI. LLAMADO
Antes de salir de este lugar, quiero pedir a cada uno de ustedes, que ahí donde está, sin moverse, incline su rostro
y con los ojos cerrados piense en las horas de aquel Jueves Santo e imagínese a Jesús lavando sus pies, partiendo
el pan, vertiendo el vino y sirviéndole a usted en la mesa. Piense también en su última oración. Él estaba orando
por usted.

El hoy está esperando allá en el cielo el momento cuando regresará a la tierra para llevarle la Cena que ha
preparado para todos aquellos que siempre han anhelado ese momento y se han preparado para recibirle cuando
regrese.

Si usted no lo ha hecho, le invito a no salir de aquí hoy sin entregar su corazón a Jesús. Sólo tiene que dar tres pasos
fáciles: Reconozca que es pecador, confíese sus pecados, teniendo la plena seguridad que Él le perdonará, y acepte
a Cristo como su Salvador personal, como aquel que lavó los pies a los discípulos y quiere lavarle también a usted
para que sea una persona preciosa ante los ojos de Dios.

¡Hágalo hoy, porque mañana puede ser demasiado tarde!

GEMA INSPIRADA DEL DON PROFÉTICO

****** ******
“LOS HOMBRES QUE ASUMEN LA RESPONSABILIDAD DE DAR AL PUEBLO LA PALABRA HABLADA POR DIOS,
SE HACEN TAMBIÉN RESPONSABLES DE LA INFLUENCIA QUE EJERCEN SOBRE SUS OYENTES. SI SON
VERDADEROS HOMBRES DE DIOS, SABRÁN QUE LA PREDICACIÓN NO TIENE POR OBJETO ENTRETENER
NI MERAMENTE IMPARTIR INFORMACIÓN, O CONVENCER EL INTELECTO”. (Obreros Evangélicos, Pág. 158).
35

TEMA 6
CONSUMADO ES
Texto:
(Este sermón está basado en San Mateo 26:57-75; 27:1 ; San Marcos 14:53-72 ; San Lucas 22:54-71 ; San Juan
18:13-27 y en libro "El Deseado de Todas las Gentes, de Elena G. de White, capítulos 75-79).

I. INTRODUCCION:
Muchos han escrito sobre el delito de la traición y la historia de la humanidad está salpicada de esta acción
abominable. Reyes, jefes de estado, militares famosos y hasta personas comunes han sufrido sus dolorosas
consecuencias en alguna ocasión.

No tenemos tiempo para mencionar algunas de ellas, pero podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la más
triste y célebre de todas las traiciones, la hizo un día viernes hace casi 2.000 años un hombre llamado Judas y su
víctima fue Jesús, el Hijo de Dios.

II. RETRATO DE UN TRAIDOR


Era ya más de la media noche cuando Jesús había terminado de orar y al ir a reunirse con sus discípulos
nuevamente. Nos dice el evangelio de San Mateo 26:46 que el Señor los encontró durmiendo. Jesús entonces dijo
a sus discípulos:

"Levantaos, vamos, se acerca el que me entrega".

El que le iba a entregar era Judas, quien se había unido a los discípulos cuando las multitudes seguían a Jesús.

En aquellos días, Judas había visto cómo los enfermos, los cojos, los ciegos acudían a Jesús desde pueblos y
ciudades. Presenció las poderosas obras del Salvador al sanar a los enfermos, echar a los demonios y resucitar
muertos. Había escuchado sus enseñanzas y sintió en su propia persona el poder de Cristo. Jesús no lo llamó a él,
como había llamado a los otros discípulos; sin embargo no lo rechazó, le dio un lugar entre los doce. Le confió la
obra de evangelista. Le dotó de poder para sanar enfermos y echar a los demonios.

Judas era un hombre preparado, capaz y era tenido en alta estima por los discípulos; sin embargo, tenía dos
grandes defectos de carácter que fueron su perdición: amaba el dinero y cultivó la disposición de criticar y acusar.

El amor al dinero le impidió ver la misión espiritual de Cristo, a pesar de que el Señor en repetidas ocasiones había
dicho que su reino no era de este mundo, esto lo ofendía, pues siempre pensaba que Jesús iba a reinar como rey
en Jerusalén y soñaba con ocupar el primer lugar en su reino.

El discurso de Cristo en la sinagoga acerca del pan de vida que se encuentra en em el evangelio de San Juan 2:53,
fue el punto decisivo en la historia de Judas. Oyó las palabras:

"Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros".

Vio que Cristo ofrecía beneficio espiritual más bien que mundanal. Consideró que había perdido su tiempo en
seguir a Jesús, porque no podía sacar el provecho que él pensaba: honores y un alto puesto que significaba
riquezas.

No le agradó cuando Jesús le presentó al joven rico la condición de vender todo y darlo a los pobres, si quería ser
su discípulo. Tampoco le agradó cuando María derramó el costoso perfume sobre Jesús en ocasión de la fiesta que
Simón el fariseo hizo en honor de Cristo, lo consideró un despilfarro.
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La traición fue tomando lugar en su mente. Pensó que si Jesús había de ser crucificado, el hecho ocurriría de todos
modos, y traicionar al Señor sería un buen negocio. Con este pensamiento fue a donde Caifas, el sumo sacerdote
y se ofreció entregarle a Jesús a cambio de treinta piezas de plata. Así se cumplió la profecía de Zacarías 11:13.

Caifas no había buscado a Judas para proponerle que traicionara y entregara a Jesús. Fue Judas quien buscó a
Caifas y le propuso el inicuo trato. Fue Judas quien dirigió a la turba al Getsemaní y lo planeó todo. Dice el evangelio
de San Mateo 26:48:

"Y el que le entregaba les había dado una contraseña diciendo: Al que yo bese, ése es; prendedle".

Con una actitud cínica y repugnable como la de todos los traidores, se acercó al que había sido su Maestro y le
dijo: "¡Salve Maestro le besó" (San Mateo 26:49).

Judas pensaba que Jesús no se dejaría arrestar. Pero cuando vio como lo tomaban prisionero y le ataban las manos
fuertemente, quedó asombrado.

Jesús fue llevado ante Annás, a quien el pueblo reconocía como sumo sacerdote cuyas palabras y consejos se
buscaban y ejecutaban como si fuera la voz de Dios.

Anás trató en vano de encontrar una razón para acusar a Jesús de blasfemia. Si lo hubiera logrado, sería condenado
por los judíos. Si se le convencía del delito de sedición, esto aseguraría su condena por los romanos.

El perverso Anás no pudo lograr que Jesús dijera ni una sola palabra que le comprometiera para condenarle.
Entonces ordenó que Jesús fuese llevado a Caifas, presidente del concilio judío.

El evangelio de San Mateo 26:57-75, nos presenta de una manera vivida la manera como Caifas interrogó a Jesús
y cómo presentaron ante el consejo judío falsos testigos tratando por todos los medios de encontrar una excusa
para lograr su condena. Pero ni una sola palabra pronunció el Salvador en su defensa, ni siquiera refutó las falsas
acusaciones de los falsos testigos que habían sido sobornados para que lo acusaran falsamente, terriblemente
disgustado por su fracaso, le gritó:

¿No respondes nada? exclamó ¿qué testifican estos contra ti? (San Mateo 26:62).

Jesús guardó silencio. El profeta Isaías 700 años antes había profetizado:

"Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca" (Isaías 53:7).

Mientras tanto, a medida que transcurrían las horas y Jesús se sometía a todos los abusos acumulados sobre él, se
iba apoderando de Judas, el despreciable traidor, un terrible temor de haber entregado a la muerte a su Maestro.

Pero volviendo nuevamente a la escena del juicio, Caifas alzando su mano derecha hacia el cielo, se dirigió a Jesús
con un juramento solemne y dijo:

"Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo del Dios viviente".

Jesús no podía callar ante esta demanda y respondió:


"Tú lo has dicho; y además os digo: Que a partir de ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del
Padre, viniendo sobre las nubes del cielo" (San Mateo 26:64).

Al oír Caifas estas palabras, a fin de que la gente pudiera ver el supuesto horror que sentía, rasgó su manto y
exclamó:
37

"¡Ha blasfemado! Qué más necesidad tenemos de testigos? -dijo.- He aquí, ahora habéis oído su blasfemia. ¿Qué
os parece? Ellos respondieron: Es reo de muerte".(San Mateo 26:65-66).

Las escenas que siguieron fueron terribles. Dice la Escritura:


"Entonces le escupieron el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofetearon, diciendo: profetízanos, Cristo,
¿Quién es el que te golpeó? (San Mateo 26:67,68).

Al llegar a este momento final, Judas no pudo soportar la conciencia culpable. Fue a donde Caifas y ante el terror
de los que lo veían dijo: ¡Es inocente, perdónale, oh, Caifas!

Con terrible angustia arrojó delante del sumo sacerdote las 30 piezas de plata que había sido el precio de entrega
de su Señor y con el rostro pálido y desencajado gritó: "Yo he pecado entregando la sangre inocente". Pero el
pérfido Caifas contestó con desprecio: "¿Qué nos da a nosotros? Vieras lo tú" (San Mateo 27:4).

Judas entonces se echó a los pies de Jesús reconociéndole como el Hijo de Dios y suplicándole que le librase. Pero
su arrepentimiento no era genuino, sólo sentía un terrible sentimiento de condenación por el juicio divino que
caería sobre él. Judas no sintió remordimiento alguno por haber entregado al Hijo de Dios y negado al Santo de
Israel.

Jesús no pronunció ni una palabra de condenación. Solo lo miró con compasión y dijo: "Para esta hora he venido
al mundo".

Judas salió corriendo de la sala gritando: "¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde!" Sintió que no podía vivir para ver
a Cristo crucificado y, desesperado, salió y se ahorcó. Su peso rompió la soga con la cual se había colgado del árbol.
Al caer su cuerpo había quedado horriblemente mutilado y los perros lo devoraron.

Qué terrible final para un hombre que tuvo la oportunidad más preciosa que persona alguna pueda tener. Servir
al Señor. Él pudo haber llegado a prestar un servicio destacado en la predicación del evangelio.

Tal vez hubiera sido un servicio con luchas y sufrimientos, pero al final le esperaba una corona incorruptible de
gloria y al igual que los otros discípulos, su nombre estaría escrito en los fundamentos de la Santa ciudad de
Jerusalén en el reino de los cielos.

Para nosotros en este Viernes Santo, la experiencia de Judas encierra una lección: El prefirió servir a Satanás,
amando el dinero, la fama y la gloria mundanal. Perdió todo lo que Dios tenía para él. No sólo la vida eterna sino
todo lo que Dios ha preparado para los que le aman y le son fieles.

Judas recibió lo que Satanás da a los que le sirven. Una muerte triste y sin esperanza y su nombre ha sido desde
entonces sinónimo de la más vergonzosa traición. Así sucederá con todo aquel que desprecia el llamado del Señor
y sirve a Satanás.

III. EN EL TRIBUNAL DE PILATO


Después de condenar a Jesús, el concilio del Sanedrín llevó a Jesús ante el gobernador romano para que confirmase
y ejecutase la sentencia, porque los judíos estando bajo el dominio de los romanos no podían ejecutar a nadie sin
el visto bueno de las autoridades romanas.

El gobernante romano de turno era Poncio Pilato quien estaba casado con una nieta del emperador Augusto
llamada Claudia. Gobernó esa región por diez años, durante los cuales no pudo ganarse el favor de los judíos. El
gobernador romano había sido sacado con premura de su dormitorio y estaba resuelto a despachar el caso tan
pronto como fuese posible y estaba preparado para tratar al preso con rigor.
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En el tribunal de Pilato, Cristo estaba atado como un preso, rodeado de una guardia de soldados y de una
muchedumbre de espectadores. Pilato al ingresar al tribunal esperaba encontrar un criminal, pero al ver a Jesús
vio un hombre maltratado, de porte severo y digno con rasgos de bondad y nobleza cuyo semblante llevaba la
firma del cielo.

Pilato preguntó quién era ese hombre y porqué lo habían llevado ante él.

Los judíos no supieron responder, porque no tenían una acusación concreta contra Jesús. Pilato se dio cuenta de
ello y no quiso condenarle. Entonces dijo a los judíos: Si vuestro juicio es suficiente, ¿Para qué traerme el preso?
"Tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra ley".

Los judíos respondieron a Pilato que ellos encontraban a Jesús digno de muerte pero la ley romana no les permitía
matarlo

Sin embargo, a pesar de que Pilatos era un hombre débil de carácter no se animó a dictar sentencia y oyendo que
Cristo era de Galilea resolvió enviarlo a Herodes, quien era el rey de esa región y por motivo de la Pascua se
encontraba en Jerusalén. Este Herodes era rl mismo que había dado la orden de decapitar a Juan el Bautista.

El perverso rey, después de la muerte de Juan el Bautista vivía con una conciencia llena de temor, y cuando oyó
hablar de Jesús y los milagros que hacía, tuvo deseos de conocerlo pues pensaba que era Juan a quien él había
mandado decapitar y que había resucitado.

Cuando el Salvador fue llevado delante de Herodes, el rey prestó poca atención a los cargos que le hacían y ordenó
que le quitaran las cadenas y acusó a los enemigos de haberlo maltratado.

Herodes hizo muchas preguntas a Cristo, pero El no respondió a ninguna de ellas. Entonces le pidió a Jesús que
hiciese algún milagro en su presencia y si lo hacía, le daría la libertad.

A pesar de que Herodes había endurecido su corazón, la luz de la misericordia divina seguía dándole una
oportunidad más.

Jesús no hizo ningún milagro, ni dijo ninguna palabra para salvarse a sí mismo delante de Herodes. No tenía qué
decir, ni hacer delante del altanero rey que no sentía necesidad de un Salvador. La misión de Jesús no era satisfacer
la curiosidad ociosa. Él había venido para sanar a los quebrantados de corazón.

Esa fue la gran oportunidad que tuvo Herodes, la de experimentar el mayor milagro que un ser humano pueda
obtener: el perdón de sus pecados.

Hay muchos que al igual que Herodes, esperan ver milagros para creer, y no se dan cuenta que su mayor necesidad
el perdón de sus pecados. Ese es el mayor milagro que Dios realiza en todo ser humano que reconoce que es
pecador y siente la necesidad de un Salvador.

¿Ha experimentado usted ese milagro en su vida, o todavía está esperando ver maravillas?

La escena que siguió selló la condenación del endurecido monarca. Entonces, dice la Escritura en San Lucas 23:11:

"Entonces Herodes, después de menospreciarle y escarnecerle, le vistió de una ropa espléndida, y volvió a
enviarle a Piloto".

La gente entonces se burlaba y se mofaba haciéndole reverencias. Sin embargo, ante todo este escarnio, Cristo no
pronunció ni una sola palabra. Su divina paciencia no desfalleció.
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Herodes contemplaba esta escena y los últimos rayos de luz misericordiosa resplandecía sobre su corazón
endurecido por el pecado. Comprendió que Jesús no era un hombre común. Sintió que estaba contemplando a un
Dios sobre su trono y no se atrevió a ratificar la condena de Cristo. Quiso descargarse de la terrible responsabilidad,
y mandó a Jesús de vuelta al tribunal romano.

¡Qué oportunidad tan grande perdió Herodes! A pesar de su horrible vida de pecado, la misericordia de Dios le dio
una última oportunidad. La más preciosa de todas. Haber declarado inocente a Cristo y haber hecho frente a las
demandas injustas de una turba pecadora.

Pero cuando el corazón se endurece por el pecado y rechaza la misericordia divina, ya no queda ninguna esperanza
de salvación, sino un horrendo juicio de condenación.

Herodes terminó tristemente su vida y lo perdió todo. Años más tarde, fue acusado ante el emperador Calígula de
traición al imperio romano, fue desterrado y finalmente murió despojado de toda su realeza. Una vez más vemos
cómo paga Satanás a los que le sirven.

Jesús entonces fue devuelto a Pilato. El procurador romano sintió desencanto y mucho desagrado. El entonces
preguntó a los judíos qué querían que hiciese con Jesús. Les recordó que no encontraba ninguna culpa en él.
Queriendo poner fin a ese asunto, dijo: "...Ningún delito digno de muerte he hallado en él; le castigaré, pues, y
le soltaré" Pero la multitud enardecida clamaba: "Crucifícale, crucifícale" (San Lucas 22:23,24).

Pilato era débil y vacilaba. En ese momento un mensaje de Dios le amonestó acerca del acto que estaba por
cometer.

La esposa de Pilato fue visitada por un ángel del cielo, y en un sueño había visto al Salvador y conversando con él,
y ella no siendo judía, al contemplar a Jesús en el sueño no tuvo duda alguna acerca de su carácter o su misión. El
Señor le dio a ella una visión del momento cuando Cristo sentado sobre una nube blanca y sus enemigos huían de
la presencia de su gloria. Con un grito de horror se despertó, y en seguida escribió a Pilato unas palabras de
advertencia.

El mensajero se abrió paso entre la multitud y entregó la carta de su esposa que decía: "No tengas nada que ver
con aquel justo, porque hoy he padecido muchas cosas en sueños por causa de él" (Mateo 27:19).

Pilato palideció. Sus emociones estaban en conflicto. No sabía qué hacer. Entonces recordó una costumbre que se
practicaba en ocasión de la Pascua. Se acostumbraba soltar a cualquier reo que el pueblo eligiese.

En aquel entonces las autoridades romanas tenían preso a un tal Barrabás que estaba sentenciado a muerte. Este
hombre aseveraba ser el Mesías, tenía gente que le seguía, y cometía robos y había provocado rebelión contra el
gobierno de Roma.

Al ofrecer al pueblo que eligiese entre este hombre y el Salvador inocente, Pilato pensó despertar en el populacho
un sentido de justicia. Esperaba que el pueblo pediría la libertad de Jesús. Volviéndose al pueblo dijo:

¿A cuál de los dos queréis que os suelte? ¿a Barrabás o a Jesús? Como rugido de fieras vino la respuesta de la
turba: "A Barrabás" (San Mateo 27:21).

Pilato quedó turbado aún más, pues no esperaba ese resultado. La situación había ido demasiado lejos. Le
repugnaba entregar un hombre inocente a la muerte y en su desespero hizo la pregunta:

"¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?

Nuevamente la multitud rugió como demonios y "todos le gritaron: ¡Sea crucificado! (San Mateo 27:22).
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Trató en vano de convencer al pueblo de que Jesús era inocente y les dijo:
"Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado!
Viendo Pilato que nada conseguía, sino que más bien se formaba un tumulto, tomó agua y se lavó las manos
delante del pueblo diciendo: Soy inocente de la sangre de este justo. Allá vosotros"

Pilato anhelaba librar a Jesús, pero su falta de firmeza de carácter le impidieron tomar la mejor decisión de su vida.
Sabía que si libraba a Cristo perdería su puesto y sus honores. Antes de perder su poder mundanal, prefirió
sacrificar a un inocente.

Pilato tuvo en sus manos la gran oportunidad que Dios le dio, pero no la aprovechó. Para él tuvo más valor su
puesto como gobernante, su posición política y social.

Pero después, todo eso lo perdió. Fue despojado de sus honores, derribado de su alto cargo. Atormentado por el
remordimiento y el orgullo herido, entonces se quitó la vida

Al igual que Pilato, nuestro destino depende de lo que nosotros hagamos con Cristo.
Les pregunto: ¿Qué ha hecho usted con Cristo? ¿Lo ha aceptado como el Hijo de Dios? o lo ha rechazado para
conservar su estatus social, político o económico?

Cuando Pilato se declaró inocente de la sangre de Cristo, Caifas contestó desafiante: "Su sangre sea sobre nosotros
y nuestros hijos."

Estas terribles palabras fueron repetidas por los sacerdotes y gobernantes, y luego por la multitud en un inhumano
rugir de voces.

"Esa sentencia que pronunciaron sobre sí mismos fue escrita en el cielo. Esa oración fue oída. La sangre del Hijo de
Dios fue como una maldición perpetua sobre sus hijos y los hijos de sus hijos.

Esto se cumplió en forma espantosa en la destrucción de Jerusalén y durante dieciocho siglos en la condición de la
nación judía, que

IV. EL CALVARIO
Una vez pronunciada la sentencia de muerte, Jesús fue llevado hacia el lugar donde iba ser ajusticiado, un lugar
llamado la Calavera. Iba a morir fuera de la puerta, donde eran ejecutados los criminales y homicidas.

Al pasar Jesús la puerta del tribunal de Pilato, la cruz que había sido preparada para Barrabás fue puesta sobre sus
hombros magullados y ensangrentados. Dos compañeros de Barrabás iban a sufrir la muerte al mismo tiempo que
Jesús, y también pusieron cruces sobre ellos.

La carga del Salvador fue demasiado para él en su condición débil y doliente. Desde la cena en el aposento alto no
había ingerido comida ni bebida. La agonía del Getsemaní y posteriormente todo el maltrato que sufrió, burlas,
golpes y dos flagelaciones desde que fue tomado prisionero hasta su condena lo habían debilitado. Al caer la cruz
sobre sus hombres, su naturaleza humana no soportó más y cayó desmayado.

Nadie entre la multitud acudió a socorrerlo. Para los judíos habría sido una contaminación que les habría impedido
tomar la pascua. En ese momento, un forastero, llamado Simón cireneo que regresaba del campo, se encontró con
la multitud y al ver la escena del Salvador caído por el peso de la cruz, sintió compasión y se apoderaron de él y
colocaron la cruz sobre sus hombros.

Para Simón cirineo resultó una bendición llevar la cruz hasta el Calvario, y desde entonces estuvo agradecido por
esa providencia. Ella le indujo a tomar sobre si la propia cruz de Cristo por su propia voluntad y estar siempre
alegremente bajo su carga.
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Al llegar al lugar de la ejecución, los presos ofrecieron una fuerte resistencia, y fueron atados fuertemente al
horrible instrumento de tortura. Cuando tomaron a Jesús él no hizo resistencia alguna.

Entre la multitud que seguía a Jesús, estaba María la madre de Jesús, quien sostenida por el discípulo amado, Juan,
seguía las pisadas de su Hijo hasta el Calvario.

Vio cuando cayó desmayado, cuando lo acostaron sobre la cruz. Vio sus manos extendidas, vio cuando trajeron el
martillo y los clavos, y mientras estos se hundían a través de la tierna carne, los afligidos discípulos apartaron de
la cruel escena el cuerpo desfalleciente de la madre de Jesús.

Jesús no dejó oír ni un murmullo de queja. Oraba por sus verdugos. Sentía compasión por ellos. El sólo exhaló una
súplica para que fuesen perdonados, "porque no saben lo que hacen".

Tan pronto como Jesús fue clavado en la cruz, esta fue levantada por hombres fuertes y plantada con gran violencia
en el hoyo preparado para ella. Esto le causó los dolores más atroces al Hijo de Dios.

Pilato escribió una inscripción en hebreo, griego y latín y la colocó sobre la cruz, más arriba de la cabeza de Jesús.
Decía: "Jesús Nazareno, rey de los Judíos". Esta inscripción le declaraba como el Mesías a Jesús de Nazaret e iba a
llegar al conocimiento de las miles de personas que se encontraban en Jerusalén en aquel día.

La profecía anunciada en el Salmo 22:18 siglos antes se iba a cumplir: "Porque perros me han rodeado, me han
cercado cuadrilla de malignos: horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; ellos miran,
considéranme. Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes."

Las ropas de Jesús fueron dadas a los soldados que le habían puesto en la cruz. Su túnica era tejida y sin costura y
dijeron: "No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, de quien será."

Durante su agonía sobre la cruz, llegó a Jesús un rayo de consuelo. Fue la petición del ladrón arrepentido. Él había
sido testigo del juicio de Jesús ante Pilato y le oyó cuando dijo: "Ningún crimen hallo en él".

Reconoció el mal que él mismo había hecho y reprendió a su compañero de infortunio cuando se burlaba de Cristo.

Este hombre vio en su último momento a Jesús como su única esperanza y le dijo: "Señor, acuérdate de mí, cuando
vinieres en tu reino".

Prestamente llegó la respuesta. El tono suave y melodioso, y las palabras, llenas de amor, compasión y poder: "De
cierto te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso".

Este incidente encierra una lección para nosotros. Jesús no perdió ninguna oportunidad ni aún en el momento que
parecía más inapropiado para ganar un alma para su reino.

Las horas corrían y la agonía de Cristo llegaba casi a su fin. Al pie de la cruz estaba su madre sostenida por el
discípulo Juan. Ella no podía permanecer lejos de su Hijo y Juan sabiendo que el fin se acercaba, la había traído de
nuevo al pie de la cruz.

En el momento de morir, Cristo recordó a su madre. Mirando su rostro lleno de dolor, le dijo: "Mujer, he ahí a tu
hijo", y luego a Juan: "He ahí a tu madre".

Juan comprendió las palabras de Cristo y aceptó el cometido. Llevó a María a su casa y desde esa hora la cuidó
tiernamente.
En medio de su dolor y su agonía, Cristo tuvo un cuidado reflexivo para su madre. De este modo, nos dejó una
enseñanza más: Los que le siguen, sentirán que parte de su religión es respetar a los padres y cuidar de ellos.
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Cuando el Redentor agonizaba, una completa oscuridad rodeó la cruz. Dice la Escritura: "Fueron hechas tinieblas
sobre toda la tierra hasta la hora nona".

Esas tinieblas que eran tan profundas como la media noche sin luna ni estrellas, no se debían a un eclipse ni a otra
causa natural. Era un testimonio milagroso para confirmar la fe de las generaciones ulteriores.

A la hora nona (las tres de la tarde), las tinieblas se elevaron de la gente, pero siguieron rodeando al Salvador.
Entonces: "exclamó a gran voz diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabachthani?" "Dios, mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?

Cuando las tinieblas se disiparon de la cruz dijo: "Tengo sed". Uno de los soldados romanos movido a compasión
al mirar los labios resecos, colocó una esponja en un tallo de hisopo y, sumergiéndola en un vaso de vinagre se la
ofreció a Jesús. Sus enemigos se burlaban y decían "Deja, veamos si viene Elías a librarle".

Ya Entonces las tinieblas se habían disipado y se habían asentado sobre las llanuras de Judea y Jerusalén, la que
una vez fuera la ciudad favorecida. De repente la lobreguez se apartó de la cruz, y en tonos claros, como una
trompeta, que parecían repercutir en toda la creación, Jesús exclamó: "Consumado es." "Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu" (San Juan 19:30).

Una luz circuyó la cruz y el rostro del Salvador brilló con una gloria como la del sol. Inclinó entonces la cabeza sobre
el pecho y murió.

Nunca antes había la tierra presenciado una escena tal. Otra vez descendieron tinieblas sobre la tierra y se oyó un
fuerte rumor, como de un fuerte trueno.

Se produjo un violento terremoto. Se abrieron sepulcros y los muertos fueron arrojados de sus tumbas.
La creación parecía estremecerse hasta los átomos. Príncipes, soldados, verdugos y el pueblo yacían postrados en
el suelo.

Cuando los labios de Cristo exhalaron el fuerte clamor: "Consumado es", los sacerdotes estaban oficiando en el
templo.

Era la hora del sacrificio vespertino. Habían traído para matar al cordero que representaba a Cristo. De repente, la
tierra tembló, con ruido desgarrador, el velo del templo que separaba el lugar santo del lugar santísimo fue rasgado
de arriba abajo por una mano invisible, que dejó expuesto a la mirada de la multitud el lugar que fuera una vez
llenado por la presencia de Dios.

Nunca antes, nadie, excepto el sumo sacerdote había podido ver ese lugar. Pero el velo había sido desgarragado
en dos. Ya no era más sagrado el lugar santísimo del santuario terrenal.

El cuchillo cayó de la mano del sacerdote y el cordero escapó. Ya no se necesitan más corderos. El verdadero
Cordero, Jesús, el Hijo de Dios, había muerto por el pecado de toda la raza humana "habiendo obtenido eterna
redención".

V. CONCLUSION
Cuando Cristo exclamó: "Consumado es", la batalla que comenzó en el cielo desde antes de la fundación del mundo
había sido ganada.

La promesa hecha a nuestros primeros padres, Adán y Eva después de su caída, es la promesa más preciosa que
hay en toda la Biblia, se cumplió. La salvación y la vida eterna están asegurados para todo aquel que cree en Jesús
como el Cordero de Dios. El gran enemigo, Satanás fue derrotado.
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VI. LLAMADO
Hoy debe ser un día de profunda reflexión para cada creyente cristiano. Es un día en que debemos hacernos la
pregunta: ¿Qué he hecho yo con Jesús llamado el Cristo? ¿Le he crucificado cada día con mis pecados o lo he
aceptado como el Señor de mi vida?

Les invito en este momento a detenernos al pie de la cruz a contemplar aunque sea por un instante, la cabeza
caída y sin vida del Salvador. Él lo dio todo por usted y por mí, y su muerte fue una muerte en la cruz.

Les invito a grabar en su mente este momento por el resto de su vida, y cuando Satanás venga a tentarte o a
incitarte a pecar, a rebelarte contra Dios, recuerda ese momento, cuando Jesús dijo: "Consumado es." "Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu"

Recuerda el momento cuando inclinó la cabeza sobre el pecho y murió.


Seguramente hay personas que han venido hoy a este lugar tal vez para seguir la tradición, pero no comprendían
realmente lo que significó la muerte de Cristo. El murió también por los pecados de cada uno de ustedes. Él está
esperando que tú le digas también, como lo hizo el ladrón en la cruz: "Señor, acuérdate de mí, cuando vinieres en
tu reino." Él quiere también decirte con su dulce y tierna voz como le dijo al ladrón que lo aceptó como el Hijo de
Dios: "De cierto te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso".

Si usted quiere tener la seguridad del perdón de sus pecados, reconozca que es pecador, confiese sus pecados, y
acepte a Cristo como su único Salvador y Señor de su vida.

¡Hágalo hoy mismo. Mañana puede ser demasiado tarde!

GEMA INSPIRADA DEL DON PROFÉTICO

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“Al tratar de corregir o reformar a los demás, debemos cuidar nuestras palabras. Serán un sabor de vida
para vida, o de muerte para muerte. Al dar reprensiones o consejos, muchos se permiten hablar mordaz y
severamente, palabras no apropiadas para sanar el alma herida. Por estas expresiones imprudentes se
crea un espíritu receloso, y a menudo los que yerran se sienten impulsados a la rebelión”.

“…Nunca debiera predicar un sermón que no ayude a sus oyentes a ver más claramente lo que
deben hacer para salvarse…”

“Aquel que, en su predicación, se fija por blanco supremo la elocuencia, da a la gente ocasión de olvidar
la verdad que está mezclada con su oratoria. Desvanecida la emoción, se verá que la palabra de Dios no
se fijó en la mente, y que los oyentes no ganaron en entendimiento. Pueden hablar elogiosamente de la
elocuencia del predicador, pero no habrán sido llevados más cerca de la decisión. Hablan del sermón como
hablarían de una función de teatro, y del predicador, como de un actor. Pueden volver para escuchar la
misma clase de discurso, pero se irán sin haber sentido impresión alguna y sin haber sido
alimentados”. (Obreros Evangélicos, páginas 159 y 160).
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TEMA 7
EN LA TUMBA DE JOSÉ
Texto: San Mateo 27:62-65
(Este sermón está basado en los evangelios de San Mateo, 27:53-66; San Lucas23:45-56; San Juan 19:31-42 y en
el Libro de Elena G. de White, "El Deseado de Todas las Gentes, capítulo 80).

I. INTRODUCCION
Durante los días anteriores hemos visto en cada uno de ellos, en parte, lo que sucedió hace casi dos mil años.

Ayer viernes llegamos al momento culminante del Calvario, cuando las tinieblas se alzaron de la cruz y Jesús exhaló
su clamor moribundo diciendo: "Consumado es. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Inclinó entonces
la cabeza sobre su pecho y murió.

Inmediatamente se oyó entre la multitud que rodeaba la cruz: "Verdaderamente el Hijo de Dios es este".

Todos los ojos se volvieron para ver de dónde venían esas palabras. ¿Quién había hablado? Era el centurión, el
soldado romano (San Mateo 27:54).

La divina paciencia del Salvador con su muerte repentina y el clamor de victoria en sus labios, habían impresionado
a ese pagano. En el cuerpo magullado y maltratado que pendía de la cruz, el centurión reconoció la figura del Hijo
de Dios. No pudo menos que confesar su fe.

En el mismo día de su muerte tres hombres que diferían ampliamente el uno del otro, habían declarado su fe:
Simón cireneo el que llevó la cruz del Salvador, el ladrón que murió a su lado en la cruz y el centurión romano.

Así se dio nueva evidencia de que el Salvador iba a ver el trabajo de su alma. Así también será para todo aquel que
acepta a Jesús como su Salvador y trabaja esparciendo el evangelio: un día verá el fruto de su trabajo.

II. MUERTO POR EL PECADO DEL MUNDO


Para los judíos, el día comenzaba a la puesta del sol. Asilo había ordenado el Señor a Israel cuando dijo: "De tarde
a tarde holgaréis vuestro sábado" (Levítico 23:32)

Ya el sol estaba por ocultarse y el sábado estaba acercándose y su santidad quedaría violada si los cuerpos
permanecían en la cruz, así que usando como pretexto, los dirigentes judíos pidieron a Pilato que hiciese apresurar
la muerte de las víctimas y quitar sus cuerpos antes de la puesta del sol.

Habiendo obtenido su consentimiento hicieron romper las piernas de los dos ladrones para apresurar su muerte;
luego descubrieron que Jesús ya había muerto por lo tanto no le quebraron las piernas.

Los sacerdotes querían estar seguros de la muerte de Jesús y por sugerencia suya un soldado dio un lanzazo al
costado del Salvador. De la herida fluyeron dos copiosos y distintos raudales: uno de sangre y otro de agua.

Esto fue visto por todos los espectadores y el apóstol Juan en su evangelio anota el suceso en forma muy clara.
Dice: "Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y luego salió sangre y agua. Y el que lo vio da
testimonio y su testimonio es verdadero: y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. Porque
estas cosas fueron hechas para que se cumpliese la Escritura: Hueso no quebrantaréis de él. Y también otra
Escritura dice: Mirarán al que traspasaron" (San Juan 19:34-37).

Pero no fue el lanzazo, no fue el padecimiento en la cruz, lo que causó la muerte de Jesús. Ese clamor pronunciado
"con grande voz" en el momento de la muerte, el raudal de agua y sangre que fluyó por su costado declara que
murió por quebrantamiento del corazón. Fue muerto por el pecado del mundo.
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III. EL DESCANSO EN LA TUMBA


Al acercarse la noche, la muchedumbre se dispersó. En Jerusalén a la puesta del sol del día viernes, sonaban las
trompetas anunciando que el día sábado había empezado.

Con la muerte de Cristo, perecieron las esperanzas de sus discípulos. Veían solamente la cruz y el cuerpo de su
amado Maestro ensangrentado y sin vida. Nunca habían amado tanto a su Salvador como ahora.

Aún en la muerte, el cuerpo de Cristo era precioso para sus discípulos. Anhelaban darle una sepultura honrosa,
pero no sabían cómo hacerlo.

La traición contra el gobierno romano era el crimen por el cual Jesús había sido condenado, y las personas
ajusticiadas por esta ofensa eran remitidas a un lugar de sepultura especialmente provisto para tales criminales.

Juan el discípulo y las mujeres de Galilea habían permanecido al pie de la cruz. No podían abandonar el cuerpo de
su Señor en manos de soldados insensibles para que lo sepultasen en una tumba deshonrosa. Se veían impotentes
para impedirlo. No podían obtener favores de las autoridades judías, y no tenían influencias ante Pilato.

En esta emergencia José de Arimatea y Nicodemo vinieron en auxilio de los discípulos. Ambos hombres eran
miembros del Sanedrín y conocían a Pilato. Ambos hombres eran hombres de recursos e influencias. Estaban
resueltos a que el cuerpo de Jesús recibiese sepultura honrosa. José fue osadamente a Pilato y le pidió el cuerpo
de Jesús. Pilato concedió a José lo que le pedía.

Ni José ni Nicodemo habían aceptado abiertamente al Salvador mientras Él estaba vivo. Sabían que hacerlo los
excluiría del Sanedrín. Pero ahora las cosas habían cambiado y se manifestaron abiertamente. Ya no ocultaron su
más adhesión.

Con suavidad y reverencia bajaron con sus propias manos de la cruz el cuerpo de Jesús.

José poseía una tumba nueva, tallada en una roca. Se la estaba reservando para sí mismo, pero estaba cerca del
Calvario y ahora la preparó para Jesús.

El cuerpo de Jesús juntamente con 40 kilos de especias traídas por Nicodemo, fue envuelto cuidadosamente en un
sudario y su cuerpo fue llevado a la tumba

Allí, Juan, José de Arimatea y Nicodemo, enderezaron los miembros heridos y cruzaron las manos magulladas sobre
el pecho sin vida.

Las mujeres galileas vinieron a ver si se había hecho todo lo que podía haberse hecho por el cuerpo de su amado
maestro. Luego vieron como se hacía rodar la pesada piedra sobre la entrada de la tumba y el Salvador fue dejado
en el descanso.

Mientras las sombras iban cayendo, María Magdalena y las otras Marías permanecían al lado del lugar donde
descansaba su Señor. Con sus ojos llenos de lágrimas de pesar por la suerte de Aquel a quien amaban, dice la
Escritura: "Y vueltas,... reposaron el sábado conforme al mandamiento" (San Lucas 23:56).

Para los entristecidos discípulos ése fue un sábado que nunca olvidarían y también lo fue para los sacerdotes, los
escribas, los gobernantes y el pueblo.

Ese sábado era la Pascua y fue observada como lo había sido durante siglos. Pero el sumo Sacerdote y los
sacerdotes no se habían dado cuenta que esas ceremonias representaban al que ahora estaba en la tumba de José
de Arimatea.
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Las gentes que asistían ese día a las ceremonias tampoco se daban cuenta que esas ya no tenían valor.

IV. UN DIA PARA REFLEXIONAR


Nicodemo, el que^ visitó a Jesús de noche porque no quería que nadie le viera hablar con él, cuando vio a Jesús
alzado en la cruz, recordó las palabras que Jesús le dijera aquella noche en el Monte de las olivas: "Como Moisés
levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel
que en El creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna" (San Juan 3:14,15).

Ese sábado mientras Jesús yacía en la tumba, Nicodemo tuvo oportunidad de reflexionar. Las palabras que Jesús
le había dicho ya no eran misteriosas. Las entendía completamente. Comprendía que había perdido mucho al no
relacionarse con el Salvador durante su vida.

También fue un día de reflexión para los sacerdotes. Muchos de ellos habían estudiado las profecías y fueron
convencidos de que Jesús era el Redentor del mundo, y le reconocieron como el Hijo de Dios.

Las multitudes que habían oído hablar de Jesús le buscaban y preguntaban: ¿Quién nos puede decir dónde está
Jesús de Nazaret? Queremos a Cristo, el Sanador.

Pocos pudieron descansar aquel sábado. Los sacerdotes que habían estado acusando a Jesús ante Pilato,
recordaban las palabras de Judas, que les había repetido lo que Jesús había dicho a los discípulos durante su último
viaje a Jerusalén: "He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los
sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los Gentiles para que le escarnezcan, y
azoten, y crucifiquen; más al tercer día resucitará" (San Mateo 20:18,19).

Para los enemigos de Jesús, él ahora muerto era más peligroso que cuando estaba vivo. Entonces, dice la Escritura:
"Se juntaron los príncipes de los sacerdotes y los fariseos a Pilato, diciendo: Señor, nos acordamos que aquel
engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda pues que asegure el sepulcro hasta el día
tercero; porque no vengan sus discípulos de noche, y le hurten y digan al pueblo: Resucitó de los muertos. Y será
el postrer error peor que el primero. Y Pilato les dijo: Tenéis una guardia: id, aseguradlo como sabéis" (San Mateo
27:62-65).

Los sacerdotes dieron instrucciones para asegurar el sepulcro. Una gran piedra fue colocada delante de la abertura.
A través de la piedra pusieron sogas, sujetando los extremos a la roca sólida y sellándolos con el sello romano. Una
guardia de cien soldados fue entonces colocada para evitar que se la tocase.

Los sacerdotes hicieron todo lo posible para conservar el cuerpo de Cristo donde había sido puesto. Su tumba fue
sellada tan seguramente como si hubiese de permanecer allí para siempre.

Así obran los hombres insensatos que pretenden detener los planes del Dios Altísimo. Ellos pensaron que la Luz
del mundo quedaría allí envuelta en una tela y que la Esperanza de la humanidad quedaría encerrada para siempre.

Centenares de años antes de la muerte de Cristo, el Espíritu Santo había declarado por el salmista:

¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan vanidad? Estarán los reyes de la tierra unidos contra
Jehová y contra su ungido.... El que mora en los cielos se reirá, el Señor se burlará de ellos" (Salmo 2:1-4).

Las armas y los soldados romanos fueron impotentes para detener al Señor del universo. !Se acercaba la hora de
su liberación!

V. CONCLUSION
Creo que este Sábado de Gloria, como le llama la cristiandad al día de hoy, debe ser también para cada uno de los
que vivimos casi al final del siglo XX un día de reflexión.
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Deberíamos reflexionar hoy en todo el tiempo que pudimos haber estado relacionándonos con el Señor cada día
y no lo hicimos.

Por el temor al qué dirán los amigos o los familiares, por el puesto en el trabajo o por estar ocupados en las
atracciones que el mundo ofrece, preferimos estar alejados de él y perdemos las bendiciones de su presencia y de
su compañía.

He conocido personas que se han expresado: Si yo hubiera entregado mi vida al Señor antes, qué diferente sería
ahora. ¡He perdido tanto tiempo!

VI. LLAMADO
Los que han aceptado a Cristo como su Salvador, les invito a tomar un tiempo para detenerse y dar gracias a Dios
por haber enviado a su Hijo y morir en su lugar. Les invito a darle gracias por su amor, por su paciencia.

En este día tómese un largo rato para disfrutar de la presencia de Aquel que hace bien todas las cosas.

Y los que aún no han tomado la decisión de entregar su vida al Señor, les invito a hacerlo. El tiempo de gracia que
Dios ha concedido al mundo para que se arrepienta, aún no se ha terminado. Sólo tiene que dar tres pasos fáciles:
Reconocer que es pecador, confesar sus pecados, teniendo la plena seguridad que Dios le perdonará y aceptar a
Cristo como su Señor y Salvador y permita que él dirija su vida.

¡Hágalo hoy, porque mañana puede ser demasiado tarde!

GEMA INSPIRADA DEL DON PROFÉTICO

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“Es la eficiencia impartida por el Espíritu Santo lo que hace eficaz el ministerio de la
palabra. Cuando Cristo habla por medio del predicador, el Espíritu Santo prepara los corazones
de los oyentes para recibir la palabra. El Espíritu Santo no es un siervo, sino un poder que dirige.
Hace resplandecer la verdad en la mente, y habla en todo discurso cuando el predicador se entrega
a la operación divina. El Espíritu es lo que rodea al alma de una atmósfera santa, y habla a los
impenitentes palabras de amonestación, para señalarles a Aquel que quita el pecado del
mundo”. (Obreros Evangélicos, pág. 162).

“En todos los que reciben la preparación divina, debe revelarse una vida que no está en armonía
con el mundo, sus costumbres o prácticas; y cada uno necesita tener experiencia personal en
cuanto a obtener el conocimiento de la voluntad de Dios. Debemos oírlo individualmente hablarnos
al corazón. Cuando todas las demás voces quedan acalladas, y en la quietud esperamos
delante de él, el silencio del alma hace más distinta la voz de Dios. Nos invita: “Estad quietos
y conoced que yo soy Dios”. Solamente allí puede encontrarse verdadero descanso. Y ésta
es la preparación eficaz para todo trabajo que se haya de realizar para Dios. Entre la
muchedumbre apresurada y el recargo de las intensas actividades de la vida, el alma que es así
refrigerada quedará rodeada de una atmósfera de luz y de paz. La vida respirará fragancia, y
revelará un poder divino que alcanzará a los corazones humanos”. (El Deseado de Todas las
Gentes, 316).

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