Está en la página 1de 3

La Posmodernidad

¿Qué es la Posmodernidad?

¿Es posible hablar de una filosofía posmoderna? ¿No es acaso la posmodernidad el deterioro definitivo de
lo filosófico? Autores como Lyotard, Vattimo, Lipovetsky, Finkielkraut, entre otros, se han ocupado de
mostrar una nueva forma de entender la filosofía.

El pensamiento posmoderno surge como reacción a la Ilustración del siglo XVIII, a la filosofía que cree en la
absolutización de la Razón y en el sentido único de la historia. Rousseau, Kant o incluso más tardíamente
Hegel pueden considerarse los filósofos prototípicos de la modernidad. Frente a ellos la obra demoledora
de Nietzsche abre las puertas de planteos posmodernos. Nietzsche es uno de los exponentes de la llamaba
“filosofía de la sospecha”, y esta sospecha, en el caso de Nietzsche, radica precisamente ahí, en el hecho
de considerar que la modernidad no es más que la recuperación de la vieja tradición apolínea occidental
que surgió con Sócrates y Platón y que culmina en el proyecto ilustrado. Nietzsche formula en su obra “La
gaya ciencia” la sentencia que proclama el fallecimiento de la modernidad: Dios ha muerto. No hay desde
ahora un punto de referencia común, un fundamento, un “arriba y un abajo”. Es la irrupción del nihilismo.
Ya no hay verdad filosófica, sino verdades; no existe un sentido de la historia, sino que cada cual debe
inventar el suyo, y la razón, el viejo instrumento filosófico que había creado el pensamiento griego, deja de
tener vigencia absoluta. Como Heidegger se ha ocupado de mostrar en sus trabajos sobre Nietzsche, Dios
es todo el mundo suprasensible, el mundo de las ideas de Platón, el ser trascendente. La muerte de Dios
significa ontológicamente que el ser es ente, que el ser es lo que aparece, que el ser es superficie, es
presencia. Heráclito, con su “Todo fluye”, ha barrido a Parménides, el de “El ser es”. Pero la muerte de Dios
es también la muerte de los absolutos: la ciencia, las ideologías, las religiones, etc. Todo aquello que
pretenda erigirse en absoluto, cae ahora bajo sospecha.

Pero a nivel antropológico ocurre otro tanto. La muerte de Dios lleva consigo la muerte del hombre, del
sujeto moderno, de ese sujeto que se creyó, también, Dios. Desde ahora ya no será posible, en su opinión,
volver a situar a la realidad como punto de partida de nuestras indagaciones y elucubraciones. El ego
cogito cartesiano, el sujeto trascendental kantiano, o incluso el sujeto absoluto de Hegel, son aniquilados
definitivamente. El sujeto epistemológico quedará superado, en las nuevas filosofías posmodernas, por el
sistema (Luhmann) y la estructura (Foucault). El superhombre de Nietzsche no es un hombre superior, más
hombre, más individuo, más sujeto, sino la categoría que rompe con el antiguo concepto moderno de
hombre. El superhombre anunciado en la muerte de Dios de Nietzsche lleva consigo una nueva concepción
del tiempo y de la historia: el eterno retorno.

El pensamiento no puede fundarse, porque no hay “fundamento”. Todo es precario, todo es relativo.
la negación de lo absoluto, o el absoluto de la relatividad.

Se podrían resumir en cinco los rasgos constitutivos de la posmodernidad :

1. Una nueva superficialidad que se encuentra prolongada tanto en la noción de “teoría”


contemporánea como en toda una nueva cultura de la imagen o el simulacro.
2. Debilitamiento de la historicidad. La modernidad encuentra su final desde el momento en que no
es posible descubrir una visión unitaria de la historia.
3. Un subsuelo emocional totalmente nuevo.
4. Irrupción de una nueva tecnología de lo virtual.
5. Misión política del arte en el nuevo espacio mundial del capitalismo multinacional avanzado.
• Posmodernidad, desmitificación y deconstrucción

Pero la posmodernidad es, ante todo, la filosofía de la desmitificación de la desacralización, la filosofía


que desvela el derrumbamiento de los viejos ídolos. Las repercusiones en el terreno de la ética son
importanes: ya no existen imperativos categóricos. Ética y sociología, moral y política se confunden o se
identifican. Valores sociales y valores morales se entremezclan sin posibilidad de establecer fronteras entre
ambos. Al respecto, Vattimo sugiere que después de Nietzsche, y el proceso de desmitificación, la
experiencia de la verdad no puede ser ya simplemente tal como era antes, no hay fundamento absoluto.

El saber científico es un modo de conocimiento, entre otros, y no posee en sí mismo una entidad mayor
que la de otros modos de conocimiento tales como el arte, la religión o la filosofía. De ahí la imposibilidad
de reducir todo saber confiable al saber científico. Justificar la validez del saber científico desde él mismo
es incurrir en un verdadero círculo vicioso que la filosofía posmoderna no soporta. El positivismo tuvo la
ilusa pretensión de absolutizar la ciencia tomando como modelo la física-matemática. Pero desde Herder,
por ejemplo, sabemos que solamente existen saberes “regionales” y relativos. Admitir la historicidad del
saber y de la razón es equivalente a la negación de toda trascendencia y de todo absoluto. La seguridad de
la ciencia, el poder de la razón, la certeza del pensamiento y del individuo, no son más que falsos ídolos
que ahora, la posmodernidad se ha encargado de desenmascarar. Todo ello sería, parafraseando a Sartre,
una pasión inútil.

Un autor importante en este contexto, es Michel Foucault (1926-1984). Propone “una arqueología de las
ciencias humanas”. Hace hincapié en las rupturas fundamentales producidas en la idea moderna de
“hombre” y protesta enérgicamente contra cualquier intento de fijar al ser humano en una esencialidad
inmutable y en un soberano punto medio. Siguiendo a Nietzsche pero a la vez invirtiendo su idea, Foucault
proclama de la “muerte del hombre”, esto es, hay que pensar al ser humano de manera distinta de como
se ha hecho hasta ahora. Una filosofía nueva, así como una ética y una política también nuevas, se ha de
guiar por el ser humano no según lo que es, sino en función de su capacidad de vivir, actuar y pensar de
modo diferente y configurar sus relaciones de manera “distinta”. El alumno podrá aquí seguir la
bibliografía ampliatoria (Hoffe, O. (2003), p. 304).

• El ser humano posmoderno y su situación en la cultura

La posmodernidad abre un cambio de rumbo en las consideraciones de la historia y las ciencias humanas
contemporáneas de finales del siglo XX. El valor de las mayúsculas ha perecido a favor de las minúsculas, o
vasta ver cómo escribimos, sobre todo en contextos virtuales. Los nuevos sofistas han hecho su aparición
transformando todo lo que encuentran a su paso. La apariencia devora al ser. Las grandes revoluciones
modernas, los enormes mitos, las esperanzas en sociedades justas, todo parece haber concluido.
Desconfianza en la ciencia y en la técnica, en los valores de libertad, igualdad y fraternidad, en lo universal
frente a lo particular. El estado de la cultura moderna también parece haber tocado fondo.

La nueva civilización ha abierto senderos de desesperanza. La utopía colectiva no tiene sentido. Los
mínimos han conquistado los máximos (hablar de “ética mínima” casi se nos ha impuesto como una
obligación). El individuo solitario, que tiene a su alcance grandes posibilidades de transmitir informaciones,
no sabe qué comunicar, porque ya no hay comunicación. No hay comunicación en el sentido de que no es
posible poner nada en común, no hay nada que compartir, porque todos somos habitantes de una
colectividad de islas. La cultura posmoderna es la cultura del archipiélago, lo fragmentado. Nada es
homogéneo. Es el triunfo de la heterogeneidad. Pero nuestra civilización actual no vive en la ausencia de
valores. Ello no sería posible. La posmodernidad no destruye la ética, sino solamente su fundamento
absoluto, su punto de referencia. La posmodernidad inventa nuevos valores, pero todos ellos andan
huérfanos de fundamento: hedonismo, egoísmo, ecologismo, pacifismo, ausencia de sentido, estética
kitsch, retorno a lo regional.

La “diferencia” será la categoría sociológica fundamental. La cultura posmoderna es una cultura


pluricultural. Ello no significa otra cosa que la drástica oposición a lo homogéneo. Diversidad frente a la
integridad. Pero lo que resulta más interesante de la cuestión respecto a tal diversidad, es que la
heterogeneidad cultural no se da únicamente en el nivel supranacional o supraestatal, sino que es, sobre
todo y principalmente, interestatal. La proliferación de subculturas, de tribus urbanas, con sus propias
reglas, rituales, normas, valores, etc. Son una clara muestra del pluralismo intercultural posmoderno en el
que vivimos inmersos.

Decimos esto porque es posible caracterizar la posmodernidad como una crisis de valores, si bien es algo
más que determina en sí a esta nueva concepción del valor: es fundamentalmente una crisis antropológica.
El sujeto moderno, el punto cero de todas nuestras representaciones, ha desaparecido. La persona ha
quedado difuminada en el grupo, en la masa, en el sistema. Ello resulta todavía más grave al hacer
referencia a las relaciones de alteridad, a los procesos de comunicación y, por lo mismo, a la educación.

Ya no tienen lugar problemas existenciales o sociales, al modo de la lucha de clases, porque incluso el
mismo concepto de clase ya no existe. Las tecnologías que dirigían los procesos antropológicos y sociales al
inicio del siglo han sucumbido. La turbina ha dejado paso a la computadora. Las fuerzas de producción
analizadas cuidadamente por Marx no encuentran referente social, a la luz de la filosofía de la
posmodernidad. Los modos de producción son ahora modos de reproducción. Pero el ocaso de las
tecnologías y de las formas de racionalidad va acompañado del crepúsculo de los afectos.

Este diagnóstico planteado, lejos está de hacernos caer en el pesimismo. Más bien, nos hace caer en la
cuenta que estamos en una nueva época con un nuevo sujeto, que ya no se constituye a partir de relatos
absolutos, sino que se va haciendo en la relación con otros y, sobre todo, de la relación virtual, que es el
nuevo nombre de la modernidad.

También podría gustarte