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María suplica por nosotros a su Hijo querido: no tienen vino. María nos contempla,
nos mira, e intercede por nosotros: no tienen vino. Ella es camino seguro hacia Cristo.
¿Y qué hijo puede negar algo a esta tierna y dulce Madre? Mucho menos Cristo, el
mejor Hijo.
María apura la hora de Jesús, porque ella sabe que solo Él es el portador de la
verdadera y definitiva alegría que anhela el corazón humano.
Pero antes de conceder el favor, Jesús le responde: Mujer, mi hora no ha llegado
todavía.
La hora es la hora de la cruz. La hora en que vuelve a decir a su madre de pie junto a
la cruz: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Y al discípulo dijo: «Aquí tienes a tu madre». Y
desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. De manera que para
comprender en profundidad este primer signo que realiza Jesús de convertir el agua
en vino, habrá que mirar la cruz, porque desde allí brota, desde allí se nos da la
verdadera Bebida, el Vino de la Sangre de Cristo, el Cordero de Dios.