Está en la página 1de 10

LIBRO I

1. De los criterios en harmónica.

La harmónica es una facultad1 que comprende las diferencias2 en torno a la 3

agudeza y la gravedad en los sonidos; el sonido es una afección del aire cuando es

percutido3 (lo primero y más genérico de lo audible)4; y criterios5 de armonía6 son

el oído y la razón, pero no de la misma manera7, sino que el oído8 está relacionado

con la materia y la afección, mientras que la razón lo está con la forma y la causa9,

porque también, en general, es propio de los sentidos encontrar lo cercano y aceptar

lo exacto, en tanto que de la razón, aceptar lo cercano y encontrar lo exacto10. Pues,

ya que es determinada y cumplida la materia tan sólo por la forma, y las afecciones

por las causas de los movimientos, y de ellas, aquéllas son propias de la percepción

y éstas de la razón, se sigue justamente que también las distinciones sensoriales11

son determinadas y cumplidas por las racionales, al someterles primero las diferen-

cias tomadas de forma más general, al menos en las cognoscibles por medio de la

percepción12, y al ser conducidas por ellas hacia las exactas y reconocidas.

Y esto ocurre porque la razón es simple y sin mezcla, y por ello indepen-

diente, ordenada y siempre igual en relación a las mismas cosas, mientras que la

percepción tiene que ver con la siempre mezclada y fluyente materia13; de forma

que, a causa de lo inestable de ésta14, ni la percepción de todos los hombres15 ni la

de los que permanecen siempre los mismos se observa idéntica en relación a lo que

se presenta igual. Al contrario, necesita, como de un bastón, de la corrección de la

razón. Así pues, igual que un círculo dibujado tan sólo con la vista16, parece ser a 4

menudo exacto, hasta que el que está construido con la razón conduce la percepción

al reconocimiento del que es en realidad exacto, así, si sólo de oído fuese aprehen-

dida una diferencia17 determinada de sonidos, a menudo parecerá inmediatamente

141
que ni está falta ni sobrada de su medida; pero si se ajusta la obtenida a través de la

razón apropiada, se demostrará muchas veces que no es así, reconociendo el oído la

más exacta por comparación18, como la auténtica frente a aquélla, espuria. Y es

que, en general, juzgar algo es más fácil que hacerlo (como, por ejemplo, juzgar

una pelea que pelear, una danza que danzar, una melodía de auló que tocarlo, o un

canto19 que cantar). Ciertamente, tal inferioridad de los sentidos para reconocer lo

que es absolutamente diferente o lo que no lo es para ellos, no se desviaría mucho

de la verdad, ni tampoco para observar los excesos20 de aquellas cosas que se dife-

rencian entre sí, al menos tomadas en partes más grandes de lo que son. Pero en las

comparaciones con partes más pequeñas se acumularía más, y ya sería manifiesta

en ellas; y aún más en las divisiones mucho más pequeñas. La causa es que lo que

se desvía de la verdad, aun siendo una sola vez muy poco, cuando ha habido pocas

comparaciones, todavía no puede hacer perceptible la acumulación21 de lo exiguo,

mientras que si ha habido muchas, ya es considerable y fácilmente reconocible.

Entonces, dada una línea recta, es muy sencillo tomar una más corta o más

larga que ella con la vista, no sólo porque tal cosa se produce en una extensión, sino

porque también hay una única comparación. Y dividirla en dos o duplicarla es to-

davía sencillo, si bien no del mismo modo al producirse sólo dos comparaciones.

Tomar un tercio o triplicarla es más difícil, porque ya se combinan aquí tres ajustes

y porque, proporcionalmente, será siempre más difícil de alcanzar en los cálculos

con medidas mayores cuando tomemos por sí mismo aquello que se indaga: por

ejemplo, una séptima parte o un séptuplo, y no a través de algo más sencillo, como

en el caso de una octava parte, primero con un medio, un medio de éste y aún un

medio de éste último; o un óctuplo primero con un doble, un doble de éste y aún un

142
doble de éste último. Pues ya no será la octava parte del uno o su óctuplo lo que se 5
ha tomado, sino las mitades o los dobles de más cosas desiguales.

Pues bien, puesto que también ocurre de manera similar con los sonidos y el

oído22, lo mismo que para los ojos es necesario algún criterio racional para aquello

por medio de instrumentos adecuados (por ejemplo, para lo recto mismo, la regla23,

y para el círculo y la medida de sus partes, el compás), del mismo modo también a

los oídos, como sirvientes24, sobre todo con los ojos, de la parte teórica del alma25 y

que contiene la razón, les es necesario algo que proceda de la razón para aquellas

cosas que no pueden, por naturaleza, juzgar con exactitud; un método26 al que los

oídos no refutarán27, sino que reconocerán como apropiado.

2.Cuál es el propósito del estudioso de la armonía28.

Pues bien, el instrumento de tal método se llama canon armónico29, que to-

ma su nombre de su significado30 común y por servir de canon de lo que en los sen-

tidos es inadecuado respecto a la verdad. El propósito del estudioso de la armonía

sería preservar en todo momento las hipótesis racionales del canon31 (de ninguna

manera en conflicto con los sentidos según la opinión de la mayoría)32, como el del

astrónomo es preservar las hipótesis de los movimientos celestes, consonantes con

sus trayectorias observadas, ya que las hipótesis mismas han sido tomadas también

a partir de fenómenos visibles y muy generales, y han encontrado, mediante la ra-

zón, lo particular tan exactamente como sea posible. Pues en todas las cosas es pro-

pio del investigador teórico y entendido mostrar que los trabajos de la naturaleza

están moldeados con una cierta razón, una causa ordenada y en absoluto de modo

azaroso, y que nada se ha llevado a cabo por aquélla de modo casual o azaroso y

sobre todo en las más bellas disposiciones33, las que alcanzan a los más racionales

sentidos, la vista y el oído34.

143
Este propósito, en verdad, unos parece que no lo han atendido del todo, de-

dicándose solamente al ejercicio manual y la práctica única e irracional de la per-

cepción; otros, en cambio, excediéndose, al final, en la teoría. Éstos últimos serían

6 sobre todo los pitagóricos y los aristoxénicos, y ambos se equivocan. Pues los pita-

góricos, al no haber atendido a la aplicación del oído ni en los casos en que era ne-

cesario para todos, ajustaron a las diferencias entre los sonidos razones inapropia-

das absolutamente a los fenómenos, de modo que con tal criterio35 inspiraron una

desavenencia entre quienes tenían diferente opinión. Por su parte, los aristoxénicos,

dando más credibilidad a lo aprehendido a través de la percepción, se sirvieron de

la razón como de algo accesorio para el método, contra ella misma y contra el fe-

nómeno36. Contra ella, porque no ajustan los números, es decir, las imágenes de las

razones37, a las diferencias entre los sonidos, sino a los intervalos38 entre ellos; y

contra el fenómeno, porque también comparan aquéllos con divisiones inapropiadas

a las confirmaciones39 de los sentidos. Cada una de estas cosas que van a ser expli-

cadas estará clara, si lo que contribuye a la comprensión de lo siguiente es previa-

mente delimitado.

3. Cómo se constituyen la agudeza y la gravedad en los sonidos.

Así pues, si se constituye la diferencia en los sonidos40 (al igual que también

en todo lo demás) tanto en cualidad como en cantidad41, no es posible mostrar con

facilidad a qué género de los mencionados hay que referir la diferencia entre agu-

deza y gravedad, antes de haber examinado las causas42 de tal distribución, que de

alguna manera creo que son comunes también a las variaciones en las demás percu-

siones. Pues resulta, en efecto, que las afecciones43 derivadas de ellas difieren se-

gún la fuerza de lo que percute, según las disposiciones corpóreas de lo que es per-

cutido y de aquello mediante lo cual tiene lugar la percusión; y aún, según la dis-

144
tancia entre lo que es percutido y el comienzo del movimiento. Pues, evidentemen-

te, siendo las demás condiciones las mismas44, cada uno de los factores menciona-

dos produce algo propio en la afección, en el caso de que él mismo varíe de alguna

forma.

La diferencia entre los sonidos según la disposición de lo que es percutido45,

o bien no se produce del todo o bien, al menos, no es perceptible, por ser así tam-

bién la variación del aire respecto a la percepción; en cuanto a la diferencia según la

fuerza de lo que percute, sería sólo causa de la magnitud y no de agudeza o de gra-

vedad46. Pues con los mismos condicionantes, no vemos que se produzca ninguna 7

modificación tal en los sonidos (por ejemplo cuando hablamos en voz baja o en voz

alta, o, a su vez, cuando soplamos y pulsamos un instrumento de forma más delica-

da, o más vigorosa, o más fuerte), sino solamente que lo más grande sigue a lo más

fuerte, y lo más pequeño a lo más débil.

La variación según aquello mediante lo cual tienen lugar las percusiones47,

se adquiere aquí según las disposiciones originales del cuerpo; es decir, por las que

cada cosa es rara o densa, fina o gruesa, lisa o áspera, e incluso según sus figuras48

(¿pues qué tienen en común las cualidades más afectivas –me refiero a los olores,

los sabores y los colores– con la percusión?49). Por medio de la figura produce, en

aquello que admite tal cosa (como la lengua y la boca)50, unas configuraciones51 –

como unas maneras– a los sonidos, en virtud de las cuales se acuñan vocablos de

ruidos, estrépitos, voces, griterío y muchísimos otros de tal clase; y nosotros imita-

mos cada una de las configuraciones, por tener el hombre el más racional y hábil

principio rector52. Por medio de la cualidad de la lisura o de la aspereza53 produce, a

su vez, una única cualidad, según la cual se dicen ciertos sonidos con la misma pa-

labra, lisos o ásperos, porque también éstas son cualidades en sentido propio. Por

145
medio de las cualidades de la rareza o la densidad, y del grosor o la finura, produce

otras según las cuales, a su vez, decimos con la misma palabra, densos o raros,

gruesos o finos, ciertos sonidos54; e incluso de aquí, la gravedad y la agudeza55,

porque, también, al ser cada una de ellas una cualidad de las disposiciones

mencionadas, se produce según la cantidad de sustancia. Pues más denso es lo que,

en igual volumen, tiene más sustancia; y más grueso que cosas de similar

disposición, lo que en igual extensión tiene más sustancia. Producen lo más agudo,

lo más denso y lo más fino56, mientras que lo más grave lo producen lo más raro y

lo más grueso. Y aun en las demás cosas, lo más agudo se dice que es tal por ser lo

más fino, como también que lo más débil es tal por ser lo más grueso; pues percute

más compactamente lo más fino porque puede penetrar57 más rápidamente, en tanto

que lo más denso lo hace más. Y por esto el bronce58 y la cuerda producen un

sonido más agudo que la madera y el lino respectivamente, pues son más densos; y

entre bronces de similar densidad e iguales, lo hace el más fino; entre cuerdas de

similar densidad e iguales, la más delgada59; las cosas huecas, más que las sólidas;
8 y, a su vez, de entre las tráqueas, las más densas y más finas son las más agudas en

el tono. Y cada una de estas cosas no sucede propiamente a causa de lo denso o fino

en sí mismo, sino por la tensión60, porque a tales cosas les sucede que son más

tensas, y lo más tenso resulta más vigoroso en las percusiones: esto resulta más

compacto, y esto, más agudo.

Por ello, aun cuando resulte más tenso de algún otro modo (por ejemplo,

porque sea más duro o completamente más grande), produce un sonido más agudo,

prevaleciendo, en aquellas dos cosas en las que hay algo que produce lo mismo, el

exceso61 conforme a la otra razón, como cuando el bronce produce un sonido más

agudo que el plomo, puesto que es mucho más duro que él de lo que éste es más

146
denso que aquél. Y a su vez, cualquier bronce mayor y más grueso produce un so-

nido más agudo que uno menor y más fino, cuando la razón respecto a la magnitud

es mayor que la razón respecto al grosor62. Pues el sonido es una cierta tensión63

continua del aire, que se propaga desde el aire que rodea las cosas que producen las

percusiones, hasta el del exterior; y por esto, en virtud de la fuerza con que cada

una de las cosas por las que tienen lugar las percusiones sea más tensa, resulta un

sonido menor y más agudo64.

Y por estas razones, ciertamente, parece que la diferencia entre los sonidos

respecto a lo agudo o lo grave es una cierta forma de cantidad65, y que sobre todo

tiene lugar a partir de la desigualdad de las distancias entre lo que es percutido y

aquello que percute66. Pues se constituye en la cantidad de éstas con total evidencia,

siguiendo la agudeza a las distancias más pequeñas por el vigor causado por la

proximidad, y la gravedad a las mayores por la relajación al estar más separados; de

modo que los sonidos son modificados en sentido inverso67 a las distancias68. Pues,

tal como es la distancia mayor desde el origen con respecto a la menor, resulta el

sonido procedente de la distancia menor con respecto al que procede de la mayor,

lo mismo que en las balanzas: tal como es la mayor distancia del peso respecto a la

menor, así la inclinación de la menor respecto a la de la mayor69. Y la evidencia de

esto es obvia en los sonidos producidos a través de una cierta longitud, como los de

las cuerdas, los de los aulós y los de la tráquea; pues, aun permaneciendo lo demás

invariable, en las cuerdas resultan de forma absoluta más agudos los producidos 9
con distancias menores entre los puentes que con distancias mayores; en los aulós,

los que suenan en los agujeros más cercanos al hifolmio70, es decir, más cerca de lo

que percute, que los que están más alejados71; y en la tráquea, los que tienen el co-

mienzo de la percusión más arriba y más cerca de lo que es percutido, que los que

147
lo tienen más profundo: pues también lo que concierne a la tráquea se parece a un

cierto auló natural, diferenciándose sólo en que en los aulós, al ser fijo el lugar de la

percusión, el lugar de lo que es percutido se acerca o se aleja de lo que percute por

el recurso de los agujeros; en tanto que en la tráquea sucede lo contrario: al ser fijo

el lugar de lo que es percutido, el lugar de lo que percute se acerca o se aleja de lo

que es percutido. Nuestros principios rectores, con la música connatural, de forma

maravillosa a la vez que fácil, encuentran y adoptan, a la manera del puente de un

instrumento, los lugares en la tráquea desde los que las distancias hacia el aire exte-

rior, en proporción a los excesos entre sí mismos, llevan a término las diferencias

entre los sonidos.

4.De las notas y sus diferencias.

Así pues, quede esbozado con esto cómo se constituyen la agudeza y la gra-

vedad de un sonido, y que su forma es una cierta cantidad72. Adviértase que tam-

bién sus incrementos son infinitos en potencia, pero en realidad limitados73 (como

también lo son los de las magnitudes), y que hay dos límites para éstos: el propio de

los sonidos mismos, y el del oído; y que es mayor éste que aquél74. Pues al variar

progresivamente en sus disposiciones lo que produce los sonidos, aun cuando las

distancias entre cada uno desde el más grave al más agudo no varíen en nada consi-

derable, sin embargo sus dos límites diferirán en muchos casos bastante, unos hacia

lo más grave y otros hacia lo más agudo75. Pero el oído también percibe sonidos

más graves que el más grave, y más agudos que el más agudo, por cuanto en la fa-

bricación de instrumentos nos las ingeniamos para aumentar tales distancias76.

En efecto, siendo esto así, hay que distinguir a continuación que, de los so-

10 nidos, unos son iguales en tono y otros desiguales en tono77. Iguales en tono son los

que no varían respecto al tono, mientras que los desiguales en tono varían. Pues el

148
así llamado “tono”78 sería un género común a la agudeza y a la gravedad, entendido

en relación a una única forma, la de tensión, como el límite es común al fin y al

comienzo. De los desiguales en tono, por su parte, unos son continuos y otros deli-

mitados79. Los continuos son los que tienen los lugares de los cambios hacia cada

dirección poco claros, o ninguna de cuyas partes es igual en tono a intervalo per-
80
ceptible, igual que les ocurre a los colores del arcoiris . Tales son también los que

suenan cuando las cuerdas se tensan o se destensan81; a su vez, hacia lo más grave,

el final de los mugidos, y hacia lo más agudo, los aullidos de los lobos82. Los

delimitados, por su parte, son los que tienen claros los lugares de los cambios,

cuando sus partes permanezcan en igual tono a intervalo perceptible, como en la

distinta yuxtaposición de colores no mezclados y no confundidos. Pero aquéllos son

ajenos a la harmónica, porque en absoluto fundamentan nada como uno y lo mis-

mo83, de manera que, al contrario que lo propio de las ciencias, ni por una defini-

ción ni por una razón pueden ser aprehendidos84; en cambio éstos últimos son pro-

pios de ella, al estar definidos por los límites de las igualdades de tono y al ser

medidos mutuamente por las disposiciones de sus excesos. Y ya podríamos, en

efecto, denominar notas85 a los de tal clase, porque una nota es un sonido que

mantiene uno y un mismo tono86. Por ello también, cada una, sola, es irracional87,

pues es una e indiferenciada con respecto a sí misma, mientras que una razón es una

relación88 y ocurre entre dos números primarios89; pero en la comparación entre uno

y otro sonido, cuando son desiguales en tono, produce una cierta razón por el

exceso de cantidad, y en ellas, en efecto, se hace ya evidente lo no melódico y lo

melódico90. Son melódicas cuantas, al ser enlazadas unas con otras, resultan

aceptables al oído, mientras que no melódicas las que no son así. Y aún, afirman

que son consonantes (acuñando la denominación a partir del más hermoso de los

149
do la denominación a partir del más hermoso de los sonidos, la voz) cuantas pro-

porcionan una percepción uniforme a los oídos, y disonantes, las que no son así91.

5. De los principios adoptados por los pitagóricos respecto a las hipóte-

sis de las consonancias92.

11 La percepción entiende como consonancias las conocidas como cuarta y

quinta (cuyo exceso se denomina tono93), y la octava; y aún la octava más cuarta, la

octava más quinta y la doble octava. Para nuestro presente propósito, queden al

margen las que exceden a éstas94. El razonamiento de los pitagóricos sólo excluye

una de ellas, la octava más cuarta, siguiendo sus propias hipótesis, que adoptaron

los principales representantes de la escuela a partir de los siguientes conceptos.

Tras haberse provisto, en efecto, de un principio muy adecuado para su mé-

todo95, según el cual números iguales serán asignados a notas iguales en tono, y

números desiguales a notas desiguales en tono, a partir de aquí concluyen que, al

igual que hay dos formas primarias de notas desiguales en tono entre sí, la de las

consonantes y la de las disonantes, y siendo más hermosa la de las consonantes, así

también hay dos variedades primarias de razones entre los números desiguales: una,

la de las llamadas superpartientes96 y “número a número”97, y otra, la de las super-

particulares98 y múltiples99, siendo mejor también ésta que la de aquéllas por la sim-

plicidad de la comparación100, ya que el exceso es una parte simple en la de las

superparticulares, mientras que en la de las múltiples es la parte más pequeña de

una mayor. Una vez que han ajustado, por esto, las razones superparticulares y múl-

tiples a las consonancias, hacen corresponder la octava con la razón doble101, la

quinta con la sesquiáltera102 y la cuarta con la sesquitercia103. Se manejan del modo

más lógico104, ya que, de las consonancias, la octava es la más hermosa, y, de las

razones, la doble es la mejor, aquélla por ser lo más próximo a la igualdad de tono,

150

También podría gustarte