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La torre de los Alcázares:

de antiguo palacio a lugar de defensa


Vicente Montojo Montojo

La costa murciana, en la que estuvo comprendido el actual municipio de Los Alcázares,


tuvo un marcado carácter fronterizo durante toda la Baja Edad Media y aún en la Edad
Moderna, de forma parecida a otras muchas zonas del antiguo Reino de Murcia. En el
caso del Mar Menor, su ribera formaba parte de la frontera marítima, que se extendía
hasta el litoral cartagenero, al que seguía el lorquino, pues hasta 1572 no existió el térmi-
no municipal de Mazarrón, hasta 1836 tampoco los de San Pedro del Pinatar, San Javier,
Torre Pacheco y Águilas, ni el de La Unión hasta 1874. En el periodo bajomedieval per-
sistió la amenaza de benimerines norteafricanos y nazaríes granadinos, la cual dio lugar a
numerosos y peligrosos ataques y combates, algunos de los cuales son conocidos, como el
de Campoamor en 1415 (Torres Fontes, 1976), y otros no.
El relieve accidentado de la zona marmenorense facilitaba la ocultación de los barcos
enemigos tras los abrigos que ofrecían la Isla Grosa u otros elementos geográficos, tales
como algún cabezo (Calnegre y Pudrimel en la Manga del Mar Menor), pero también su
naufragio en caso de no conocerse bien la zona (bajos de Cabo de Palos).
La reconquista del Reino nazarí de Granada (1482-1492) dio lugar a la desaparición de
la frontera granadina, a la expulsión de judíos y mudéjares (1492/1502), pero también al
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traslado del frente al Magreb, y a una nueva guerra en Berbería, origen de las conquistas
de plazas norteafricanas:

— Melilla (1497),
— Mazalquivir (1505),
— Orán (1509),
— Bugía y Trípoli (1510).

Estas expediciones militares apuntaron a la eliminación de este otro frente, el berberis-


co, que se había convertido en muy peligroso cuando los mudéjares del reino de Granada
se sublevaron en 1499-1501. 45
Vol. I • Los Alcázares en el contexto de la formación de la comarca del Mar Menor

Este fue precisamente el contexto temporal de la construcción de la torre de los Alcáza-


res, que tuvo lugar en 1498-1506, y cuya necesidad debió estar relacionada con la amenaza
del corso magrebí (Torres Fontes, 1989-1990, 187).
En septiembre de 1497 los Reyes Católicos emitieron una real provisión referente a las
fortificaciones de la costa del Reino de Granada (Gámir, 1943), que afectó al litoral alme-
riense, próximo al de Lorca. Esta disposición sólo en apariencia contrastó con otra de 13
de diciembre de 1476 prohibiendo al Ayuntamiento de Lorca la construcción de alguna
torre en su amplio término (Guerrero, 2005, 284), pues en realidad respondía a la dificultad
del momento, como fue la Guerra del Marquesado, es decir, la lucha contra el marqués de
Villena y otros nobles que apoyaban a Juana la Beltraneja (Ortuño, 2005).
Pero las expediciones norteafricanas de Cisneros y Pedro Navarro (1509-1510) no tu-
vieron en realidad el efecto esperado, pues no acabaron con la conquista del Magreb.
Por el contrario, parece que tuvieron una consecuencia no esperada, la formación de una
regencia berberisca en Argel (1516), aliada del imperio turco, en plena segunda regencia
de Cisneros, que hizo perdurar la guerra hasta 1791. A pesar de su larga duración, su
intensidad no fue constante, pudiéndose destacar la virulencia de las décadas centrales del
siglo XVI:

• la guerra de Argel (1516-1546) contra los Barbarroja, que obtuvieron:


— la toma de Argel (1516) y la derrota de Horuc Barbarroja en Tremecén (1518);
— la sublevación de los moriscos valencianos en Espadán (1525);
— la conquista del Peñón de Argel (1529), desalojando a los españoles;
— la pérdida de One (1532) por contraofensiva española,
— la incorporación y pérdida de Túnez (1534/1535);
— los ataques a Gibraltar y Mazarrón (1539), entre muchos otros, y
— la defensa de Argel contra el ataque de Carlos V (1541);
• la guerra de Mahdia, contra Dragut, con las acciones de conquista de:
— Trípoli (1551) y
— Bugía (1555), entre las plazas norteafricanas españolas, ante turcos y argelinos;
— la ocupación temporal de Ciudadela de Menorca por los berberiscos (1558), y
— los ataques argelinos a Orán, Alumbres Nuevos y Cartagena (1558 y 1561).
• la guerra o rebelión morisca de las Alpujarras (1568-1570) y
• la batalla naval de Lepanto (1571).
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A estas últimas siguieron nuevos ataques argelinos, entre los cuales estuvieron los de
Morato Arráez (Grandal, 1998):

— Calblanque-Gorguel (1584),
— Mazarrón (1585),
— Portmán (1587) y torres de la Encañizada, Terreros (1588) y Portmán (1591).

Estas acciones perduraron aún a principios del siglo XVII y se intensificaron durante la
Guerra de los Treinta Años, en que España intervino contra Holanda, Francia e Inglaterra,
46 manteniéndose la de Argel, con tal intensidad que se repitieron los ataques a:
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— la torre del Estacio (1637) y


— las torres de Cabo de Palos y la Encañizada (1640).

A cada guerra, como se puede deducir de este esquema, acompañó o precedió una
sublevación mudéjar o morisca en España. Así, a la rebelión mudéjar del reino de Granada
(1500-1502) siguieron las conquistas de Mazalquivir (1505), Orán (1509), Bugía y Trípoli
(1510).
En el reino de Murcia la expedición de Mazalquivir dio lugar a una sobrecarga fiscal,
que se manifestó en los padrones de ese año (Grandal, 2001).
En estas dos últimas fases, tras la rebelión de las Alpujarras y la expulsión de los mo-
riscos, se acusó especialmente el conocimiento que los granadinos y moriscos emigrados a
Berbería tenían del litoral murciano (de aquí la conquista de Larache).
Las llamadas marinas o litorales del Reino de Murcia fueron, como se puede deducir
de lo expuesto hasta ahora, unas zonas extremadamente peligrosas, a causa de su estra-
tégica y arriesgada posición, pero también contaban con atractivos recursos naturales y
económicos. Las ensenadas de Cartagena, Mazarrón y Portmán, en concreto, constituían
buenos fondeaderos para los barcos. Como recursos económicos pueden señalarse algunos
tan diversos, tales como los siguientes:

— Las salinas de San Pedro del Pinatar, Cartagena y Mazarrón.


— Las minas superficiales de alumbre y plomo de Cartagena y Mazarrón.
— Los caladeros de pesquerías (almadrabas y encañizadas) del Mar Menor (las golas,
en especial la mayor), Calnegre, Cabo de Palos, Escombreras, la Azohía, puerto de
Mazarrón y Cabo Cope y Calabardina (costa de Lorca, hoy de Mazarrón y Águi-
las).
En el caso del Mar Menor, desde finales del siglo XV se entabló un largo pleito en-
tre Cartagena y Murcia por los derechos de propiedad y posesión sobre la llamada
entonces Albufera de Cabo de Palos, en el que se jugaban importantes intereses
económicos sobre la pesca y el abasto de pescado de Murcia (Torres Fontes: 1987;
Lemeunier: 1987).
— Las hierbas y tierras de las llanuras litorales, pues contaban con albuferas (el Almar-
jal de Cartagena) y con saladares que eran aptas para explotar la sosa o barrilla y los
pastos. Los algibes de agua de los Alcázares daban servicio a los labradores, pastores
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y ganados de Hoya Morena, Roda, Torre Mochuela, Torre Pacheco, etc.

Por lo tanto, en el litoral murciano se daba la confluencia de recursos económicos muy


variados, pero que necesitaban de protección o defensa en una época de guerra. Así la
torre de los Alcázares protegía los algibes y en un principio a los pescadores y trajineros
presentes por sus inmediaciones; la de la Encañizada al arte de pesca del Mar Menor, la
del Estacio a la almadraba pesquera situada junto a ella y la del Pinatar a las salinas de
Patnía o del Pinatar.
Y es que cada uno de estos recursos era objeto de una fiscalización, aunque distinta:
las salinas del Pinatar pasaron de propiedad municipal a patrimonio de la corona en 1564;
la encañizada se mantuvo como propio del Ayuntamiento de Murcia, que era cedido en 47
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arrendamiento a particulares; los Alcázares eran también cedidos a un alcaide, a quien se


le dotaba con una hacienda rústica a cambio de que mantuviera la torre y los algibes; y,
por último, las tierras del campo eran repartidas a quienes las pidieran a cambio de una
renta de censo o a terraje.
Las medidas que se tomaron a lo largo del tiempo para dar seguridad al territorio tu-
vieron posiblemente mucho que ver con la protección de estos recursos económicos. Así,
el adelantado Juan Chacón limpió la costa de barcos enemigos durante la guerra de recon-
quista de Granada (1480-1492) y al acabar esta contienda el Concejo de Murcia recibió
numerosas peticiones de concesiones o mercedes de tierras en su campo litoral.
La construcción de una nueva torre en Los Alcázares tuvo relación con esta protección
del territorio y la necesidad de rentabilizar sus recursos, pues tuvo lugar en los años finales
del siglo XV y primeros del XVI, entre 1492 y 1506, es decir, en la coyuntura propicia
entre las capitulaciones granadinas y las conquistas de Mazalquivir y Orán, en que hubo
algunos ataques berberiscos y se iniciaron algunas obras de fortificación costera en Águilas
y Mazarrón. Su construcción estuvo vinculada a la protección del Mar Menor (llamado
la Albufera), que el Ayuntamiento de Murcia acensó a Sancho de Arróniz (1483) y, por
lo tanto, a la protección de la pesca y de los algibes del entorno. Esta fortificación fue de
propiedad municipal, como la de La Encañizada, a diferencia de la del Estacio, y ambas
estuvieron dirigidas a proteger recursos económicos, como la pesca de la Albufera (los Al-
cázares) y la del propio de la Encañizada, que tanto a finales del XVI como en 1683-1700
fue el más importante de la hacienda municipal (Muñoz Rodríguez, 2002).
Con el tiempo otros recursos económicos fueron puestos en explotación gracias a la
fortificación de esta costa, como los pastos repartidos a ganaderos, en lotes llamados mi-
llares (Los Alcázares, Torre Mochuela, Hoya Morena), o las tierras de labor o labores, de
aprovechamiento agropecuario, cuya puesta en rentabilidad no se difundió plenamente
hasta que se pobló más densamente el campo, ya en el XVII.
Hay que tener muy en cuenta que la puesta en explotación económica, que se constata
ya desde finales del siglo XV y sobre todo a lo largo del XVI, no dio lugar a una repobla-
ción permanente hasta finales del siglo siguiente, el XVII. De hecho el desmoronamiento
de la torre de los Alcázares simboliza este proceso: la definitiva repoblación exigió la utili-
zación de su piedra para la construcción de viviendas.
A este retardo de la plena repoblación del entorno marmenorense contribuyó sobre
todo la larga guerra con las regencias berberiscas (1516-1791), que obligó a la fortificación
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de las costas murcianas mediante nuevas torres, que llamamos defensivas, aunque eran mas
bien torres vigías, de vigilancia hacia el exterior y de aviso hacia el interior, pues mediante
señales que se recibían en atalayas y otras torres se daba aviso a las ciudades (Cartagena,
Lorca y Murcia) para que levantaran y enviaran las milicias locales con el fin de defender
el territorio del Reino (Muñoz: 2004).
A lo largo de la Edad Moderna no hubo una continuidad en la fortificación del litoral,
sino periodos de proyectos, otros de construcciones y aún otros de pérdidas. Así, si en el rei-
nado de Carlos I (1516-1555) hubo ya proyectos, como el aplicado en el Reino de Valencia,
los planes, iniciados en el reinado del emperador, aumentaron y tuvieron alguna efectividad
en los de Felipe II (1555-1598) y Felipe III (1598-1621): sobre todo el de Antonelli en el
48 Reino de Murcia (1570) (Thompson, 1981, 26-34).
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Por contraste, en el reinado de Felipe IV (1621-1665) hubo grandes deterioros en las


torres, y en el de Carlos II (1665-1700) y Felipe V (1700-1746) se hicieron nuevos proyectos,
que aún prosiguieron con los siguientes borbones.
Para una etapa como la de finales del XVII, en la que se considera que se estaba
afianzando la repoblación, constan algunas capturas de barcos berberiscos en la zona del
Mar Menor, como la de una nave corsaria junto a la torre del Estacio en 1697, por los
moradores del Pinatar y la Calavera. Hay otras conocidas también, pero como se puede
colegir, no hubo operaciones de guerra mayores, salvo que las desconozcamos.

I. EL SIGLO XVI

Si a finales del siglo XV Juan Chacón, como adelantado mayor del Reino de Murcia
que era, tras la muerte de su suegro Pedro Fajardo Quesada, daba seguridad al litoral con
sus actuaciones de limpieza de depredadores, no hacía más que cumplir su deber como
tal adelantado, que le constituía en capitán mayor, es decir, en jefe militar. Esta autoridad
tenía grandes implicaciones en la defensa del reino, que se materializaban en las tenencias
de las principales fortalezas del territorio. En estos años del reinado de los Reyes Católicos
se proyectaron obras de fortificación costeras en Águilas (1501/1514) y Mazarrón (1501),
y durante el de Carlos V en Águilas (1529) y Cope (1530-1531/1534).
Con Felipe II sí se hicieron algunas construcciones de torres en Fuente Álamo de Mur-
cia (1562-1563) y Mazarrón (1564), y más tarde (1575) Felipe II concedió a Pedro Fajardo,
III marqués de los Vélez, adelantado mayor del reino de Murcia, los oficios de alcaide de
la fortaleza de Lorca y la tenencia de los alcázares de la ciudad de Murcia, por razón del
fallecimiento de don Luis Fajardo, su antecesor en el título (AMM, serie 4, libro 807, car-
tulario real de 1575-1576, fs. 1r-5r). Se trataba, en este segundo caso, no de la torre de los
Alcázares, sino de antiguas construcciones defensivas de la ciudad de Murcia, ya dedicadas
a otros usos: el alcázar Nasir y el alcázar Seguir.
No obstante que estas fortificaciones de tierra adentro, como las de Lorca y Murcia
ciudad, habían vuelto a tener importancia con la segunda guerra de Granada, es decir,
con la rebelión de los moriscos de las Alpujarras granadina y almeriense (1568-1570), la
línea fronteriza se desplazó entre finales del siglo XV (finalizada la conquista del reino de
Granada) y principios del XVI (instaurada una regencia berberisca en Argel aliada al sul-
tán turco) al litoral del reino, formado por los límites marítimos de las ciudades de Murcia,
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Cartagena y Lorca (Mazarrón desde 1572).


Al poco tiempo de tomar posesión el nuevo marqués don Pedro Fajardo de estas forta-
lezas (1575) se planteó una ampliación de las torres costeras, que se ejecutó a lo largo de
los años 1580-1602, al dotarla con una financiación adecuada, la de los arbitrios sobre el
pescado y el ganado trashumante.
La torre de los Alcázares pertenecía a una época anterior, pues había sido propuesta
para su construcción en 1451 por el obispo de Cartagena don Diego de Comontes, como
también un cortijo, pero no se hizo sino en 1498-1506, posteriormente a la concesión de
los Alcázares y el Mar Menor por el Concejo de Murcia a Sancho de Arróniz, en 1483.
La continuidad de los arrendamientos de ambos bienes de propios a finales del siglo XV y
principios del XVI obligó a refortificar el recinto, sobre todo con el fin de proteger los 11 49
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algibes de los Alcázares y a los pastores y ganados que se acercaban (Torres Fontes, 1987,
115-117; 1989-1990, 187).
Es posible que a mediados del siglo XVI perdiera ya parte de su valor defensivo, a causa
de la construcción de la torre de la Encañizada, que se situó en posición más avanzada.
En los años 1560 y siguientes el Ayuntamiento de Murcia nombraba un alcaide de la torre
(Juan de Gea en 1560, 1564 y 1568; Salvador Padilla en 1563), que fue obligado a mante-
ner torre y algibes bien reparados. A veces se comisionaba a un regidor o un jurado para
que fuera con gente armada a la torre y prendieran a los pescadores de Cartagena que es-
tuviesen en el término municipal de Murcia (1564): el famoso episodio de Galán o Ganán.
Era esta medida un medio de proteger la rentabilidad del propio municipal pesquero.
Por otra parte, de la revalorización agropecuaria de la zona fue bien indicativa la con-
cesión de tierras en ella al alcaide Antón Calvo, en 1593 (10-4-1593), o al regidor Guillén
de Roda y al Convento de la Trinidad en 1594 (23-4-1594).
La torre de la Encañizada, cuya construcción ha sido situada a partir de 1526 (Jiménez,
1984, 80), en el periodo final del siglo XV o comienzos del XVI (Rubio, 2000, 71), o en
1574 (Chacón, 1979, 1980, 257-258), en el que también se construyeron las de Águilas,
Cope y Mazarrón, fue obrada en realidad (la torre de la Encañizada) por Juan Rodríguez,
obrero mayor del Obispado de Cartagena, entre 1560 y 1563 (AMM, legajo 3872), finali-
zándose las cuentas en 1564 (Jiménez, 1984, 81). Se trata de un arquitecto conocido, pues
realizó obras de fortificación en Cartagena en 1570.
Esta construcción de la torre de la Encañizada tuvo lugar en torno a los graves episodios
de los desembarcos argelinos en Escombreras y las Algamecas para atacar Alumbres Nue-
vos y Cartagena (1558 y 1561) y al enfrentamiento entre pescadores de Cartagena y Murcia
en Ganán (1563) (Montojo, 1993, 217). Luis Fajardo, II marqués de los Vélez, custodió
y socorrió el litoral de Cartagena y Mazarrón en estos años, rechazando el desembarco
argelino realizado en las Algamecas, en 1561, del que salió herido (Cascales), y que tuvo
una gran incidencia en la evolución de la defensa de Cartagena, aparte de que diera lugar
a un voto de su Ayuntamiento (Montojo, 1987, 72). Sebastián de Zufre hizo un informe
sobre las defensas para el Consejo de Guerra en 1562 (Rubio, 2000, 36).
La importancia de la zona murciana fue aumentando a medida que su Concejo arrendó
los Alcázares y la Encañizada, de forma continuada a partir de principios del siglo XVI:
hacia 1522 a Alonso Pacheco de Arróniz, en 1574 a Isidoro Almela, o en 1578 a Diego de
Auñón (Jiménez: 1984, 53, 67-69). Por estos años (1573) se construyó en el litoral de Lorca
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la torre de Cope que, como la de La Encañizada, se dirigió a proteger la pesquería y no


para unirla a la línea de torres granadina, a la de Montroy (Guerrero, 2005, 332).
El 26 de junio de 1582 el Ayuntamiento de Murcia acordó encargar al regidor Luis
Riquelme de hacer arreglar la torre de los Alcázares, financiándolo con la renta de la
Encañizada, con intervención del mayordomo, que debía pagarle los gastos de acuerdo
con los libramientos del regidor (AMM, legajo 2381, n. 9). Aunque en el testimonio del
escribano Juan García de Medina se anotó muy posteriormente que se trataba de la obra
de la torre de la cárcel, no pudo ser así, sino que se trataba realmente de la torre de los
Alcázares. Jerónimo Hurtado señaló en su Descripción de Cartagena, datada en 1584 (Ru-
bio, 2000, 100) que «a esta otra orilla de la Albufera, hacia Cartagena, hacia poniente, hay
50 otro cabezo, que llaman Cabezo Gordo, y junto a él, a la legua del agua de la Albufera y
La torre de Los Alcázares: de antiguo palacio a lugar de defensa Vicente Montojo Montojo

en paraje allá frente de la torre dicha de la Cañizada y Gola Mayor, hay una casa antigua,
fuerte para lanza y escudo, que los del pueblo llaman Casas de los Alcázares». En 1582 los
moros (Gazia) asaltaron la torre de Cope (Guerrero, 2005, 337).
La reparación de la torre de Los Alcázares quizá se pueda relacionar con otras obras
defensivas que se realizaban desde 1580 y que tuvieron su culminación en la construcción
de las torres de Cabo de Palos y La Azohía, en el término municipal de Cartagena, tras la
consignación de dinero mediante los arbitrios aplicados al sostenimiento de las torres (un
cuartillo sobre cada arroba de pescado y 4 maravedís por cabeza de ganado extremeño o
trashumante), decidida en 1578.
Para entonces se aplicaba una reducción a 26 de las 36 torres proyectadas en el plan
del ingeniero militar Juan Bautista Antonelli (1570) (Rubio, 2000, 30), de las que resultaron
efectivas 7: las de Águilas (1578-1579), Los Terreros (1578-1579), La Azohía (1579-1580),
Cabo de Palos (1580-1581), El Estacio (1591-1601), Portmán (1591-1592/1596-1597) y el
Pinatar (1602) (Jiménez de Gregorio, 1984, 36-39; Guerrero, 2005, 329-331).
La reparación de 1582 en la torre de los Alcázares se sitúa, por lo tanto, en la estela de
las medidas tomadas a partir de la ejecución del plan Antonelli (1570) desde 1578, cuyas
primeras medidas fueron la financiación (1578-1579) y las construcciones en Águilas y los
Terreros, en la costa lorquina, y la Azohía y Cabo de Palos en la de Cartagena entre 1580
y 1582, que se sumaron a las existentes desde mucho antes de los Alcázares y la Encañi-
zada, del Concejo de Murcia, y a las que se añadieron las construidas a finales del XVI y
principios del XVII en El Estacio, Portmán y El Pinatar.
Quedó así constituido un conjunto que llamamos defensivo, pero que servía fundamen-
talmente para alertar mediante ahumadas y luminarias de la presencia de grupos peligrosos
de naves corsarias o enemigas, sin apenas posibilidad de contener las aproximaciones ni los
desembarcos (Muñoz Clares, 2002, 168-169; Guerrero, 2005, 294-296). No puede ser más
clara la declaración de Rodrigo Yáñez de Ovalle, alcalde mayor de Lorca y teniente de
adelantado mayor: «como en las torres no hay bastante fuerza para ofender a los enemigos
que saltan en tierra, ni les es permitido dejarla para dar aviso, sólo sirven de correspon-
dencia de otras y de los lugares comarcanos» (AGS, GA, legajo 286, n. 225, 28-4-1590).
Para mayor desgracia, los ataques argelinos de finales del siglo XVI y de mediados del
XVII (Ruiz Ibáñez, 1995; 1997) castigaron duramente este grupo de torres, lo que obligó
a sucesivas reconstrucciones o reparaciones, que no le dieron una mayor eficacia a finales
del mismo siglo XVII (Muñoz Rodríguez, 2003, 145-149).
Historia de los Alcázares

Si las torres reales servían para que sus guarniciones, formadas por alcaide, sargento
o cabo y 2 o 3 soldados, avisaran de la presencia de moros en la costa y se refugiaran en
ellas en caso de ataque o desembarco, una función parecida a esta última desempeñaban
las torres municipales de Murcia en su costa para pescadores y labradores de la zona, y las
de particulares, entre las que destacaban las de los regidores o concejales de los ayunta-
mientos de Cartagena y Murcia, como la del Negro, de los Giner de Cartagena, de 1585;
la del Rame, primero de los Bienvengud Rosique y de Lizana de Cartagena y después de
los Fontes de Murcia, casi coetánea a la anterior; o la de Oviedo, primero de los Toya
Monserrate en 1678 y después de los Oviedo de Cartagena (Montojo, 1986).
Todo lo cual indica que las torres reales no se construyeron en Cartagena hasta la
década de 1580, pues no hubo una torre anterior en Cabo de Palos en razón de un do- 51
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cumento de 1564 (Rubio, 2000, 91), puesto que la fecha de dicho documento habría que
retrotraerla a 1664 tal como se deduce de la lectura de su propio texto y notas y de que la
destrucción fue en el siglo XVII. Otra cosa diferente es el hecho de que hubiera proyectos
anteriores, como las peticiones de fortificación por el Concejo de Murcia (1526) (Jiménez,
1984, 77), y de los moradores de Mazarrón de construir 4 torres en sus costas: Punta o
puerto de Mazarrón, Piedramala, Palazuelos y Calnegre (1538) (AGS, GA, legajo 12, folio
176: «Probanza hecha ante la Justicia de la muy noble ciudad de Murcia por cédula de Su
Majestad de pedimento de los vecinos de las Casas de los Alumbres del Almazarrón sobre
ciertas torres que piden que se hagan en la costa», 1538-1539).
También pienso que es válida la afirmación de una situación de indefinición entre
torres de la costa y torres postlitorales para la primera mitad del siglo XVI, pues en dicha
época no había más torres que la del Concejo de Murcia (Los Alcázares) en su término
municipal, y las de particulares en Cartagena, periodo para el que se cuenta con las algunas
actas capitulares del Concejo de Cartagena de los años 1501-1517 y continuadas durante
1526-1542 y 1549-1551.
Por otra parte, cabe relacionar la evolución de las torres vigías de la costa del Reino
de Murcia con la coyuntura bélica de cada etapa: así los proyectos de Sebastián de Zufre
(1562) y Juan Bautista Antonelli (1562/1570), con los desembarcos argelinos en Alumbres
Nuevos (1558) y las Algamecas y amenaza sobre Cartagena (1561) y la rebelión de los
moriscos alpujarreños del Reino de Granada (1568-1570).
Algo diferente fue la situación entre 1578 y 1598, en que Felipe II condujo a España
a numerosas guerras, pues a la intensificación de la sublevación de Holanda (1566-1609),
siguieron las guerras de conquista de Portugal y defensa de las islas Terceras (1580-1583);
las de Inglaterra (1585-1604), con operaciones tan importantes como la Invencible (1588)
y los ataques ingleses a La Coruña, Lisboa (1589) y Cádiz (1587, 1596), y Francia (1593-
1598), con actuaciones básicamente en suelo francés, salvo la incursión bearnesa en el
valle de Tena (1593). Se consiguieron treguas con Turquía (1578-1580 en adelante), pero
los argelinos redoblaron sus ataques, aprovechando la ofensiva inglesa: Mazarrón (1585),
Cartagena (1587), etc.
Pues bien, uno de estos ataque se dirigió precisamente contra la torre de la Encañizada,
que tuvo entre febrero y mayo de 1588 una guarnición, formada por Francisco Pedriñán,
sargento y alcaide, con sueldo de 10 ducados mensuales, y 3 soldados (Martín Vizcaino,
Diego Díaz y Gaspar González, estos 2 últimos de Cartagena y Elche), pagados con 4 du-
Historia de los Alcázares

cados mensuales procedentes del propio, que recibieron 4 mosquetes, 4 aimas, 4 rodelas,
1 arroba de pólvora, 2 arrobas de plomo o balas, y 8 o 10 libras de cuerda (AMM, legajo
2718, expediente último, de 1588). En dicho periodo, hacia el 19 de febrero, los berberiscos
tomaron la torre, aprovechando la ausencia de la guarnición (Jiménez, 1984, 79).
Esta situación diplomática y fronteriza obligó, como reacción a la ofensiva argelina e
inglesa, a un nuevo replanteamiento de la defensa del Reino: el Consejo de Guerra, rector
de la política ejecutiva militar, a través de Andrés de Prada, secretario de Tierra, pues la
única secretaría del consejo se había desdoblado en Mar y Tierra (1585), consultó al co-
rregidor (Diego Argote y Aguayo), concejos de Cartagena, Lorca, Mazarrón y Murcia y a
excorregidores, como Jorge Manrique de Lara y Pedro Zapata de Cárdenas (1589-1590),
52 sobre los medios a utilizar. Se formularon los siguientes:
La torre de Los Alcázares: de antiguo palacio a lugar de defensa Vicente Montojo Montojo

— las torres (avanzar en su aumento),


— las cuadrillas o grupos de soldados y atajadores,
— las cofradías armadas,
— las milicias.

Zapata aconsejó que se ubicara una cuadrilla «en la torre de los Alcázares, término de
Murcia, a la parte de levante, porque es capaz, con un reducto que tiene para alojarse allí
la gente, desde luego hasta que se les acomode otra mejor estancia». Por lo tanto, la torre
de los Alcázares le parecía más apta que la de la Encañizada para una segunda cuadrilla
(las otras tres se situarían en Cartagena, Mazarrón y Cabo Cope), quizá por estar más
accesible que la de la Encañizada, pero excluyendo la posibilidad de que esta ubicación
tuviera continuidad, posiblemente porque ya estaba previsto que fuera trasladada a la torre
del Estacio cuando se construyera.
En efecto, como fruto de este debate, se acometió la construcción de las torres del Es-
tacio y el Pinatar, que tuvieron una gran importancia para la protección del Mar Menor
y se hizo en 12 años (1592-1603), en que a la guerra de Argel se sumaron las de Holanda,
Inglaterra y Francia, y las dificultades fiscales y económicas: entre las primeras la fuerte
elevación de las alcabalas (1575), que ya había subido un 14% en 1564, y la introducción
del servicio de millones (1590-1602), y entre las segundas las bancarrotas de 1575 y 1599
y los efectos de la epidemia atlántica de 1599-1600 y de las guerras.
El recrudecimiento de la guerra berberisca a partir de 1574 (restauración de la regencia
berberisca de Túnez, ofensiva de Morato Arráez desde Argel) obligó a una actitud más
beligerante, que se manifestó en el proyecto de formación de cofradías de caballeros, que
se comprometerían a luchar con armas y caballo, que fracasó, el alistamiento de armas de
la población y la búsqueda de financiación para nuevas torres.
Esto último, la financiación, era vital para la prosecución de las construcciones defensi-
vas y el medio al que se recurrió fue el de los arbitrios ya mencionados sobre el pescado y el
ganado trashumante, cuya administración fue confiada a delegados del adelantado mayor
del reino: el visitador de las torres y el contador y pagador. Pero los concejos habían de
intervenir en la recaudación y además estaban interesados en controlarla, pues Cartagena
quiso que se destinase a las torres de su territorio y no a las de Murcia. Algún excorregidor,
como Manrique de Lara pretendió que se dejara de recaudar el arbitrio del pescado, pues
los pescadores de Cartagena se quejaban de que siempre eran ellos los más perjudicados
Historia de los Alcázares

por las nuevas imposiciones, y se instaurara uno nuevo sobre la barrilla que se exportaba
por Cartagena, que había adquirido gran importancia, pero no se llegó a hacer tal cambio,
aunque la barrilla sí fue gravada temporalmente por el nuevo servicio de millones, antes
de que éste recayera en forma de sisa sobre las cuatro especies (aceite, carne, vino y vi-
nagre). Lógicamente, los comerciantes de Cartagena, algunos de los cuales eran regidores
del ayuntamiento (Tomás Digueri, Julián Junge, Pedro Francisco Panesi), hicieron todo lo
posible para evitar la imposición sobre la barrilla. Otros pidieron que se gravara la rubia,
otro producto tintóreo comercial (Guerrero, 2005, 301).
Por otra parte, también Manrique de Lara propuso que en la administración de los
arbitrios para la financiación de las torres intervinieran los oficiales reales de la Proveeduría
de Armadas y Fronteras de Cartagena, a lo que el Ayuntamiento de Cartagena era contra- 53
Vol. I • Los Alcázares en el contexto de la formación de la comarca del Mar Menor

rio, por razón de su enfrentamiento con el proveedor Miguel de Oviedo. Como se puede
deducir, la fortificación del litoral se convirtió en toda una cuestión de debate, que hasta
ahora ha sido poco valorada. Si tenemos en cuenta, que con ella se mezcló la pretensión
real de mayores exigencias fiscales (servicio de millones) y también de servicios militares
(milicias permanentes o compañías provinciales), advertiremos su importancia, y aún más
algunos de los resultados a que dio lugar: la formación de padrones de hidalgos, pues los
poderosos, como habían hecho en 1591 con respecto a la elevación del servicio ordinario
de cortes, se negaron a contribuir.
De la construcción de las torres de Portmán y del Estacio, en la última década del XVI,
se esperaba un gran beneficio, y el hecho es que, a pesar de su fragilidad, o de la del con-
junto del sistema defensivo, se puede deducir que las torres de la costa murciana tuvieron
un efecto benéfico, la protección de recursos económicos circundantes (pesquerías, pozos,
salinas, tierras de labor), aunque limitado, pues en la práctica la funcionalidad de las torres
quedó casi circunscrita al envío de avisos a las torres próximas y, sobre todo teniendo en
cuenta que su dotación humana fue muy escasa y que la falta de población exigía el recurso
a las milicias parroquiales de Murcia. No obstante, la prosperidad de las almadrabas hizo
que el rey planteara incorporarlas a su patrimonio, en 1597 (Ruiz Ibáñez, 1995, 77), y
también creció la producción agrícola.

II. EL SIGLO XVII

Los ataques de Morato Arráez y Simón Danzer. Las visitas de las torres

Al iniciarse el siglo XVII la costa murciana era especialmente favorecida por la fina-
lización de la torre del Estacio, construida por Pedro Milanés, y la construcción de la del
Pinatar, por Bartolomé Cacholo (1602) (Jiménez, 1984, 85-88 y 107-109), que se unieron
a las de Cabo de Palos, Portmán y la Horadada, mientras que fracasaron los proyectos de
construir otras torres en el litoral cartagenero, como las de Calnegre (1601) (Martínez Rizo,
1894, 13) y las Algamecas (Casal: 1932).
En 1614, se hizo una probanza, a petición del concejo de Murcia, sobre los bene-
ficios de las concesiones de tierras que había hecho, favorecidas por la seguridad que
daban las nuevas torres construidas. El primer testigo, Miguel Martínez, labrador,
declaró que «todos los labradores, ganaderos, carboneros y otras gentes que andaban
Historia de los Alcázares

y trataban en el dicho campo, particularmente en lo que son las mercedes nuevas, que
dicen estaban en conocido peligro de ser cautivados de los moros, por estar las dichas
heredades muy cerca de la marina, donde los moros saltaban en tierra y corrían este
campo y se llevaban los pastores, labradores y carboneros, como es notorio, y hoy
hicieran lo mismo si no se hubieran edificado y levantado las torres del Estacio, Ca-
ñizada y Horadada, que se han fabricado de dicho año de 1577 a esta parte, con tan
buen acuerdo que ha sido el total remedio de esta tierra y poderse panificar, como se
labra y panifica hasta la legua del agua, cosa que jamás se creyó, porque los moros
continuaban tanto esta costa que si algunos hombres hacían carbón hacia la marina,
se soterraban de noche en hoyos que tenían hechos, cubiertos de atochas y aún no
54 estaban seguros».
La torre de Los Alcázares: de antiguo palacio a lugar de defensa Vicente Montojo Montojo

Otros testigos, como Pedro Lainez y Bartolomé de Alcaraz, moradores en el campo,


fundamentaban el cambio con el relato de incursiones hacia 1576 y en 1585: «por la
parte que llaman la Horadada y vinieron a la Cañada Redonda, que era del beneficiado
Pinelo, y se llevaron a Agustín Fernández, su labrador y a otros que estaban en la dicha
heredad, que entonces se comenzó a labrar». «En esta costa de mar y término de la
dicha ciudad de Murcia no sólo no se podían labrar las heredades que se han labrado y
cultivado después que se edificaron las dichas torres que están cerca de la marina, pero
ni en las apartadas, porque eran tan señores los moros de este campo como de su misma
tierra, y el año de ochenta y cinco este testigo y Juan García Lozano y Fernando Balles-
ter fueron a sacar unos novillos de la vacada de Antonio Gil, que estaba en el pozico
de la Calavera, donde tienen su heredad los herederos de Antonio de Lisón, regidor, y
queriendo cenar vino un zagal y les dijo cómo a su padre y a un hermano se los llevaban
los moros, y apenas hubieron escapado del hato y dejado la cena cuando vinieron diez
y ocho turcos y les quemaron todo el hato y se comieron la cena, y otro día de mañana
vieron cómo se habían llevado los pastores que había dicho el zagal y les habían muerto
muchas cabezas de ganado y se las llevaron, y así después que se edificaron las dichas
torres se han asegurado los vecinos, de manera que labran hasta la lengua del agua»
(AMM, leg. 4025).
Las torres dieron seguridad al territorio, por lo menos durante el primer tercio del
XVII, por lo que aumentaron las peticiones de concesiones de tierras al concejo, de las
que se beneficiaron más algunos regidores y eclesiásticos murcianos y cartageneros, que
eran capaces de poner en explotación tierras montuosas, costosas de rentabilizar, y que
exigían mucha mano de obra. Ellos mismos formaron haciendas con casas torres que las
resguardaban, y eran los primeros interesados en que se realizaran visitas de inspección de
las torres concejiles y reales para su conservación y utilidad.
Así la torre de los Alcázares fue objeto de visitas de inspección municipales, también
la de la Encañizada, en 1632, por el regidor Antonio de la Peraleja (AHPM, Prot. 13186,
f.18), y 1682, y excepcionalmente fue incluida en las visitas giradas a las torres reales, como
la de 27-11-1619 (AGS, GA, 861), pudiendo indicar esto último que tenían una importan-
cia superior a la de las torres de particulares, lo cual en parte se explica por los propios o
recursos económicos que procuraban dichas torres a la ciudad (pesca, tierras laborables,
millares o ejidos pecuarios y agua para carboneros, labradores, pastores y ganados).
Por lo tanto, a pesar de los ataques berberiscos, las sucesivas construcciones defensivas
Historia de los Alcázares

procuraron una incierta seguridad al territorio marmenorense, que permitió la explotación


de los recursos pesqueros (la encañizada, la almadraba del Estacio), ganaderos (pastos re-
partidos a ganaderos trashumantes y vecinos de Murcia y Cartagena) y agrícolas (hereda-
des de Antón Calvo, Fernando de Albornoz, Pablo de Roda, Juan Bienvengud de Lizana,
Pedro Ferrer, Juan Fernández, Pedro Espada, Francisco Zapata o Matías Oliver, citadas en
la visita de 1632). En esta visita de 1632, el interés de la torre de los Alcázares parece ya
más económico que propiamente defensivo.
No obstante, la eficacia de estas torres fue relativa, hasta el punto de que sufrieron
nuevos ataques, a mediados del siglo XVII (la del Estacio en 1637 y la de la Encañizada
en 1640). En el caso de esta última y la de los Alcázares, hubo que hacer reparaciones en
1626 y 1640, en esta última fecha sólo en la primera (Jiménez, 1984, 110-112). 55
Vol. I • Los Alcázares en el contexto de la formación de la comarca del Mar Menor

Por otra parte, el siglo XVII estuvo marcado por catástrofes humanas, tales como
epidemias de peste (1648 y 1678) y riadas, como la de San Calixto (1651), así como las
dificultades derivadas de frecuentes periodos de guerra, ya permanente con las regencias
berberiscas, casi permanente con Francia (1635-1659) o temporales con Holanda (1600-
1609/1621-1648) e Inglaterra (1625-1630/1655-1660).
A esta coyuntura bélica de inicios de la segunda mitad de la centuria corresponde el
informe del corregidor Sebastián Infante (1657), según el cual estaban inservibles las torres
del Estacio y del Pinatar, recuperable la primera y ruinosa la segunda. Quizá a su emisión
siguieran las gestiones que se hicieron para obtener recursos económicos con que pagar
las reparaciones.
Nuevos estallidos de guerras, como la de Holanda con Francia, obligaron a hacer pro-
yectos de obras de reconstrucción de algunas torres, por razón de la urgencia de la defensa.
En 1674, Juan González Salamanqués, gobernador de armas de Cartagena, declaraba que
«con las noticias que su Señoría tiene de la hostilidad que los enemigos de esta real corona,
que quieren intentar en estos campos, y hallándose parte de la costa indefensa por la parte
de Cabo de Palos, donde hay muchos caseríos de los vecinos de esta ciudad, y particular-
mente el Santuario del Real Convento de San Ginés de la Jara, que está muy cercano de
dicho Cabo de Palos, en cuyo sitio había una torre guarnecida de infantería y artillería
que volaron los moros y saquearon en tiempos pasados». De esta escritura se deduce que
el Campo de Cartagena estaba desprotegido por esa parte, pues no se había reconstruido
la torre de Cabo de Palos, a pesar de que sí había población instalada en la zona.
Consta fehacientemente que se hicieron nuevas reparaciones en las torres de Cabo de
Palos (1674), el Estacio y la Encañizada (1683), es decir, en torno a las guerras de Holanda
(1673-1678) y Luxemburgo (1683-1684) contra Francia y el asedio turco de Viena (1683),
pero las torres del Pinatar y los Alcázares se dieron por arruinadas, pues a esta última la
despojaron de ladrillo y madera para construir casas próximas, y también los 11 algibes.
La torre del Pinatar, según los moradores del pago o partido (entre 80 y 100), dependiente
de Murcia, se había dejado perder, quizá por la ambigüedad de su titularidad, entre real
y concejil (Muñoz: 2004).
La necesidad más vital hizo que se dispusiese el arreglo de los algibes y, si era posible,
de la torre de los Alcázares, pues para entonces la repoblación del Campo murciano se
había consolidado, como demuestra el informe eclesiástico de 1680, que quizá no sirvió
de referencia a Merino Álvarez, pero, aunque se equivocara al dar esta fecha como de
Historia de los Alcázares

fundación de la parroquia, sí acertó con la del asentamiento definitivo de la población (Ji-


ménez, 1984, 96-113), lo que dio lugar a la primera licencia para hacer molinos harineros
de viento, a Baltasar García en Roda (1692), pues los más cercanos estaban a 7 leguas, en
la huerta de Murcia (AMM, legajo 2747), y a la construcción de ermitas: la de la Purísima
de la Encañizada entre 1678 y 1683 (Jiménez, 1984, 136-137).
Por entonces prosperaban proyectos de nuevas torres en el puerto de Cartagena con
motivo del traslado del Apostadero de las Galeras de España desde Puerto de Santa María
a Cartagena (1668-1670): las de Trincabotijas (1673, 1686) y la Podadera (1702) (Rubio/
Piñera, 1988; Marzal, 1993, 38).
No conocemos nuevas visitas, como las de 1619 y 1632, hasta 1692, pero las gestiones
56 de 1683 dejan a las claras que la torre de los Alcázares había perdido su carácter defensivo
La torre de Los Alcázares: de antiguo palacio a lugar de defensa Vicente Montojo Montojo

y la repoblación del campo inmediato aprovechó su piedra para la construcción doméstica.


El informe hecho por Antonio Fadrique Fernández de Santo Domingo, visitador de las
torres de la costa, en 1692, ya en plena Guerra de los Nueve Años con Francia (1689-
1697), sugirió hacer arreglos en las torres del Estacio, Cabo de Palos, Portmán, la Azohía
y Águilas, pero silenció a las de Pinatar, la Encañizada y los Alcázares, lo que se puede
explicar respecto a las dos últimas en que no eran competencia suya.

III. EL SIGLO XVIII

A la larga sucesión de guerras que caracterizaron la primera mitad del siglo XVIII pue-
de atribuirse la realización de nuevos informes y proyectos. Desde la Guerra de Sucesión
de España (1702-1715) hasta la de Sucesión de Austria (1740-1748), pasando por las de
Cerdeña (1717-1721) y la Cuádruple Alianza (1726-1728), la de Sucesión de Polonia (1733-
1740) y la de la Oreja de Jenkins (1739-1748), el frecuente recurso a la guerra fue motivo
de planes de defensa, como los de obras en 1702-1706, los de reparaciones en 1723-1724
o los de aumento de artillería en 1739 (Rubio, 2000, 43-44).
En 1730, a petición del Príncipe de Campoflorido, comandante general de Valencia y
Murcia, se dotó de un cañón a la torre del Estacio (AMM, AC 18-7-1730). Por entonces,
se reavivaba la guerra con Argel, lo que condujo a la recuperación de Orán (1732) y a
nuevos informes sobre las torres defensivas, como en concreto la correspondencia entre
Patiño y Gutiérrez de Rubalcaba sobre el artillado de las torres de la costa, en 1732 (Ru-
bio/Piñera, 1988, 195), y el de Sebastián Feringán, ingeniero militar (1738), dirigido sobre
todo a proponer arbitrios con los que financiar reparaciones y nuevas construcciones. En
1738 se restauró el Almirantazgo y al año siguiente estalló la guerra con Inglaterra, la de
la Oreja de Jenkins. Una de sus consecuencias fue el proyecto de Panón para Cartagena,
que se centró en la protección de su puerto (Marzal, 1993, 44-45).
Los arrendamientos de los Alcázares y de la Encañizada y su torre contribuyeron a
sostener sus torres, pues los Alcázares y la Encañizada eran propios del Ayuntamiento de
Murcia y como tales podían ser acensados o arrendados.
Los arrendadores rendían cuentas de su administración y entregaban inventario de sus
bienes. El de 25-9-1714 registró 4 mosquetes viejos desarmados, 2 pedreros de hierro pe-
queños (de Juan Bueno), y pedreros de bronce con sus cureñas y 6 fusiles que se dejaron a
cargo de Félix Páez, administrador del propio, para la defensa de la torre de la Encañizada;
Historia de los Alcázares

y el de 24-12-1724 asentaba, entre otros objetos, dos cañones de bronce (uno grande y otro
pequeño) con sus cureñas viejas de madera de pino, sus ruedas y radios de carrasca, además
de 6 fusiles, todo ello en la torre de la Encañizada (AMM, legajos 3887 y 2916).
Durante la segunda mitad del siglo XVIII hubo también repetidos informes sobre la
situación de las torres reales de las costas del Reino de Murcia, como otro de Feringán
(1759), o los de Bucarelli (1761), Montanaro (1774), Navas (1787) y Ricaud (1791). En ellos
se constata la destrucción de la torre del Pinatar y se menciona alguna vez la torre de la
Encañizada, pero nunca la de los Alcázares; en cambio todos ellos propusieron mejoras
en las torres reales del Estacio y Cabo de Palos y solicitar al Ayuntamiento de Murcia que
reparara la torre de la Encañizada y reconstruyera la del Pinatar, entre otras del territorio
murciano (Rubio, 2000, 44-47). 57
Vol. I • Los Alcázares en el contexto de la formación de la comarca del Mar Menor

La financiación de las reparaciones y nuevas construcciones (el castillo de Águilas) dejó


de ser gestionada por los oficiales del adelantamiento y pasó a la Real Hacienda en 1722,
que acometió algunas obras en 1723-1724. A pesar de ello, en 1739 era denunciada la
insuficiencia de artillería (Rubio, 2000, 43-44). En estos años de guerras con Argel, Austria
(conquista de Nápoles por Carlos de Borbón, 1735) e Inglaterra (1739-1748), hubo más
proyectos de fortificación de la costa, por lo que se estudió de nuevo su financiación (Ru-
bio/Piñera, 1988, 195).
A lo largo del siglo XVIII no hubo acciones de guerra tan dañinas como las de los siglos
XVI y XVII, que dieron lugar a la destrucción total o parcial de determinadas torres, pero
sí algunos incidentes defensivos, como los de 1755 y 1759. En 1755 ocurrió la llegada al
litoral del Mar Menor de una lancha y diversos efectos de berberiscos, tras la destrucción
de 3 jabeques norteafricanos por una escuadra de jabeques españoles, lo que dio lugar a
prevenciones sanitarias, como hacer poner en cuarentena los restos del naufragio. Los nau-
fragios fueron frecuentes en la Manga, sobre todo en la punta de Pudrimel, como el de una
embarcación de moros, en 1759. Los diputados del campo de Murcia tenían en estos casos
la obligación de ponerse en contacto con la junta de Sanidad o de Salud de Murcia.
Además, por estos años, ya de Guerra de los Siete Años (1756-1763), España entró al
final en ella (1762-1763), tras el Tercer Pacto de Familia (1761), renovándose los informes
y proyectos de fortificaciones costeras, como en 1762, y también en años posteriores, alre-
dedor de los conflictos de Argel y las Malvinas, en 1766-1776, como aún a finales de siglo
XVIII, en 1791, con el informe de Baltasar Ricaud (Rubio/Piñera, 1988, 75-102), pero en
líneas generales predominó la tendencia a dar prioridad a la defensa de Cartagena, sobre
todo de su arsenal (Marzal, 1993, 51-58).
A pesar de su ruina, el franciscano Ortega aún recogió la descripción de la torre de
los Alcázares: «Un edificio antiguo que es una torre muy fuerte, cercada toda ella con su
rebellín, que está a orillas del mar, que la llaman Los Alcázares, la cual se hizo para puerto
de mar de Murcia». A la que dio un sentido de su origen, el de puerto, que consta haber
sido realmente muy extraordinario.

APÉNDICE DOCUMENTAL

1738, enero, 15. Cartagena. Copia del Informe de Sebastián Feringán Cortés
al Duque de Montemar sobre las torres de la costa del Reino de Murcia
Historia de los Alcázares

Excelentísimo Señor:
Señor, en carta de 14 de diciembre próximo pasado (1737) se sirve Vuestra Excelencia
prevenirme que en vista de la relación de la costa de este reino que formé en 11 de agosto,
desea V.E. saber los terrenos baldíos que hay en ella y sus utilidades; si hay arbitrios para
fortificaciones en que se podrán imponer éstos para la ejecución de lo que propongo, qué
concesiones goza Murcia y Lorca para sus torres pesqueras de Cope y la Encañizada; si en
la pesquera de Cartagena hay algún impuesto, a qué título pertenece el Castillo de Alma-
zarrón al Marqués de los Vélez, y que adquiridas estas noticias reservadamente las pase
a manos de V.E., y en obedecimiento de cuanto V.E. se sirve mandarme debo decir que
58 no hay arbitrio alguno destinado para fortificaciones, ni aquí se cobra como en Granada
La torre de Los Alcázares: de antiguo palacio a lugar de defensa Vicente Montojo Montojo

diezmo de cal, teja y ladrillo para ellas, pues sólo los particulares que lo fabrican ajustan
con la renta de alcabala por un tanto, con cuyo requisito y el de la escasez de leña en estos
contornos es el ladrillo caro y la teja se hace poca por usar generalmente para las cubiertas
de las casas de una tierra que llaman láguena, la cual tendida y apretada no la pasan las
aguas.
En lo antiguo parece que las torres y atalayas de la costa de este reino se mantenía su
guarnición y reparaban con el producto de un cuartillo por arroba de pescado que se ma-
tase en el mar de su jurisdicción y cuatro maravedís por cabeza de ganado forastero que
entraba a pastar en las yerbas de estos baldíos, para cuyos arbitrios se pedía facultad cada
seis años al Consejo de Castilla por el adelantado mayor del reino, que lo fue y es perpetuo
en la casa del Marqués de los Vélez, y parece que todo esto cesó el año de 1705, y hubo
orden de S.M. para que por la Tesorería de Valencia se pagasen las guarniciones de las
torres y todos los dependientes de ellas, lo que se está practicando y siguiendo.
El Castillo de Almazarrón está situado en mitad de la villa y su señorío pertenece al
Marqués de los Vélez, con otros derechos que en ello tiene según han informado.
De las tierras baldías que hay en la jurisdicción de esta ciudad hay panificadas más
de dos mil fanegas, hechas suertes de a 24 fanegas cada una, las que en la urgencia de la
ciudad, con facultad del Consejo, se arriendan por diez años, como ahora lo están a dife-
rentes particulares las del Rincón de San Ginés hasta Cabo de Palos, y en el año de 1735
se prorrogaron por otros diez años más todas las que cumplían desde febrero de 1734 hasta
en este mes de enero, que serían treinta y ocho suertes, las demás no sé en qué tiempo
cumplen, de que constan autos en la ciudad, y éstas se arrendaron para cumplir el caudal
de la obra de fuentes que se hicieron para el abasto de este público, cuyas suertes de 24
fanegas cada una unas con otras según los precios en que se remataron importaron 583.144
reales efectivos que se dieron de pronto por el tiempo de los diez años.
En la cañada de Escombreras y sus vertientes está señalada la dehesa para la cría de
caballos, por lo que en ella está vedada la entrada de ganados a pastar y el que se labren
sus tierras, y sólo hay un caballo de esta ciudad que tiene doce a catorce yeguas de cría.
En la ensenada de Portmán se labraron algunas laderas, que parece fue por arrenda-
miento de la ciudad al alcaide y soldados de la torre, y lo mismo sucede en la de la Azohía
y Atalaya.
Todos estos baldíos son realengos y con la facultad del Consejo se han panificado las tie-
rras que he dicho, unos se quejan diciendo que labrándolas no hay pasto para los ganados,
Historia de los Alcázares

otros dicen que más utilidad da a los vecinos el que se cultiven por las continuas cosechas
de trigo, cebada y barrilla que en ella se coge, de que hay bastante experiencia, y a querer
panificar todas las que hay podrían ser cuatro mil fanegas de tierra que habiendo en ella
mediana, buena y mejor y promediados los precios al respecto de ellas y los arrendamientos
que se hacen podrían producir treinta mil reales al año.
La pesca del atún en la torre de Cope la hace un particular de esta ciudad por arren-
damiento y contrata con la de Lorca, a cuya jurisdicción toca; si cala la almadraba de
paso paga cien ducados, si cala también la de retorno otros ciento, y pocos años se cala
dos veces. En otro tiempo tuvo también impuesto con que se reedificó el último tercio de
la torre, según me dijo el alcaide, y no hay duda que con este medio en lo antiguo se hacía
el recinto y las demás obras que hay en él. 59
Vol. I • Los Alcázares en el contexto de la formación de la comarca del Mar Menor

La almadraba que se cala en Escombreras es con licencia de esta ciudad y a costa del
gremio de pescadores de ella, con la circunstancia de dar la mitad del pescado que maten a
2 reales ¼ la arroba para venderlo al público, y lo que se beneficia de este precio se sacan
cuatro reales y cuartillo para pagar un censo que la ciudad hace a la casa de Prebe, y el
año pasado se sacó facultad del Consejo para arrendar esta parte del pescado y que lo que
se sacase además del importe de los dos reales y cuartillo para los pescadores y 4 reales y
¼ para el censo, se aplique para aumento de pósito de este común, lo que se empezó a
practicar y aumentó más de seis mil reales por administración, porque no hubo tiempo
de arrendar, verdad es que se subieron los precios de los bajos en que antes se repartía en
los tres meses de abril, mayo y junio, que son los de esta pesca (Se refiere a la Concordia
de 1738).
La torre de la Encañizada toma este nombre porque en este paraje están las bocas por
donde se comunica el Mar Mediterráneo con el Mar Menor, dividido de aquél por una
manga de arena de mar de dos leguas de norte a sur, en la que están la torre vieja y la
del Estacio, y tiene este mar más de una legua de ancho por partes en la comunicación de
estos dos mares que está situada en medio de las dichas dos torres, se ponen los corrales
de cañizos donde se encierra el mújol, por lo que llaman la Encañizada a esta pesca; es
propio de la ciudad de Murcia sobre cuya jurisdicción ha seguido pleito con Cartagena; en
fin está aquélla en la posesión y sólo puede haber los barcos que tiene para su pesquera, la
que en algunos tiempos ha arrendado en 30 mil reales al año, otros años la han adminis-
trado y ahora parece que está arrendada en 20 o veinte y tres mil reales. Sobre el pescado
que se mata continuamente en esta pesca hubo pleito en tiempos pasados para que pagase
como el de toda la costa el cuartillo de impuesto para la paga de la guarnición de torres y
atalayas, que con todo lo demás parece cesó.
No he podido descubrir si Lorca y Murcia gozan de alguna concesión para mantener
defensa las torres de la Encañizada y Cope; ésta es cierto que sus reparos, guarnición y
pertrechos se proveeen de cuenta de la Real Hacienda y de la Encañizada no me queda
qué añadir a lo que ya expuse en mi descripción de la costa.
El título a que arriendan estas pesqueras son naturalmente por estar en sus jurisdic-
ciones y el producto de los arrendamientos de ellas sin duda lo aplicaron a sus urgencias,
como sucede en Cartagena.
En cuanto a lo que V.E. manda informe qué impuestos o arbitrios podrán establecerse
para los reparos y obras que propongo en la costa, debo decir a V.E. que en esta ciudad
Historia de los Alcázares

ha corrido hasta septiembre de 1736 el de cuatro maravedís por azumbre de vino del que
se consumía en ella, que su establecimiento fue para cuarteles, pero después se aplicó por
orden del Consejo a instancia de esta ciudad al restablecimiento de las fuentes de su pú-
blico y habiendo ya cesado no es desproporcionado se imponga para estas obras o la de
fortificaciones, que importará al año de 28 a treinta mil reales líquidos.
Respecto que la torre vieja que se ha de reedificar está en la jurisdicción de Murcia,
aunque en aquella ciudad están impuestos los cuatro maravedís para las obras de su públi-
co, también se puede aplicar o cargarle otros cuatro, para la que es defensa del vecindario
de su campo y lo mismo se puede hacer en Lorca y Almazarrón, porque les toca la torre
de Calnegre en la división de sus jurisdicciones y en las tres ciudades, esta villa y sus po-
60 blaciones puede producir este arbitrio más de cien mil reales al año.
La torre de Los Alcázares: de antiguo palacio a lugar de defensa Vicente Montojo Montojo

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