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Los orígenes del teatro

Las primeras manifestaciones teatrales se originaron en Grecia a través del culto polimorfo ofrecido a
Dionisio, caracterizado como dios de la alegría, el vino, el desenfreno y el delirio místico. Además, Dionisio,
llamado también Baco, estaba relacionado con el renacer y con la fertilidad. La tragedia tuvo su génesis en
Atenas en el siglo VI a.C. Algunos investigadores sitúan el punto de partida de esta especie en la primavera de
535, cuando un poeta llamado Tespis presentó algo semejante a un drama en rudimento. A partir de allí este
género, nacido de las fiestas dionisíacas de los machos cabríos, inició una ostensible evolución. Cabe puntualizar
que la tragedia está, por su mismo nombre, relacionada etimológicamente con el macho cabrío, en griego tragós.
Tragedia significa canto de los machos cabríos.
Antiguamente, los griegos ofrecían al dios Dionisio composiciones litúrgicas de carácter lírico coral, que
recibían el nombre de ditirambos. Estos cánticos experimentaron diversas transformaciones en el decurso del
tiempo. El coro no resultaba adecuado para la representación detallada y mímica de las acciones ordinarias de la
vida. Era necesario agregar un locutor para que revelase, a través de sus explicaciones y de su conducta, los
cambios de las situaciones y las alteraciones de la emoción dramática. Las primeras tragedias contaron con un
solo locutor-actor, luego Esquilo introdujo el segundo, hecho que implicó una restricción aún mayor del
protagonismo del coro. Estos dos actores, protagonista y deuteragonista, daban vida a los distintos personajes,
puesto que no existía en el teatro griego la usual unidad entre actor y personaje del teatro moderno, la unidad para
el público antiguo era siempre entre el personaje y la máscara. Con Sófocles aparece el tercer personaje, el
triagonista, y con ello reducción para la función del coro. Es interesante añadir que todos los papeles de mujeres
eran desempeñados por hombres. Los actores llevaban máscara y vestían una ropa especial, muy colorida,
diferente de la que utilizaba la gente en la vida cotidiana. Asimismo, para resaltar su figura, usaban un calzado de
plataforma alta llamado “coturno”.
Los griego dedicaban cuatro celebraciones anuales a Dionisio: Grandes dionisias o Dionisias urbanas, la
Leneas, las Pequeñas dionisias o Dionisias rurales y las Antesterias. Sólo en estas últimas no se realizaban
espectáculos dramáticos. Las grandes dionisias o dionisias urbanas se llevaban a cabo en Atenas, cada año,
durante la primera quincena de marzo y la segunda de abril, en el mes de elaphebolion. En el certamen dramático
sólo participaban tres poetas seleccionados previamente, quienes a lo largo de tres días exponían una tetralogía
formada por tres tragedias que, ligadas temáticamente, constituían una trilogía, y además por un drama satírico.
En éste, estaba permitido burlarse de los dioses. Finalizadas las representaciones, un jurado compuesto por diez
miembros designaba al vencedor.
El espectáculo formaba parte del culto que la ciudad les rendía a los dioses, en particular a Dionisio.
Como parte del culto a los dioses, se trataba de un acontecimiento organizado por el Estado y contaba con la
participación de todos los ciudadanos. Para costear los gastos de la actividad teatral, se designaba un Khoregós, un
ciudadano rico que, en virtud de esta carga pública (khoregía), adquiría un gran prestigio.

La tragedia

La tragedia y la comedia comprenden las dos variantes originales de la llamada poesía dramática, una
de las tres que distinguían en la antigüedad los griegos; las otras son la épica y la lírica. La primera tiene una
clara finalidad narrativa y cuenta las hazañas de los grandes héroes legendarios, mientras que la lírica expresa
sentimientos y emociones de un “yo” lírico.
Según el filósofo Aristóteles, la tragedia imita la acción de los mejores de una sociedad, por lo que sus
personajes suelen ser reyes, príncipes, nobles, grandes héroes legendarios e incluso dioses ( Prometeo encadenado,
de Esquilo). La excepción está constituida por los personajes del mensajero y la nodriza. Los temas de la tragedia
pueden ser legendarios, míticos y aun históricos (Los persas, de Esquilo).
Aristóteles sostiene que los protagonistas de una tragedia deben padecer situaciones terribles, en las
cuales se manifieste la fuerza inevitable del destino. En los casos más característicos, se produce en el final de la
historia alguna muerte. Todo esto permite lograr la finalidad de la tragedia: suscitar en el espectador la catarsis,
esto es, la purificación de las pasiones del alma a través de los sentimientos de la conmiseración y el temor.
Conmiseración porque el público se compadece de la suerte del protagonista, que no es alguien perverso y no
merece los males que padece. Temor como consecuencia de la acción del destino, pues lo mismo que le aconteció
al personaje podría ocurrirle a cualquiera.
Asimismo, es imprescindible que el poeta trágico respete el principio del decoro, que impone que los
personajes deben comportarse de acuerdo con la expectativa que el público tiene de ellos, en virtud de su
condición social. Por eso las acciones y el vocabulario de los personajes de la tragedia deben ser elevados, porque
se trata de la representación de los mejores.
Por último, cabe añadir que la tragedia es deudora de la épica y de la lírica. De la primera porque toma sus
temas, es decir, los grandes ciclos legendarios, en particular los de Troya y Tebas. De la lírica por la permanencia
en las obras del coro.
La trama

Aristóteles enumera seis elementos en la constitución de una tragedia: la trama, el carácter, el


pensamiento, la expresión lingüística, la música y el espectáculo. De todos ellos, el filósofo afirma que la mayor
importancia reside en la trama, a la que define como la composición de los actos. Asegura que la trama es el
principio y el alma de la tragedia, pues ésta es imitación de acción y, ante todo, de los que actúan. La tragedia sin
acción no podría existir.
Tres son los componentes que Aristóteles puntualiza en la trama. El primero es la peripecia, que estriba
en la transformación de las acciones en el sentido contrario. No obstante, en el análisis general de una obra, la
peripecia implica el cambio en la suerte del protagonista entre el inicio y el final de la historia . En la
tragedia, particularmente, es imprescindible que se produzca el pasaje de un estado inicial próspero a uno
final de destrucción. En la transformación de la fortuna del protagonista adquiere gran relevancia lo que los
griegos llaman hamartía, que se trata de un error involuntario que se comete por desconocimiento, no por maldad,
y que lleva al personaje a la desdicha inevitable. Éste, aunque sea víctima de la fuerza incontrastable del destino,
hará su propia contribución para consumar su desgracia al entrar en la hybris, esto es, un estado de obstinación y
de desmesura. El protagonista se empecina en una conducta equivocada que agrava su error.
El segundo componente es el reconocimiento o anagnórisis, que implica el paso de la ignorancia al
conocimiento. Lo que se revela a través de la anagnórisis es siempre una identidad y, con ello, se toma
conciencia del error cometido. Este paso permite descubrir quién es verdaderamente cierto personaje, cuya
identidad real estaba oculta hasta ese momento. Aristóteles asevera que la mejor tragedia es aquella en la que
peripecia y anagnórisis se producen en el mismo momento, porque esto suscita conmiseración y temor. El
reconocimiento de esa identidad tradicionalmente puede efectuarse por tres vías diferentes: el testimonio, una
particularidad física o la portación de un objeto.
En tercer lugar se halla el acontecimiento patético (pathos), que es una acción que causa destrucción o
dolor. Suele darse cuando se anuncia la muerte de algún personaje, circunstancia típica de las tragedias más
representativas.

El drama

A diferencia del significado que se le atribuye en el uso cotidiano, la palabra “drama” en literatura hace
referencia a algo mucho más específico: designa un tipo de composición elaborada sobre la base del diálogo y
creada para la actuación. La capital importancia de la acción en este género se detecta en la misma etimología de
la palabra, pues “drama” deriva del verbo griego drân, que significa “actuar”. En el drama es posible distinguir
dos componentes: el texto dramático y el hecho teatral.
En cuanto al primero, su característica principal es la de basarse en la trama conversacional, por lo que
carece de una función discursiva típica de otros géneros, esto es, la del narrador. En el texto dramático la historia
se desenvuelve directamente a través del habla de los personajes, intervenciones que reciben el nombre de
parlamentos.
El más característico de los parlamentos es el diálogo, con el que los personajes hacen avanzar la historia
y definen, a la vez, sus propios rasgos psicológicos. También es muy conocido el monólogo, que consiste en el
habla de un solo personaje, quien hace fluir su conciencia y revela su mundo interior. El monólogo cumple
distintas funciones en una obra. En primer lugar, permite que el personaje realice una reflexión moral sobre algún
suceso. Por otra parte, sirve para que se caracterice a sí mismo. En otros casos, se utiliza para anunciar la
aparición de nuevos personajes en escena. Por último, resulta útil para resumir aquellos acontecimientos que el
espectador no ve, pero que forman parte de la fábula.
Existe otro parlamento en el que habla un solo personaje: el soliloquio. Éste diverge del monólogo en el
hecho de mantener la estructura misma del diálogo, puesto que el personaje habla consigo mismo, se pregunta y
se responde en un estado, a veces, de evidente alteración emocional.
El cuarto parlamento es el aparte, recurso netamente teatral que atenta contra toda ilusión de realismo, ya
que un personaje efectúa un comentario que puede escuchar el público, pero no los otros personajes que
comparten la escena.
El texto dramático, asimismo, se caracteriza por presentar dos niveles comunicativos diferentes. Por un
lado, dentro de la ficción, los personajes entablan una comunicación entre sí; por otro, en el ámbito real, el autor
abre un segundo nivel comunicativo al dirigirse directamente al receptor a través de las acotaciones o didascalias.
Éstas son indicaciones que puntualizan detalles de escenografía y vestuario y también de los desplazamientos,
gestos y tonos de voz con los que los actores deben interpretar sus papeles. Por eso, las acotaciones aparecen entre
paréntesis y con letra distinta.

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