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El tercer elemento de la naturaleza es la madera.

La
anteponen el fuego y el agua. Luego es la tierra y el me-
tal. Ella era madera pura. Cristalizada con el tiempo,
es una madera fina que requiere mucho cuidado al ser
trabajada con ella. Los cortes con la madera han de ser
precisos, lo único que se manipula es el metal afilado
en el lugar del corte correcto.

Luego, viene la sensualidad del trabajo con la lija. Aca-


riciar la madera una y otra vez es trabajo de artesano,
debe sentir las vetas de la madera, sus puntos eróge-
nos y sobre ellos acariciar más, dotarla de sensualidad
dándole la forma especial y requerida. Mientras eres
de tierra y agua, el trabajar con la madera a menudo
me hacía pensar en ti.

El lijar una y otra vez, al inicio brusco para eliminar


las astillas con la lija dura, con la lija suave recordaba
constantemente tu espalda, aquella forma corvea de
tus hombros, los que requerían una lijada fina para
recorrer y sentir tu piel, el aroma tuyo que se posaba
entre las caricias y el encenderte poco a poco el fuego
de pasión que eres tú.

El proceso del encolado y secado es el momento en que


mas cuidas la artesanía que haces. El pegamento es
algo viscoso y tiende a resbalar si se le echa demasia-
do. Hay que estar cuidando que seque y presionar las
piezas a pegar hasta que agarre el punto requerido.

Durante el lijado fino, las virutillas de la madera se


van desperezando y se vuelve un polvillo fino. Hay que
tener cuidado de no aspirarlo, sino acaban en los pul-
mones y con un cuadro de infección respiratoria. Pero
es durante el lijado fino que me recuerda a ti, el posar
mi mano sobre tu cadera y descender, una y otra vez,
hacia el montículo de tus terminaciones nerviosas,
donde no solo las caricias sino las palmadas suaves la
estimulan.

No hablemos de los amantes que se ahogan arriba y se


quitan mutuamente el aire como si no hubiera un ma-
ñana. Las manos tambien hablan y sienten los peque-
ños temblores, las cosquillas o la acalorada sensación
que se va mezclando con gotas perladas de sudor fino.
Aquellas manos que se hunden entre las algas y perci-
ben la discreta humedad de tu ser, deseosa de causar
mas sensaciones de placer.
Rodearte la cintura y la espalda, aprisionarte y seguir
inmiscuyendo aquellas manos que te acarician sua-
vemente, contoneando tu figura, hasta hundirtelas y
sacarte un leve quejido, de aceptación que las dejas
ingresar para palpar lo más recóndito de ti, de acari-
ciarte por adentro hasta sentir las cascadas que fluyen
entre tus piernas, aquel chorro interminable de goce,
placer y deseo intenso. Mientras que arriba los aman-
tes gimen y se ahogan, abajo sucede lo más intenso,
la comunión del placer original, el néctar que fluye li-
bremente.

En la espera del secado visualizamos como queda la


artesanía, una base blanco para sobre ella habrá que
pintar, quizás alguna figura abstracta o algún motivo
que vaya acorde a la figura de tus sensaciones de pla-
cer y descanso, entremezclado con el sueño ligero que
sientes luego de aquello, el reposo rememorando esa
sensación orgásmica e indescriptible, las ganas de un
abrazo a pesar de la humedad, aún latente.

Un barnizado directo resaltará el brillo de las hebras


de la madera, si se opta por no pintarle nada enci-
ma. Una imitación de una caja de té de Ceylan podría
ser interesante. La estructura de la cajita donde he de
guardar tus cartas, en el cual se puedan reposar, sin
temor a romperse ante una eventual caída, en el que
cada uno contenga un aroma que me recuerde a ti, el
de tu cabello, el de tus labios, el de tu cuello y hombro,
el de tu refugio, el de entre tus muslos. La portabilidad
de la cajita permite llevar a todos lados tus cartas y
estar presente con todos tus aromas.

Ahora resta que seque del todo, para pintarlo.

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