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Integrantes:
Laura Alejandra Linares Humo
Yurica Gutierrez Cuellar
Andrea Valentina Fetiva Salcedo
Wendy Karina Pauna Moreno
Resumen: El arte, en los sistemas de educación actual —en los que la educación es vista
como un producto comercial de consumo— funciona como medio de producción. Lo que ha
llevado a que la enseñanza del arte sea un fraude (una labor meramente artesanal y sin
futuro económico para la mayoría); y a que la definición del arte funcione en contra de la
misma labor creativa del artista, al ser esta cosificada. Como consecuencia de dicha versión
mercantilizada del arte, Camnitzer revela algunas verdades del sistema de enseñanza
actual: que la propiedad del contexto le da un valor supuestamente apolítico y fácilmente
consumible a muchas obras, gestando una separación imaginaria entre arte y política; y que
las competencias pedagógicas del arte se desdibujan hasta el punto de casi desaparecer
tras de una máscara disciplinar. De manera que, frente a todo este panorama, Camnitzer
propone el Artevalium, el cual inicia en que el docente tendría que abandonar el monopolio
del conocimiento, para dar paso a la emergencia de ideas potencialmente subversivas que
funcionen como base para la expansión del conocimiento. En el Artevalium el arte político
producido por un artista politizado vendría a hacer crítica a las relaciones de poder vigentes
en la educación artística; re-tejiendo, en últimas, los vínculos entre categorías como política
y arte, o entre arte e ideología; transformando la educación para el artista; y potenciando su
compromiso y sus aptitudes didácticas y éticas en el aula de clase.
INTRODUCCIÓN
Con esta base, el siguiente es un esfuerzo por reseñar la conferencia recogiendo los
aportes que hace el autor al campo del arte, y realizar algunas reflexiones a partir de
las propuestas que expone este artista. También, formulando una serie de
preguntas a través de las cuales quisimos ahondar en las reflexiones del profesor.
Finalmente, se realizarán algunas conclusiones que darán cierre a este trabajo
conjunto:
CUERPO DE LA RESEÑA
Camnitzer parte haciendo alusión a dos ideas: que el proceso educativo de los
artistas en la contemporaneidad es un fraude; y que la definición del arte en la
actualidad funciona en contra de la gente. Sobre la primera, menciona que hay
errores que, en un contexto disciplinario donde el arte se entiende como un medio
de producción y la educación como un producto comercial de consumo,
fundamentan la idea de que la educación del artista es un fraude. Estos errores son,
en primer lugar, confundir el proceso creativo del artista con la mera “aplicación de
la técnica” que lleva a cabo un artesano; y, en segundo lugar, relacionar
directamente la obtención del diploma por parte del artista con su supervivencia
económica. Dicho esto en palabras de Camnitzer, el problema radica en la creencia
disciplinar de “que la información técnica sirve para formar al profesional y que
después de adquirir esta información uno podrá mantener una familia” (Camnitzer,
p.1).
Sobre la segunda idea, Camnitzer problematiza el haberle dado precisamente el
nombre de “arte” a esta profesión, ya que de esa manera se cosifico la labor del
artista, obligándolo a acomodar su trabajo a esa palabra: “arte”, entendida como
disciplina; como forma de producción. Mutando así, el qué hacer del artista, de un
proceso creativo que revela cosas; a la hechura de un mero objeto comercializable
(un producto).
Se trata de una descripción cultural del arte que le pone velo a una de las
formalizaciones de poder que funge como hecho político -aunque éste sea negado-
en el ámbito del artista: la propiedad del contexto. Propiedad según la cual “el
propietario del contexto último de la obra de arte determina su destino y su función”
(Camnitzer, p.2); y donde este último propietario muchas veces expone las obras
adquiridas como apolíticas o rápidamente consumibles.
En esa mirada que Camintzer nos da, podemos entender el arte político como aquel
que interviene (y no solo reflexiona) en las relaciones de poder dentro de las que
existe el arte. Haciéndose de manera consciente y decidida, y logrando que dicha
intervención se evidencie tanto en la forma y el contenido de la obra, como en su
manera de producción y de circulación.
De manera que ¡si!, el buen arte siempre es político y subversivo: “juega con
conexiones consideradas ilegales en el campo del conocimiento disciplinario”
(Camnitzer, p.5), como lo es la conexión entre política y arte, o entre arte e
ideología. Sin embargo, en palabras de Camnitzer, no solo se trata de hacer arte
político, sino de “politizar a la gente y ayudarlas a hacer arte” (Camnitzer, p.5), con
el fin de que el arte tenga un propósito y pueda ser transversalizado como un
“territorio de libertad” (Camnitzer, p.6): un territorio donde no hay castigo ni un orden
autoritariamente establecido.
Con todo esto, Camnitzer se ubica ya en el aula de clase para ejemplificar esta
politización del arte, con los ejercicios de disonancia que aplicaba a sus estudiantes,
en su caso, para lograr que entendieran, por ejemplo, la diferencia entre la
percepción funcional y la percepción estética; la calidad de sujeción que ejerce el
“gusto” al estar este sujeto a ideologías colectivas; la aplicación de formas de
descodificación en las que se irrumpa, por ejemplo, con la división genérica entre
genios e idiotas; y la creación de humanoides con unos valores que informan su qué
hacer.
Plantea, así, una guía de tres pasos que puede aplicar el docente en la enseñanza
de un arte politizado, durante la segunda etapa de la formación del artista y para
informar los ejercicios preparatorios a lo largo de la primera etapa de formación:
primero, formulación de un problema creativo e interesante; segundo, resolver el
problema de la mejor manera posible; y tercero, comunicar dicha solución de la
manera más apropiada. Pasos planteados, también, a miras de descentrar la
enseñanza del arte de algunas de sus atribuciones (inspiración, intuición y
emoción); y de focalizar, más bien, el cuestionamiento y la percepción de
complejidad en los procesos de aprendizaje del artista. Se trata de enseñarle al
estudiante, no solo a pulir la cáscara de la naranja sino a probar la pulpa, que es su
contenido.
En fin, como bien decía Camnitzer, el paralelo social de las actividades que él
planteaba en el aula de clase era “la búsqueda de un modelo de democracia
verdadera con un equilibrio entre las leyes y la libertad” (Camnitzer, p.11). Una
democracia... no una anarquía, ni tampoco un totalitarismo.
De esta manera, quizás, un artista politizado pueda comenzar a crear obras políticas
que sean subversivas con las relaciones de poder que surgen entre el artista y la
obra; el artista y el público; y la obra y el público.
Otro punto que Camnitzer relaciona con esto, es la posibilidad de ser didáctico, al
tener esto que ver con la calidad artística de quien enseña. El docente debe ser,
entonces, capaz de enseñar a sus futuros colegas todos los aspectos que rodean y
conforman el concepto de arte, generando conexiones que parecen imposibles y
que suponen ir más allá de la mera tarea de fabricar productos comercializables.
Algo más que tiene que ver con la calidad artística es superar la mera fabricación
artesanal de productos, para hacer conexiones que generalmente se suponen no
posibles o impensables en otras áreas. Lo que implica que trascendamos de los
productos a los valores (la ética) y el consecuente ejercer del juicio que ella
conlleva. De manera que, ya dentro de una mirada más ética del arte Camnitzer cita
el compromiso desde los aportes que retoma desde la obra de Benjamin.
Es así que, en el “compromiso” Benjamin, citado por Camnitzer, engloba el peso de
la conciencia social, el mejoramiento de la sociedad y la crítica al sistema de valores
bajo el que se juzgan las cosas. Por otra parte, el compromiso tiene que ver con la
crítica que se debe hacer a las relaciones de poder establecidas normativamente en
el arte, lo que comprende, por ejemplo, el discutir seriamente los problemas de
comunicación entre el artista y su público.
Para cerrar, son estas algunas de las ideas que redondean las dos creencias que
Camnitzer menciona en un principio: que la educación contemporánea de los
artistas es un fraude y que las definiciones actuales del arte funcionan en contra de
la gente. La estructura disciplinar diseñada de manera tradicional para la enseñanza
del arte no educa al artista para crear; y, en consecuencia, debería re-edificarse la
educación de los artistas y de los ciudadanos para que emerja una transformación
cultural, curricular y personal de la libertaria labor del creador; y para que, además,
el sujeto que crea pueda comer del fruto de su labor.
CRÍTICA
Se trata precisamente de entender que la moralidad no solo es algo que pasa por el
entendimiento de una idea, sino que también pasa por el corazón. Los sentimientos
como la culpa o la indignación también son morales porque nos ayudan a juzgar con
justo juicio desde una perspectiva democrática.
Dicho de otra manera, Camnitzer parece ubicar el Arte en una doble moral, según la
cual el Arte debe ser creativo y darse alrededor de la generación de ideas que
transgredan el orden establecido por las relaciones de poder vigentes; pero
perdiendo de foco esas sensibilidades que siguen latentes en la emergencia de toda
idea y que si no se elaboran de una manera en la que también lleve a la
concientización de esas emociones y de la función que tienen en la transformación
social, estas pueden seguir funcionando en contra de nuestros propios
razonamientos.
Por otra parte, pese a que Camnitzer hace una propuesta interesante de
construcción de nuevos procesos educativos, consideramos que la idea del autor es
tan radical, que ciertamente desdibuja aspectos que difícilmente se van a excluir del
proceso de enseñanza de los artistas de la noche a la mañana. En ese sentido, hay
elementos esenciales que Camnitzer desconoce y que nos permitirían plantear más
bien una deconstrucción de las miradas vigentes acerca del arte, para seguir
trabajando sobre aquellos aspectos que pueden aportar en la creación de arte
político.
CONCLUSIONES
PREGUNTAS CLAVE