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PUEBLOS INDÍGENAS DE COLOMBIA
Comité editorial
Enrique Sánchez
Fredy Chikangana [Wiñay Mallky]
Hugo Jamioy Juagibioy
Vito Apüshana
Miguel Rocha Vivas
El Sol babea jugo de piña. Antología de las literaturas indígenas del
Atlántico, el Pacífico y la Serranía del Perijá. / compilado por Miguel Rocha
Vivas. Bogotá : Ministerio de Cultura, 2010.
768 p. – (Biblioteca básica de los pueblos indígenas de Colombia; Tomo 3)
ISBN Colección 978-958-753-014-8
ISBN Volumen 978-958-753-020-9
CDD 861. 6
- - - - Colección
----
Ministerio de Cultura
Carrera ª - Bogotá
& -
Línea gratuita
www.mincultura.gov.co
O
P U E R TA D E PA L A B R A S
Una piña de corazón del Sol
Para abrir esta piña
•
P R I M E R A PA R T E
L L A N U R A S D E L C A R I B E Y S E R R A N Í A D E L P E R IJ Á
Ette, Barí y Yukpa. Introducción
Ni chimilas, ni motilones
Chibcha y carib
Traguemos oro, hagamos nuestro pensamiento grande
El Sol babea jugo de piña
El árbol que aún sangra entre los yukpa
i l i t e r at u r a e tt e
1. Historias de origen
El mundo
La creación
Sol y Luna
El poblamiento
El fin del mundo
La reunión
Los primeros ette
El origen de los animales
El diluvio
Cómo los chimila consiguieron el fuego
Cómo los chimila consiguieron el agua
Cómo los chimila consiguieron el maíz
El pensamiento de Waacha
2. Historias de sol y luna
Sol y Luna
Sol y la joven
3. otras narrativas
Rey gallinazo y el joven
Los brujos
Los animales hablan
4. narraciones e imágenes oníricas
El hombre que soñó con una mujer
El hombre que soñó con caimán
He hablado con Yaau
Desde ese día mi pensamiento es grande
La puntada en sueños
Del lado de Yaau el viento es como una falda
Era el fin del mundo
ii l i t e r at u r a B a r Í
1. Historias de origen
Los barí vivían antes, arriba, allá en el cielo
La Luna y la Tierra eran dos hermanas
que vivían cogidas de la mano
El dios del orden
La Creación
En el principio
Así salieron las razas
La creación de los animales
2. relato sobre el gran árbol
La caída del árbol gigantesco
3. otras narraciones de antigua
Antiguamente no existía agua
En tiempos de la Luna, la Tierra era diferente
La historia del monito Pwácari
Antiguamente en la Tierra no había sino montañas
4. Historia del más allá
Caminar liviano
iii l i t e r at u r a y u k pa
1. Historias de origen
Al principio Kemoko estaba solo
Amorétoncha y la primera gente
La creación de los primeros seres humanos
Así fue la primera gente
Kemoko y Kurumacho
Amorétoncha eran dos hermanos
Cómo salió maíz primero y auyama después
Kemoko vivía con los yukpa
Osemma y los cultivos de los yukpa
El origen del maíz cariaco
Cómo Purihma engañó a los yukpa
Kemoko envía un diluvio a la tierra
2. Historias de sol y luna
El día y la noche
Sol (Vicho) y Luna (Kunu)
El hombre que fue al mundo del Sol y de Luna
3. Historias mortuorias
Cómo los yukpa quisieron acabar con Karavu
Cómo Kemoko se fue al cielo
Por qué ahora mueren los yukpa
Así es la vida de los muertos
Atantocha, el sepulcro y la roca
4. Historias de señores de la naturaleza
El origen del fuego
Atantoche y el pez
5. Historias de animales
El zorro chucho
Yamore, el engañador
La araña
La samaya y el chupaflor
La historia del fríjol y el oso
••
S E G U N D A PA R T E
P E N Í N S U L A D E L A G U AJ I R A
Wayuu. Introducción
Woümain
Wayuunaiki
Memoria, resolución, ideación y curación
La Guajira, una dama ancestral con dientes en la vagina
Encierros prolongados, picardías de atpanaa
Escribiendo para «desalijunizarse»
i l i t e r at u r a way u u
1. canto de oütsu
Yo estaba encerrada
2. narrativas de origen
Los hijos de la lluvia
Nuchonni huja
Las tortugas de pájara
Origen de los guajiros
Juyá es nuestro padre, Luna es nuestro padre
Maleiwa
Makuira y Barrigoncito
La india Worunka
3. Historias pulowi
Sobre Pulowi y Juyá
Pulowi de mar y Pulowi de tierra
La Pulowi de Matujai
Pulowi de mar y Pulowi de tierra
Historia de un niño wayuu y la Pulowi
(mujer misteriosa)
4. otras narrativas
La leyenda de Wo’upanalu
Una joven flechada por wanülü es curada
por una chamán
Kasipoluin
El arco iris y el caimán
La deuda de Juyá
Una muchacha reclusa raptada por Juyá
El hijo del cóndor
El pequeño indio kosina
La abeja en busca de casa
El viaje al espacio
De cómo le robaron el sombrero al Sol
Yonna kaarai
El perro y el caimán
5. cuento y jayeechi de sergio cohen epieyú
Atpanaa pone a suplicar al yolüja
Enamorado de su mujer como el primer día
6. escritores wayuu
ANTONIO LÓPEZ [BRISCOL]
El verano
Una resolución suprema
El pago de un servicio mercenario
GLICERIO TOMÁS PANA URIANA
El segundo sueño
RAMÓN PAZ IPUANA
Pooroy
Los sapos
Uyaaliwa ee atpana
El mapurite y el conejo
Warulapay é atpanaa
El gavilán y el conejo
El precio del desprecio
RAMIRO LARREAL
Hermano mestizo
MIGUEL ÁNGEL JUSAYÚ
Ni era vaca ni era caballo
Nno’jotsü páain jia’yaasa nno’jotsü amáin jia’yaasa
Relato del niño malcriado
Nüchi’ki wané jíntüi kayûrrai
Relato de un cazador de tortugas
Nüchi’ki wané waiú olo’jüi sa’wáinrrü
Relato de un hijo de Juyá
Nüchi’ki wané waiú nüchón Juya´
Relato de un guajiro casto
Nüchi´ki wané waiú püla´ áinchi
Relato de un joven y una burra
Nüchi´ki wané waiú jimáai óulaka müsû´ya wané pülíku
Relato del sueño de un venado yama y
de la adivinanza de Maja’lóusérrai
Nülapûnchiki wané irra´ma yama´
óulaka nûimou maja´lóusérrai
MIGUELÁNGEL LÓPEZ [VITO APÜSHANA-MALOHE]
Katá-Ouu
Vida
Wayuu
A Mmá, la Tierra
Juyapu
Tiempo de lluvias abundantes
Woumain
Nuestra tierra
Erra
Visión
Marara
Culturas
Ipa
Piedra
Lapu-trama
Sueño-venado
Aleker
Araña
Jierru
Mujer
Rhumá
Kaitunali
Palaa
Mar
Mar
Palaa
Vivir-morir
Kataa ou-Outa
ANTONIO URIANA
Al guaimpiray guajirer
Bochinche bochinche
ATALA URIANA
Tu wanee ataakalu
Otra piel
Tanuiki
Tanuiki
JUAN PUSHAINA
La fiesta patronal
RAFAEL MERCADO EPIEYÚ
Maleiwa
Míranos, Señor
JOSÉ ÁNGEL FERNÁNDEZ
Canto de la Kaaulayawaa
Sueño oro
LINDANTONELLA SOLANO MENDOZA
Fugitivo Palaa
Akuaippa
Costumbres
VICENTA MARÍA SIOSI PINO
Esa horrible costumbre de alejarme de ti
La señora iguana
ESTERCILIA SIMANCA PUSHAINA
El encierro de una pequeña doncella
Manifiesta no saber firmar, nacido: 31 de diciembre
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T E R C E R A PA R T E
GOLFO DEL DARIÉN
Kuna tule
Abya-Yala
Gente que habla y se entiende como gente
Molas: ventanas afuera y adentro de los kuna tule
El mundo a pique vuelve a florecer
Platillos voladores de oro
Ibe, humanización y deshumanización
Paluwala
i l i t e r at u r a k u n a t u l e
1. antecedentes míticos
Dios sobre asiento de oro, vestido de oro
El sol, enojado, le quitó el privilegio de sustentarse
por el olfato
2. Historias de origen
La Tierra Madre y los cuidados de Paba
Olotwaligipileler y Magiryai. La llegada de
Tad Ibe y sus hermanos
Tonanergwa y Olobagindili
3. relatos sobre el gran árbol
Paluwala, el gran árbol de sal
-
La corta de Palu-ǔala
-
La corta de Palu-ǔala
4. más historias sobre los orígenes
Iskar y Achu
Borriguero y Jaguar
Usu Acu ebo
El mono que quería ser grande
Dada Tomorcua y Icalobandule
Tad Aiban y el diluvio (mu osis)
Lo que le pasó a Aiban cuando bajó de la montaña
De cómo aprendieron los cunas a llorar la muerte
de los suyos
Olonadili
5. Historias de animales
El tigre y el fuego
Us kwento
El cuento del agutí
Usu y Achu
Ñeque y Jaguar
El tigre y el machango
El perro y el machango
6. Historias de neles
Oración de nele Kantule
Olonakekiryai
Ogebib, nele que atrajo la luz del sol
Nele Kuani
Nele Pailiber y el espíritu del muerto
7. escritores kuna tule
IGUANIGINAPE KUNGILER
La amiga tortuguita terrestre y el amigo mono
MANIPINIKTIKIYA [ABADIO GREEN STOCEL]
Abuela
Tinaja
Ipelele
ARYSTEIDES TURPANA
Archipiélago
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C U A R TA PA R T E
PA C Í F I C O
Embera Katío, Embera Chamí, Wounán, Awá.
Introducción
Awá-pit y chocó
Escribiendo esencias sobre el cuerpo
Dos gotas de saliva en playas blancas
de gente recién nacida
El hijo de la pierna brota con sangre
Tala del gran árbol, primer horizonte humano
Jepá
i l i t e r at u r a e m B e r a kat Í o
1. narrativas de origen
Levántense muchachos
Pidapota warrana
Karagabí y Tutruicá crean el mundo
Las luchas de Caragabí y Tutruicá
Origen de los catíos y los cunas
El diluvio en el Darién
2. Historia de sol y luna
Las fases de la Luna
3. más historias sobre los orígenes
El agua
La conquista del agua y otras creaciones
El origen del agua
El origen del plátano
El pájaro luna
La hermana de Carabi
Dabeiba
El cielo de Caragabí
Jinu Poto
El origen del ñame
El origen del jaibanismo
4. otras narrativas
Los bibidigomia
El rey gallinazo
El hombre que se casó con una mujer gallinazo
La india embijada
La hormiga arriera
La culebra birrí
Menebé cuento
Baubá cuento
Amparrá zeze cuento
La nutria
Yoeyoe cuento
5. cuento de animales
El ñeque y el tigre
6. escritores embera
HIGINIO OBISPO GONZÁLEZ
Todo al ritmo y al paso del abuelo Sol
Mi madre siempre erudita
*
ii l i t e r at u r a e m B e r a c H a m Í
1. Historias sobre el fríjol y el maíz
Betata
Gallinazo se voló
El maíz y el chontaduro
2. el Hijo de la pierna y relatos afines
Jinopotabar
Los embera-chamí en guerra contra los cangrejos
La cacería
El cazador que cayó a otra tierra
La población de Zaragoza
El hombre violador
3. otras narraciones
Historia de la culebra Jepá
Historia de por qué los indios son pobres
Bajada de los espíritus a la tierra
iii l i t e r at u r a w o u n Á n
1. Historias de origen
El Ewandama creó el mundo
Indígenas, negros y blancos
Un mito sobre la creación
El diluvio
2. cuento sobre los Hijos de la pierna
El hombre que visitó Armía, el Infierno
3. relato sobre la serpiente
El Sierpe, la serpiente gigante que se tragó una niña
4. Historias de matrimonios sobrenaturales
Cuento de la culebra (nemkhor)
Rana
Nutria
La mujer y el sábalo
5. un cuento de animales
El sapo y la araña en una fiesta
6. cuentos del conejo
El jaguar y el conejo
El conejo, la guagua y el tigre
Otro cuento del conejo engañador
iV l i t e r at u r a i n ka l a wÁ
1. Historias de origen
En la antigüedad no existía gente
En un principio no existía nada
2. narraciones sobre el gran árbol
Historia del árbol grande Katsa ti
Un árbol de donde salía y caía el alimento
3. Historias bravas
Cuentos sobre los indios bravos
Ippa
Bibliografía
Dedicado a
los presentes y futuros escritores y
escritoras indígenas en Colombia
AG R A D E C I M I E N T O S E S P E C I A L E S
Ministerio de Cultura
Programa Nacional de Estímulos
Rieguen las semillas en el arado,
sean cautos:
la historia mía no será la de ustedes,
a lo mejor será el resultado de la búsqueda heroica
adquirido en el tiempo
y aun más obtenido como tesoro preciado.
Aún me falta anclar algunas palabras en vuestro ser, estoy soñando.
H IG I N I O O B I S P O, P O E TA E M B E R A
0
PUERTA DE PALABRAS
Una piña de corazón del Sol
. La presente edición procura respetar ampliamente los giros del castellano oral
y los estilos tanto regionales como personales de los autores y narradores o
cantores de los textos compilados. En consideración a la fluidez en la lectura de
los textos y a su comprensión, se ha intervenido mínimamente sobre la sintaxis
y la ortografía, y se han aplicado códigos del texto literario como los guiones
de diálogo, y el uso de mayúsculas y comillas. Así mismo, eventualmente se
enmiendan omisiones o se insertan palabras faltantes entre corchetes. (N. d. E.).
actual proceso de reivindicación, se presentan como yanakunas o ya-
nakunas mitmakunas; los wayuu son los mismos guajiros de algunas
narraciones, así como los chimilas son los ette, los noanamás son los
wounán, los motilones son los barí –a veces los yukpa–, y los cuaiquer
o kwaiker son los awá.
Ahora bien, por tratarse de una antología crítica de literaturas in-
dígenas en Colombia, se ha privilegiado la selección de textos publi-
cados por escritores indígenas colombianos. Aún así, es un hecho que
la nacionalidad indígena de los escritores antecede a su actual nacio-
nalidad civil; de ahí la importancia de incluir autores de ambos lados
de las fronteras en algunos casos. Este aspecto es especialmente noto-
rio en la literatura wayuu, cuyos escritores son colombo-venezolanos;
algo semejante ocurre con los kuna tule, cuyo territorio está «partido»
entre Colombia y Panamá; y con los embera, los awá, los barí y los
yukpa. Las fronteras nacionales son para estos pueblos líneas imagi-
narias muy recientes.
Dado que muchos de los textos se publicaron originalmente sin
fines literarios, algunos carecen de títulos. Cuando es necesario se han
Ni chimilas, ni motilones
Ni chimilas, ni motilones
fluye hacia el lago de Maracaibo en Venezuela; la región está confor-
mada por las tierras bajas que descienden desde la cresta principal de
la cordillera Oriental (Jaramillo, : ). Los yukpa, vecinos carib
del norte, con asentamientos en ambos lados de la frontera interna-
cional, viven del lado colombiano en cuatro parcialidades territoriales
llamadas Iroka, Menkue, el Koso y Sokorpa, que están distribuidas
entre los municipios de Robles, Agustín Codazzi y Becerril, en el de-
partamento del Cesar (Gómez, : ). Los yukpa, replegados hoy,
antes se extendían desde el área lacustre de Maracaibo, en Venezuela,
hasta el valle del río Cesar en Colombia.
Es probable que las conquistas militares comandadas por Am-
brosio Alfinger hayan sido tan sanguinarias que incluso hoy su figura
conserva un halo de terror. Al parecer, sus campañas implicaron que
muchos grupos indígenas, como los antepasados de los yukpa y los
barí, se vieran obligados a esconderse en las selváticas montañas del
Perijá –al igual que tuvieron que hacerlo en la Sierra Nevada los ante-
pasados de los actuales kogui, iku–, wiwa y kankuamo–. Alfinger fundó
Maracaibo, segunda ciudad en importancia de Venezuela, hacia ,
y se sabe que atravesó con sus ejércitos por el norte de la serranía de
Perijá, y que luego tomó «el valle de Upar hasta cruzar por el valle de
Pamplonita donde fue flechado en el sitio de Chinácota en el año de
» (Jaramillo, : ).
La resistencia armada ette se extendió hasta fines del siglo XVIII ,
momento en que según Niño Vargas () gran parte de la población
de las llanuras fue forzada militar y económicamente a concentrarse
en pueblos, mientras que otros grupos se escondieron en selvas en las
que no solo era difícil el acceso, también la supervivencia. A un lado
la lucha armada, los ette tuvieron que enfrentar otros embates como
su incorporación a los latifundios, en los que entraron a servir como
terrajeros, entregando una mano de obra que de brindarles supuestos
beneficios pasó a implicar contraer deudas generacionales. Al trabajar
como peones y asalariados disminuidos, apenas si se distinguían del
grueso de colonos y campesinos pobres.
[…] Durante el siglo xix, y aun hasta bien avanzado el XX , las pocas
personas que se interesaron por su suerte los retrataron como grupos poco
numerosos y aislados, cuya continuidad en cuanto sociedad diferenciada era
bastante dudosa. Sin duda, las campañas de sometimiento que ejecutó la
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá
Ni chimilas, ni motilones
subsistencia, de lenguas, de artes y de razas. (Jaramillo, : ).
Chibcha y carib
Chibcha y carib
tradicional (pueden ser hombres o mujeres); los kraawisaka solo diri-
gen las prácticas ceremoniales y no son médicos tradicionales. Ahora
bien, para considerar el estado actual de la oraliteratura tradicional
ette hay que tener en cuenta que hasta el siglo pasado «las ceremonias,
la narración de mitos, la iniciación de los especialistas religiosos y en
general todo el ejercicio de la vida tradicional se realizaba en la clan-
destinidad (Niño, : ).
Entre los barí, por su parte, mientras que el tuano cura con plantas
medicinales, y está asociado con un caimán en la tradición oral, el
tomaira, otro tipo de líder chamánico, posee como función principal
«organizar las ceremonias y conocer e idear el mayor número de cánti-
cos posibles» (Jaramillo, : ). «El tipo de iacucaynas o recitacio-
nes varía según la inspiración individual; los viejos conocen el mayor
número y se encargan de enseñar a los jóvenes» (Jaramillo, : ).
Para los barí más tradicionales, acostumbrados a las palabras cere-
moniales cantadas, y a la transmisión oral generacional, el concepto de
escritura alfabética parecía extraño y sorprendente hasta hace poco,
lo cual se deduce de la siguiente anécdota protagonizada por Bruce
Olson, el misionero noruego:
[…] un día un motilón fue en búsqueda de Olson, quien era el único blan-
co que allí estaba conviviendo con ellos, y que tenía acogida porque hablaba su
idioma y por eso inspiraba confianza. Tal vez Olson sabría decir algo acerca
del plátano. Él comprendió algunas cosas a partir de los ademanes de los mo-
tilones, pero no entendía qué tenía que ver una cepa de plátano con todos los
problemas del motilón […] Después Olson mismo tradujo el texto al motilón
y los indígenas se dieron cuenta de que dice lo mismo hoy que hace dos meses,
es decir que lo que está escrito no cambia. (Neglia y Olson, : -).
. Los ette dicen que los cuatro o dos postes de madera están «entre las
desembocaduras y cabeceras» del río Magdalena y el río Cesar. Se trata de
una forma de conservar en la memoria colectiva los antiguos límites de su
territorio tradicional. Los ette y otros grupos chibchas como los uwa y kuna
tule consideran que cuerpo, casa y territorio se corresponden simbólicamente.
iku–, los wayuu y los barí. Solo al final creó a una pareja ette. Como el
ette vivía en el cielo, comodito, Papá grande lo empujó para que cayera
en la tierra. El motivo del paso al intramundo es aquí descenso y ori-
gen celestial. Yaau, «dueño del agua y el fuego regenerador», también
es quien distribuye las lluvias, que caen como el primer hombre empu-
jadas desde el cielo; así es que Yauu fecunda esta tierra, Nakarajmanta.
Los ette son sembrados como semillas.
Tras encontrar la ceiba primordial, y al ver que en su copa conte-
nía la semilla del maíz, los ette dijeron: «¡Vamos a cortar el árbol para
coger la semilla y sembrarla!». En un giro típico, el árbol a punto de
caer aparece sano a la mañana siguiente. En realidad «crecía más y
más». Un hombre propuso que trabajaran también durante la noche.
Así fue como lograron tumbarlo, obtuvieron la semilla del maíz y la
pusieron bajo tierra.
Se trata de una versión de la tala y caída del árbol del mundo.
Aparentemente la versión no es tan compleja como otras incluidas
en esta antología, las kuna tule por ejemplo, cuyos narradores cuen-
tan que para tumbar el árbol los antiguos tuvieron que matar a los
A veces le da oro
Y le dice que se los trague
A veces me sigile dando a mí.
el gallinazo o zamuro quien cortó la cuerda, y que los barí que habían
bajado a curiosear desde «entonces han estado vagando por el mundo
y toda su ilusión y su mayor inspiración ha sido buscar la forma de as-
cender nuevamente al sitio de donde imprudentemente bajaron y para
ello quieren encontrar el camino del cielo» (De Alcácer citado por De
Villamañán, : ).
En otras versiones sobre el origen de los barí, Sabaseba (Sasaseba),
quien llegó con su familia «de la región por donde ahora se oculta el
sol», pareciera haber venido para crear y orientar a los barí; pero si él
y los suyos fueran gente venida de arriba, como se dice en los relatos
anteriores, cabe la posibilidad de que él mismo estuviera perdido, casi
que «caído», aunque finalmente regrese a su lugar de origen. Sasaseba
moldea la Tierra, literalmente la aplana, pues «antiguamente en la tie-
rra no había sino montañas». Entonces tiene hambre y corta piñas y de
las piñas salen un hombre y dos o tres mujeres –los detalles varían de
Así queda claro que ese «antes del amanecer» se relaciona con la
ausencia de sol, es decir: el tiempo de la luna. Por otra parte, en una
narración cosmogónica –muy similar a la de Nanahuatzin y Tecuciz-
tecatl, mito teotihuacano del México antiguo–, Sabaserbara realiza
una competencia en la que el cazador que gane se convertirá en el Sol.
Y quien gana es el menos pensado, pues además de no tener «ninguna
habilidad para cazar», es el menos bello: un vidente de piel dañada, el
hombre con menos plumas, por lo demás desteñidas… típico motivo
de lo pequeño prevalece. De esta forma,
[…] en cuanto el favorito de los chigbarí colocó su collar sobre la cabeza
se hizo luz y comenzó a amanecer. Como el collar era mitad amarillo y la
otra parte negro, nacieron el día y la noche. Con el collar puesto, el barí
seleccionado como señor Sol despedía rayos dorados deslumbrantes; nadie
podía mirarlo ya de frente sin sufrir lesiones de la vista. Por esto Sabaserbara
le ordenó: «Debes colocarte lejos, tan distante como para poder iluminar, no
solo a los barí, sino a todos los seres vivos de la Tierra».
Los yukpa creen que antes había dos soles que se alternaban. Ko-
pecha trató de seducir a uno de los soles. Lo que ella deseaba era ha-
cerlo caer en un pozo de carbones encendidos. El Sol cayó. No le pasó
gran cosa, y convirtió a la mujer en sapo, pero cuando regresó al cielo
había perdido parte de su brillo. Se convirtió en la Luna, que a dife-
rencia del astro más radiante, se muestra benevolente con el hombre.
Un cazador que perseguía a un zaino incursionó al lugar en donde el
Sol cazaba guacamayos y fue capturado como si fuera una presa. El
Sol, que cazaba con flechas que eran serpientes, lo veía como si fuera
un venado; en cambio la Luna y sus hijos, que sí lo veían en forma de
hombre, lo ocultaron en su casa dentro de unas tinajas. El Sol llegó
bravo, a buscarlo; antes de que lo encontrara, gracias a su olfato de
cazador, el Luna hizo romper las tinajas y culpó a su hermano astral
de haberlas roto. Se encendieron a machete. La cosa no pasó a más. El
Sol montó guardia. El cazador yukpa se quedó viviendo en la casa del
Luna y fue deseado por sus hijas jóvenes, quienes se metieron con él
Llanuras del Caribe y Serranía del Perijá
Quiere que le hablemos
Quiere que las mujeres le hablen
Y que los hombres también lo hagan
Así hay que hacer
Ella es nuestra madre […].
GER AR DO GR ANADOS
1. Historias de origen
El mundo
Yunari Kraari es nuestra madre
Ella está en el principio
Está antes que Sol y Luna
Ella es la abuela de Yaau y Numirinta.
1. Historias de origen
Arriba hay cielo y abajo hay agua
En ambos lados vive gente
Por eso decimos que los ette viven en el medio.
1. Historias de origen
La creación
«Papá grande» tomó un pedazo de greda y lo amasó así como uno
va moldeando greda para hacer loza. Lo formó y lo encontró muy pe-
queño.
Así [que] tomó otro pedazo, lo añadió y así siguió hasta que tuvo
un gran pedazo. Así hizo la Tierra.
Entonces no había árboles, ni maíz, ni yuca. Cuando Papá grande
vio que no había nada en la Tierra, hizo un tigre grande y lo soltó. Así
hizo al tigre y todavía hay tigre de este mismo.
Entonces Papá grande hizo a los hombres y todos eran aruacos,
guajiros y motilones. Así hubo muchos hombres en la Tierra. Enton-
ces Papá grande vio que los hombres no podían vivir solo de guerra y
de palabras y así hizo una mujer para cada uno. Hizo mujeres aruacas,
guajiras y motilonas. Así hubo muchos indios en la Tierra.
Entonces, mucho más tarde, Papá grande hizo al primer indio chi-
mila a su mujer y les dio como nombre Huhun Krukroring Merana
y Soving Kranyaring Ovokeya. Entonces Papá grande dijo al indio:
–¡Véte a la tierra!
El indio miraba la tierra desde el cielo y como no le gustó nada, no
quiso bajarse. Entonces Papá grande lo empujó y así el hombre cayó
a la tierra; cayó por allá, cerca de San Ángel. Pronto hubo muchos
indios chimila en la tierra y entonces no se llamaban «chimila» como
hoy sino «paretare».
Así fue como Papá grande hizo la tierra y los indios.
(Reichel-Dolmatoff, )
Sol y Luna
Sol y Luna son hermanos. El hermano Luna es mucho más viejo
que la hermana Sol, que ya es la tercera hermana y que hace poco que
nació. Los dos soles que hubo antes ya no sirvieron cuando eran viejos
y se murieron cuando se acabó su familia.
Antes el primer Sol salió por allá donde ahora se acaba el día, y
entonces los días duraban cuatro años. Así los indios podían trabajar
todo el tiempo con día.
Entonces, más tarde, Papá grande hizo salir al segundo Sol por
allá, detrás de la Sierra Nevada. Entonces los días duraban un año.
Literatura ette
Por fin cambió este y desde entonces el Sol sale por donde lo vemos
salir hoy.
Allá por el norte el Sol no sirve, porque por allá se acaba la Tierra;
pero por el sur hay tierra y tierra y mucho monte y mucho indio.
I
El poblamiento
Cuando los primeros chimila bajaron del cielo no sabían a dónde
ir. Hubo mucha agua entonces en todas partes y mucho monte sin
comida ni buenas aguas.
Entonces Papá grande tomó el Arco Iris y cogió sus tres flechas,
todas hechas de la caña maná. Disparó sus flechas sobre la tierra para
mostrar a los chimila el camino por donde debían seguir.
La primera flecha cayó allá en San Ángel y todavía hay mucho indio
allá. La segunda cayó allá en el río César y así parte de los chimilas se
fueron por allá. La tercera flecha cayó allá lejos, donde está hoy el gran
pueblo que llaman Cartagena y para allá se fueron los otros chimilas.
Así los chimilas encontraron el camino y quedaron en toda esta
tierra.
Desde entones la caña maná sirve para flechas porque es de la fa-
milia del Sol. Cuando uno se chuza con la caña maná en el monte de
noche, puede ver al Sol.
(Reichel-Dolmatoff, )
1. Historias de origen
En la Tierra había mucha sangre y guerra
Yunari Kraari estaba muy triste porque su espalda estaba manchada
Entonces la Tierra se tenía que acabar
Se iba a acabar con fuego, con agua y con viento.
Él llamó a su gente
Mandó cavar un profundo hueco en donde pudieran dormir todos
Un hueco como una casa
Allí mandó meter agua para beber y comida para comer
Metieron toda clase de plantas, semillas y cogollos
Guandul, yuca, maíz, fríjol, totumo, batata, ñame, ají
También metió muchas cantabritas con chicha de yuca y miel.
1. Historias de origen
Antes de que bajara el mundo, Yaau salvó a una pareja de cada grupo
Salvó unos ette, salvó guajiros, salvó kogi, salvó arsarios
Yauu los salvó en pensamiento
Como cuando alguien salva para la próxima siembra.
1. Historias de origen
Los tuvo solo, en pensamiento
Cuando por fin la tierra pudo bajar a Yunari esos dos hijos
cohabitaron
Formaron la primera familia
Los hijos de esa familia se volvieron a casar hasta que se pobló el
mundo.
1. Historias de origen
Así hubo carne de monte.
(Niño, : -)
El diluvio
Una vez empezó a llover y llovió y llovió, más y más, día y noche.
El Sol y la Luna se ahogaron.
Entonces todo el monte se inundó y ya no hubo ríos ni cañadas.
El agua creció y creció y por fin ya cubrió toda esta tierra. No hubo
sembrados entonces y no hubo comida y así fue que todos los indios
se murieron.
Una sola familia quedó viva. El hombre hizo una gran casa de pie-
dra bajo la tierra, así como una casa redonda de nosotros pero con
muchos cuartos, uno encima de otro. Así el hombre con la familia
estaba sentado allá en el cuarto arriba y afuera llovió mucho pero no
entró nada de agua.
Entonces un día dijo una mujer:
–Hace años ya que no veo el sol y estoy ya muy cansada. Quiero
ver un poco de luz.
Así dijo y se subió y abrió un hueco en el techo. Pero como el techo
no era de hoja de palma, sino también de piedra, tuvo que sacar una
piedra grande. Entonces un chorro de agua entró en la casa y todos
casi se ahogaron.
Entonces dijo el hombre:
–¡Maldita mujer! ¡Así uno se muere por tu culpa! Ahora, cuando
termine de llover, ¡vete afuera y vuélvete lechuza!
Así fue, y cuando terminó la lluvia la mujer se volvió lechuza.
Desde entonces la lechuza canta de noche y quiere ver al sol, pero no
puede verlo nunca.
Entonces el hombre y las otras mujeres bajaron al otro cuarto y
esperaron allí el fin de la lluvia. Esperaron muchos años y por fin sa-
lieron.
Entonces dijo el hombre:
–Ahora sí se murieron todos los animales. ¿Qué vamos a hacer sin
animales?
Pero no fue así. En una loma muy alta había un árbol de totumo
y este creció mucho cuando empezó a llover. A este árbol se subieron
Literatura ette
así por muchos años, se le peló la cola. Así es que el rabipelado tiene
la cola así pelada.
Cuando terminó la lluvia los dos bajaron del totumo, y de estos dos
vienen todos los animales.
Así pasó la gran lluvia pero en muchas partes la tierra no se secó.
Entonces dijeron los hombres:
–¡Vamos a secar la tierra!
Hicieron candela en el monte, pero como hubo mucho viento el
monte se quemó y todos los sembrados y todas las casas.
Así fue como casi se murieron otra vez los indios.
Por fin se apagó la candela y todos se fueron a sembrar y a hacer
casas nuevas.
Todo eso fue así y no es embuste.
(Reichel-Dolmatoff, )
Cómo los chimila consiguieron el fuego
Antes los chimila no conocían el fuego. No había candela en el
fogón, ni en el monte, no hubo humo tampoco.
Entonces comían todo crudo. A medio día, las mujeres ponían la
comida sobre una gran piedra y el sol la tostaba un poco. Entonces le
daban una vuelta y se tostaba un poco por el otro lado. Así fue que los
chimila sufrieron mucho y eran muy flacos.
Al otro lado del Gran Río había otros indios que sí tenían fuego.
Comían carne asada y pescado frito y cocinaban bollos. Pero ellos eran
enemigos de los chimila.
Una noche los chimila iban por la ribera del Gran Río y veían al
otro lado a los indios comiendo pescado. Estaban allá sentados alrede-
dor de la candela y comían muy sabroso.
Entonces dijeron los chimilas:
–¿Qué vamos a hacer para conseguir candela? Si uno de nosotros
va al otro lado lo matarán los enemigos, y además se apagará la candela
en el agua si vuelve nadando.
Entonces dijo el brujo Huhum:
1. Historias de origen
–Yo voy a conseguir candela. Y aunque me cueste la vida, ¡voy a
traerla!
Entonces el brujo se cambió en el sapo Mamu y saltó al agua. Nadó
a través del Gran Río y cuando vino a la playa saltó entre los indios que
estaban allá sentados comiendo pescado. Cuando vieron al gran sapo
se asustaron, gritaron y corrieron.
Entonces el sapo se tragó una braza y saltó al río y nado al otro
lado. No se quemó ni se apagó la candela. Cuando vino a la playa el
sapo escupió la candela y dijo:
–Mis hijos, ¡aquí está la candela! ¡Ahora hay que guardarla bien
para que no se apague nunca!
Pero el brujo se quedó sapo. Desde entonces los sapos son gente
como nosotros y no se deben matar. Los sapos son buenos.
A veces, de noche, el sapo canta en la selva y entonces las mujeres
se levantan a poner más leña al fogón para que no se apague.
Así fue como los chimilas consiguieron el fuego.
(Reichel-Dolmatoff, ).
Cómo los chimila consiguieron el agua
Cuando los chimilas llegaron a esta tierra montañosa, no encon-
traron agua para tomar. Buscaron y buscaron, pero entonces no había
río ni cañada. Sufrieron mucho.
Entonces la Gran Cacica mandó cavar un pozo hondo y más allá
otro pozo y más allá otro. Cuando los pozos ya estaban bien hondos, la
Gran Cacica se puso a dormir. Cuando se despertó preguntó:
–¿Ya hay agua?
Los hombres dijeron:
–No, ¡todavía no hay agua!
Entonces la Gran Cacica durmió otra vez. Cuando se despertó
preguntó:
–¿Ya hay agua?
–No –dijeron los hombres–, ¡todavía no hay!
Entonces, por la noche, la Gran Cacica se fue sola a un pozo. Allá
estaba ella y miraba hacia el fondo. Entonces dijo:
–¡Venga, agua! –y dejó caer un poco de saliva en el pozo. Así lo
hizo con todos los pozos, y entonces regresó y se puso a dormir.
Literatura ette
(Reichel-Dolmatoff, )
1. Historias de origen
El pensamiento de Waacha
Versión A
Antes, Yaau y Jesucristo aún no se habían repartido la gente
En ese tiempo las personas eran diferentes
En la espalda tenían el pecho y el pecho lo tenían en la espalda
Eran personas al revés.
Yaau era diferente a Jesucristo
Él pensaba mucho
Pensaba las cosas que estaban bien y las cosas que estaban mal
Pensaba las cosas que servían y las cosas que no servían.
Sol y Luna
El Sol es un hombre y la Luna es una mujer
Ambos son hermanos y son muy viejos
Sol es mayor que Luna.
Sol y la joven
I
Antes, antes de nuestros abuelos, una pareja tenía dos hijas
Una mayor y otra menor
La mayor la cuidaba siempre que sus padres salían a montear
«Cuídala mucho», decían antes de irse.
II
Las marimondas negras eran como personas
Vivían en casas como personas y cocinaban como personas
También se emborrachaban y hacían fiesta.
En ese lugar la niña oía gente trabajando en las rozas y cortando leña
Pero solo veía marimondas maromeando
La niña no entendía y se asombraba
Se preguntaba por qué pasaba eso.
Ahí se crío.
La anciana la cuidaba, la bañaba, le daba de comer y le guindaba una
hamaca
III
Una mañana la niña y la mujer salieron a caminar
En su camino se encontraron con un manantial cristalino
La niña se puso muy feliz y salió corriendo a beber agua.
Marimonda la regañó:
«¡Pero qué es lo que vas a hacer!
¿Acaso no ves que son orines? Son los orines de Yaau
¿Cómo te vas a tomar los orines de Yaau?
¡A veces tú eres muy sucia!».
IV
Pasó un largo tiempo
La niña se hizo mujer
Marimonda estaba muy preocupada
Ahora sus hermanos iban a querer estar con ella
Por eso le daba muchos consejos.
V
La joven se encontró con Gallinazo
Se puso a hablar con él hasta que llegó a la enramada
Allí se sintió confundida
Le pidió a Gallinazo que decidiera por ella
Gallinazo dijo que él cogería por el camino de abajo
Así lo hizo la joven.
Camino una, y dos, y tres horas
No veía nada conocido
Literatura ette
Amaneció
El padre y sus hijas sacaron a la joven del escondite
Le preguntaron cómo había dormido
Ella les contó todo llorando
Le dijeron que no se preocupara porque pronto iba a regresar a su
casa.
VI
Un hombre pasó por la casa en su caballo y se fijó en la joven
La joven debió ser muy bonita, porque aquel hombre era muy
importante
Él era Penari Torosu, Sol
Estaba con su caballo y sus cadenas de oro.
VII
Sol y la muchacha partieron
Él en su caballo y la joven a pie.
VIII
Durante el viaje la mujer resultó embarazada
Sol y ella nunca se tocaron ni estuvieron juntos
Pero el hijo que la muchacha iba a tener era de él
Sol la había embarazado en pensamiento
Con el solo pensamiento, sin tocarla.
Solo faltaba un día para que la joven por fin llegara a la casa de sus
padres
Entonces Sol le dijo muchas cosas:
«Mañana llegarás a tu casa y verás a tus padres de nuevo
El hijo que vas a tener será un gran kraanti
Él sabrá curar las enfermedades
Con sus rezos no dejará que el mundo se vuelva a acabar
Por eso, si quieres alumbrar sin dolor no le dirás a nadie quién es su
padre
Si quieres que tú y tu hijo vivan no dirás cómo hiciste para tenerlo».
IX
La joven llegó a su casa
Sus padres se alegraron mucho
La abrazaban y le preguntaban por qué había tardado tanto
«Estás muy grande, eras una niña y ahora eres mujer
¿Dónde habías estado hija?
¿Cómo has vivido todo este tiempo?
¿Qué has comido?».
Literatura ette
Y así fue
Al poco tiempo el niño amaneció muerto por fiebre y calentura
Dos días más tarde, la madre se murió de la tristeza.
(Niño, : -)
I
Hace tiempo hubo mucha guerra entre los ette
Eran muy violentas y había mucha muerte
Eran contra los guajiros o contra los españoles
Todos peleaban contra todos.
3. Otras narrativas
«Oye, gallinazo, y tú que todo lo puedes y eres tan fuerte
¿Por qué no llevas al niño hasta la punta de ese árbol?
Tú eres fuerte, tú puedes llevarlo. ¡Anda y llévalo!».
II
Rey le había prometido que arriba podría reencontrarse con sus
padres
Entraron al cielo por una puerta muy pequeña que Rey Gallinazo
abrió
Literatura ette
3. Otras narrativas
III
Por la noche, Rey le ordenó al niño que se bañara
Lo lavaron con agua y con plantas para que se le quitara el olor a la
persona
Después lo llevó a una casa cercana a la suya para que durmiera ahí
La casa estaba llena de tinajas para esconderlo.
El joven se lo puso
Desde ese día lo que antes le parecía sangre ahora lo veía como
chicha
I
IV
El joven ya había vivido mucho tiempo en el cielo y se aburrió
«Quiero regresar abajo
Quiero tener roza y mujer abajo», le decía a sus padres
«Bueno hijo, ya eres un hombre y puedes regresar», le decían ellos.
3. Otras narrativas
esposa
Se fue despacito, silencioso y concentrado
Cuando ya estaba cerca cogió la macana y la lanzó con todas sus
fuerzas
Ella cayó al suelo muerta.
V
Pasó el tiempo y el joven consiguió mujer y abrió roza
Su mujer siempre le preguntaba dónde había estado y quién lo había
criado
Él no decía nada, porque [así] se lo había prometido a Rey Gallinazo
Él nunca debía contar cómo era el cielo
Le habían dicho que si lo hacía moriría.
Los brujos
Hay buenos brujos y hay malos. Así dice la gente y así es. Los
buenos curan y llaman la lluvia cuando hay sequía, y cuando se mue-
ren son como nosotros cuando nos morimos. Pero los malos brujos
Literatura ette
no son así. Ellos no se van cuando mueren; [sino que] vuelven para
hacer daño, y como no se pueden volver como hombre porque uno los
reconoce, se vuelven como tigre. Así uno va [andando] en el monte y
encuentra tigre y uno no sabe [si] es tigre o es brujo.
I
3. Otras narrativas
4. Narraciones e imágenes oníricas
Lo cogí
Lo tragué
1. Historias de origen
1. Historias de origen
La Luna y la Tierra eran dos hermanas que vivían cogidas de la mano [T.C.]
En épocas remotas la Luna y la Tierra eran dos hermanas que
vivían cogidas de la mano, es decir, las enlazaba un bejuco mante-
niéndolas muy juntas. Como todavía no existía el Sol, en la Tierra
los barí realizaban sus ocupaciones palpando sombras y adivinando el
aspecto de las cosas. La peor dificultad era la de hallar alimentos: los
cazadores solo lograban atrapar tucanes que, debido al colorido de sus
plumas, se dejaban divisar al resplandor de la luna llena.
Cansado de la escasez, un grupo de guerreros decidió aventurar
investigando lo desconocido: treparon por el bejuco y al otro lado en-
contraron a una mujer solitaria, que era la patrona de la Luna. Ella les
otorgó permiso para cazar con la condición de que cada uno de ellos le
hiciera el amor antes de proveerse en sus dominios. Preciosa era la na-
turaleza y variadas las especies de animales en los campos de la señora
de la Luna, además, allá sí había luz y los animales eran mansos. Por
mucho tiempo los barí contemplaron con deleite tanta belleza; aparte
de eso, después de sus visitas se deslizaban a casa por el bejuco, con
los brazos cargados de pavos y toda clase de delicias gastronómicas.
A pesar de la abundancia que ahora procuraban a sus familiares,
los guerreros de la comunidad barí no estaban satisfechos. Tanto ha-
cerle el amor a la patrona de la Luna los estaba dejando agotados y
enfermos, porque el contacto con ella generaba mucho frío. Un día,
un atrevido grupo de jóvenes decidió traspasar los linderos permitidos
sin cumplir con el requisito acordado por sus padres. Ellos, además
de buscar presas para sus flechas, se dedicaron también a explorar la
Luna hallando allí a otros seres vivos parecidos al humano: existían
dos familias, la del cóndor y la del buitre. Después de conocer a las
hijas del cóndor, ya los jóvenes barí no deseaban aparearse con nadie
más. Ese sentimiento los había inclinado a ignorar peligrosamente la
condición impuesta por la señora de la Luna.
Un día ella descubrió el engaño y, en medio de un irracional im-
pulso de ira, cortó el bejuco que unía a la Luna con la Tierra. Una vez
zafada esa conexión la Luna se fue alejando poco a poco inexorable-
mente. Los jóvenes barí no tuvieron tiempo de bajar y quedaron con-
denados a permanecer allá, para siempre unidos a las hijas del cóndor.
Desde la lejanía sus descendientes con nostalgia a veces nos observan,
Literatura barí
La Creación
1. Historias de origen
La leyenda dice que Dios tenía un machete y cortó una piña de la
cual salió un hombre motilón. Luego cortó otra piña y de esta salió
una mujer. Entonces Dios se dijo a sí mismo: «Voy a cortar una piña
más grande a ver qué sale…». Cogió el machete y cortó dos piñas gran-
des, y de ellas salieron un motilón, su mujer y dos niños. Así salieron
más motilones.
Entonces los motilones vivieron en esta zona y se multiplicaron
mucho. Pero luego, por engaños y por discusiones se separaron, y se
fueron unos para La Guajira, otros para la tierra de los yukos, otros al
norte, otros al sur, hasta que se pobló la tierra por motilones.
(Neglia y Olson, : -)
En el principio
I
En el principio solamente existían dos razas: la del chigbarí y el
barí. Los chigbarí son espíritus eternos al servicio del Espíritu Ara,
ellos siempre han sido y serán. En cambio la raza barí tuvo comienzo:
Samaydodjira pobló estos territorios partiendo piñas, y del jugo de las
piñas brotaron los barí. Sin embargo, esos seres primitivos no eran
iguales a nosotros, ellos no tenían sexo. Se reproducían con la ayuda
de un chigbarí, que se transformaba en tigre y les lamía la barriga
dejándolos preñados. Un día el espíritu del tigre no volvió más, se
marchitó una generación barí esperándolo ¡sin resultados!
Nuestros antepasados estaban desesperados porque no podían te-
ner más descendencia, entonces decidieron pedir ayuda a un barí que
podía canalizar el poder de Dios. Se llamaba Samaydodjira, pero lo
apodaban Sabaserbara, que quiere decir «el que vive solo». Él les dijo:
–Hagamos así –tomó una colmena de abejas silvestres con forma
de pene y se la colocó al cacique en la parte baja del estómago. Luego
explicó a los barí–: Deben moldear una hendidura con barro y ponér-
sela a uno de los hombres, para hacer de él una mujer.
Pero algo no funcionó bien y los hijos de la primera pareja nacieron
mal: dice la tradición que salieron muy flacos y con las patas torcidas.
Cuando vino Sabaserbara a mirar cómo iba el trabajo, cuentan que se
puso furioso y de castigo creó a las moscas, que desde entonces tienen
Literatura barí
II
Varias generaciones más tarde existió un matrimonio barí que re-
cientemente había dado a luz una bebita. Para poder salir de pesca, en-
comendaron la niña a una anciana de la comunidad quien, aún cuando
era cegatona, todavía tenía activa la voluntad de servicio. El tiempo
transcurrió y la abuela sintió hambre. Tanteando en tinieblas, porque
la falta de luz se sumaba a su ceguera, la anciana confundió la niña con
sus provisiones. Tomó el cuerpo de la bebita, lo despresó, cocinó y se
lo comió. Cuando llegaron los padres alcanzaron a ver cómo la anciana
devoraba los últimos mordiscos de una pierna.
Loco de dolor, el guerrero apaleó a la antropófaga hasta matarla.
Luego reunió leña, encendió una gran hoguera y puso a incinerar su
cuerpo para que no quedara ni el recuerdo de la vieja. La fogata ardió
por varios días; cuando todo el remanente eran cenizas, la pareja se
tomó el trabajo de llevarlas hasta la cúspide de una montaña, que se
empinaba obstinada en alcanzar las nubes. Allí las esparcieron al do-
minio y libre albedrío de los vientos.
Donde cayeron cenizas negras brotaron hombres negros. Si eran
rojas las cenizas, nacieron hombres rojos. Y los seres humanos blancos
tuvieron su origen en cenizas completamente calcinadas que se torna-
ron pálidas. Ese día se crearon muchos hombres de distintos colores,
todos con el pelo rizado y muy inteligentes; pero de la transforma-
ción de las cenizas no surgieron mujeres. Para obtener sus hembras
los hombres de las nuevas razas tuvieron que apelar al rapto de las
esposas de los barí. Hoy conocemos a los descendientes de esas muje-
res deshonradas porque hay individuos de otros pueblos que resultan
con el pelo liso.
(Galvis, : -)
Así salieron las razas [T.C.]
1. Historias de origen
Cuenta un motilón que hubo una mujer muy anciana que no se
moría, la cual era tan mala que una vez cogió una niña muy bonita, la
cocinó y se la comió. Ante esto, todos gritaban asustados y el padre
de la niña tomó un palo y de un golpe mató [a] la anciana. Entonces
todos los motilones cubrieron el cadáver de la anciana con mucha leña,
le prendieron fuego y la quemaron durante un verano. Al cabo de ese
tiempo cogieron las cenizas y las botaron al aire. El viento esparció
esas cenizas: una cayó acá y nació una persona de raza negra, otra
ceniza amarilla cayó allí y nació una persona amarilla, luego otra blan-
ca… Así salieron las razas.
(Galvis, : )
Literatura barí
II
2. Relato sobre el gran árbol
I
Había un árbol muy grueso y muy alto que fue descubierto por un
muchacho, quien invitó a todos los motilones a cortarlo y tumbarlo.
Todos contribuyeron en esta tarea durante un verano hasta que por fin
el árbol cayó. Al caer, el golpe fue tan fuerte que hundió la tierra para
convertirse con sus ramas en los ríos.
A partir del golpe y de la hendidura de la montaña salieron el Iqui-
boqui o «río de Oro», el Catatumbo y los afluentes. Desde este mo-
mento toda la población, muy contenta, bebió agua y la almacenaba
en jarras de barro.
II
Todo el mundo era montañoso; no había agua y los motilones se
morían de sed. Fue el momento en que aparecieron los ríos, por la
Literatura barí
II
3. Otras narraciones de antigua
relámpagos.
–Despreciables haraganes –rugió su voz–. ¡No saben lo que es
trabajar con juicio! Si prefieren la molicie y ver pasar los días con el
cerebro perdido en la estupidez, entonces… ¡Que así sea! –y con un
solo movimiento de la mano les bloqueó las capacidades de la mente–
Para que paguen sus faltas de engaño y mentira: ¡de ahora en adelante
vivirán para revolcarse en sus propios excrementos y se alimentarán
con porquería!
Dichas estas palabras el chigbarí desapareció en un remolino furi-
bundo de polvo y vientos encontrados. Desde ese momento todos los
chanchos hozan y gruñen desaforadamente buscando algo, ¡pero no
logran recordar qué es aquello que han perdido!
Los barí llegaron dispuestos a asumir el turno de reemplazo y en-
contraron a sus amigos convertidos en una caricatura de lo que ha-
bían sido. La tarea se quedó a medio hacer porque Mucshura no quiso
volver más y, [ya] solos, los barí perdieron la esperanza de ver algún día
terminado ese trabajo tan pesado. Entonces tuvieron que adaptarse a
vivir en un mundo mitad contratiempos y montes elevados, donde los
valles y el sosiego siguen siendo sumamente apetecidos.
(De Armellada y Bentivenga, []: -)
–No debes hablar con ninguno de los seres que veas, ¡solo te está
permitido observar!
Luego estuvieron en otras comunidades, donde viven distintas
familias de chigbarí: hay chigbarí rayados como el arco iris, otros se
parecen al tigre. Visitaron también los pueblos donde viven los de pelo
rizado, que son los chigbarí más fuertes. Estos últimos le ofrecieron to-
pocho, el alimento que ellos comen para mantenerse vivos. El chigbarí
guía le explicó:
–Si comes lo que te ofrecen ¡tendrás que quedarte acá!, porque
tu cuerpo se hará livianito como una hoja y ya no podrás volver a tu
comunidad.
Pasearon, primero por donde nace el sol y más tarde por donde se
oculta. En oriente tuvo el joven barí una tentación muy fuerte: en esa
tribu encontró a dos muchachas preciosas, que estaban disponibles
para él. Nuevamente tuvo que desprenderse, por consejo de su guía y
seguir adelante sin dejarse involucrar. Hasta el dominio del sol habían
llegado ya otros «mensajeros» de los barí, pero el chigbarí que lo tenía
agarrado de la mano se proponía llevarlo al más allá… del más allá.
Se dirigieron entonces al reino de la muerte, penetraron territorios
de lo desconocido hasta encontrar la estación de llegada, a donde todos
los barí que mueren tienen que acudir. El joven visitante vio llegar a
mucha gente de su raza: todos estaban desnudos, los hombres traían
en la mano un pedazo de cañabrava para hacer sus propias flechas y las
mujeres portaban su canasto.
En el puesto de recepción había un grupo de gente chigbarí, entre
ellos estaba Taigda Chigbana, el chigbarí encargado de recibir a los
barí en el otro mundo. Ante esa visión su guía le explicó:
–Si se trata de un guerrero, al darle la bienvenida Taigda Chigbana
le entrega un arco, porque antes de seguir adelante hacia las estrellas el
barí tendrá oportunidad de matar a un yácura. Si falla con sus flechas
ese monstruo gigantesco seguirá su camino y llevará a las comunida-
des de ustedes muchas enfermedades y desgracias. Cuando el yácura
logra introducirse al plano donde vive el hombre, la tierra tiembla.
Literatura barí
II
iii literatura yukpa
1. Historias de origen
1. Historias de origen
Kemoko andaba solo por el monte y el pájaro carpintero picaba to-
dos los palos. Cuando picó unos palos salió sangre. Entonces Kemoko
los cortó e hizo con ellos un hombre y una mujer, doblándoles los brazos
y las piernas para que pudieran caminar. De aquí salieron los yukpa.
(De Villamañán, : -)
1. Historias de origen
casado primero con picure. Tuvo hijos; todos se fueron con picure.
Después se casó con danta y tuvo hijos; todos se fueron con danta.
Eran grandes como vacas. Salieron de la cueva otros atancha kushpa,
pero Kemoko se quedó solo. El rey de los zamuros salió de la danta
y de Kemoko. Después salieron de la cueva los manapsha kushpa. Es
la gente de Iroka, los guajiro, los watiya (los blancos). De uno de los
atancha kushpa y de la pereza salió el pájaro carpintero, que picaba to-
dos los árboles. Los atancha apagaron la luz de la luna (kunu), que an-
tes estaba muy cerquita, tirándole cera con las flechas. Se quedó todo
oscuro y se fueron todos. Kemoko puso otra vez brillante a la luna. Se
quedó solo con el pájaro carpintero y con la pereza. El pájaro carpinte-
ro picó en un árbol, que estaba vivo, y salió sangre. El árbol lloró y se
lo fue a decir a Kemoko. Se fueron los dos a donde estaban los árboles
vivos. Kemoko fue caminando y el pájaro carpintero se fue volando.
–Aquí está –le dijo el pájaro a Kemoko.
Este cortó con un hacha los árboles vivos. Salieron dos hombres y
dos mujeres. Se casaron y de ellos salieron los yukpa.
(De Armellada y Bentivenga, []: )
Kemoko y Kurumacho
Kemoko hizo de la tierra a Kurumacho (los zamuros), para que
volasen al cielo. Allí viven como personas. Cuando Kemoko se quedó
solo por el monte le entraron ganas de tener una mujer. Caminaba solo
por el río Atapshi y pescaba para comer. Un día pescó muchas sardinas
y las dejó podrir. Se untó con ellas todo el cuerpo y se puso hedion-
do. Bajaron los zamuros para comérselo. Él se quedó como dormido.
Cuando se le acercó Kurumacho hembra la agarró, le quitó las plumas,
la estiró para acomodarla a su estatura, le hizo cosquillas, se rió y la
tomó por mujer. Pronto tuvo hijos. Se llamaron Okoshpe, Wamo, Ka-
tutu y Pishíaka. Otro se murió. De esta gente nacieron los españoles y
la otra gente watiya (los blancos). Kemoko les enseñó muchas cosas.
Por eso saben más que los yukpa. Los negros salieron del murciélago.
(De Armellada y Bentivenga, []: )
Amorétoncha eran dos hermanos [T.C.]
Amorétoncha eran dos hermanos. Uno se murió. Quedó Amoré-
Literatura yukpa
1. Historias de origen
–No, nada.
Lo comían solos. Después cuando Kemoko orinaba, ahí mismo
salía auyama. Otra vez orinaba y salía maíz, taparuco (calabacita) y
todo lo que cagaba él. Ardita quemó un terrenito para sembrar maíz,
pero entonces no salió nada. Más tarde Kemoko enseñó a los yukpa a
comer maíz y a beber chicha.
(De Villamañán, : -)
–Tomen chicha para ponerse fuertes y para que se curen los enfer-
mos. Después Osemma les dijo:
–Me voy.
Se fue y no volvió más. Ahora solo se nota que pasa cuando hay
terremoto; pero cuida siempre de los cultivos de los yukpa.
(De Villamañán, : )
1. Historias de origen
le a los yukpa la semilla de maíz cariaco. También se dice que donde
él se paraba a orinar, nacía maíz, fríjol gandul, ahuyama y totumo. Allí
donde él salía y regaba la tierra nacían estas plantas.
Como a aquellos del asentamiento donde había llegado el Unano
no acostumbraban comer más que comida silvestre, cuando encontra-
ban las matas que nacían por efecto de la orina del hombre, las arran-
caban y botaban las maticas. Por eso cuando este partió los condenó a
pasar hambre, ya que se había dado cuenta de lo que sucedía.
Cuando la comunidad donde había regresado el niño se enteró de
la presencia del Unano, fueron a su encuentro y lo invitaron a que-
darse con ellos. Él al comienzo rehusó la invitación, pues pensaba que
podía repetirse lo sucedido en el otro asentamiento. Después de que
varias personas le pidieron que se quedara, él aceptó. Entonces la co-
munidad se puso de acuerdo para no tratarlo como lo habían hecho
los del otro asentamiento. Una mujer que sabía bastante, intuyendo
que algo bueno traía el hombre, advirtió a los demás sobre el trato que
debían darles tanto al visitante como a su compañera.
Así fue como lo invitaron a descansar en una de las casas. Le ten-
dieron una estera nueva y le ofrecieron comida. Mas la gente de este
asentamiento, al igual que la del anterior, comían frutos silvestres,
algunas veces crudos y otras cocidos. Así que de estos frutos le ofre-
cieron al Unano.
Él ya sabía lo que comían ellos, por eso les pidió que dejaran esa
comida, que no cocinaran más de esos frutales, que los botaran, ya que
a cambio les iba a dar algo mejor. Agregó que confiaran en él y les pidió
seguir las instrucciones que les diera. Todos hicieron caso, pese a que
los niños empezaron a sentir hambre.
Les dijo que trajeran canasticos para darles aquello que había
anunciado, que eran granitos de maíz cariaco. Les advirtió que a cada
uno le daría dos granos, pero que al cocinarlos lo hicieran en una olla
grande, pues de lo contrario le daría a él dolor de cabeza. Algunos
creyeron y otros no. Aquellos que no creyeron lo que el hombre estaba
diciendo pensaron que dos granos de maíz era muy poco para dar de
comer a toda la familia, pero se acercaron a recibirlos.
El hombre se esculcaba los cabellos y de ahí iba sacando los gra-
nitos de maíz para dárselos a la gente. A medida que iba repartiendo
los granos perdía estatura. Todos en el asentamiento, muy conten-
Literatura yukpa
tos, cocinaron los granos de maíz como el hombre les había indica-
do. Aquellas mujeres que no creyeron y cocinaron en ollas pequeñas,
consiguieron que estas se llenaran y el maíz se regara sobre la ceniza,
razón por la cual al hombre le dio dolor de cabeza.
Al día siguiente, el hombre de la semilla de maíz invitó a todo el
III
Cómo Purihma engañó a los yukpa
1. Historias de origen
Cuando Kemoko sacó a los yukpa del sangrito (manéracha), les
hizo una casa grande donde cada uno vivía con su mujer. Kemoko
les buscaba comida. Cuando Kemoko estaba fuera buscando plátano
(kurántana) para los yukpa, Purihma les trajo plátano no comestible
(kinía). Purihma engañó a algunos diciéndoles que él era Kemoko, y
les ofreció plátano no comestible. Los que lo comieron se quedaron
para siempre en el monte como los yukpa, los barí y los guajiro. Los
que comieron de los plátanos que trajo Kemoko se hicieron blancos,
más inteligentes, y aprendieron a hacer muchas cosas.
(De Villamañán, : )
Literatura yukpa
III
2. Historias de Sol y Luna
El día y la noche
En el comienzo del tiempo, había dos soles, uno de los cuales salía
cuando el otro se ocultaba.
Un día Kopecho (femenino) invitó a uno de los soles a un festival.
El Sol asistió; sin embargo, no intentaba bailar.
Kopecho había preparado una gran fogata y se puso a bailar ante
el Sol en una forma tentadora. Él se sintió muy atraído por la danza-
rina. Se levantó y fue hacia ella. Pero él no había visto que detrás de la
fogata había un abismo en forma de pozo profundo, lleno de carbones
ardientes. Allí cayó el Sol antes de alcanzar a Kopecho.
Estando el Sol muy acostumbrado al calor, no se quemó. Trepó y
salió fuera del abismo. Sujetó a Kopecho por las caderas y la arrojó al
agua. Kopecho se transformó en un sapo y desde aquel día ha vivido
dentro del agua. El cuerpo del Sol, no obstante, se tornó blanco y sus
ojos se convirtieron en carbones ardientes. Este sol regresó al firma-
mento y allí se convirtió en Luna. Así fue como comenzó la noche y
fue detrás de ese animal porque quería flecharlo. Si el zaino subía una
loma, el hombre seguía detrás. Al flecharlo cuando llegaron a la cima,
los demás animales que estaban por ahí salieron corriendo y el hombre
no los pudo alcanzar.
Cuando este iba a regresar, no encontró las huellas ni la trocha
por donde había subido. Se quedó ahí parado pensando y buscando
por donde era que él había subido y como había hecho para llegar allí.
Andaba de un lado para otro, iba y venía buscando la trocha pero no
la pudo encontrar.
De pronto oyó que alguien estaba cazando guacamayos. Pensó que
por ahí estaba otro hombre y fue en busca de él y llegó donde estaba el
Sol. Como este estaba cazando al guacamayo, el cazador lo encontró
subido en lo alto de un árbol. Al verlo, el Sol le pidió que mirara para
arriba. Entonces el hombre preguntó:
–¿Quién eres tú?
Y el Sol le respondió que lo esperara allí mientras se bajaba. Y
antes de responder la pregunta, el Sol dijo:
–¿Tú eres un venado?
El hombre, un tanto confundido, respondió:
–¿Cómo se le ocurre decirme eso?
Pero el Sol, confundiéndolo con un venado, le preguntó de dónde
venía y el cazador insistía que él no era un venado. El Sol, sin inmu-
tarse, le pidió que le recogiera una flecha que se le había caído por ahí,
en el suelo, y al hombre no le quedo más remedio que hacer lo que el
Sol le pidió.
Cuando encontró la flecha, se dio cuenta que era una culebra y le
dijo al Sol que no podía cogerla, puesto que eso no era una flecha sino
una culebra. Pero el Sol respondió, un poco irritado, que sí era una
flecha puesto que él había flechado con ella un guacamayo. Entonces
él mismo recogió su flecha y se comió el guacamayo que había cazado.
Luego el Sol lo invito a su casa, pero el hombre respondió que él
se encontraba allí de cacería y deseaba regresar a su asentamiento.
hacer un sancocho.
Entonces la Luna llamó al cazador diciéndole:
–Vamos, que las hijas mías lo quieren ver.
Apenas salieron, Luna le preguntó:
–¿Por qué llegaste por ahí si no eres un venado, sino una persona
III
3. Historias mortuorias
la quemaron. Todo se volvió cenizas, pero encontraron una piedrita
redondita, muy bonita. Se dijeron:
–Esta es la mujer.
Botaron la piedrita lejos, pero amaneció en el mismo sitio. La bo-
taron muchas veces, pero amanecía siempre en el lugar donde la que-
maron. Entonces dijeron:
–Vamos a enterrarla bien abajo.
Hicieron el hoyo, la enterraron y allí se quedó.
(De Villamañán, : -)
con su mamá. Kemoko volvió del río con el pescado y encontró la casa
vacía. Se decía: «¿Por qué se habrán ido esos muchachos?».
A los ocho días los muchachos estaban tristes y dijeron:
–Vámonos a buscar a papá, que se ha quedado solito.
Bajaron y le estuvieron buscando. Cuando lo encontraron, Oko-
III
shpe le dijo:
–Ven para arriba, papá. Allá está muy bonito.
Le prepararon un chamarro de plumas como el que tienen los
zamuros. Ellos lo iban sosteniendo por debajo hasta que aprendió a
volar solito. Subieron, subieron muy alto hasta que llegaron al cielo.
Encontraron un huequito y cayeron dentro. Kemoko no se dio cuenta
cuando cayó allá. Había muchas casas muy bonitas y muchos zamuros
(kurumacho), pero allí son todos como personas. Son muy inteligentes.
Kemoko con su mujer Kurumacho y sus hijos tenían sus casitas apar-
te, como formando un pueblito muy bonito.
Se les acercaron un día otros zamuros para pelear con ellos, pero
los hijos de Kemoko tenían allí muchos amigos y les trajeron mache-
tes. Así pasaron varios días, queriendo pelear; pero Kemoko les dijo:
–No vamos a pelear, dejémonos de esas cosas. Vamos a vivir en paz.
Se quedaron todos muy contentos y Kemoko no volvió más a la
tierra. Por eso a Kemoko-Amorétoncha se le llama también «Maih-
pore».
(De Villamañán, : -)
3. Historias mortuorias
la muerte viene sin remedio para todos los que no quisieron bañarse
con el agua que les traía el muerto.
(De Villamañán, : )
Cuenta María que los yukpa acostumbran enterrar dos veces a los
que se mueren, y que para hacer el segundo entierro se hace una fiesta
en luna llena.
Hace tiempo, algunos atantocha se reunieron para hacer la
fiesta del desentierro. Primero prepararon chicha fuerte. Luego
llamaron a toda la comunidad y durante toda la noche celebra-
ron la fiesta. A las seis de la mañana se fueron, sacaron al muerto,
volvieron a sus casas y reiniciaron el baile que duró un rato, y otro
y otro más. Después regresaron al lugar del desentierro, bailaron
un rato, y algunos ya cansados de trasnochar dijeron que llevaran
rápido el muerto a las peñas donde descansan los antepasados que
han llevado antes.
Cuando llegaron a las peñas, había muchos atantocha. Algunos lle-
garon con la mujer, otros con los hijos y otros solos, dejando a la mujer
y a los hijos. Allí había unas rocas inmensas. En esas rocas se entierran
definitivamente los muertos.
En esta ocasión cuando llegaron al cementerio, a las rocas grandes,
un grupo entró y con ellos una señora que estaba embarazada. Enton-
ces la roca se derrumbó, y los atantocha quedaron dentro, encerrados
con todos los muertos que habían llevado allá.
Cuando sucedió esto los que estaban afuera se preguntaban cuál
era la causa por la que los otros se habían quedado allí. Algunos ya
sabían que una señora había entrado estando embarazada. Y es que
así no se puede entrar al cementerio porque está prohibido. Una mujer
embarazada no puede entrar a las rocas donde se entierran los muer-
tos.
Como ahí se quedaron encerrados algunos de los que habían par-
ticipado en el baile, los que estaban afuera miraban a través de unos
huequitos sin poder explicarse cómo era que se habían quedado ence-
rrados entre esas piedras. Aquellos que se encontraban dentro dijeron
que no podían salir y que se sentían como si estuvieran castigados en
una cárcel.
3. Historias mortuorias
Los que quedaron afuera intentaron sacarlos, pero no pudieron.
Al día siguiente, los que quedaron atrapados pidieron que les llevaran
comida ya que pensaban que no podrían volver a salir. Cuando regre-
saron a sus casas aquellos que habían quedado afuera contaron todo
lo sucedido.
Después de explicar cómo se habían quedado atrapados los demás,
pidieron comida, para que se pudieran mantener con vida dentro de
la peña.
Y regresaron a las rocas llevando comida. Había maíz, malanga,
ahuyama, yuca y hasta una olla de barro y candela para que los atanto-
cha encerrados cocinaran. Todo cuanto llevaron lo entregaron a través
de los huequitos. Como los muertos se encontraban alrededor, los que
se quedaron encerrados los acomodaron amontonándolos a un lado.
Todos estaban tristes por la muchacha que estaba en embarazo. La
familia fue a verla, la mamá, el hijo y el abuelo. Pero la mamá de la mu-
chacha estaba muy triste y lloraba al ver que su hija se había quedado
atrapada dentro de la roca.
Así duraron muchos días. Y los que no quedaron encerrados les
seguían llevando comida, pero ellos ya estaban aburridos ahí dentro.
Un día se apareció un pájaro llamado metze, y ellos se preguntaron
cómo y por dónde había llegado allí. Entonces un grupo de atantocha
se fue a averiguar.
Caminaron atravesando huecos. Anduvieron y cuando regresaron
les dijeron a los demás que habían caminado por un hueco como tres
días y se habían devuelto. El pájaro regresó varias veces. Así lo hizo
durante los días siguientes con cierta regularidad.
Sucede que el pájaro metze, ese que llaman murciélago, estaba in-
dicándoles un camino de salida. Ellos, viendo aquella señal, se reu-
nieron y decidieron seguir al pájaro. Así fue como encontraron una
salida, pero llegaron a una tierra que no conocían y se perdieron.
Esto fue lo que sucedió a los atantocha que quedaron atrapados
en la roca. Por eso cuando se hace baile de desentierro las mujeres
embarazadas no pueden entrar a las rocas donde se dejan los muertos.
(Gómez, : -)
Literatura yukpa
III
Atantoche y el pez
Esta es la historia del pescado. Cerca de un asentamiento yukpa,
creció un manantial. Entre la espuma del manantial se escuchaba llo-
rar un niño. Una mujer que había ido en busca de agua encontró al
niño envuelto entre la espuma. Ella pensó: «¿De quién será este niño?».
Se acercó y lo sacó del agua. Mientras regresaba a su casa llevando
al niño, iba preguntando a todos los que se encontraba por el camino
de quién era ese niño. Preguntaba que si se había perdido algún niño,
pero le respondían que no, que todos estaban completos. Así fue que
la mujer se quedó con él pensando que quizás alguien aparecería a
recogerlo.
Al día siguiente, cuando amaneció, parecía que hubieran pasado
dos meses pues el niño estaba más grande. Todos en el asentamiento
decían:
–Vean este niño, amaneció más grandecito.
Cada día el niño crecía más y más. A los tres días caminó solo. A
los ocho días había alcanzado la estatura de un niño de cinco años.
Todos los días la mujer que lo había recogido le daba chicha y comida.
También le daba maíz cariaco, yuca y carnes de pájaro, y el niño co-
mía. Así pasaron varios días, y el niño crecía y crecía. Como ya estaba
más grande, decía «papá» y «mamá».
Un día, cuando el niño había completado el tamaño y las habilida-
des de un joven, la mamá le dijo que no tenían carne, yuca, ni maíz.
Entonces él pensó ir a coger pescado allí donde la mujer, a quien ahora
llamaba mamá, lo había encontrado. Para entonces a él ya lo vestían
como yukpa, es decir, con mantas largas como era costumbre.
Cierto día, cuando la mujer se fue al río en busca de agua, el joven
Literatura yukpa
–Aquí hay peces y yo quiero sacar algunos para que ustedes co-
man.
La yukpa le dijo que tuviera cuidado al zambullirse, ya que a ella
le daba temor que al botarse al agua se fuera a perder en el río. Él, para
tranquilizarla, le respondió:
–No se preocupe, mamá. Yo sé dónde están las sardinas y los peces.
Al rato de estar zambulléndose, el muchacho salió y le entregó
a la mamá algunas sardinas que había cogido. Una vez regresaron a
la casa, la mujer le contó a su marido que el muchacho había sacado
sardinas donde cogían el agua. Ellos empezaron a sospechar que ese
muchacho no era como los yukpa, sino que era parecido al río. De
repente se les dio en pensar que quizás ese muchacho era el Ywatpo de
los Peces, es decir, el «Señor de los peces».
Al principio, cuando el muchacho sacó sardinas solo las comieron
los de la casa. Luego ellos cocinaron bastantes sardinas y las repartieron
entre todas las casas del asentamiento; por ello todos preguntaron de
dónde habían salido esas sardinas, si era sabido que por ahí no había
pescado. La pareja que había cuidado al joven explicó a los demás que
él era quien había sacado las sardinas del río. A todos les pareció muy
bueno. Agradecieron el regalo, al tiempo que pensaban que aquel mu-
chacho era un sabio.
Otro día, el joven sacó un pez grande parecido a un bocachico.
Cuando lo llevaron al asentamiento lo repartieron crudo. La gente co-
mentaba que ese muchacho cada vez sacaba los peces más grandes.
Pero seguían preguntándose dónde habría nacido ese joven. Y así,
cada vez que él iba al río traía pescado a casa.
Hasta que un día el papá pensó que lo mejor era pedirle a toda la
comunidad que lo acompañaran a pescar, para que ellos mismos ayu-
daran a llevar el pescado que el muchacho sacaba. Entonces el yukpa
comentó con el muchacho, que ya era como su hijo, lo que había pen-
sado y a este le pareció buena la idea y sugirió que cada uno llevara un
kataure vacío hasta la orilla del río.
Dicen los yukpa, que desde entonces los peces tienen la cabe-
za como rajada, por el golpe que le dieron con un arco de cacería al
«Ywatpo de los pescados» en ese baile.
(Gómez, : -)
El zorro chucho
Una noche zorro chucho llegó a un asentamiento, pero iba conver-
tido en una persona. El zorro solo aparece de noche. Los hombres no
estaban, se habían ido de cacería a las montañas.
El zorro se le presentó a una mujer idéntico al marido y con la mis-
ma voz. Traía lo que había cazado y también la flecha, y le entregó lo
que traía a la mujer. Pero todo era apariencia. Esa noche la mujer dur-
mió con el zorro. Después de haber tenido relaciones con él, murió.
Cuando los hombres volvieron a salir de cacería, luego de lo suce-
dido, prepararon a las mujeres por si regresaba el zorro. Les dijeron
que por la noche se recogieran en lo alto de una troja. También les
dieron una cabuya larga y les advirtieron que si llegaba lo amarraran.
Al llegar la noche, las mujeres se recogieron en la troja. Y llegó el
zorro, nuevamente transformado en uno de los hombres de la comu-
nidad, preguntando dónde estaban. Ellas respondieron que allí donde
las habían dejado, y lo invitaron a subir a la troja. Entonces lo ayudaron
5. Historias de animales
a trepar y una vez estuvo arriba entre todas le amarraron las manos.
El zorro preguntaba por qué lo habían amarrado, mas las muje-
res no respondieron nada y así lo mantuvieron hasta la madrugada.
A medida que pasaban las horas, el que había regresado convertido
en hombre se iba transformando en zorro. Hasta la voz le empezó a
cambiar y tuvo que quedarse callado. Y amaneció convertido en zorro.
Cuando llegaron los hombres, lo primero que le cortaron fue el
sexo, ya que tenían mucha rabia con él por lo que había pasado con la
primera mujer a la que engañó. Luego lo mataron.
Antes de que le dieran muerte, el zorro cantaba una canción,
acompañado del carrizo. En esa canción decía que él podía coger las
cosas sin importar en medio de quién estuviera.
(Gómez, : -).
La araña
Dice la historia que anteriormente la araña era gigante, tenía apa-
riencia de yukpa y tejía la telaraña como una trampa para cazar ani-
males.
Una vez un yukpa andaba de cacería por ahí, se enredó en la tela-
Literatura yukpa
raña sin darse cuenta y así cayó en la trampa. A medida que caminaba,
cuando ya iba saliendo del monte, la araña jalaba y el hombre volvía a
aparecer en el mismo sitio donde se había enredado. Entonces se pre-
guntaba qué era lo que sucedía. Y pensaba de esta manera: «Me voy y
aparezco en el mismo lugar. ¿Qué es esto?».
III
La araña, sintiendo que su tela se movía, mandó al hijo para ver qué
era lo que había caído. El hijo se fue y se encontró al yukpa. Al verlo le
preguntó qué hacía por allí, y él le dijo que había caído en la trampa.
El hijo de la araña lo ayudó a desenredarse y le dijo que se fuera rápido
porque la araña lo mataría si lo veía. El hombre salió corriendo.
Al volver el hijo de la araña, esta le preguntó qué había sucedido.
El hijo contó que casi lo había matado un hombre que se encontraba
armado y que se había ido corriendo por ahí. La araña decidió ir tras
del hombre. Lo perseguía rastreándolo por el olfato.
En su carrera el hombre se encontró más adelante con el ñame.
Este al ver al hombre se cocinó, y dio de comer al hombre advirtiéndo-
le que se diera prisa porque algo venía tras él y se lo quería comer. Le
recomendó que se escondiera en un cultivo de maíz que estaba cerca.
Y el hombre se escondió.
Cuando la araña llegó donde el ñame dijo:
–Por aquí huele a carne humana.
Pero el ñame negó que por allí hubiera cruzado el hombre. Y ella le
aseguró que por allí había pasado el hombre, puesto que le olía a carne
humana. El ñame le dijo a la araña que debía ser por ahí, y le señaló
por otro lado.
La araña se metió al mismo cultivo de maíz, pero por un camino
distinto al del hombre. El maíz y la caña empezaron a moverse y a ra-
jarse hasta que mataron a la araña y la partieron por la mitad. Por eso
es que la araña es así, partida por la mitad.
(Gómez, : -)
La samaya y el chupaflor
Lo que cuenta Carmelo es cómo llegó el algodón a las manos de
los yukpa. La costumbre entre los yukpa es que cuando a una joven
le viene la primera menstruación hay que llevarla al monte, lejos del
asentamiento, construirle una casita con ramas, como un nido grande,
5. Historias de animales
y encerrarla donde nadie la pueda ver, salvo la abuela o la mamá. Se
acostumbra llamar samaya a la mujer en este momento de su vida.
Dice la historia que una vez a una muchacha que se acababa de
desarrollar la habían encerrado en su nido. Ella tenía [un] tiempo de
estar allá cuando llegó un chupaflor transformado en persona. Él se
puso a conversar con la samaya. El chupaflor, que llamamos Kush-
nash, le propuso a la muchacha hacer el amor. Pero no se podía, ya
que ella estaba en su encierro por aquello del desarrollo. Dicen que
el chupaflor le rogó mucho a la samaya y como esta no le aceptó, se
fue.
Al día siguiente, volvió y se puso a conversar con ella diciéndole:
–Si aceptas hacer el amor conmigo, te voy a hacer un regalo bien
grande.
Y la muchacha, sorprendida, respondió:
–¿Pero cuál regalo bien grande?
Entonces el chupaflor le dijo:
5. Historias de animales
Entonces la abuela, intrigada, siguió averiguando con la muchacha
cómo había llegado el chupaflor. Por lo que le preguntó:
–¿Pero de dónde viene él?
Y la muchacha respondió:
–No sé, él viene y entra aquí.
Y la abuela le preguntó:
–¿Pero en persona o como chupaflor?
Y la samaya le respondió que como pájaro porque le daba pena
decir la verdad. La abuelita sorprendida con la respuesta que la mu-
chacha le dio exclamó:
–¡Pero cómo!
Entonces se sentó y empezó a averiguar con la muchacha todo lo
que había sucedido en detalle. Luego de estar escuchando todo lo que
le contó la samaya se quedó pensativa un rato. Luego le dijo:
–Entonces, siendo chupaflor ¿cómo te enseñó a hilar? Porque con
las patas no puede hilar.
Ya la muchacha le confesó a la abuelita que Kushnash todo lo había
hecho transformado en persona. Entonces la abuela preguntó:
–¿Como mujer o como hombre?
Y la samaya dijo que como un muchacho. La abuela, que se había
enterado de todo, regresó a casa, pero antes la muchacha le pidió que
no le contara a la mamá, al papá ni a ninguno lo que ella le había confe-
sado. Y la abuela se fue. Llegó a la casa, pero tal como le había pedido
la muchacha, no contó nada a nadie.
Durante el encierro la muchacha hizo bastantes mantas. Después
el chupaflor le trajo semillas y le enseñó cómo sembrarlas. Le dijo que
limpiara un pedazo de monte. Luego la llevó allí y mientras él sem-
braba ella miraba, y luego sembraba las semillas repitiendo lo que el
chupaflor hacía.
Cuando terminaron de sembrar el chupaflor le advirtió que no de-
bía volver allí hasta que él le dijera. También le dijo que, pasara lo que
pasara, no debía revelar quién le había hecho ese regalo. Así que ella
obedeció. Cuenta la historia que duró mucho tiempo sin ir al sembra-
do, hasta que un día el chupaflor volvió y le dijo:
–Ahora puedes ir al sembrado. Allá encontrarás, debajo de cada
arbusto, algodón hilado listo para hacer manta.
Entonces ella fue y recogió el algodón en una canasta y trajo el que
Literatura yukpa
5. Historias de animales
ahí.
(Gómez, : -)
de agua caliente.
Entonces el oso pensó en las consecuencias de su acción, y [se]
dijo: «Creo que mejor me voy. ¡Acabo de matar al niño! Cuando vuelva
el papá me matará con flechas. Mejor me alejo de acá». Entonces se fue
y se quedó en la selva.
III
Woümain
Woümain
contemporáneas de las glaciaciones […] en las fases intermedias, las sucesi-
vas transgresiones pudieron haber dejado nuevamente aislado el macizo total
o parcialmente. (Pérez, : ).
Woümain
minamos literatura, pues si bien es cierto que el concepto de literatura
surgió y se desarrolló en contextos distantes y diferentes, también es
cierto que los escritores wayuu renuevan las prácticas literarias favo-
reciendo la continuidad creadora de un cosmos cultural en donde la
elaboración de la palabra, escrita y oral, es uno de los ejercicios que
confiere mayor prestigio en esa dimensión de ser «verdaderamente
wayuu».
En realidad, es por medio de la palabra que el wayuu afianza a dia-
rio su pertenencia al territorio tradicional, concebido como una totali-
dad palabra-ser-estar-hacer. En tal sentido, la actual literatura wayuu
cumple, entre otros roles, con el de sensibilizar y profundizar en la
comprensión de las relaciones que el wayuu expresa en temas como su
pertenencia a una cultura múltiple y fluctuante –cual Pulowi–, o su
forma de interpretar las relaciones con los alijunas, relaciones que el
poeta Miguelángel López ha denominado «contrabandeo de sueños».
Woümain
y kogui en la Sierra Nevada de Santa Marta (Citurna), y con los de los
yukpa en el extremo nororiental de la cordillera andina. En Venezue-
la, el área de la laguna de Sinamaica es hogar de otro grupo vecino y
más afín, el de los añú, a quienes los nativos de Woümain denominan
paraujanos. Algunas teorías apuntan a la posibilidad de que los wayuu,
presionados por grupos carib de las Guayanas, migraran hacia la pe-
nínsula de La Guajira; algunas narraciones sugieren la posibilidad de
que los wayuu migrantes hayan desplazado a indígenas iku – (arhuacos),
o a sus antepasados, hasta las estribaciones de la Sierra Nevada. Por
otro lado, aunque los indígenas cocinas o kusina son frecuentemente
descritos como un tipo de wayuu cazador, recolector y montañero –el
típico poblador de la Serranía de Cocinas–, no son pocos los wayuu
que afirman que los kusina eran otra gente, a quienes frecuentemente
se combatió o capturó, llegando a incorporarlos a modo de sirvientes
(piyuna), en respuesta a su supuesta costumbre de robar alimentos,
animales, niños y mujeres.
Wayuunaiki
Wayuunaiki
fuentes en la mayoría de consultas e investigaciones, provienen aún de
sus familiares: tías, tíos, primos mayores, padres, y, sobre todo, abue-
los maternos. Los alaülaya, los mayores, continúan ocupando un lu-
gar preferencial entre los jóvenes wayuu identificados con su cultura.
En este punto quiero mencionar, antes de presentarlos más adelan-
te, a algunos de los nuevos escritores y escritoras wayuu (y de origen
wayuu), quienes sin ser necesariamente hablantes de su lengua co-
nocen o son sensibles a las categorías del pensamiento tradicional, y
desde allí –frecuentemente en español– generan una conciencia crítica
intercultural que en momentos de excesiva permeabilidad favorece la
autoconciencia colectiva wayuu. Me refiero en poesía a Miguelángel
López Hernández, más conocido por el heterónimo de Vito Apüsha-
na, y en narrativa, a Vicenta María Siosi Pino y a Estercilia Simanca
Pushaina.
En el poema titulado «Culturas», Miguelángel López deja claro
que si el jayeechimajachi (cantor oral tradicional) canta a los que lo
tores como López son uno, dos (Vito Apüshana y Malohe) y muchos;
no del todo wayuu ni del todo alijuna.
El nosotros exclusivo busca ampliarse en un nosotros inclusivo que
parece acortar distancias y facilitar la comprensión de las diferencias.
Es ciertamente un contrabandeo de sueños con «alijunas cercanos»
(López, ); y alijunas más cercanos de lo pensado, si reconocemos
el anuncio de otro poeta wayuu, Rafael Mercado Epieyú, cuando dice:
[…] algo muy importante que está sucediendo en la cultura wayuu, es
que un alijuna deja de ser alijuna cuando respeta y practica las costumbres
wayuu, y el wayuu abandona su ser wayuu cuando deja de respetar y practicar
sus costumbres. Esto solo lo entiende un abuelo, porque los jóvenes dicen que
son wayuu, sin pensar como wayuu. (Rocha Vivas, : ).
llos, con el propósito de que el caricare lo llevara sin darse cuenta has-
ta su casa. Seeperia decía tener que irse presurosamente a trabajar:
antes del amanecer.
El caricare, montado a caballo, carga tres veces a Sepeeria… Al
final, tras el robo de las mujeres, durante la persecución final, hallan
la pesada capa de Seeperia, capa que el gavilán se echa al hombro pen-
sando cambiarla por ganado a manera de pago por la ofensa. Pero la
capa está muy pesada. Agotados, halcón y gavilán abren la capa, y ¡oh
sorpresa!: descubren a Seeperia acurrucado en su interior. Entonces
lo levantan en el aire y lo lanzan contra unas piedras –a la manera real
en que las grandes aves se ocupan de un animal de caparazón cuando
tratan de comérselo–. Por último, cuando Seeperia se arrastra heri-
do, la capa se le queda pegada al cuerpo y se vuelve morrocoy; es un
castigo similar al del zorro perezoso cuya cola es la pala con la que no
trabajaba.
Las últimas narraciones permiten concluir que, si bien es cierto
que los pequeños prevalecen por su astucia, frecuentemente padecen
un castigo que consiste en su conversión en animal, o más bien, en
su definitiva identificación como animal, ya que su identidad original
es fluctuante. Los pequeños pero astutos animales juegan un rol
importantísimo en la mentalidad wayuu, pues muchas de sus accio-
nes, aunque aparentemente negativas, suelen definir su carácter y a la
postre lo benefician. Si bien no se ve con buenos ojos raptar, mentir
y asumir una identidad que no es la propia, por otro lado se celebra
su astucia y su poder de transformación. Es en este sentido que los
cuentos wayuu de animales no pueden ser tomados como fábulas que
concluyen con moralejas. Un ejemplo nítido es el de Junuunay, un
astuto cazador wayuu que fue capaz de engañar al propio Maleiwa
para robarle dos brasas de su fogata: dona el fuego a un cigarrón, que
lo deposita en muchas clases de madera, hasta que un niño descubre el
secreto. Acto seguido, Junuunay es transformado en cocuyo y el niño
en un pajarito cuyo canto es la palabra fuego: skii, skii, skii.
Un motivo especialmente recurrente en la oraliteratura wayuu es
del matrimonio sobrenatural. Mujeres que se unen con el Tiempo,
el «Espíritu del agua» y el Viento. Juyá, quien fecunda a las kulamias
(majayüt) que se resisten al cortejo de los hombres, prolongando sus
encierros (akacheenüsu, majayütsu). Pulowi, quien cría a un niño al
¡Mi señora!
Quiero verte cada vez que yo llego, en tu casa,
quiero verte alegre, sonriente.
Que me recibas con esa sonrisa en tus labios,
si te pones brava,
¡yo me regreso otra vez a la calle a parrandear!
(Cohen citado en Rocha Vivas, : ).
ble con toda la primera etapa en que la pequeña Iiwa Kashí sufre y se
queja de su encierro ritual en un cuento de Estercilia Simanca.
Ahora bien, tanto la narradora como la protagonista de «El en-
cierro de una pequeña doncella» () coinciden al final en el poder
transformador y en la importancia vital de ese largo rito de paso. Pero
si tras tres largos años la pequeña doncella sale de nuevo al mundo
exterior, el niño pastor parece quedar encerrado en el camión, como
si hubiera sido devorado por el wanülü de los alijuna. Lo que parece
tan curioso, y de nuevo súbito, en el final del cuento de Estercilia, es
que tan estricta preparación tradicional no le depara un destino esen-
cialmente diferente. Pues convertida en mujer, Iiwa Kashí («Luna de
primavera») se vuelve una exitosa mujer alijunizada: alcaldesa en dos
oportunidades de un municipio guajiro, y wayuu urbana en la moder-
na ciudad de Maracaibo, en donde una de sus hijas ya no es tejedora,
al modo tradicional, sino diseñadora textil, al estilo moderno.
Si en «El dulce corazón de los piel cobriza» (), cuento de Vi-
centa María Siosi, el protagonista inicialmente discriminado termina
por efectuar un regreso casi heroico a lo wayuu, son los alijunas ami-
gos quienes, aunque encantados con ese mundo más arcaico, terminan
por ser arrancados y «rescatados» por una sociedad alijuna que tiende a
confundir lo diferente con lo terrorífico. Abortada la esperanza en re-
laciones de doble vía, resurge «la unívoca opción» de ir hacia el mundo
supuestamente más civilizado… entonces la abducción sucede como sin
querer queriendo. Es el caso de la protagonista de «Esa horrible costum-
bre de alejarme de ti» (Siosi, ), título muy sugerente por demás,
pues de niña fue obligada por su madre a dejar la ranchería para vivir
medio de sirvienta, medio de estudiante, en una casa alijuna. Tras un
par de desesperados intentos por regresar (en los que reaparece el tema
del pequeño morrocoy que vuelve a casa escondido en la carga de un
caballo, en este caso la niña escondida en el mochilón de su mamá a
lomo del asno) ella, la «indiecita», se va convirtiendo en mujer «hecha y
derecha», se va acostumbrando a ese mundo que inicialmente rechazaba,
en síntesis: se va alijunizando. Tiempo después, cuando la mamá vuelve
por ella, se excusa para no volver a la ranchería. Y cuando va, obligada
nuevamente, siente que la miran extraño, y termina por aburrirse y has-
ta repudiar su lugar de origen. «Solo duré una semana», dice.
El extrañamiento deviene en enajenamiento: «Creo mía esta casa
de lo onírico para los wayuu. Eliana Palacio Paz del clan Pushaina me
contaba que la wayuu es una cultura de sueños. El sueño, lapü, no es
obsesión literaria ni estrategia formal, al estilo romántico. Lapü es,
entre otras manifestaciones, comunicación entre el mundo Pülasü –
el mundo de los muertos que acompañan, predicen, señalan– y este
mundo en el que poseemos una psique, un canal interior –entre otros
rasgos–. Aquí también se vive bajo la presión del afuera, de lo alijuna
dolor y lo alijuna placer, inconsistencia y cuadratura.
El sueño es revolución continua ante el tiempo del afuera, acelera-
do tiempo en el que prevalecen las dominantes televisuales en franco
contraste con las dinámicas contacto-visuales: tejido, canto, cuento…
Considerando los valiosísimos aportes de compiladores de la tradición
oral como Perrin, Chaves, De Armellada y Bentivenga, De Cora y el
mismo Weildler Guerra, y esperando que los trabajos conjuntos nos
enriquezcan mutuamente, coincido en lo esencial con la siguiente afir-
mación inédita de Estercilia Simanca: «Ya es tiempo que sean las mis-
mas comunidades indígenas las que den a conocer su literatura a todo
el país, y es en este sentido que los mismos autores debemos luchar por
un espacio». El proyecto no es nuevo.
Si reconocemos que ninguna posición radical es compatible, y
observamos que nuestros lazos ya no están para ser cortados sino
perfeccionados, consideraremos con el fallecido Ramón Paz Ipuana,
quien ya lo anunció de cierta forma en los setenta, que la literatura
wayuu es también la apuesta por una interculturalidad bien vivida, y,
sobre todo, bien contada.
1. Canto de oütsu
1. Canto de oütsu
Ya acababa la noche
cuando llegaron a la salina,
pero los keeralia las acosaban
y no las dejaban pasar.
2. Narrativas de origen
Cuando llegó el día
las encontró cerca del arroyo de pájara,
atravesando la salina hacia la playa.
2. Narrativas de origen
atrás y dijo:
–No puedo seguir caminando. Tengo los pies desollados, necesito
descansar.
Los demás le contestaron:
–Quédate entonces aquí, que nosotros continuaremos.
Y Wojoro se quedó abandonado cerca de Maiceo.
No habían avanzado mucho más allá de aquel lugar, cuando otro
de los caminantes, que se llamaba Epits, notó que se le acababan las
fuerzas y se sentó encima de unas piedras para quitarse las sandalias;
pero cuando intentó de nuevo levantarse, le fue imposible soportar el
dolor de sus pies destrozados ni la sed que le quemaba el cuerpo y, así,
tuvo que quedarse quieto y abandonado de los demás, lo mismo que
Wojoro.
El más fuerte y ágil era Itojoro, que animaba a los otros dicién-
doles:
–Vamos, que pronto encontraremos tierras mejores que estos secos
arenales.
Pero Wososopo le contestó:
–Me abrasa la sed y no puedo seguir. ¡Ojalá te rinda a ti también la
fatiga y tengas que quedarte con nosotros!
Y se arrojó extenuado sobre la tierra, donde al poco tiempo se mu-
rió de sed.
Los demás continuaron la marcha por aquellas peladas extensiones
de arena, sin hallar rastro de agua, y poco después Juyouirá empezó a
quejarse de hambre, sed y fatiga, y, temiendo que también lo abando-
nasen, gritó:
–¡Deteneos y no me dejéis solo!
Pero Tsitsi le contestó:
–Si no puedes continuar, quédate tú, pero nosotros seguiremos.
Y diciendo esto lo dejaron atrás, sin volverse a mirarlo siquiera,
mientras él se fue consumiendo poco a poco, con el estómago roído
por el hambre.
Itojoro fue el que mejor soportó la fatiga pero, finalmente, antes de
haber llegado al lugar de Akuwa, cayó rendido como los otros, con los
pies destrozados por la marcha.
Los que más avanzaron fueron los monkis, que eran unos herma-
Literatura wayuu
nos que llegaron casi hasta el borde del lago; pero allí sucumbieron, lo
mismo que Guarapú, que se quedó dormido cerca ya del agua.
Viendo Maleiwa que ninguno de los que había enviado a correr
tierras había podido llegar a su destino, les dijo:
–Todos quedaréis convertidos en cerros y seréis llamados con
I
2. Narrativas de origen
Y sobre la laguna que tiene el agua salada cuando le sopla el viento
de Juyá, y dulce después que llega la primavera, el buen espíritu plantó
una gran cantidad de enea, por lo que la laguna se llamó desde enton-
ces el Gran Eneal.
Cuando ya Maleiwa vio que la tierra estaba preparada para ali-
mentar a las gentes, se fue a la gran caverna que hay en la punta del
cabo Jepirach y dentro de ella creó varios hombres y mujeres, cuyas
huellas quedaron allí marcadas.
El espíritu les dijo:
–Formaréis castas diferentes. Vosotros –advirtió a una de las pa-
rejas– seréis los fundadores de la casta Ipuana, que está consagrada al
halcón, y la vuestra –añadió, dirigiéndose a otra pareja– será la Uria-
na, que es la del zamuro.
Y así fue diciendo a cada hombre y mujer:
–¡Casta de Pushainas, consagrada al báquiro; de Epinayúes al ve-
nado; Epiyúes al buitre; Jusayúes a la culebra cascabel; Sapuanas al
alcaraván; Jayariús al perro; Huaurís a la perdiz!
Cuando todos supieron el nombre que habían de tener ellos y sus
descendientes, el buen espíritu dio a cada pareja un par de animales
y les ordenó marcarlos con hierro y dejar luego la señal de las marcas
incrustadas sobre unas rocas que existen en el lugar de Arachi, para
que en los tiempos venideros las castas supieran cómo distinguir sus
ganados por medio de aquellos signos.
Después los hierros que habían servido de molde se guardaron en
la cueva, la cual quedó cerrada por una gran piedra que la marea del
lago empujaba hacia dentro y hacia fuera. Allí también están ocultas
unas tinajas de barro llamadas pachisha, repletas de tesoros, que nadie
puede abrir porque si lo hiciera moriría.
Maleiwa se fue otra vez a Ziruma, el cielo, al que también van los
guajiros cuando mueren, después de cruzar por la cueva Jepirach.
En aquel lugar formado por extensas llanuras, en donde abundan
los ganados y el agua, y en donde la brisa es siempre tibia y refres-
cante, las gentes vivirán felices y no verán a sus enemigos, porque
Maleiwa los coloca en lugares apartados.
Tampoco sufrirán las enfermedades con que Yor(u)já los ataca en
este mundo, y Guandrú no matará a sus animales ni secará los pozos
para atormentarlos con la sed.
Literatura wayuu
Maleiwa
Eeshi chii uchii ajuupajüikai jime,
chii kemenülükai, yalaa palaairuko…
«El gavilán de mar» es el pájaro que nada muy bien
y que se deja caer sobre los peces para atraparlos.
Antes era un hombre,
gustaba mucho de pescar
y cada día traía los pescados.
Su esposa le dio una niña;
2. Narrativas de origen
la niña creció,
su padre la quería mucho.
se golpeó el vientre.
Esto disgustó al niño, y no habló más.
–¡Sal, ya que eres cazador! –le gritó ella,
pero él se quedó callado.
Se equivocó de camino
se perdió en la maleza
no encontraba ya su casa.
El niño estaba en su vientre
y no le quería hablar.
Ella dormía sobre la tierra, afuera.
Caminó mucho tiempo, muchísimo tiempo…
Así llegó hasta la casa de la madre de Jaguar.
Jaguar estaba de cacería.
–¡Ai … tachon nee! ¡Aíe, mi hija!
–dijo la madre de Jaguar tomándola por el brazo.
Esta la llevó a su casa…
La mujer había caminado durante dos días
tenía mucha hambre.
La madre de Jaguar le dio de comer
después la bañó,
[y] en seguida la escondió debajo de unas viejas mantas.
Su vientre estaba muy crecido.
Al regreso de la cacería
2. Narrativas de origen
Jaguar dejó su presa habitual.
Su vieja madre se levantó,
vertió agua
en el lugar donde todos los días Jaguar tomaba su baño,
luego se fue a preparar la comida.
Jaguar se lavó, se secó y se vistió.
Su madre sirvió la comida.
Aquel comió muy rápido, hasta que se sació
luego se lavó la boca y las manos
después despedazó y saló lo que quedaba de la presa.
La puso a secar.
2. Narrativas de origen
La vieja se dio cuenta,
había observado las huellas de sus pasos.
Se escondió en la huerta
y se puso al acecho.
–¡No escaléis la cerca de mi huerto!
¡Napütaala! ¡Residuos de alimentos!
¡Saaliipüna! ¡Escapados de la muerte!
–gritó cuando los vio.
2. Narrativas de origen
Maleiwa quería cazarlo, pero Jaguar se le escapaba.
De nuevo se batieron a flechazos,
flechas siwarai, con punta de metal.
Estaban a la par.
Las flechas no les entraban…
Desde ese día, el «palo brasil» está marcado con profundas estrías…
2. Narrativas de origen
Maleiwa persiguió todavía a Jaguar,
muy lejos,
hasta una montaña donde aquél se refugió (§).
Maleiwa se escurrió
pero en el paso se despellejó.
Su sangre corría en abundancia…
Maleiwa lo abandonó,
en una región inhabitable donde quedó el jaguar.
En una región tan lejana que hoy
los jaguares no llegan más a la Alta Guajira… (§)
2. Narrativas de origen
–¡Quédate tranquilo, si no te golpearé!
Pero de golpe
la montaña Iitujulu se alzó.
Se elevó, se elevó…
Maleiwa la escaló hasta la cima.
Se había convertido en una inmensa montaña.
Maleiwa reflexionó.
No quería quedarse allí.
Traía consigo flechas de madera de caujaro.
Hizo una varilla y un eje.
Girando la varilla entre sus palmas y soplando
Maleiwa hizo fuego.
Recogió leña y unas piedras negras, lisas y duras.
Las tiró al fuego.
¡Kaoo! ¡Kaoo!…
clamaba el mar al irse.
El mundo reapareció.
El mar se secó.
I
2. Narrativas de origen
–Con la vara ustedes podrán comer tunas.
Así no morirán de hambre.
Makuira y Barrigoncito
En la Alta Guajira
vivía un hombre que tenía mucho vientre.
Pescaba y cazaba de todo:
peces, conejos, venados…
Tenía dos hermanos mayores
[que] eran perezosos y nunca mataban nada.
Era él quien traía la caza.
2. Narrativas de origen
Tuk, tuk, tuk…
Cuando estuvo agujereado los tres hermanos salieron
pero el menor, el más valiente, el Barrigoncito,
se desolló al pasar.
La india Worunka
En tiempos antiguos las mujeres tenían dientes en la vulva, y por
esto para sacar a los hijos tenían que abrirse el vientre. A la india Wo-
runka le abrieron el vientre, le sacaron el hijo y la cosieron; Mareiwa
observaba y vio que no estaba bien; le tiró una piedra, le rompió los
dientes a la boca de la vulva y dijo que por allí nacerían los hijos; en el
lugar donde Mareiwa hizo esto existe una piedra exactamente parecida
a la vulva de Worunka. Este lugar queda en el valle entre el Itojoro y el
Kousopa.
Mareiwa cogió al pajarito sangre-toro y lo metió en esta piedra;
debido a esto tiene su color rojo; el pájaro carpintero también alcanzó
a meter el copete y quedó pintado de rojo; al guacamayo también lo
echaron a la piedra y todos los pájaros que son pintados de rojo toca-
ron la piedra de Worunka. Esta mujer vino de la Sierra de Macuira
para bañarse en el arroyo y allí Mareiwa la convirtió en piedra.
En aquel entonces el hombre no podía hacer el coito con la mujer
porque tenía miedo a que le mordiera el jeruwai (pene) y se lo cortara.
Antes para hacer los hijos hacían el coito por el nocho (ombligo); pero
después de que Mareiwa rompió los dientes de Worunka ya las rela-
ciones son normales.
Worunka estaba muy enferma, se encontraba embarazada y tenía
poquitas costillas; entonces Mareiwa se apiadó de ella, le cortó dos
costillas al hombre y se las puso a Worunka para que diera a luz fácil-
mente y fuera más gorda y más robusta. Fue desde ese entonces que
ya las mujeres guajiras pueden tener hasta hijos mellizos con facilidad
2. Narrativas de origen
y con menos dolores.
En aquel tiempo de Worunka las mujeres eran quienes compraban
a los hombres por marido; eran ellas quienes iban a sus casas a bus-
carlos para acostarse con ellos, pero Mareiwa se dio cuenta de que eso
era muy feo, [eso] de que la mujer busque al hombre, y entonces dijo:
–Debe ser el hombre quien busque a la mujer.
Desde ese entonces se cambiaron los papeles y el hombre compra
a la mujer, la busca en su casa y manda en el hogar. Pero también Ma-
reiwa puso la ley del pago, para que al padre le devuelvan los animales
que dio por la mamá de la hija [que entrega].
Mareiwa comisionó a dos hombres que fueran por un camino lar-
go, lo recorrieran hasta el final y allá encontrarían unas matas de fru-
tas coloradas. Les dijo:
–Vayan hasta allá y traen las semillas y las siembran en la Sierra
de Macuira.
Ellos obedecieron, sembraron las frutas y resultó que eran tumas, y
les dijo que esas piedras tendrían mucho valor en La Guajira.
Fue a Worunka a quien le entregaron todas las semillas para que las
sembrara y pudieran mantenerse; los indios, muy contentos, hicieron
chicha y la dejaron fuertear en una tinaja, y cuando estuvo fuerte la to-
maron y se emborracharon. Mareiwa se puso muy bravo por esto y dijo:
–Que se sequen las matas de tuma y también las demás plantas, y que
nunca más haya abundancia, que los veranos sean largos y prolongados y
los indios guajiros sufran hambre y sed.
Por eso hoy día las tumas se encuentran enterradas, el verano es
largo y vienen el hambre y la sed. Solo cuando Mareiwa tiene lástima
de los indios trae la lluvia para que no perezcan de hambre.
(Chaves, : -)
Literatura wayuu
I
3. Historias pulowi
3. Historias pulowi
quiso desaparecer las nubes y se detuvo [la] claridad; entonces, en ese
instante salió Pulowi con el hijo de Juyá en los brazos (ya Pulowi tenía
un hijo de Juyá grande). Cuando estaba allí Pulowi mirando por todas
partes, por todos los horizontes, diciendo ella que ya Juyá se había
ido; Juyá estaba escondido camuflado a una distancia del cerro donde
perfectamente estaba visualizando a Pulowi, inspeccionando dónde
estaba escondida; este apuntó a Pulowi y la mató y allí se quedó el hijo
intacto, no le pasó nada. Mató nada más a Pulowi.
(Mejía, : -)
Un día, ella decidió quitarle un saco de tu’uma
a la Pulowi de mar.
Literatura wayuu
3. Historias pulowi
Si’a se quedó con ella.
Se le tendió una hamaca
en la cual él podía acostarse.
Fue a entregárselo a la Pulowi de tierra
también mujer de Juyá.
Literatura wayuu
3. Historias pulowi
Del saquito con joyas, sacó los tu’uma
y muchos collares, los kakúuna y los kórolo…
Ella los traspasó uno a uno a su red.
Al pájaro Si’a,
Pulowi devolvió el saco que había servido de envoltura.
–¡Tómalo!
La Pulowi de Matujai
Nayal’ala Matujainkasa Püloui eerein,
nantak’aka süma’anamüin…
El hombre la encontró.
Ella tenía la apariencia de una joven
olía bien como todas las Pulowi.
Literatura wayuu
Al principio él no quería,
I
3. Historias pulowi
–¡Ahora, yo me voy!
¡He venido solamente a dejar esto!
–¿A dónde vas tú? –le preguntaron.
–Vivo muy lejos,
en una tierra que ustedes no conocen.
. Relato contado por Setuuma Pushaina, alias José Tomás Palmar, el de agosto
de . Este hombre, de cincuenta años aproximadamente, era chamán. Vivía
en Jawo, al este de Uribia, en la Guajira colombiana. Murió en julio de .
Regresó cuando apareció Jolotsü, el planeta Venus,
con hambre, con sed.
3. Historias pulowi
Esto duró tiempo, mucho tiempo.
–¿Qué puedo hacer ahora? –dijo el hombre.
Llegado allá
se escondió en medio de los candelabros
provisto de flechas.
Pronto un gran venado blanco vino hacia él;
tenía inmensos cuernos
en los cuales anidaban dos pájaros seruma.
«¡Helo allí!
¡No importa lo que sea, lo voy a flechar!
Aunque se convierta en serpiente en el suelo
aunque sea wanülü
lo comeré.
Aunque encuentre en su lugar una muchacha extendida,
lo comeré
¡ya que para mí es un venado!».
Literatura wayuu
De pronto
el venado penetró por debajo de una piedra;
el hombre se precipitó en su persecución
el venado se despeñó
el hombre cayó detrás de él…
3. Historias pulowi
y mujeres;
había gran cantidad de ellas.
Algunas tenían los cabellos muy cortos
otras más largos,
otras tenían cabellera muy larga
que descendía hasta las rodillas.
Todas llevaban muchísimos collares…
3. Historias pulowi
si te llamara «hermano de mi madre»
–añadió.
Hablaron mucho tiempo juntos.
Partió en su busca
siguiendo sus huellas,
le bebió el jugo
sintió que uno de sus brazos se dormía.
«¡Es eso lo que le ocurre a los chamanes!», se dijo.
3. Historias pulowi
Te daré un traje y un buen cinturón
te daré zapatos
te daré una cabalgadura
te daré buenas joyas.
He aquí lo que haré por ti…
yo sé que tienes tres niños
una muchacha, un joven y un niño pequeño.
Conozco a tu esposa,
te haré conducir donde ella…
Sin embargo he perdido mucho ganado por tu culpa;
los jóvenes, los viejos se perdieron.
Quien te ha traído aquí es uno de mis primos maternos,
helo allí.
Las flechas que le lanzaste no quieren salir.
¡Anda a extraérselas!…
3. Historias pulowi
y todos los animales que comen los guajiros.
Se ha convertido en wanülü.
Allá, alrededor de la pulowi de Ouisimalu
se ven hoy día unas vacas.
3. Historias pulowi
le preguntó:
–¿No trajiste nada de tu casa?
El contestó que no. Pero en la noche más tarde encontró los fósforos
que le había puesto la mamá sin darse cuenta, y como él quería cono-
cer la mujer con que vivía llegó y encendió un fósforo. Vio una mujer
desnuda y llena de pelo, estaba durmiendo; resultó ser una Pulowi a
quien no conocía antes, solo de nombre. Era tanta la curiosidad que
volvió a encender otro fósforo, pero la Pulowi se despertó enfurecida…
comenzó la tormenta, el mar se embraveció con las olas fuertes, esto fue
por la ira de Pulowi. Y el joven se perdió entre la tempestad y siguió
caminando hasta encontrarse con una palomita y al verlo le preguntó:
–¿Hacia dónde vas?
El joven respondió:
–Ando perdido
La paloma dijo de nuevo:
–Toma el camino derecho.
El joven siguió encontrando varias clases de animales, entre ellos
el tigre, el cual le preguntó:
–¿Por qué no matas esa res y lo repartimos entre nosotros?
Y el joven dijo que sí. Cuando estuvo todo siguió su camino. El ti-
gre, arrepentido por no haberle dado nada, le mandó al perro para que
lo alcanzara y le trajera de vuelta, y así lo hizo. El joven, asustado, llegó
donde el tigre con mucho miedo, pensando que el tigre lo iba a devorar.
Pero este le dio un bigote de cada animal (o pluma) para defenderse y
lo despidió. Pero por el camino una culebra le enrolló las piernas muy
fuerte. [Él] encontró las migajas del pan que había metido la mamá y
[se las] dio a la culebra. Se trasformó en una anciana, diciéndole:
–Nieto, ¿a dónde vas?
El joven respondió:
–Estoy perdido.
La anciana le dijo:
–Sigue ese camino –señalándole–, y pasarás por una casa negra,
una blanca y una beis, pero más adelante verás una roja. Entra, porque
allí encontrarás trabajo.
Allí vivía un alijuna, quien al verlo le dio trabajo cortando los ár-
boles en el patio, pero el joven no pudo. Entonces la hija de alijuna
se le acercó con comida, diciéndole que no estaba cumpliendo con lo
Literatura wayuu
La leyenda de Wo’upanalu
Esta era una mujer muy atractiva;
tenía un amante en ausencia de su marido.
Cuando este iba a trabajar
llegaba de repente el amante de su mujer
pero entonces una wayuu vecina lo vio.
Ella le preguntó: «¿Tú sabes sobre tu mujer?
Ella convive con un amante en tu ausencia,
tan pronto te vas
de repente se hace presente el indígena que es su amante».
Este que es su marido pensó: «Puede ser cierto este comentario
acerca de su acto,
si se comenta acerca de ella
es porque debe ser verdad».
«Madre de mis hijos, me iré, no sé cuándo regresaré
regresaré en dos días o más días,
4. Otras narrativas
apareceré de un momento a otro,
debo ir donde mis parientes maternos».
En verdad estaba disimulando su despedida,
ella se puso muy contenta
le prometió guardarle comida para cuando regresara
se puso contenta, pensaba entre sí: «Qué bueno
que se vaya de mí»,
decía entre su corazón.
A la mañana siguiente
ella estaba muy enferma.
Permaneció acostada todo el día, pero no murió.
Wanülü no la había comido todavía,
I
A la noche siguiente
la chamán volvió a cantar:
–El wanülü no está aquí, cerca de ella.
Cuando él la flechó la primera vez
la muerte no vino;
no ha podido llevarse su alma
pero ahora está presto a comerla.
Lo hará esta noche
u otra noche.
¡Vendrá a buscarla!
–dijo la chamán a los parientes de la enferma.
4. Otras narrativas
–dijo a la joven, la víctima del wanülü.
Ella estaba encerrada en una casa pequeña.
Al día siguiente
no vieron ninguna huella,
la casa no había sido dañada
estaba como antes.
Kasipoluin
Nojolüin kasipolüinkat waneepiaerüsü tüü juyakat eittüin…
4. Otras narrativas
Sin Kasipoluin, el arco iris, llovería sin cesar;
pero Arco Iris vino para decir a Juyá que se detuviera,
aquel llegó para dispersar las lluvias.
El Arco Iris sale al mismo tiempo que Juyá
para aconsejarle que se detenga:
–No lluevas más, Juyá –le dice.
detrás de un peñasco.
Muy cerca de sí vio salir al arco iris;
este se dirigía hacia él en cuatro patas.
Pronto vio un caimán malüwa
de su gran boca abierta salía el arco iris.
I
La deuda de Juyá
Jonu’kaka juya kainalajashi Juya,
asikasü nierüin nümaa Iiiwa,
4. Otras narrativas
(Perrin, : -)
La sirvienta lo divisó,
estaba vestido de negro
su mula era negra.
4. Otras narrativas
Ellos no sabrían dónde buscarme,
mi madre se desesperaría…
–No, la encontraríamos por el camino,
y de cualquier manera, vamos a regresar pronto,
–respondió el hombre.
«¡Este hombre no es un guajiro!»,
se decía a sí misma la criada al verlo tan apurado
y fue a avisar a los padres.
Regresaron precipitadamente
pero era difícil correr en medio de la lluvia y el viento.
Cuando llegaron
Literatura wayuu
4. Otras narrativas
ron su camino; al atardecer llegaron a una ranchería de civilizados.
Todos lo reconocieron como hijo de animal porque tenía la cara extra-
ña y diferente de los demás. Allí encontró trabajo y permanecieron por
mucho tiempo. El cóndor, cuando regresó por la noche a la cueva, se
volvió loco buscándolos y no los encontró por ninguna parte.
Cansado de servir, el hijo dijo un día a la mamá:
–Mañana salimos de aquí y vamos a buscar un sitio para sembrar
una roza que sea de nuestra propiedad.
En el camino encontró una mata de mamón, la arrancó y la llevó
consigo; más adelante una mata de güinul y también la llevó. Llegaron
al sitio donde debía sembrar la roza y plantó el árbol de mamón y la
palma de güinul y comenzó el desmonte para la futura roza. Cuando
se encontraba trabajando llegaron dos civilizados, quienes le dijeron:
–Queremos trabajar contigo, queremos ser tus peones; ¿cómo te
llamas?
Él contestó:
–Me llamo José Juan y me gusta mucho que sean mis peones; us-
ted –dijo dirigiéndose a Jeyú– se quedará cocinando y los dos iremos
a trabajar.
El cocinero se encontraba apurado preparando el almuerzo cuando
se acercó una vieja que dijo llamarse Jujía y pidió de comer. Jeyú le
ofreció un plato, pero la vieja pidió más y como se negara a darle, Jujía
amenazó con echar saliva a toda la comida. Jeyú lo impidió, desatán-
dose una pelea entre los dos. La vieja le dio un fuerte golpe en el ojo,
se lo hinchó y lo dejó zonzo; mientras tanto la vieja se comió toda la
comida. Regresaron los del trabajo y preguntaron lo que pasaba, a lo
que Jeyú contestó:
–Fui a soplar el fogón y me voló una chispa al ojo y por esto no he
podido cocinar.
Jeyú y José Juan regresaron al trabajo y dejaron al otro civilizado
de cocinero. El primero decía para sí: «Pobre amigo mío, ¿qué le habrá
sucedido con la vieja golosa?».
Cuando se encontraba terminando de arreglar todo, llegó la vieja
y pidió de comer. Pidió más, pero como se negara a darle, se armó la
pelea en la que Jujía le dio un fuerte golpe en la oreja que le dejó casi
muerto. Regresaron los trabajadores y al preguntarle por qué no había
cocinado, el respondió:
Literatura wayuu
4. Otras narrativas
Él se armó de su machete. Las serpientes saltaron, pero en el aire
las cortó con su machete y las mató, cogió a las dos muchachas civili-
zadas y las trajo para su rancho.
Los trabajadores sintieron envidia de que él tuviera cuatro muje-
res, le propusieron que les cediera dos, pero él no accedió:
–Mejor será que regrese a la cueva y les traiga otras dos muchachas
que vi allá.
Lo amarraron con la soga, pero ya habían decidido no sacarlo y
la cortaron. Cuando estaba en el fondo de la cueva se dio cuenta de
que la soga estaba cortada y no podría salir. Se perdió entre tantos
caminos que encontraba y por ninguna parte aparecía la vieja Jujía.
Después de varios meses de caminar y más caminar se encontró
con Jujía y le pidió que lo sacara de allá. Ella le mostró el camino
que lo condujo sin demora a su ranchería; llegó a las cinco de la
mañana, se acercó a la casa y encontró a sus peones apropiados de
sus mujeres. Lleno de ira sacó su machete, los hizo picadillo y los
mató; pero pronto le entró el remordimiento, y empezó a llorar de
pesar; se dio cuenta [de] que le hacían falta para sembrar la roza y
muy compadecido sacó una medicina que le había regalado Jujía y
comenzó a frotar herida por herida hasta que los resucitó; entonces
les dijo:
–Tomen las mujeres y cásense con ellas. Yo me quedaré solo.
Encontrábase pensativo José Juan cuando se le apareció Jujía, her-
mosa como una majayura, decidida y lista para casarse con él a fin
de que le devolviera su oreja. José Juan untó la medicina y le pegó
la oreja de tal manera que no quedó seña. Jujía le entregó su amor y
después lo llevó a su cueva donde ella misma trajo varias majayuras
para entregárselas a José Juan, pero él no quiso a ninguna y solo pre-
fería a Jujía.
Entonces la vieja le propuso que para seguir siendo su mujer ten-
dría primero que amansar un caballo que le entregaría. Aquel caballo
era muy bravo; mordía a quien quisiera cogerlo y mataba a quien qui-
siera amansarlo. José Juan tomó un lazo, se subió a un árbol por donde
debía pasar el caballo y allí lo esperó y lo enlazó; el caballo quería
morderlo, pero José Juan, armado de un garrote, lo dominó. Montó en
él y lo llevó a entregarlo a Jujía, ella quedó asombrada y se convenció
de que José Juan tenía más poder que ella. Entonces le dijo:
Literatura wayuu
4. Otras narrativas
ricos se divertían alegremente. Allí un indio rico, joven, elegante y
bien vestido lo divisó y dijo a los demás:
–Voy a ver qué es aquello.
Lo saludó muy afable, lo montó en el anca de su caballo y lo llevó
a la reunión. Allá lo presentó como su compañero y como miembro
familiar; pero todos los demás se burlaron de él y no creyeron; decían
que no sería de la familia de un indio tan chiquito, pero el joven rico
contestó:
–Es mi familia, y dele la caja para que toque.
Se la entregaron y tocó todos los tonos que sabía dejando encan-
tados a todos los oyentes. Tocó los sonidos de La Guajira, Jopomuy
(Maicao), el toque jarareño, el toque de Akuwa (Nazareth). Entonces
el jefe indio de la fiesta mandó matar inmediatamente una res y san-
cochar la lengua para que le dieran al indio recién llegado. Después de
esto se regresó a su casa y dijo a su mamá:
–Allá están en carreras de caballos y mañana llevaré el mío para
correrlo también.
La madre alistó el trupillo sancochado, pero él no quiso aceptar. Al
amanecer cogió su caballito, que tenía las patas torcidas, se tropezaba
cada diez pasos, era corvijunto y se marchaba a las carreras. La madre
pensó: «Con ese caballo no puede hacer nada».
En el camino le habló el caballo:
–Si vas a correrme debes procurar que no me vayan a castigar con
bijuas (bejucos); móntate encima, agárrate de la crin y no te sueltes,
que te voy a enseñar cómo debes correr.
El indio hizo lo que el caballo le mandaba y vio que daba unos
saltos tan largos como de diez metros; después de la prueba lo llevó
suavemente. Llegó al lugar de las carreras y el indio amigo suyo
dijo:
–Allá viene mi primo, voy a recibirlo.
Nuevamente le dieron la caja y tocó todos los tonos que sabía; tenía
su caballo amarrado cerca de él y todos los asistentes lo miraban con
desprecio.«¿De quién es este animal tan feo y tan chiquito? ¿Para qué
tener un animal tan feo?». El caballito estaba con los ojos cerrados y
la cabeza agachada. Pero el amo le tocó el tambor y el caballo cobró
mucho brío. Una carrera de caballos había salido y él dijo:
–Voy a poner la parada en la mitad de la carrera.
Literatura wayuu
4. Otras narrativas
qué pasaba.
–Tú tienes la culpa de que me quieran matar por haberme traído
a esta carrera; mejor vámonos de aquí y te entregaré a mis demás her-
manos y también a mi madre. Debes hacer un corral para que tengas
todas las bestias; para que permanezcan en él durante el día y salgan
a la sabana durante la noche. Esta será tu riqueza por haberme con-
seguido.
Después de que hizo tal cual le había mandado el caballo, tuvo
las mejores bestias de La Guajira y regaló cuatro de las mejores a su
amigo.
Después que le entregó toda esta riqueza, el caballo salió y se me-
tió por una cueva debajo de la tierra de donde no saldrá nunca más.
(Chaves, : -)
El viaje al espacio
Un día un grupo de animales se reunieron a realizar planes, la perra,
la tórtola, la perdiz, el gato, el cardenal, el turpial, el ratón y el conejo.
4. Otras narrativas
quien estaba de espalda moliendo maíz y fue acercándosele a ella, la
saludó y le preguntó.
–¿Quién eres tú?
–Yo soy la perra que siempre te acompaña –le contó toda la reali-
dad y el hombre decidió casarse con ella.
(Chacín, : )
I
Para alcanzar el Sol se fue el perro; él tenía montura (caballería).
Cuando iba a llegar donde está el Sol su yegua no pudo dar un paso
más, allá lejos en el centro de la Tierra, y se murió. Como su comida se
había terminado, el perro comió su caballería. Por eso es perro.
–¿Por qué no probar? –dijo el zamuro, y se fue lejos.
II
Sol estaba dando una fiesta; Maleiwa mandó a buscar al alcaraván.
El alcaraván llegó y tocó tambor.
–No vas a dormir –le dijo el dueño de la fiesta.
No durmió, continuó tocando y cuando terminó de tocar, cantó.
Él es así: por donde va, nunca se para, siempre sigue, no sabe dormir.
Más tarde el Sol se durmió. El alcaraván robó su sombrero mien-
tras estaba durmiendo, y se lo llevó; se fue muy lejos, muy lejos. Sol
se despertó; tenía mucho sueño por la borrachera; se fue detrás de él,
persiguió su huella, caminó lejos y lo alcanzó.
–¿Para dónde vas?, ¿dónde está mi sombrero que llevaste? –le
dijo.
El alcaraván estaba corriendo delante de él, llevando el sombrero
de Sol sobre su cabeza. Sol corría detrás de él; lo agarró por la pata; se
la dobló y la torció cuando alcanzó el sombrero. Es por eso por lo que
el alcaraván tiene la pata torcida.
–Ahora sí me embromaste; ¿era eso lo que querías hacer conmigo?
No robé tu sombrero, lo llevé porque estaba rascado –dijo el alcara-
ván–. Era por eso no más. ¿Era para hacerme esto por lo que me hicis-
te tomar? –dijo el alcaraván llorando de dolor por su pata.
(De Armellada y Bentivenga, []: -)
Yonna kaarai
Has visto, sobrino, que en los playones de arena y conchas
hay pequeñas plazoletas amarillas:
son lugares para danzar.
Allí se reúnen los alcaravanes
en sus días de fiesta, para hacer la yonna
al compás de los tambores.
Los alcaravanes hembras
los alcaravanes machos
4. Otras narrativas
se reúnen en círculos
y luego danzan por parejas;
tal y como los wayuu son los alcaravanes.
(Guerra, : )
El perro y el caimán
El perro tomó prestada la lengua del caimán. Antes que llegara el
perro era el caimán, de los dos, el que tenía lengua. El perro se la tomó
prestada y partió sin luego regresársela.
Esta vez bebió todo.
–¡Vete ahora para que llegues pronto!
Mapurite continuó. Estaba rascado. Se cayó al lado del camino;
estaba ¡borraaaacho! El conejo se fue atrás para ver. Cuando llegó es-
taba acostado.
Literatura wayuu
I
5. Cuento y jayeechi de Sergio Cohen Epieyú
¡Ven mi señora!
¡Quiero verte
siempre joven
como si fuera el primer día
cuando me enamoré de ti!
¡Señora!
No te pongas triste porque yo vivo,
Literatura wayuu
¡Mi señora!
I
El verano1
Los veranos del norte de la península Guajira hacen recordar la
leyenda bíblica del sueño de los faraones y la interpretación de José, de
las siete vacas gordas y las siete flacas, tal parece que al través del mile-
nio de los siglos la fatalidad importuna y ciega, pero infalible, se ensa-
ñara en abatir esta infortunada tierra, reflejando en ella aquella época
fatal. Siete años de llover sin escampar y siete de horroroso verano
han venido caprichosamente alternando la vida inhóspita de la pampa.
6. Escritores wayuu
Ya pasaron los años de abundancia y ahora vienen los de esca-
sez: los graneros están vacíos; agotados por completo los pastos de
la sabana; flacos, macilentos los ganados, yacen tumbados en haci-
namiento lastimoso alrededor de los jagüeyes resecos, y en el contor-
no de las casimbas que ya no manan, dan vueltas día y noche, hasta
caerse desplomados de sed y cruel inanición. El infeliz indígena, ba-
ñada la frente en sudor copioso, calcinada la bronceada espalda por
los quemantes rayos del sol canicular y destilando lágrimas los ojos
cava y cava sin cesar, un hueco aquí, otro allá y otro acullá y ningu-
no corresponde a sus heroicos esfuerzos. Las fuentes subterráneas
de infiltración que almacenaba el subsuelo de la restostada pampa se
agotaron. Desesperado se dispone a cortar y rajar pencas de cardón
y con la pulpa mitiga un tanto la sed y el hambre del ganado vacu-
no, cabrío y lanar; pero el caballar y el asnal se resisten a ingerirlo.
Despreciados estos por el estado de flacura, única moneda con que
cuenta para la provisión de víveres y vistuario, se declara en mortal
insolvencia. Las familias más pobres, uno por uno van vendiendo al
6. Escritores wayuu
fuertes y repetidos resoplidos.
(Briscol, : )
GLICERIO TOMÁS PANA URIANA
El segundo sueño1
Cierto día Chechón se levantó un poco apesadumbrada, por lo que
Antayash, extrañado de eso, le preguntó:
–Vida mía, ¿qué te sucede? Te veo un poco preocupada.
–Anoche tuve un sueño que me atormenta demasiado
Entonces, Antayash le repuso:
–Cuéntamelo, pues, para enterarme de tu situación; aunque yo no
creo en sus alucinaciones mentales.
A esto Chechón, le dijo:
–Por tu incredulidad no debería referirte nada, pero para que ten-
gas mañana en cuenta sus graves consecuencias, te lo voy a contar. Es
el siguiente: tú y yo, como siempre juntos, salimos a hacer una visita
y cuando ya habíamos andado un largo trecho una fugada de viento te
arrebató el sombrero, y tú desesperadamente fuiste detrás de él, en su
busca, no obstante que yo te gritaba que lo dejaras, porque había caído
al río y llevaba mucho agua. Pero no me hiciste caso y te arrojaste a la
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
de la caza, le contó todo a su mujer, quien suspirando empezó a llorar y
él. Para consolarla, le dijo que no se dejara llevar por su primer sueño,
que no fue sino algo por casualidad.
Al cabo de diez días de haber tenido este diálogo, partió Antayash
[a] la Alta Guajira, tierra de embrujo y encanto, donde al llegar, des-
pués de su larga ausencia, no se volvió a acordar de su amada Che-
chón; fue como si se hubiese sumergido en las profundas cavidades de
las frías aguas del olvido.
(Pana, : -)
RAMÓN PAZ IPUANA
Pooroy
Los sapos
A los sapos les gustaba vivir enhuecados, sin tener preocupación
por el trabajo ni mucho menos por las cosas del mundo circundante.
Los dominaba una total indiferencia.
Un día el tío de los sapos, viejo rico y cacarañoso llamado Ipérui,
cayó enfermo y se agravó de muerte. Sabiendo que solo le quedaban
pocos momentos de vida, mandó a llamar a todos los sobrinos para
que estuvieran a su lado a la hora de la muerte.
Así fue. Todos los sapos se congregaron junto a él para verlo morir.
Y cuando empezaron los primeros estertores del moribundo (pero con
bastante juicio todavía) dijo:
–Ya ven ustedes mi situación. Los he reunido para algo muy im-
portante. Vamos al caso. ¿Cuál de ustedes, sobrinos míos, querrá ser
el heredero de mis carneros, mi mula y mis caballos?
Pero todos callaban, nadie respondía.
Literatura wayuu
su desmedido ocio.
Por tercera vez, el moribundo volvió a preguntar:
–¿A quién de ustedes dejaré mi orolojiapi (contra de cacería), para
que sea un gran cazador como lo fui yo?
Pero todos callaban. Estaban sordos como si nada oyeran. Estaban
mudos como si nada les importara.
A la cuarta vez, el viejo volvió a preguntar:
–¿Quién de ustedes aceptará mis trajes, mis collares y mis prendas
de valor?
Pero aquellas palabras del viejo solo les daban ganas de bostezar.
Estaban aburridos. Parecían no tener interés por recibir ninguna he-
6. Escritores wayuu
Uyaaliwa ee atpana
El mapurite y el conejo
Cuentan los ancianos en sus viejas tradiciones que el mapurite
era el curandero más afamado que existía por entonces. Su autoridad
como vidente era irrefutable; sus predicciones eran acertadísimas y
todo el mundo le respetaba y obedecía. Este anciano de catadura des-
cuidada caminaba siempre cabizbajo y nunca miraba de frente. Tenía
unos ojitos tan chiquiticos y pelones que casi no veía con ellos. De su
cuerpo emanaba un olor fuerte y nauseabundo debido a su constante
mascadera de tabaco. Era un viejo desaseado, hediondo a saliva y a
pestilencia de enfermos.
Un día el mapurite resolvió hacer un viaje a Schiima (hoy Rioha-
cha) para curar un enfermo a quien se le había metido el diablo en los
pulmones y le hacía vomitar la sangre.
El autshi (que así se le llama al curandero en nuestro idioma), iba
de oriente a occidente, cuando en su camino se encontró con el conejo
que venía en dirección contraria.
–Hola, autshi. ¿A dónde vas tan diligente?
–Voy a Schiima, tengo que asistir a un enfermo. Y tú… ¿hacia
dónde vas?
–Pues yo voy a donde me lleve el camino. De occidente a oriente,
al Jorottuy, hacia donde brilla el sol naciente.
–¡Ah, sí! –respondió el mapurite con ingenuidad.
–Oye, viejo… ¿no tienes por casualidad un tabaquito que me des,
para hacer una mascadita y así entretenerme en el camino?
–Pues sí tengo, amigo –y metiendo la mano en su bolso le dio ta-
maño tabaco para que humara y mascara.
–¡Qué bien! Con esto, me sobra para el resto del camino –dijo el
conejo muy contento.
Dicho esto, reanudaron la marcha. Pero el conejo, empeñado en
despojar al pobre mapurite de todos sus tabacos, [solo] simuló alejarse.
Le dio vuelta a una loma y adelante volvió a caer en la misma vía por
donde iba el mapurite.
El conejo, esta vez cambiando la voz, le dijo:
–¡Hola, autshi! ¿Qué destino llevas?
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
y, cuando estuvo a punto, manipuló con ella una especie de cigarro
que luego guardó en su bolso para el caso. Ya el conejo se había fu-
mado todos los tabacos y aguardaba el regreso del zoquete curandero.
Cuando mapurite acertó a pasar por el mismo lugar donde había
sido desvalijado por el conejo, este saltó de su escondite y dijo al viejo:
–¡Hola!, amigo mío. Qué casualidad, nos volvimos a encontrar.
¿Cómo te fue en el viaje?
–¡Muy bien! –respondió el mapurite con humildad.
–¿Acaso no tienes un tabaco que me regales? –dijo el conejo.
–¡Sí! Encantado. En Schiima compré bastantes y son muy buenos.
Y sin más demora le dio dos tabacos al conejo y se fue.
El conejo, muy complacido, se puso a fumar los cigarros obtenidos
por su habilidad. Pero al cabo de un rato de estar fumando sintió un
mareo. Algo desagradable le ocurría; sentía como si le picaran hormi-
gas en el belfo, como si le hicieran cosquillas en la bemba. Pero como
aquello no le importó, siguió chupando y escupiendo el aroma de su
tabaco.
A medida que aspiraba el humo del cigarro se le iba hinchando el
hocico tras un movimiento incontrolable; mas cuando se dio cuen-
ta [de] que había sido víctima de engaño, botó el tabaco, se frotó las
narices, estornudó y trató de contenerse el tic que le enfadaba. Pero
ya no había remedio: había sido castigado a mover sus narices todo el
tiempo.
Desde entonces a los conejos les tiembla el hocico con un tic in-
controlable.
(De Armellada y Bentivenga, []: -)
Warulapay é atpanaa
El gavilán y el conejo
En épocas remotas, cuando los animales eran wayuu y tenían uso
de razón, sucedió que el gavilán andando de cacería dio con un cachi-
camo de buena enjalma.
El cachicamo al avistar el rapaz, atesó a correr, y vuelto casi una
pelota se dejó rodar por entre la maraña del bosque, hasta que logró
encumbrarse y así escapar de las garras de su enemigo.
El gavilán comenzó a escarbar con las uñas y a mirar en la cueva su
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
perjudicarme… ¡Insolente!
–Es cierto, niña, es cierto. Tu padre dijo que no me demorara en
cumplir el acto; que si a las tres veces me llamaba y no respondía, cae-
ría la maldición sobre ti y sobre mí. De modo que apresúrate, desama-
rra la sirapa, bájate la enagua y échate en el suelo; porque ya el mundo
está próximo a oscurecerse.
En ese momento el gavilán llegaba con el instrumento para cavar
el hoyo del cachicamo.
Como no encontró al señor conejo en el sitio donde lo habla deja-
do, aquel empezó a llamarlo:
–¡Amigooo! ¡Apresúrate, que ya estoy aquí!
–¿Oyes, niña? –dijo el cazurro–. Esa es la primera llamada. Apre-
súrate niña en revelarme tus secretos.
La muchacha, un tanto indecisa, vacilaba en aceptar o no aceptar
la insistente proposición del conejo.
Luego oyó el segundo grito del gavilán:
–¡Amigoo! Apresúrate, que se nos hace tarde.
–¿Oyes, niña? –dijo el conejo–. Los apuros de tu padre en que nos
apresuremos a disfrutar de nuestra unión.
La muchacha esta vez no vaciló. Rápidamente se echó en tierra,
aflojó sus vestiduras y el conejo hizo el resto del trabajo. El gavilán
todo impaciente volvió a gritar:
–¡Amigooo! ¡Vente que te espero!
Pero el conejo, en el paroxismo de su emoción, no respondía.
Al rato el gavilán se fue a su rancho y entró en el aposento de la
muchacha.
Pero cuál no sería su sorpresa al ver al conejo compartiendo el
deleite de sus pasiones con su hija. Sin perder tiempo se abalanzó so-
bre el conejo para despedazarlo, pero este de un brinco se escurrió
por entre las varillas. Ganó el monte y se fue. El gavilán se dio en
perseguirlo, pero el conejo, más astuto, se escabulló entre las malezas
intrincadas del monte, burlando de esta manera al gavilán.
Desde entonces, los gavilanes persiguen a los conejos para comér-
selos, en venganza de aquel agravio.
(Paz Ipuana, : -)
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
sois la afectuosa madre mis hijos por quien tantos desvelos he sufrido.
Por eso os he consultado antes de proceder. Mal haría yo si os tornara
como un caldero viejo que se echa a un lado cuando ya no sirve.
La vieja entonces preguntó:
–¿Creéis acaso que esa muchacha acepte vuestros requerimientos?
–Sí –respondió–. Yo no soy un buey para estar mugiendo en sus
oídos, ni tampoco un muchacho para estar remendando mis palabras
ni perdiendo el tiempo en inútiles sonadas. Iré dispuesto a proponerle
de inmediato mi tajante resolución. Ahí está mi caballo Karawasana
y mis joyas que le llevaré a sus padres como garantía de mi palabra.
Dicho esto, llamó a Türiiajashi y le dijo:
–Andad a mis corrales, traed mi caballo y ensilladlo pronto.
El criado rápidamente fue a los corrales, enlazó a Karawasana y
lo ensilló con sus mejores prendas. Después de esto, ensilló un trotón
para acompañar a su amo.
Cuando ambos estuvieron listos para la partida, Anainmut dijo a
su mujer:
–Vieja, voy a partir. Regresaré al cabo de tres días, si mayores con-
tratiempos no me retienen en camino. Os vuelvo a recomendar que
no vayáis a pensar mal de mí ni mucho menos os vayáis a reír de mis
caprichos. Esa es mi palabra.
Y se fue en busca de la muchacha llevando consigo una mochila de
valiosas joyas como garantía de su palabra.
La joven vivía con sus padres, pero aquel día ellos fueron al monte
en busca de alimentos y la dejaron sola con una criada coquetona.
De pronto la sirvientica gritó:
–¡Wánnnaltsii!… ¡Wánnaltsii!
Allá vienen dos hombres a caballo que solo asoman sus siluetas en
la honda lejanía.
–¡Qué bueno!… ¿Será un joven? ¿Será buen mozo? ¿Será rico?…
Y ambas comenzaron a brincar y a pellizcarse de contentas movi-
das por el afán de ver al hombre deseado. Pero cuál no sería la decep-
ción de Wánnaltsii al ver que los cabalgantes eran dos mamarrachos
que no calaban a su gusto. Un viejo y un sirviente desarrapado.
Entonces la muchacha rápidamente se hizo cambiar de trajes. La
sirvienta se vistió con las ropas de su ama y esta con las de aquella. Se
embadurnó el rostro con una mascarilla de paipai y se hizo la desen-
Literatura wayuu
tendida.
Todo esto lo hizo Wánnaltsii para confundir al viejo. Pero este
cuando entró en la choza y las vio encogidas, se dirigió a la muchacha
y dijo:
–Bastante repugnancia ha causado mi presencia cuando no os dig-
I
6. Escritores wayuu
Sintió vergüenza de sí mismo. Pero de pronto… se le ocurrió una idea.
Hizo bañar a su criado con aguas perfumadas; lo vistió con los mejo-
res trajes, lo adornó con buenas prendas y le ensilló un caballo alazán
(atsaana).
Después de eso, dijo a Türiiajashi:
–Os he hecho vestir en esta forma para que pidáis en casamiento a
la orgullosa Wánnaltsii. Yo iré con vos en calidad de sirviente. Tomad
estas joyas y en cuanto lleguéis entregadlas a sus padres. Ellos acepta-
rán este presente y no vacilarán en concederos a su hija. Cuando todo
se haya convenido entrad en su aposento y proponedle huida de inme-
diato. Al principio resistirá vuestro halago, paro después se rendirá
sumisa. Y cuando llegue la tarde huid con ella y poseedla varias veces
en todo el trayecto de la noche. En cuanto a mí, haréis que me regrese
anticipadamente trayendo la carne del ovejo que habrán de sacrificar
en vuestro honor.
Recibidas las instrucciones ambos se pusieron en camino.
–Allá en la lejanía se asoman dos jinetes que parece que vienen
hacia acá.
–¿Será el joven tantas veces esperado? –preguntó Wánnaltsii.
–Sí, es él –gritó la sirvienta–. Es riquísimo y viene montado en un
caballo hermoso en compañía de su criado.
Las muchachas quedaron deslumbradas al ver el porte de aquel
joven arrogante.
Tan pronto llegó fue recibido por los padres de la muchacha, con-
forme al recibimiento que se tributa a un visitante rico. Al cabo rato
Türiiajashi, dirigiéndose al padre de la joven, dijo:
–Quiero casarme con vuestra hija. Tomad estas joyas como antici-
po de las formalidades y la dote que daré por ella.
El padre, contentísimo ante aquel donativo tan valioso, dio puerta
franca al pretendiente. Cuando Türiiajashi entró en la habitación de la
supuesta novia entablaron diálogos de amor. Entre tanto, los padres y
familiares de Wánnaltsii preparaban comilonas, bebezones y jolgorios
en honor a los prometidos.
Al pretendiente le mataron un carnero para que se lo llevara entero
desollado.
Entonces Türiiajashi con frases humillantes, dijo al criado:
–Hijo de perra sucia, andad, llevad esta carne a mi casa y pre-
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
RAMIRO LARREAL
Hermano mestizo1
Pasaron tres lluvias que semejaban más a lloviznas. La sequía de-
vastadora que se alimenta de plantas verdes y magros lomos, temida
por los habitantes, odiada por los jagüeyes y amiga íntima del palpi-
tante sol, hizo su aparición.
Una tarde, mientras el viejo Anacuay contemplaba con triste vi-
sión su ya pequeño rebaño, expiró, y sus huesos dieron con la tierra.
Murió de melancolía. Después de la muerte de su nieto nadie se acor-
daba de haber oído salir una sola palabra de su boca. Encorvado por
el peso del sufrir y de los años, caminaba a veces detrás de las flacas
reses. Muchas veces lo vieron reposar debajo de las matas.
«Puro hueso ese pobre viejo», decían los muchachos que a diario
se bañaban y hacían guerra con grandes bolas de barro en el jagüey
casi seco.
La propia tierra lo lloró, fue un hijo amado que correteó en su seno
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
Al fin el cansancio vence a la vieja. Después de valiente lucha, aho-
ra sueña. El mar penetra sobre la tierra, lo inunda todo y se ahogan las
vacas, las cabras. Miríadas de lagartos nadan por la llanura líquida; de
pronto sale un sol luminoso, un disco nunca visto, como si alguna dei-
dad lo hubiese inflado tornando proporciones descomunales, las líneas
amarillas de fuego abrasador van secando todo, todo se incendia… ella
misma está muerta, pero lo ve y lo siente todo, y despierta toda sudo-
rosa sintiendo todavía la ardorosa sensación de una quemada irreal.
Llama a Anachón y le cuenta su sueño. Esta, que no es sino un
alma perdida en los caminos de su propia pasión, escucha, sin aten-
ción, abstraída en su mar de ilusiones coronado por brumas azules,
anaranjadas y rosadas. Espera algo lejano, sutil como el nido de los
pájaros, sueña con un pórtico lleno de flores, de vírgenes selvas sem-
bradas de las más variadas especies de los más exóticos árboles.
En una mañana aburrida salió de la nada. Es un hombre de ro-
bustos músculos, su piel es negra como unos mostachos que le bailan
mecidos por el viento sobre su labio superior.
–Vengo de lejanas tierras –diría, como presentándose–, donde se
baila al compás de los tambores.
Tan pronto como llegó, la mujer salió de la rémora de su tristeza,
se notó una sonrisa zalamera, coqueta. La vieja casi no notó la presen-
cia del negro, encerrada en sí misma, pensando de día y de noche en su
extraño sueño de días pasados y en sus presentimientos casi infalibles
desde su entrada a la ancianidad.
A veces en las tardes tristes llora sola su propia soledad, recuerda
con cariño al viejo Anacuay, la fertilidad de las tierras de su anciano
padre, recuerdos de una niñez saboreada por muchas lunas, y aquella
madre que le enseñó todos los secretos que puede saber una mujer
guajira; ahora llora, lágrimas sobre unas facciones adustas con cauces
de sufrimientos.
Sus lágrimas caen casi secas sobre la tierra amada y esta se so-
brecoge enternecida, testigo de la mala fortuna de sus hijos. La vieja
solamente abrió los ojos cuando se dio cuenta de la realidad, lo vio en
una noche de luna llena. Anachón ya era la mujer del negro bigotudo.
Calló y siguió con su soledad; ya estaba acostumbrada a sufrir, ya ha-
bía perdido las esperanzas de la alegría aunque volviera a nacer. Y los
días pasaron como contemplando un error divino, el sol se entretenía
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
comía dos o tres niños. La gente estaba atemorizada, y se preguntaban
unos a otros:
–¿Qué hacemos, qué hacemos?
–Hay que tenderle una trampa y atraparle; después de atrapado lo
quemamos –contestó Caipatsi, rico ganadero, cacique de una legión
de más de un millar de hombres, cuando la guerra lo requería.
Esa misma tarde, junto con los más importantes personajes de la
época, idearon el plan de combate que terminaría con la captura de
Jamú, el hambre que asolaba y peligraba la existencia de la humani-
dad; hechos los cálculos y suposiciones el terrible hombre rondaría esa
noche la casa de la viuda de Siapana, rico ganadero muerto dos lunas
antes, dejando dos niños que se encargaban con los esclavos de hacer
pastar las reses.
Toda acongojada llegó la mañana, los pájaros en su mayoría ha-
bían huido temerosos hacia la opaca Luna; con ella sale de su cueva
el personaje buscado ansiosamente por muchos para liquidarlo. Salta
los escarpados riscos perseguido por una sensación de vacío en el
voluminoso estómago. Busca los caminos que conducen al valle cer-
cano donde el día anterior había visto a dos niños gorditos.
Lo vieron caminar encorvado, más flaco que nunca, y empezaron
a tirarle flechas y teas encendidas; las flechas rebotaban al contacto de
su áspera piel, que expedía un olor peculiar a zorrillo. Lo persiguieron
por dos días y por dos noches, y las piedras y flechas lo hicieron tam-
balear, llegaron hasta las orillas de un mar que rugía. Y penetró en el
anchuroso mar, se hundió en las profundidades, en el mismo instante
que se hundía se formó un remolino, como si las aguas quisieran tra-
gárselo más rápido.
No había la gente regresado a sus casas después de la trabajosa
persecución, cuando las nubes cubrieron los cielos azulados y empezó
a llover como nunca; era una lluvia de enormes gotas que aterrorizaba
a los animales a su contacto, era como si vomitara el cielo todo su con-
tenido de su seno infinito.
Las plantas reverdecieron y la inmensa llanura se convirtió en una
superficie semejante a una plantación de arroz. Y todo fue como antes,
la gente contenta con la gran lluvia, la vida siguió su curso y el sol al fin
apareció después de estar treinta días escondido detrás de las nubes.
Pedrito Montiel al fin ha terminado su relato y ahora se limpia los
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6. Escritores wayuu
huracán, toma en sus brazos la criatura que nació ya moribunda y lo
cobija para que nadie lo vea.
–Parece un trozo de carbón quemado –comenta la colosal muje-
rona.
Antes de morir, el recién nacido defecó dos veces un líquido se-
mejante al vómito de los perros, tan nauseabundo como los olores que
despiden los peces muertos al secarse las charcas.
La gente, aterrorizada, planeaba quemar a Anachón viva porque
consideraban que estaba endemoniada. Procreadora de monstruos,
mujer de los demonios, mujer maldita… estos entre otros atroces cali-
ficativos, le atribuían a la desconsolada madre. Enterraron la criatura
sin velorio, sin llanto, pues nadie lo consideraba un ser humano sino
simplemente «un trozo de tronco de cardón quemado en el seno de la
mujer del demonio».
Para Anachón fue una incitación para viajar por las sendas del te-
nebroso mundo del suicidio. Quiso ahorcarse, pero los hombres más
conscientes se lo impidieron, amarrándola en un horcón de la casa;
más tarde le darían ron para calmarla. El efecto del licor lo que hizo
fue dormirla.
La abuela salió de las penumbras de la soledad, más vieja que nun-
ca, desdentada y arrugada. A medianoche llamaba a su desconsolada
nieta y se encerraban siempre solas. En su casa se oyen cuchicheos,
rumores sin concordancia algun. Al fin le convence de seguir con vida,
sus consejos son muy fuertes, llevan la razón en su esencia.
La encerraron durante un largo año, y durante él, el padre Tiempo
se encargaría de curarle sus pesares. Pasaron doce lunas opacas con la
luz amarillenta como si notara la ausencia de la belleza guajira.
Cada noche, cuando el silencio era total, la bañaban con plantas
olorosas y mágicas traídas de los picachos altos de las sierras más le-
janas; después de los largos baños nocturnos la abuela le contaba her-
mosos pasajes de las más bellas creaciones literarias, producto de la
pasmosa imaginación de los hijos de la tierra.
Un día, cuando los días aburridos eran su única compañía, destri-
pó con saña a un pobre alacrán que corría para esconderse entre las
rajaduras de la pared de barro, le quitó la cola y se lo comió. Otro día
fue una iguana que tomaba el sol en la enramada de troncos de cardón;
después de botarle las vísceras se la comió cruda. Y se fue acostum-
Literatura wayuu
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El rancho nuestro estaba rodeado de vegetación, no estaba ubicado
en un lugar despejado. Había alrededor muchos árboles tales como
matas de cují, matas de dividive, matas de guamacho y también car-
donales y tuneros.
. Ahora bien, cuando ya yo estaba un poquito grande: «¿Qué será
mejor para el niño?», decía el hombre de quien yo era hijo. «Lo mejor
es que yo le dé animales; conviene que yo busque ovejas para que él las
pastoree», decía él. Y así lo hizo, trocó una yegua por unas borregas;
eran unas ovejas de un hombre llamado Órrou.
Después trajeron al rancho unas veinte borregas hermosas.
–Sí, aquí tienes unas ovejas para que las pastorees. Tendrás que ser
diligente detrás de ellas; no las vayas a desatender, las tienes que que-
rer. No tienes que estar allí junto al fuego en las topias, contemplando
la olla. Sábete que tener animales es lo mejor; si no tienes animales
tendrás que estar mendigando por ahí la leche de animales ajenos –me
decía mi padre cerca de las ovejas.
Cuando era pequeño no solía andar por el monte sino que siempre
permanecía en la casa. Antes no había conocido los lugares o parajes
retirados de la casa; lo único que conocía eran los alrededores cercanos
de ir a buscar la leña e ir a buscar el burro.
. Pues bien, muy a los comienzos temía perderme en el monte
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juntamente con las ovejas; por eso les hacía dar vueltas cerca por los
alrededores de la casa. Más tarde ya las conducía a sitios más aparta-
dos, las llevaba a donde había pasto.
Estaba siempre en el campo con las ovejas. Solía hacerlas llegar a
la casa al mediodía; yo las agrupaba debajo de unas matas de dividive
donde ellas rumiaban. Me daban de comer a mí en cuanto llegaba.
Descansaba un rato para ir de nuevo al monte con las ovejas. Después
de eso las volvía a traer cuando ya el sol estaba para ponerse y de una
vez las metía en el corral.
Nosotros en nuestra casa había veces que hacíamos una sola
comida Y en otras ocasiones comíamos hasta tres veces al día. A veces
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. Cuando yo era pequeño solían intimidarme o atemorizarme y
me hablaban de unos animales del monte que eran muy malos, tales
como zorro, búho, y también el oso hormiguero.
–Eso come muchachos, estate bien alerta con ellos –se me decía–.
Hay una cosa horripilante y es muy mala, que se llama yolu’ já. El
yolu’ já es andariego y recorre los campos y caminos en las noches;
captura a la persona con la que se topa, no la deja tranquila –también
me decían.
Yo me creía lo que me decían. Siempre cuando caminaba por el
monte tenía miedo. Al anochecer me acostaba en mi chinchorro con
miedo. «Que no me encuentre con algo como eso. Que no me lle-
gue a mí en la noche», pensaba yo en mis adentros. No me atrevía a
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ovejas. Lo único que veía todos los días eran los cujíes, los dividives,
los cardonales, los tuneros y machorros, culebras e iguanas. Lo único
que escuchaba era el canto de las aves por encima de los árboles y la
voz de los animales del rebaño. Voces a las que ni siquiera les entendía
el significado, como para que me pudiesen alegrar. Si me encontraba
algún que otro día con muchachos en el monte, si eran mayores, yo los
esquivaba y me ocultaba de ellos. Se metían conmigo, me daban cos-
corrones; me amagaban con las flechas o si no con un palo. Pero si veía
alguno de mi tamaño sí hablaba y jugaba un rato con él.
. Algún tiempo después, apareció de pronto una peste en las ove-
jas, se hinchaban, echaban espuma, estaban atontadas, no pastaban.
Se iban muriendo una tras otra, de la noche al día. ¡Qué pérdida de
ovejas! No se botaban, se comían; eran desolladas, su carne era aceci-
nada, su carne era normal y estaba buena y sabrosa, ya que no estaban
flacas, sino que se morían gordas.
Lo que estaba muy dañado eran sus vísceras: el hígado, el estóma-
go y las tripas; estaba deshecho, como si estuviese cocido. No era co-
nocida la peste que había matado a los animales. No se sabía de dónde
provenía, apareció de repente.
Ahora, después de eso quedaron como restantes una pequeña
cantidad de ovejas.
–¿Qué será bueno entonces para ellas? Lo mejor es que yo busque
reponer las que se han muerto –dijo entonces mi padre.
Y así lo hizo, hizo que vinieran unas cuantas ovejas adultas. A ellas
les puso los palos en el cuello, y las mancornaba con las de las casa
para que no se escaparan.
–Aquí está esto, cuídalas bien. Si permites que se pierdan te voy a
azotar –me dijo.
–Sí, así lo haré, las cuidaré –le dije a él.
Las ovejas nuevas fueron traídas en época de lluvias. La super-
ficie de la tierra estaba muy verde; la vegetación estaba muy alta;
abundaba el agua como de aquí para allá. Una vez cierto día me ha-
llaba yo por allá en el campo pastoreando las ovejas. Ellas pastaban
bajo un cujizal. Eso era ya en la tarde, y a mí se me ocurrió ponerme
a jugar mientras ellas pastaban. Yo me había sentado en el suelo a
fabricar un ranchito. Le ponía por pared barro, por techo corteza de
palo, alrededor tenía todo limpio y despejado. La casa a mí me pa-
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tenía muchos pensamientos y pareceres, «seguramente sus palabras se
deberán a la rabia, ya que yo no puedo valer lo mismo que una oveja»,
pensaba.
Ahora, después, al día siguiente bien tempranito:
–Intenta y vete a ver si la ves por ahí –me decía mi madre.
Y me fui entonces como de aquí para allá por entre la maleza,
por donde solía andar con las ovejas. Aunque tenía la mirada atenta a
sus huellas, no veía absolutamente nada, lo que había eran solamente
huellas de animales ajenos.
Pues bien, ya se me acercaba y casi se me echaba encima el me-
diodía en eso. Me dirigí después a una sabana que se encontraba un
poco distante como de aquí hacia allá. «Posiblemente esté ella por
allá», conjeturaba yo. Aquella sabana no tenía árboles en su superficie,
solamente había hierbas y por eso era el sitio preferido de las ovejas.
Yo me había dirigido a la superficie de la sabana porque desde allí se
podía extender muy bien la vista por todo aquello. Se divisaba cual-
quier cosa desde allí a lo lejos. Y en realidad había sido totalmente
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mión! Mira: lo que has visto es un camión –me dijeron. No había
conocido el camión anteriormente, en aquella oportunidad vine a co-
nocerlo, por eso sentí mucho pavor ante él.
. En aquel día se hallaba presente un primo mayor que yo, quien
me explicó después detalladamente lo que era el camión.
–El camión no es un yolu’ já, es algo hecho por la mano del alijuna
por allá por tierras lejanas. Es de metal, es de tabla y es de caucho –me
decía el primo.
Pues bien, el primo me explicaba cómo funcionaba el camión.
–Dentro de él hay una máquina llamada motor, precisamente es
con lo que camina el camión. Ello tiene fuerza porque lleva dentro
puesta gasolina encendida. Junto al motor se encuentra sentado un
alijuna; es el que lo hace caminar, el que lo hace detener, el que lo
hace desviar, el que lo hace retroceder. Lo llaman «chofer» –me de-
cía el primo–. El chofer se encuentra sentado dentro de aquello que
parece cabeza. El camión es una cosa muy buena; está destinado a la
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velocidad como la del camión», me decía en mi interior. Pues bien,
amarré el burro en un árbol frondoso de olivo. Reuní unas leñitas y las
coloqué por encima de la enjalma. Después de aquello me fui a la casa
a buscar un tizón.
–¿Qué vas a hacer con el tizón? –me dijeron.
–Sí, el tizón es para quemar un avispero; allí apenas en la orilla
del camino me hace mucho mal, me pican siempre cada vez que paso
cerca de ellas –les dije.
–Es bueno que lo hagas así, hijito mío, porque a las avispas les
gusta picar a la gente –me fue dicho entonces.
Pues bien, ya que ya nada me distraía, recogí cortezas y ramitas
secas, y encendí entonces la candela cerca del burro. Y coloqué la vasi-
ja que contenía la gasolina encima de la esterilla del burro. Me hallaba
parado, retirado de él, le tenía miedo. «¡Que no me arrolle! Ahora con
la gasolina va a tener seguramente gran velocidad», pensaba yo. En
cuanto se encendió la leña, cogí un tizón y se lo lancé a la vasija que
contenía la gasolina. Como eso no tarda, brotó la llamarada. Las lla-
maradas se extendían hacia arriba; por poco me alcanzan las llamas,
llegó la llama hasta muy cerca de mí. Yo me asusté mucho; creía que
se me venía derrumbado sobre mí el firmamento. Pues bien, pobre
Kuna se retorcía allí en medio de las llamas. Del mismo susto grité.
Pues bien, salieron corriendo de la casa al oír el grito. Me estremecí
lleno de pavor al verlos venir, «ahora me matarán a causa del burro. Es
mejor que yo salga corriendo ahora mismo para evitar que me azoten»,
me dije.
Y de una vez cogí un camino que se dirigía lejos, yo no estaba en
mi juicio, corría descalzo y sin ropa.
. Pues bien, aunque al instante se echaron tras de mí, yo no fui
alcanzado ni por nada; corría en todo momento por el camino, no vine
a parar hasta ya anochecido. Pues bien, pasé grandes sufrimientos.
Estaba triste, tenía hambre, tenía sed; me hallaba llorando al fondo de
una cañada donde pernocté al irme de mi casa.
Me fui al día siguiente, caminé todo el rato constantemente para-
lelo al camino para no ser visto de la gente. Al ver alguna sementera
comía de paso para no morirme de hambre: yuca, patilla; y comía
también de paso algún dato [cactus].
. Pues bien, después, topé con algunas personas que llevaban ca-
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( Jusayú, : -)
braron el suelo buscando sus huellas. Pero ella no era nada lenta como
para que la alcanzasen; y ni siquiera era persona para estar diciendo
«aquí estoy».
Ahora bien, al día siguiente la gente emprendió la búsqueda del
niño. Se rastrearon sus huellas; se dispersó la gente por aquí y por allá.
Fue interrogada mucha gente; no se obtuvo noticia de él, era como si
se lo hubiese tragado la tierra. Lo único que se pudo ver fue la huella
de él en el momento en que fue llevado por su madre.
Nada se pudo hacer por el niño. Al principio fue muy buscado.
Los primeros tiempos la madre se los pasaba llorando. Se desistió de
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venados para que él comiese de aquella carne. A veces se la daba asada;
en otras oportunidades se la daba frita. Si él se enfermaba, lo curaba,
y pronto se ponía bueno, ya que para ella como poderosa en cosas
misteriosas la medicina no tenía secretos.
Ya eran muchos los años del niño en poder de la osa. Crecía y cre-
cía y experimentaba retraso su desarrollo. Estaba muy bien, se sentía
como si estuviese entre sus familiares. La osa en su madriguera no
estaba con otra, se hallaba sola y eran dos con el niño, formaba un
par con el niño. Cada vez que salía a cazar lo dejaba (en casa). Y cier-
tamente parece que algunas veces se lo llevaba consigo. Y él, por su
parte, se había amañado; no se apartaba de ella. Ella era para él como
una persona. Él conocía el lenguaje de ella, conocía todas sus costum-
bres y modo de proceder. Apenas llegó él al desarrollo, ella lo tomó
por marido. Mucho antes lo había acostumbrado ya a ella; ella le tenía
mucho cariño, lo consentía y no le hacía nada.
Se encontraba por allá la vivienda del wanü’lü cerca de la de la
osa. Se llevaba siempre muy bien con ella. Conversaba con ella y con
ella solía compartir su comida. El que llaman wanü’lü es un ser mis-
terioso. Seguramente es familia del yolu’ já. No tiene carne ni hueso.
Siempre ha sido gran matador de gente. Suele caminar buscando a
quién matar.
Camina preferentemente por las cañadas en el momento de mayor
silencio y soledad. Se la pasa silbando allí por donde anda. A veces
es visto, sin que él lo advierta, por la gente que camina de noche. El
wanü’lü es como un blanco (alijuna) montado a caballo. Va vestido,
lleva sombrero, suele ir calzado. Le brillaba todo el cuerpo y hay un
resplandor por delante de él. Y por otra parte aquello con lo que silba
es como una flauta de carrizo (mási) larga. Ahora bien, cuando él se
encuentra con una persona desaparece de súbito. El que lo ha visto
ha sentido escalofríos en su cuerno, como si se le pararan los pelos;
después de eso cae enfermo; le da la fiebre, vomita de pronto sangre y
se muere. Eso es lo que el guajiro llama kerráuá.
El wanü’lü es un gran cazador; no hay nadie como él. No falla el
tiro; no hay un día en el que vuelva sin presa. Traía sobre sus espaldas
con cierto balanceo venados. Traía alguna venado jovencita, alguna
primípara, y algún macho. Tenía costumbre el wanülü de llevarle a
la osa carne de sus presas para la comida. A veces le llevaba costillas;
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otras veces le llevaba media presa. Y aquello no era nada flaco, estaba
bien provisto de grasa. Aquello le parecía al hombre por la cintura
y las patas [un] venado; pero la cara le parecía rara, era como la de
una persona. «¿Por qué será que a mí me parece raro?», pensaba ante
aquello.
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–Ven, toma pues tú lo que vas a comer conmigo –le decía entonces
la osa al hombre.
–No quiero comer eso; cómetelo tú sola –le decía a ella.
Cada vez que llegaba el wanü’lü de la cacería, el hombre estaba
pendiente de él; miraba la cabeza de sus presas. «¿Qué será? Estoy
seguro de que eso no es venado», pensaba para sus adentros. Se ha-
llaba mirando como desde por allá; cada día se ponía más triste al ver
algo como aquello. No había día en que faltase la carne en la casa del
wanü’lü; a donde el wanü’lü colgaban las cecinas.
Ahora bien, ya finalmente el hombre vio asombrado fisonomías de
gente que habían vivido con él. Se acordaba de eso, ya que el hecho
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Pues bien, ellos se fueron a donde el wanü’lü al que encontraron
haciendo cecina. Al momento le sirvió la mujer del wanü’lü a la osa
costilla asada.
–Aquí tienes para que comas conmigo –le dijo ella al hombre.
–No, no voy a comer, todavía estoy lleno –le dijo a ella.
Pues bien, el hombre contemplaba la presa del wanü’lü. «¿Qué
puedo yo desconocer de este? Este es uno de mis hermanos que está
siendo convertido en cecina», se decía a sí mismo en su interior el
hombre. El wanü’lü no estaba en guardia, creía que habían venido
únicamente a pasear. Y regresaron los paseantes. Entonces la osa allá
en su casa le preguntó al hombre:
–¿Qué hubo?, ¿ya lo has reconocido? ¿Es verdad que aquel al que
está acecinando el wanü’lü es uno de tus hermanos? –le dijo ella.
–Aquél es –le dijo él a ella.
–Mantente callado, pues; sé valiente, no te pongas triste; yo haré
lo que pueda por ti. Te he llevado conmigo a donde él para saber con
certeza que son familiares tuyos lo que él está matando. Tus lágrimas
se pagarán, tus hermanos serán vengados pronto. Yo me iré pronto a
buscar con lo que se van a pagar –le dijo la osa a él.
Pues bien, la osa se va como hacia allá, a un sitio en medio de
montañas, donde ella podía dar con abundantes contras. Donde abun-
dan las flechas del wanü’lü y las del yolu’ já, con las que siempre ma-
tan a la gente. Después ella regresó con las flechas y no se demoró. De
una vez le trajo al hombre el contra para el brazo, con el fin de que él
no tuviese mala puntería.
–Mira, ahora aquí te entrego estas flechas junto con este contra.
Sé valiente, cuidado con fallar la puntería; porque tú has estado muy
afligido y porque tú has llorado a causa de tus hermanos. Yo voy a lle-
varte a donde tus familiares. Les pedirás a ellos una res grande y gorda.
Cuando te hayan dado la res te la llevarás allá donde se encuentran en-
terrados tus hermanos muertos. La matarás, harás cecina de ella y col-
garás los pedazos de carne. No la vayan a comer, y además la cuidarán
de los animales. Cavarás un hueco hondo cerca de la cecina; te meterás
dentro de él con tus flechas. Permanecerás allí al acecho del wanü’lü.
Lo taparás con hojarasca para que él no te vea. En cuanto lo hayas
matado, le romperás la cabeza, le extraerás los sesos; y luego quemarás
la cabeza, si no haces eso, resucitará contra ti –decía la osa al hombre.
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el hombre.
–¿Qué hubo? ¿Has logrado acabar con el valiente? –le dijo.
–Sí, lo logré –le dijo entonces él.
–¡Bien hecho con él; así tenías que conducirte con él! Tus lágrimas
están pagadas –le dijo la osa al hombre.
Ella lo llevó luego a su vivienda (de la osa). Por su parte las cecinas
hubo que cuidarlas de que no se las comiesen los animales.
Pues bien, el wanü’lü no regresaba a su casa. Su mujer ya lo estaba
echando de menos, estaba todo el rato de pie impaciente.
–¿Qué le estará pasando allí donde está él, que su tiempo de llegar
ya se ha pasado? –decía esto mirando hacia allá, hacia donde siempre
solía aparecer de vuelta de la cacería. Pues bien, más tarde se llegó a
preguntarle a la osa:
–Caramba, ¿por casualidad no has visto a mi marido? Ya se le ha
pasado el tiempo; él no suele ser así –le dijo a ella.
–No sé, como yo no salgo como para poder verlo a él, o para tener
noticias de él, sino que permanezco quieta aquí en mi casa… –la osa
le dijo a ella.
–¿Qué le habrá pasado? Voy a ir a buscarlo al anochecer. Rastrearé
sus huellas por sus habituales lugares de caza; por donde él suele cazar
–dijo la mujer del wanü’lü. Por allí estaba ella sin poder ya comer car-
ne al estar él ausente.
El hombre, por su parte, se encontraba por allá roncando; dormía
profundamente para estar despierto durante la noche.
Pues bien, apenas anocheció la osa se preparó para ir a llevar al
marido. Lo iba a llevar a donde había matado al wanü’lü. Le dijo mu-
chas cosas. Le golpeaba con el contra para el brazo.
–Tú ya te aprestas. ¡Cuidado con actuar como un tonto! –le decía
ella a él.
Ahora bien, a eso de muy de la medianoche como en el momento
en que había llegado la otra vez el wanü’lü, pudo escuchar entonces
el hombre el silbido de la mujer del wanü’lü, el sonido venía hacia él
como desde allá. Su silbido no tenía nada de suave, era muy hiriente.
–Tiene que ser ella la que viene –dijo acomodando su flecha puesto
al acecho de ella.
Se paró de pronto debajo del rancho donde habían sido enterrados
los hermanos del hombre. La wanü’lü miraba a todas partes como
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hacia allá, sospechaba. «¿Qué podrá haber aquí?», se decía. Pues bien,
ella también se pegó a la cecina, porque los wanü’lü son realmente
muy carnívoros. Pues bien, el hombre calculó el tiempo en que to-
davía ella no se había saciado. Dirigió él la punta de la flecha hacia
debajo del esternón, ¡chij! le acertó y dio. Pegó un chillido… ¡Chih!,
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y saltó para arriba. Sonó un poco más allá un ruido, ¡tsoj! Pues bien,
el hombre había corrido inmediatamente a donde ella; se encontró al
llegar una culebra grandísima tirada en el suelo. Le cortó rápidamente
la cabeza y la rompió luego. Consiguió dentro de ella dos palomas; las
mató y luego las quemó.
Pues bien, después de aquello, cuando había pasado un rato des-
de que había muerto la wanü’lü, llegó la osa. Preguntó en seguida al
hombre:
–¿Qué hubo?, ¿lo conseguiste? –le dijo a él.
–Si, ahí está ya muerta, y también le acabo de sacar los sesos –le
dijo a ella.
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partes. Unos le traían chinchorros, otros le traían sombreros, unos
le traían carne para cambiar por carne de tortuga, ya que la carne de
tortuga no es igual que la del animal doméstico.
Se iba siempre de mañana a pescar. Ya se iba volviendo viejo en
esa actividad. Y su mujer se encontraba muy bien; sus hijos estaban
gordos, porque ellos se saciaban siempre, ya que no había un día que
faltase la carne de tortuga para sus estómagos.
Hubo un día en que él se había ido tempranito al mar, solo, a ver su
red. Sacó la red, había dentro de ella una tortuga y él pensaba sacarla
afuera. Ya no tenía compañero, no dio para arrastrarla del todo [él
solo] hasta la orilla del mar.
Estuvo halándola y no pudo con ella, le pesaba. «¿Qué será bueno
para ella?», pensaba para sus adentros. «Voy a ponerla boca arriba». Era
su intención y forcejeó con ella, [pero] era más fuerte que él.
–Caramba, ¿qué será bueno en este momento para él? –dijo enton-
ces la tortuga que era seguramente la más vieja.
–Es mejor que le escupamos varias veces, que le pedeemos repeti-
das veces en la nariz, que le orinemos encima, que lo golpeemos insis-
tentemente con las patas, ya que no hay otra cosa más apropiada a sus
méritos –les dijo a las otras.
Pues bien, se le orinaron encima, le tiraron pedos en la nariz, fue
escupido, las tortugas le cayeron unas tras otras. Su griterío durante la
acción era enorme, se reían escupiéndole encima.
–¡Ay, qué hediondo está esto! –decía el hombre afectado por
aquello.
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–¿Quién lo ha traído para acá? –la mujer les preguntó a las tortu-
gas. Entonces se acercó reptando una de ellas.
–¡Sí! ¡Este! Él es el que siempre nos come y el que está a punto
de acabar con nosotras, me lo traje ayer, ahora en este momento
lo estamos haciendo sufrir, estamos haciendo con él lo que que-
remos, para que él pague su mala acción de estar comiéndonos
siempre –dijo entonces la tortuga que era seguramente la que lo
había traído.
–Sí, conque este es él. Sí, conque este es el hombre que tiene tanta
barriga para comerse mis animales, que ni siquiera dejaba un día de
comerlas. Se come una que sea grande, se come una joven, uno que
sea castrado, una que sea parida; y cómo sufre su hijo llorando en su
ausencia. Son hartas y graves sus fechorías; ¿qué será bueno para que
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dos y de largas uñas. Crecían muy rápidamente, y se hacían más y más
grandes de la noche al día. En cuanto se hicieron adultos, se dispersa-
ron, no se quedaban con su madre.
Aunque al hombre la pülohui nada malo le hacía, él se sentía siem-
pre triste. La mujer se daba cuenta de que él estaba triste.
–Me parece que estás triste, maridito mío. ¿Te quieres a lo mejor
ir para tu casa? ¿Es que a lo mejor quieres ver a tus familiares? –le dijo
cuando ya él llevaba mucho tiempo con ella.
–Sí, así es como dices, sí, estoy muy triste –le dijo a ella.
–Sí, conviene que yo te mande a tu casa; para que des una vuelta y
veas a todos tus familiares –le dijo ella al marido–.Voy a mandarte a tu
casa pero no te vas a quedar del todo por allá. Aunque vayas a donde
vayas, yo te iré a buscar y te traeré de nuevo por acá. Y tú no vayas a
contar nada. «Yo he estado ahí donde una pülohui», cuida conque se te
vaya a ocurrir decir. Mira que te daré tu merecido. Cuando estés allá
en tu casa, me mandarás un poco de chica dentro de una torumita. E
. La chica es una pasta de las hojas de un lindo arbusto que tiene una elaboración
especial. Esa pasta da nombre a la ciudad de Barquisimeto. (Nota del original).
irás a depositarla a la orilla del mar –le dijo al hombre la pülohui antes
de partir.
Después fue llevado el hombre hasta la orilla del mar. Pues bien,
estaba muy alegre; había corrido inmediatamente a su casa. En cuanto
llegó buscó la chica y la totumita, y en cuanto las consiguió las llevó al
mar. Aquello no es cosa que se mueva por sí sola, pero se iba alejando
poco a poco flotando sobre la superficie del mar; era como si estuviese
siendo empujada por un viento.
Pues bien, en cuanto llegó el hombre a su casa fue objeto de satis-
facción y agrado, fue motivo de alegría para sus familiares. Fue abra-
zado, lloraban de emoción por él.
–Oh, sí, conque mi hijo ha llegado –decía la madre.
–Conque ha llegado el padre de mis hijos –decía la esposa.
–Conque ha regresado nuestro hermanito –decían sus hermanos.
Pues bien, y empezaron a asediarlo a preguntas al cazador de tor-
tugas.
–¿De dónde, en, realidad, vienes tú? ¿Dónde has estado tanto
tiempo? Creíamos que te habías muerto –le decían.
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Bañó después la pülohui con agua de mar al hombre muerto. Se-
gún dicen, le echó encima un líquido de olor agradable, por ello poco
a poco se fue recuperando.
Después se recuperó totalmente, estaba tan vivo como antes. La
mujer lo reprendió muchísimo por haber hablado de ella cuando esta-
ba en su casa.
–Te he dado tu merecido. Ahora ya, so muérgano, no te mandaré a
tu casa, te quedarás conmigo para siempre –le decía ella.
Pues bien. Según dicen, llegó la gente al cementerio a encenderle
la candela al hombre muerto al poco rato de la pülohui. Se asustaron
mucho al llegar; se encontraron con que el muerto no estaba, lo único
que había era el hueco, que estaba vacío.
–¿Qué cosa será la que lo ha hecho así? –dijeron algunas de las
personas. Huyeron llenos de espanto de nuevo a la casa.
Según dicen, hubo una vez una mujer a la que le cayó un rayo,
pero no se murió del todo, sino que se quedó enferma. Inmediata-
mente fue auxiliada, fue bañada con agua de lluvia. A consecuencia de
eso enfermó; permaneció largo tiempo acostada en su chinchorro. Fue
mandada a tratar por una piache, con la que ella sanó.
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viento, las nubes se deslizaban. La gente no tenía nada a mano. Vivían
gracias a lo que rebuscaban por el monte; lo que cazaban eran ani-
males del monte. La superficie de la tierra estaba sin pasto. Se sufría
mucha sed, la gente se sentía completamente impotente. Y díganme
los animales domésticos, [que] se fueron muriendo poco a poco del
hambre, nada se pudo hacer por ellos. El día en que caía la lluvia la
gente intentaba sembrar, [pero] aquello se acababa: lo escarbaban los
pájaros, se lo comían los gusanos o simplemente se secaba.
¡Cómo se perdía la semilla guardada para la lluvia! ¡Algo tan
apreciado y que tanto se estimaba! ¡Y se había ayunado para preser-
varlas! Las habían estado guardando hasta entonces como una joya
preciosa. Pues bien, ya en lo último la gente ya no hacía nada; perma-
necían quietos en sus casas. No tenían voluntad para nada a causa del
yuca y auyama. Sufría mucho al cultivar. Todos los días trabajaba con
hambre, nadie le prestaba ayuda, no disponía de nada, como para
mandar a otros que le hiciesen el trabajo. Pues bien, la lluvia cayó una
sola vez, no volvió a llover más. Le brotaron las plantas al hombre,
pero las plantas se marchitaban. Las hojas caían lánguidas encima de
los bordes de los hoyos.
–¡Qué lástima con mi sembrado! –dijo, y las deshierbaba todas las
mañanas.
Pues bien, un día el hombre se encontraba sentado al pie de un
árbol en medio de su conuco; descansaba después de la faena. Tenía
la vista fija a todo lo ancho del cultivo, y al mismo tiempo estaba
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gino que crecerán –le dijo el agricultor.
–¡Qué lástima siento por ti que te la pasas trabajando! Sábete que
no llueve nada. Has de saber que la lluvia que has aprovechado no es
sino la orina del sol –le dijo el jinete–. Sí, aquí llego a donde ti, pues a
ti es a quien busco. Vamos, vente conmigo. Tú eres hijo mío; yo soy tu
auténtico padre. Yo soy el que la gente llama Juyá. Para que lo sepas
ahora, yo soy siempre el que hace llover. Te voy a llevar conmigo a mi
tierra Müli’alúli, Juyántürre, donde tengo abundante cosecha. Por allá
no te faltará nada. Lo único que harás es estar sentado al borde de
los cultivos; comerás tranquilo. Aunque por allá tengo muchos gatos
machírroulu ellos no te harán nada, yo te ocultaré de ellos –le dijo
entonces el jinete al deshierbador.
–Sí, de modo que yo soy de hecho tu hijo. ¿Y por qué entonces
no te he solido ver nunca con mi madre durante mi niñez? –le dijo
entonces al rico.
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cuello. Pero de repente en su mano se transformaban. Lo que eran an-
tes culebras, se volvían patillas, melones, auyamas, pepinos, fríjoles. Y
las muchachas, no eran sino maíz jojoto. El padre encendió la candela,
le entregó una olla para cocinar y se fue para su casa.
Pues bien, al principio el hombre estaba triste por hallarse en una
tierra desconocida para él, y además por estar solo en el monte. Pero
después se amañó. Pues bien, apenas anocheció, llegó el padre y lo
llevó a la casa, y lo escondió dentro de algo como para no ser visto de
la mujer ni de los animales domésticos de Juyá. Y después bien tem-
pranito lo llevó de nuevo al monte. Juyá tenía a su disposición muchos
animales horripilantes, comedores de hombres. Con el olor del hijo
rugían alborotados. Aquellos eran los que había dicho antes «allí tengo
mis animales machírroulu» y eran tigres.
La casa de Juyá era una gran piedra dentro de la cual se halla-
ba la mujer. También tenía su enramada, debajo de la cual había
una tinaja para ishi’rrúna’. El Juyá es borrachón, le gusta mucho la
ishi’rrúna’. Tenía a sus órdenes muchos jóvenes, que tenían como
cabalgaduras unos jamelgos con malas sillas; pero él en cambio
montaba un bonito caballo. Además no había otra silla igual que la
suya. Pero, según dicen, lo que utilizaba como cabalgadura no era
ningún caballo, no era sino un nubarrón negro. Y las cabalgaduras
de los criados eran las nubes blancas, las blancuzcas o cenicientas y
las rojizas. Era muy andariego el Juyá; se iba por distintos lugares.
Cada vez que llegaba (a casa) estaba borracho. Disparaba por sobre
la casa, cuando venía hacia ella. La mujer se enojaba mucho con
aquello. Lanzaba ella un zumbido ¡juh!, que emitía al encuentro
de él cuando llegaba.
Pues bien, el hombre con todo ello se hallaba bien. Su padre lo
amaba; estaba gordo, comía lo que le apetecía. Lo único que tenía era
que llevaba el cabello largo, las uñas largas; andaba desnudo, se le ha-
bía deteriorado la ropa que trajo al venir. A lo mejor Juyá no tenía tela
para vestirlo. Pues bien, un día le aconteció de pronto algo al hombre
en ausencia del padre.
«Caramba, ¿qué tipo tendrá la mujer de mi padre? Debe ser una
persona. ¿Se mostrará amable conmigo si la visito?», pensaba. Pues
bien, luego después se fue a donde ella. Se detuvo a la entrada de la
casa de ella, y en aquel momento la vio sentada en el interior de la
Literatura wayuu
casa. Era muy bella, tenía el cabello largo. Pues bien, apenas lo vio se
le echó encima en forma de viento, lo levantó en vuelo, lo lanzó bien
lejos; y él se murió a causa del golpe recibido contra el suelo. El padre
no apareció hasta el anochecer, de paso fue muy pronto a verlo y no
lo encontró.
I
6. Escritores wayuu
bien, después de eso se fue. No duró muchas jornadas el viaje, no
pernoctaron sino que de una vez llegaron al mismo sitio de donde
salieron. El Juyá no llevó al hombre a la casa de este, sino que lo hizo
llegar a donde lo había encontrado antes.
–Hijo mío, aquí te traigo de nuevo a tu tierra. Yo te quiero. Te
vendré siempre a visitar. Cuidado con decir «yo he estado allí donde
Juyá, mi padre».
Ahora bien, cuando el hombre se halló solo, no estaba montado en
una mula; sino que se hallaba sentado sobre una piedra alargada. Y la
comida que traía se convertía en culebras. Reptaban alejándose de él.
–¡Caramba! ¡Qué lástima que mi suerte haya sido así! –dijo, y fi-
nalmente resignado se fue a su casa.
Pues bien, cuando él llegó la madre se encontraba hilando con el
huso debajo de la enramadita sentada en el chinchorro. Se llevó un
gran susto; le tuvo miedo al verlo llegar a donde ella.
–¿Qué será este que me llega aquí? ¿Quizás sea algún loco? –pen-
saba ella.
Le echó los perros, corrió después a meterse dentro de la casa
huyendo de él.
–Cuidado conmigo, madrecita. No te vayas a asustar conmigo; soy
yo el que llega, tu hijo –le dijo pronunciando su propio nombre (de él)
a ella.
Pues bien, la madre del hombre corrió a su encuentro. Se abrazó a
él y lloró sobre él.
–¡Conque este es mi hijo! ¡Ay, qué desgracia la tuya, que creía que
estabas muerto! –le dijo a él.
Pues bien, como la gente no puede contentarse con ver las cosas,
empezaron después a hacerle preguntas al hijo de Juyá. Pero a pesar de
todo no les respondió nada importante a los que le habían preguntado.
–A mí en verdad no me ha pasado nada; sino que antes me había
extraviado, estaba totalmente desorientado. Y por eso anduve perdido
por el monte. He vivido gracias a los frutos silvestres. Pero última-
mente he acertado a reconocer el terreno, por lo cual estoy regresando
de nuevo para acá –se limitaba a responderles.
Aját’ta müsü’ jaa jia’ (Y se acabó esto).
( Jusayú, : -)
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
por donde él solía caminar.
Pues bien, en cuanto las muchachas se vieron con el joven, se mos-
traron muy tratables con él. No se mostraron nada retraídas con él, es-
taban como si ellas lo hubiesen ya conocido. Se pusieron de pie delante
de su cabalgadura y ambas tomaron las riendas de la cabalgadura. Se
dirigían sonrientes a hablarle:
–Hola, hermanito, ¡qué bien que hayas tropezado con nosotras!
Hace tiempo que no te hemos visto; has de saber que teníamos muchas
ganas de verte. Queremos hablar contigo. Hemos tenido buena suerte
en este día, porque por fin hemos dado contigo –ellas le decían a él.
–No me llamen «hermanito nuestro»; no tengo hermanas, soy el
único hijo de mi madre. Suéltenme la rienda de la cabalgadura. Quíten-
se de delante de mí, que ando apurado –les dijo el joven a las mujeres,
puso a galopar su cabalgadura alejándose de ellas [y] las dejó mirando.
Después de eso, al anochecer de vuelta a casa, después de arrear
el ganado, el joven le contó a la madre que se habían tropezado antes
ellos con unas muchachas allá por el monte.
–Mamá, ¿sabe lo que nos ha pasado? Cuando estábamos arrean-
do nos hemos encontrado con unas muchachas. No sabíamos quiénes
eran. No tenían cabalgaduras, andaban a pie. Tenían la cara extraña,
no se parecían a la nuestra. A mí me parecía que eran demasiado tra-
tables; aunque las vi muy deseosas de hablar conmigo yo sin embargo
no les hice caso a ellas –le contó a la madre.
–Y, ¿de dónde serán ellas? ¿De quién serán hijas? ¿De quién serán
sobrinas? Aquí no hay nadie que no conozcamos. Cuídate hijo mío.
Mantente apartado de algo así, no vaya a ser que sea algo extraño –de-
cía la madre.
–Así lo haré –le respondió el hijo.
Pues bien, ocurrió otro día que se encontraron las muchachas con
ellos.
–Hola, hermanito nuestro, ¡qué bien que hayamos tropezado con-
tigo! ¿Estás bien? –le dijeron ellas al joven.
–No pretendemos nada de ti, tan solo que queremos preguntarte
por un borriquito que se nos ha extraviado. «A lo mejor por casualidad
él lo ha visto», estábamos diciéndonos a propósito de ti, porque te
vemos siempre caminando. El burrito es de color marrón, barrigón,
de patas arqueadas hacia adentro –le dijeron entonces las muchachas.
Literatura wayuu
. Deberían tener familiares de alguna importancia como ellos. (Nota del original).
. Algunos creen que es una indirecta y que en realidad lo
están describiendo a él. (Nota del original).
va acompañada de bollitos de maíz tierno y de otros bollos –decían las
muchachas al joven.
–No quiero comer ese avío vuestro. Dénselo a alguien que sufra
hambre por ahí, o si no bótenlo. Antes de partir mi madre me dio de
comer. Y si tuviera sed, aquí llevo como avío sabrosa chicha. Quítense
de delante que estoy apurado –les dijo entonces y galoparon alejándose
de ellas.
Después de eso, se encontraron muchas veces las muchachas con
ellos cuando andaban buscando el ganado. Ellas solían traer comida
y también algunas cosas para obsequiárselas al joven casto. Lo que
le traían eran esas cosas que pueden ser regalo de una joven a un jo-
ven, por ejemplo: cinturón tejido con dibujos, o si no sortijas, o si no
bolsitas, o si no pañuelitos. Nada de esto les recibía él. Por otra parte,
el esclavo se encontraba lleno de ganas junto a él. Ante el avío de las
muchachas estaba con ganas de comer, tenía muchos deseos de que le
diesen la comida, por lo que habló después con su amo.
–Sepa que me apetece mucho la comida que suelen traer las mu-
chachas; a mí me parece que está muy sabrosa –le dijo al amo.
6. Escritores wayuu
–Si realmente te apetece la comida que suelen traer aquellas
muchachas, yo la cogeré y te la pasaré a ti –le dijo a él el amo. Y el
joven así lo hizo; tomaba la comida y los regalos y se los pasaba al
esclavo.
Pues bien, otro día más tarde andaba el joven casto por la orilla de
la mar con el esclavo y se encontraron a las jóvenes bañándose en un
caño. Las hallaron desnudas dentro del agua. Corrieron desde dentro
del agua desnudas al encuentro de ellos.
–Hermanito nuestro, estamos muy contentas de que hayas venido
a donde nosotras. Bájate de una vez para que te bañes con nosotras –le
dijeron las muchachas al joven.
–No, quietas conmigo. Limítense a mirarme; no voy a perder el
tiempo por culpa vuestra; limítense a buscar por ahí a algún tonto
para que se bañen con él –les dijo.
–Pero, mira, ven a bañarte con nosotras aunque sea solo un ratico.
¿Qué es lo que te pasa que eres tan poco amable con nosotras? ¿Qué
es lo que te pasa que te muestras tan displicente con nosotras? Sábete
que nos resultas muy atrayente a nuestra vista, eres joven y hermoso.
Nos resultas atractivo porque somos jóvenes, queremos únicamente
hablar contigo. No pensamos en otra cosa contigo. Nuestra intención
no es la de hacerte daño. Y el hecho de que te hayamos llamado «her-
manito», no es sino porque te tenemos cariño; ya que nosotras no
hemos salido contigo del vientre de tu madre –optaron por decirle
ya en lo último.
Pues bien, el joven permanecía callado, no les respondía a las mu-
chachas, las palabras de ellas habían caído dentro de su corazón. El
tiempo había hecho su labor en él, porque ellas habían ya tratado de
persuadirlo muchas veces. Era ya hora de que sus palabras le ablanda-
sen el corazón. Pues bien, después el joven «¡caramba!, ¿qué pasaría si
ahora mismo me pusiera a bañarme con ellas?», pensó de repente en
su corazón.
–Yo me bañaría con ustedes; pero es que no sé nadar. No vaya a
ser que yo me hunda hasta el fondo del agua –les dijo a las muchachas.
–Aunque tú no sepas nadar te irá bien. Nosotras nadamos. Te sos-
tendremos para que no te hundas –le dijeron ellas entonces.
–Pues que así sea –dijo el joven entonces, bajándose de su cabal-
gadura. Se desató el cinturón, se quitó también de una vez la manta.
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
ropa y además le hacían fregar las ollas. Él lo hacía de mala gana. «¡Qué
desgracia la mía, que he sido engañado por algo así como esto! Y pensar
que jamás volveré a donde mi madre; pues me encuentro así. Sin duda
que las que me han traído aquí no son personas, quizás sea lo que llaman
pülohui. Y quizás me han engañado para comerme», decía él a solas.
Pues bien, otro día, cuando el joven ya se había puesto gordo y se
le había quitado el miedo, le mandaron las muchachas a acarrear agua
a un pozo que estaba distante de la casa; el cual era el abrevadero de
las muchachas.
–Ahora al anochecer habrá aquí en nuestra casa una fiesta. Llega-
rán aquí a bailar nuestros familiares. Aquí en casa abundará la comida.
Y tú ahora tienes que acarrear agua; tienes que llenar estas tinajas –le
dijeron ellas a él. Pues bien, el joven casto no tuvo más remedio que
empezar a acarrear agua; trajinaba de aquí para allá y de allá para acá.
Hizo varios viajes acarreando el agua.
Ahora bien, cuando el sol estaba menguando, estando todavía el
joven en el trajín del agua, le llegó de repente un sapo grandísimo.
–¡Qué pobrecito, nieto mío! ¡Qué lástima de ti que estás así!
Sábete que hoy al comenzar la noche te matarán las jóvenes que te
tienen en su poder. Te van a comer; te van a cocer; el agua que te es-
tán haciendo acarrear va a ser el caldo en que te van a preparar. ¡Qué
desgracia la tuya, nieto, de encontrarte así! Sábete que por allá con
tanto llorar se está empeorando poco a poco tu madre. Está siempre
enferma; a lo mejor muere dentro de pocos días. Además está muy
flaca y reducida a los huesos. La razón que me ha impulsado a venir
ha sido el buscarte. Tengo que llevarte ahora mismo de aquí. Móntate
de una vez en mi hombro para que te lleve hasta allá a la orilla del
mar; a allá donde fuiste engañado por las mujeres –este fue el relato
que le hizo.
El joven se había asustado mucho con las palabras del sapo. «¿Qué
significa esto ahora así? ¿Será posible que haya un sapo que hable?
¿Conocerá de verdad a mi madre? Es mejor que yo cumpla con lo que
me ha ordenado, ya que no voy a poder salir con vida; de todas mane-
ras estoy perdido», pensó. Pues bien, se montó en el hombro del sapo.
Partió el sapo, y fue ascendiendo, ascendiendo con él. Se iba después
alejando, nadando con el hombre por la superficie del mar. Y lo llevó
hasta la orilla y regresó inmediatamente de nuevo al pozo.
Literatura wayuu
del fondo del mar; fui llevado por unas pülohui hasta allá. Pero he sido
ayudado y socorrido por un sapo, por lo que me he librado de ellas –le
dijo a la madre.
Pues bien, después de eso, se organizó un baile en honor de él;
para celebrar el regreso de su alma. Sonaba el tambor para la gente
que allí bailaba. La madre estaba muy contenta con su vuelta, ya que
era su único hijo.
Pues bien, por allá en el fondo del mar las muchachas se dieron
cuenta de que faltaba el joven.
–Caramba, ¿por qué se ha tardado el gordo? ¿Qué estará haciendo?
6. Escritores wayuu
dicen, a eso se debe que el sapo tenga la forma aplastada.
Y así se acaba el relato del joven casto.
( Jusayú, : -)
6. Escritores wayuu
una conocida de él, no la hubiera despreciado.
–Prima, en resumidas cuentas, ¿de dónde vienes tú? ¿A dónde te
diriges? ¿De quién eres familia? –le preguntó a ella.
–Sí, vengo de lejos. Me encamino hacia un poco más allá. Yo soy
una persona corriente, no conoces a qué familia pertenezco –le dijo
ella a él.
–Pero ¿por qué viajas tan tarde? ¿Acaso no tienes miedo? –le dijo
a ella.
–Yo había salido bien temprano de allá de donde vengo. Es la ca-
balgadura la que anda despacio –le respondió a él.
Pues bien, el hombre sentía mucho miedo. Estaba asustado por
cuanto ya le estaba anocheciendo en el pozo. Sospechaba que la mujer
no era persona, hablaba con ella por no dejarlo. No exteriorizó delante
de ella el miedo que sentía.
–Sí, será mejor que cojamos caminos divergentes, prima; ya que
hemos conversado bastante y además ya estamos en medio de la noche
(de ocho a nueve) –dijo entonces él.
–Pero, un momentico. ¿Por qué tienes tanta prisa? ¿Qué es lo que
te pasa, que no quieres quedarte a conversar conmigo un buen rato?
Sábete que me caes simpático porque veo que eres joven. Y yo por mi
parte soy una muchacha soltera –le dijo ella a él.
Pues bien, después de eso, cuando ya había avanzado un poco la
noche, ella se montó en la cabalgadura. Y se le ocurrió invitar al hom-
bre para que la acompañase un poco más allá. Y él se fue con ella sin
ganas, como para que no lo tomase por un tonto. Pues bien, caminaron
un rato por un sendero a través de unas colinas. Llegaron más tarde a
la superficie de un terreno bueno donde ellos entonces se detuvieron.
–Entonces, voy a regresar desde aquí, prima. Ahora puedes cami-
nar bien, sola; ya que no hay nada que te vaya a comer –le dijo el joven.
–¿Qué tienes por allá que andas tan apurado? Quédate aquí
conmigo, para que me hagas compañía. Voy a pernoctar aquí, estoy
muy cansada, y además tengo sueño –le dijo la joven. Se quedó muy
preocupado y afligido con aquello. Tenía ganas de echarse a correr hu-
yendo de la presencia de la mujer, pero estaba sumido en varios pensa-
mientos. «¡Caramba! ¿Qué será de mí después de esto? ¡Qué desgracia
la mía que estoy aquí a causa de algo así!», se decía. Y se quedó; se
apartaron luego a un lado del camino donde [había] unos árboles. La
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6. Escritores wayuu
la burra por allí. Por eso, según dicen, la halló después cuando el sol
estaba levantado (como de ocho a nueve). La encontró paciendo al
pie de una colina. Ya que él rondaba buscando otra cosa sino a ella;
se le acercó con sigilo; la mató después; le rompió la cabeza con unas
piedras. Y después se fue para su casa. Andaba muy mal y caminaba
tambaleándose por el camino.
Pues bien, en cuanto llegó a casa contó todo lo que le había pasado
antes en el monte. Los familiares se afligieron por aquello.
–¡Qué lástima contigo, que algo te ha perjudicado, ya que por eso
ya nada te irá bien! –le fue dicho. Pues bien, le colgaron un chinchorro
a él debajo de su enramada y se puso a dormir.
Luego después durante el sueño, vio asomarse hacia él la mucha-
cha encima de la burra, la que había visto por allá por el pozo. Llegó
ella hasta donde él, detuvo su cabalgadura bajo el alero de la enramada
de él. Ella se puso a regañar y le dijo muchas palabras.
–Conque ya estás aquí después de haberme matado. Lo que has
hecho está muy mal; tu maldad es muy crecida. ¡Qué rabia me da
que me hayas matado! La verdad es que yo no te había hecho nada
ni había dado motivo. Yo me la pasaba parada alrededor de tu pozo
sedienta, con el deseo de que me regalases tan siquiera un poquito de
agua. Tú no te mostraste nada llano o asequible, me rechazabas. Yo
era el blanco de tu ira; me dabas palos, otras veces me mediomatabas.
«Allá voy, si será verdad que es malo», pensé, y por eso decidí darte
de comer mi excremento y darte de beber mi orina a causa de tu
maldad. Antes no había tenido ninguna mala intención para contigo.
Pero ahora tendrás que morir lo mismo que yo –le dijo al joven en el
sueño. Y ella se apartó de su lado y se fue por donde antes la había
visto salir.
Pues bien, en cuanto se despertó el hombre, contó en seguida su
sueño a su madre, a la esposa y a los hermanos. Y ellos nada pudieron
hacer por él, sino que lloraban de la tristeza.
Pues bien, después de eso, se agravó el hombre, tenía fiebre, vomi-
taba sangre; y se murió. Fue llorado y finalmente sepultado.
Aját’ta müsü’ jaa kuéntakalü (Y así acaba el cuento).
( Jusayú, : -)
Relato del sueño de un venado yama y de la adivinanza de Maja’lóusérrai
Literatura wayuu
ba allí donde solía estar siempre. Era demasiado manso, no era nada
arisco ni brioso. La chirita hacía su nido entre sus cuernos, por eso
lo llamaban serru’máuwai. Y además su cuerno tenía vello como una
pringamoza y por eso lo llamaban yawóuwai, «cuerno de pringamoza».
Y el Maja’lóusérrai, por su parte, era un zorro muy astuto. Misterioso,
adivino, era amigo del yama.
El venado de este relato formaba pareja con su esposa, que esta-
ba entonces preñada. Vivían en una tierra buena, apartada de la po-
blación, en sus contornos no había casas. Era dilatada y tenía buenos
6. Escritores wayuu
sino que se quedó quieto en su pastadero.
Pues bien, un tiempo después soñó casi amaneciendo. Tenía pe-
sadillas, durante el sueño era víctima de un ventarrón. ¡Cómo sufría!
Rodaba, se le caía el penacho. Se puso triste cuando se despertó.
Dejó de comer, estaba muy asustado con la expectativa de que algo
podía sucederle. «¿Qué significará ahora este sueño mío? ¿Será que
yo voy a ser víctima de alguien?», pensaba. Pues bien, inmediata-
mente mandó un recado con la mujer a Maja’lóusérrai: «que venga a
donde mí mi amigo, para que me adivine un sueño que he tenido»,
le avisó. Y ya que a Maja’lóusérrai tampoco le faltaban las ganas,
respondió:
–Que espere quieto en su casa, mi amigo, que yo a la noche iré
por allá.
Pues bien, como no hay nada que no se sepa, se enteraron inmedia-
tamente los animales del monte de que Maja’lóusérrai iba a adivinar.
. La adivinanza por medio del tizón de ciertos árboles (el jashírrü, por
ejemplo). El tizón es del grueso de un palo de escoba, no echa humo ni
llama, solo tiene la brasa brillante en un extremo. (Nota del original).
serio, pero que se nos echa encima. No es para un tiempo más tarde.
No es ninguna broma; probablemente vamos a morir todos. Sábete
que hacia nosotros vienen muchos cazadores. Tú vas a ser asesinado
junto con tu mujer. Es necesario que se escondan ahora mismo; o si no
que se vayan lejos; puede ser que ustedes se salven. Háganme caso, no
es mentira lo que les estoy diciendo, lo ha visto mi adivinación –decía
Maja’láusérrai.
Pues bien, el yama no hallaba qué hacer, sino ponerse cabizbajo.
Lloraba, se entristeció con todo aquello:
–Claro, por supuesto que sí es verdad lo que has dicho tú, amigo
mío. Yo ya había soñado mucho antes que iba a ser asesinado. ¿Qué
posibilidad tengo ahora de salvarme? El hecho de que haya mandado a
adivinar era únicamente para confirmar la verdad. No importaría que
yo muriese; me sentiría contento si sobreviviese mi mujer para el bien
de mi hijo. Que de esa manera él sería el que crecería en mi pastadero;
pero si la asesinan junto conmigo no existiremos ya más en todo el ám-
bito de nuestra tierra, ya que no habrá nadie que nos sustituya –decía
el venado yama en medio de su lloro.
6. Escritores wayuu
–¡Ja ja ja ja! Aquí habrá algún tonto a quien encontrarán. Aquí
habrá alguno que será alcanzado. Aquí habrá alguno que será muerto,
en cambio nosotros nos libraremos de los perseguidores metiéndonos
en la espesura de los tuneros –decían la perdiz y el conejo.
–Yo por mi parte me meteré debajo de las piedras para esquivarlos
–decía el oso hormiguero.
–Yo también me voy a esconder en algún hueco –decía el mapurite.
–¡Y dígame yo!... voy a correr inmediatamente delante de los ca-
zadores por entre el aritival; para que se caigan y se enreden detrás de
mí –fue el tigrillo el que lo dijo.
–A nosotros, por nuestra parte, nada va a pasarnos a causa de ellos.
Ni aunque nos persiguiesen a caballo; el pedazo de caballo no podrá
con nosotros, lo dejaremos atrás –decían el venado liviano y el mata-
cán. Pues bien, las voces de los animales formaban un guirigay:
–Yo haré esto, yo haré esto –decían unos por aquí, otros por allá.
–Ni aunque los perros nos persiguiesen nos alcanzarían –había
quien decía.
–Yo esquivaré a los cazadores subiéndome a las puntas de los
cardones –dijo también la iguana por su lado.
Por su parte Maja’lóusérrai, como nada podía afectarle, estaría
bien lejos escondido. Pues bien, después de todo eso salieron y se
dispersaron los animales. Inmediatamente Maja’lóusérrai salió tro-
tando quién sabe a dónde. Por otro lado se fue el venado yama con
su mujer a otras tierras.
Pues bien, como lo que había dicho Maja’lóusérrai no era ningu-
na mentira, después de haber hecho él su adivinación en la noche, al
amanecer del día siguiente llegaban unos cazadores. Ya que aquella
gente no buscaban otra cosa, se dispersaron en distintas direcciones
siguiendo los rastros de los animales. Lo que vieron por todas partes
no era otra cosa que las huellas de los animales que según ellos iban a
esconderse. Se escuchaban gritos y latidos de perros.
La gente que quería comer carne de su presa no era poca; corrían
por todo el contorno. Algunos iban a caballo, algunos a pie. Algunos
llevaban armas de fuego, algunos llevaban flechas. Y otros no llevaban
sino rolos. Pues bien, los animales estaban como desesperados. Algunos
eran ojeados desde el matorral. A algunos los empujaban del cerro hacia
abajo. A algunos los sacaban los perros de los huecos. A otros los baja-
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ban de los árboles a pedradas. Pues bien, ¡cómo les hacían sufrir a los
animales! Aquellos que antes habían hablado con tanta euforia se veían
ahora impotentes y sin saber qué hacer. Les echaban los caballos encima
para que los pisoteasen. Los acribillaban a balazos; los flechaban; los
apaleaban, algunos eran capturados por los perros, algunos se alejaban
I
. Con un trotecillo como de lado propio de perros y de zorros. (Nota del original).
lentamente, además se detenían a cada rato a descansar. Pues bien,
como los caballos no son nada lentos, fueron alcanzados prontamente.
–Mira, creo que nos han alcanzado. Tengamos cuidado con nues-
tra vida; vamos a correr para allá –había dicho el yama apenas oyó el
grito hacia allá. Aunque la hembra corrió con él un ratico, sin embargo
de pronto se cayó y no pudo incorporarse; por lo cual él irremediable-
mente no pudo hacer sino quedarse parado junto a ella a la expectativa.
Pues bien, los venados fueron tratados despiadadamente cuando
llegaron a donde ellos. Los hicieron pisotear por los caballos, los acri-
billaron a balazos y además los mordían los perros. Ahora bien, ¡qué
contentos estaban los cazadores!
–¡Qué bien que hayamos tenido tan buena suerte! Ahora sí nos
hartaremos con la carne de nuestra presa –había quien decía.
Pues bien, después de aquello no tardaron con los venados yama.
Fueron desollados, les abrieron los vientres, les arrancaron los cuer-
nos. Dividieron sus carnes; repartieron a los otros cazadores. Las vís-
ceras o tripero se lo dieron a los perros junto con el venadito.
Dicen que según la historia así fue el venado de cuerno de chirita,
6. Escritores wayuu
con el cual se murió también la hembra. Eso de que él era víctima de
un ventarrón en su sueño, se debía a que iba a ser pisoteado por los
caballos; y en cuanto a que antes se le caía el penacho, era que iban a
arrancarle los cuernos.
Aját’ta müsü’ jaa jia’ (Y se termina esto).
(Jusayú, : -)
Katá-Ouu
Vida
Por la fuerza de estar vivo,
siguen los frutos del cactus
alimentando la paz de los pájaros;
siguen mis ojos encontrando
a Iwa y Juyou…
Siguen los sueños conciliándonos
con nuestros muertos.
(Apüshana, : )
Wayuu
Yo nací en una tierra luminosa
Yo vivo entre luces, aun en las noches
Yo soy la luz de un sueño antepasado
Literatura wayuu
A Mmá, la Tierra
Mmá, la Tierra, guarda su bien
para los pasos suaves…
arrojarás en ella las semillas propias
y nacerán compañías generosas.
Woumain
Nuestra tierra
Cuando vengas a nuestra tierra
descansarás bajo la sombra de nuestro respeto;
cuando vengas a nuestra tierra
escucharás nuestra voz, también,
en los sonidos del anciano monte.
6. Escritores wayuu
Si llegas a nuestra tierra
con tu vida desnuda
seremos un poco más felices…
y buscaremos agua
para esta sed de vida, interminable.
(Apüshana, : )
Erra
Visión
De nuevo la fiebre en la ranchería
Namatiria –la piache–
masca yüi oscuro y susurra…
Es ciega y ve.
Jouktai –el viento del este–
observa tranquilo.
Namatiria masca yúi oscuro y susurra…
está viva y es también el sueño:
nosotros, la gente, somos ligeros,
y para no abusar del mundo está
pulowi –el misterio–, la decoración.
Pulowi no es mala… pulowi es tu miedo…
es tu vergüenza…
es la flor que se hace visible en la noche.
Marara
El anciano Marara,
de los Uriana de Taroa,
nos visitó de paso
y habló de las traviesas escondidas
de Ka’i –el Sol–
en Palaa –la Mar–.
Nos contó de cien adivinanzas de Pulowi,
Literatura wayuu
una decía:
«Es reflejo de lo que no tiene rostro».
Culturas
Tarash, el jayechimajachi de Wanulumana, ha llegado
para cantar a los que lo conocen…
su lengua nos festeja nuestra propia historia,
su lengua sostiene nuestra manera de ver la vida.
Yo, en cambio, escribo nuestras voces
para aquellos que no nos conocen,
para visitantes que buscan nuestro respeto…
Contrabandeo sueños con alíjunas cercanos.
(Apüshana, : )
Ipa
Piedra
Allí la piedra de siempre
la de los ancestros:
que guarda miradas
que guarda lagartos.
Es la piedra de tantos muertos,
de tantas lluvias:
que guarda gritos
que guarda plantas.
Es la piedra de tantos vivos,
de tantos silencios:
que guarda corazones
que guarda serpientes.
Allí volverán a cantar los pajaritos
para sacar los sueños.
(Apüshana, : )
6. Escritores wayuu
Lapu-trama
Sueño-venado
Busco en el espejo del agua
el rostro del irama
que fui en el sueño de anoche…
Hay un chinchorro entre el sueño del wayuu
y el sueño propio de Mmá –la Tierra–.
Aleker
Araña
Escucho al anciano
y así veo que en mis ojos
están los ojos de wonkulunserrü –el búho–,
y descubro que bajo una piedra
se oculta un grito o un silbido
de aire oloroso o amarillo.
Y siento que mata mis brazos;
son también brazos de la araña
y la he escuchado: Sheeeseen… sheeeseen…
como el sonido de la persona
que pasa a nuestro lado.
(Apüshana, : )
Jierru
Mujer
La vida está aquí, plena, entre mujeres…
Mi hermana, la mañana
Mi mujer, la tarde
Mi madre, la noche
Mi abuela, el sueño.
Literatura wayuu
Rhumá
Esta tarde estuve
en el cerro de Rhumá
y vi pasar al anciano Ankei del clan Jusayú…
y vi pasar a la familia
de mi amigo «el caminante» Gouriyú.
Y vi la sobrevivencia del lagarto
y vi nidos ocultos de paraulata
y vi a Pulowi vestida de espacio…
y vi a Jurachen –el palabrero–
caminar hacia nuevos conflictos…
y vi a kashiwana –la culebra– cazar
a un cabrito perdido,
al ave cardenal salir de un cardón hueco…
y vi el rojo del último sol del día…
y, ya a punto de irme, vi a un grupo de alijuna
venidos de lejos,
felices
como si estuvieran en un museo vivo.
(Apüshana, : )
Kaitunali
…en la entrada de Kaitunali
se levanta un cactus de brazos abiertos e inclinados
como gritando: ¡Abrazos aquí! ¡abrazos aquí!
6. Escritores wayuu
como imitando al viento del este: ¡Suuu p! ¡Suuu p!
Palaa
Mar
Keenasü Palaakaa te’iralu’u… notpa’alu’u na katakana o’u.
Müin aka tia te’raja akuwalü tü toushi tamaajatkaa
apütüitpakaa shiipüshe peje sünain tü süshikalüirua palaa.
Vivir-morir
Kataa ou-Outa
Crecemos, como árboles, en el interior
de la huella de nuestros antepasados.
Vivimos, como arañas, en el tejido
del rincón materno.
Al guaimpiray guajirer
Guaimpiray conversador, vigilante de mi salada curiara eres,
y también sois del tótem milenario de los bardos Uriana y su lira,
por eso del pensil de la tribu solariega sus lindas mujeres
en la aurora que arrebola y cuando el sol de los venados expira
ósculo esotérico te envían mirando ritualmente al Jepira.
6. Escritores wayuu
y el sol se abrirá sobre la frente de tu prole cual lírica flor»;
y hoy cuando la prisa del tiempo tala a mi alma en la espera
creo verte orondo cantando en la alataya de aquella palmera.
(Ferrer y Rodríguez, : -)
Bochinche bochinche
Los nuevos Judas
en el Sanedrín de los alijunas,
van a vender cara la pobre sangre del guayú;
los desaforados con burdas caretas servunas
miran a la manada servil con ojos de ñandú.
Literatura wayuu
I
ATALA URIANA
Tu wanee ataakalu
Otra piel
Tu wanee atoutaakalu
koo’ oyootaasu taya sunainjee
ojuítusu sutalu’ujee wanee jieru
waraita miuu sumaa talaataa
watta saalia ka’i
eepunaa wopu wuitashiipunaa.
Ayaawajataasu anneeruirua
makalaka shiliwalaírua
iiwoulujutu,
atunkataasu suirun
lapukajatu
jee asusu mapa
alu, ujuushí cha iipunaajee
6. Escritores wayuu
notuma wayu
anakana anuiki.
(Ferrer y Rodríguez, : -)
Otra piel
Tu wanee ataakalu
Hoy he salido envuelto
en la piel de una mujer que hace muchos soles
caminaba airosa por caminos
orillados de verdor.
Tanuiki
Mi palabra se quedó prendida
en la piel del pasado,
se quedó en el polvoriento camino
que ya está cansado de serlo.
I
La fiesta patronal
José
es wayuu
y marido
de María.
Se enamoraron
en Uyatsira.
Se casaron
en Sirapuwa.
José
parece cojoreño
y María jarareña.
Una linda noche
al pie
del cerro Aáyajuui
en el rancho de José
6. Escritores wayuu
entre chivos y burros
al regazo
de María del cielo
bajó un niño.
Era el hijo de Ma’leiwa.
Nuestro tata Dios.
Jesús, María y José vivieron en
Castilletes.
Allí el bebé
gateaba sobre
el espejo de agua
de la laguna de Cocinetas.
También
habitaron
en Winkuwa,
donde Cristo
se irguió
y aprendió
a caminar
sobre
las aguas
del golfo.
José era carpintero
de orillas,
calafateaba botes
desde Chimare
hasta Caimare.
José y María
andaban por
la tierra firme.
Jesús también
viajaba,
pero caminando
sobre las aguas
del mar.
Ahora José
vuelve
Literatura wayuu
a este pueblo
por vuelta
de Maicao.
Paraguaipoa
saluda
I
a José
y a toda
la gente de Dios.
En La Guajira
todas las noches
nacen angelitos
muchachitos igualitos
al Hijo de Dios.
Cuando
madres,
las wayuu
con sus crías
parecen
vírgenes parías.
Toda la sabana
es un
gran pesebre.
Este desierto
será bendito.
En su suelo
debemos sembrar
el amor
para cosechar
la paz.
Jesús
fue bautizado
cuando grande
metido de pie
hasta las rodillas
en unas aguas
igualitas a Caño Sagua.
Jesús no tuvo padrinos.
6. Escritores wayuu
El viejo
Juan Bautista
lo bautizó de pie.
Nadie lo cargó
se bautizó parado,
era grande y sagrado
comía legumbres
como las del mercado
y peces igualitos
a los de Paijana,
Cojoro
g y Kasusain.
A los wayuu
los bautizan chiquitos.
Así también
fui bautizado.
Ahora
cuando grande
y ya jecho,
quiero ser bautizado nuevamente.
No encuentro
a Juan Bautista.
Debe estar
esperándome
sentado
en la playa
mirando al golfo.
Si me bautizan
de nuevo
que sea en Paraguaipoa, como
la vez primera, pueblito
sembrado
de casitas y cocoteros
sobre blancos médanos
que colimado vi
muchas veces
entre las orejas
Literatura wayuu
montadas en adornadas
y elegantes yeguas,
luciendo vestimentas
multicolores y prendas
de tumas, oro y corales.
Buscaré padrinos
entre los viejos
de este pueblo.
Yo quisiera ser ahijado
de Hilario Maneica,
Cuchon Mingo,
Brioso Meliton Reinoso,
Manuelito Silva,
Carlos Rincón,
Fernando Arévalo
y Don José Antonio
Semprún.
Yo quisiera ser
ahijado de
Yawasa’ai,
Aleuta,
Achonushi
y del viejo Ke’imashi.
Yo quisiera ser
ahijado de
Delfina Mapparí,
Olivia,
Zenaida,
Josefina Marín
y de la doctora Carola
Raveil.
Si me bautizan
6. Escritores wayuu
de nuevo
quiero que sean testigos
W’a’ lepenta,
Majuncho,
Emelindro,
Chivito,
Callayá,
Ramonete,
Cochinito,
Panelita,
Gabriel Mendoza,
Chacame Larteal,
y Albino Urdaneta.
Si me bautizan
de nuevo
que me mojen
el cabello
con unas gotas de agua
de un aguacero torrencial.
Que me echen
en la frente
sal de Castilletes
y en el ombligo
agua de Cocinetas.
En mis pies
arena de A’yajuui
y en la boca
agua del tierno coco
de las alegres palmeras
que me vieron al nacer.
Si me bautizan
de nuevo
que sea
metido hasta el cuello
en el caño
de Sagua.
Si me bautizan
Literatura wayuu
de nuevo
le escribiré
a Piruca,
Jesús Espina
y Anneeruuta.
I
Si me bautizan
de nuevo
quisiera comer
paledoñas de Los Filúos,
cojosa
y huevas de pescado fritas
como la vez primera.
Si me bautizan
de nuevo
que me brinden
la dulce
y bendita agua
de los tiernos frutos
de los cocales
de mi abuela.
Si me bautizan
de nuevo
que sea
con un
sol caliente
en un cielo estampado
con nubes sin agua,
igual que medio siglo antes.
Si me bautizan
de nuevo
que sea en una plaza
con calles de arena
sombreadas
por matapalos
y almendrones.
Que me bauticen
6. Escritores wayuu
en aquella iglesia de pueblo
olvidado,
al lado
del viejo cuartel
cerquita de la tienda
de María Luisa y Manzanillo.
Si me bautizan de nuevo
llegaré en burro
por los lados de Ma’liicheein,
acompañado
de mi madre
vestida con manta
de zaraza nueva.
Esperaré
mi nuevo turno
de bautizo nuevo
comiendo
huevas de róbalo fritas
y bebiendo
la dulce agua
de los tiernos cocos
de las matas
de mi abuela.
Si me bautizan de nuevo
la iglesia tendrá olor
a incienso, aceite de coco, jabón
«Para mí»,
alcoholado borinqueño,
y a pescado frito
igualito
al olor
de los peces de Cesarea el
Jordán y Galilea.
Ojalá
me bauticen otra vez
para soñar
que nací de nuevo,
Literatura wayuu
de mi madre,
para estrenar
un trajecito nuevo,
y también
para viajar en burro.
(Pushaina en Ferrer y Rodríguez, : -)
RAFAEL MERCADO EPIEYÚ
Maleiwa
Maleiwa
me hizo tan hermoso
así como la primavera
que embellece a mi tierra
chispeando de magias
la lindeza en sus ojos
bajo el rocío de su amor.
6. Escritores wayuu
que habita
en las profundidades del mar,
así como la estrella fugaz
que solo un instante
brilla en el firmamento.
(Mercado, : )
Míranos, Señor
Mira, Señor,
mira mi alma
quemada y quebrantada
como montón de orquídeas
arrojadas en un basurero.
Míranos, Señor,
apiádate de nosotros.
(Mercado, : )
Literatura wayuu
I
JOSÉ ÁNGEL FERNÁNDEZ
Canto de la kaaulayawaa
Ahora que he escuchando el canto más completo
el canto de la «imitación de la cabra»
conozco por fin el verdadero rostro de la Madre Tierra,
disfruto su coro de llegada:
«He llegado nietecitos míos
no permitan que otros se burlen de mi vejez.
He llegado de lugares lejanos donde no se conoce el verano;
mis tinajas contienen agua dulce,
agua para brotar simientes
agua para calmar la sed iracunda».
Ahora que he escuchado el canto más completo
reconozco por fortuna una voz erótica
decir en su despedida:
«Ahora sí me voy, nietecitos míos,
regresaré el año venidero,
6. Escritores wayuu
las parejas que han unido el corazón en un mismo chinchorro,
el varón ha de labrar finas maderas para la urdimbre de su mujer,
la mujer ha de preparar y añejar chicha en totumas,
necesaria para apaciguar el hambre del varón
cada vez que se dispone a tejer huertos
imitando el paso de las adolescentes».
Ahora que he escuchado el canto más completo
puedo danzar contigo a pleno mediodía
descalzo y con el corazón en las manos,
sí, danzar contigo anciana kaa’ulayawaa
como un tributo a la Madre Tierra
orquestado de dúo en dúo
y así reconocer el amor verdadero
entre Juyá y Mma.
(Fernández Wuliana, : -)
Sueño oro
Oro, sueño contigo.
Oro puro, mi arma en sueño,
agua cristalina salta de mis manos
reluciendo tu ensarta de cornelinas,
reluciendo las plumas de pavo real
durante la brillantez de la luna,
reluciendo y reluciendo mi diadema
adornada con plumas de gallo fino.
(Fernández Wuliana, : )
Literatura wayuu
I
LINDANTONELLA SOLANO MENDOZA
Fugitivo Palaa
Entra un fugitivo Palaa,
brinda su etílico sabor
a martes de Morfeo
errante y extasiado
por Kashi.
(Solano, : )
Akuaippa
Costumbres
Cuidar el aa’inmajaa
es vestirse de talataa.
Criar con awiirra,
es llenar al karalouukta
de amüliala,
6. Escritores wayuu
Por eso es bueno caminar
hacia la wanatsii
de la pütshi,
junto con la apüshi,
para emprender el akua
de retorno al vientre
de Mma.
(Solano, : )
6. Escritores wayuu
ese. Me quedé cerca, detrás de una matera. Vi como mamá le entrega-
ba un chinchorro, tres mochilas y un collar de coral.
–Comadre, es el pago del jarrón –dijo mamá.
Hablaron más, pero no entendía las palabras. Luego mamá salió,
sin intención de llevarme. Corrí por la cocina y atravesé el patio, me
arrastré por el boquete por donde sale el perro y di justo con el burro
en que había llegado mamá. Rápidamente subí al animal y como un
ovillo me metí en el mochilón de mercar. A los pocos minutos sentí
que el bruto se movía y ya no quise ni respirar.
Escuché la orina del asno sobre el río. Ya estábamos llegando. Su-
daba por el calor y empecé a moverme en la mochila, mamá descendió
de la bestia extrañada, bajó las compras y el mochilón. Ya en el suelo
salté entusiasmada y corrí en dirección de la ranchería.
Motsas fue el primero en verme. Mientras tomaba chicha mi papá
hablaba con mis abuelos en la enramada de yotojoro. Miré a Motsas y
sin hablar nos entendimos. Corrimos al río y nos bañamos hasta que
los ojos enrojecieron por el agua. Motsas llevaba guayuco y unas wai-
rriña raídas por el uso. Su piel curtida brillaba entre las tunas. Le con-
fesé que dormía en una cama de la cual me caía sin falta cada noche.
Por la tarde recogimos los chivos, les quitamos las tunas que traían
prendidas. Trepé en el corral y ordeñé la chiva parida. Después volvi-
mos a bañarnos; Motsas hizo piruetas en el agua y salimos cuando los
mosquitos nos acosaron. El cansancio ganó en la noche. ¡Soñé estar en
la ranchería, que sueño maravilloso!
Al día siguiente, otra vez sentí el apretón de mano y los familiares
en la puerta del rancho. Motsas nos seguía, brincando y escondiéndo-
se entre los trupillos, hasta llegar al río.
–Es por tu bien –dijo mamá sin mirarme.
Nuevamente llegué a la casa de las hermanas mandonas, así las
llamaba a escondidas. No entiendo por qué vine aquí si nada me falta-
ba en la ranchería. Allá libremente brincoleaba por la salina inmensa,
robaba los nidos de las tórtolas en las noches y mi abuela no me decía
nada cuando me bañaba incontables veces en el arroyo. La veía llenar
sus múcuras con parsimonia y podía hacerlo más aprisa, pero me daba
tiempo para zambullirme más en la corriente.
El tiempo pasaba. La rutina volvió. Haz esto, mueve aquello, diga
a la orden, desee buenas noches, indiecita nuevamente.
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
Han pasado ocho navidades y no he visto a mamá. Voy al colegio.
Sé por mis amigas que dibujo bien. Olar siempre alaba mi aseo y or-
den. No volví a quebrar nada. Me tienen confianza y puedo disponer
de todo en la casa. Natividad, Guillermina y Flor son solteronas. Aho-
ra que las quiero deseo que consigan novio, pero el último tren les pitó
antes de llegar yo a su hogar.
En esta Navidad pedí permiso para realizar una fiesta y me lo
concedieron. Las mandonas ese día se encerraron temprano para no
escuchar la música. Por la tarde, alguien dijo que me buscaban y salí
a la puerta. Una mujer mayor con una manta floreada, seis gallinas y
un cabrito me esperaban junto a un burro. Era mamá. Estaba curtida
y arrugada por el sol. Me abrazó y sentí su olor a humo. Me separé
rápidamente pensando que podría ensuciarme el vestido de la fiesta.
La metí a la casa por el portón del patio, para que no la vieran, pues
había invitados en la sala.
–Vengo por ti, es tiempo de volver a los tuyos –dijo mamá.
–No puedo, mi madrina me necesita –contesté.
–Ella tiene a sus hermanas –añadió mamá.
–Yo les atiendo la casa –repuse.
–Le dije a tu madrina que volvería cuando crecieras.
–No me quiero ir –dije secamente.
Mamá se fue, y no salí hasta cuando supuse que iba lejos. En las
vacaciones de mediados de año Flor me obligó a ir a la ranchería, dis-
tante diez kilómetros de la ciudad. Motsas es un hombre ya, sacrifica
chivos y vende la carne en el mercado de Riohacha. Mi abuela está cie-
ga y no da para pararse sola. Cuando llegué todos me miraban como
algo extraño. Todos han cambiado, excepto el paisaje inquebrantable
del desierto.
La primera noche no pude dormir por los zancudos y me caí del
chinchorro. Añoro la luz eléctrica y los programas de televisión. Me
aburro demasiado y no me gusta bañarme en el río, veo el agua dema-
siado sucia. Solo duré una semana.
En cada asueto voy unos días y cada vez demoro menos. Cuando
me encuentro con algún familiar en el mercado me escondo para no
saludarlo. Ni yo misma me explico este desafecto a mi raza. En la ma-
ñana vi a mamá con unos sacos de carbón de madera y no me atreví a
Literatura wayuu
La señora iguana
Hacía un año que no llovía en Panchomana. Los trupillos habían
perdido sus hojas, las yerbas saladas estaban secas y el suelo parecía
6. Escritores wayuu
de arena amarilla.
A medida que se acercaba escuchaba el canto feliz de las aves. En
las copas de los árboles había paraulatas, canarios, cardenales guajiros
y hasta conoció el famoso pájaro utta que tiene bigotes y es de color
marrón con un collar blanco en el pescuezo.
Subió por la loma hasta encontrar una choza de barro y techo
de palma. Estaba cercada por árboles de tamarindo, jovita, aceituna,
marañón y ciruela. Sus ramas largas daban sombra y el clima era
fresco. Junto a la casita había una enramada y un jardín donde se
asomaban coquetas flores de trinitarias, cortejos, corales y rosas de
La Habana.
De pronto apareció la señora Josefa, se acercó a un pozo, tiró de
una cuerda y sacó del fondo un balde con agua; llenó dos baldes que
estaban junto al pozo y empezó a regar los árboles uno por uno. Des-
pués mojó el jardín y por último rellenó una fuente en el centro del
patio donde docenas de pajaritos se acercaron a beber sin miedo.
La señora Iguana decidió treparse en la palmera más alta de la
granja. Desde allí pudo ver el desierto extendiéndose plano hasta tocar
el mar.
En la mañanita los pájaros inundaron con sus trinos el ambiente,
y antes de levantarse el sol en el oriente la señora Josefa salió a bañar
nuevamente sus palos. Al terminar barrió las hojas que caían al suelo
y las apiló en una zanja alejada un poco de la casa.
Al cocotero donde estaba alojada la señora Iguana se acercó una
paloma.
–Buenos días, no la había visto por aquí –dijo el ave.
–Vine ayer del desierto de Panchomana y estoy sorprendida de ver
la felicidad de los animales –explicó la señora Iguana.
–Vivimos en paz –expresó la paloma– la señora Josefa nos regala
agua, no permite que nadie robe nuestros nidos y prohibió a sus nietos
acosarnos con hondas o escopetas.
–Pero no he visto ningún niño por aquí –añadió la señora Iguana.
–¡Visitan los domingoooos! –gritó la paloma antes de volar por el
cielo azul.
La señora Iguana caminó entre las ramas y se acomodó en un acei-
tuno. Tomó dos hojitas y se las comió. Estaban dulces y frescas. Desde
allí podía ver a la señora Josefa tejiendo un hermoso chinchorro mul-
Literatura wayuu
na –aseguraron todos.
El domingo muy temprano llegaron diecisiete nietos y ocho hijos
de la señora Josefa. El bullicio de sus voces alegró la granja. Ayudaron
a regar las plantas, armaron un fogón y entre todos prepararon una
sopa. Después del almuerzo colgaron chinchorros en la enramada, al-
gunos descansaron, otros se pusieron a jugar estrella china y los más
pequeños corrían tras una pelota.
En la tarde, antes de irse, Rebeca, hija de la señora Josefa, roció
con petróleo las pilas de hojas secas y las quemó. Se armó tal llama-
rada que los pájaros volaron despavoridos a resguardarse del humo.
Todos los días después de regar los árboles la señora Josefa tejía sus
chinchorros multicolores. La señora Iguana le comentó al conejo gris:
–Quiero aprender a tejer chinchorros para ayudar a la señora Jo-
sefa.
–Tus manos son muy cortas y no podrás trenzar los hilos –dijo el
conejo.
–Voy a practicar –añadió la señora Iguana.
–Te puede ayudar el pájaro gonzalico, que teje sus nidos como una
gran mochila –informó el conejo.
–Buena idea –concluyó la señora Iguana y salió a buscar al gon-
zalico.
Lo encontró acariciando sus pichones y le pidió colaboración.
–Construyo mi nido con el pico, voy colocando ramita por ramita.
Hago alrededor de cuatro mil viajes, pues a veces se me caen los pali-
tos. Pero no se nada de chinchorros –se excusó el gonzalico.
Al siguiente domingo la señora Iguana se encaramó en un árbol
de acacia. La señora Josefa estaba enseñando a su nieta Sibil a tejer
chinchorros, y la señora Iguana no quería perderse la clase. De repente
un viento del sur empezó a mecer los árboles, era tan fuerte que las
ramas se agachaban casi tocando el suelo. La señora Iguana, nerviosa,
se agarraba con sus patas delanteras al tronco.
Otra arremetida del viento del sur hizo que la señora Iguana cayera
6. Escritores wayuu
al suelo haciendo un ruido al golpe de su cuerpo con la tierra. Su piel
verde contrastaba con la arena amarilla. La señora Josefa la vio y lanzó
un grito.
–¡Mátenla o acaba mi jardín!
Al instante los muchachos se armaron de piedras y palos. La seño-
ra Iguana corrió llena de pavor, sentía su corazón latir apresuradamen-
te. Las piedras le pasaban cerca de la cabeza y un palo alcanzó a herir
su cola, pero no se detenía. Angustiada y sin fuerzas se ocultó entre
unos cardones. Cuando los niños se devolvieron, muy triste la señora
Iguana se puso a llorar.
Decidió marcharse de la granja. Una ardilla que comía coco la lla-
mó.
–Venga usted hoy a almorzar conmigo.
–No puedo; abandono la granja para siempre –respondió la señora
Iguana y le narró lo sucedido.
–Habla con la señora Josefa y cuéntale que tú no dañas su jardín.
–Es imposible. Tan pronto me vea querrá matarme.
–Entonces escríbele una carta.
–No sé escribir –dijo la señora Iguana.
–Aprende –le animó la ardilla.
Después de darle las gracias por el consejo, la señora Iguana se
encaminó a la escuela Santa Rita.
Con dificultad trepó por la pared, se agarró de los calados y se
acomodó en la ventana. La maestra Nicolasa enseñaba las vocales a los
niños. Con un mes de clases aprenderé a escribir de corrido –pensó la
señora Iguana–. De repente un alumno la vio y empezó a gritar.
–Una iguana, una iguana.
Se formó tal alboroto que los niños corrían despavoridos. Los más
grandes empezaron a lanzarle peñascos. Temblando de miedo, la se-
ñora Iguana subió al techo y se escondió en una gárgola. Como los
estudiantes no pudieron trepar a la azotea volvieron a su salón.
Solo cuando aparecieron las estrellas en el cielo la señora Iguana
bajó del techo y se perdió en los matorrales.
Triste y sola la señora Iguana lloraba en un cacto. De pronto apa-
reció en el camino una joven. Asustada intentó huir, pero la chica can-
taba alegre mientras tomaba unas fotografías.
Le tomó fotos al cielo lleno de nubes blancas, a un rebaño de ca-
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
ESTERCILIA SIMANCA PUSHAINA
6. Escritores wayuu
–¡Irasü taya! Estoy simple, estoy simple. ¡No he comido nada con
azúcar ni sal en este encierro, es por eso que estoy tan pálida y flaca!
–terminaba llorando la pequeña doncella que aún no comprendía por
qué la habían encerrado.
«Durante todo este tiempo he visto por las rendijas de la puerta
como mis tíos han construido un telar en la enramada del rancho don-
de me encuentro, y como han colocado sábanas alrededor de la enra-
mada para ocultarme de las miradas de la gente. Antes de que hicieran
el telar, las viejas Yotchón y Jierrantá me enseñaban a tejer mochilas,
pero debo confesar que mis manos no son como las de la doncella
desconocida de la leyenda de waleket, la leyenda de la araña, de donde
dicen los viejos que los wayuu aprendimos a tejer. Aún no aprendo
lo más sencillo y las puntadas se me enredan. Si de mi progreso en
el tejido dependiera mi salida de este encierro, creo que me quedaría
encerrada de por vida.
»Hace días escuche la voz de mi tata. Quise salir a su encuentro,
pero me lo impidió la vieja Yotchón agarrándome bruscamente por la
cintura y arrojándome al piso de tierra del rancho. En esos momentos
lo que sentí fueron unas ganas intensas de agarrar la vara de wararat
que había en uno de los rincones y pegarle una limpia para desqui-
tarme de sus burlas por mis grandes orejas y por ser tan bruta para
aprender a tejer –como ella siempre me decía cuando me equivocaba
en una puntada–; pero no pude. Yotchón era hermana de mi mamá
Pitoria, mi abuela. Y así toda esa rabia se tradujo en un incontenible
llanto que comenzó esa mañana y terminó al medio día con sollozos.
»Después supe que mi tata había traído más hilo para tejer y un
saco de maíz para que prepararan la chicha. Pero esta vez me tocaba
moler el maíz, picar la leña y prender el fogón. ¿Por qué me tocaba
hacer esto, si siempre hemos tenido sirvientes que lo hagan? Recordé
a Karrawa, nuestra sirvienta, y pedí a mamá que mandaran por ella,
pero se negó. “Tú tienes que aprender”, fue lo único que me dijo. A
mamá parecía no importarle que mis brazos estuvieran cansados de
tanto darle vueltas a la manivela del molino. Yo nunca había preparado
la chicha, solo la endulzaba a mi gusto y me la tomaba. Nunca había
picado leña; a veces iba al monte a acompañar a Karrawa cuando ella la
buscaba y nunca había prendido el fogón porque siempre me fastidió el
fogaje en la preparación de los alimentos cuando Karrawa o mamá lo
Literatura wayuu
hacían. Nunca quise tomar chicha mascá porque me daba asco. Es que
eso de mascar uno la chicha y escupirla en una totuma para que otro
se la tome nunca pareció agradarme, y ahora resulta que tengo que
mascar chicha para unos invitados de mi tío Shankarit.
»Para ese tiempo aún no conozco los motivos que me llevaron a este
I
6. Escritores wayuu
era más rebelde, la monotonía la llevaba a comportarse como una chi-
quilla altanera, pero el caminar poco y mantenerse acostada la estaban
volviendo en una ermitaña. Se negaba a seguir con las clases de tejido
y a conversar con las viejas Yotchón y Jierrantá de cosas de mujeres.
Pasaba horas en el chinchorro que habían dispuesto para ella desde el
encierro y se mecía con fuerza hasta hacer crujir la madera del rancho.
Ketchón, su madre, la obligaba a bajarse tomando la vara de wararat
pegándole por debajo del chinchorro.
Una noche, mientras miraba la luna por un hueco que había en el
techo del rancho, pensó en Jimaai y recordó su aventura por Maiko’u
y el collar que él le había regalado y que su madre le quitó al momen-
to del encierro «Me pregunto si me recordará. Si habrá pasado por
nuestra ranchería ¿Por qué no lo escucho cantar, ni lo siento cuando
viene de regreso de pastorear? ¿Habrá preguntado por mí? ¿Sabrá de
mi encierro? Y… si lo sabe, ¿quién se lo dijo? ¿Por qué no ha intentado
acercarse? ¿O es que ya no extrañaría mi presencia en vacaciones? ¿Ni
se extrañaría al ver a Jayarra irse sola al internado?
»Otra luna –siguió pensando–. Ya con esta son ciento cincuenta
lunas, y aún no termina este encierro. Cómo quisiera verme en el
espejo, saber cómo he quedado después de que mi mamá me cortara
el cabello. Apenas puedo ver mi sombra durante el día, y sí: me ha
crecido un poco, pero no lo suficiente para cubrir mis orejas».
En la madrugada Iiwa soñó con una araña que al descender de un
hermoso árbol se convertía en una doncella. La doncella desconocida
halaba hilos de colores de su boca, y hacía hermosos tejidos. Iiwa, en
el sueño, se le acercó y vio cómo la doncella hacía con sus delicadas
manos tejidos que las viejas Yotchón y Jierrantá jamás habían hecho.
Figuras desconocidas para Iiwa, pero se asemejan a las figuras que
tejía una artesana de Nazareth, que Iiwa había visto algunas veces en
Uribia. Iiwa pidió a la doncella desconocida que le enseñara; esta sacó
más hilo de su boca y le enseñó a Iiwa las puntadas que no aprendía
con las viejas Yotchón y Jierrantá. Al llamarla su madre para el baño,
Iiwa despertó pensando en el sueño y se preguntó si todavía recordaría
lo que había aprendido en él.
Cuando terminaron de bañarla se vistió rápidamente, buscó los
hilos que su tata Valencia le había traído. Se sentó debajo de la enra-
mada y empezó el tejido que la doncella desconocida le había ense-
Literatura wayuu
ñado. Iiwa sonreía al ver cómo al combinar los hilos iban surgiendo
figuras perfectas, que sorprendían a las viejas Yotchón y Jierrantá. A
partir de ese momento Iiwa sorprendió con una variedad de tejidos y
combinación de colores que entusiasmaba a toda su familia. Iiwa, duró
un año soñando con la doncella desconocida que le revelaba con sus
I
manos y sin pronunciar una sola palabra, más y más secretos del tejido
wayuu. Iiwa nunca le revelaría a sus institutrices y a su madre sobre
sus clases secretas de tejido. En el último sueño con la doncella desco-
nocida, porque nunca los volvió a tener, Iiwa recordó en él la leyenda
de waleket y descubrió que aquella doncella era la misma que se había
convertido en araña al ser descubierta por su protector, el cazador que
la salvó al encontrarla sola y desamparada en el monte. Este la adoptó
y la llevó a su ranchería y en agradecimiento, todas las noches, cuando
nadie la veía la doncella desconocida halaba hilos de su boca y reali-
zaba hermosos tejidos para el cazador. Una noche fue vista por él y al
ser sorprendida se convirtió en araña y huyó hacia un árbol. Desde
entonces quedó convertida en waleket, en araña.
Así fue transcurriendo el tiempo y el encierro de Iiwa era cada vez
más satisfactorio para su madre y sus institutrices, las viejas Yotchón
y Jierrantá, quienes se disputaban las virtudes artesanales de Iiwa di-
ciendo cada una que la pequeña doncella había aprendido gracias a la
rigurosidad que cada una imprimía a sus clases.
Su piel era cada vez más tersa y menos cobriza, sus cabellos negros
y vírgenes habían crecido logrando ocultar sus orejas. Su nueva figura
delgada había dejado atrás a la niña gordita de cara de luna, para darle
paso a la majayut, la señorita que había despertado en el encierro.
Iiwa escuchaba atenta a las indicaciones dadas por su madre y por
sus viejas institutrices. Tomaba los brebajes preparados por la vieja
Jierrantá sin chistar. La vieja Yotchón, al ver el nuevo comportamiento
de Iiwa dejó de llamarla juche’e puliikü –oreja de burro– y empezó a
tratarla con respeto y más cariño. Su madre, en tiempos de luna nueva
cortaba las puntas del cabello de Iiwa para que le creciera más rápido.
A inicios del segundo año de su encierro, la doncella se enteró que
Jimaai se había ido de su ranchería, pero esta vez no fue a Maiko’u.
Su destino era más allá de la frontera. Se había ido con sus hermanos
mayores desde que se enteró que Iiwa había sido encerrada. Desde
entonces ya no se habían visto en las vacaciones, que tanto esperaba
6. Escritores wayuu
Jimaai para ver a Iiwa que venía del internado de Uribia. Se entriste-
cía al imaginarla en el encierro y teniendo como compañía a la vieja
Yotchón, que a todos les tenía sobrenombre, a él, por ejemplo, le decía
Mo’usaichon –que quiere decir «el que no tiene ojos»– por los ojos
pequeños y rasgados de Jimaai. Intentó en tres ocasiones acercarse
al encierro de Iiwa, pero fue sorprendido por la vieja Yotchón, quien
en las tres oportunidades lo persiguió con una vara de wararat y en
la última fue hasta Ichichon, su ranchería y habló con Karouna, la
madre de Jimaai por intentar ver a una princesa en su encierro. Desde
ese momento, y para evitar problemas, Jimmai fue enviado con sus
hermanos mayores a las serranías de Perijá.
Al enterarse Iiwa de los hechos ocurridos con Jimaai, las pregun-
tas que se hacía en sus noches de encierro ya tenían respuesta. El joven
Jimaai sí la extrañaba. Al principio se preguntaba: «¿Por qué Iiwa ya
no recoge pichiguelos?, ¿por qué la han encerrado y la han apartado de
nosotros?, ¿por qué tiene puesto la tía Ketchón el collar que le regalé a
Iiwa, si prometió nunca quitárselo?, ¿por qué no dejan que yo la vea?».
Su abuela, Marakariita, quien parecía escuchar sus pensamientos y
preguntas sin respuesta, le dijo:
–Cuando Iiwa salga de su encierro ya no será la misma. La niña
con la que jugabas a tumbar cotorritas de sus nidos y a la que le re-
galabas tortolitas se ha ido. Ahora será una doncella cuya belleza solo
se podrá comparar con la luna de primavera. Su encierro terminará
como el de todas las princesas, con una fiesta en una noche de prima-
vera y será ella quién en esa noche bailará la yonna. ¡Me imagino las
mantas de seda que lucirá Iiwa! –seguía diciéndole Marakariita a su
nieto Jimaai–. Los collares de oro y tu’uma que heredará de su madre
y los nuevos que sus tíos le regalarán.
Después de escuchar a su abuela, Jimaai fue a su chinchorro, se
acostó, cerró sus ojos y trató de imaginar a la nueva Iiwa, pero su men-
te solo lograba traer la imagen de la niña gordita de cara de luna. Por
último, agotado de tratar de imaginar la nueva imagen de Iiwa, pidió
al creador de sus sueños soñar con ella, pero en sus sueños solo vio a
un anciano aproximarse a él y decirle:
–Traigo la palabra del creador de los sueños de Iiwa, quien te man-
da a decir que la princesa tiene un espíritu protector que impide que
hasta en sus sueños puedan violar su encierro.
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
Manifiesta no saber firmar, nacido: 31 de diciembre
¿Por qué «manifiesta no saber firmar»?
Desde pequeña siempre me llamó la atención el que la mayoría de
los miembros de mi familia materna manifestaran en sus documentos
de identidad «no saber firmar» y que además, todos hayan nacido un
de diciembre, por lo que un tiempo creí que todos los Pushainas
nacían en esa fecha, les prometí a todos que cuando yo creciera ha-
ría una fiesta de cumpleaños a todos los Pushainas que habían en
la península de La Guajira, porque todos habían nacido un de
diciembre. Pero celebrar el cumpleaños a un grupo considerable de
Pushainas, (teniendo en cuenta que es uno de los clanes más nume-
rosos de la península) sería relativamente realizable, mas enseñarlos
a firmar, eso sí que sería difícil, por lo que empecé con mi abuelo Va-
lencia Pushaina (Colenshi) de la región de Paradero (Media Guajira).
Tenía mi abuelo setenta años de edad aproximadamente, y yo siete
años, cuando armados de papel y lápiz le di sus primeras lecciones.
Mis pequeñas manos trataban de llevar las manos grandes, callosas
y arrugadas de mi abuelo por el sendero de las letras cursivas, pero
al ver lo tenaz que sería mi empresa, decidí mejor enseñarle a firmar
en letra de «palito». Mi abuelo se dejaba llevar, pero al poco tiempo se
dormía. Fue por aquella época cuando llegaron unos cachacos a lle-
varle un diploma que lo acreditaba como un campesino colombiano,
en el día nacional del campesino. Escuché que mi abuelo debía firmar
un recibo que constatara que él había recibido dicho diploma. Me
puse en primera fila, estábamos todos en la enramada de la casa de mi
tío Ramón (Paraíso, Resguardo Caicemapa, Baja Guajira). De todos
yo era la única que esperaba que mi abuelo firmara. Por fin todos se
darían cuenta que mi abuelo ya sabía escribir su nombre, pero no le
entregaron un lapicero, le tomaron la mano derecha y humedecieron
su dedo índice en un huellero y estamparon su huella digital en el re-
cibo. Todos aplaudieron, menos yo, que el viejo Vale hubiese recibido
un diploma. Mi abuelo miraba el diploma y hacía como si lo estuviera
leyendo, pero no sabía que lo tenía al revés. Como era muy niña el
suceso se me olvidó al poco tiempo. Dejé de darle clases a mi abuelo y
me fui a jugar con mis primas. Transcurrió mucho tiempo cuando le
pregunté a mi abuelo por qué no había firmado el papel que le dieron
los cachacos y me dijo que él ya estaba muy viejo para hablar con el
Literatura wayuu
•••
I
Aquel mes de octubre fue como los octubres anteriores que lle-
garon ellos a nuestra ranchería, llegaron con la mañanita y con las
últimas lluvias. Mis primas y yo buscábamos y recogíamos leña para
quemarla y hacer con ellas el carbón que después iríamos a vender.
Los sentimos llegar en caravanas de carros. Así como cuando nosotros
vamos a comprar maíz al mercado de Uribia o cuando vamos a cobrar
una ofensa. La diferencia es que ellos llegaron en unos carros que pa-
recían de cristal, todos nuevos y lujosos, a los que les llaman burbujas;
y nosotros vamos en el camión viejo de mí tío, en la parte de atrás, de
pie y apiñados como las vacas, moviéndonos de un lado para el otro,
porque el camino está dañado y el puente que hicieron el año pasado
solo sirvió por dos meses. Ahora nos toca bajarnos para que el camión
pueda pasar sin peso el arroyo y así evitar que se quede atollado; pero
cuando llega el invierno el camión se queda en el Paraíso, nuestra ran-
chería, porque el arroyo crece y se lo puede llevar.
Dejamos nuestros oficios de buscar y recoger la leña y, presurosas,
nos acercamos a la enramada a donde ellos llegaron. Preguntaron por
mí tío Tanko, pero él en un principio no los quiso atender, dijo que
no han cumplido lo que prometieron. El puente que hicieron, hace
ya un verano y un invierno, ¡se cayó y no lo han levantado! Solo bas-
tó que lloviera para que el arroyo creciera y se lo llevara; tampoco
han traído el molino para sacar agua y preparar nuestros alimentos.
Aún seguimos tomando agua de las cacimbas y, cuando estas se secan
nos toca tomar de la misma agua donde toman los animales, gracias a
Juyá, la lluvia que llena nuestro jagüey. «Y la escuela, la escuelita que
prometieron para la comunidad y para que nuestros niños estudiaran,
tampoco la han hecho», decía molesto mí tío. Ahora entiendo porque
nunca aprendí a leer y a escribir; ahora entiendo el sentido de las pro-
mesas no cumplidas.
6. Escritores wayuu
Han traído, para mi abuela y mi abuelo, café –el que trae una
muñequita pintada sobre una hoja–, sacos de maíz, juguetes para no-
sotros y ¡cuatro llantas para el camión de mí tío! Ellos parecían no
escuchar las quejas de mí tío. Se le acercaban y decían que esta vez las
cosas eran diferentes porque el que estaba de candidato no era el papá
sino el hijo.
«Y ese sí es buena gente, hasta le mandó estas llantas nuevas para
su camión», le dijeron. Mi tío las miró y le pidió a mi hermano Saúl
que las tomara. Aceptó la visita de los recién llegados y mandó a col-
gar unos chinchorros para ellos, les sirvieron chicha agria y comieron
chivo asado. ¡Se comieron nuestro desayuno! No sé por qué tratan a
esta gente como si fueran caciques. No se dará cuenta mí tío de que
siempre lo engañan con las mismas palabras y los mismos regalos.
Todos estaban reunidos en la enramada más grande, la de las vi-
sitas. Sentados unos y otros acostados en nuestros chinchorros, to-
maban la chicha agria y hacían como si les gustara, pero al menor
descuido de mi tío había gestos de desagrado en sus caras; otros la
derramaban a propósito y fingían un accidente. ¿Acaso no saben ellos
que la chicha agria es la que le brindamos a quienes vienen a nues-
tra tierra, como muestra de nuestro respeto? Se reían de los cuentos
largos y aburridos de mi tío y a él parecía agradarle las carcajadas de
esa gente. Veía en la cara mi tío satisfacción cuando los recién llega-
dos le decían «mi tío». ¿Con qué derecho, si no lo tienen? Otros solo
vienen con esos ojos que parecieran mirar debajo de las mantas que
cubren nuestros cuerpos. Y sus mujeres, sus mujeres vienen buscando
niños para convertirlos en sus ahijados y así, según ellas, tener el deber
cristiano de cuidarlos y educarlos. ¿Educarlos? A qué le llaman ellas
educación si lo que hacen con nuestros niños es tenerles de sirvientes
en sus casas de cemento; decirles que la comida no se toma con la
mano, sino con la cuchara; que uno no debe andar por ahí con los pies
descalzos como los indios, como si no lo fuéramos; que no es ay que
es «yuca», que no es wat-tachón que es «mañana», que no es arika que
es «tarde», que no es aipá que es «noche»… que tú no te llamas Tarra
Pushaina sino «Sara Ramírez»…
–¿Ramírez? ¿Por qué?
–Porque eres mi ahijada.
–¿Y mi clan?
Literatura wayuu
Mis primas salieron como unas locas a cambiarse las mantas viejas por
unas nuevas y a pintarse las caras como las alijunas. Mi primo, Al-
fonso López, se llama así porque un señor que estuvo de paso por La
Guajira hizo el favor de bautizarlo, pero mi primo insiste en que es su
tío y que, además, fue Presidente de la República. Mi primo, Alfonso
López, les dijo que parecen «perritas en tiempo». No sé lo que quiso
decir en ese momento mi primo Alfonso López, pero ahora entiendo
por qué mis primas tienen hijos con caras de alijunas.
II
Aquel mes de octubre fue como los octubres anteriores que llega-
ron ellos a nuestra ranchería. Nosotros seguíamos en nuestros oficios
de buscar y recoger la leña, mamá y mis tías tejiendo chinchorros para
vender, papá estaba de visita en su ranchería, mis tíos arreglando el
matrimonio de mi hermana mayor Yotchón con un sobrino del vie-
jo Mapua, y mis primos pastoreando los chivos y las ovejas. Esa vez
llevaron unos papeles grandotes que tenían la imagen de ese hombre
que se llamaba «Candidato». Ellos tienen nombres extraños, por lo que
nada de raro tendría que ese señor se llamara así. También llegó el
Candidato, abrazando a todo el mundo y dando besitos a las mujeres,
hasta aquellas que ya tenían marido. ¿No saben ellos que está prohi-
bido tocar a las mujeres comprometidas y aun a las doncellas que no
lo están? Se sabía el nombre de mi tío Tanko, el de mis primos, el
de Toushi y Tatuushi, era como si nos conociera desde hace tiempo.
Pero cuando Toushi fue llevada hasta el hospital de Uribia y de ahí
a Riohacha, mi primo Alfonso López, aprovechando que estábamos
en Riohacha, fue hasta su casa a pedir ayuda porque la enfermedad
de Toushi era costosa. El señor Candidato ya no se acordaba de él y
estaba rodeado de hombres que no dejaban que nadie se le acercara.
Creo que el señor Candidato tenía problemas, porque los hombres que
lo acompañaban estaban armados hasta los dientes.
La casa del señor Candidato también tiene nombre, se llama «Go-
6. Escritores wayuu
bernación». Pero creo que no es de él, porque cuando pasaron tres
veranos ya no vivía ahí. Después vivía otro que se llamaba igual, pero
cambian de nombre cuando llegan a vivir a esa casa, porque la mayoría
termina llamándose «Señor Gobernador». Hay otra casa que se llama
«Alcaldía» y el que vive ahí se llama «Alcalde», pero al principio tam-
bién se llamó igual que el otro... Candidato. ¿No saben ellos que tantos
nombres pueden causar confusión? Pero prefiero a Candidato porque
es bueno. Él regala comida y cuando nos lleva al hospital nos atienden;
caso contrario cuando se cambian el nombre por el de Gobernador,
Alcalde o Senador, ya no nos conocen. Siento que no solo cambian el
nombre, sino también el alma.
Mi primo Matto, que sí sabe leer porque estuvo en el internado
de los capuchinos, en Nazareth, y al igual que muchos terminó esca-
pándose de ahí, me dijo que en esos papeles grandes decía «primero la
comunidad», «el amigo del pueblo», «concertación y trabajo», «la mejor
opción», «por un mejor departamento»... en fin, muchas cosas que aún
no entiendo lo que quieren decir. Y en esos mismos papeles la cara
del señor Candidato sonreía; los brazos extendidos como si fuera un
gallito de pelea; pero sus ojos tenían el brillo de la traición, sus ojos
decían qué clase de persona era; pero al traer tantos regalos nos hacía
creer que era buena persona. En realidad ellos son gente buena mien-
tras se llaman Candidato, la maldad la aprenden apenas entran en esa
casa grande. Lo digo porque ese señor Candidato, el mismo que me
dijo «princesita» mientras me daba un beso cerca de la boca y que pro-
metió casarse conmigo cuando yo creciera, fue el mismo que se negó
a ayudarnos cuando Toushi enfermó y el mismo que dijo cuando nos
alejábamos de él: «¡Esos indios si joden!».
Recuerdo que ese beso me robó el sueño por muchas lunas. Ese
momento se repetía en mí mente una y otra vez mientras trataba de
dormir en mi chinchorro. Quería que el señor Candidato regresara y
me besara nuevamente, pero no lo hizo. Ni siquiera me miró cuando
fuimos a su casa grande.
III
Aquel mes de octubre fue como los octubres anteriores que lle-
garon ellos a nuestra ranchería. Regresaban en sus carros de cristal.
Esa vez llegaron más temprano, el sol aún no salía. Toda mi familia
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
me dicen la Turca. ¿Sabe padrino que tiene usted un colegio en Uribia
a donde ni siquiera van sus ahijados a estudiar?
IV
En varias oportunidades me encontré con mis primitos, los mis-
mos que aquellas mujeres se llevaron a sus casas de cemento. Los en-
contrábamos en Uribia y por las calles de Puerto López, ellos sabían
que iríamos a comprar maíz en el mercado y se escapaban para verse
con uno. Las niñas llevaban puestos vestiditos de florecitas y en sus
pies sandalitas. Me recordaban a sus hijas, que cuando iban a nuestra
ranchería le preguntaban a sus padres si nosotros éramos los indios de
los cuentos que ellos le contaban en las noches antes de ir a dormir, y
ellos le contestaban:
–Sí... esa es Pocahontas.
Y sus niños nos rodeaban y nos empezaban a decir: ¡Pocahontas!,
¡Pocahontas!
Sabrá Maleiwa, Dios, quién es Pocahontas. ¿No saben acaso que no
nos gustan que nos comparen? Y los niños, los niños llevaban puestos
unos pantalones cortos con camisitas de cuadritos abotonadas hasta el
cuello; sus cabellos llenos de aceite y en sus pies zapatos negros con
mediecitas blancas. ¿Dónde estaban las guaireñitas que les hacía mí
tío Julio? Yo les hablaba en wayuunaiki, lo que hablamos nosotros. Y
ellos me contestaban en alijunaiki, o sea castellano. Y cuando los lleva-
ban a nuestra ranchería, para el tiempo en que comenzaban las lluvias,
cargaban carritos de madera y balones de fútbol. Nuestros niños olvi-
daron sus arcos y sus flechas. Y las niñas cargaban muñequitas catiras
que hablaban en alijunaiki... «Cámbiame el vestido, llévame al parque,
cómprame un helado»; nuestras niñas olvidaron sus wayunkeras. Los
mosquitos los picaban, el agua del jagüey les brota la piel y el agua del
molino les parece salada. ¿Qué les hicieron a nuestros niños que cuan-
do llegan a nuestra ranchería se enferman?
V
Yo nunca me había tomado una fotografía y sentarme en frente de
un aparatejo de esos mientras el fotógrafo me observaba me daba risa.
Cada vez que salía una luz fuerte como el Kaí, el Sol, cerraba mis ojos
y me levantaba atemorizada, luego soltaba una carcajada que molesta-
Literatura wayuu
6. Escritores wayuu
hace días intenté arrancar tu imagen que está detrás de la puerta, la
que cuando nadie me ve, yo la miro y la miro y siento que tu imagen,
que tú, lo haces también, le sonrío y hasta me da pena encontrar tus
ojos con los míos; pero no, para qué hacerlo, lo haría así como mamá
ha arrancado tu imagen y la imagen de otros candidatos, si quitando tu
imagen de la puerta, también la estuviera arrancando de mi corazón.
(Simanca, 2006: 35-47)
•••
TERCER A PARTE
GOLFO DEL DARIÉN
Kuna tule
INTRODUCCIÓN
Abya-Yala
Abya-Yala
pero originalmente posee el idílico sentido de «tierra en plena madu-
rez». Por supuesto, se trata de una idea con la que se busca compen-
sar el término colonialista de «Nuevo Mundo», el cual presupone que
antes había poco o nada, y que lo de antes era inmaduro, primitivo,
salvaje.
Los tule –o dule, que significa literalmente «en el medio», sobre
el puente de tierra que conecta Centro y Suramérica– son el grupo
indígena con mayor población en Panamá; un país en donde son más
conocidos como cunas o kunas, etnónimo que parece estar relaciona-
do con el cerro Tacarcuna, que es un referente central para su pensa-
miento tradicional. Rubén Pérez Kantule, quien vivió por seis meses
en Suecia como informante del etnógrafo Erland Nordenskiöld, expli-
ca que antes ellos vivían en grandes llanuras, y por eso se llaman cuna,
«nos llamamos llanura».
Hasta el siglo XIX, antes de la separación de Colombia y Panamá
en , la mayoría de kuna tule vivían del lado de la actual Colombia,
pero debido a la presión de los colonos y al conflicto con otros grupos
étnicos, entre otros factores, muchos migraron hacia el archipiélago de
San Blas, parte del autodenominado Dulenega o Kuna Yala (territorio
kuna) en Panamá. A finales de los años ochenta del siglo XX, los kuna
tule ya ocupaban al menos treinta y tres de las más de trescientas islas
de San Blas. Rubén Pérez Kantule es nativo de Ustupo, una de las por-
ciones de tierra más famosas junto con Ailigandi, Achutupu y Narganá.
Además de las comunidades isleñas, en el Darién panameño exis-
ten comunidades en tierra firme como Púcaro y Paya. En Colombia
se las conoce como tule, habitan en la zona del Darién-Urabá y sus
asentamientos principales son Arquía y Caimán Nuevo. La comunica-
ción entre las comunidades de ambos países es permanente, pero cada
conjunto goza de especial autonomía. En su declaración conjunta de
septiembre de , se autodefinieron de este modo:
[…] somos la nación Kuna Tule, conformados por las comarcas Kuna
Yala, Madungandi y Wargandi, el pueblo de Takarkunyala situados en la
República de Panamá y los resguardos de Ipkikuntiwala (Caimán Nuevo)
y Makilakuntiwala (Arquía) situados en la República de Colombia. (Nación
Kuna Tule, : s/p).
Tule significa «gente». En el pasado también se los conoció como
Golfo del Darién
trata de dar continuidad, movimiento y vida a «las huellas de los abuelos» que
después de muertos, siguen integrados formando parte de la comunidad. Se
trata de ubicar los acontecimientos «pasados» en el contexto de la actualidad,
redescubrir el sentido de los hechos para una renovada identidad en el auto-
descubrimiento. (Wagua, : s/p).
Los kuna tule son un ejemplo clásico de que los pueblos indígenas
no son ágrafos. Al contrario, poseen varias formas o modalidades de
escritura que se combinan con la transmisión oral generacional, pues
sus dinámicas culturales así lo requieren y propician: es el caso de sus
reuniones comunitarias y de las ceremonias de partos, curación y pu-
bertad. La preeminencia de la oralidad, en apoyo con formas propias
de escritura, se ve favorecida por el hecho de ser comunidades asocia-
das con múltiples centros.
Entre los kuna tule es evidente que la elaboración oral se acom-
paña de diversas modalidades de escritura pictográfica e ideográfica.
En sus escrituras tradicionales abundan los caracteres mnemotécni-
cos, terapéuticos y ampliamente expresivos de una creatividad que
frecuentemente se basa en patrones colectivos de representación. De
hecho, un hombre de Caimán Nuevo manifestó que los indios de am-
bas comunidades se quejan del interés de los misioneros para que
aprendan a leer y escribir; «el motivo de tal resistencia es que según
la tradición, los conocimientos deben acumularse “en memoria y no
en papel”» (Morales, : ). La idea de un tipo de escritura que
prevalece sobre la oralidad y sobre la transmisión generacional es algo
que incomoda y horroriza a muchos sabedores indígenas, entre ellos a
los kuna tule. Un verdadero saila o jefe político tradicional, debe po-
seer entre sus cualidades un amplio conocimiento de la tradición oral
–y muchos de los relatos kuna tule seleccionados para esta antología
fueron narrados por prestigiosos sailas–. Los kantule, líderes céle-
bres, también son conocidos por sus conocimientos mítico-literarios:
[Nele Kantule] conoció las tradiciones cunas
mejor que cualquier otro nele de San Blas
hay que recibir lo bueno de la civilización decía
sin olvidar las tradiciones cunas
Fue un «conocedor del mundo de los sueños»,
dictó a sus secretarios la historia de los Cunas
. Debe aclararse que «[Se] conciben tres tipos de chamanes: los nele,
los inatuledi y los absogedi. Los nele son los de mayor jerarquía.
[…] [Ellos] se someten a aprendizaje durante muchos años, sobre
las técnicas y las concepciones de las enfermedades, la mitología
y demás tradiciones orales del grupo» (Morales, : ).
conversación con ella. Le dije que sus hijos lloraban por falta de agua, que sus
hijos estaban llorando sobre la tierra, secas las gargantas. «En Nabguana nega
se nos agotó el agua», dije. Y Olokuadule se quejó así: «Hijo mío, ¿y quién ha
causado la sequía? ¿Acaso fui yo? Como ustedes han sido los causantes de sus
mismos sufrimientos, no estoy dispuesta a dar el agua».
«Nana grande, ¿acaso no eres una madre y estás para escuchar los quejidos
de los hijos que sufren?», le dije a Olokuadule. «Sí, hijo mío, me dijo Olokuadule,
pero yo no les sequé el agua, han sido ustedes mismos». Y ella no quería aceptar
la inna (bebida ceremonial). Entonces el gran Masaragban me vino a ayudar.
Él le dijo a nana Olokuadule: «Le trajimos la inna, y bien sabemos que le gusta,
porque todos los custodios del universo toman y les gusta la inna». Entonces,
nana Olokuadule accedió a recibir la inna de las manos de Kuani. Olokuadule
compartió la inna con sus hijos, guardianes de los grandes depósitos de agua.
(Asociación de Cabildos Indígenas de Antioquia, : -).
prehispánico peruano.
El siguiente grupo es el de la representación de pasajes bíblicos: la
tentación de Adán y Eva, los ángeles, la crucifixión y la resurrección de
Jesús. Y en otro conjunto las molas presentan escenas más contemporá-
neas: refugiados cubanos en el mar, una pelea de boxeo, un circo, el pre-
sidente de los Estados Unidos –en ese entonces, Kennedy y su esposa–.
En el plano del sincretismo mitológico que caracteriza a muchos
relatos kuna tule contemporáneos, las tejedoras recrean la purba o
«alma» de las máquinas: automóviles, dirigibles, helicópteros, los as-
. Más que un grupo en sí, un motivo que reaparece en los relatos sobre neles
es el de la rebelión natural, motivo de inversión cósmica que en una de las
molas expuestas es literalmente una rebelión doméstica, pues con ironía y
humor la tejedora representa a un misionero siendo cocinado por un pez y
una langosta, quienes esperan para comérselo blandiendo sus cubiertos ante
una mesa. Por cierto, este tema de la inversión de roles, motivo de rebelión
natural, doméstica o de los objetos, es igualmente notorio en la iconografía
mochica y en el Popol vuh de los maya k’iché, cuyos narradores-escribas
cuentan que antes de uno de los «fines del mundo», las piedras de moler
y los perros se levantaron contra sus amos. De hecho, un motivo de mola
especialmente llamativo, pues permite ampliar el tema aludido, ilustra la
navegación de Ulises, uno de los héroes de la literatura clásica griega.
tronautas pisando la Luna, una nave espacial y un avión que semeja
un ave con extremidades que a la vez son paracaídas. Tema aparte son
los diseños copiados de marcas de repelentes de insectos, pósteres, afi-
ches políticos, dibujos animados, marcas, revistas, cajas de productos
comerciales… un sin fin de imágenes publicitarias que reinterpretan
las manos de las tejedoras de Cuna Yala y el Darién.
Las molas por sí mismas no son la escritura pictórica de los relatos
y canciones de la tradición oral, pero muchas de ellas representan esce-
nas, personajes y, sobre todo, motivos y temas de la oraliteratura kuna
tule. Como lo ha notado Michel Perrin (), las molas participan de
un sistema de dualidad-complementariedad muy presente en la vida y
en el pensamiento kuna tule. Así mismo, existe una relación de duali-
dad-complementariedad entre la escritura femenina de molas y el arte
verbal oral de los hombres. Así pues, todas las molas poseen dos caras.
A menudo un conjunto de molas, como las alusivas a una ceremo-
nia de curación y el posterior fallecimiento del difunto, forman parte
de un mismo conjunto temático –relacionado por demás con los ika-
la–. Las molas son parte esencial de la literatura kuna tule, y a la vez
lanarmakkale. Allí halló «todos los árboles, sus tallos, sus hojas pin-
tadas y diseñadas con figuras diversas, con formas que nos ofrece
nuestra Madre Tierra». El narrador agrega:
[Sappimolanarmakkale] fue visitado varias veces por Olonakekiryai.
Cada vez que llegaba, subía y bajaba por ese kalu, ella aprendía nuevos dise-
ños, nuevas formas de árboles, nuevas maneras de elaborar. Ella vio primero
árboles pintados y diseñados, luego llegó a la pintura y el diseño en el cuerpo
de las jóvenes mujeres, un poco más tarde se le presentaron los peñones pin-
tados. Ella intentaba traer los diseños a nuestro pueblo […]. (Asociación de
Cabildos Indígenas de Antioquia, : ).
En una versión del siglo XX, Pad Tummat, «Papa» de los kuna tule,
hijo a su vez de Pala Kint (ballena roja), se enfrenta a los nia –que ac-
tualmente poseen un significado de espíritus maléficos– en una de sus
actividades ordenadoras del mundo, «y después va a arreglar todo en el
cielo; todas sus acciones estaban centradas en el río Olopurgan Tiwar»
(Vargas, : ). Otra referencia indica que en el Nia-Icala consta
que Pad Tummat fue fecundada por medio de un pie, creando así un
hombre y una mujer –aspecto que evoca las historias embera-wounán
sobre el «Hijo de la pierna» (o del pie)–. De otro lado, si el Karagabí
embera rompe con su padre (Tatzitze), el héroe cultural kuna tule por
excelencia, Ibelele (a veces Tad Ibe) es un mensajero e incluso una
prolongación de Pad Tuumat (pues los narradores kuna tule siempre
están evocando a Papa).
Abadio Green o Manipiniktikiya, escritor y líder kuna tule, reco-
gió la siguiente narración que presentamos más adelante:
Los relatos, aun con todos los elementos bíblicos, dejan notar algo
único: el correcto comportamiento humano y el equilibrio de la na-
turaleza son uno mismo y están estrechamente ligados. Para los kuna
tule no es que Papa castigue con cataclismos; es que ellos mismos se
castigan con su mal comportamiento. Dicho de otra manera: aceleran
con su comportamiento incorrecto el inevitable fin y recomienzo del
mundo. Los kuna tule se sienten responsables por el equilibrio de su
entorno natural, y los ceremoniales regulan la naturaleza. Si falla el
cumplimiento del hombre, también la naturaleza deja de cumplir. La
. «[…] cuando los hombres iban a sus fincas y hundían sus machetes
esta serie de revelaciones (o rebelaciones). Los hombres comienzan a
volver a su condición animal y esa animalidad también ironiza contra
la conciencia de una humanidad que, habiendo estado en equilibrio,
decae en su contrario:
[…] un día un hombre fue al monte y dijo a su esposa que le llevara
comida al medio día. Ella se le acercó a la hora designada, todavía escondida
de su vista, se paró y se transformó en una venada. Cortó varias hojas de
uruwa (como platanillo), defecó sobre las hojas, y envolvió el excremento en
un paquete. Cuando llegó a donde su esposo se había convertido nuevamente
en mujer. Le dijo:
–Te he traído un bulto de guineos maduros para hacerte chucula.
Y el esposo le dijo que la preparara porque tenía mucha sed. Ella la mez-
cló y le dio una taza grande, y él la tragó. Ella se despidió y cuando llegó al
borde de la roza su esposo echó una mirada hacia donde estaba y vio una
venada desapareciendo por entre las malezas. (Chapin, ).
El motivo del matrimonio sobrenatural, recurrente en las oralite-
raturas de los embera y los wounán, es para los tule síntoma de una
Golfo del Darién
vivir en ellas, porque así lo quería dios. Les mostraba a los hombres cómo
hacer todos los oficios que les correspondían: les enseñaba a hacer canastas,
abanicos de fibra, sillas, bancas y mesas; a tocar una variedad de flautas: supe,
koke, kuli, kam buruwi, suara, kam suet, sulup gala, weagi gala, ted nono, achu
nono; a pescar, a cazar y a sembrar y a cuidar las fincas. Magiryai enseñaba a
las mujeres a hacer hamacas, a preparar hilos, telas, algodón, a coser, a cuidar
a los niños, a hacer ollas y tinajas y a preparar la comida y la bebida.
Olotwaligipileler decía a la gente que tenían que dormir dentro de las ca-
sas. Pero un hombre llamado Oloailigiña insistía en pasar las noches en pan-
tanos. Otro hombre llamado Olowelibler tampoco quería dejar su cama de
tierra que estaba afuera, y Olotukurgiñaliler seguía durmiendo en árboles.
Ellos prestaban poca atención a Olotwaligipileler y seguían viviendo como
salvajes y haciendo lo que les daba la gana. (Chapin, ).
Paluwala
Golfo del Darién
Otro narrador afirma que «en la copa de este árbol hay tierra con
cultivos, agua dulce y salada, peces y animales de toda clase, aves y
plantas» (Wassén, ). Y, en fin, comienza la tala del bellísimo árbol.
Lo que cortaban de día no era suficiente para hacer caer el árbol, pues
en ese tiempo los días eran cortos. Al día siguiente el árbol amanecía
intacto. El primer narrador nos cuenta lo que el poderoso Tad Ibe no
sabía qué pasaba durante la noche:
[…] los espíritus malos comenzaron a llegar en la base del gran árbol de
sal. Primero llegó un diablo de oro, después una culebra de oro. Le seguían
un gusano gigante dorado y un sapo dorado. Tomaron sus posiciones al pie
del árbol y el sapo lamió la cortada en el tronco y se sanó. El gusano dorado
era tan grande como un árbol de gwiba (cuipo). Sus ojos brillaban como
estrellas de oro y llevaba una correa ancha de puro oro. (Chapin, ).
Paluwala
personajes cuya muerte representa el surgimiento de enfermedades
y dificultades–. El mismo Pugasui se enferma gravemente. Otro na-
rrador cuenta que Ibelele mismo mata a la rana guardián, y que la
«condena» a servir de alimento de las serpientes.
Despejado el entorno, en un abierto y desigual combate por la pre-
dominancia humana,
[…] los hombres-animales, dirigidos por los hombres yannu [chanchos
de tropa], tomaron nuevamente sus hachas de piedra y regresaron a derribar
el Paluwala. Dieron hachazos al tronco y las astillas cayeron en los remoli-
nos, algunas volando hasta los ríos, y se convirtieron en langostas espinosas,
langostas «zapatilla», camarones, cangrejos verrugosos, cangrejos bizcos,
cambombias lapas, hulgaos, caracoles de mar y pedazos de coral seco. Las
astillas cayeron en el remolino hacia la montaña, que estaba dando vueltas
violentamente y tirando espuma por todos lados. Se convirtieron en cama-
rones, cangrejos, piedras y arena de todos los colores: azul, amarillo, blanco,
anaranjado, rojo y dorado. (Chapin, ).
Paluwala
i literatura kuna tule
El bejuco sube ondeando por los tallos de los grandes árboles –decía
Nakekiryai– y desde las alturas empieza a llorar, a gemir nanapipiye, nanapi-
piye, y la madre, la gran Madre Tierra le grita desde abajo, essarey (ven a mis
brazos hijo mío), y el bejuco cae confiado y silencioso sobre la Madre Tierra.
La Madre Tierra da confianza a todo, es la serenidad de lo creado por Papa.
Por eso, cuando el bejuco cae a tierra se vuelve duro, resistente porque ya la
Madre le ha dado el beso, la consistencia entre sus brazos. Así venimos todos
nosotros, así nos movemos todos –cantaba Nakekiryai–, todos venimos de
Sappipeneka, desde allá arriba empezamos a llorar, a gritar mupipiye, mupi-
piye, nanapipiye; buscamos seguridad, buscamos confianza. Y nuestra gran
Madre Napkuana nos ha gritado essarye, «ven hija, ven hijo a mis brazos».
Nuestra gran Madre Tierra nos ofreció sus pechos, nos respondió essarye.
Cada vez que lloramos allá el Sappipeneka, ella nos dispuso a bajar, dándo-
nos confianza, y así llegamos a su seno… Lloramos cuando somos niños, y
nuestra Madre nos irá conociendo de acuerdo a nuestros lloros.
PA L A B R A S AT R I BU I DA S
A L A G R A N N E L E OL O NA K E K I RYA I
1. Antecedentes míticos
1. Antecedentes míticos
Doncella si no tiene animo de casarse con ella; pero matar y robar a los
españoles no tienen por pecado alguno, antes bien por obra buena, y
acción heroica. En diciendoles que todo quanto hai en el mundo y cielo
crio Dios, y todo que tenemos viene de Dios, o sea maíz, platanos, yu-
cas, puercos, gallinas, peces, etc., o sea ropa, o herramientas siempre
riyendose responden, que ellos estan rozando, sembrando, montean-
do, pescando y trabajado, para tener dichos frutos, y criando puercos y
gallinas para comprar ropa, y herramienta. Dios no les roza, siembra,
etc. ni les limpia sus platanales, ni les da ropa, ni herramienta, sino
ellos mismos a fuerza de su trabajo la han de ganar.
No obstante es mui común entre ellos, que los españoles tienen
su Dios aparte, quien tiene mucho mas afecto a los suios, que el suio
a ellos; por que les da ropa, herramientas, oro, y plata, y les enseña/
leer, y escribir, oficios, etc. Ofrece a veces, dicen en el cielo pelea, o
riña entre estos dos Dioses, y las mas veces vence el de los españoles
a el de los yndios, y aquel por vengarse embia entre los yndios pestes
de viruelas, alfombrilla, u otras enfermedades. Qualquiera desgracia,
que les sucede, atribuyen al Dios de los españoles, por estar a veces
muy bravo contra los Yndios. Si se les pierde un perro, puerco, gallina,
etc., luego dicen que el Nia (criados del Dios de los españoles) se le
havia llevado para su amo. Tienen estos errores clavados en su imagi-
nación de suerte, que parece, solo Dios por milagro puede quitarselos:
aunque por todos lados quedan vencidos, con todo eso no es posible
reducirlos. La causa de esta su secta, y pretinencia en ella, son los
Leres, a quienes dan tanta estimación y crédito, como los christianos
a los prelados de la yglesia; pues son sus sacerdotes, medicos, y jueces,
y lo que enseñan, o dicen, está tan autorizado, como cosa infalible.
(Walburger, []: -)
2. Historias de origen
oro. Paba le ajustó el salukurkina. Paba le volvió a susurrar:
–¡En la inmensa nave encontrarás todo lo que puedes necesitar!
Hijo, todo lo tengo previsto y nada te va a faltar. Te prepararé todos
los alimentos. Mira al borde de la nave, son multitudes de peces sor-
biendo el limo. ¡Cuida de ellos y sírvete también de ellos! ¡Pero… hijo
mío –Paba Dummad hablaba–, no pierdas la línea que te trazo! Ten a
mi tierra niña, a mi hermosa nave con la proa hacia donde nace el sol.
Hijo, no te vayas contra los vientos, porque tú llevas mucho tesoro y
saltarían los huracanes, los ciclones y destrozarías así a mi nave niña, a
mi tierra recién nacida –paba aconsejó largo a su primer hijo.
El hijo se subió al gran cayuco, al cayuco cósmico. El hijo se aferró
al remo-timón. El hijo apuntó su mirada hacia donde sube el sol y la
Madre Tierra empezó a moverse lentamente. El hijo tomó el asiento
que gira, el asiento que rueda, el asiento que retrocede. Pasaron algu-
nas lunas, unas lluviosas, otras secas, pero solo pocas, y Olotinaginele
puso a prueba las normas de Paba Grande. El hijo viró la punta de la
2. Historias de origen
de fibra, sillas, bancas y mesas; a tocar una variedad de flautas: supe,
koke, kuli, kam buruwi, suara, kam suet, sulup gala, weagi gala, ted
nono, achu nono; a pescar, a cazar y a sembrar y a cuidar las fincas.
Magiryai enseñaba a las mujeres a hacer hamacas, a preparar hilos,
telas, algodón, a coser, a cuidar a los niños, a hacer ollas y tinajas y a
preparar la comida y la bebida.
Olotwaligipileler decía a la gente que tenían que dormir dentro de
las casas. Pero un hombre llamado Oloailigiña insistía en pasar las no-
ches en pantanos. Otro hombre llamado Olowelibler tampoco quería
dejar su cama de tierra que estaba afuera, y Olotukurgiñaliler seguía
durmiendo en árboles. Ellos prestaban poca atención a Olotwaligipile-
ler y seguían viviendo como salvajes y haciendo lo que les daba la gana.
Dios había dicho que cada mañana todo el mundo tenía que bañarse
en el río. El río está vivo y nos da vida y energía, haciéndonos fuertes.
Pero había algunos hombres que no querían bañarse. Olotwaligipileler
nocer. Entonces Magiryai secó todos los ríos y lagos del mundo para que
el culpable no pudiera lavar las manchas negras de su cara.
A la mañana siguiente, como era su costumbre, Magiryai preparó
bebida para toda la gente de la región, y al llegar ellos se quedó ob-
servando para averiguar quién tenía la cara manchada de negro, vio
a todo el mundo pero no pudo encontrar al amante secreto. Cuando
habían terminado todos fueron al río a bañarse. Al regresar a casa des-
cubrió al hermano aún dormido con una manta cubriéndole la cara.
Le preguntó que por qué no se levantaba y él contestó que tenía fiebre
muy alta y que por eso pensaba quedarse en la hamaca durante el resto
del día. Ella fue a ayudarle y, acercándosele, le quitó la manta y vio la
cara manchada de negro. Lleno de rabia, él recogió todas sus cosas y
se fue corriendo al monte. Magiryai salió tras él diciendo que no le
importaba, que podrían vivir juntos como marido y mujer, pero en la
confusión del momento [él] no le oyó, y en poco tiempo desapareció en
la selva. En su aturdimiento ella había dejado algunas de sus canastas
y regresó a buscarlas. Salió nuevamente a buscar a su hermano pero
de repente se dio cuenta [de] que se habían quedado sus hilos y agujas,
así que regresó a buscarlos. Cuando ya tenía recogidas todas sus cosas
él ya estaba lejos y ella no sabía qué rumbo había tomado.
Llegó donde un grupo de hombres-animales que trabajaban en el
camino y les preguntó si habían visto a su hermano, pero le contes-
taron que no. Siendo una nelegwa poderosa arrancó una hoja de kupu
y la tiró al suelo. La hoja entonces apuntó la dirección que ella debía
tomar. Continuó su camino y se encontró con muchos hombres-ani-
males que la engañaron. Así que ella pecó y fue corrompida muchos
años antes que nosotros, los cunas, llegáramos a la tierra. Caminó por
meses y meses hasta que una tarde se halló al pie de una alta montaña.
En la cumbre divisó a su hermano, que portaba una luz brillante que le
envolvía, y antes de que ella pudiera abrirse paso entre la tupida selva
para darle alcance, este fue ascendiendo al cielo. Así Olotwaligipileler
2. Historias de origen
se convirtió en Luna, y las manchas negras de su cara aún se pueden
distinguir cuando traza su curso nocturno a través de los cielos.
Al término de casi nueve meses, Magiryai llegó al río Olokoskun
Tiwar y trató de entrar a un bosque de pringamoza (dake) multicolor,
pero encontró el paso cerrado. Una vieja mujer sapa llamada Mu Kwe-
lopunayai la vio y la llevó a su casa, la cual quedaba a la orilla del río.
Mu la invitó a quedarse, pero le advirtió que sus nietos, un conjunto
feroz de hombres-iguana, hombres-saíno, hombres-tapir y hombres-
pez, seguramente la comerían si la encontraban cuando regresaran en
la tarde. Mu era experta en la fabricación de ollas y tinajas de barro y
escondió a Magiryai en una [de estas] en un rincón de la casa.
Los nietos llegaron a la hora fija, entrando a la casa ruidosamente,
y de una vez comenzaron a gruñir diciendo que sentían el olor de piña.
Cuando preguntaron a Mu sobre eso ella contestó que no había piña
por ningún lado.
–Ustedes son todos tan perezosos qua no han sembrado nada por
aquí –les dijo. Los nietos corrieron por todos los rincones de la casa en
busca del lugar de donde venía el olor pero dejaron de buscarlo cuando
se puso el sol. Temprano, al día siguiente, se levantaron y salieron para
el campo, y tan pronto como habían salido Mu llamó a Magiryai y la
escondió en las vigas del techo.
Los nietos llegaron nuevamente por la tarde y sintieron el mismo
olor dulce.
–¿De dónde viene ese olor de piña? –gritaron, y se pusieron a bus-
carlo.
Pero una vez más su búsqueda fue inútil, y cuando cayó la noche
se durmieron. Cuando habían partido para el campo al día siguiente,
Mu llamó a Magiryai otra vez y la escondió nuevamente detrás de una
viga envuelta en trapos como un aku (palito en forma de canalete que
se usa para hacer hamacas). Cuando los nietos llegaron sintieron el sa-
broso olor de piña y se pusieron a romper la casa buscando la fruta. De
repente uno de ellos vio el pie de Magiryai sobresaliendo detrás de la
viga y [se] lo dijo a sus hermanos. De una vez todos subieron al techo
y la agarraron. Se la llevaron al río donde comenzaron a devorarla. Mu
estaba en la cresta de una loma sentada y cuando vio lo que estaban
haciendo les gritó que dejaran los intestinos para ella.
Mu Kwelopunayai cogió los intestinos y los colocó en una tinaja de
Literatura kuna tule
2. Historias de origen
grande se tragó los huesos de su madre»). Los hermanos trataron de
divisar los pájaros pero no pudieron, y finalmente regresaron a casa.
Cuando contaron a su madre, la sapa, lo que las aves habían cantado,
esta se llenó de temor de pensar que su engaño sería descubierto y les
obligó a que regresaran lo antes posible a aquel lugar para que mataran
a las mentirosas aves.
Sin embargo, la duda ya había crecido en la mente de los herma-
nos, ya que muchas veces habían visto el reflejo de sus imágenes en
las claras aguas de los ríos. ¿Cómo era posible, se preguntaban, que
siendo ellos tan hermosos fuese su madre tan fea, cubierta de verru-
gas, mal formada, y con una joroba como la de un paralítico? ¡Ni tan
siquiera tiene nariz!, se decían.
Pero a pesar de tales pensamientos, a la mañana siguiente volvie-
ron obedientemente al árbol de las aves y oyeron al sigli repitiendo el
mismo canto: Inaidikilele be nana gala dosa sekuli, uuummm. Todo lo
que pudieron ver del sigli era su pico, que sobresalía por entre el follaje
tupido, y no tuvieron éxito en matarlo. Finalmente llamaron a Pugasui
y él logró darle un flechazo en el pico y el pájaro cayó al suelo. Era un
pájaro lindo de plumas rojas, amarillas y verdes, y tenía una cresta
azul. Cuando lo enseñaron a Mu les explicó que cantaba así porque
ella, su madre, se moriría dentro de poco tiempo. Ella había tratado de
ponerse una nariz postiza de barro, pero Ibelele no se engañó y se la
arrancó. Entonces soltaron al sigli y este se fue volando.
Los hermanos fueron al río y se pararon en un barranco. Entonces
llamaron al agua:
–¿Mamá, tu estás allí?
Cuando su madre contestó Uummm, uummm –no pudo decir más
porque estaba atrapada en la barriga de un pez–, ellos resolvieron ir a
Sapibe-nega, en el cuarto nivel, y buscar medicinas para poder encon-
trarla y revivirla. Subieron a sus platillos de oro y cogieron rumbo al
cuarto nivel. Primero llegaron al pueblo de los árboles de Igwa, donde
el jefe se llamaba Igwadilikaliler. En este pueblo había muchas casas
bonitas con banderas de oro y plata meciéndose en la suave brisa y
multitud de flores perfumadas.
Después llegaron al pueblo del árbol de Naki, donde el jefe se lla-
maba Nakidilikaliler. Había mucha gente, que eran árboles de Naki,
paseando por las calles vestidos con ropas de oro y sombreros de oro.
Literatura kuna tule
–Cada planta será utilizada para algo –les dijo–. La calabaza será
usada como medicina para la inteligencia. Tenemos que trabajar mu-
cho en la tierra para prepararla para los Olotulegan. Hay muchos es-
píritus malos que tenemos que vencer. Tenemos que acabar con todas
las enfermedades que viven en la tierra. Si nos falta una sola medicina
no tendremos éxito. Así que es necesario que recojamos todas las me-
dicinas que hay aquí en Sapibe-nega.
Llegaron al pueblo de Ukurwala (balsa) y vieron a su jefe, que se
llamaba Olokunipipiler. Este hombre era uno de los más poderosos del
lugar: tenía ocho kurgins y ocho vigas. A pesar de ser una madera muy
blanda, es la más sabia y fuerte de todas. Ibelele dijo a sus hermanos:
–Más tarde, cuando los grandes neles bajen a la tierra, les daremos
Ukurwala.
Y así recogieron todas las medicinas que encontraron. El palo ibe
sería utilizado para desarrollar la inteligencia, y sigu (palma negra)
sería usada para hacer flechas y chuzos y también para dar fuerza a la
gente. Ibelele aprendió todos los cantos relacionados con estas medici-
nas y sus preparaciones específicas.
Finalmente llegaron a la casa del saila de todo Sapibe-nega. Se
llamaba Olobenkikiler, y su mujer se llamaba Olokekebyai. Ellos dan
vida a los árboles y los cuidan. Cada año, nana Olokekebyai cambia la
ropa de los árboles y les da fruta. Ella también da fuerza a todos los
ríos, así que sus nacimientos quedan en Sapibe-nega. Todos los ríos,
árboles y frutas que están en la tierra vienen de Sapibe-nega.
Ibelele y sus hermanos siguieron su camino y llegaron a la casa de una
Mu que tenía muchas nietas. Ella y sus nietas dan vida a los niños que
bajan a la tierra; les dan kurgin y refrescan sus mentes. Mu dijo a Ibelele:
–Voy a llamar a mis nietas para que ustedes las puedan ver bailar.
Ella colocó ocho banquitas de oro debajo de un árbol en el patio y
los hermanos se sentaron en hilera. Mu entró en una surba grande y
mandó a sus nietas para fuera. Sus nombres eran: Mu Sobia, Mu Sob-
2. Historias de origen
tule, Mu Sobgwa, Mu Sichina, Mu Koloba, Mu Parba, Mu Ibebayai,
Mu Wagarpuilibe. La última en llegar, Mu Wagarpuilibe, era muy
bonita. Ella nos hace pensar en Dios.
Comenzaron a bailar. Se movían como gallinazos, con mucha agi-
lidad, brincando de un lado a otro, dando vueltas, levantando las pier-
nas y pateando el suelo fuertemente, golpeando sus pechos, saltando
suavemente para allá y para acá. Bailaron ocho veces, imitando a los
animales: usu, arra, mula, suisupi, otros. Ibelele pensó: «Voy a enseñar
estos bailes a la gente en la tierra».
Al terminar los bailes los hermanos continuaron su viaje. Una de
las nietas de Mu les acompañó. Ella se llamaba Puna Olosibortili. Al
poco rato llegaron a la casa de Tada Olotilakiler, que era un hom-
bre malo: siempre andaba de mal humor. También se llamaba Ncic
Akebaduleler, y sabía mucho de las medicinas. Tenía una casa bonita
que estaba llena de toda clase de medicinas valiosas: uila sapi, na sapi,
kana sapi, inasolepinalct, molipingtuba, bisep arrati, bisep ginnit, bisep
sipugwat, koke, nobar, nunap, achuryala y muchas otras. También tenía
medicinas que se usan para limpiar la casa. Ibelele quería robar todas
estas medicinas.
Olosibortili comenzó a bailar para que el viejo quedara encantado
por su agilidad. Comenzó a brincar en el aire, a correr en círculos, a
dar vueltas y a moverse de un lado a otro. Los otros habitantes de la
región llegaron para ver a la muchacha. Eran todos feroces kingitule-
gan (hombres de armas) que andaban con arcos, flechas y machetes.
Pero cuando la vieron bailando así con tanta gracia se pusieron a reír
a carcajadas y no podían hacer nada. Tad Olotilakiler salió de su casa
para ver lo que estaba pasando y se puso bravo con ellos.
–¿Por qué no la matan de una vez? –gritó. Ellos alzaron sus arcos
para tirar pero estaban riéndose tanto que no podían alcanzarle. Tad
Olotilakiler gruñó con disgusto y volvió a su casa.
Olosibortili continuó bailando, moviéndose más rápido ahora, ti-
rando sus piernas al aire, brincando más alto y golpeando su pecho.
Comenzó a orinar y a tirar pedos. Pugasui tenía una piedra grande de
oro lista en la mano y estaba esperando que Tad Olotilakiler apareciera
de nuevo. Cuando el viejo salió de la casa vio a la muchacha y no pudo
contener la risa. Se puso a reír y en el momento propicio Pugasui tiró
la piedra y le dio en el centro de la frente. Se cayó al suelo y se murió.
Literatura kuna tule
2. Historias de origen
ceremonia por su falta de conocimientos y la madre se había deshecho.
Es por eso que los curanderos y los neles hablan en secreto: para que la
gente no entienda lo que están haciendo y así no echen todo a perder.
Ibelele cantó de nuevo y la madre cobró vida, pero esta vez había
ocurrido una transformación extraña: sus facciones eran casi como las
de un animal. Nuevamente salieron de la choza, y cuando regresaron
su madre era otra vez un esqueleto. Cuando Ibelele cantó por tercera
vez la madre parecía aún más animal y le crecían pelos en la cara. Sa-
lieron en busca de la paloma blanca y en eso otra persona interrumpió
la ceremonia, causando que nana Magiryai se convirtiera nuevamente
en huesos. A la cuarta vez tomó la forma de un jaguar; la volvieron a
dejar sola y llegó un hombre que quiso entrar y se convirtió en huesos.
Después de esto, viendo que a pesar de todos los esfuerzos que habían
hecho por devolverle la vida eran inútiles, tomaron los restos y los
enterraron en la tierra.
(Chapin, : -)
Tonanergwa y Olobagindili
Cuando el mundo era nuevo no había ceremonias de matrimonio
propiamente dichas. Los hombres simplemente vivían con las mujeres
que les gustaban, y a menudo las dejaban para encontrar otra. Más
tarde, Tad Ibe enseñó a la gente cómo casarse, pero antes de su época
no había reglas ni ritos. En esta forma Tonanergwa vivía con la hija
de Topeka, y más tarde la dejó por Olobagindili, la hija de Kuchuka.
De esta unión nació un hijo, llamado Inadoyagabaler, y poco tiempo
después Tonanergwa dejó a Olobagindili y continuó vagabundeando
de una mujer a otra.
Como era costumbre entre los grandes hombres de esos tiempos,
Tonanergwa viajaba bastante a través de los varios niveles de la tierra.
Él y otros siempre estaban viajando para arriba y para abajo, y había
lugares donde podían descansar a lo largo de las orillas de los ríos en
el mundo de abajo. Cada uno tenía su propio banco en estos lugares.
Olobagindili no quería que Tonanergwa continuara yendo de una
mujer a la próxima, y preparó una medicina con la cual él desearía
quedarse con ella solamente y la puso debajo de su banco en la super-
Literatura kuna tule
estaba ubicada la casa de Kuchuka, vio que las plantas estaban llenas
de algodón.
Inadoyagabaler vio a su padre a lo lejos de Kaubi Tiwar, que corría
al lado de la casa, y volvió a decírselo a su madre. Ella le dijo que ad-
virtiera a Tonanergwa que no viniera, que ella se cambiaría las ropas
y le iría a encontrar al otro lado del río. Pero cuando su hijo le dijo a
Tonanergwa que esperara, no le prestó atención, ya que estaba tan
lleno de deseo que no podía contenerse. Inadoyagabaler regresó donde
estaba su madre y nuevamente ella lo mandó para que dijera a Tona-
nergwa que no viniera, pero él no quiso escuchar. Cuando ella estuvo
2. Historias de origen
yerbas. Eran el tabaco, al cual se le llama inadoyagabaler. Cuando el
tabaco había crecido a una altura considerable el hijo de Tonanergwa
notó que alguien había venido a molestar las plantas: algunas estaban
cortadas y carcomidas. Un día oyó que alguien venía caminando por
entre el agua del río y al poco rato apareció un viejo que andaba cojo.
Hablaron un rato y después fueron a la casa de Kilu Kwetule, el
jefe de los malos espíritus, quién vivía en el cuarto nivel. Había en la
casa toda clase de ajíes picantes. Kilu Kwetule dio a Inadoyagabaler
una calabaza de jugo de ají y este la tomó sin ningún trabajo. Kilu
Kwetule le dio cuatro calabazas de ají, y el muchacho pudo resistirlo
porque tenía la sangre de su abuelo, quien era el «Jefe de kaubi» (ají
machucado). Luego Inadoyagabaler tomó cuatro hojas de tabaco de
su bolsillo, las estrujó, las puso en una calabaza y se las dio de beber
al viejo. Kilu bebió la mitad y dio la otra mitad a su mujer. Ambos
sufrieron un terrible mareo y no pudieron tomar más.
Inadoyagabaler entonces fue a casa de Tad Ibe y le contó lo que
había pasado cuando dio el tabaco a Kilu Kwetule. Así Tad Ibe descu-
brió otra medicina para combatir los malos espíritus de la tierra.
(Chapin, : -)
3. Relatos sobre el gran árbol
cayuco comenzó a moverse: esta medicina sería usada por las futuras
generaciones para combatir la fiebre. Sacaron a Pugasui de la surba
porque él no era capaz de caminar por sí solo, y lo llevaron a la casa de
Olowai-ili. Allí estuvo hasta que se recuperó.
Como el camino estaba abierto ahora con la muerte de los malos
espíritus los hombres-animales, dirigidos por los hombres yannu,
I
La corta de Palu-ǔ–ala
Descendido a esta tierra, Ibelele venció a todos los hombres y man-
dó a sus enemigos por debajo de la tierra. Y vio venir a una mujer vestida
de azul, la cual venía cantando así: Pālu-ŭāla kŭkŭliŭāla kōbeti, Pālu-
ŭāla kŭkŭliŭāla kōbeti. Estaba borracha. Llevaba un pez consigo y no
cesaba de repetir su canción. Su nombre era Pūnaŭagaōlokukurdilisop,
pero ahora la llamamos Achamomōr, «mariposa».
Ibeléle bajó a averiguar de dónde venía la mujer. Para esto construyóse
una surba. Al día siguiente dijo así a sus hombres:
mente dio muerte. Habiendo matado a todos los animales que venían
al árbol, se dieron los hombres a cortar de nuevo. Pero los trozos que
caían en la pirya se convertían en peces de los que no sirven para co-
mer. A pesar de todo, el Pālu-ŭāla no caía, porque las nubecillas no le
dejaban caer. Olōŭaipipilēle les dijo entonces a sus servidores que su-
bieran a la copa del árbol para cortar las nubecillas. Empezaron a tre-
par pero no llegaron más que hasta la mitad del tronco. Entonces dijo
a Nikirgua (ardilla pequeña), el cual también se llama Olōkŭipipilēle,
que le cortara las nubecillas.
La corta de Palu-ǔ–ala
[Fragmento]
Una vez dijo Ibelēle:
–Vamos a cortar el Palu-Ŭāla que en él hay muchas plantas, co-
Iskar y Achu
Borriguero y Jaguar
Tad Ibe habló con Iskar, quién podía correr a través de la superfi-
cie del agua, y lo mandó a la casa de Achu, que estaba situada al otro
lado del río. Achu era la única persona en ese tiempo que poseía fuego.
Iskar se tiró a través del río, que estaba muy crecido, y descansó sobre
un pedacito de espuma que flotaba por la mitad antes de seguir su
viaje. Cuando llegó, Achu estaba descansando en su hamaca con car-
bones encendidos en una ollita de barro debajo para mantener el calor.
Estaba lloviendo fuerte y Achu tenía mucho frío. Iskar entró y le dijo
a Achu que mantendría los carbones encendidos soplándolos con un
abanico de paja. Achu dijo que era una buena idea y se puso a dormir.
Tan pronto como Achu comenzó a roncar, Iskar se puso a orinar en los
carbones. Al oír un ruidito, sssssttttt… se despertó y miró para abajo, y
vio a Iskar soplando el fuego con diligencia. Al notar que los carbones
estaban parcialmente apagados Achu gritó:
Literatura kuna tule
Así fueron pasando todos los animales. Pasaron los animales fe-
roces, los animales alados, los animales lerdos, los animales ágiles. Y
el mono veía que iba llegando su turno. Antes vio que bajo la sombra
de un arbusto quedaba un animal. Este no hablaba mucho, tampoco
se movía tanto. El mono Olobagtiginia, haciéndose ver como el más
abierto a todas las opiniones, dijo:
I
escucharle.
Un día aparecieron tres jóvenes guapos con el pelo hasta la cintura
y le dijeron a Aiban que estaba por llegar un desastre terrible. Dijeron:
–En Abya-Yala hay un árbol que no tiene flores. Cuando el castigo
de Dios esté por llegar este árbol va a florecer. Esto pasa una vez cada
cien años. Tendrás que ir allá para verlo.
I
nes listas.
–El mundo será destruido –dijeron–. Tiene que buscar aquí toda
la comida porque en Tingwa Yala no hay nada. Tiene que recoger a
toda la gente buena y llevarlos a ellos solamente. La gente inmoral no
tiene salvación. El árbol ya floreció y nosotros vamos para la montaña.
Después de que habían salido Aiban se volvió a su gente y les dijo:
I
Olonadili
Antes de la venida de Ibeorgun nuestros padres vivían en la región
de un río llamado Sogub Tiwar. Todos sus habitantes eran muy traba-
jadores. Se bañaban con medicinas que daban fuerza a sus cuerpos, y
eran muy fuertes. Pasaban mucho tiempo cazando saínos, puercos de
monte, monos, pavones, perdices y otros animales en el monte, y nun-
ca les hacía falta comida. Las orillas de los ríos eran excelentes para
la siembra y la gente tenía extensas plantaciones de guineos, plátanos,
yuca, otoe, ñame, camote y otros cultivos.
Había cuatro hermanos que vivían con sus padres, y estos a menu-
do los bañaban en medicinas para desarrollar su fuerza, lo cual hacía
Literatura kuna tule
a reunirte con tus tías. Tú verás el Reino de Dios, donde hay muchas
flores olorosas Y jugarás entre esas flores. Creo que va a ser así».
«Nunca más pensarás en mí. Al final de un río hay un platillo de
oro. Creo que este platillo te llevará al Reino de Dios. Tú estabas
aquí en la Tierra. Nunca peleaste con tus amiguitas y nunca tocaste
las canastas de retazos de tela de las mujeres. Siempre te comportaste
I
El tigre y el fuego
Vivía el tigre a la orilla del río. Él solo tenía fuego. Los demás no
lo tenían; comían la carne cruda. Una vez los demás quisieron buscar
fuego.
Pidieron al tigre que se lo prestara pero él se negó a dárselo. Y
como él ha sido siempre el hombre de más poder, le temían. Sabían
que en el tiempo de la lluvia el tigre ponía fuego debajo de la hamaca
para calentarse. Para robarle el fuego llamaron a la lagartija (especie
de iguana de menor tamaño) diciéndole que se fuera a donde estaba
la casa del tigre. Cayeron muchas lluvias por la noche y le ordenaron
que atravesase el río. Lo atravesó en medio de la lluvia y se fue a la
casa del tigre.
Al encontrarle le preguntó el tigre a qué venía, y la lagartija
contestó que venía a hacerle el favor de ayudarle a cuidar el fuego
mientras él dormía. Como caía mucha lluvia todos los fuegos que
se encontraban dentro de la casa del tigre se habían apagado y solo
5. Historias de animales
quedaba el que se encontraba bajo la hamaca. La lagartija se puso a
ayudarle. Viendo que el tigre estaba ya dormido, se dio a apagar el
fuego con su orina, pero el tigre se despertó y le preguntó por qué
estaba apagando el fuego. La lagartija contestó que lo estaba cuidando
bien, pero que por el frío el fuego se estaba apagando. El tigre volvió a
dormirse. La lagartija comenzó otra vez a apagar el fuego con su orina
pero antes cogió para sí una chispa de fuego, la metió en su cresta y
huyó atravesando otra vez el río.
Despertó el tigre y divisó su fuego al otro lado del río, mas como
él no sabía nadar y el río había crecido mucho con la lluvia, no podía
ir a buscarlo. Así, pues, amaneció sin fuego. La lagartija llegó a donde
estaba su tío, y así tuvo fuego la gente mientras que el tigre dejó de
tenerlo, por lo cual le tocó comer la carne cruda como antes les había
tocado a los otros.
(Wassén, : -)
Us kwento
El cuento del agutí
Primer episodio2
Bien, escucha, Armando;
así escuchemos un poco de la historia ahora.
Una historia,
ella es la historia del agutí.
Así que y Agutí [y] Jaguar ellos dos iban a competir entre sí.
Y Jaguar Agutí, ellos dos, Agutí Agutí es un burlador, ah.
Jaguar es un cazador.
Llegó ahí y lo vio.
Así que Agutí es-tá-sen-ta-do-derecho.
El tío lo vio, Jaguar lo hizo.
Él empezó a cazarlo.
Cuando empezó a cazarlo
por allá dicen, es verdad, se dice.
Así que Agutí está sentado comiendo.
Literatura kuna tule
5. Historias de animales
¿Oíste?
Este Agutí lo engañó por gusto.
Este de aquí, él golpeó contra la piedra la piedra, él no lo hizo sobre sus
cojones.
Pero Jaguar va a colocarla justo sobre sus cojones.
Entonces lo hiiizo TAK .
Así que él se golpeó sobre la banana [referencia a un evento humorístico
que había ocurrido en el poblado].
(El auditorio ríe clamorosamente).
(Armando interviene con algo ininteligible).
Es verdad, se dice.
(Armando interviene con algo ininteligible).
Bien así que él lo hiiizo, él acabó con sus cojones, se dice.
Ese gran muchacho Agutí lo noqueó el-de-se-gu-ro-lo-hi-zo-sal-tar-u-
na-voltereta (la última palabra es más alta en tono).
Ah.
Pobre Jaguar.
Él desapareció él se desvaneció (las últimas palabras en tono más alto).
Y Agutí se fue de nuevo comenzó a correr otra vez.
Correr correr correr correr (pronunciadas rápidamente en modo
repetitivo) riéndose a lo largo y bajando por el sendero, ah.
Tercer episodio
Él prosiguió.
Así que llego ahí y lo vio sentado en el banco del río, sentado comiendo
Agutí estaba.
Es verdad se dice.
Entonces él le dice «tú vas a comer», dice él «pan mira» se dice,
«sabe bien.
El pan sabe bien, mira», se dice.
«¿Dónde lo conseguiste?», dice él.
Así que la luna estaba llena, ah.
Tú ves, se dice la luna brilla como pan, al reflejarse debajo del agua,
ah.
Era una luna llena.
«Realmente lo conseguí», él le dice, «debajo del agua».
«Realmente sabe bien» dice él.
Literatura kuna tule
reunido).
Bien entonces él [Jaguar] bajó también.
Así que no puede entrar, ah.
Jaguar no pudo entrar.
«Bien, ataré una piedra alrededor de tu cuello», él le dice.
«Muy bien, listo», él ató la piedra alrededor de su cuello, entonces bajó,
bajó-entonces (toda la línea pronunciada rápidamente, hasta la
última frase que es alargada y estacatto).
(Armando interviene: «Lo pongo en un saco de arroz», digo. Muristo
responde: «Qué pena». Carcajadas).
Es verdad, se dice.
Él llegó ahí y se sentó el amigo estaba manoteando salvajemente
debajo del agua e-l-a-m-i-g-o lo hiiiizo en verdad, la cuerda se
rompió y salió de nuevo.
No podía durar más (carcajada) él –ca-yó-des-maya-do (stacatto) sobre
el suelo.
Y Agutí prosiguió.
Quinto episodio
Entonces el (Jaguar) empezó a perseguirlo (Agutí) de nuevo,
caaaminando en todas direcciones.
Así que él va por el borde de un campo nuevo.
Amigo, Agutí él ya está yendo por ahí de nuevo.
«Ahora vas a ver», él (Jaguar) grita, «vas a tener lo tuyo», ah.
El (Agutí) va de nuevo por ahí mismo.
Es un nuevo campo un-gran-campo-nuevo-se-dice, ah.
(Agutí) está rodeándolo.
Entonces cuando él (Jaguar) se encontró con él ahí, él le dijo: «ten por
fijo que ahora no te me escaparás de nuevo», él le dijo, ah (toda la
línea dicha con mucha rapidez).
5. Historias de animales
«Ahora tu cabeza va a ser comida realmente» (toda la línea dicha con
mucha rapidez).
«Te tengo liquidado ves», él le dice.
«¿Oíste muchacho?»
(Gran risotada).
Es verdad, se dice.
Después de un momento entonces él continuó.
Pero él (Agutí) prosiguió también.
5. Historias de animales
Por allá ÉL -LO -HIIIZO.
ÉL -LO -HIIIZO, él salió.
Él se desvaneció él completamente perdió la conciencia, Jaguar lo
hizo.
Él se desvaneció.
Es cierto, Ahiii quedó.
É-ls-er-e-c-o-b-r-ó, su cuello estaba QUEMADO QUEMADO,
quemado quemado (comienza en voz alta y luego disminuye a
suave).
Y Agutí estaba lejos de él fuera del campo riéndose de él (esta línea
dicha rápidamente).
Es verdad se dice.
De esta manera Jaguar tuvo su piel toda manchada (carcajadas).
¡Oíste!
A causa de estas quemaduras él es como se lo ve, se dice.
(Armando interviene: «Sus labios están blancos, cenicientos, blancos
cenizos»).
Sus labios ESTÁN cenizos blancos cenizos, se dice por todas partes,
aquí y allá él tuvo manchas por todo su cuerpo.
Este amigo Agutí realmente se burló de tío, ves, se dice. (toda la línea
dicha muy lentamente).
Es verdad, se dice.
Séptimo episodio
Yendo yendo yendo yendo yendo yendo yendo de nuevo, se dice,
así que él entró dentro de un poste, se dice.
¿Oíste? …sintiendo su camino así que entraba dentro de él se dice que
entró en un hueco estrecho, se dice.
Adentro cuando entró aquí él (jaguar) comenzó a tocar aquí, ah.
Con sus garras, ese Jaguar comenzó a tocar lo que tocaba.
Las garras no tu trasero, ves.
(Armando ríe).
Es cierto, se dice.
Bien, con sus garras, aquí él se tocaba su detrás aquí, él agarró su cuerpo
justo aquí su nalga, ah, él agarró su nalga aquí, él la sintió.
Literatura kuna tule
Mok.
Agutí retumbó: HHH.
«Quién está tocando mi dedo meñique», dijo él.
(Carcajadas).
Y tío se asustó.
«Este dedo meñique tiene bastante carne grande».
I
(Muchas risotadas).
Aquí mismo este dedo este dedo meñique mío, ¿quién lo está tocando?,
dijo él.
El (Jaguar) palpa, aquí palpa, «que-e-nor-me-co-sa-es-te-de-de-do– su-
cuer-po-de-be-ser-e-nor-me», se asustó.
(Carcajadas).
Mmm se fue corriendo.
Pero no era realmente eso (un dedo) tu realmente agarraste al tipo por
su cuerpo. (Comentarios del auditorio).
Bi-en, en verdad así es como el amigo Agutí y Jaguar ellos dos
iban por ahí engañándose el uno al otro.
Hasta aquí llego, podría contarle más que usted ha oído mi amigo.
(Sherzer, : -)
Usu y Achu
Ñeque y Jaguar
En un lugar llamado Achubirria vivía un viejo que tenía una
extensa plantación de batila (cierto tipo de calabaza). Todas las
mañanas sus cuatro hijas salían y cosechaban cuatro canastas llenas
de fruta. Cuando terminaban su trabajo iban al río a bañarse, y luego
regresaban a la casa para abrir la batila y prepararla. Mas, por varios
meses, el viejo había encontrado la fruta llena de excremento y no
tenía la menor idea de quién estaba cometiendo este mierdacidio.
Finalmente se le acabó la paciencia y concibió un plan para atrapar
al responsable.
Talló una estatua de sí mismo, de tamaño normal, en madera de
balsa, la pintó con una capa espesa de caucho pegajoso y la colocó a un
lado de su finca atrás de un árbol. En la noche llegó Usu para robar la
batila y vio al viejo parado a un lado entre las malezas. Esperó por un
momento, con la esperanza de que el viejo se fuera, pero cuando vio
que no hacía ni un movimiento, se arrastró tras de él cautelosamente.
Cuando estuvo cerca le dio un derechazo golpeándole la cara y la
5. Historias de animales
mano se quedó pegada. Dio otro golpe con la izquierda y también se
quedó pegada. Furioso, Usu dio una patada al viejo con el pie derecho
y luego el izquierdo y desesperadamente se quedó totalmente pegado
del caucho pegajoso.
A la mañana siguiente apareció el viejo y vio al pobre Usu, dándose
cuenta finalmente de quién era el trampista. Lo amarró fuertemente
con bejucos, lo acostó sobre las yerbas, y regresó a su casa a buscar un
chuzo candente para meterlo por el fondillo del desafortunado Usu.
En su ausencia Usu comenzó a pedir socorro dando gritos y en
poco tiempo Achu apareció extraviado del monte.
–¿Qué te ha pasado? –preguntó Achu.
Usu le respondió que el viejo estaba tratando de casarlo con su
hija, pero que él no quería.
–¿Por qué diablos no quieres casarte con la hija del viejo? –
preguntó Achu–. Yo daría cualquier cosa por estar en tu lugar –y
Achu desató a Usu y cambiaron de lugar.
Usu salió huyendo riéndose a carcajadas, y cuando el viejo regresó
Una noche, con la luna llena, Achu caminaba por entre el monte
y llegó a la orilla de un río, donde vio a Usu comiéndose una fruta
amarilla. Usu lo llamó para que él probara un pedazo de la deliciosa
fruta. Achu tomó el último pedacito y al comerlo descubrió que
en verdad era muy buena. Usu le mostró el reflejo de la luna en la
superficie del agua y dijo:
–Si quieres comer más la tendrás que buscar tú mismo. Está en el
fondo del río, allí.
Achu saltó al agua, con gula, pero no pudo llegar al fondo. Se
quedó flotando en la superficie.
–Eso fue lo que me pasó a mí –le informó Usu–. Para poder llegar
al fondo me amarré una piedra grande a la pierna y llegué directamente
Literatura kuna tule
logró soltarse del bejuco y llegar hasta la orilla medio muerto y lleno
de agua. Usu volteó el rabo y huyó al monte dando gritos de contento.
Un día Achu llegó a un sendero y vio a Usu endomingado con
plumas. Como no lo reconoció, preguntó:
–¿Quién eres tú? Si fueras Usu te comería.
Usu respondió:
–No soy Usu, soy un animal plumífero (ib absar tule). Además, mi
carne es venenosa y si tú me comes morirás.
Y Achu continuó su camino.
Un día Usu vio a Achu venir por un sendero y, no teniendo
tiempo para esconderse, se metió debajo de un pedregón inclinado
sobre el camino y pretendió que lo estaba aguantando. Cuando llegó
Achu donde estaba él, le preguntó qué hacía.
–Este pedregón se va a caer –resolló Usu–. Fue una suerte que yo
llegara a tiempo para aguantarlo. Si se cae el mundo será destruido y
todos moriremos.
Achu inmediatamente se dio cuenta de lo serio de la situación y
se metió debajo del pedregón para ayudarle. Se puso a empujar con
toda su fuerza contra la roca y en poco tiempo estaba jadeante por el
esfuerzo y sudando como un caballo. Entonces Usu le dijo que los
dos no podrían sostenerla por siempre, y que él iría a buscar un palo
grueso que podrían dejar como un soporte permanente. Usu dejó a
Achu pensando que este era el único camino de salvación, escapándose
de la vista gritando:
–¡Te he engañado, te he engañado!
Al poco rato Achu disminuyó la presión un poco, y finalmente se
dio cuenta [de] que el pedregón estaba bien clavado en la tierra y no
se caería.
Achu llegó a una roza y oyó a Usu en el segundo piso de su casa
cantando que Dios estaba molesto y castigaría a la gente con un
tremendo castigo. «Habrá truenos», cantaba. «Relámpagos, terremotos.
5. Historias de animales
Todos vamos a morir violentamente». Usu comenzó a patear el piso y
a tirar pedos explosivos para que Achu pensara que una gran tormenta
se avecinaba. Usu tiró tablas y palos al suelo y continuó armando un
barullo del diablo. Achu cogió miedo y salió huyendo hacia el monte
buscando protección. Usu saltó al suelo y riéndose salió como una
pepita de guaba en otro rumbo.
Un día en que Achu estaba acosando a Usu, llegó a una casa
grande donde la gente estaba reunida en un congreso. Usu estaba en
el centro del salón, sentado en una hamaca, cantando que venían las
tormentas, los ciclones, los terremotos, los diluvios y las tinieblas.
«Era un castigo de Dios», cantaba, «porque la gente se había estado
comportando inmoralmente». Dijo luego que todos se deberían
amarrar de los postes en el salón del congreso de manera que no serían
arrastrados por el viento. Todo el mundo comenzó a amarrarse los
unos a los otros con bejucos. Usu le dijo a Achu que él le amarraría, y
salió a buscar un bejuco fuerte. Regresó y amarró a Achu firmemente
a un poste. Él no se dio cuenta de que los otros se habían amarrado
con bejucos ordinarios y débiles.
El viento comenzó a soplar violentamente y la gente se soltó las
amarras y salió huyendo. Achu se dio cuenta de que le habían hecho
una jugarreta y se puso furioso, tirando de las amarras y gritando:
–¡Suéltenme, suéltenme! ¡Voy a comerme la cabeza del hombre
que me suelte!
Astuben llegó y Achu le llamó, pero no le prestó atención. Aspan
entonces se presentó y pensando de que Achu sería muy agradecido,
lo soltó. En su ira Achu saltó encima del pobre Aspan y se le comió la
cabeza. Los demás, incluyendo a Usu, huyeron al monte.
Una tarde Achu llegó al sendero y encontró a Usu sentado en el
tronco de un árbol con la cara muy triste.
–¿Por qué estás tan triste? –preguntó Achu.
–Me ha atacado una terrible enfermedad –respondió Usu–.
¿Crees tú que me podrías llevar a casa, ya que estoy muy débil para
caminar solo?
Achu asintió y Usu subió a sus espaldas, y salieron rumbo a su
casa. Usu se sentó en la espalda de Achu con sus pies en el aire y la
cabeza hacia el suelo. Le dijo a Achu que corriera rápido porque creía
que no le quedaba mucho tiempo.
Literatura kuna tule
El tigre y el machango
[Fragmento]
Está el tigre descansando en su hamaca haciendo como si estuviera
muerto. Viene el machango, y le dicen que puede acercarse a la hamaca
El perro y el machango
Una vez el perro encontró al machango comiendo una nuez
debajo de un árbol. El perro le pidió la nuez al machango y este se la
dio. Pero el perro no pudo abrir la nuez y preguntó a su amigo cómo
la había abierto. El machango contestó que con la boca no se abría la
nuez, sino que para abrirla había que buscar una piedra, y entre ella y
la bola debiera poner la nuez. Y le ayudaría él a quebrarla.
El perro aceptó lo que dijo el machango y se pusieron a dar golpes
5. Historias de animales
a la nuez con la piedra. El machango golpeó tan duro que el perro
quedó sin conocimiento por el golpe que dio su bola contra la nuez.
El machango huyó lejos y [se] subió a un árbol de aguacate. Cuando
recuperó el conocimiento se puso el perro a perseguir al machango
y le encontró sentado en una rama del aguacate comiendo frutas. El
perro no pudo subir al árbol, y el machango le dijo:
–Amigo, ¿quieres la fruta?
El perro contestó que sí.
–Aguarda un momento que voy a coger una de las frutas más
dulces que tengo –dijo el machango.
Cogió la fruta y dijo al perro que se sentara boca abierta mientras
caía la fruta. Así hizo el perro y la fruta le quedó apretada en la
garganta. El perro se puso a brincar para sacarse la fruta, mientras
el machango se fue corriendo hacia su cueva. El perro después de
haberse sacado la fruta se puso a buscar de nuevo al machango, pero
le encontró metido en una cueva estrecha en la cual él no podía entrar.
Literatura kuna tule
I
6. Historias de neles
Olonakekiryai
Nuestros padres vivieron detrás de esos cerros que vemos desde
nuestras pequeñas islas. Allá, por donde nace el sol, corren muchos y
grandes ríos, y en sus aguas se bañaron nuestros padres por muchos
y muchos años.
Esos ríos están clavados en Abya-Yala. Y esos ríos se comunican
mutuamente y llegan hasta el Kalu Tirkun.
6. Historias de neles
Les voy a hablar de un sitio y de un río donde nuestras ancianas y
nuestros ancianos aprendieron muchas cosas y nos las comunicaron.
La aldea es Ukkupneka. Y en Ukkupneka enseñó Olonakekiryai a las
ancianas y a los ancianos, a todo el pueblo kuna.
Olonakekiryai fue una gran mujer kuna. Ella conoció y recorrió
muchos kalús. Ella aprendió el comportamiento misterioso de
akkualele. Ella enseñaba a nuestros ancianos en las maneras de recoger
el akkualele.
–Primero deben bañarse muy de madrugada, luego pasen a la
orilla del río, y den un beso a akkualele; hacia las horas del mediodía
hagan lo mismo, así cuatro días. Lo sahúman muy bien y lo recogen
–decían Olonakekir a los ancianos de Ukkupnega.
simbolizan y son signos de las veces que una comunidad manda a sus
sailas a hablar y cantar sobre Papa. Cada vez que se entrecruzan los
mensajes de Papa, se alza la tela larga de algodón en la comunidad
de Kalumettesorkit. La gente de Kalumettesorkit son cultivadores de
algodón. Hombres y mujeres trabajan en las plantaciones de algodón.
Ellos conocen diversas clases de algodón y las llaman según sus formas:
yartuaupsan, kokoupsan, naruniupsan, tirruniupsan, welakiupsan,
kiptuleupsan. Esas matas de algodón florecen de un tamaño parecido al
de un sombrero. La gran mujer kuna, Olonakekiryai, también conoció
otros tipos de algodón: yarmorroupsan, sukkunukaupsan, nusuupsan.
Esos tipos de algodón no son como los que tenemos aquí. El algodón
que conoció Nakekiryai no necesita sacudirse para hacer caer las
semillas; cuando se madura la semilla cae sola y se van cayendo al
suelo una pegada a la otra, hasta formar un montón de fibras blancas
a la altura de la rodilla.
Olonakekiryai no solamente decía lo bonito que veía en los kalus.
Nuestros padres también escuchaban de esta gran mujer los males y
los errores que cometían los que vivían en esos kalus. Olonakekiryai
quería traer la semilla de diversos algodones que había visto, pero
nacieron los celos en los nelekan varones de la aldea. Ella pudo entrar
en ese kalu porque era mujer.
–Padres míos, ancianas mías –decía Nakekiryai en Ukkupneka–,
es entonces cuando surgió la envidia, los celos. Los grandes neles aquí
presentes, cuando supieron que yo aprendía en otros kalus, que bajaba
y subía diversos estadios como ellos y más que ellos, porque llegaba
a lugares que estaban prohibidos para hombres y por ser mujer me
admitían, esos grandes nelekan quisieron cerrarme la vía. Empezaron
a impedirme entrar a los grandes kalus. Me impidieron traer la semilla
de la yuca a la superficie de la Madre Tierra para extenderla. Mi
intención era subir a la superficie de la tierra las cosas buenas, los
avances y la perfección de las cosas que yo veía.
6. Historias de neles
Más tarde, nana Olonakekiryai emprendió otro mayor conocimien-
to. Esta vez llegó hasta el sitio de Sappimolanarmakkale. Olonakekiryai
encontró ahí todos los árboles, sus tallos, sus hojas pintadas y diseñadas
con figuras diversas, con formas que nos ofrece nuestra Madre Tierra.
Ese kalu fue visitado varias veces por Olonakekiryai. Cada vez que
llegaba, subía y bajaba por ese kalu, ella aprendía nuevos diseños,
nuevas formas de árboles, nuevas maneras de elaborar. Ella vio primero
árboles pintados y diseñados, luego llegó a la pintura y el diseño en el
cuerpo de las jóvenes mujeres, un poco más tarde se le presentaron los
peñones pintados. Ella intentaba traer los diseños a nuestro pueblo,
pero en esta etapa también encontró muchos celos por tarde de los
nelekan. Y ella, puesta en medio de la gente, sin miedo, hablaba así:
–Ustedes, grandes nelekan, me impiden traer el arte a nuestra
gente; ustedes se sienten hombres y prohíben a la mujer que haga el
bien a la comunidad. Pero no solo ustedes son grandes, y hay aquí entre
nosotros ancianos que me defendieron: Tat Ulinia, Tat Yermoka, Tat
Siss Mu Inar, Mu Aktikkili, Mu Okir. Ellos me dieron la fuerza, la
confianza para seguir conociendo de cerca todos los diseños, todas las
figuras. Llegué a Kalu Dugbis.
[Y agregaba:]
–En este kalu han quedado todos los diseños, todo lo curioso y lo
bonito que elaboraron nuestros abuelos, nuestras abuelas antes de esta
generación. Hermanas y hermanos, nuestra tierra ha sido bañada y
limpiada cuatro veces: pasó la oscuridad que acabó con todos nuestros
padres y era entonces Karban el hombre que guiaba al pueblo; vino
luego un gran ciclón que terminó con la segunda generación de
nuestra gente, y era Kalib entonces la autoridad; pasó también el fuego
y al final llegó Aipan y en esa época Papa limpió a la Madre Tierra
con el diluvio, con el maremoto y todos nuestros abuelos pasaron, y
desapareció su memoria. Luego vino Ipeorkun, y estamos viviendo
en su tiempo. Todo el arte, todos los diseños, todo lo hermoso que
elaboraron nuestros abuelos, nuestras abuelas de esas generaciones
que han desaparecido, ha quedado en Kalu Tukpis. Todos ellos son
la riqueza de nuestro pueblo kuna, nuestra riqueza, nuestras cosas.
Nana Olonakekiryai no aprendió inmediatamente todos los
diseños, sino a medida que fue bajando a las capas diversas de la
Madre Tierra. Kalu Tukpis es el último, donde realmente vio las
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
los grandes nelekan cuando ellos necesitan corrección. Y habló y cantó
en onmaket neka, los ancianos le escucharon, la temían. Ella hablaba
fuerte y decidida. No callaba cuando veía que sus guías no iban por
el camino de Papa. Nakekiryai fue una gran kuna que perfeccionó las
obras de Kikkatiryai.
(Asociación de Cabildos Indígenas de Antioquia, : -)
6. Historias de neles
Nele Pailibe estaba de acuerdo con su hijo.
Los nelegan para burlarse de Ogebib empezaron a exponer lo
que sabían, reunían a la gente y exhibían su destreza ante el pueblo,
contradecían así sus mismas palabras. Orientaban a la comunidad
diciendo que no debían acercarse a las madres, a las abuelas; [que]
se debía guardar cierta distancia de respeto, que los sailas y nelegan
debían respetar a sus esposas, que no debían estar siempre cerca.
Enseñaban con la boca y no con el ejemplo ni con la vida.
Los mismos nelegan habían enseñado al pueblo a respetarse, a
guardar distancia en el matrimonio, entre los primos, hermanos, tíos.
Y ellos mismos sabían de castigos que vendrían como consecuencia
del incumplimiento de los preceptos que predicaban. [Pero] cuando
uno de ellos cometía alguna falta grave comenzaban a dudar de las
mismas cosas que hablaban; decían que no era para tanto, que sí
estaban permitidas algunas cosas para los nelegan y no para la gente
del pueblo; así se corrompía el pueblo y nuestras abuelas sufrían,
nuestros niños confundían los caminos, nacía el caos.
Nadie obedecía, todos se mostraban contra las normas de Papa.
Así, [sobre] nele Diogun, que tuvo ocho mujeres y se rodeó de tantos
mensajeros que nadie podía hablar contra él, sabemos cómo acabó,
cómo se vengó nuestro pueblo; otro caso es Palipiler, que puso a los
grandes reinos de cucarachas en contra del pueblo y despertó el reino
de alacranes en contra de la gente.
Los nelegan se jactaban de saber más que otros haciendo sufrir a
los más pequeños, los más pobres, a los niños. Cuando surgía un nele
menor o uno que defendía a los pobres, lo denigraban, le expulsaban
de la aldea y decían al pueblo que ese pequeño nele no sabía nada, que
les engañaba, que ellos eran los únicos; así sufrió nele Kuani, que le
llamaron «nele Kayadodo».
Los grandes nelegan decían a las autoridades de las aldeas:
–Solamente nosotros estamos capacitados para dirigir al pueblo,
somos los únicos que podemos guiar a la comunidad.
Los ancianos habían aprendido muchas cosas de Ibeorgun y
sabían cómo conducir al pueblo, pero los nelegan querían arrebatarles
la autoridad.
De toda persona que llegaba a hablar de los dolores del pueblo
ellos decían que no venía de Papa, que tenía una visión muy tonta, que
Literatura kuna tule
pasaron muy bajito, de día. Los animales que no se dejaban ver, que
se arrastraban sobre sí, se dejaron ver por las calles de la aldea; nele
Ogebib veía todo, sentía el dolor de su comunidad.
Ogebib bajó a las capas inferiores y subió a las superiores de la
Madre Tierra; llegó al reino de cotorras, loros, payasos. [Él] podía
interpretar sus chillidos que anunciaban los diversos acontecimientos
de la naturaleza, sabía cuándo las aves emitían ruidos especiales para
anunciar la oscuridad, la claridad, la lluvia, los vientos fuertes y
débiles.
Ogebib es el nele que superó la oscuridad, el eclipse de sol.
Sabía leer los signos que anunciaban el castigo de Papa por el mal
comportamiento de sus hijos. En el más allá de la Madre Tierra,
las grandes madres, diseñaban, coloreaban, pintaban el sombrero
(inteligencia) a Ogebib, le inspiraban, le alentaban a actuar en favor
de su pueblo. Este nele, Ogebib, conoció en su visión a nana Aleyai,
nana Lesob, Muu Sobía, Muu Sobdule, Muu Olotagikiyai. Ellas
le ayudaron a leer los signos de los tiempos de la naturaleza, de la
amenaza de castigos que Papa enviaría a la tierra.
Entonces las grandes abuelas le empezaron a decir que tratara de
convencer al pueblo, que consiguieran tallos de jagua, tallos fuertes y
fijos para suavizar el enfado de la oscuridad que estaba por caer sobre
los tule, porque habían provocado la ira de la naturaleza. Las abuelas
(nana Aleyai…) orientaron a Ogebib a buscar medicamentos variados
para suspender la oscuridad que estaba por robar la luz. Orientaron
a Ogebib a ayudar a los más pobres, a los que no tenían la culpa de la
oscuridad.
Mientras tanto los grandes nelegan que decían que sabían más
que Ogebib, hasta tocaban a sus mismas madres. Los más pequeños
fueron tomando los ejemplos de los nelegan porque ellos les decían
que conocían mucho de Pab’igala, que Papa les había elegido para
conocer los secretos más escondidos.
6. Historias de neles
Toda la naturaleza se movió contra las leyes fijadas y con eso
anunció a nuestros padres que todo andaba mal, que debían corregirse,
que Papa les castigaría por su mal comportamiento. Los nelegan,
sabiendo que aparecían signos de grandes acontecimientos, insistían
al pueblo que no se alarmara, que no era nada extraño, que esto
ocurría todos los años, que estaban viviendo los mejores momentos
de la historia, que Papa estaba contento con ellos
–Nosotros seremos los primeros en saber el enfado de Papa [por]
el sufrimiento de la Madre Tierra –afirmaban–. Este pequeño nele
que no ha bajado en olobate como nosotros, que solo se sahúma
con las pepitas de algodón, no puede conocer nada de la naturaleza.
Solamente a nosotros ustedes deben seguir –reclamaban los nelegan–.
Este pequeño nele está provocando la ira de Papa, sembrando la
confusión, está contra Papa –gritaban los nelegan. Hablaban mal de
Pailibe porque este seguía las orientaciones de su hijo.
Pailibe, siendo un gran nele, por seguir a su hijo lo marginaron, lo
desconocieron. Esto ocurría antes de la gran oscuridad. El pequeño
nele no se cansaba, seguía hablando a la gente, dirigiendo a los que
sufrían.
Tomaban la chicha para las niñas; los nelegan entraban en
kabir’nega seguidos por una enorme boa, un tigre rodeado de avispas
peligrosas, entraban así para asustar a la gente pobre (eigana), para
que les tuviesen por grandes hombres y les obedecieran. Nelegan
contra nelegan inventaban muchas técnicas de miedo; trataban de
hacer caer y poner en ridículo unos a otros. Todos los nelegan eran
kandur. Algunos de ellos hacían desatar temblores de tierra, hacían
llorar a la comunidad.
Se permitían hasta las cosas más deshonestas a los ojos del pueblo.
Pero Papa ha ido enviando a su tiempo a los pequeños nelegan que
estaban cerquita de su pueblo que sufre. Papa ha enviado a Kuani,
Ogebib, Salubir, Ner Yadipiler, Ner Niue, Ner Dii, Ner Oruidule.
Nele Ogebib clamaba:
–Nana Olojuadule ha puesto a su hijo Sol el sombrero de dab’lisa y
lo ha vestido de dab’lisamola. Dentro de cuatro días va a golpear duro,
va a venir el castigo.
Los nelegan se reían, se burlaban de Ogebib y decían:
–Cómo va a venir semejante cosa, si nosotros no hemos visto
Literatura kuna tule
seguidores.
Amaneció otro nuevo día, el sol ardía más fuerte, los nelegan
salieron a sus trabajos, no oían las recomendaciones de Ogebib.
Mucha gente salía al monte desconfiada.
Pailibe se mantenía fuerte, confiado en su hijo y no dejaba que sus
allegados ni sus seguidores fueran al monte.
El sol volvió a salir muy redondo y no daba señal de un eclipse. Al
otro día, el sol nació mucho más fuerte. El sol quemaba, repartía su luz
espléndida. Los grandes nelegan volvieron a sus tareas. El sol subió
con su corona de achiote, con su corona de til’la, con su corona de
dab’lisa. La gente salió al monte, un poco más tarde cuando el sol había
subido a la mitad de su recorrido, una inmensa sombra lo siguió por el
espacio y le cerró completamente la luz. Vino una terrible oscuridad.
Los fogones se apagaron como si se hubiera roto sobre ellos una
gran vasija llena de agua. La oscuridad era tan densa que igualaba a
cuatro veces cerrados los ojos. Se oyeron ruidos fuertes por el espacio,
aullidos de perros por el espacio oscuro. Aquellos que habían salido al
monte a sus faenas se extraviaron por el camino, muchos se perdieron
por la selva.
Los nelegan que se habían burlado de Ogebib corrían chillando
por la oscuridad, perseguidos por los tapires, jaguares, serpientes.
Mucha gente murió, muchos se perdieron. Y la gente que se había
quedado en casa se reunió en la gran choza de Onmaked-nega.
En el seno de la gran oscuridad se sentía el ruido de golpes de
muerte, sacudidas terribles. Lloraban nuestras abuelas, nuestros
abuelos en la oscuridad intensa; el abuelo Ulinía, el abuelo Yermoga,
hablaban fuerte en la oscuridad. Las ancianas que habían seguido a los
nelegan corrían al centro de la choza para refugiarse mejor huyendo
de los alaridos, los ancianos las arrastraban hacia la puerta para que
sufrieran por sus errores. A los niños, a las ancianas que no habían
seguido los ejemplos de los nelegan, los ponían en el centro de la
6. Historias de neles
choza.
El pueblo empezó a fumar para suavizar la oscuridad, para atraer
la luz. Los nelegan entraron en Surba, los grandes nelegan fueron los
primeros, no podían hacer nada, salían llorando de Surba-nega, uno
detrás de otro.
Las maracas sagradas se enmudecían sin efecto. Los nelegan
lloraban impotentes ante la oscuridad.
Ahí vivían también unas ancianas muy buenas que habían
aprendido muchas cosas del mismo Ibeorgun: Muu Mar, Muu
Abdikili, ellas fueron enviadas a Ogebib para convencerle que ayudara
al pueblo que moría en la oscuridad.
Las ancianas convencieron a Ogebib, pero este dijo a las abuelas:
–Qué se hicieron los grandes nelegan capaces de todo, de someter
las avispas venenosas, de caminar acompañados de tigres y animales
feroces. Todos ellos no han podido hacer nada.
Ogebib entonces se encaminó a la choza grande y trajo consigo
a sus mejores seguidores, a sus mejores inatuledis, a sus mejores
atizadores de braseros. Empezó a cantar. No tardó mucho cuando
se escuchó el ruido suave de las maracas, se escuchó un canto suave
como el arrullo de una niña con la maraca, y cantaba: ¡Ogebib, Ogebib!
Por todo el recinto se escuchaba el ruido de la presencia de seres que
no se veían.
Ogebib hacía descender a Muu Aleyai, a Muu Alesob. La fuerza de
Ogebib era vigorosa, capaz de remover todo el recinto donde lloraba
la gente. El espíritu guía de Ogebib no callaba, seguía llamando a
Ogebib y se escuchaba su voz fuerte y temible.
Ya iban cuatro días de oscuridad y Ogebib cantaba fuerte. Su
espíritu guía habló y acusó a los grandes nelegan:
–Nele Ogebib, los grandes nelegan Kubiler, Uagibler, Masar
Tummi, Olokanakunkiler… han hablado mal de ti, han dicho que tú
no eras nele, han dicho que tú no tienes ningún poder.
Y todos los nelegan escuchaban apenados la voz del espíritu
guía de Ogebib. Toda la choza temblaba, humeaba olor a cacao. Los
grandes nelegan gemían en la oscuridad. Lloraban avergonzados de
sus palabras.
Cuatro días sufrió nuestra gente bajo la oscuridad, lloraron.
Cuatro días [se] quedaron en casa con [la] densa oscuridad que cubrió
Literatura kuna tule
de color de llama. Todas las cosas se vistieron igual; los ríos con sus
aguas corrían color de llama, las aves, los insectos revoloteaban rojos y
amarillos de fuego. Poco a poco el sol fue clarificándose, fue dorando
todo lo que tocaba.
[Durante] ocho días el sol se cambió de ropa, [por] ocho días los
insectos, las moscas, las chicharras, las aves chillaron saludando al
sol rojo, al sol rojizo, al sol amarillo intenso, al sol dorado. Ogebib
abrió la luz del sol, dejó descubierto al sol de nuevo. Nuestros abuelos
volvieron a alegrarse y los nelegan callaron.
Ogebib se llamó Ogebibi porque encendió de nuevo al Sol, Tad
Ogasadi.
(Asociación de Cabildos Indígenas de Antioquia, : -)
Nele Kuani
El gran saila era Pailipe, y Kupiler el gran nele. Entonces nuestra
tierra estaba herida. Nuestros abuelos herían a la Madre Tierra con
distintos golpes: tomaban la chicha y enseñaban cosas bajas a los
niños, a las mujeres, a los inocentes.
Encendían braseros de arcilla y altercaban con los tratados
sagrados que sabían. Nuestros abuelos se casaban con dos, tres, hasta
con cuatro mujeres.
Y así desafiaban al mismo Papa.
Los neles corrompían a las mujeres, a los jóvenes. Ellos hacían
sufrir a los niños, y les hacían pasar hambre. Los grandes neles
también estaban rodeados de jóvenes con mucho amor a la tierra, y
eran los pequeños neles, que aprendían del pueblo y criticaban a los
grandes neles.
Los jóvenes neles observaban y criticaban fuerte el comporta-
miento de los grandes nelegan. Los grandes, las autoridades seguían
corrompiendo al pueblo. Entonces, los nelegan jóvenes trataban de
frenar a los grandes; pero los nelegan decían que ellos tenían el poder,
6. Historias de neles
la autoridad, la ciencia, los tratados más sagrados de los tule. Por lo
tanto, también tenían la verdad y les tenían que respetar.
Entre los jóvenes neles vivían también nele Kuani. Kuani
observaba todo. Y Kuani empezó a hablar a nuestros viejos, a nuestro
pueblo:
–Hermanos, nuestras autoridades, nuestros grandes neles nos van
a llevar a grandes sufrimientos, vamos a llorar por la corrupción de
ellos.
–Hermanos, viene una gran sequía, el sol va arder mucho.
–Olouaibipiler (el Sol) se va a cambiar el sombrero, se va a poner
el sombrero rojo de guerra, el sombrero de fuego, y todo va a arder.
Papa ya tiene la ortiga en sus manos.
Los grandes neles se enteraron de lo de Kuani hablaba al pueblo.
Las grandes nelegan se reían de él y decían:
–¿Qué sabe ese pequeño, flaco y falso nele? Ese pequeño nele se
sahúma con las semillas de algodón, con granos de maíz, y no conoce
6. Historias de neles
que tenía trabajadores y eran mujeres. La anciana miraba todos los
movimientos. Ella vio que las mujeres cocinaban, que sacaban el otoe
de debajo de la tierra, que escarbaban un poco más para sacar la yuca
de la tierra. Ella vio que en la casa de Kuani la tierra era removida, y
debajo estaba el almacén de comida que Kuani había reservado antes
de la sequía.
Ella veía que en los rincones de la choza de Kuani había un montón
de tinajones llenos de agua, enterrados hasta el cuello, de donde
las mujeres sacaban el agua. Entonces ella empezó a hacer muchas
preguntas a las trabajadoras para enterarse mejor de la situación de
privilegio de la choza de Kuani.
El sol nacía y se escondía por las tardes y los tinajones de la choza
de Kuani seguían llenos, los tinajones de la choza de Kuani parecían
volver a llenarse.
Kuani llegó a su casa mientras la anciana estaba contemplándole
todo. Kuani dijo a la mujer:
–Qué bueno que usted me haya hecho la visita.
–Sí –dijo la señora–. Pensé venir a verte, hermano mío.
La mujer dijo a Kuani que el pueblo estaba sufriendo mucho por
falta de agua, por la sequía de muerte que caía sobre la comunidad.
Kuani dijo a la mujer:
–¿Cómo les están tratando los grandes neles? ¿Qué hacen ellos por
el pueblo, por la comunidad?
–Nuestros grandes neles cantan a Papa, claman por el pueblo a Papa
y no hacen nada más, contestó la mujer a Kuani. Nuestros grandes neles
ya no saben a quién ni cómo acudir a otras. Hay una gran confusión.
–¿Los grandes neles acuden en su invocación a los grandes
depósitos de agua (diibari sailagan)? –preguntó Kuani a la mujer.
–No, no llegan hasta allá, decía la mujer a Kuani.
–Cuando llegues a casa, trata de transmitir muy bien este mensaje
a los grandes nelegan –dijo entonces Kuani a la mujer que le visitaba
antes de este tiempo–: Ustedes nos hacían reunir para invocar a
Papa y fumar por las grandes epidemias, por la invasión de ocas, por
la invasión de serpientes, por el castigo que recibíamos de Papa, y
¿ahora por qué no?
–Sí, les llevaré esta tu noticia a los grandes neles –dijo la mujer.
La mujer se despidió de Kuani y volvió a la aldea donde los grandes
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
Y debemos llamarle a él para que intervenga en el remedio del
sufrimiento de nuestro pueblo, para que sea él quien cante e invoque
sobre nosotros a Papa.
Nele Kubiler dijo que estaba bien, que llamaría a Kuani, como
decía la mujer. Entonces, Kubiler buscó la manera de acercarse a nele
Kuani. Kubiler y los grandes nelegan no podían acercarse así sin más
a nele Kuani porque habían hablado muy mal de él.
Kubiler preguntó a las ancianas quién de ellas había sido
comadrona cuando Kuani había venido a la luz, cuando Kuani había
nacido. La comadrona, la anciana que había sido colaboradora en el
nacimiento de Kuani, fue escogida y bien aconsejada para hablar con
nele Kuani. La comadrona dijo a Kuani:
–Vengo a verle y conversar con usted sobre las lágrimas de nuestro
pueblo. Vengo a hablarle porque todos nos sentimos incapaces,
impotentes ante el castigo de Papa. Nuestros grandes nelegan han
entrado en los recintos sagrados, invocaron a Papa, quisieron aplacarlo
con la fumadera y no han podido hacer nada. El sol arde más, calienta
más y más. Nele Kuani, vengo por usted para que nos ayude a salir
de todo esto.
Entonces Kuani contestó:
–Yo no me voy a mover de aquí. Yo soy un chiquillo para los
grandes nelegan, no soy nadie para ellos. Si ellos no han podido hacer
nada, será inútil que yo vaya, no podré hacer nada.
La anciana replicó de nuevo:
–Nele Kuani, fui yo quien le dio la mano cuando era usted
totalmente débil, entonces usted no respondía; todo su cuerpo pedía
cariño, pedía protección y yo se lo di, ahora yo le pido que escuche y
nos dé su apoyo.
Entonces Kuani accedió a la llamada de la anciana partera. Kuani
le dio su palabra. Kuani se preparó para enfrentarse a los grandes
nelegan y dar al pueblo el remedio a sus sufrimientos. Nele Kuani
se encaminó hacia el pueblo, se encaminó hacia donde estaban los
grandes nelegan ya roncos, con voces quebradas y resecas por el sol y
el fracaso ante el pueblo.
Kuani empezó a ordenar los preparativos para su intervención.
Kuani mandó a los grandes nelegan a buscar los medicamentos
variados y de ocho tipos cada medicamento, cada gajo de árbol, cada
Literatura kuna tule
hierbabuena. Kuani les dio cuatro días de plazo para que los grandes
neles pudieran prepararse, y les dijo que él volvía en cuatro días para
empezar la ceremonia.
Pasaron cuatro días y todo estuvo preparado. La anciana volvió a
avisar a nele Kuani para que empezara la ceremonia. Kuani habló así
a la anciana:
I
6. Historias de neles
–Todo lo tengo previsto, no se preocupe –le respondió Kuani.
–Entonces déjame ponerme en una esquina para cuidar de las
tinajas de la ceremonia –le siguió diciendo Kubiler a Kuani.
Kuani le respondió de nuevo diciendo que todo lo tenía previsto
anticipadamente. Nele Kubiler insistía:
–Seré el que conteste a sus cantos.
Y Kuani le decía que todo lo tenía preparado. Y Kubiler era un
gran saila, era un gran nele, y era quien dirigía a la comunidad en este
tiempo.
Kuani empezó a cantar, empezó a invocar a Papa, empezó a recitar
los versos rituales.
Kuani cantó entusiasmado; Kuani elevó los espíritus de las
maracas rituales y todos le escuchaban, todos los grandes nelegan le
escuchaban. Se oyó el ruido de maracas a lo lejos y fue acercándose.
Todos escuchaban atentos. Se escuchó una voz, la voz de tarba:
–Usted es nele Kuani. Los grandes nelegan le han marginado, se
han burlado de usted, han hablado bajezas, pero su nombre es Kuani,
usted es un gran nele –decía la voz entre el humo de cacao que subía
en el recinto sagrado–. Los grandes nelegan dijeron de usted que era
un nele que se sahúma con las semillas de algodón, que su visión era
de basuras que tiran las mujeres en el fango, que era usted un nele
falso y ridículo –siguió hablando el tarba. Todos los grandes neles
escuchaban.
Más tarde Kuani habló a los ancianos:
–Solo en nombre de Papa estamos reunidos y en nombre de él
lograremos la lluvia, lograremos que se apacigüe el dolor de nuestros
corazones. Solamente el gran Papa de nuestros padres nos dará la
mano. Si Papa nos da su fuerza y su espíritu, dentro de cuatro días
comenzarán ustedes a observar las pequeñas llamitas de los rayos en
el horizonte y al anochecer podrán ver pequeños rayos junto a las
montañas y oirán el suave rumor de truenos que echarán su quejido
a lo lejos.
Ustedes observarán las nubecillas levantarse por allá lejos. Si así
ocurre vendrá la lluvia, vendrá el verdor de nuevo.
Pasaron los cuatro días y nuestros ancianos miraban el horizonte,
trataban de otear fijamente la naturaleza. Y empezaron a escuchar el
ruido lejano y muy suave del trueno y allá por donde se oculta el
Literatura kuna tule
sol, los ancianos empezaron a ver las nubecillas rojizas y rayadas que
salían en torno a las bajas montañas.
El pueblo seguía emocionado el canto de nele Kuani. Poco a
poco las nubes, los rayos y el quejido de los truenos se hicieron más
persistentes. Y lentamente el ambiente fue cambiando y se desató la
lluvia. Explotó una gran lluvia, una lluvia de grandes gotas cayó sobre
I
6. Historias de neles
y bien sabemos que le gusta, porque todos los custodios del universo
toman y les gusta la inna». Entonces, nana Olokuadule accedió a
recibir la inna de las manos de Kuani. Olokuadule compartió la inna
con sus hijos, guardianes de los grandes depósitos de agua.
Kuani habló largo, informando al pueblo de su visión. Kuani
cambió el tema y aconsejó al pueblo de esta manera:
–Papa ha dejado las verdes colinas, las oscuras llanuras [y] largas
hileras de montañas, y entre sus arbustos trazó un hermoso camino.
Y por ese camino ha puesto a los dirigentes para que pueda su
pueblo marchar mejor, sin riesgos de caer en los pantanos y de ser
molestados por los animales. Los dirigentes deben amar a los pobres
en su caminar, a las mujeres en su agotamiento, a todos por igual. Este
es el camino recto bajo los arbustos de la colina, de las montañas. Los
dirigentes son quienes van a orientar al pueblo y a guiarlo por la tierra
plana, aunque ellos tendrán que ser molestados por las espinas del
camino y tendrán que gritar cuando algún animal les asalte.
Papa dijo que tenemos que cuidar bien los cacaoteros. Esos
cacaoteros están llenos de malezas, están llenos de enredaderas, y
los dirigentes van llevando al pueblo por caminos llenos de espinas
y barrancos mientras ellos se quedan quietos y riendo. Papa nos dejó
el Onmaket-nega, y en este Onmaket-nega es donde nuestro pueblo
nos va juzgando diariamente. Y los dirigentes son de Papa o no son de
Papa; de acuerdo cómo guían por el camino al pueblo, si prefieren su
placer o la tranquilidad del pueblo.
Kuani cantó ante el pueblo, ante el nele Kubiler. Y cuando [él]
terminó de cantar, se levantó Kubiler y dijo:
–Papa me había puesto en la hamaca para dirigir a mi pueblo por el
camino recto entre las colinas. He preferido empujar a mi comunidad
por el barranco y no por la tierra plana. Yo me bajaré de la hamaca, me
quedaré sentado en el tronco duro. Y ya no seguiré haciendo sufrir a
este pueblo.
Kuani siguió diciendo:
–Todo esto no es mi mensaje, sino de Papa. Y Papa ha dejado
dicho que si alguien no quiere escuchar su palabra tampoco debía
vivir en su tierra.
Kupiler pidió perdón a la comunidad. Se sintió reclamado por
Papa. Los grandes voceros, los grandes sapindummagan hablaron de
Literatura kuna tule
cambiar la autoridad.
(Asociación de Cabildos Indígenas de Antioquia, : -)
6. Historias de neles
–Como me has llamado, eres un buen nele.
Finalmente llegó una enorme culebra negra que se arrastraba por
el suelo de la surba y se paró entre las piernas de nele Pailiber y dijo:
–Como me has llamado, eres un buen nele.
De repente sonaron muchas flautas de hueso y se presentaron dos
hombres. Gritaron: ¡Eeeeeeeeeee! Entraron y ofrecieron las manos a
Pailiber. Le preguntaron si estaba bien. Abajo en el cementerio los
espíritus estaban recogiendo sus huesos y reviviendo. Uno de los
hombres era el padre que había muerto hacía diez años y el otro era
un muchacho que había muerto hacía dos años. Le preguntaron a
Pailiber por qué los había llamado.
El muchacho dijo entonces a los presentes:
–Ahora quiero decirles algunas palabras a ustedes. Cuando
yo vivía en la tierra tuve una enfermedad. Dios ha dejado las
enfermedades en la tierra para que nosotros podamos morir. Si no
hubiesen enfermedades no moriríamos y no veríamos nunca el Reino
de Dios. De manera que para que vayamos a donde Dios él ha dejado
las enfermedades en la tierra. En todo caso, yo me enfermé y morí.
Llegué al cementerio, que es un bello lugar. En poco tiempo partí y
viajé lejos hasta llegar a una gran muralla de oro que rodeaba el Reino
de Dios. Allá me dijeron que regresara al cementerio y permaneciera
por un año. Esto era un castigo por mis pecados en la tierra. Me quedé
por un año y finalmente regresé al Reino de Dios, donde había estado
por un año cuando me llamaron aquí. Esto es todo lo que voy a contar
por el momento.
Entonces comenzó a hablar el padre. Todos en el congreso le
escuchaban: su hijo, su hija, su mujer y todos los hombres grandes de
la región. Todos los neles grandes estaban presentes. El padre dijo:
–Cuando yo bajé a la tierra vine enfermo. Cuando comencé a
crecer me di cuenta de que tenía muchas enfermedades que me
estaban comiendo. Me mejoré y estuve bien por unos años, pero luego
las enfermedades me atacaron nuevamente. Me comencé a tratar con
medicinas, mi salud mejoró y comencé a trabajar limpiando monte y
sembrando mangos, cocos, aguacates, guabas, guabas peludas. Pero
de nuevo me enfermé. Tuve hijos. Me recuperé un poco, pero poco
después renovaron las enfermedades y atacaron mi cuerpo débil y
fui donde un curandero. Me bañé en un cayuco lleno de yerbas y
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
me pintaron con achiote y me pusieron en la hamaca. Después de
juntar todas las cosas necesarias para el entierro mandaron a buscar a
dos hombres para cavar mi tumba. Yo vi todo esto.
Me llevaron al cementerio. A medida que remábamos río arriba
vi muchos pueblos con banderas que se mecían al viento a lo largo
de ambas orillas. En uno de estos pueblos había banderas blancas en
todas las casas. El sáhila se llamaba Olomaidigiña y las gentes de él
eran buenos pescadores. Era el pueblo de las garzas.
A medida que continuábamos río arriba vi que todo era de puro
oro. Los árboles eran de oro, lo mismo que las plantas que crecían en
las orillas. Había muchos peces de oro en el río y toda la arena y las
piedras eran doradas y brillaban a la luz del sol.
Finalmente llegamos al cementerio y amarraron el cayuco a un
palo de oro enterrado en la arena. Todo lo que yo vi era de oro y plata.
Me trepé en una muralla de oro y vi un pueblo con muchas banderas
de oro que se mecían con la suave brisa. Había muchos jardines con
flores de oro y plata que echaban perfumes deliciosos. Había mucha
gente caminando entre las flores. Yo vi todo esto.
Toda esta gente estaba muerta y ellos eran espíritus. También
vi unos hombres-gusanos que comen los cadáveres de los muertos.
Había hombres-tábanos que llevaban vestidos brillantes de un verde
luminoso. Ellos chupan la sangre de los muertos. Había otros también:
hombres-murciélagos. Todo esto vi en el cementerio.
Se me acercó un hombre y con él comencé a descender en el
cementerio. Cuando llegamos al primer nivel vi Kalu Turuwa y al
jefe Oloturuwakwa y a la madre, que lo cuidaban. Ellos gobiernan el
pueblo de basura y sucio que se acumula en las casas. En este lugar
Dios da vida a estas cosas y ellos viven como seres humanos. Dios
ha creado un bello lugar para ellos –todo de puro oro–. El guía me
dijo: «Toda esta gente que tú ves son basura y sucio: cenizas, cáscaras
de plátano, todo lo que se bota en la tierra. Las mujeres en la tierra
siempre deben mantener sus casas limpias porque los desperdicios se
convierten en gente y contarán a Dios de su falta de barrer la cocina
todas las mañanas».
Fuimos después al segundo nivel y llegamos a otro pueblo. Dios
había creado este pueblo y lo había poblado con espíritus malos como
Soa Soa Achusimutibalet, Frío Intenso, Oscuridad y Nubes, que
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
sábalos, jureles, sardinas.
Durante ciertos meses del año el mar se encrespa en el cuarto
nivel y sale para la tierra. Cuando vemos que el mar está bravo y sucio
con fuertes corrientes pensamos que Dios está molesto con nosotros,
pero no es así: Dios nos está mandando peces para reabastecer los
mares. Cuando el mar se calma de nuevo podemos ver que hay peces
en abundancia.
Me paré sobre una alta muralla de puro oro y observé el panorama
que se extendía hasta los límites de la vista. Vi una campana grande
cuyo sonido llega hasta la casa de Dios en el octavo nivel. Su sonido
alcanza el lugar del trueno, el lugar de los árboles (Sapibe-nega), el
lugar de las lluvias. Alcanza a Kalu Ibaki y a Tagarkun Yala. En la
casa de Dios hay otra campana y su tintineo se puede oír en todas
partes, aún en el cementerio.
Vi muchos pueblos que tenían campanas de oro. Había mucha
gente manejando carros en las calles, y todos los hombres llevaban a
sus mujeres del brazo. Había una profusión de flores de oro y plata,
aves de oro y plata. Todo era de oro y plata: las campanas, los relojes,
las banderas. Yo vi todo esto desde la muralla de oro en el cuarto nivel.
Pero no piensen que esto es el Reino de Dios. Esto está muy
lejos…
Entonces el espíritu del padre muerto se volvió hacia los que
estaban presentes en el congreso y dijo:
–Miren el cementerio. ¿Creen ustedes que es hermoso? ¡No! Está
muy sucio porque ustedes nunca lo limpian ni cortan las malas yerbas.
El guía me dijo que tenía que regresar al cementerio a buscar otros
espíritus y me dejó. Un platillo de oro bajó y el capitán me llamó:
«Ven conmigo», me dijo: «He venido a llevarte al Reino de Dios».
Subí al platillo y fuimos al nacimiento del río Oloubikun Tiwar, que
también se llama Olobelen Tiwar. Había un pueblo grande rodeado
de una muralla de oro. Este es el lugar donde están estacionados todos
los platillos de oro que recogen los espíritus de los niños y de la gente
buena para llevarlos al Reino de Dios. El guía me dijo: «¡Te voy a
dejar aquí!», y se me alejó.
Llegó un cayuco y subí en él. Comenzó a moverse rápidamente
encima del agua y todas sus banderas flameaban al viento. Pasamos
un pueblo que tenía muchas banderas clavadas en los techos de las
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
En ese momento se me acercó un cayuco de oro. El capitán me
dijo: «Aquí termina tu viaje. No puedes seguir más adelante. Dios me
dijo que te dijera que regresaras al cementerio porque no te portaste
bien en la vida». Comencé a llorar. El capitán me dio una carta que
decía que debía regresar al cementerio y quedarme allá por diez años.
Regresé al cementerio, pero la vida allá no es tan mala porque hay
suficiente comida y muchas flores fragantes. Había allí mucha gente:
hombres viejos que habían estado allí por diez, veinte, treinta años.
Otros no hacía mucho habían partido para el Reino de Dios; otros
habían salido hacía pocos meses. Toda la gente buena había partido
hacia el Reino de Dios tan pronto como habían llegado, sin pasar
ningún tiempo en el cementerio.
Estuve allí por diez años. Hay una pantalla grande en la cual
se muestra la vida de uno como en el cine: si uno ha robado o ha
maltratado a su mujer o engañado a una mujer ajena, aparece en la
pantalla. Cuando todo el mundo está mirando puede venir un hombre
por entre el monte cargando un racimo de guineos robados y uno
pensará: «¿Quién será ese hombre que viene por entre el follaje?» ¡Y
será uno mismo! Dios está viendo todo lo que hacemos aquí en la
tierra. Él está mirando todo lo que hacemos en casa, en el río, en el
monte. Es por eso que siempre debemos ser buenos.
En el cementerio había una casa grande con una mesa de oro en
la cual había cartas mandadas por Dios. Iba allí a menudo, y un día,
por fin, había una carta para mí. Decía: «Bien, hijo mío, ahora puedes
venir a donde mí. Has estado en el cementerio por diez años y todos
tus males han sido purgados. Estás limpio y sano. Ven a mi reino».
Llegó el guía y comenzamos a descender, y pronto alcanzamos
el cuarto nivel. Nuevamente llegamos a la casa de Welibdor. Todo
era de oro: mesas, platos, botellas, las hamacas. Él me dijo: «Vamos a
comer». El oficio de este diablo es dar de comer a los espíritus de los
muertos que pasan por allí. La comida era deliciosa: pavo de monte,
puerco de monte, mono todo frito. También me dio plátano, otoe,
yuca y guineo; y también me ofreció café, cacao y chúcula de guineo
maduro. Comí con gusto y pronto estuve lleno. Welibdor me dijo que
él no podía comer nada. Me dijo: «Dios hizo que yo me quedase aquí
porque yo era muy egoísta y todo lo quería para mí. Cuando vivía yo
en la tierra nunca ofrecí comida ni bebida a aquellos que me visitaban.
Literatura kuna tule
Por esa razón ahora tengo que brindar comida a los espíritus. Pero yo
no puedo comer nada. Este es el castigo de Dios». De repente llegó
un muchacho con varios platos llenos de comida y los puso frente a
Welibdor. «Mira esto», dijo el diablo. Comenzó a oler la comida: Usi,
usi, usi… y con el olor de la comida se llenó. Entonces el muchacho
recogió la comida y la botó, porque Welibdor no podía comer nada.
I
6. Historias de neles
entre estas se aplastaron, y cuando miré hacia atrás estaban levantadas
otra vez.
Seguidamente llegué a una inmensa oscuridad que tenía que
entrar porque yo había llevado una vida mala en la tierra. Dentro
había murciélagos inmensos del tamaño de pelícanos. Cuando entré
me morí. Cuando me desperté estaba afuera a campo abierto, pero
los murciélagos se habían comido mis orejas. Continué andando
y encontré a mi suegra. La saludé y ella me dijo que la tocara en
la espalda. Al hacer esto se convirtió en candela y me quemé,
volviéndome cenizas. Cuando yo vivía en la tierra una vez la había
engañado mientras ella hacía chúcula de guineo maduro.
Cuando me desperté continué a lo largo del camino. Aunque había
permanecido en el cementerio por diez años aún no todos mis pecados
habían sido borrados. Me encontré con mi cuñada y la saludé. Me
dijo que le tocara en la espalda y cuando lo hice se me trabó la mano.
Ella se convirtió en un árbol y yo estaba subido en sus ramas. Perdí
el balance y fui a caer en unas rocas afiladas. Me pasó esto porque
también la había engañado un día. Volví en sí y continué mi viaje.
Después llegué a un lago lleno de sangre. El guía me dijo: «Tienes
que cruzar este lago». Comencé a cruzar por el puente a través del
centro del lago y me caí. Al caer perdí el conocimiento. Cuando me
desperté estaba en la orilla opuesta. El guía me dijo que había recibido
este castigo porque había maltratado a mi mujer y esa era su sangre.
Todas estas cosas me estaban pasando porque había cometido faltas
en la tierra. Después llegué a un lago pequeño de sangre que traté de
cruzar pero caí en el puente y me ahogué. Cuando volví en sí el guía
me dijo que esa era la sangre de mi hijo: yo le había dado golpes a él
también. No es bueno golpear a los miembros de la familia en la tierra.
Apuré el paso y entré en un viento fuerte. Había una soga tendida
en el paso. Era la soga de los kantules. Cuando se le castiga a alguien
aquí es porque ha peleado con los kantules. Pero a mí no me castigaron
porque en la tierra había tratado siempre a los kantules con respeto.
Entonces llegué a un lugar donde muchas águilas y perros de Kamu
estaban reunidos. Las águilas cantaban mientras daban vueltas en el
aire. Este lugar también es de los kantules. Tampoco fui castigado
aquí.
Seguidamente llegué a un trapiche grande que se abría y se cerraba
Literatura kuna tule
6. Historias de neles
me acercó. Traía mucha gente. El chofer me dijo que había venido
a buscarme. Me subí y partimos. Fuimos por un camino que tenía
ocho brazas de ancho. Había monedas de a diez centavos de puro
oro tiradas por todas partes. El camino brillaba como un espejo, pero
era de puro oro. Había muchos hombres paseando con sus mujeres
del brazo y por todas partes había muchos carros llenos de gente y
muchas flores. Había cientos de caminos que conducían a la casa de
Dios. Toda la gente le iba a visitar. Mucha de la gente tocaba flautas
y guitarras. Vi muchas mujeres que se mecían en la suave brisa. Pero
cuando me les acerqué eran flores de diferentes clases.
Continué a lo largo del camino y vi otros caminos con calles
adyacentes que tenían ocho brazas de ancho. Las había por todas
partes. Había un camino que brillaba con chispas de luz, como
relámpagos; lo llaman Olotagarkun Igala. Vi mucha gente caminando
en este camino, pero cuando me acerqué vi que no era gente sino oro.
La próxima calle que vi parecía que saltaba. Pero cuando me acerqué
vi que era el oro que brillaba. Se llama Olokakwabak Igala.
Llegué a otra calle que estaba llena de tapires. Cuando me acerqué
vi que no eran tapires sino puro oro; se llama Olomolikun Igala. Yo vi
muchas calles allá: Oloyannukun Igala («calle del puerco de monte»),
Olowedarkun Igala («calle del saíno»), Olosulukun Igala («calle del
mono»), Olosiglikun Igala («calle del pavón de monte»), Olokwamakun
Igala («calle del pavito de monte»), Olopaarukun Igala («calle del
canario»), Olosuisupikun Igala («calle del pechiamarillo»). Yo pensé
que todas estas calles estaban llenas de animales, pero cuando me
acerqué vi que no eran animales sino puro oro.
Todos veremos algún día estos lugares, ya que moriremos algún
día. No estamos aquí para vivir para siempre. Todos ustedes morirán
y verán las cosas que yo he visto.
Finalmente llegué a la casa de Dios. El camino por el cual llegué
a la casa estaba bordeado con árboles de oro y plata. Había pájaros de
todas clases sentados en las ramas cantando. En el parque que rodeaba
la casa había muchas bancas y mesas de oro. El guía me dijo: «Toda
la gente que has visto tocando flautas y guitarras vendrán a la casa
de Dios para la fiesta». Había muchas flores de diferentes clases, y se
sentía una suave fragancia en el aire. El guía me dijo: «Dios vendrá el
domingo».
Literatura kuna tule
de oro pero aún es muy bello para nosotros. En el Reino de Dios todo
es fragante, hay muchos carros y la gente toca los pitos haciendo ruido
constantemente.
Me senté por un rato. Entonces vi al portero, que era un policía.
Llevaba dos pistolas (kingi pintor) y una carabina. Llevaba botas de
oro que subían hasta las rodillas y una espada de oro en su correa.
Marchaba de un lado a otro cuidando la entrada. El guía me dijo: «Los
panameños están imitando al portero porque ellos saben que también
hay policías en el reino de Dios. Ellos han estudiado lo que hay arriba
y saben que deben ser como los vigilantes de Dios».
Me dieron una carta de Dios. Le di la carta al portero y tan pronto
como la leyó me abrió la puerta. La puerta hizo mucho ruido al
abrirse. El portero me entregó otra carta al entrar. Adentro todo era
de puro oro. Llegué a otra puerta y encontré a otro portero. Así pasé
por ocho puertas hasta llegar a una escalera automática que me llevó
hasta arriba. No pude ver todo lo que había porque la escalera subía
rápidamente. Vi otro portero, le entregué la carta y me dejó entrar.
Ante mi vi un salón lleno de gente sentada en escritorios con muchos
papeles. Había miles y miles de ellos. Estos eran los secretarios de
Dios. Subí al segundo piso que era lo mismo. Finalmente llegué al
séptimo piso. Cada piso estaba lleno de gente que dedicaba su trabajo
a Dios: todos eran secretarios. El guía se volvió hacia mí y me dijo:
«Dios vive en el octavo piso. Su hijo, Jesús Cristo, bajará a comer en el
séptimo piso. Tú no puedes subir al octavo piso. Nadie puede ir allá».
En poco tiempo sentí música y me dijeron que Jesús venía bajando
a conocerme. Llegó con la Madre. Al lado de la mesa de oro había un
ataúd. Jesús se paró al lado de la mesa. La madre me dijo: «Llama a
Jesús». Le llamé y él miró hacia el otro lado. Le llamé nuevamente y
nuevamente miró hacia otro lado. Esto pasó varias veces. Le llamé de
nuevo y miró hacia el sur. Luego se sentó en la mesa. Le llamé una
vez más y volvió su silla hacia mí. Me trató como si yo no fuese un
6. Historias de neles
hombre viejo sino un niño. Me abrazó y me meció entre sus brazos.
Me dijo: «Ahora tú has venido a mí porque has recibido tus castigos
y ahora estás limpio».
Entonces abrieron el ataúd. Dentro había puro oro. Jesús me
metió en él. Al principio yo pensé que no iba a caber porque era muy
alto y el ataúd era muy corto, pero lo hice. Se cerró la tapa y perdí el
conocimiento. Estuve allí por una hora hasta despertarme. Mi cuerpo
entero me picaba y vi que me había convertido en oro. Después de
dos horas abrieron nuevamente el ataúd y vi que todas mis ropas eran
de oro. Al principio no me podía levantar porque estaba muy pesado.
Finalmente logré hacerlo y noté que era más pequeño que antes:
todos en el reino de Dios tienen el mismo tamaño. Entonces Jesús
me dio un saco, un sombrero y zapatos de oro, y en cada bolsillo me
puso B/, B/ en total. El me dijo: «Con toda esta plata tu podrás
pasear por las calles. También todo el dinero que ahorraste en la tierra
se te devuelve aquí».
Salí a la calle y en la primera esquina me quitaron B/. Lo mismo
pasó en la esquina siguiente. Después de pasar seis esquinas me quedé
sin plata y me puse a llorar. Había perdido mi dinero porque no me
había portado bien en la tierra. Yo me sentía feliz en el reino de Dios
pero en ese momento me sentí triste porque había perdido mi dinero.
Regresé a la casa de Dios y allá me dieron más plata.
Alrededor de la casa de Dios había muchos carros llenos de gente
que había venido a visitarle. Sentí música. Los suaribedis llegaron a
saludar a Dios. Después llegaron los argars y finalmente los sáhilas.
Entonces llegaron los otros hombres grandes. Había una gran mesa
con muchas flores alrededor. Dios y la Madre llegaron y se detuvieron
al lado de la mesa. Toda la gente les vino a saludar, y tocaron música
de flautas: supe, kuli, kam buruwi. Todos los hombres y las mujeres
bailaban y tenían puestos vestidos lucidos. Todo el mundo se estaba
divirtiendo mucho.
Dios me dio un telescopio (kamu) y comencé a mirar todo lo
que había en el reino de Dios. Todos los edificios y sus campanarios
brillaban intensamente. Pero aún con el telescopio no podía verlo
todo: es muy extenso. Después volví el telescopio hacia los Estados
Unidos. Observé todos los grandes edificios, torres, banderas que
ondeaban al viento y muchos carros en las calles. También vi grandes
Literatura kuna tule
una fiesta. Dios se volvió hacia el oeste, el norte, el este y el sur. Todo
el mundo permaneció quieto aguardándole. Llegó la comida: yuca,
zapallo, ñame, otoe, plátano, camote, guineo (cuatro filo); saíno, conejo
pintado, ñeque, mono, pavito de monte, pavón de monte, puerco de
monte. Toda la carne era frita.
Pero no había sirvientes para traer la comida. Los platos venían
a la mesa por sí solos lo mismo que las tazas. La comida fue llevada
a la mesa por tubos de oro que llenaron los platos. Dios se comió
ocho platos de comida. Tomó una servilleta blanca, se limpió la boca
y la botó. Hizo esto después de cada bocado. Las tazas se llenaron
de bebida: cacao, café, chúcula de guineo maduro, chicha de maíz,
de piña, de guanábana, de naranja. Todo el mundo tomó bastante.
Aquella gente que había sembrado suficiente de estas siembras
mientras estaban en la tierra tenían todo lo que querían de estas cosas.
Así que es bueno trabajar duro y sembrar todo lo que sea posible.
En el reino de Dios no hay tristeza, pereza, aburrimiento, dolores
de cabeza o de estómago. Todo el mundo es fuerte y feliz. En la tierra
mis oídos no estaban muy bien, pero en el reino de Dios eran muy
poderosos. Ustedes verán todo esto. Nadie puede creer que estas
cosas no existen allí. Todos moriremos porque no podemos vivir para
siempre. En la tierra yo sufrí mucho, pero en el reino de Dios estaba
feliz. No se comporten mal como yo lo hice en la tierra.
Al terminarse la comida Dios se marchó. Así salí a dar un vistazo
al pueblo. Vi la barriada de los sáhilas: todo el que vive en este lugar
es un sáhila. Hay banderas en cada casa y en todas partes hay carros y
jardines con flores en el patio. Vi muchas barriadas: la de los suaribedis,
los argars, los kantules, los kamsuets, las iets. Si un sáhila sabe Sia Igar
(canto del cacao) también puede tener otra casa y otro carro en la
barriada de los maestros de esta materia. Hay personas que tienen
cinco o seis casas porque han estudiado muchas cosas. Caminé por
todas estas barriadas: la calle es muy larga.
6. Historias de neles
Cuando hay una chicha todo el mundo va. Pero hay gente que
se queda afuera porque no sabe tomar chicha fuerte. [A] otros, que
han peleado con los kantules, les es prohibido entrar, así mismo con
los kantules que han peleado durante las chichas. Todos los que han
cooperado durante las ceremonias están contentos y pueden entrar.
La historia del espíritu se terminó aquí. Él dijo:
–Hasta aquí yo había llegado en el reino de Dios antes de que
ustedes me llamaran.
Nele Pailiber le había llamado para que él hablara a la gente, y
cuando hubo terminado desapareció. El espíritu había sido como
un radio: había hablado pero no había estado nunca allí de cuerpo
presente. Cuando terminó de hablar había dejado de existir.
(Chapin, : -)
7. Escritores kuna tule
IGUANIGINAPE KUNGILER
Abuela
Abuela, tú no has muerto,
vives conmigo,
me sigues enseñando diariamente
en medio de esta ciudad sin memoria.
Tinaja
Cuentan mis abuelos
Literatura kuna tule
Tinaja e Ipelele
son de la misma sangre;
I
Ipelele
Nána Kayapai,
desde el fondo del río Tuiliwala,
sonrío con satisfacción
al mirar a sus hijos nacer
desde la tinaja de oro de plata.
El gran río se estremeció,
las nubes se acoplaron para dialogar del gran nacimiento,
las distintas capas de la Madre Tierra
se acomodaron,
se fortalecieron
y profanaron profecías.
El fuego se levantó
con su sombrero brillante
para la lucha,
para señalar el camino de esperanza.
El viento volvió a danzar
como la primera vez
cuando Papa y Nana estaban formando a la Madre Tierra.
El fuego
el viento
el agua
las plantas
y los ocho hermanos
volvieron la memoria
de mi Pueblo Tule.
(Green, s/f: s/p)
A R Y S TE IDES TURPANA
Archipiélago
Aquí isla de Kuepti
mariposeando el frío se desangra,
muerde horas clavadas en la pared.
Mi abuelo desenvaina sueños.
Mi abuelaógarra salvaje y mandibulaó
abanica la palabra soledad.
La borrasca trae flores
entre sombras.
El mar dispara
delfines
mirándose al sol.
Cerro Ipeton
emite nieblas misteriosas
a mi alrededor.
Nada nada nada.
Literatura kuna tule
Awá-pit y chocó
bitaban: sindaguas, telembíes, barbacoas e iscuandés (Cerón, :
). Las relaciones entre los sindaguas y los awá son las que resultan
más evidentes, y cabe la posibilidad de que los awá sean descendientes
o remanentes de los sindaguas.
Los awá han recibido un gran impacto negativo sobre sus saberes
propios, hasta el punto de que es muy poco lo que se conserva o cono-
ce de sus relatos tradicionales; con todo, tanto ellos como los embera
y los wounán continúan hablando sus lenguas originarias; lenguas en
las que siguen contando y cantando algunas de las literaturas más hú-
medas del mundo.
Awá-pit y chocó
Awá-pit y chocó
na; «otros vinieron desde Popayán siguiendo el curso del río Patía y
las expediciones de Belálcazar procedentes de Quito» (Cerón, :
). Siguiendo a Cerón debe decirse que las encomiendas españolas
se generalizaron a lo largo del río Mayasquer, que es conocido oficial-
mente con el nombre de río San Juan. Los reductos de la población
indígena quedaron a cargo de los padres Mercedarios, provenientes
de Ecuador. En , abolida la esclavitud, los afrodescendientes li-
bres se dispersaron buscando tierras y tal presión implicó que mu-
chos nativos se aislaran parcialmente y replegaran en las montañas
de selva. Notoriamente más impactados que sus vecinos originarios
del norte, los inkal awá hoy por hoy se distinguen en tres grupos con
diferentes niveles de aculturación. Como hizo notar Cerón (), si
los awá de fines del siglo XIX vestían tejidos de corteza de damajagua y
vivían parcialmente desnudos, tal situación cambió cuando los misio-
neros de corrientes renovadas les impusieron un tipo de uniforme que
aún lucen muchos de los hombres mayores. No es casual, por tanto,
que hasta hace poco se creyera que los awá no poseían siquiera una
mitología propia, tan aculturados como parecían; pero la mantenían
calladamente oculta; una estrategia que les ha permitido conservar
algunas de sus expresiones culturales hasta el presente. Profundizar
sus relaciones interculturales a través del conocimiento médico con
indígenas del vecino Putumayo, en Colombia, con los pastos de Na-
riño, y con los afines tsachilas (colorados) y cayapas de Ecuador, es
otro de los retos que plantea este periodo de resurgimiento y trueno
de los inkal awá.
Sobre las culturas embera y wounán no se puede hablar en los
mismos términos de ocultamiento cultural que definieron hasta hace
poco a los awá. Aunque más aisladas, ellas han sido más visitadas por
investigadores cuyos registros permiten conocer su devenir históri-
co. Las memorias fotográficas que incluye una reciente exposición
del Museo del Oro, permiten mencionar a Erland Nordenskiöld (en
), Henry Wassén (en y ), Alicia y Gerardo Reichel-
Dolmatoff (en y ), Luis Guillermo Vasco (a finales de los
sesenta), Fernando Urbina (en ) y Mauricio Pardo (entre y
). Sobre Nordenskiöld, etnógrafo sueco, es de notar que trabajó
con Sélimo Huacorismo, y que conoció a Floresmiro Dogiramá, tam-
bién jaibaná y célebre narrador embera de río.
Pacífico
aunque casi extinta entre los embera katío, suele ser de confección
femenina, así como la cestería; mientras que las tallas en madera les
corresponden a los hombres.
Los célebres cántaros chocó se distinguen por su forma antropo-
morfa con «barriguita». Vasco ha sostenido que los cántaros represen-
tan a los seres esenciales; es precisamente en su interior en donde se
fermenta la chicha para las fiestas comunitarias, y según explica, la
chicha de maíz es generadora del ser embera. Este antropólogo cuenta
que durante el rito de paso de niña a mujer, ella es aislada en un recin-
to en donde pasa al menos un par de días adornando su chocó, cántaro
que la acompañará durante toda su vida.
El autor de Semejantes a los dioses () señala así mismo que los
embera de montaña conservan el arte de la cerámica, aunque adap-
tada a las necesidades y pedidos de sus vecinos colonos. Las mujeres
mayores suelen usar paruma (tela tradicional enrollada a la cintura)
debajo de ropas occidentales. Los hombres realizan tejidos con hilos.
En cuanto a los tejidos de los embera de río, Wassén () cita a
Severino de Santa Teresa y a Nordenskiöld, en referencias directas
a cabuyas con nudos comparables en lo nemotécnico a los quipus de
los Andes centrales. Ahora bien, si hoy en día los embera de montaña
se asemejan más a sus contemporáneos andinos que a los selváticos,
es muy probable que cualquier tipo de relaciones con los núcleos ci-
vilizadores centroandinos se establecieran en el pasado a través del
corredor marítimo del Pacífico.
. Hasta el momento solo he escuchado a una embera que en cierta ocasión leyó
en Bogotá unos poemas que había escrito; los llamados «poemas» eran ante todo
unos escritos de contenido reivindicativo, y no poseían motivos tradicionales.
embera, Karagabí dice haber surgido de la saliva, sí, pero de la saliva
del mundo, que es el agua primordial. En cambio Tutruiká, aunque
se creó a sí mismo, aparece en el viento.
Karagabí, que venía de un mundo más arriba, y Tutruiká, que ve-
nía de un mundo más abajo, se encuentran en este mundo y se ponen
a crear gente con piedra y con barro, respectivamente; así es como
combinan sus cualidades –en el clásico tema del intercambio de pen-
samiento y materiales entre el supramundo y el inframundo en la con-
figuración del planeta Tierra, un tema central en los cantos estacio-
nales uwa del área oriental andina–. La creación de los seres humanos
a partir de muñecos modelados por hombres-deidades primordiales
aparece en otras literaturas indígenas de Colombia. Kemoko, hombre
primordial yukpa, fabrica cuatro muñecos de tierra, dos hombres y
dos mujeres. Una narradora wounán no se refiere a Ewandamá como
el modelador de los muñecos, sino a Jesucristo, quien los dispuso en
una playa vacía, encontrándolos vivos tras el paso de la noche (duran-
te el amanecer). Un narrador katío cuenta que el Sol se hizo labrar
unos palitos de chonta, y que a cada uno lo marcó con un apellido;
Pacífico
luego los puso sobre una playa grande en el Chocó, se puso a tocar su
tambor y los hizo levantar por montones. Eran tantos que la playa se
llenó y tuvieron que migrar hacia las cabeceras de los ríos. Vélez (
[]) integra en su versión los relatos recogidos por los misioneros
Severino de Santa Teresa y María de Betania, así como el que escu-
chó a Justiniano Domicó; en la versión integrada los muñecos del ser
de arriba son inferiores a los del ser de abajo. Karagabí logra crear
un hombre a partir de un pedacito de barro donado por el avaro Tu-
truiká; diez años más tarde Karagabí crea una mujer (su compañera),
la forma con otro pedacito de tierra y un pedacito de costilla. Este es
el tipo de relato tradicional en que el narrador integra elementos bí-
blicos, un rasgo muy común en la oraliteraturas de ingas y camëntsá.
En numerosas ocasiones, dependiendo de la persona que relata y
también de a quién le relate, los narradores sienten la necesidad de
adecuar las versiones, quizá para agradar al oyente si este es misionero
o antropólogo, o incluso para acoplar su tradición a la del mundo de
los extranjeros que preguntan. Es lo que Pineda y Gutiérrez ()
llaman una respuesta forzada. Sin embargo, no siempre es así, ni ne-
cesariamente implica que los indígenas hayan olvidado sus historias
de creación, pues en muchas otras tradiciones del área, incluyendo las
vecinas de los Andes, no es prevalente la idea de creación: el mundo
ya estaba creado y los primeros hombres, frecuentemente mensajeros
de una deidad también preexistente, cumplen el papel de lo que en
quechua cusqueño se denomina camac, es decir «animar».
De hecho, Karagabí moldea y luego sopla sobre la frente y las ex-
tremidades del muñeco. Soplar equivale a animar, a darle vida al mu-
ñeco. Sin embargo, «tiempo después, Caragabí hizo de un salivazo un
nuevo personaje a quien llamó su hijo» (Vélez, : -); y en otra
versión, «Caragabí produjo de la nada una gota de agua, la cubrió con
una totuma nueva, y al día siguiente al descubrirla la halló convertida
en un indio catío» (: ). Luego hizo lo mismo para hacer una
mujer. A continuación les enseñó cómo producir las gotas. Surgió así
una nueva pareja. La mujer, sintiendo la humedad de la gota aún en
sus dedos, los sacude, y de esas «menudísimas gotas» salen los cunas o
tules, unos vecinos que según el relato terminan siendo menos que los
embera, lo cual se explica en parte por sus antiguas pugnas territoria-
les. Parte de la clave está en reconocer el modo como el relato anterior
. Ahora bien, una de las versiones más afines es justamente la de los so’to
(makirita-re o yekuana), un grupo de la orinoquía venezolana cuya lengua
pertenece a la familia lingüística carib. En sus narraciones tradicionales,
compendiadas por escrito en el maravilloso Watunna, reaparece el
tema del árbol y la inundación. Con todo, es desde el árbol que los
gemelos flechan y matan a muchos de los que devoraron a su madre.
Concluida la compensación regresan al cielo, en un episodio que nos
recuerda a Hunahpú e Ixbalamqué los gemelos mayas del Popol vuh.
la sanguijuela –a veces del murciélago–, pues se caracteriza por chupar
sangre. Es importante destacar que las acciones de los héroes embera y
wounán poseen un marcado doble sentido, pues favorecen y al tiempo
incomodan a la comunidad. El Hijo de la pierna genera numerosos
problemas debido a su excesiva fuerza; de ahí que su propia gente lo
intente asesinar –una tensión que en realidad se vive con algunos jai-
banás que han sido acusados por su comunidad de usar mal o en exceso
sus poderes–.
El motivo que subyace en los diferentes relatos sobre el Hijo de la
pierna es claramente el de la búsqueda de la madre, y su consiguiente
persecución de los supuestos responsables del asesinato. Lo trágico
de este ciclo de relatos es que es el hijo quien viene a ser el directo
responsable por la muerte de la madre, o al menos así lo cree toda
la gente, aunque no se atrevan a decírselo; y en cambio culpan a las
grandes fuerzas que exceden el control humano: antomiás o seres so-
brenaturales del agua, serpientes, felinos e incluso a la misma Luna.
Lo que la gente realmente se propone es que esas fuerzas destruyan
al Hijo de la pierna, pero él casi siempre sale victorioso. Sus victorias
Pacífico
hace y Antomiá llora en el agua, lo que evoca los árboles awá que lloran
mientras caen. No es casual que hoy en día muchos narradores se refie-
ran al espíritu del río como «monstruo», demonio y diablo. El opuesto
complementario fue demonizado por presión de la dialéctica judeo-
cristiana –algo ya visto en otro relato awá–; así es como se reinterpretó
el hecho de que la deidad celestial favoreciera la naturaleza doméstica,
mientras que la deidad terrenal favorece la naturaleza salvaje. Karagabí
es símbolo de la inteligencia humana que se impone sobre el medio,
y de allí sus enfrentamientos a muerte con su padre y hermanos. Los
animales le hacen caso, él los ha domesticado como el jaibaná a sus jais.
En las oraliteraturas de los embera y los wounán se insiste en la
figura de un civilizador heroico solo en términos humanos: pues nos
configuró y sopló como hace el jaibaná o benkuna con sus bastones y
tallas. Pero es interesante que –a diferencia de otras tradiciones míti-
co-literarias, la awá, por no ir más lejos– ese tipo de conciencia huma-
na, exceptuando algunos relatos, no llegue a prevalecer y al contrario
tenga que pactar, definir sus limitaciones y reconocer el espacio pro-
pio de otras fuerzas, encarnadas por ejemplo en Tutruiká, el antomiá,
la pakore (Madre de los animales), o en infinidad de poderosos jais o
esencias. Los awá, de quienes se dice que se sienten vigilados por los
seres sobrenaturales, tienen que vérselas con los gigantes de la selva,
los espíritus del agua, el duende y el cueche (arco iris).
Como Karagabí o el Hijo de la pierna, un jaibaná realiza una espe-
cie de «domesticación» de esas fuerzas hostiles de la naturaleza salvaje.
El Hijo de la pierna mata serpientes, tigres, monstruos del agua, pero
siempre deja una pareja para que no se acaben. Es, por un lado, la idea
de que el hombre regula y toma control del territorio; pero, por otro,
los embera y wounán –principalmente sus jaibaná, benkuna y tachin-
ave– saben que el equilibrio es más bien un constante pacto con esas
esencias indómitas pero necesarias. No es que el jaibaná tenga poder
sobre todo, pues ni el mismo Karagabí lo tuvo –y ya sabemos que el
Hijo de la pierna cayó del cielo cuando trató soberbiamente de tumbar
la Luna–. El jaibaná, el benkuna, la tachinave, todos saben que tienen
poder; la gente les reconoce sus poderes y los temen, pero a veces
terminan por aburrirse de ellos, como le pasó a Jinú Potó. Jaibaná,
benkuna y tachinave también saben que sus poderes dependen de una
correcta comunicación con las esencias: ellos no dominan a sus jais;
Jepá
Jepá
El partir en dos a la Jepá (versión chamí) rememora en la horizon-
talidad de nuestro tiempo la tala del árbol primigenio, caracterizado
por su verticalidad de antigua. En los episodios sobre la Jepá queda
en entredicho el gran poder y control de los jaibanás, y más bien se
les critica su falta de cuidado, su soberbia y ambición de poder que
generan nefastas consecuencias –tipo Hijo de la pierna–.
Ahora bien, el hecho de que la boa devore a la joven casadera se
conecta con el motivo del matrimonio sobrenatural. Múltiples relatos
de la literatura wounán presentan la figura de una joven recién desa-
rrollada que sostenía relaciones de placer sexual con un sábalo que le
pasaba por entre las piernas dentro del río. A ese episodio se suma el
de la mujer que tenía relaciones con una serpiente que cobraba forma
de hombre. Por lo general, los padres se dan cuenta y el padre mata
al yerno animal. En otro relato, el nutria, que había tomado forma
de hombre para casarse con una wounán, es advertido por su mujer
cuando está a punto de ser atrapado y huye; y como consecuencia
también desaparece la abundancia de peces que el héroe nutria traía
consigo.
Los cuñados envidiosos que espían a la nutria, descubren su
identidad y la hacen emprender la fuga, son el tema de un relato
embera contado por Dogiramá (Dogiramá y Pardo, ). Se tra-
ta del clásico alejamiento del héroe benefactor, cuya identidad u
origen es sobrenatural y quien es frecuentemente incomprendido,
envidiado y rechazado. En otra variante, un padre cuestionado en-
trega a su hija al Amparrá Zeze, «Dueño de los peces», a cambio de
obtener una continua y abundante pesca. El dueño se le ha apareci-
do sentado sobre una roca en mitad el río. Basándose en los dibujos
embera del medio Atrato, Ulloa () señala que las piedras de los
ríos funcionan como límites en donde se presentan seres extraordi-
narios y recurrentemente antropófagos.
Otro relato wounán se desarrolla en torno a un pescador que es
engañado por las ranas, a las que ve como gente, hasta el punto de
llegar a tomar una esposa entre estas. En la oraliteratura de los embera
de río son especialmente abundantes los relatos sobre matrimonios
o uniones sobrenaturales con mujeres gallinazos o ranas, y hombres
lombrices o serpientes. Un hombre sobrevivió al exterminio que cau-
só un jaibaná; quedó solitario, y tomó la costumbre de dejar un puerco
Pacífico
El tema del viaje al cielo, tan común en las literaturas arcaicas del
mundo, aparece entre los chamí bajo el esquema de una enorme ave
blanca que se compadece del dolor de dos muchachas que se quieren
morir a causa de la pena por la muerte de una de sus hermanas. An-
castor, el ave, las lleva al Bajía (el cielo) y allí ellas reconocen no solo
a su hermana, sino a un hermano que había muerto antes. Hacen caso
de no abrazarlos, como les había indicado el ave guía, pero rompen
la prohibición de no tomar nada de allí. Una de ellas guarda en la
boca un grano de maíz y la otra una fruta de chontaduro (Vélez,
[]: ). Es el motivo del robo mágico: las hermanas devienen en
heroínas civilizadoras; donan las semillas y además tranquilizan a la
gente con su historia sobre el destino de los que mueren. En otro
relato chamí, fragmento aparte del Hijo de la pierna, un niño cazador
viaja al supramundo convertido en ave, solo para comprobar lo que
le habían dicho: que su abuelita al morir se había ido para el cielo,
convirtiéndose en el Sol.
Tal como le contó el jaibaná Selimo a Erland Nordenskiöld,
etnógrafo sueco, durante la noche al otro lado del mundo el sol
también brilla; allí la gente chiperá, hecha de madera, «no muere»
(Wassén, : ). Para los chamí, del cielo no solo baja la lluvia,
también los espíritus de los familiares que vienen a acompañar a al-
guien en su tránsito mortal; descienden por la antigua escalera hasta
el patio de una abuelita que casi se muere del susto. Las hermanas
Jepá
que en su regreso del Bajía traen el maíz y el chontaduro evocan la
imagen del niño que en un descuido de su madre arranca una flor de
los bejucos que adornaban una escalera semejante al cristal, escalera
cósmica que por esa transgresión se rompe. El arriba y el abajo que-
dan aislados. En este punto podemos reconocer varios elementos: )
la escalera original era el árbol que fue talado por los hombres o el
héroe cultural, con la ayuda de animales auxiliares; ) la escalera que
bajaba hasta Lloró, al igual que el gran árbol, está envuelta en beju-
cos; ) el pequeño niño que arranca la flor es equivalente al pequeño
roedor, o al pájaro que termina de trozar el bejuco que impide la
caída del árbol (lo pequeño prevalece); ) la comunicación se rompe
(motivo del castigo que sigue a la ruptura de una prohibición, de
tipo pecaminoso por referencia a la historia de Adán y Eva); ) en la
historia que parece más arcaica, que es recurrente en todo el Pacífico
colombiano y también en áreas como la amazónica, la ruptura de
niveles se produce tras la tala del gran árbol originario. En el con-
texto awá la tala del gran árbol corresponde a un atentado contra el
Padre-madre (pues los awá surgieron de los árboles), mientras que
en el pensamiento mítico embera corresponde al hecho trágico de
que el Hijo de la pierna no puede, o no quiere comprender que su
nacimiento representa la muerte de su madre.
En los cuentos sobre animales, los wounán y embera katío tam-
bién privilegian, como en otras oraliteraturas de Colombia, la figura
de los pequeños y astutos animales. No es raro el caso de las pacientes
astucias de la tortuga. El conejo y el ñeque burlan y vencen al tigre. El
guatín wounán se hace pasar por el hojarascal del mundo para ame-
drentar al atemorizante tigre. Ahora bien, los relatos sobre conejos pí-
caros podrían ser una influencia de los afrodescendientes, entre quie-
nes también se relata este motivo; unos y otros tratan de «tío» a per-
sonajes como el conejo, a quien deben un solapado respeto. En otros
relatos sobre animales se narran las ya mencionadas historias sobre el
nutria que se hace pasar por humano para casarse con una mujer, y el
enfrentamiento entre un oso negro real y un oso hormiguero grande,
encuentro que puede inscribirse en el motivo de la competencia má-
gica. Como Karagabí y Tutruiká, uno de los oponentes hace un poco
más de daño, pero al final cada uno se retira a su propio ámbito. Si nos
remitimos al kipará,
Pacífico
[…] entre los diseños masculinos están los de animales, como el aribada,
el oso, la culebra, la boa mítica. Entre los objetos están los círculos, medios
círculos concéntricos, rombos y combinación de los dos. Algunos de los dise-
ños usados por el jaibaná son los de tigre, boa mítica, maíz y círculos o cadena.
(Ulloa, : ).
. Patricia Vargas, quien estudio las relaciones interculturales entre los embera,
wounán y kuna tule, propone una interesante interpretación para el episodio
mitológico de la tala del árbol «puede ser entendido como el momento que marca
el acceso de los embera al valle principal, oportunidad en la cual los hombres
con los que se ha compartido en un inicio empiezan a formar parte de otro
mundo y son figurados como animales. La gente se resguarda de la inundación
originada por el derrumbe del Jenené en los cerros Torrá (alto río San Juan) y
en el Mujarrá (alto río Atrato)» (). Esta reflexión nos permite comprender
la separación histórica entre comunidades originalmente más afines. En el nivel
mitológico se trata una vez más del motivo de la lucha mágica entre hermanos.
se presenta a los hombres en forma de zaíno, perdiz, pez, etc., «pero
es una mujer madura que vive en túneles invisibles» (citado por Ulloa,
: ). Ya hemos visto que una figura algo similar es la Betata de
los chamí, pues ella es una heroína civilizadora al tiempo que posee los
poderes nocturnos para hacer trabajar a los animales y multiplicar las
cosechas de maíz. Dabeiba es una figura asociada con la tradición de
los embera katío, y sobre ella se dice que legó algunos de los elementos
más característicos de la cultura embera: arquitectura, cuidado de los
animales domésticos, agricultura, cestería, cerámica y, como si fuera
poco, el kipará: la escritura corporal embera. Al final, Dabeiba se re-
tira al cielo como Karagabí-Untré y, a diferencia de Betata, adquiere
características de deidad reguladora del clima y los movimientos sís-
micos. En suma, se transforma en una diosa de quien dependen las
cosechas. En la historia sobre Dabeiba parecen conjugarse diferentes
versiones y seres primordiales al modo de una leyenda popular, no de
una narrativa tradicional.
Mencionamos al inicio que hasta hace poco los estudiosos de la
cultura awá desconocían siquiera que estos tuvieran una mitología.
Jepá
Un buen ejemplo de ella, en la breve y fragmentaria tradición mítico-
literaria publicada, es el de Ippa, un niño que era capaz de convertirse
en relámpago-rayo-trueno.
Ippa trata de ser suplantado ante el comisario awá por los mayores
de la comunidad, quienes reunidos para resolver la escasez de chiro,
una especie de plátano, decían tener la facultad de adivinar con el
poder fulminante del rayo. En el motivo de lo pequeño prevalece, el
comisario descubre que la persona que posee el poder es un niño que
está junto al fogón. A él le entrega una cadena de oro y un anillo de
oro; pero ambos objetos le quedan grandes. Irritable como todos los
personajes hijos del trueno, Ippa se disgusta con su familia a causa
de una comida que no le ha gustado y su rabieta eléctrica los deja
privados. Similar a lo que le pasaba al Hijo de la pierna, los peligrosos
poderes de Ippa asustan a su propia familia; por eso lo echan de la
casa. El comisario lo acompaña al monte, en donde se encuentran al
Astarón, «el gigante de la selva», un dueño de los animales que reta en
competencia mágica al joven. Haug explica que los awá se suelen sen-
tir vigilados por seres superiores como el Astarón o el «Indio bravo»,
quienes «tienen figura indígena, pero son gigantes y deambulan por la
selva curando a los animales heridos que dejó un cazador ineficiente y
castigándolo por esa acción» (citado por Cerón, : ).
El poderoso Ippa hace caer tantos rayos que todos los árboles en
derredor se parten en pedazos. Así como sucedía con el tigre burlado
por el guatín (wounán), o con el yoluja-sombra puesto a suplicar por
el conejo (wayuu), el Astarón es atemorizado por el joven Ippa; él
es pamba o abuelo de los awá, un ser que como el Karagabí embera
se impone por fuerza y astucia sobre los dueños y guardianes de la
naturaleza.
Un último relato, de origen chamí, deja claro que no siempre se
trató de la presunción de un héroe civilizador humano. Andokuma
era un animal que «se devoraba a todos los que entraban al monte»
(Zuluaga, : -). Era un dueño de los animales y las plan-
tas excesivamente prevenido y agresivo con los hombres, y por poco
acaba con los embera del pueblo de Zaragoza. Un niño cuyo padre
había sido engullido por el Andokuma, que cuando crece prepara sus
armas, le dice a su mamá que le prepare comida, y castiga a golpes a
todos los animales del monte hasta dar por fin con la cueva donde vive
Pacífico
1. Narrativas de origen
Karagabí y Tutruicá crean el mundo
Les voy a contar una historia muy importante, la de Karagabí; así
sabemos cómo se creó el mundo y cómo fue el comienzo del pueblo
embera. Resulta que Karagabí se encontró con otra persona, la saludó
amigablemente para conocerla, y le preguntó:
–¿De dónde viene usted?
–De la tierra de abajo –le contestó el otro.
–¿Cuántos territorios hay hacia abajo?
–Cuatro.
–¿Y cómo se llama usted?
–Yo me llamo Tutruicá.
–¿Y cómo se llaman su papá y su mamá?
–Yo no tengo papá ni mamá, porque yo aparecí en el viento. ¿Y
usted cómo se llama?
–Yo me llamo Karagabí y tampoco tengo mamá ni papá, yo he
salido de la saliva, del agua.
–Yo quiero acompañarlo a usted.
Karagabí trabajaba en sueño, él soñaba y analizaba todas las cosas.
Las luchas de Caragabí y Tutruicá
Sobre nuestro mundo hay cuatro mundos, y debajo de él otros
Literatura embera katío
manos creció tanto el pedacito de barro que fue suficiente para hacer
un muñeco. Después de formarlo se sacó un pedacito de costilla y con
ella sopló en la frente y en cada una de las extremidades del muñeco,
quien con este soplo vio, habló y se levantó.
Caragabí se alegró mucho de su obra y se fue a recorrer. Pasados
como diez años, pensó en darle una compañera al hombre que había
I
El diluvio en el Darién
En el Darién hubo un diluvio. Para salvarse de las aguas, los indí-
genas catíos y los chiricanos de Panamá construyeron un barco grande
y entraron a él con todos los animales que pudieron recoger.
Los chiricanos, pensando en el desembarco, llevaron muchos la-
zos, pero los otros indígenas no llevaban nada.
Literatura embera katío
. Casi textualmente hemos tomado esta tradición de la obra del padre Pinto
quien dice haberla escuchado de un indígena de apellido Carupia, de la
región de Juan José (Departamento de Córdoba). Al decir del autor, su
informante era un hombre instruido, de cerca de cuarenta años de edad
e interesado por las tradiciones de su grupo. (Nota del original).
3. Más historias sobre los orígenes
El agua
Carabí no tenía plátano, ni candela, ni agua.
Entonces el pájaro cuéndola tenía su tallo de plátano, pero no daba
la semilla. Carabí mandaba a su gente y la cuéndola le mandaba un
poquito de plátano.
El zorro tenía la caña y no daba la semilla. Carabí mandaba a la
gente:
–Vayan traigan un atadito de caña.
Entonces el zorro le mandaba un poquito.
Un lagarto eslabonero tenía su eslabón y no le faltaba la candela.
Carabí mandaba a su gente a que le pidieran candela al eslabonero.
Él le mandaba un tizón pero todas las mañanas llegaban y entonces el
eslabonero los regañaba:
–¿Cómo yo no dejo apagar mi fogón? Lo que pasa es que ustedes
dejan apagar la candela.
La hormiga conga tenía el agua y nunca le faltaba. Carabí mandaba
Literatura embera katío
⋅
Untré dijo que Tumiá no sabía hacer las cosas y tiró otro palito
que se brotó en retoños de caña dulce para chupar y hacer guarapo.
Tumiá, a su turno, tiró otro palito y resultó la cañabrava.
Y así siguieron, haciendo plantas comestibles y no comestibles.
En esa época, allá en Dochará, en el río San Juan, solamente había
hombres, pero llegó la lora care, de copete amarillo y que habla como
la gente y les dijo a los hombres que las mujeres estaban en Coredó.
Entonces todos se fueron para allá y era verdad que apenas había
mujeres en Coredó y cada uno de los hombres cogió la suya. Y hubo
algunos que cogieron dos, pero se encartaron porque todas querían pa-
rumas y chaquiras, y entonces solamente siguieron cogiendo de a una.
Pero cuando Untré vio que habían cogido dos mujeres, se puso
bravo y cogió un cuchillo y con una mano se cortó la otra mano y la
tiró para arriba, y allá arriba se volvió Luna y las gotas de sangre que
se desprendieron se volvieron estrellas.
(Vélez, []: -)
Karagabí.
Karagabí dijo a su hijo el mono:
–Tenemos que fabricar un hacha y una llave, porque la llave de la
Conga es muy grande y está muy berraco abrir esa peña. Yo me voy a
convertir en piojo y voy a medir esa llave, mientras ella se baña, para
que fabriquemos una igual.
I
El pájaro luna
Carabí hizo su casa, él vivía ahí. Hizo a un hermano y luego hizo
una mujer para que lo acompañaran. Más arriba había otra gente en
un tambo. Entonces él se enfermó y cogió una buba y también le salió
un cocó que le estaba trozando los dedos; también le pegó lazarino y le
pego tiña. Y le salió lepra; estaba lleno de granos y ya hedía. Entonces
la mujer ya no lo quería porque estaba feo.
Él estaba criando una muchachita y ya no había quien hiciera el
plátano. La mujer se lo pasaba bebiendo en las fiestas y ya se estaba
acostando con el hermano. La niñita metía a asar plátano negro. Él se
lo mandaba a asar con cáscara y en un momentico estaba. Ahí llegaba
la mujer de la chupata con la barriga toda arañada y él no le decía
Literatura embera katío
nada.
–¿Cómo le fue?
–Bien. Yo estaba chupando no más.
–¿Estaba buena la bebida?
–Sí.
Un día ella le dijo:
I
. Los pretendientes se arañan el vientre como parte del cortejo. (Nota del original).
. Amburá: faja de chaquiras que se ponían los hombres en las caderas.
Cruzadilla: tiras de chaquiras cruzadas sobre el pecho. Bajapelo:
diadema de plata. Manillas: pulseras de plata. (Nota del original).
–Porqué no, yo la cojo, yo lo publico.
–Bueno, está bien.
Entonces ya quedaron viviendo; bueno, así estuvo siempre, todas
las noches iba él allá, a veces no iba, en otras noches se iba.
Y así había estado, hasta que la mujer cogió barriga. Entonces ya
sintió que tenía un hijo adentro, y ya dijo la mujer:
–Usted… bueno, ¿por qué no sale pues por el día para que nos
casemos?
–No, más tarde.
Siempre decía él así. Así que ella una noche, cuando ya venía la no-
che dizque cogió una fruta de jagua y ahí rayó y la puso, porque esa fruta
se negrea. Bueno entonces la guardó ahí junto de ella. Entonces, cuando
ya de noche, cuando él llegó siempre como llegaba él, lo dejó llegar. Pero
entonces luego se puso a comer él a la mujer y cuando estaba en eso…
y… cogió la jagua despacito y ahí mismo le untó la cara con el agua de esa
jagua, y se fue al rato. Cuando ya salió se fue, no volvió más.
Bueno, al otro día amaneció. No amaneció el hermano en su cama
y ahí fue que conoció ella que era su hermano. Entonces ya estaba con
Literatura embera katío
barriga ya para dar a luz. Y entonces como él no estaba ahí, «Se fue,
se huyó», pensó la mujer. «Yo ahora, ¿qué hago? Yo ya perdí con él,
tengo que casarme con él. Voy hasta donde está él».
Entonces arregló su canasto y se fue detrás, cogió su machetico y
se fue. A andar, a caminar por el camino. Y así caminaba, caminaba:
donde le cogió la noche ahí se quedaba, dormía en el camino por ahí y
I
así se fue siguiendo. Y a los dos días le hablaron los niños de la barri-
ga, del vientre de ella, porque eran gemelos.
–Mamá, por aquí fue él, mi papá.
–Bueno, bien. ¿Ustedes saben muy bien?
–Sí, por aquí se fue él.
Entonces cuando encontraban por ahí unas flores decían:
–Cojámoslas, mamá, esas flores.
Y así dizque las cogía y las echaba en su motete (canasto). Y así
iba caminando, y se iba caminando, cuando al otro día dizque dijeron:
–Hoy vamos a encontrar un tipo bien parecido a mi papá. ¡Cuidado!
no se habrán muerto?».
Cuando destapó y se asomó, estaban dos niñitos boniticos, ya es-
taban riendo, sonreían y ahora sí la vieja los acarició.
–Ay, mijos. A estos no los voy a comer, no: los voy a criar.
Bueno, los tapó otra vez. Al otro día destapó a ver y estaban ya
más grandes, ya se sentaban. Bueno, está bueno. Y ahora sí. Y al otro
I
día fue a ver; ya estaban grandes, ya gateando. La vieja se dijo: «Yo los
voy a llevar para allá».
Y los llevó, y los tenía ahí en la casa, cuando llegaron los hijos:
–¿Y esos quiénes son?
–Estos son los que ustedes me dejaron para que yo comiera. Estos
ya son muchachos bonitos; ¿para qué vamos a comerlos? Yo voy a
criar mis hijos.
–Ah sí, mamá. Está bueno, críeselos no más. Nosotros ya no hace-
mos caso a ellos –y hasta los acariciaban todos ellos.
Bueno, ahí la vieja los estuvo criando, los estuvo criando, los estu-
vo criando, los estuvo criando hasta que los crió. Ya cuando estaban
más grandecitos, ya más sabiditos, dizque se pusieron a hacer flecha.
Se pusieron a labrar y el arco también. Bueno, ya entonces se iban
ellos a matar los pajaritos y mataban. Fueron labrando más grande las
flechas. Entonces mataban lo que topaban; paletón, perdiz, pava, de
todo animal. Y con eso comían, la vieja también comía eso.
Y así estaba, así anduvieron, ya estaban jóvenes y se dijeron:
–Oiga, hermanito, vamos a rozar maíz para comer envuelto.
–Bueno, vamos pues.
–Vea, mamá. Nosotros queremos rozar un maíz.
–Bueno, mijo. Está bien, rocen pues.
Lo rozaron, en un rato nomás rozaron. Ya dejaron rozado y an-
daban monteando ellos y mataban pájaros, venado, ñeque, lo que en-
contraban. Y así un día se fueron, se fueron lejitos, cuando al poquito
oyeron roncando el pavón.
–Ese es pavón, oiga, pavón vamos a matar.
Se fueron. Fueron llegando, entonces estaba ahí el pavón, estaba
sentado en la rama de un palo. Y ahí entonces apuntó el mayor ya para
tirarlo, entonces dizque decía el menor:
–Hermano, no lo tire todavía. No lo tire, cuidado, no vaya a ser
muy arriba, no esté tan lejos de nosotros. Parece que por algunas fal-
tas cometidas por los catíos, Caragabí les echó agua de coco en sus
cabezas para que envejecieran y pasó con sus manos una especie de
velo sobre los ojos de los hombres, como sobándoselos para que no
pudieran ver el cielo o lo vieran más alto.
Además, hay quienes dicen que al cielo se subía por una escalera
I
Jinu Poto
Este es un cuento que a mi entender lo saben todos los cholos. Lo
contaba mi papá. Nosotros, que éramos muy pocos, nos sentábamos
. Dice la madre María de Betania que jaiba-ni significa doctor, médico, y que
la palabra deriva de jai, enfermedad y baná que es a su turno derivación de
capani que significa manada, o de paná, que sería conjunto. El padre Severino
dice que jaibaná se deriva de jai, achaque, daño, reunión o conjunto y que
podría traducirse por conjunto o reunión de achaques o enfermedades.
La doctora Reina Torres de Arauz identifica jaibanismo con chamanismo
y dice que la palabra deriva de iris que significa espíritus, y jaibaná sería
quien puede entrar en convicto con los espíritus. El padre Pinto hace
algunas precisiones que básicamente concuerdan con lo que hemos podido
constatar entre los catíos de distintas regiones. (Nota del original).
La antomiá llevaba a los niños a lo más alto de las peñas y desfila-
deros y los arrojaba desde lo alto, recibiéndoles con sus brazos en el
aire, a fin de hacerles perder toda clase de miedo.
Durante todo este tiempo les soplaba con frecuencia por la cabeza
y las extremidades, para irles infundiendo los poderes propios de los
jaibanás. Una vez les dijo la diabla que ese día vendría su marido, que
se escondieran porque seguramente que él no los querría. Los niños
se escondieron. Al rato vino antomiá a estar con su mujer y por el olor
notó que habla indígenas en las cercanías y ordenó a la diabla que se
deshiciera de ellos. Cuando se fue el diablo, la antomiá pensó matar
a los niños, pero el jovencito ya era jaibaná, por obra y gracia de los
soplos y de las enseñanzas de la diabla.
El nuevo jaibaná soñó que la diabla los enviaría a cortar leña todo
el día para, cuando llegaran cansados al regreso, cocerlos en agua y
comérselos. Fue advertido además de que cuando ellos volvieran con
la leña, la antomiá tendría tres ollas enormes en el fuego y que cuando
estuviesen hirviendo les ordenaría que se asomasen a los bordes para
ver si efectivamente ya hervían, y entonces los empujaría para que
recibido, pero ella no tuvo quién la resucitara. Tal vez por eso es por
lo que pocas mujeres son jaibanás.
El primer jaibaná y su perro Toma no han muerto todavía y aún
siguen andando de monte en monte, pero hay quienes dicen que ese
no fue el primer jaibaná, sino que lo fue un indio de apellido Domicó,
a quien Caragabí enseñó el jaibanismo infundiéndole un sueño mis-
I
terioso.
(Vélez, []: -)
4. Otras narrativas
Los bibidigomia
Les voy a contar una historia que se relaciona mucho con la parte
del mito y la creencia. Me gustaría contar un cuento nada más y de ahí
usted relaciona cómo eran los que existían antes de Cristóbal Colón.
Se trata de la pelea de embera-catío con Bibidigomia, que me la contó
Sinforoso en Togoridó, en Dabeiba.
Los indígenas vivían en su casa, con su familia, y se empezaron
a desaparecer los niños. Cuando dejaban a los niños en la casa ya no
los encontraban cuando regresaban, pues comenzaron a perderse y
desaparecieron varios niños en ese momento. Ni los adultos podían
salir solos, ya se perdían también, salían a pasear y no volvían. En ese
momento llega un jaibaná. Un señor salió y dijo:
–¿Usted cómo salió solito?
–Yo me vine y no me pasó nada, no encontré nada en el camino.
¿Qué está pasando por aquí?
–Está pasando que se desaparece mucho la familia de nosotros.
4. Otras narrativas
–Mañana les voy a decir qué está pasando –dijo el jaibaná.
Y comenzó a dormirse, y al otro día dijo:
–Para poder saludar al tipo que los está haciendo desaparecer ten-
go que bañarme con caca de nosotros. Ese tipo es una fiera que se
llama Bibidigomia y para poderlo acabar y vencer yo tengo que hacer
eso, y usted me colabora.
Él se fue a cazar… Empezó a buscar un pájaro con la cerbatana, y
la fiera volvió otra vez hablando:
–¿Cómo está, primito?
–Estoy cazando.
–Qué bien, ¿sabe que yo tengo mucha hambre? ¿Por qué no me
mata el pájaro más grandecito que encuentre?
–Sí –dijo el jaibaná, y comenzó a perseguir y mató un pajarito
grande y se lo dio, y la fiera lo desplumó y se lo comió así, crudo.
Después el jaibaná preguntó:
–¿Dónde vives tú?
–Yo vivo detrás de esta cordillera, si quiere vamos a pasear por
allá.
–Listo, vamos.
Se fueron, llegaron donde había unos árboles grandes, y había una
puertecita ahí y entraron. Le dieron vueltas, vueltas, y más arribita
había un tigre, más arribita había un oso, más arribita había un oso
caballo, y en el cuarto piso vivía él con toda su familia; eran bastantes,
como diez personas. Allá había mucho cadáver de indígena. Entonces
el jaibaná preguntó:
–¿Usted dónde consigue esta carne? ¿Dónde caza?
–Una persona cualquiera es carne para mí, pero a usted lo he res-
petado como a un hermano porque lo vi bañado en caca, como noso-
tros.
Entonces el jaibaná regresó y contó todo a su familia:
–El tipo vive así, en un árbol grande, pero para nosotros vencerlo
tenemos que corretearlo y atacarlo, pero con ají.
Entonces consiguieron mucho ají y dijeron:
–Vamos a hacer como un fogoncito en su puerta y lo prendemos
para que él vaya bajando.
Y verdad: prendieron ese fogón y empezaron a caer los pichonci-
tos de Bibidigomia como loquitos, y los mataban. Y mataron ocho y
Literatura embera katío
cogieron dos vivos. El papá vino de último, borracho con ese olor de
ají, y lo mataron también. A la señora, a la mamá, también la mataron,
pero la tigra, que estaba embarazada, no quiso bajar, se subió por una
falda y saltó al otro lado y no la pudieron matar. Por eso dice la creen-
cia indígena que el tigre quedó, y si no no habría tigre.
Entonces se llevaron para la casa a los dos niños, los empezaron a
I
4. Otras narrativas
comían pasaban para este lado del agua. Así estaba él cada rato, hasta
que esos animales ya quedaron mansitos.
Al otro día se fue y ahí sí mató más. Los tiró en la playa y al otro
día ya estaban ahí, ya estaban mansos. Hacia el medio día pasaron para
el lado de la playa grande y él se subió al tambo. Cuando al rato venía
subiendo un hombre joven, un emberá; subió a la casa y entonces
saludó.
–Ay, hombre. A nosotros nos da lástima verlo a usted ahí solito,
tanta comida que usted nos da. Nosotros somos gente. Esas plumas
que tenemos son camisa. Ese pico es como navaja para cortar carne.
Ahí estuvieron charlando. El cholo era bonito, blanco, ojizarco.
–Así como usted nos da de comer a nosotros, le vamos a entregar
un arma, si usted quiere, pero hoy ya no porque ya se terminó la co-
mida, a la otra vuelta.
Y se fue. A lo que se fueron cogió su lanza y ahí sí mató un pocote
de puercos y a todos los cargó para no dejarlos perder. Al otro día
4. Otras narrativas
–Nos vamos, yo le traje camisa.
Entonces él se la puso y ya quedó gallinazo.
–Pruebe a ver si puede volar.
Ahí se arrancó, pum, pum, pum, levantó. Estaba balsudito (liviano).
–¡Sí puede! ¡Sí puede volar!
Cuando acabaron de comer, él se encapachó su carnecita asada. Y
se fueron y el hombre sí pudo volar. Le decían:
–Cuando vayamos por el aire no mire para abajo, mire para arriba.
Y la mujer le dijo:
–Cuando vaya volando, vuele juntico a mí. Si se cae yo le echo mano.
Fueron volando hasta un árbol grandísimo, un malambo, ahí se
sentaron en las ramas. Luego de ahí se elevaron y ahí fueron subiendo
dando vueltas, y ella le dijo:
–Por aquí es una corriente, mucho cuidado, no vaya a mirar para
abajo.
buscando la de ella.
Un día él llegó del monte y ella se estaba poniendo la camisa y ahí
forcejearon hasta que él botó la camisa a la candela y se quemó. Y ahí
sí se quedaron viviendo.
(Dogiramá y Pardo, : -)
I
4. Otras narrativas
al caballete y encontró la camisa, y estaba tratando de volar cuando
el hombre regresó del trabajo, se la quitó y la escondió otra vez. Un
día ella volvió a encontrar la camisa y se voló. Como ya llevaban tanto
tiempo viviendo juntos, el hombre la quería mucho y se quedó lloran-
do. El cuñado gallinazo le dijo:
–¿Qué le pasó a usted? Como no me obedeció, no puedo hacer
nada más, pero si quiere yo lo llevo al cielo.
El tipo aceptó la propuesta y cuando llegó al cielo vio que allí no
vivía ningún gallinazo, todos eran personas. Su mujer estaba allí, pero
no lo miró. Había también un gallo que miraba mucho hacia arriba.
Después de comer se fue a bañar al río, y el gallo se acercó para pre-
guntarle:
–¿Usted por qué no me dio comidita si yo tenía mucha hambre?
–¿Y yo cómo iba a saber que usted tenía hambre?
–Yo por eso miraba para arriba. Pero, ¿sabe qué? Su papá y su
mamá viven aquí, cerquitica. Si me da desayuno lo llevo mañana.
Los papás del tipo se habían muerto hacía mucho tiempo y él que-
ría verlos, por eso aceptó.
–Y además le voy a mostrar la casa de Dios –agregó el gallo.
Desayunaron y por ahí a las nueve el gallo lo llevó a un sitio bo-
nito, donde había una torre grande, como un tambo indígena donde
estaban viviendo su papá y su mamá. El papá le dijo:
–Usted está muy sanito, pero no demora en venir aquí.
Y fue así, porque ocho días después de bajar a la tierra el hombre
se murió.
(Domicó et ál., : -)
La india embijada
Una indígena, viuda desde hacía mucho tiempo, vivía con su hijo
único. El muchacho era muy trabajador y no les faltaba nada.
Un día estaba el joven pescando en el río cuando vio acercarse un
puerco de agua y al mismo tiempo empezó a oír una voz de mujer que
decía:
–¡Corre! ¡Corre!
El muchacho, muerto de miedo, salió corriendo y se metió en su casa.
Cuando oyó a la mujer cogió un palo y empezó a cavar la tierra
Literatura embera katío
por el sitio por donde le pareció que había salido la voz. Al momento
empezaron a salir millares de hormigas y le picaron por todas partes.
Tuvo que salir huyendo para su casa.
Cuando llegó pensó ir a consolarse mirando los grandes cultivos
que tenía, y en los cuales su madre le había ayudado mucho.
Entonces tuvo que volver a pescar y se quedó solo.
I
4. Otras narrativas
de otra mujer y se casó con ella. Al volver a su casa, golpeó a su pri-
mera esposa y la echó diciéndole que ya tenía otra mujer.
La suegra, que se había encariñado con su nuera, trató de defen-
derla y ella la invitó a conocer a su gente. Se fueron juntas y a la
orilla del río la joven le mostró a la suegra los tambos. La mujer se
sorprendió mucho porque ella conocía muy bien el río y nunca había
visto esas casas. Entonces para poder volver hizo una señal en el suelo.
Cuando regresó a su casa el hijo le preguntó que dónde habla es-
tado, y ella le dijo:
–En casa de mi nuera.
El hombre le rogó que le dijera dónde quedaba, porque quería ir
a traerla otra vez. Decía que la amaba y que no podía vivir sin ella.
Entonces se fueron a buscar a la mujer embijada, pero por más
que anduvieron y dieron vueltas no encontraron nada. Solo encontra-
ron la señal que había hecho la madre en el suelo. Ella se la mostró a
su hijo diciéndole:
–Aquí estaba la casa.
Al día siguiente el joven volvió al lugar en que su madre había
hecho la señal, pero tampoco encontró nada. Se sentó en una piedra
y rompió a llorar amargamente. Entonces escuchó la voz de su mujer
que le decía que se fuera, que no la esperara, porque su familia estaba
muy brava y no le perdonaba que la hubiera echado.
(Vélez, []: -)
La hormiga arriera
Ahora hay mucha hormiga arriera, acabaron con la yuca, con la
fruta del borojó, con la papaya, y se están comiendo las matas de plá-
tano. En la selva hay bastantes hormigas, pero no hacen daño; por-
que ellas se suben a la copa de los árboles más grandes y se demoran
mucho tiempo comiéndose las hojas, hasta un año pueden pasar allí,
por eso no van más lejos. Pero desde que los madereros tumbaron los
árboles de chajeradó las hormigas no encuentran comida en la selva y
andan metidas en los cultivos sin que podamos controlarlas. La arrie-
ra también tiene su historia.
Mi tío Eugenio, hermano de mi papá, me contó que un muchacho
escuchaba a un pájaro que cantaba muy bonito cuando estaba rozando
Literatura embera katío
4. Otras narrativas
zaron a morderlo pero él siguió excavando y cuando ya estaba a dos
metros de profundidad una señora gritó:
–¡Yerno, no me dañe el caballete!
Él siguió cavando, pero no la pudo encontrar. La mujer se quedó
en el hormiguero y él se quedó con la niña. Por eso hay una etnia
embera que es mona, de la raza de la hormiga: hasta en mi familia, en
Urrao, hay unos que son monos, monos.
(Domicó et ál., : -).
La culebra birrí
Cuando Dios hizo el mundo, los indios tenían pueblos y sabían
mucho, pero una india joven fue engañada por una culebra birrí y se
Menebé cuento
En una quebrada había una joven que no le gustaba hablar con
ningún joven, por eso vivía en la cabecera de un río. De vez en cuando
iban jóvenes para donde ella y la gateaban, pero ella no los aceptaba.
Entonces los jóvenes comenzaron a espiarla para saber por qué no le
gustaban los hombres.
Así vivían espiándola. En una de esas, uno de ellos vio que ella co-
gió un machete, se bajó para el patio y se metió por una rastrojera. Él
comenzó a seguirla. Ella llegó hasta donde estaba una mata de iraca,
cortó un manojo y siguió para adelante. Más allá cortó unas hojas, se
. Forma como los emberá se enamoran de una joven. (Nota del original).
. Fibra utilizada en la cestería. (Nota del original).
desnudó y se sentó, luego se puso a tejer tranquila; después de un largo
rato medio se levantó. El joven vio que de la vagina de ella colgaba un
menebé. Ella se puso a ver quién la observaba y se sentó nuevamente.
Así estuvo él viendo hasta que se cansó y, como ya era muy tarde, se
vino para la casa. Él le contó a todos sus compañeros lo que había visto,
entonces los otros iban y confirmaban lo que habían escuchado. Como
se dieron cuenta [de] que vivía haciendo el amor con un menebé, todos
los jóvenes le cogieron odio y no la voltearon a ver más.
Un día de esos ella se fue a una fiesta y los muchachos vieron que
le estaba comenzando el embarazo, por eso entre ellos murmuraron
que estaba embarazada de ese menebé.
Como la vieron así no le hicieron caso, porque los viejos antiguos
eran jodidos. Como la mujer estaba en embarazo se le fue notando el
estómago y estuvo así hasta que dio a luz a una niña. La niña era muy
linda, de color blanco y de ojos zarcos. Ella comenzó a crecer hasta
que entró a la edad de la pubertad. La mamá desde pequeña no la de-
jaba hacer nada ni comer nada caliente. De esto vivían pendientes los
familiares, pero como la mamá no la mandaba ellos tampoco podían
4. Otras narrativas
decirle algo. Cuando la niña era una joven madura se pusieron a hacer
chicha. Ese día la mamá de la joven se descuidó y se fue para el río;
como no había quién revolviera la chicha, la tía le dijo:
–Usted que está sentada ahí, ¿por qué no revuelve la chicha, que
se va a quemar?
Ella se levantó y se puso a revolver, y al rato gritó:
–¡Ay!
Cuando voltearon a ver se le cayó al suelo el dedo más pequeño.
Gritó nuevamente y así se fueron cayendo todos los dedos. La mamá,
que venía subiendo para la casa, le gritó:
–¿Qué estás haciendo?
Se vino corriendo para la casa y la haló de la manos, pero como
ella había recibido mucho calor, se le fueron cayendo todas las partes
del cuerpo. Así murió la joven, era por eso que la mamá nunca la
mandaba a hacer nada.
(Moya, : -)
estaba una rana grande (baubá): era la rana que le había hablado en
la noche. Observó para los lados y el pichindé estaba lleno de ranas.
Cogió una por una y las fue matando y las que no las pudo matar las
tiró al agua. Todas esas ranas eran las que tocaban en la noche flauta y
tambora, por eso cuando viene el verano y las ranas se ponen a cantar
es porque están en fiesta.
4. Otras narrativas
perdiz, pavón y pava, y el río no tenía pescados. Pero el lugar estaba
muy poblado de emberá. La mayor parte del tiempo lo dedicaban a
la pesca. Se iban por la mañana y al regreso, en la hora de la tarde,
solo traían de cuatro a cinco pescados los que estaban de buenas. Los
pescados eran muy pequeños, por eso para que alcanzaran para toda
la familia preparaban ca.
En la comunidad había un emberá con su mujer y una hija aún
niña. Estando así, la mujer murió. El hombre quedó solo, pero este te-
nía mamá, papá, hermanos. Como antiguamente toda la familia vivía
en una sola casa, el emberá se incorporó de nuevo a su familia.
Un día el emberá, muy por la madrugada, cogió su anzuelo y
se fue a pescar para arriba. Estuvo pescando y como no mató nada
se regresó para la casa en la hora de la tarde. A su regreso, cuando
ya estaba próximo a llegar, vio en el charco del lado de arriba a un
[señor] emberá sentado en una roca que se encontraba en la mitad
del río. Entonces entre sí dijo: «¿Quién será el que está sentado?». Se
4. Otras narrativas
la casa. Cuando arribó al río del tambo los familiares miraron que la
canoa estaba llena de sábalos grandes. La niña, que estaba en la coci-
na, se levantó cantando y se fue para el río; el perro también se fue,
pero la niña llegó primero al lugar. Luego fueron llegando los otros
familiares. Después de dividirse el trabajo para preparar los pescados
y de comer, la gente le preguntó:
–¿Dónde mató tanto sábalo, sabiendo que este río no tiene pes-
cado?
El emberá contestó:
–Esta mañana me fui a la cabecera de este río, donde encontré
un charco grande y hondo. Allí me puse a pescar. Cada que tiraba el
anzuelo al agua antes de que cayera engarzaba los sábalos.
Los que estaban en la casa creyeron lo que decía. Como era mucha
cantidad de sábalos los ahumaron. Al día siguiente nuevamente las
gentes comenzaron a preguntarle:
–¿Dónde cogió tantos pescados?
–Muy bien.
Y siguió:
–¿Hace mucho rato que llegó?
–No, apenas estoy recién llegado.
Luego arrimó la canoa al seco. La niña se quedó en la canoa. Ellos se
fueron al rincón de la playa y comenzaron a hablar. Al rato la niña dijo:
I
4. Otras narrativas
–¡Ay, papá! ¿Usted me trajo para dejarme acá? ¡No me deje! Usted
me vivía engañando diciéndome que mataba pescados en la cabecera
de este río. ¡Papá, no me deje! ¡Lléveme! Papá, ¿usted es que no me
quiere, que me está regalando a una persona que no conoce?
Pero el emberá no le hizo caso y siguió para abajo. Cuando estaba
al lado de arriba fingió que estaba llorando:
–¡Ay hija! Cuando yo te llevé esta mañana estabas alentada. ¡Si me
hubiera dado cuenta [de] que iba a suceder esto no te habría llevado!
¡Tu cara está patente todavía! ¿Cuándo te voy a volver a ver? ¡Ay hija,
yo no te olvidaré nunca!
En la casa oyeron los lamentos y se preguntaron entre ellos:
–¿Quién será el que viene llorando?
Cuando miraron para el río vieron al emberá que venía solo llo-
rando, llorando. Las gentes se pusieron pensativas. La abuela, que
estaba pendiente, se fue corriendo para el río y le preguntó:
–¿Qué le pasó?
–¡Ay, mamá! Yo estaba pescando y la niña, que estaba detrás de
mí, desapareció misteriosamente. Creo que se la llevó algún animal.
La vieja y el resto de familiares se pusieron a llorar. Él se vino a
la casa y, como fingía que estaba llorando, se quedó tranquilo. Luego
cogieron los sábalos y le sacaron las tripas, hicieron de comer y se
acostaron a dormir.
Mientras todo esto sucedía, el Amparrá zeze, a como el emberá
volteó la calle, cogió a la niña y se tiró al charco. Fueron a salir al
Mundo de Abajo, donde él tenía casa.
El emberá estuvo así, así, y cuando ya se iba acabando el sábalo,
muy por la mañana, se arregló y se fue para arriba. Cuando miró des-
de abajo vio al Amparrá zeze sentado en la misma parte de la roca. Al
llegar cerca lo primero que hizo fue preguntarle por la hija:
–¿Por qué no vino?
Y él contestó:
–Yo me cansé de decirle. Ella lo que hizo fue enojarse conmigo,
después me dijo: «Mi papá me regaló porque no me quería ver más,
¿ahora qué voy a hacer allá? Para qué me va a pensar, sabiendo que yo
me puse a gritar y no fue capaz de ayudarme. Yo a mi papá no lo quiero
ver más».
El viejo pensó en su hija y luego comenzaron a echar cuentos.
Literatura embera katío
. Es uno de los tres mundos. Allí habitan los chaabera, los onamuneara
y los mamás [sic] de los piló; de donde se trajeron todas las variedades
de albahaca, chontaduro, jagua y el quidabe. (Nota del original).
El Amparrá zeze contestó:
–Usted la regaló porque no la quería, por eso ella solo quería que
usted la viera desde lejos.
Luego se pusieron a charlar y cuando llegó la hora de la tarde le
mató pescado y el emberá se regresó para la casa.
Días después el emberá nuevamente fue. En esa oportunidad la
hija se dejó ver: estaba embarazada. El papá, muy contento, la saludó
y comenzaron a hablar, cuando ya llegó la hora de la tarde ella le dijo:
–Papá, con esta vista usted no me volverá a ver más nunca. Cuan-
do yo era niña yo lo quería mucho, ahora no porque usted me regaló a
este animal; porque ese no es gente sino animal.
El Amparrá zeze estaba escuchando toda la conversación de la hija
con el papá. La hija continuó:
–Con esta venida ya no regreso más. Cuando llegue a la casa le da
muchas saludes a mi abuela y a mis familiares y les dice la verdad: que
usted me regaló a un animal a cambio de sábalos. No les oculte más
la verdad.
Al llegar la tarde, Amparrá zeze le mató una cantidad de peces y el
4. Otras narrativas
viejo se despidió de la hija y se regresó para la casa. Cuando él venía
dando la vuelta, ellos se tiraron al agua y se fueron para donde vivían.
El emberá llegó a la casa y no le contó nada a los familiares.
Después de esa ocasión ya no lo veía como antes. Cuando subía
no lo encontraba y solo salía después de insistirle. Ese día le mataba
pescado y el emberá se regresaba para la casa. Amparrá zeze estuvo así
hasta que no regresó más.
(Moya, : -)
La nutria
Dizque salió un cholo de cabecera, adonde estaba un cholo que
tenía hijos e hijas. Venía él a pasear; y de ahí se iba, entonces buscaba
a las muchachas. Como era cholo entonces él buscó una muchacha.
Bueno, él llegaba a su cama, estuvieron ahí, o sea que vivía pues con
ella. Ya entonces publicó él a la mujer.
Ahí que él se iba para arriba a pescar. Se iba embarcado. Cuando
Yoeyoe cuento
En la cabecera de un río vivía un emberá con su mujer. Un día,
muy por la mañana, el emberá se fue a cazar. Como no encontró nada
para cazar, se regresó en las horas de la tarde. A su regreso encontró
al borde del río, en un lugar limpio, un huevo de pavona. Al emberá
se le hizo extraño, por eso comenzó a mirar para arriba y luego dijo:
4. Otras narrativas
a perseguir a las gentes. Los dueños la querían tanto que la llamaron
Yoeyoe-saque. Cuando querían darle de comer cogían una concha de
balso y comenzaban a gritar: Orré, orré, orré.
Y Yoeyoe-saque, después de un buen rato, venía a salir cerca de
ellos. Como era una culebra se subía para la casa, entonces ellos pre-
paraban el po en forma de bolas y se lo tiraban a la boca. Después de
comer se iba nuevamente para su sitio. Así lo tuvieron por mucho
tiempo.
Esa misma familia tenía un karé (loro) criado, el cual hablaba per-
fectamente el idioma emberá y sabía los nombres de todos los que
vivían en la casa y el lugar. Cuando dejaban la casa sola y alguien
llegaba, este le contaba a los dueños todo lo que había visto.
En uno de esos días la hija menor estaba en un toldillo porque es-
taba jovenciando, [y] los viejos se fueron a coger maíz. Antes de salir,
los viejos les dijeron a sus hijos:
–Cuidado van a llamar al Yoeyoe-saque si no le van a dar nada.
–A nuestra hija.
El karé le explicó lo sucedido. Los padres se dieron vuelta, de-
jaron el maíz y se vinieron para la casa. Cuando llegaron vieron que
era verdad lo que les había contado el karé. Como los niños no se
encontraban en la casa comenzaron a llamarlos. Ellos, que estaban
escondidos en el monte, salieron.
I
El ñeque y el tigre
El ñeque andaba por el monte y el tigre lo vio. Entonces le dijo:
–Si usted quiere, sobrino ñeque, cuide mis hijos; nosotros esta-
mos montiando con mi mujer; si usted cuida traemos comidita por
la tarde.
–Tranquilo, tío tigre. Ay, yo soy bueno. Yo los cuido.
Pero el tigre se iba era a tirar con la mujer al monte y no traía car-
ne. Entonces el ñeque pensó: «Yo no voy a cuidar más».
Otra vez, otro día así mismo pasó: el ñeque se quedó cuidando los
hijos del tigre y cuando llegaron por la tarde no trajeron comida. El
tigre le decía:
–Sobrino ñeque, de noche cuando lloren los muchachos los lleva
a mamar donde la mamá.
Cuando se volvieron a ir el ñeque mató a uno de los hijos del tigre
e hizo una mazamorra. Cuando volvió el tigre, el ñeque le dijo:
–Ay, tío, hoy [tenemos] suerte. Encontramos un ñeque en el río,
5. Cuento de animales
aquí está la comida.
Por la noche, cuando lloraron, el ñeque llevó solo tres adonde la
mamá.
–¿Dónde está el otro muchacho?
–Es que le acabo de dar comida y está lleno.
Al otro día otra vez los tigres se volvieron a ir dizque a trabajar. El
ñeque mató a otro de los muchachos y lo cocinó. Cuando los tigres vol-
vieron el ñeque les dijo que había matado otro ñeque y que ahí estaba
la comida. Cuando le preguntaron por los dos tigres que faltaban dijo:
–Ahora mismo les acabo de dar mazamorra y se quedaron dormi-
dos porque ya están llenos. Cuando amaneció, los tigres dijeron que
se iban a trabajar.
–Sobrino ñeque, cuide mis hijos que nosotros vamos a buscar la
comida.
Como el ñeque sabía que los tigres se iban era a tirar y no traían
comida, mató otro hijo, y cuando volvieron los tigres del monte ahí
les tenía la comida.
–Espere, tío tigre. Pruebe primero estos táparos tan sabrosos que
estoy comiendo.
–El tigre probó y le gustó mucho.
–¿Cómo hace para conseguir esta comida tan sabrosa, sobrino ñe-
que?
–Yo hago así, tío tigre: con una piedra yo machuco duro mis hue-
vas y ahí es que sale el táparo… Usted como las tiene más grandes ahí
si va a sacar bastante.
Entonces el tigre se sentó y se machucó las huevas y del puro
dolor quedó privado de una vez. Ahí mismo el ñeque salió corriendo.
El tigre seguía buscando al ñeque todos los días. Una vez encontró
el rastro y el ñeque estaba sentado comiendo queso a la orilla del río.
Cuando el tigre ya se lo iba a comer, el ñeque le dijo:
–Antes de matarme, tío tigre, usted tiene que probar este queso
tan rico.
El tigre comió un pedacito.
–Sobrino ñeque, qué cosa más sabrosa, ¿usted de dónde la saca?
–¿No ve ahí en el fondo del agua, tío tigre? Todo eso que se ve allá
blanqueando, todo eso es queso.
–¿Y cómo hace para sacarlo?
–Yo cuando quiero queso me amarro un poco de piedras y así
llegó al fondo fácil.
–Yo sí no creo que pueda hundirme a traer de ese queso.
–Tranquilo, tío tigre, que si usted quiere yo le amarro las piedras
en la espalda para que pueda traer su queso.
–Ya que así es como hay que hacer, sobrino ñeque, amárreme esas
piedras en la espalda para poder ir bien a pique.
–Cuando usted llegue ahí donde blanquea arranque el queso y
suba bastante, todo eso es puro queso. Ahora sí tírese, tío tigre.
Ahí fue cuando el tigre se empezó a asustar, entonces el ñeque lo
empujó. Cuando el tigre llegó al fondo escarbaba por todas partes,
5. Cuento de animales
pero solo había barro y piedras, no topaba queso por ninguna parte.
El tigre se estaba quedando sin resuello y se puso a romper el bejuco
que amarraba las piedras hasta que se reventó y ahí salió a la playa
medio ahogado y ya sin fuerza en el cuerpo. Entonces el ñeque se fue
tranquilo.
Después, otro día, andando por el monte encontró el tigre al ñe-
que y le dijo:
–Hoy sí te voy a comer. Ya no se puede escapar por ninguna parte.
–No hable tan duro, tío tigre, que estoy aquí esperando una danta.
–¿Una danta?
–Tío tigre, yo ya sé cuál es [el] camino de ella. Si usted me mata
no se va a llenar bien, pero si espera va a poder comer de esa danta.
–Bueno, sobrino ñeque, vamos a comer ese animal.
–Usted espere aquí, tío tigre, para que no se espante. Yo lo hago
bajar por esta loma y usted lo agarra aquí abajo, pero cuando yo le
grite cierre los ojos… tiene que agarrar la danta con los ojos cerrados
porque si no se asusta y se va.
El ñeque se subió y al rato gritó:
–¡Allá va, tío tigre! Cierre los ojos y agárrela.
El tigre cerró los ojos y lo que agarró fue una piedra grandísima
que había rodado el ñeque y casi lo mata del totazo. Entonces el ñeque
se fue riendo.
(Dogiramá y Pardo, : -)
Literatura embera katío
I
6. Escritores embera
6. Escritores embera
y que en el centro todavía hay un punto que lleva
todo un balance, se delibera pensando en la presencia
incondicional.
ayer,
y los ratos vividos han sido de prisa, que no nos permite volver
atrás.
Se trata entonces de ondear que el día, la mañana y la noche
canten sin cesar a lo intrínseco de la historia y con la sonrisa
de la sierva, a flor de piel rebusquen la vida como atributo pedernal.
I
¡Y esa es la historia!
6. Escritores embera
Aún me falta anclar algunas palabras en vuestro ser, estoy soñan-
do.
No sé si son las nubes que veo en sus ojos, estoy pérdida buscando
el nido de la verdad.
¡Acérquense un poco más al lecho del amor! ¡No tengan miedo!
Que la vida continúa y a ella hay que contribuirle hasta el último
suspiro,
¡y hasta cuando el sol se oculte!
(Obispo, : s/p)
ii literatura embera chamí
1. Historias sobre el fríjol y el maíz
Betata [T.C.]
Betata es figura de una muchacha que llegaba en la noche. Man-
daba [a] todos los animales –ardilla, gurre, guagua, todos– que tra-
bajaran haciendo rocería; es decir, regando el maíz al voleo y luego
tumbando el monte encima.
Trabajaban toda la noche. Al otro día la gente se levantaba y veía
esas rocerías tan inmensas.
Por la noche, terminada la rocería, los animales en figura como
de gente venían y hacían fiesta y tomaban chicha de maíz fuertiada
en los chokó.
Por la noche Betata venía a la casa y trabajaba. Las mujeres no te-
nían que trabajar, solamente tenían que dormir con el marido. Betata
hacía todo el trabajo del maíz. Hacía canastos y cantaritos. Tostaba y
molía el maíz en la piedra. Al otro día amanecían los jabaras llenos de
harina para toda la familia.
Una vez llegó un muchacho (un indio dice que es Carabí, la Luna)
El maíz y el chontaduro
Murió una indígena y su familia quedó muy triste y lloraba mu-
cho.
Dos de sus hermanas subieron a una montaña y mirando al sol
querían morir ellas también. De pronto se les apareció Ancastor, una
enorme ave blanca que se volvió hombre, y les preguntó que por qué
lloraban tanto. Ellas le respondieron que por la muerte de su herma-
na. Ancastor les dijo que no lloraran, que ella estaba en el cielo, en el
bajía. Las mujeres exclamaron que querían ir a verla y Ancastor les
ofreció llevarlas. Ellas, incrédulas preguntaron:
–Pero, ¿cómo?
Ancastor les ordenó cerrar los ojos y abrió las alas y las hizo mon-
tar, una a cada lado. Y advirtiéndoles que no abrieran los ojos, las
Literatura embera chamí
. Milcíades Chaves (citado por el padre Constancio Pinto), recogió este relato
entre los indígenas del Chamí y de él lo tomamos casi textualmente ante la
imposibilidad de confrontarlo con otras versiones. (Nota del original).
cuando la gente se muere se encuentra en el bajía. También les mos-
traron las semillas, la del maíz y la del chontaduro y luego las sem-
braron.
Cuando estuvo la cosecha, sacaron nuevas semillas y comieron el
resto. A todos les parecieron muy buenos los frutos y siguieron sem-
brando y cosechando.
(Vélez, []: )
Jinopotabar
Antiguamente la Luna brillaba mucho y no dejaba dormir. Alum-
braba como si estuviera de día y la gente se aburría mucho.
Jinopotabar era un indio joven que había nacido de la pierna de
una mujer. Él aborrecía la Luna porque brillaba como el Sol y no
dejaba dormir a la gente. Un día amenazó a la Luna diciéndole que si
no dejaba de brillar tanto la tumbaba, pero ella no le hizo caso y siguió
brillando.
Entonces Jinopotabar cortó una guadua y la puso en una olla. Se
subió a la guadua y le ordenó:
–¡Súbase hasta el cielo, súbase!
Y la guadua creció mucho. Creció hasta el cielo. Llegó a la Luna
y el indio, en la punta de la guadua, se puso a pelear con la Luna. La
cogió y le dijo que la iba a tirar a la tierra para que no brillara tanto.
La Luna era como una mujer gruesa, casi tan grande como la Tie-
rra y no se dejó tumbar, aunque lucharon mucho.
Literatura embera chamí
ruta y le advirtió que por allá vivía un indio muy malo y que tuviera
cuidado porque lo mataba.
Jinopotabar llegó hasta un gran derrumbe que bajaba desde la par-
te alta de la cordillera hasta el río. Allí se encontró un indio pescando.
El pescador le preguntó que de dónde venía y él le dijo que andaba
perdido por esa tierra y le contó la historia de su pelea con la Luna, y
después le pidió posada.
II
comida.
Salía a trabajar de noche, mientras los otros dormían, y volvía en
la mañana con un puchito de maíz o de frijolitos o de platanito o al-
guna comidita por ahí.
Le preguntaban que de dónde la había sacado si él no tenía roza;
contestaba que se la había dado el papá. Siempre decía lo mismo:
–Mi papá me la dio.
II
La cacería
A un niño le gustaba mucho la cacería, y un día se dio cuenta
[de] que la mamita (abuela) se había muerto. Algunos le decían que
se había ido para el cielo en cuerpo y alma y se había formado el Sol.
Un día el niño le dijo a la mamá que preparara el fiambre, que
moliera maíz, preparara boya y carne de monte, que se iba a madrugar
a las cinco de la mañana.
Antes de partir para el monte, el niño le dijo a la mamá que le
tuviera preparada una bebida de achiote para [él] tomársela cuando
regresara, porque eso le iba a servir para que le salieran plumas en los
brazos y en todo el cuerpo, para poder volar; ya que le había dicho
que la abuela se había convertido en Sol y él quería comprobar si era
verdad o no.
Literatura embera chamí
La población de Zaragoza
El hombre violador
Había un señor casado que tenía su familia pero se enamoraba de
todas las jovencitas que veía. Tan pronto enamoraba a las mujeres,
Literatura embera chamí
por las noches llegaba hasta la casa de ellas y las violaba. El señor
utilizaba una «contra» para hacer dormir a todas las personas que se
encontraban en el tambo de la jovencita que iba a violar, para poder
dormir con ella sin que nadie se diera cuenta.
En una ocasión le prepararon una trampa cuando se dieron cuen-
ta [de] que esa noche iba a violar a una jovencita. La que preparó la
trampa fue una anciana, y para evitar que hiciera efecto la contra del
II
3. Otras narraciones
Volvieron a guardar el cántaro. Al segundo día amaneció otra vez
lleno de agua y el gusano más grande. Y el jaibaná dijo:
–Esto no va a ser otra cosa: va a crecer Jepá, creo que es Jepá.
En tres días ensayó. Echó un poquito de agua y por la mañana se
llenó, todo se derramó. La señora dijo:
–¿Qué va a pasar con ese animal? ¿Por qué no lo mata?
Y él dijo:
–Qué matarlo; vamos a ver cómo pasa este ensayo. [Lo] voy a lle-
var a aquel planito que tiene un charquito, poner en ese hoyo a ver
–era en llanito como una batea que hay en Jeguadas; usté conoce, ¿no?
Lo echó en ese charquito; echó el animalito, sin ver nada ai.
A los tres días se fue a verle allá; lleno de agua se creció. Lleno, se
llenó de agua.
Echaba comida para poder cuidarlo. Llevaba litrico de harina mo-
lida, echaba ai pa’que pueda comer animalito; le daba plátano, maíz,
cualquier cosita.
A los seis meses tenía como una vara de largo y el agua subía mu-
cho. Se creció, se creció, se creció. Movía la cola como un pescado;
con ese movimiento la tierra de la orilla se fue comiendo. Voliando así
la cola quitó toda la tierra; el charco se creció.
En cuatro años creció mucho y había un charco grande en ese
llano.
Creció muchos años. A los diez años, cuentan ellos, creció como
quince metros; más largo quedó. Y un charco grande quedó; esa batea
todavía está en Jeguadas, ai.
El viejo hizo un tamborcito de cuero de guatín; cada que lo iba a
cuidar tocaba el tamborcito: Tam, tam, tam. Entonces venía a la orilla,
sacaba la cabeza y él le daba la comida. Entonces él lo cuidaba: echaba
piedras, troncos de palo echaba ai, todo harinas, todo plátanos cortaba
y echaba ai. Así lo cuidaba.
Al viejo le dio ya pereza ir al llanito a cuidarlo y dijo:
–Más bien vamos a llamarlo con tambor pa’que venga al patio.
Apenas tocaba el tamborcito cuando lo iba a cuidar, se levantaba
el animal con el agua, venía hasta la casa y abría la boca. Entonces el
jaibaná echaba troncos de palo, carga, todo echando ai, ollas, cántaros.
Cuando se llenaba ese animal se iba al charco, entonces el agua bajaba,
Literatura embera chamí
3. Otras narraciones
Entonces al hombre le dio mucha rabia con ese animal. «¿Cómo
matar ese animal yo? Qué tan bueno [sería] yo coger el cuchillo y me
lo tragara yo también y le tumbara el corazón de ese animal». Iba y se
metía en el charco y decía:
–Jepá, que coma yo también.
Pero el animal estaba resabiao, como dormido, no se movía…
Cada rato decía:
–Jepá, que coma yo también.
Tampoco, ni abría la boca, siempre como dormido.
A lo último dijo:
–¿Cómo hiciera yo?
Se fue a la casa y cogió el tambor. Tocó así: Tam, tam, tam. Nada.
Otro toque: Tam, tam, tam. ¡Qué va! Otro toque: Tam, tam, tam.
Ahora sí llegó con agua. Y dizque el jaibaná le dijo:
–Abrase su boca, ábrase, ábrase boca.
Y poquito la abría. A lo que abría un poquito un muchachito venía
así, por entre el animal, y se asomaba. Él bregaba por cogerle la mano
y ai mismo se lo tragaba otra vez y no lo dejaba salir. Entonces, ¿cómo
[los] iba a sacar?
Como a los diez días el viejo pensó así: «¿Cómo voy a dejar yo ese
animal tan peligroso que he criao? No pude sacar mi familia. Aun
cuando pierda mi familia yo voy a trabajar, voy a echarlo al mar más
bien. Si se queda aquí nos traga a todos. Mejor más bien le voy a
cantar».
Dicen que era gente sabia, que era un doctor de indios muy gran-
de, era de antigua… parece, uno no sabe, yo no sé cómo pasaba eso,
cuentan mucho así.
Compró una olla de aguardiente y le puso banco de noche y le
cantó. Cogió sus tragos, chichas fuertes, hecho en banquete y tomó;
quedó borracho cantando.
Y lo llamó. Cantando como a las doce en punto de la noche. Lla-
mó… yo no sé, que… que… que llamó a todos; que a Antumiá, pa-
rece (que anteriormente decían), llamó al diablo, a Antumiá. Y habló
con él:
–Que echen más bien a ese animal que me tragó mi familia.
Entonces llegaron como diez hombres silbando, que no eran como
el cuerpo de uno, sino como de animal. Yo no sé cómo eran esas cosas.
Literatura embera chamí
nondó, en el punto en que llega otro río al San Juan, en Dos Conotos.
Allí el viejo dizque puso una tijera en el río. En atigua contaban
así, parece. Así la puso, un cangrejo grande que [se] lo come a uno; yo
no sé qué tan cierto será. Y puso una tijera más abajo. Y otra.
Reunió todos esos Jepá. Porque mucho jepá había, mucho animal
de ese, también aquí. Otro jepá allí en Jebanía había, otro abajo en el
San Juan… montones de jepá había. Y cuando los echó dijo:
–Que se va a ir pa’l mar, abajo.
Y él mismo nombró, dice… yo no sé cómo pasa esa cosa, dijo la
palabra:
–Quedar Jeguada, Jeguada, Chata, Chata, Jebanía, Jebanía, Uma-
ca, Umaca.
Se marchó, todo nombre pronunció.
Y abajo estaba la tijera. Unos jepá que no tenían culpa, pasaban y
pasaban. Y el último, el jepá que tenía deuda pasó detrás, la tijera lo
despedazó. De último llegó, pasó por encima, se traspasó, se cortó en
la mitad. Y ai mismo murió Jepá. Y se perdieron también todos los
muchachos ai.
Llegaron hasta el mar. En el mar, tan grande, qué va a aparecer
algo: ai se perdieron todos.
Así es la historia de ese Jepá. Hasta ai acaba. Y así pasó.
(Vasco, : -)
3. Otras narraciones
se borrachó, cayó en suelo. Bueno, y entonces por esa borrachera too
desnúo cayó el viejo ai. Tenían dos hijos. Y no tapó bien, pobre viejito
estaba caído, se burlaron por papá. Y de la mañana le contó mucha-
cho:
–Vea papá, usté me respetó, este se burló mucho vusté.
–¿Usté también burló?
–No, papá, yo junto siempre por vusté, apena yo tapé.
Este no se burló. Y después ai mismo dio rabia; le dijo:
–Maldita, usté no era hijo mío, ¿por qué tú no respetó nada?, ¿por
qué quedó así? Entonces usté tienen que no… no van a quedar aquí,
váyasen otra parte, tienen que en vivir por allá.
Y después se tuvieron… ai mismo se fueron para allá. Por que…
tú no sabe nosotro por qué tenemos tan pobre, porque el papá por
de… de maldición como de Noé era, era papá, pues, ¿no?, entonces
por esa raza que estamos tan pobre nosotro vive en este mundo.
Porque ahora también el papá propio puede hablar maldición al
hijo propio; decir: «Maldito, vusté no era hijo mío; ¿por qué quedas-
había una hija que había muerto pero tenía forma de persona. La hija
le dijo a la mamá:
–Yo vengo a visitarla y vengo por usted.
Enseguida la hija principió a invitar a las otras personas, que eran
espíritus, para que entraran a la casa. La abuelita estaba cerca del fo-
gón tostando maíz y las personas se fueron acercando y la fueron sa-
ludando, y cada uno fue dando el nombre y diciéndole si se acordaba
que ellos ya habían muerto.
La abuelita al ver esa multitud de gente se había echo en un rincón
muerta de miedo, al ver tanta cantidad de espíritus.
3. Otras narraciones
iii literatura wounán
1. Historias de origen
1. Historias de origen
Indígenas, negros y blancos
Ewandama, el Sol, se casó con la Luna y tuvieron muchos hijos.
1. Historias de origen
Entonces el hijo resolvió no permitir que la gente trabajara. Debe-
rían esperarlo. Pero la gente estaba trabajando en sus tambos y no se
dieron cuenta de que él estaba allí y continuaron trabajando.
Aproximadamente dos meses después, Dios regresó en un barco
muy grande. Cuando este se pudo divisar, el hijo gritó:
–Ahí viene mi padre.
Pero la gente contestó:
–No. Son los cuna, que vienen a matarnos.
El barco se acercó, y ellos se acercaron para recibirlo y comenza-
ron a dispararle a Dios, a quien mataron con sus flechas. Una vez que
lo habían matado, dejaron el barco en la orilla del río. El hijo les dijo
entonces:
–Entierren decentemente a mi padre bajo la casa.
Así lo hicieron, pero a los tres años lo desenterraron, lo lavaron
muy bien, [y] lo colocaron en una gran caja para que se secara al sol.
Cuando se secaron los huesos de Dios, el hijo llamó a la gente para
que viniera a ver. La gente se aglomeró en cuatro hileras. Sacaron el
esqueleto, y cada uno cogió para sí un pedazo de hueso y comenzó a
soplarlo. Aún no había pájaros, no había nada en el mar, el mundo
estaba vacío. Pero si a media noche se escucha un pájaro produciendo
una música dulce, es uno de los que sopló por los huesos de Dios, ya
que toda esa gente se convirtió en pájaros. Dios partió hacia el cielo y
nunca más regresará.
(Wassén, : -)
El diluvio
Cuéntase que el mundo cambió una vez. Había un gran río cuya
cabecera estaba en el mar, y la boca arriba en la costa. Para cambiar
esto Dios hizo caer una lluvia torrencial y el mundo empezó a hun-
dirse con la creciente. Un hombre se fue hacia donde estaba Dios
para avisarle que con la creciente el mundo se estaba yendo a pique,
y entonces él dijo a los chocós que se salvaran en balsas de madera.
El hombre que había ido donde estaba dios, arregló su casa y dijo
a los demás que pusieran balsas de madera debajo de sus chozas para
que pudieran así flotar sobre el agua. Los demás no le creyeron. Para
no tener hambre, el tal hombre cortó sus plátanos, su caña, y los puso
Literatura wounán
en su casa. Los demás dijeron que era mentira lo que decía el hombre
de que el mundo se iba a pique, y estaban bebiendo chicha cuando las
aguas empezaron a subir.
A los tres días, el mundo desapareció bajo las aguas. La casa del
hombre fue llevada por la creciente y quedó flotando sobre el agua
III
1. Historias de origen
2. Cuento sobre los Hijos de la pierna
donde estaba la serpiente esta los devoró a los dos junto con la balsa;
pero ellos clavaron la estaca entre sus mandíbulas, de manera que no
pudiera cerrar la boca, y con la leña prendieron fuego dentro de la
barriga de la serpiente. Al final la serpiente quedó postrada, bastante
cansada con la tormenta que acababa de padecer, y así los hermanos
pudieron escapar. Uno de ellos salió deslizándose por el ano de la
serpiente. Se encontró muy amigado debajo de la tierra y nadie sabe
qué pasó con él después. El otro se arrastró por la boca, que estaba por
encima del suelo.
Partió solo y vivió chupando sangre como un vampiro. En esos
tiempos el firmamento estaba cerca a la tierra y el hombre quería
venían a matarlo. El hombre les pidió que le dieran una hoja de palma
de chonta para hacer un arco y flechas. Estaba ansioso por pelear. A
la mañana siguiente una mujer bajó al río a traer agua y a su regreso
informó que se aproximaban los cuna.
Ellos llamaban cuna a los cangrejos del río.
III
Rana
Un viejo vivía con sus dos jóvenes hijos, un día los muchachos
dijeron al papá:
–Papá nosotros nos vamos del caserío, vamos a buscar carne de
monte, aves y pescado, nos vamos con todo y cama.
Se fueron los dos muchachos y llegaron al sitio donde querían
llegar. Pasados tres días estando ellos los dos solitos, uno de ellos dice
a su hermano:
–Ahora que estamos solos los dos, en caso que llegue a aparecer
una mujer donde no hay gente, yo si la perdono.
Y el hermanito le contestó al mayor:
–No hable así, hermano, que es malo decir eso en una cabecera
de río, porque mi papá dice que por aquí en el monte hay animales
Literatura wounán
malos.
A la hora de acostarse, el muchacho volvió a decir al hermanito:
–¿Qué tal una muchacha con este frío que hace?
Cada vez que el muchacho decía eso el menor se asustaba. Un día
ya en la noche, que ellos llegaban de pescar, se pusieron a cocinar.
III
La mujer y el sábalo
Un indígena con su mujer tenían una jovencita que por mucho
andar el tiempo le cogió la madurez. Le gustaba mucho el trabajo y se
5. Un cuento de animales
y tejió un hilo muy largo para el sapo, pero cuando comenzó a trepar
el hilo se reventó, el sapo cayó al suelo y se aplastó. Desde entonces
todos los sapos son aplastados.
(Wassén, : )
El jaguar y el conejo
El jaguar estaba paseando por un caminito en la selva y se encon-
tró con una tortuga. Inmediatamente agarró la tortuga con el fin de
devorarla, pero la tortuga le dijo:
–No tío, no puedes comerme de esta manera. Te voy a mostrar cómo
debes hacerlo. Debes conseguir un palo y me golpeas en la espalda.
El jaguar procedió a hacerlo, pero tuvo que soltar la tortuga mien-
tras cortaba un palo. Inmediatamente la tortuga se deslizó en el agua
y se salvó.
Después de eso el jaguar se encontró con un conejo en la selva. El
conejo estaba mordiendo un queso.
–¿Que estás comiendo? –preguntó el jaguar–. ¿Está bueno?
–Sí, prueba un poco.
El jaguar probó y, cuando se dio cuenta [de] que sí estaba bueno,
le preguntó dónde se conseguía.
–En un pozo cerca del río. Me até un bejuco alrededor del cuerpo,
Literatura wounán
una trampa que debía pasar. Consistía de una gran hacha lista para
caer. Cuando el conejo corrió por debajo de ella el hacha cayó y le
cortó un pedazo de su parte trasera. Este es el motivo por el cual hoy
día el conejo tiene la cola mocha. De hecho, desde entonces se con-
virtió en conejo.
(Wassén, : -)
jo del agua era queso. El tigre preguntó cómo hacer para traer el queso
de allá. Entonces el conejo le dijo que él había mandado amarrar a otra
persona de pies y manos a una piedra pesada. Mandó una cuerda para
que le amarraran y lo tiraran a la ciénaga. Le dijo el conejo que cuando
se le fuera acabando la respiración meneara la cuerda.
Entonces cuando el tigre estuvo meneando la cuerda, porque ya se
estaba ahogando, el conejo se puso a reír y no lo sacó. Se fue corriendo,
y como no sacó al tigre, este se puso a bregar hasta que salió encima, ya
cansado, casi para morir. Cuando se restableció siguió atrás del conejo
para cogerlo y matarlo. Cuando el tigre lo encontró [y] lo iba a coger, el
conejo le dijo que no le cogiera a él, que él no había sido. Posiblemente
Literatura wounán
III
iV literatura inkal awá
1. Historias de origen
1. Historias de origen
barbacha más blanca a la mujer, Ashampa Watsal.
Y luego Dios le preguntó a la mujer si quería vivir con él, y ella
respondió que sí, al igual que el hombre respondió que sí. Así queda-
ron viviendo ellos dos juntos.
Al tiempo llegaron a tener un hijo que les acompañaba, y este,
cuando iba creciendo, sus padres le iban enseñando todos los trabajos
que ellos hacían.
Luego en una noche oscura nació una niña. Los dos hijos hicieron
procrear la tierra y la poblaron.
El mundo de Dios
El mundo de los muertos
El mundo del awá
El mundo de abajo
Los ancianos awa cuentan que antiguamente los árboles y los pá-
jaros salían a conversar entre los de su especie; y también tanto los
árboles como los pájaros conversaban con las personas.
Cuando una mujer se encontraba embarazada y se aproximaba el
En un principio no existía nada [T.C.]
Literatura inkal awá
1. Historias de origen
agua, [que] se estaba secando, [y] alcanzó a bañar pero salió con la piel
amarilla. Este fue el indígena. Por último entró el otro y no alcanzó a
bañarse más que las palmas de las manos y las plantas de los pies. Este
fue el negro.
Después hizo dios los animales y las plantas; el diablo hizo toda lo
contrario: dios hizo el venado, el diablo el gusano; dios hizo la vaca,
el diablo la monchira.
(Silva, s/f. Xexus Ventana Cultural)
2. Narraciones sobre el gran árbol
Un árbol de donde salía y caía el alimento [T.C.]
Literatura inkal awá
IV
3. Historias bravas
3. Historias bravas
oso, perico, tigre, león, entre otros. Solo se cubrían las partes nobles.
Los indios bravos tenían mucho poder mágico, se comunicaban
con toda clase de espíritus del bien y del mal. Hacían toda clase de
pactos con ellos para obtener beneficios. Por ser seres mágicos, tenían
mucha capacidad de andar la inmensidad del territorio, por las selvas
más espesas, sin importar el estado del tiempo, ni las difíciles con-
diciones de acceso: sean peñas, ríos, lagos, lagunas, pantanos. Ellos
avanzaban grandes distancias en tan solo un día, a diferencia de los
actuales awá, que lo hacen en varios días o semanas.
(Silva, s/f. Xexus Ventana Cultural)
Ippa
En un tiempo de escasez de chiro (clase de plátano), la gente se
reunió para conversar sobre el porqué sucedía esto. En este tiem-
po la comunidad tenía un comisario que dirigía la reunión y sabía
3. Historias bravas
–Así no es, mejor es así.
La piedra dio sobre el tronco de un árbol partiéndose en dos. En
seguida el Astarón provocó al joven:
–Vuelva a hacer otra vez.
Diciendo esto cayeron más rayos. Al rededor había árboles de
chonta que se partieron en pedazos. El Astarón se asustó tanto que se
quedó parado y quieto. Después de un rato replicó:
–No más, usted me hizo asustar mucho.
Había dos caminos de los cuales el Astarón cogió el que se dirige
hacia el norte. El Ippa tomo el camino hacia el oriente, pero antes de
partir advirtió al comisario que no lo llamaran Ippa porque se enoja-
ba, sino que solo le digan Pamba (abuelo).
(Haug, : -)
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