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Concepción, 2019
En el presente informe intentaremos hacer una breve revisión histórica sobre los
cambios semánticos vividos entorno al concepto del caníbal y sus relaciones con la
noción del buen salvaje en la Latinoamérica del siglo XIX. Adicionalmente,
tomaremos el concepto de artefacto de enunciación trabajado por Carlos Jáuregui para
dar cuenta de las implicancias sociales y políticas que tuvo el discurso del salvaje. Por
último, analizaremos la imagen del bárbaro que se construye en el discurso narrativo
poético de La cautiva, obra escrita por Esteban Echeverría.
Para hacer nuestro recorrido por el tropo del caníbal en el siglo XIX, tomaremos
como referencia el texto Canibalia: Canibalismo, calibalismo, antropofagia cultural y
consumo en América Latina de Carlos A. Jáuregui (2008). En el primer apartado del
texto de Jáuregui, se nos instala en la discusión que se llevó a cabo entre los ilustrados
europeos y ciertos pensadores criollos; estos intelectuales de finales del XVIII y
principios del XIX debatieron la construcción que se tenía del salvaje en la época. Por
un lado, ciertos autores con una base cientificista como: Buffon y de Pauw, dibujaron al
salvaje americano como un bárbaro inmerso en un estadio primitivo del progreso
humano. Este dibujo colocaba al hombre americano por debajo del hombre civilizado
europeo, el salvaje relegado a un lugar oscuro de la barbarie.
Por otro lado, tenemos a Rousseau, quien retoma el mito de la Edad dorada y
nos dibuja a un buen salvaje caracterizado por la inocencia y alejado de los vicios de la
civilización. Este buen salvaje no refiere a ningún sujeto en concreto, el genovés lo
ocupa y lo revierte con una serie de características virtuosas con el fin de contrastarlo
con el hombre apresado en la sociedad moderna del siglo XVIII. También tenemos el
caso de Clavijero que en un ejercicio comparativo, contrasta e intenta matizar la imagen
del bárbaro, entre los casos europeo/occidental y latinoamericanos.
Una vez consolidados los procesos de Independencia, el antiguo buen salvaje (el
indígena) se vuelve victimario del progreso. Las heterogeneidades étnicas conforman
este nuevo monstruo que acechará durante el Romanticismo. El indígena se vuelve una
amenaza para la conformación del Estado, una fiera sedienta por la sangre del
civilizado. Sin embargo, para el caso de Sarmiento, lo que comúnmente habíamos
pensado como civilizado cae en los mismos vicios barbáricos, tanto en el régimen de
Rozas, el gaucho pampero y el indígena. Entonces bárbaro y civilizado se difuminan en
un discurso cambiante.
Con la revisión que hemos hecho hasta ahora, podemos evidenciar que la idea
de la otredad bárbara y caníbal, no es un concepto estático y estable, muy por el
contrario, esta parece ser una fórmula versátil y adaptable a ciertas particularidades
específicas. Cada Estado-nación construyó sus propios monstruos, dependiendo de los
objetivos que el poder haya trazado como esenciales para sus proyectos fundacionales.
Jáuregui, teniendo en cuenta estos matices, explica la forma en la cual estas literaturas
nacionales adquieren una función de artefacto retórico-cultural:
Como bien señala Jáuregui, los discursos y literaturas nacionales en siglo XIX,
buscaron producir un efecto en los sujetos pertenecientes al Estado-nación. Cuando
hablamos de efecto, nos referimos a la característica formadora y moralizadora que
ejercieron los imaginarios de los relatos fundacionales en la identidad de cada país. Los
relatos, entonces, se comportaron como dispositivos capaces de construir las fronteras
divisorias entre el yo civilizado y el otro bárbaro; estos polos enunciativos se
enmarcaron siempre desde la diferencia.