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graciosa como un sauce; su pelo parecía el de un sauce también y se diría que tenía musgo.

Llevó a Jill hasta una sala redonda en uno de los torreones, donde había una pequeña
bañera hundida en el piso y un fuego de leña de dulce olor quemándose en el hogar plano y
una lámpara colgada con una cadena de plata del techo abovedado. La ventana miraba al
oeste hacia la extraña tierra de Narnia; Jill contempló los rojos vestigios de la puesta de sol
que aún relucían tras las lejanas montañas. Todo esto la hizo desear con ansias vivir más
aventuras y tuvo la certeza de que era sólo el comienzo.
Después de darse un baño, cepillar su cabello, y ponerse la ropa que le habían
preparado —era esa clase de ropa que no solamente es agradable al tacto, sino que además
es linda, y huele bien, y suena bien cuando te mueves—, iba a seguir contemplando el
paisaje apasionante que ofrecía esa ventana, pero la interrumpió un golpe en la puerta.
—Entre —dijo Jill.
Y entró Scrubb, también bañado y espléndidamente vestido con ropa narniana. Pero
por la expresión de su cara no parecía estar disfrutándolo.
—Ah, aquí estás, por fin —dijo, malhumorado, dejándose caer en una silla—. Hace
horas que trato de encontrarte.
—Bueno, ya me encontraste —repuso Jill—. Oye, Scrubb, ¿no crees que todo esto es
superfascinante y sensacional?
Se había olvidado totalmente de las Señales y del príncipe perdido.
—¡Ah! Eso piensas tú, ¿ah? —dijo Scrubb; y agregó, después de una pausa—. ¡Ojalá
no hubiéramos venido nunca!
—¿Pero por qué?
—No puedo soportarlo —dijo Scrubb—. Ver al Rey, a Caspian, convertido en un
viejo viejísimo. Es... es espantoso.
—¿Y qué te importa a ti?
—Oh, tú no entiendes. Y si lo pienso bien, no puedes entender. No te he dicho que en
este mundo el tiempo es distinto al nuestro.
—¿Qué quieres decir?
—El tiempo que tú pasas aquí no se cuenta en nuestro tiempo. ¿Entiendes? Quiero
decir que por mucho tiempo que pasemos aquí, volveremos al Colegio Experimental en el
mismo momento en que salimos.
—No va a ser muy divertido...
—¡Cállate la boca! No sigas interrumpiendo. Y cuando regresas a Inglaterra, a
nuestro mundo, no puedes comprender cómo pasa el tiempo acá. Puede transcurrir
cualquier cantidad de años en Narnia mientras allá pasa un año. Los Pevensie me lo
explicaron todo, pero se me olvidó como un tonto. Y ahora parece que hace setenta años
—años de Narnia— que estuve aquí. ¿Entiendes ahora? Y vuelvo y encuentro que Caspian
es ya un viejito.
—¡Entonces el Rey era un antiguo amigo tuyo! —exclamó Jill. Se le vino a la mente
una idea horrible.
—Debí darme cuenta de que era él —dijo Scrubb, con tristeza—. El mejor amigo que
un tipo puede encontrar. Y la última vez tenía unos pocos años más que yo solamente. Y
ver este anciano de barba blanca, y recordar a Caspian como era la mañana en que
conquistamos las Islas Desiertas, o en la lucha con la serpiente de mar... oh, es tan terrible.
Es peor que haberlo encontrado muerto.
—¡Cállate! —exclamó Jill, impaciente—. Es mucho peor de lo que tú crees. Fallamos
en la primera Señal.

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