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Por él era llevado, pues por él me llevaban las muy discretas yeguas
que tiraban del carro; mas el camino unas muchachas lo marcaban.
El eje, en los bujes producía un ruido de siringa,
al rojo (pues se veía urgido por dos tornátiles
ruedas a uno y otro lado), cuando se apresuraron a escoltarme
las jóvenes, hijas del Sol -dejada atrás la morada de la noche-,
hacia la luz, tras haberse destocado la cabeza con sus manos.
Allí están las puertas de las sendas de la Noche y del Día
y las enmarcan dintel y umbral de piedra.
Situadas en el éter, cubren el vano con grandes portones;
las correspondientes llaves las tiene Justicia pródiga en dar pago.
Las muchachas, hablándole con suaves palabras,
la convencieron hábilmente para que el cerrojo con fiador
de las puertas en un vuelo descorriese. Y de los portones
el vasto hueco dejaron al abrirse, una vez que los muy broncíneos
quiciales giraron en sus quicios, el uno tras el otro,
provistos como estaban de espigas y clavijas. Por allí, a su través
en derechura guiaban las muchachas carro y yeguas por el camino real.