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Historia de un perro llamado Leal ea Seer ‘IST@RIA DE UN RRO LLAMADO LEAL pL ac enero re tran ae a a UEC crs col et ee ee {a libertad que conocié sieado un cachorro, Y sobre todo no sentir nostalgia por tado lo que ete Ree eet ee indios de la Araucania en Chile, Y es que aucs- Ca Re Cee ea ren CE RRS necro Te Ce emer scc Snn aer Ce Rena Cit etre Rear aprendié respetar a Ja naturaleza y a todas sus criaturas, Ahora, sin embargo, debe abcdecer pede CeO Ce eae Coa eee cee cement Thy Re Onan rst tates ee Oct mente rere nt taeerh ey Se ee ee ae en oe Ret ae eer he iin - - — - - a INO ban) Cibros de Luis Sepulveda en Tusquets Editores ANDANZAS| Gn vigjo que leis novelas dle ator Mundo del fin del mando Nombre de torre Patagonia Express Historia de una gaviota ¥ del gale que fe enscié a volar Desencuentros Diavio de an killer sentimental seutido cle Vacaré La lampara de Alsdino Historia de un perso llamado Leal LUIS SEPULVEDA HISTORIA DE UN PERRO LLAMADO LEAL Hustraciones de Marta R. Gusicms pusQuers | eiion chiens: saan de 207 © Lu Sepilreda, 2016 Pablicade pox auteido con Taterarivite Aggatur Mectin fn Nicole WW ed, Jnauklurt ain Main, Aleovenia Bede ins asracimes: Marts &. Ghstems, 20S oi siolecasn: Guileawieslavares Reservas iodo ios slezcele de earned pa Ednorial Maperi Chilena, 6, 2017 Av. André Ballo J116, pit Provide, Suazo ie Cale wore plancisleliiemc! ISBN: 9B 956.260-2188 Fouecmmpusicibe: Mcelmo, SP Ipreacins Grif Iraprererc |e, Inpreseen lil Queda rgurosaneuceprohibidy cushyniezFroma de eepreducin, Ubsisloucon, rarvunicaciin pallies © tmadoraasion coul'o par cal ec exra bes vn el permis caco de los Wilase te los deo hes de explora, Dungu. Palabras . Kiné Uno .. Epu. Dos... Killa, Tres .. Meki. Cuatro Keebu. Cinco Kayu. Seis. . Regie, Siete Pura. Ocho . Ayla, Nueve Mari. Diex Glosario. ... indice i 13 19 69 75 aL 89 Pare mis nietos Daniel, Gabriel, Camita Valentina, Aurora ¥ Sumucl Para mis pequefio hermanos del pueblo mapuche. Mi pueblo Diangre Palabras Este libro es una deuda mantenida duran- te muchos afios. Siempre he sostenido que gran parte de mi vocacién de escritor vie~ ne del hecho de haber tenido unos abuclos que contaban historias, y de que, en el lejano sur de Chile, en ana region Hamada Arauca~ nia o Wallmapu, tuve un tio abuelo, Ignacio Kalliukeri, mapuche (nombre que confor man dos palabras unidas: smapu>, que signi fica Tierra, y «che», gente, y cuya traduccion correcta es «Gente de fa Tierra), que al atar- decet les contabu historias a los nifies mapu- che en su idioma, el mapudungun, Yo no entendia lo que los demés mapuche decfan en. sit lengua verndcula, pero si entendia las his: torias que nartaba mi tio abuelo. Eran historias que hablaban de zortos, de punas, de cdndores, de lovos,y mis favo ritas eran las que contaban las aventuras de wigha, el gato salvaje, Yo entendia lo que mi tio abuelo aarraba porque, pese a no haber nacido cn fa Araucania, en la Wallmaapu, también soy mapuche. También soy Gente de la Tierra, Siempre he querido contarles una his: tora a los nifios mapuche al atardecer, jun- to al rio, mientras comemos Los frutos de la araucaria y bebemos jugo de manzanas recién recolectadas. Ahora que me acetco a la edad de mi tie abuelo Ignacio Kallfukurg, voy a contales una historia de un perro ctecido junto alos mapuche. De un perto llamado Leal, Les invito, pues, a la Araucania, a la Wallmapu, al pats de a Gente de la Tierra. Kane Uno La manada de hombres tiene miedo. Lo sé porque soy un perro y el olor dcido del miedo me ilega al olfito, Ei miedo huele siempre igual y da lo mismo si lo siente un hombre temeroso de la oscuriclad de la noche, o si lo siete waren, el raton que come hasta que su peso se convierte en les- tre, cuando wigia, el gato del monte, se muceve sigiloso entre los arbustos. Es tan fuerte el hedor del miedo de los hombres que perturba los aromas de la tierra hrimeda, de los Arboles y de las plantas, de las bayas, de las hongos y del musgo que el viento me trae desde la espesura del bosque. El aire también me trae, aumaue leve- meate, el olor del fugitivo, peso él bucle 13 diferente, huele a lefia seca, a harina y a manzana, Hucle a todo lo que perdi —E] indio se oculta al atro [ado del tio. éNo deberlamos soltar al perro? —pregunta uno de Los hombres. No. Esté may ascuto, Lo soltaremos con la primere luz del alba —tesponde el hombre que comanda la mana¢a. La manada de hombres se divide eoire los que se sientan en torno sl fuego, que encienden maldicieado ka lefia rimeda, y [os que con sus armas de matar en las manos miran hacia le oscuridad del bosque y no ven nada més que sombras, Yo también me echo sobre las patas, alcjado de ellos. Me gustaria estar cerca del calor, pero evita el fuego que han encendi- do, pues el humo me sublaria los ojos y mi olfato ao percibiela los cambiantes olores. Han eneendido un mal fuego y se les apaga- 4 mey pronto. Los hombres de esta mana- da ignoran que emu, el bosque, da buena lefia seca, tan sdlo hay que pedirsela dicien- do mamiill, mamill, y entonces e] bosque 14 entiende que el hombre tiene filo y autosiza a encender un fucgo. Tlega hasta mis orejas, que siempre estén alesta, el croat de dhingki, Ja rana, oculta entre fas piedras de la otra orilla de deaf, el tio que baja de las montafias. A ratos, konkon, el bitho, imita al viento desde Jo mis allo de los arboles: y pinaiyke, el mur- ciélago, bate las alas mientras vuela y devo- sectos nocturnos voladores, La manada de hombres teme los ruidos del bosque, Se mueven inguietos y yo sien to el penctrante hedor del miedo que no les deja descansar, Intento alejarme un poco de ellos, pero me lo impide la cadena que llevo al cucllo y que han atada, por dl otre extre- mo, @un tronco. éLe damos algo de comer al perto? —pregunta uno de los hombres, —No. Un perro caza mejor cuando esté hambriento —conteste el jefe de la manada, Cierto los ojos, tengo hambre y sed, pero no me imports. No me importa que pata la 16 manada de hombtes yo no sca mis que cl perro, y de ellos no espero otra cosa que el Ktigo. No me intporta, porque desde la oscuridad me llega el tenue arora de fo que perdi. sis sinssaniacegaaitabieen tae cee Epn Dos Suefio con fo que perdi y mis suetios me llevan hasta el gélido dia en que cai sobre la nieve. Antes de caer viajaba envuelto ent el calor de una bolsa de lana y, a ratos, los hombres de otra manada me echaban una ojeada y decian: «Esta bien el cachorro, seré un gran perro». Mis recuerdos empiezan el dis en que cai sobre fa nieve, aunque 2 veces me Hegan tetazos muy breves de antes que me acerean hasta un cuerpo tibio, y entonces soy capaz de verme junto a otros cechorros tan peque- fios como yo, aferrados a las fuentes de las que mana una leche tibia y sabrosa. Esa manada de hombres cruzaba las altas montaiias por pases esirechos y oscu- 19 f08 que silo ellos conocian, Monteban caba- Wos fuentes y la carga que trinsportaban desprendia olores gratos a yerba mate, a haring, a came seca; ubos aromas que yo petcibia mezclados con ef olor acide del sudor de los caballos. Al subir por una pendiente me caf de La bolsa y ningiin hombre de la manada se dio cuenta. E] viento filo se llevd mis débiles ladridos, traté de correr tras Jos caballos, pero mi cuerpo se hundia en la nieve y, agotado, me eché sintiendo que todo el calor de mi piel se apagaba. La nieve empezé a cubrir- me. Cafa con la misma suavidad que el sueiio que me cerraba los ojos. La oscuridad cubria las montafias cuan- do me desperté estremecido por una lengua tibia y hitmeda que se deslizaba desde mis belfos hasta el rabo, Senti como una nariz me oliz al misma tiempo y, desde el Fon- do de mi pequefia memoria de lo que atin no conocis, acudié un temor que me hizo exicoger mis el cuerpo, pero esa lengua tibia que me lama alejé el miedo y, ya repuesto 20 del filo, elejé que unos diciues podesesos me agartanan de La nuea sin hacezne dena. Pui llevado por el aire hasta una gruta y abi mi salvaclor, weaved, el jaguar, compartid con- migo ¢l calor de su yran cuerpo ‘Asi pasacon varios dias. La luz se refleja- ba en la nieve y yo permanecia junto a navel, of jaguar. Cuanda la oscuidad cubsria todo lo que habla firera de la gruta, mazeol, el jaguar, salia_y mds tarde regresaba con el cuctpo inerte de chinge, el zoriillo, o de wemad, cl cervatillo, y comiamos su carne atin caliente. Nez, el jaguar, media mi fuerza empu- income con sus zavpas o dandome golpes con Ia cabeza; yo me sentia seguro sobre mis cuatro patas, y hasta me atrevia a salir de Ja gruta a corretear sobre pire, la blanca nieve endurecida. Una noche sin sombras, cuando kayen, Ta luaa, decidié compartir su luz con fa nieve, sae, el jaguar, volvié a agarrarme con sus dientes por la nucay emprendimas tn viaie descendjendo por las montafias, a Temeroso al ver que nos ale mucho de la calida gruta, ladré mi miedo pidiendo volver. Bntonces navel, el jaguar, me dejé en ef suelo y rugid. ¥ yo le enter La montaiia no es lugar para um pichi- Inewa, un cachorro de perro, Estaris mejor con los mapuche, con [a Gente de la Tierra ——rugié nail, el jaguar, 7 seguimos bajan- do de las montatias. Kila ‘Tres Al amanecer, los hombres de la manada desatan su furia emure sf. Se culpan unos a otros de no tener fuego y del Frio que tras- pasa sus ropas y les entra hasta en los hue- sos. La luz del dia Mega envuelta en Ja niebla espesa que siempre silencia los rumores del bosque, Uno de los hombves corta un trozo de pan y me fo arroja, pero antes de que yo pueda alcanzarlo, el jefe de la manada se adelanta y fo tira Iejos de mf. —Te he dicho que el perro debe estar hambriento. Hl indio se habra alejado. Conoce el besque y los montes —alega el que me lanzé el trozo de pan. Bl indio esta herido 7 no puede haber. se alejado demasiado. ¥ si yo digo que el indio se esconde en el bosque, os asf. Suelta al perro ——ordena cl jefe de la manada. Me sueltan y yo corro hasta la orilla del tle, huclo, busco el olor del fugitive entre Jos aromas del musgo y del Liquen, entre lzs hojas de los alerces y de los coigies, de los fires y de los raulies, que se descomponen para que crezcan las hierbas y las plantas que hacen impenetrable la ecpesura. El fugitivo ha dejado un taste facil de seguir, esta herido, asi lo indican las gotas de sangre que salpican algunas hojas. Coro mis rapido, me alejo de la manada de hom- bres, que avanzan con dificultad sortean- do los arboles crecidos a la orilla misma del tio, los toneos caides y las rocas, Los hombres de Ia manada aguardan mis ladridos, debo advertirles que he dado. con el rastro y conducitles hasta el fugitivo. Pero no hago nada de lo que esperan. Me echo en el suclo y lamo las gotas de humedad que se escurren por las hojas de los hele- 26 chos. Asi calmo mi sed ¢ ignore los grites de Ja manaila de hombres que roe estén Ia- mando: «iPerro! iPetro!». El silencio de los pajaros me indica que se hallan cerca y coro alejéndome del ras- tro del fugitivo. La niebla se disipa y todo ef bosque se convierte en una espesura verde, De la Gente de la Tierra, fos mapuche, aprendi que hay muchas gamas de verde, que el verde de Ja hoja del alerce no es ct mismo que ef de la hietba, pero yo no puedo distinguir la diferencia, pues soy un perro. Si alzo la cabeza, puedo ver entse las copas de los ftboles trozos de ciclo gris, y guio alos hombres de la manada hasta la parte mis ancha del rio. Entonces fos Ta- mo ladrando varias veces y con mis ladti- dos les indico que el fagitivo cruzd ala otra oritla. Bien hecho, perto dice ol jefe de la manada y me arroja un trozo de pan que trago de inmediato. Estoy hambrienta, las tripas vaclas se mic pegan a los huesos, pero no miro al jefe 27 dela manada imploeéndole otro mendengo. Ladro furiosy hacia Ia otra orilla del to, muevo el rabo frendtico, etizo los petos del lomo sin dejar de ladrar. —I indo esté cerea, el perro lo huele —-dice el jefe de ta manada y me ordena avanzar a la caza del fugitivo, Obedezeo, como, me meto en el agua, nado, cruzo el rio y empieza @ corter por fa orilla entre arbustos y gruesos troncos alejéndome mas det rastro. La manada de hombres me sigue, siento sus respiraciones alteradas, sus pasos torpes, cruvan el rio con el agua hasta la cintura, cargados con sus armas de matar y todo lo que llevan, Coati- niio corriendo y con mis fadridas los animo a seguizme. Cuando dejo de ofr sus voces y Jas maldiciones que suettan, ladro con mis fuerzas. Sé que el jefe de fa manada no les permitita detenerse y reposar, tos obligard « seguir y ningune se rezagani, pues temen al fugitivo, al bosque, a los rumores que legen de la espesurz. El miedo los ane yavanzan on una inseparable manada, 28 ‘Me encuentro en una amplia playa de suijarcos y huelo el aire, no peedo distinguir fos tonos del color verde, pero hasta mi olfa- te Hlegan los aromas de todo fo que crece a mi alrededor. Ast busco el olor que quiero, yal sentir que me llega al olfato, ladro para animar ¢ los hombres de la manada. Avanzo sin dejar de ladrar hasta que llego alo que crece y no da ni scmiilas nj frutos. La Gente de la Tierra y del bambt, los que no son Gente de la Tierta, lo lama kokwe, Avanzo por ef cafaveral alejandome de la onilla, casi voy arrastrando el cuerpo pata evitar las ramas bajas, delgadas y elsticas, y de hojas duras, que podrfan datiar mis ojos. Sé que el avance de la manada de hombres se ha tornado muy dificil, pucs el Aofwe crece apretado, sus varas apenas dejan espa- cio para que las atraviesen los hombres, y éstos cargan ua lastre que los fatiga y ofus- ca. Cuando casi no llegan ya a mis ofdos sus «Perro! iPesro!», ladro con mayor impetu y faria, como si wviera la presa af alcance de Jos dientes. 30 en Me echo y espero. Sé que mis ladvidos Jos animan y que cada dificullad acrecienta su odio ai Fugitive, Asi espero hasta que los siento cerca y, moviendome con sigilo, paso cerca de ellos desandando el camino bi ¥ regreso hasta la orilla del tie. eiPerro! iPerroly, gritan los hombres de Ja manada sin saber hacia dénde avanzar cntre las apictadas varas de kediavr 3L Melt Cuarre En el rio, luego de beber el agua Fresca qute corre entre las piedras cubiertes de mus- go, busco de comer, pues necesito comer, hacerme fuerte. No me cuesta cazar a tunduky, el ratén de las montafias, lo degtielJo de un mordis- co, pero antes de comérmelo recuerde lo que aprendi de fa Gente de la Tierra y grufio suavemente: «si come che, el hombre, pide perdén 2 aliwen, el aebol, antes de ialarlo, y 2 tgfita, la oveja, antes de quitarle la lana, yo te pido perdén, amduks, por saciar mi ham- bre con tu cuerpo. Come sipido, pero no mis de fo nece- satio, ¥ el cdlido cuerpo de tundvky me entrega su calor y su energia, Lo que queda 33 serd un festin para damkos, of aguilucho: y alguna vez, mientras éste vuele en el amplio ciclo, isvdukis se alimentara de sus hucvos. Al emprender nuevamente fa busqueda del rasteo del fugitivo, un ruido estremece el bosque. Es rafkan, el trueno, que anuncia la tormenta, Sé gue sera dificil dar con ef ras- tro mientras caiga la Iluvia, pues mapa, la Tetra, abrird todos su poros agradecida y no se percibira mas que el olor de su contento. Busco refiigio baio un grueso trones y ahi me tumbo. Entonces pienso por qué el olor del fugitive me secuerda tedo lo que perdi, Y pensando con dolor en lo que perdi me duermo mientras fa Tuvia cae sin cesar. Extonces suefic. Suefio que estoy juato a ua fuego que me sume en una plicida somnolencia. Junto al fuego hay o:ras gentes, hombres, mujeres ¥ nifios que escuchan al que habla mientras comen los finttos del pewen, la altisima arau- catia, Hablan de mi. Tode ecurié ung matiana muy fia cubierta por una nicbla tan espesa que impedia ver las ramas de los arboles y las cumbres de las montafas nevadas, y ape- nas permitéa adivinar el sendero que llevaba hhasta las rukas, las casas mapuche levanta- das a erillas del gran fago. Cuentan también que, pesca la presencia del jaguar, los pertos no ladraban por mas que la Gente de la Tie- 11a, temiendo por sus ovejas, los azuzaran gtitando: Trewa! ‘Trewa!”, “Perro! iPerro! Pero esa mafiana de nieble, y a pesar de los gritos, los nobles perras, que fio temen a a= wel, el jaguar, permanecieron quietos, cabi bajos, hasta que el gran felino de la cordilie- ase acereé hasta la primera ruka y, frente a la puerta orientada hacia la potebnapy, la te rea del este, deposité com suavidad la carga que sostenia ep sus fauces. Luego aan, el jaguar, rugid y se perdid en la niebla» 36 iso fue lo que ocunid», dice oun de Jeg que hablan en mi susie. «lin La ruber vivia Wenchulaf, ua ancianio que, fiel al sig- nificado de su nombre —hombre feliz, se encargaba de entretcner a los nifios en ef agekunteen, la cita diatia para escuchar ale gres historias y cSnticos que hablaban de otros tiempos que nunca debian ser olvi- dados, porque en: esas historias y cdnticos transmnitidos de padres a hijos latia el orgullo de ser mapuche, de ser Gente de Ja Tierra, »Alarmado por los gritos, Wenchula? salié de la raha, se inclind, tome en sus manos el pequefio cuerpo de color oscuro, lo acaricié y anuncié que cra un pichitrewa, un cachorta de perro sToda la comunidad roded a Wenchu- Jaf y ef extrafio regalo dejadlo por saeed, el jaguar. Unos decfan que esa mafiana, pese a no soplar viento de tormenta, habia baja- do desde las altas montafias tailfirray, el suido del cielo;y otras apinaban que tal vez el cachorro era un regalo de weaupang, cl len del ciclo, 37 > Wenchulaf los invite a callar. yo-Lo que importa es que el cachorra tiene frie y hambre —iijo—, y come todo lo que nos da xgknemapu, cl esplritu de la Tietra, es para suestro bien, yo lo acojo con gratitud.» En tai suefo siento el calar de fos bra- zos de Wenchulaf, y hasta la memoria de mi olfato Ilegan los olores de da ska: a humo de lefia seca, a Jana, a mict y a harina, En mi suefio y en la semioscutidad de La taka veo 2 Kintutray, cuyo nombre significa ela que tiene una flor. Ella amamanta aun cachorro de hombre y, al verme, echa de st generosa leche en ua euenco y me llama. Mientras Iamo esa leche, alguien dice: Tienes un buen perro, Wenchulaf, esperemos que sea un noble pastor para tus awejas. ¥ el viejo mapache responde: —No es mi perro, ¢s cl compatiero de mi nicto Aukamai —céndor libre—. Nunca sabremos dénde lo encontrd nazeel, el jaguar, ni qué ccurrié con su madre, pero sabemos 38 que este eachozro ha sobrovivido al bambye yal Gio de la montaita, Este cachos ha demostrdo lealtadl con moseen, la vila, 10 ha cedide a la cmoda invitacidn de datoni la muerte, y por eso se Haman’ Afinun, que en nuestre lengua significa leal y fiel Cinco Ja Hhavia sigue cayendo sin pausa y en mi refugio espero a que cese. Me gusta fa luvia, siempre renueva las cosas. A veces, cuando vivia con odo lo que perdi, sentla el abrazo de Aukamai mientras la tormenta retumbaba en la noche. Ek pequetio cachorro de hombre se sentia seguro junto a mi, y yo agractecia a Ja Iluvia la confianza de mi pert de mi hermano. Me gustaba el cachorvo de hombre, Sobre todo me gustaba verlo sostenerse sobre sus pietnas y dar los primeros pasos entre el alboroza de Kinturay y ¢l vicjo Wenchulaf, Pero lo que mis me gustaba era estar alerta cuando alle, el gallo, cantaba y despertaba a anti, el sol, porque enseguida fos huma- AL | | | | | | | nos abandonaban sus lechos de pieles de oveja, —Mari mari chave, buenos dias, padre —se ola la voz de Kintutray saludando a Wenchulaf. —Mear! mari Rate, buenos dirs, hija —respondia fa vor siempre amable del viejo, y luego agregaba—: Mari mari kompx che, bucnos dias a todos. —¥ se echaban a reir, porque ee saluclo nos inclufa por igual a Aukamaii y 3 mi Micntras el agua y la leche se calenta- ban, Kinturray echaba dos puiiacos de igo en una callana de fierro y la movia sobre cl fircgo para tostar esos grahos gue entrega- ban el primer aroma del dia. Luego molia los granos tostados en un molinillo de mano, vertfa la harina en uo cuenco, agtegaba miel y leche, y dividia el fragante ulpo en dos por ciones que Aukamafi y yo devoribamos hasta saciarnos. Juntos crecimos durante Jos breves vera- nos y Jos larges inviernes australes. Jun- tos aprendimos del viejo Wenchulaf que 42 Ja vida se debe tomar con gratitud. Asi, por ejemplo, el pequeiio Aukamai y yo lo miré- bamos con respeto cuanda tamaba la hoge- za de pan y, antes de cortar Jas rebanadas pata Kinturray y para él, agradecia al ngiine- mapu ese hafte, ol alimento oftecida por la Tierra. Durante los veranos saliamos con el vicjo para alegrar, nombzindolos con geati- tud, a los arrayos y a las cascadas, para ale- gtar al bosque y a sus senderos, a los peces ya los pdiaros, para alegrar a todo lo que vive, porque fos mapuche, la Gente de la Tierra, sabe que [a naturaleza se alegra con su presencia, y lo Unico que pide es que se nombren sus portentos con palabras bella: con amor. En los inviernos sentfamos cémo arre- ciaban la lluvia y ef granizo. También ofs- mos la silenciosa caida de la nieve, felices bajo el cilido abrigo de la uke y por el fuego siempre encendido. ¥ en los dias de espesa niebla, Wenchulaf nos decia que esa niebla era un manto dichoso que cubria a 44 mapu, la Tietra, ¥ que ésta preparaba los regalos que nos ofrecerfa apenas se etirase el frio a su morada, en las altas monta Aukamati ¥ yo ctecitnos escuchanco al viejo Wenchulaf. Nos contaba que en octet bre, en el oughon hachille keipers —el mes de. las espigas y guinta de los trece meses del fas. o mapuche—, cuando el sol ya calienta y el ngieemapn ordena que las ramas de los walle, de los altos robles, se Henen de diwe- Jes, Jos dulces hongos que tanto nos gustz- ban, él ensciiaria al cachorro de hombre a lanzar un trozo de lama, esa madera. dutisi- ma que golpea las altas ramas sin datiarlas, para que cayesca los diwefes como una llu- via de miel ~—Pero tendremos que cuidar a fan para que no se los coma todos —indicaba el siempre risuefio Wenchulaf, mientras escardaba lana de oveja y, a su lado, Kin- tunay le hilaba en la rueca, Aukamafi, el cachorto de hombre, eta curioso y no cesaba de hacer preguntas al padre de su madre. —2Y los piftones, chedti? —pregunta- ba--. Me ensefiaris también cémo conse- guiir que caian los pifiones? Wenchulaf siempre (enia una respuesta y explicaba que, para disfrutar de los pino- nes, hay que esperar a que antd, el sol, se canse de brillar tanto en el cielo y ef mggime- mape le ordene reposat —Serd ea marzo o abril, en ol ugillie Aaiyen, cl mes de los piitones y décimo mes del atio mapuche, cuando las altas arauca- rigs prodiguen el regalo de sus sabrosos frutos. Pero hay que tener paciencia, pichiche —decia Wenchulaf—. éTe he contado que en el comienzo de la vida las araucarias daban frutos durante toda cl afio? Pero cran. fintos sin sabor y secos, Entonces ef ngiire- mapn habld con las araueatias y tes aconsejd scr pacientes, muy pacientes, y par cso las altas araticarias dan frutos solamente cuan- do alcanzan la edad de un hombre viejo. Tu, Ajman y yo haremos un viaje hasta las tierras de nuestros pei, de nuestros herms- nos los pewenche, la Gente del Pewen, que es 46 el nombre que resinenape ha dado ala araus catia, y ellos nos contarin mis historias del gran arbol, de sus frutes y de las tierzas al pie de la cordillera. Mas allé del acogecar calor de Ia radea cafa la lluvia buena del sur del mundo, que se helaba cubriendo el suelo con un espejo de escarcha; 0 la nieve fo tapaba tode con at manto que invitaba a seguir escuchando al viejo junto al facgo. Kays Seis Hh cesado fa Huvia y el bosque recupera todos sus olores. Me dispongo a retomar la basqueda del rastro del fugitive, pero cigo unas voces que me alarman, La manda de hombres ha salido del cafaveral de kodive y regresan. Los veo cruzar el rio erecido por la Mavia Maldicen la desgracia de estar ermpapa- dos y los rasgutios que sc han hecho. Se les noia furiosos y agotados, Entre las voces se impone la del jefe de la manada, que los llama cobardes y [es repite que sélo estén persigtiendo a un indio, y que acemis esti herido. Yo confiaba en gue permanecerian en el cafiaveral y tardatian en encontrar una sali- 4g da, Me 1ecoaforta saber que le Uuvia ha borrado las huellas det fugitive que ctlos podrian descubrir, me adentro en el bosque dando un rodeo para que no me yean y asi poder acercarme a los que dicen ser mis amos, una vez que se hayan instalado a pasar la noche. Liego hasta ellos eabizbajo y con el rabo entre Ins patas, Me acerco sumiso hasta el jefe de Ja manaca y recibo los latigazos que me propina como castigo. —iMaldite perro! —exclama mientias me azota y ata a mi cuello Ia cadena. —No le pegues mis, el perro nos guid bien y no tiene la culpa de que cl indio se mueva mejor que nosotros ~dice uno de Jos hombres de la manada. —iNo te metas! Yo sé cémo tratar al perro —grita el jefe de la manada y me da una patada antes de dejarme ent paz Me algjo de ellos todo lo gute me permite ia cadena, me echo y, desde donde estoy, ios veo ateridos, tiemblan de frio, algunos deck ran sentir fiebre y hambre, mucha hambre. 50 Inteatan, intitilmente, enceader un fueg pero la lluvia a0 ha clejado ni una asitilla seca. Se culpan entre ellos por Jo lento que avanzan, maldicen el tiempo, la lluyia, el caiiavezal, cl bosque, el cielo..., y ialdicen tanto que el ngiinemapu se ofende y hace rugir a tralkon, el trueno, antes de descargar una tueva tormenta. Los hombres de la manada se agcupan cerca de los Arboles, se cubren con capas de ule y tratan de darse calor unos a otres. Tan sdlo el jefe de la manada, aferrado a su atma de matat, vigila mirande hacia la espesura sin ver més que sombras que no catiende. Yo hucto la desesperacion de la mana- da, Huelo el miedo, ef hambre, el asco que sienten al devorar trozos de pan mojado que se deshace en sus manos. Echado, recibo la Tluvia y me repongo de los golpes. Oscutece muy pronto. Sien- to dolor, es cierto, pezo no estoy triste, ¥ as{ me fo dice Audemalt#, la luciérmaga, que 41 pesea fa lluvie lumina con su ditninuts luz verde. Los hombres de la manade no la ven, pero ella se posa en mi aariz, dispuesta a entreganme su pequetio calor. Katdemallit quiere que la mire Sjamente para recordarme, de esa manera, que el ras- tro del fugitive huele a lefia seca, a harina, a miel, a todo fo que perdi. Cierto los ojos y su brille verele traspasa mis pérpados, los llena de una luz intensa, y en esa luz me veo junto a Aukamai y Wenchulaf. Hay también otros cachorros de hombre, todos Gente de la Tierra, feli- ces de asistir al ayekantun, cl encuentro pars aprender con alegria, porque el viejo mapu- che habla del inicio de todas las cosas. Aukamaii tiene nucve afios, y yo tal vez tenga la misma edad. Fi nifto acaricia mi cabeza mientras escucha al chedka, al padre de su madre, que hacicado sonar cl kadtrun, el pequeho tambar circular de los ednticos, rogativas y narraciones importantes, les habla del tertible duclo mantenido por dos ser- 52 picates, Frenyfeny Fil y Keykuy File, paca decidir cual de tas dos merecia reinar sobre odas las cosas, Rero Ia tucha fue ardua y prolongada, (ante que al final, cansadas, decidieron que Trengtreng Fil reinasia sobre los mares y Kayhay Filu sobre ln tierra firme, los raontes y los volcanes. Eso les estd narrande Wenchulafa los nifies mapa- che cuando es interrumpide por las voces de alarma que Jlegan desde fas rikas. Un vehiculo se acerca, se detiene, de él se baja una manada de hombres. Son winghas, extrafios, no son Gente de la Tiema, llevan armas de matar. Eljefe de la manada se ditige a Wenchu- laf y le pregunta si dl es el fongée, el que mas sabe, el que ensefia y aconseja, el que guia a la Gonte de la Tieca. Wenchulaf ordena los niitos que se pongan a su espalda, y on Ja lengua de los awingkas contesta que si, yuc Al es Wenchu- laf el Zongko, y que por sus venas corre la sangre del gran Kallfakura. Los wingkas hacen yestos despectivos. 53 Nada saben de la Gente de Je Viera. Nin guno de ellos habla mapudungun. Nunca oyeron el nombre de Kallfukera —Piedra Azul—, el gran fongho cuya sola mencidn hizo temblar de miedo a miles de wingkas a los dos lades de las grandes montaiias, a amnbas orillas de los dos grandes océancs, El jefe de la manada ele aoingkas le ense- fia una hoje de papel y dice que en esa hoja de papel se ordena que Ja Gente de la Tierra abandone el poblado, sus casas, suis tiertas, sus bosques, sus ries, sus lagos, sus quebra- das, sus fratos, su harina, su leche y su mil Wenchiulaf responde que el suelo que pisan y todo To que ven es del ngiinemapa, y que la Gente de la Tierra no se ird, y agrega con una yor que nunca antes habiamos escuchade en él, muy diferente a Ja dulee y tranquila voz de sus narraciones y sus can ticos: Hace mucho, mucho tiempo, vinic- ron wingkus del norte, de la pitum mapy, la tierra de la mala suerte, y luchamos, ven- cimos y los expulsamos. Lucgo vinicron 54 asingkas del este, de la lafen mapas la tiensa de los espiritus del inal, ellos tajeren tu lengua de wingka y tu dios, 9 luchamos, los vencimos y los obligamos a accptar la paz. Vete y cli a tu dongke que la Gente de la Tierra no se iré, Y éstas son fas iiltimas palabras que Aukamafi, los nifios mapuche y yo escucha- mos al anciano, porque entonces el jefe de fa manada de wingkas alza su arma de matar y Ja sangte de Wenchulaf eseapa a raudales de su pecho y se une a la wallmapa, a la patria de la Gente de la Tierra. La luz verde de Rademalla, la luciéenaga, humedece mis ojos cetredos, pero aun asi veo al wiaght que me toma del cuello, tam- bign veo a Aukaman, que abraza a su abue- io caido y se incorpora para defenderme, mas el wingta es fuerte y lo hace rodar por al suelo de un golpe en la cara. —Bs un perro de raza, un pastor ale- man. (Dénde diables habudn sobado este perro los indios? —dice el winglea. Bse fue el dia en que lo perdi todo, le 55 digo desde el fondo de suis ojos a hidrrasl, Ia luciemaga, y su hz verde me contesta que no sélo fui yo el que Lo perdid todo ese dia. Veo ala Gente de la Tierra, entre ellos a Aukamen y Kinturray, alejndose pesaroses del poblado en lamas, vigilados por wingkas con armas de matar, y yeo cme grandes bestias de metal arrasan el bosque y derriban a leney toda su grandeza. Caea los robles generosos de diweles y los wobustos alerces, las araucarias y el sagrado fovke, el siempre verde exndlo. Todo cac. —iAfinay! [Afnas! —grita Aukamai, y su vox es lo timo que pierdo. Bajo mis pérpados, Ja Juz verde de Aiide- matte, ez tuciémaga, me dice: Tienes muchos afios en tu cuerpo mal- tratado, casi el doble de Jos afios que tenias cuando los wingkas te alejaron de Aukamait, pero el ginemapu he decidido que vivas hasta quc Jo encuentres y fo ayudes. Regie Siete El dia que los aringkas me quitaron todo lo que me proporcionaba alegria empezé- ron les afios def dolor y las golpizas. Mc Jlcveron a rastras hasta un tervitorio triste, no habia aromes amables, mo haba bosques, sino unos arboles de sombra in- cierta y que clles llaman pinos, Ningtin pa- jaro anidaba en sus ramas, ningtin animal se movia al pie de sus troneas, y hasta pw, el gusano, evitaba asomer su cuctpo entre Las aceitosas hojas que cubrian el suelo. Los wingkes son seres de costumbres extraiias, no sienten gratitud bacia todo to que hay. All cortar cl pan fo hacen sin respe- to, sin agradecer al agiinemapa por ese ali- mento, y cuando sus bestias de metal talan 5o ef viejo basque de siempre, no sienten ef dolor de fem, ni le piden perdén por lo que hacen. Para ellos, desde ¢] momenta en que se me Ilevaron del caserio mapache, yo debia de ser un perro especial, nunca he sabido por qué debia de ser diferente los otros perros. Fs cierto que soy grande y veloz, pero mi carne sufre como la de los demés al recibir os latigazos y también me humilla la jaw en la que me encietran, y también me biere a cadena que aten ami cuello. Quisieron darme nombres extrafios como Capitinn 0 Boby, mas jamés obedeci a tales nombres y empezaron a Ilamarme «perro». Mi tinico nombre es Afzax,, porque asi me Ilamé la Gente de la Tierra. ‘Mis tarde quisicron que me onfrentara a otros perros en combates que ellos celebra- ban bebiendo un agua turbia que los torna torpes 7 brutales. Me enfrenté a los otros perros cautivos pero sin atacarlos, Recor caba los movimientos lentos, sigilosos de neewel, el jaguat, y los repetia mirandolos a 60 los ojos ¥ ensefiaride las colmillos. Mis tris: tes companeros de cautiveria bajaban ta cabeza y se alejaban con el rabo ente las paras. Entonces los wlngkes nos azotaban, a ellos llatnindoles cobardes, y a mi por infun- dirles temor. Pasé varios veranos cortos, con sus res pectives @ interminables inviernos, en la jaulz, o atado 2 alguns de fas bestias de metal gue arrasaban los bosques, sin otra misién que ladrar ante la presencia de hom- bres ajenos a la manada, hasta que un dia ocurtié algo que hizo més Ilevadero mi cautiverio. Un wingla de le manada se hizo con algo, no sé qué seria, al parecer muy impor- tante para ellos, y huyé entre la plantacién de pinos. El jefe de la manada ardend: , «Te pido perdén, neayhorio, la tortola, por la conducta de los wingkas, que 62, matan todo lo que vwuelan, y destrozaba sus cvellas con mis catmillos para evitarles Ja dolorosa agonia. Fui cl perro. Bl petro del jefe de la mana- da dle aingtas, de los que no son Gente de la Tierra, El perto capaz de seguir un rastro ¥ de cobrar presas en las cacerias. El perro que se alimentaba de las sobras y sentia cémo los inviemos se le metian en fos hue- sos, cémo el cansancio de una vida que ha de durar lo que el uginemapu decida se apederaba de al. El dia en que el jefe de la manada dijo que tenfan que cazar a un indio me sentia viejo ¥ cansado. Por qué? {Qué nos ha hecho ese in- dio? —consult6 un hombre. —Porgue es un indio listo, de Jos que saben leer y escribir. Es muy joven, pero anda soliviantando a los mapuche, los anima a recuperas sus tierras —contestd el jefe de la manada —Para eso esti la policfa, Nosotros cum- plimos expulsindolos de sus casas ahora 63 nuestro trabajo es cuidar las plantaciones madereras —alegé el otto hombre de la ma- nada, —-Esctichame bien. Bse india vio como matamos al fongko Wenchulaf. Bs uni test 0. y si un dia alguien investiga lo quc pasé, ese joven indie al que llaman ongeo Auka- mai nos puede acusar y terminaremos en la carcel. Por eso debe morir -—dijo cl jefe de Ja manada, Yo oi ef nombre de Aukamaa y senti que la sangre corria veloz por mis venas, que mis huesos recuperaban solider, que mis pasos podian Heyarme hasta el joven que fue mi peiii, mi hermano, cuando los dos no gramos mds que un pickiche y un pichitrete, unos cachorros de hombre ¥ de perro. Al dia siguiente, la manada de wingkas cargd en ana camioneta sus armas de matar, comida, el agua turbia que los torna brutales y otros menesteres. Yo viajé con ef cuerpo encogido en una jaula, pero no me importé. Luego de un largo uayecte por caminos accidentados, el vehiculo se detava en las 64 ladetas de an mente. Todo olia como antaio, cl bosque cereanso y la vegetacion eran una festa de aromas, y también me Tegaba el grato olor de Ia lefia seca ardien- do. Muy cerca corria un rio y, junto a él habia un caserfo de la Gente de la Tierza. Las rds se alineaban con Tas puestas pprin- cipales orientadas hacia la paelmapu, la Gena del este, desde donde cada dia se alza ati, el viejo sol. La manada de aingkas empez a bajar por el monte con sigile. El jefe de la mans da sostenfa con fuerza la cadena con que ruc Hevaba atado al cuello, titaba de ella para recordarme el poder de su crueldad. Entonces lo vi, Rodeado por un pequefie grupo de hombses y mujeres mapuche, un grupo de Gente de la Tietra, estaba el joven, que se cubria con ef makui, el poncho negro y rojo —los colores de Ja nobleza y el valor—, tefide tal vez. asi quise creerlo, por las manos de su madre Kintusrsy. En a cabeza Hlevaba una vicha de iguales colores, 65 y se movia coa los mismos gestos de su abuelo Wenchulaf, Aukamaa ya era ua og todo un hombre joven, y yo un fea, un perro con muche tiempo metido en ef cuerpo. El jefe de la manada de wingkas entregs a otto hombre la cadena que me sujetaba y levanté su arma de matat. Entonces yo ladré con todas mis fiuerzas y el disparo alcanzé a Aukamaa en una pier na. Lo vi caer y volver a levantarse. Avan- 26 cojeando haste el corcano bosque. Lome fo cobijé cn su oscuridad verde y no lo vi- mos mas. En el suelo habfa sangre. Olfa a Ia lefia seca atdiendo que guardaba en mi memo- ria, a pan, z hariaa, a leche y a mil. Asi empezé la caceria que sc he prolon- gado hasta el anochecer, muy cerca de la orilla en Ia que, junto a la manada de winghas, espero con las orcjas aterta, Pure Ocho Amanece y sigue Hoviendo. No sé si he dormido y he soitado todo lo que kuidema- Mi, !a Iuciérmaga, me mosird, 0 si he sofia- do que dormia. Me siento fuerte y olvido el hambre, porque antes de abrir los ojos veo la tenue hz yerde de mi hermana la luciémmaga biillando todavia bajo nis pire pados El jefe de la manada de zinghas ordena que prosiga la caceri, que se sevisen las armas de matar, que esta vez se catgue sola- mente el peso necesatio para avenzar ripi- do, y zeparte entre ellos unas botellas del agua turbia que los hace crueles. —Al caitaveral no yolvemos —rezonga un hombre de la manada ~Lo rodearemos. Ya sakemos que el indio cruz6 el catiaveral y sélo puede estar en el bosque de més arriba, Caanto més suba, menos arboles habrd y antes lo vere- mos dice el jefe de la manada. Bl jefe de 2 manada tiene razén a medias. Ignora que Aukamaii, el fugitivo, no atravesd el caiaveral de alitee, ol zasiro encontrado dice que lo vadeé y siguié hacia Jos bosques altos. Peto es cierto que, mds arriba, el bosque deja de see espeso y Ja pre- sencia del gigantesco pewen, la altisima arau- caria, indica que a pattic de su teino empie- zan las rocas, Los glaciaees, la casa aaul de iamha, cl aguilucho, dle Aélikdl, el cemicalo, de maiite, el ender, de wenupamy, el ledn del cielo. Una ver mas cruzo el rio, nado, aleanze Ia otra onilla y coro hacia la playa de gui- jarros y-el cafiaveral. No corto veloz, ahora fuerzas, pues sé que me espera un fargo camino. Llego al caaveral, espero hasta sen~ tir cerca los pasos de la manada de wingkas, simulo buscar el rastro oliendo el suelo, fa- 70 dro y re interno entre Jas apretadas varas de Aotiwe, Aki me ocntta y espera. Al poco tiempo oigo sus voces, sus mal: diciones, sus quejas. El perro ha encontrado ef rastro. Adie lante, a rodear el cailaveral —ordena el jefe de la manada, y las veo pasar siguiendo el curso det rio. Sé que ceminarin mucho hasta aleanzar Jos limites del cahaveral. Las cafias se expan- den pos Ja ribera huimeda, y aunque su espe- sura no se prolonga tanto como la del bosque infinito er la tierra plana, la manada de aen- gh tendra que avanzar fatigosamente hasta encontrar el paso hacia cl bosque y el inicio de Jas montafias. Sin moverme, espero hasta que se hayan alejado y regreso por la orilla del rio hasta el lugar donde viera las huellas de Aukamaii, ol fugitive. Ya no hay rastro de sangre, ya sea por que fa Havia lo ha borraclo 0 porque koflalta, Ja bormiga, ha transportado las gotas de san- gre seca hasta el laberinto del hosmiguero. 7 Pnede ser, también, que by herida ya no sau: gfe, y pensar en eso me conforta, pues aun que Aukamafi y yo tenemos la misma edad, les joven, fuerte, y su cuerpo se puede re- poner con rapidez En el bosque ceina una semioscuridad, y lralkan, 1 wueno, deja sentir su rugido varias veces anunciando que la tormenta serd larga. Zeto también me alegra, pese a que hace unis dificil enconvar cl rastro de Aukima’, porque tora mas dura y fatigosa Ja marcha de la manada de weinghas. Asi avanzo entre pull, el roble de made- ra roja; nguef, cl avellano de hojas fragan- tes; eli, el rauli de corteza dura como la piedta, y foike, el sagrado canelo gue siem- pre esta verde. Desde las alturas, tan solo se deje ois el canto de eritewe, cl loro, entre el rumor de Ja Itavia Mis tripas se quejan de hambre, pero ignoro su protesta. A ratos bebo el agua fresca que cae desce jas enormes hojas de rafea y sigo con la nari casi pegada al suelo. De pronte me llega e! reconfortante 92 olor de la lana, busco, y eatie lay ramas bajas de rarat, el nogal silvestre que crece a ia sombra de los grandes arboles, veo un una brizna de Jana negra Bsa pequefta brizna de fana hucle a lefia seca, @ harina, a leche ya micl, huele a todo lo que perdi. Entonces, sentado sobre mis ppatas traseras, atillo con todas mis fuerzas, allo para que Aulamaii sepa que estoy ceica y que voy a su encueniro, Alle por- qe la vaz del dcloz jamas se olvida. “a Aylia Nueve Aukamafi se guarece de la Iavia bgjo un &rbol cafdo. Ha colocado encima unas hojas de nalea, pero aun ast ef agua de la lluvia se cuela y Jo moja. ‘Me acerco lentamente para que no vea en mi una ameneza, para que no piense que soy un mandado de los wingkas, pare que me yeconozca. ‘Alunmado, cl joven se pone de zodillas y en su mano brilla un pufial. No hucle a miedo, conozco ese repugnante olor, y me acerco hasta que baja la mano que empuiia ¢l arma. —iAfmau! —exclama Aukamaft y me abraza. Por toda respuesta lamo sti rostro y sien- to el sabor salado de sus lagrimas. 75 Me apricia entre sus brazen y, en la Leja. na lengua de fa Gente de la Tierra, me dice que munca me olvidé, que siempre supo que algin dia velveci Es mi peri, mi hermano. Soy su pei, su hermano, Aukamai toca mi vientte, palpa mi hambie, de la bolsa de lana tejida con los colores del valor y la nobleza saca harina tostada, con cl agua pum de la Thuvia mezcla una papilla y, haciendo de sus manos un chenco, me da de comer. Antes de saciar mit hambre agradezco al ngiincmapn ese alimen- to que primero fae espiga, Itiega grano que unas manos tastaron y molieron. Aukamaft no deja de abrazarme, y me dice que debemes salir de ahi antes de que escampe. Habla de nosotros, de él y de mi unidos como antes, y esta vez. para siem- pre. Bn ese momento veo la sangre seca que tiene en la piema derecha. El mismo se ha rasgado cf pantalén y ha colocado un emplasto de musgo sobre la herida. —=No cs una herida grave, Afeun. Tu 76 adride consiguié que el wingka fallara al disparar —dice, y hace amago de incorpo- arse. El olor de la herida me revela gue pron- 10 seri atacada pox pilllomeri, el mascén 22 que deja sus larvas en las heridas de hom- bres y animales. Cuando el moscén ataca, provoca Fiebre ¢ infeccién. Sé que debo hacer algo y apoyo mis dos patas delanteras en su pecho y empujo para evitar que se ponga de pie. —iQueé haces, Afinan? Tenemos que salir de agai mientsas dure la tormeata —di- ce sorprendide, mas yo no ceso de empujar con mis patas para que permancrca come est. ‘Aukamaii me mira a los ojos. Hay con- fianza en su mirada, sabe que no lo abande- nnaré y que en mi cabeza de perro hay una idea que sélo puedo explicar con gestos y movimicntes, porque, en of comicnzo de los tiempos, el 2giinemapu dispuso cue los animales y los hombres no se entendieran hablando, sino a través de los sentimientes 78 expresades con la forma de saiear, Quien no advierte la tristeza en los ojas de Rawell, el caballo, que luego de ser domade todavia siente su pérdida de libertad bajo los cas- cos? éQuién no pereibe la pesadumbre en la mirade de maasum, el bucy, atado al yugo y alejado de la pradera?

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