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Universidad de la República
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Licenciatura en Ciencias Antropológicas
Curso y año: Antropología y Género. Linajes de la antropología feminista. 2014
Docentes: Susana Rostagnol y Victoria Lembo.
Arturo Zabaleta
C.I.: 1.707.289-4
Julio 2019
La 'subordinación de la mujer' en la antropología feminista (desde los 70 hasta la
actualidad).
Los comienzos del feminismo han sido asociados fundamentalmente a Europa occidental y
Estados Unidos, sobre todo por su visibilidad y hegemonía, pero las luchas de las mujeres por
sus condiciones de subordinación trascienden épocas y lugares. Teniendo en cuenta esto, el
análisis de su devenir se lo divide usualmente en períodos denominados olas y cada una de
estas estuvo signada por la prevalencia de determinadas reivindicaciones y logros. El período
que abarca este trabajo -desde los años setenta al presente- comienza ya iniciada la segunda
ola para algunos análisis (sobre todo desde Estados Unidos), o la tercera desde el lado de
Europa.
A comienzos de la década de los 70, los Estados Unidos, erigida como la gran potencia
mundial occidental, vivía inmerso en una oleada de luchas y movimientos sociales de grupos
subalternos y minorías que pugnaron por derechos y reivindicaciones, producto de un sistema
político y social profundamente desigual. En este contexto nacen los Women´s studies, un
campo interdisciplinario académico que entre sus temas centrales se ubican la teoría
feminista y los estudios de género. Una de sus referentes fue Simón de Beauvoir, que varios
años antes propuso el término “género” para referirse al carácter de construcción cultural de la
masculinidad y la femineidad en oposición a las concepciones biologicistas.
Paralelamente y también como parte de los estudios de la mujer, algunas antropólogas
mayormente de Estados Unidos y Reino Unido, cuestionaron el androcentrismo en la
profesión. En el nivel de las representaciones, las mujeres son invisibilizadas en sus prácticas
y roles por un uso sesgado y erróneo de las herramientas teóricas y analíticas (Moore H.,
1996). Incorporar a la mujer como sujeto era el principal objetivo de la llamada “Antropología
de la mujer”. En un mundo cuyo eje y centro es la masculinidad, la voz de la mujer está
silenciada, siendo un grupo mudo al no participar en el “sistema de comunicación de la
sociedad” (Ardener E.,1975 en Rostagnol S., 2018). Junto a la producción del conocimiento
propio de la disciplina, se buscaba desenmascarar el modelo dominante que inhibía
doblemente el trabajo académico, tanto de lo representado, es decir el punto de vista de las
mujeres en el trabajo de campo; como de las subjetividades de quienes realizaban el trabajo,
como es el caso primordial del género de los/as antropólogos/as.
Las dificultades para el cambio, nos dice Henrietta Moore, comienzan en los lugares desde
donde se produce el conocimiento. Al ser el feminismo encarnado por mujeres, sufren doble
marginación: la de su sexo y la de querer cambiar un estado de cosas injusto disfrazado de
“sentido común”, es decir naturalizado. Esto provoca el rechazo de quienes ven en el
feminismo una amenaza a valores sostenidos históricamente, en este caso las academias en
las sociedades hegemónicas occidentales donde surgió la Antropología y el resto de las
ciencias modernas.
Esta perspectiva feminista necesitaba de un cambio a nivel del lenguaje, de desarticular el
idioma en clave masculina, donde el estudio del género es imprescindible y nos muestra el
papel de la relación entre mujeres y varones en las sociedades humanas.
Como subraya Rostagnol, el androcentismo planteaba y plantea una “visión homogénea” de la
cultura estudiada, aplanando sentidos y salteando contradicciones y conflictos, algunos
sostenidos en el tiempo, y otros producto de las circunstancias imperantes.
Esta nueva perspectiva no es un tema solo de mujeres, por lo que la Antropología de la mujer
da paso a la Antropología Feminista, donde feminista en este caso, como nos dice Rostagnol,
no es un simple adjetivo, sino una “ruptura epistemológica” en el uso que refiere Bachelard,
una nueva manera de investigar. Si bien la crítica al androcentrismo y la búsqueda de la
equidad de género fue un planteo surgido desde las mujeres, circunscribir la temática sobre
las mujeres a la labor de las antropólogas no tiene razón de ser, justamente, la Antropología
Feminista no es cosa de mujeres, porque lo que se plantea es darle lugar al estudio del
género en la disciplina toda. Lo que se busca es denunciar y cambiar un estado de cosas: la
subordinación de las mujeres en el presente y a lo largo de la historia, en la mayoría de las
sociedades existentes, según algunos/as autores/as en todas, como un universal.
Deconstrucción de las categorías “mujer-hombre”.
Al tratarse de categorías de análisis producto de la cultura, cargan en su significado todo el
peso de ésta, con sus prejuicios y especificidades. Tanto la categoría occidental “mujer”, como
la de “hombre” tienen una importancia central y fundante, por lo que ponerlas en entredicho
provoca enormes resistencias. Siguiendo los conceptos de Moore, si a esto le agregamos que
las “universalizamos” sin ponerlas en discusión y sin tener en cuenta que son categorías
culturales donde la biología no tiene lugar, como atestiguan diversos trabajos antropológicos
referidos por la autora, estamos negando la enorme variedad de puntos de vista en las
relaciones entre sexos en las distintas culturas y donde estas categorizaciones no tienen
sentido y no representan sus realidades. Ésta problematización del concepto “mujer” lleva a
que hablar de la “subordinación de la mujer” u otros items con pretensiones universalistas no
sean válidos para muchos/as autores/as.
Esto nos lleva al etnocentrismo o a los llamados “prejuicios etnocéntricos”, concepto
fundamental para entender y poner en cuestión las categorías que dominaron el pensamiento
antropológico en sus orígenes y que hasta el presente pugnan por la lucha de sentidos de la
disciplina en su versión mas conservadora. Junto a los prejuicios etnocéntricos se mueven
como su sombra los prejuicios racistas, concepto poco usado en Antropología nos dice Moore,
por su connotación mucho mas violenta1. El hecho de que en el trabajo etnográfico las partes
involucradas compartan el mismo sexo biológico no las exime de las desigualdades y
1- Para contextualizar mejor estos debates, el ámbito en que se mueve la autora es el área anglosajona, y el
momento que escribió la publicación analizada fue a principios de los 80 del pasado siglo.
diferencias en cuestiones de poder, jerarquía, hegemonías y subalternidades manifiestas en el
momento de los encuentros por mas amigables que parezcan.
Aún aceptando la categoría “mujer” como principio de análisis -y encontrando a partir de allí
vivencias, experiencias y problemas en común, aunque provengan de contextos y lugares o
situaciones distintas- esto no obsta de no perder de vista las diferencias en las experiencias
vitales de las mujeres en los distintos lugares del mundo.
Adentrándonos en la temática vemos como paulatinamente de la «subordinación universal de
la mujer» el enfoque se dirige hacia una postura crítica centrada en la “diferencias” mas que
en las semejanzas.
Si bien el punto de partida del feminismo es la de una identidad común a todas las mujeres y
que la cohesión de las políticas orientadas a denunciar y combatir la opresión y subordinación
se basan en las semejanzas, el reconocimiento de las diferencias ponen en cuestión todo este
andamiaje y presentan un gran desafío: el de a partir del concepto de diferencia sustentar el
accionar feminista.
Llegados a este punto, vemos que en el seno del feminismo existen múltiples posturas
teóricas, pero las mas significativas se refieren a si los conceptos “mujer” y “varón” son
universales y si la mujer está siempre subordinada al varón.
Con respecto a este debate, a principios de la década del 70, la antropóloga estadounidense
Sherry Ortner definió la subordinación de la mujer como un fenómeno universal, haciendo
énfasis en lo cultural y lo simbólico. Esto implica para la autora un interés mas allá de lo
académico, fenómeno este con una complejidad, profundidad e inflexibilidad que trasciende a
las culturas, por lo que para producirse un verdadero cambio se tendría que dar una
revolución mas allá de simples reordenaciones en lo social o económico.
Para su estudio lleva a cabo un trabajo de tipo “arqueológico”, por capas de análisis, tratando
de desentrañar las “lógicas subyacentes” de la subordinación de las mujeres y desde allí
buscar posibles alternativas. Plantea tres niveles de análisis, el estatus universal de segunda
clase para las mujeres; las ideologías y concepciones dentro de las estructura social sobre la
mujer en las distintas culturas; y las observaciones directas producto del trabajo etnográfico.
La autora pone el énfasis en el primer nivel, el de la subordinación universal de las mujeres,
basándose en “valorizaciones culturales” tales como ideas, creencias colectivas, sesgos
valorativos de los informantes, símbolos estigmatizantes y formas de exclusión social;
demarcatorias todas ellas de subordinación.
Su tesis refiere a la mujer como símbolo de “naturaleza” en oposición a “cultura, siendo éste
último un lugar masculino y superior en todas las culturas, mas allá de la diversidad de
sociedades y sus distintas manifestaciones.
Ortner propone que a partir del cuerpo de la mujer y su especificidad procreadora, se
construye la idea de su proximidad a la naturaleza y así la compromete con “la vida de la
especie”, lo que la lleva a un desempeño inferior en los roles sociales, y que redunda en una
“estructura psíquica” diferente.
Estas cuestiones no la hacen menos “humanas” que el hombre, aunque rezagada con
respecto a éste, también participa de lo cultural, lo que plantea el dilema del “problema de la
mujer”, cómplice las mas de las veces de su propia subordinación.
Ortner toma como referencia las ideas de Lévi-Strauss en sus estudios sobre parentesco, en
las que plantea la oposición entre la unidad doméstica -donde madre e hijos van unidos- y la
entidad pública ambos como universales y en concordancia con las contrapuestas naturaleza
y cultura. En este juego de polaridades las mujeres son las “encargadas”, en su papel de
intermediarias, de la conversión de los niños de su estado de naturaleza al de la cultura, esto
es de su socialización mas temprana.
Esta unidad doméstica, como matriz de lo social, requiere de un férreo control y allí entran en
juego los tabúes de protección a la misma, contra el incesto y los homicidios de los
progenitores. Al ser el cuerpo de la mujer el símbolo del grupo doméstico, en ella cae todo el
rigor de las restricciones y tabúes. Y dentro de esta represión, la peor para la autora es la
conformación de una psique conservadora y restrictiva propias de su función formadora.
De esta forma concluye Ortner que todos estos aspectos de la situación de la mujer se retro
alimentan y toman cuerpo en lo institucional, por lo que los cambios deben atacar las
instituciones sociales, el lenguaje cultural y el sentido común.
Retomando a Moore, dentro del simbolismo que atañe al género, una cuestión estudiada y
encontrada en muchas culturas es el de la mujer como agente contaminante, tanto en
determinados períodos -como el caso de la menstruación- o en forma permanente como por
ejemplo por su fisiología o función reproductora.
Citando trabajos etnográficos sobre sociedades melanesias, problematiza la universalidad del
modelo naturaleza/cultura y mujer/hombre y presenta algunos puntos débiles sobre los
conceptos relacionados al género frente a la diversidad cultural y sobre la relación
mujer/naturaleza. Como nos dice la autora:
“El problema que plantea el análisis simbólico del género es cómo utilizamos esta compleja y
cambiante tipificación para llegar a comprender la posición de la mujer. Las mujeres kaulong
poseen aparentemente un nivel considerable de independencia económica, que se refleja en
el control de los recursos y del fruto de su trabajo (Goodale, 1980: 128, 139). Pero estas
mismas mujeres son tildadas de peligrosas y contaminantes para los hombres. No existe
ninguna pauta explícita para entender y evaluar estas contradicciones.” (Moore, 1996:32).
Con respecto a éste y otros casos, plantea una serie de dificultades sobre la interpretación de
determinadas representaciones y sus contradicciones a los ojos del observador. Volviendo al
etnocentrismo, se manejan nociones procedentes de la sociedad occidental, con sus
especificidades, momentos y lugares determinados. En ese sentido Moore observa que los/as
teóricos/as que cuestionan la universalidad de la subordinación de la mujer orientan sus
análisis hacia la prácticas y pensamientos de mujeres y hombres en las sociedades objeto de
estudio y no en el mundo simbólico. Citando por ejemplo a la antropóloga Eleanor Leacock
(1978), desde una mirada marxista y teniendo en cuenta estudios sobre sociedades de
cazadores recolectores, corrobora los dichos de Engels sobre la influencia del capitalismo y la
propiedad privada en las condiciones de la mujer, y cómo en sociedades sin clase estas
relaciones asimétricas entre sexos no se daban, sino que eran igualitarias y complementarias.
Desestima que su subordinación se deba a su rol de madre o a estar relegada a la “esfera
doméstica”, sino a su exclusión del control de los recursos y su distribución.
A esto hay que agregar el impacto del colonialismo a nivel global, con la consiguiente
“occidentalización” en muchas partes de las prácticas y de las relaciones de género.
Feminismo Postcolonial
Chandra Mohanty en su crítica a las discursividades hegemónicas occidentales, y en su doble
situación de ubicarse desde dentro de los lugares donde se gestan -en este caso la academia
anglosajona y a la vez como mujer procedente de la India, ex colonia británica- nos dice que
los “feminismos del tercer mundo” se deben una doble tarea: la de deconstruir el feminismo
occidental y la de construir nuevos feminismos de acuerdo a las características de cada
región en todas sus acepciones, geográficas, culturales, históricas, etc. Sin este trabajo se
corre el riesgo de marginarse de los discursos feministas.
Este problema lo traslada a los propios países “marginales o tercermundistas”, donde los
académicos metropolitanos caen en etnocentrismos y clasismos internos, situándose como la
norma y donde trabajadores y habitantes rurales son el “otro”.
En su análisis denuncia cómo desde el discurso humanista occidental se construye esa
imagen que homogeneiza y aplana las heterogeneidades de las vidas de las distintas
mujeres, sin tener en cuenta las múltiples facetas y circunstancias que las rodean y
condicionan, como también las formas particulares de su subordinación, de diferencia sexual
y género.
Se produce, según esta visión dicotómica, por un lado “la mujer “ tercermundista promedio,
pobre, ignorante, relegada al ámbito doméstico, reprimida, víctima, etc. Y por otro lado la auto
representación de la mujer de occidente como empoderada, educada, dueña de su
sexualidad, etc., todo esto basado no en la biología sino en conceptos supuestos, devenidos
de la sociología y la antropología. Como si las “otras” vivieran de alguna manera en un
pasado similar al de sus abuelas occidentales, siendo el camino subsiguiente el del la
“evolución” hacia el feminismo occidental. Ante esto Mohanty nos dice que estas teorías
deben ser debatidas e impugnadas sin pausa.
Sostiene que si bien la violencia masculina define el sitial social de la mujer en gran medida,
definir la subordinación como un arquetipo, las convierte en victimas a la defensiva, las
objetiviza, y a los hombres los convierte en sujetos ejercitando violencia.
No concibe solo el género como base para unir a las mujeres. En lugar de esta generalización
sin matices, propone analizar la violencia de género en cada contexto, interpretando de
acuerdo a cómo se manifiesta en cada sociedad para así establecer acuerdos y causas en
común entre mujeres. De esta manera, la acción política deberá darse dentro de situaciones
concretas, tanto históricas como cotidianas.
El binomio universal hombres explotadores-mujeres explotadas no funciona para la autora, no
es útil ya que refuerza el enfrentamiento y el binarismo.
Tomando como referencia el trabajo de María Mies (1982) sobre trabajadoras tejedoras “amas
de casa” en Narsapur, India, nos muestra como un caso local expone una trama política y
social compleja, llena de yuxtaposiciones, donde no es fácil encasillar a las protagonistas en
determinada categoría de mujer y generalizarla en los lugares comunes como “mujeres del
tercer mundo”, “mujeres orientales”, etc. Lejos de reduccionismos, las tejedoras se muestran
no como sujetos pasivos en una trama de explotación, sino como activas, rebelándose,
resistiendo y generando estrategias en un ambiente desigual. Los análisis focalizados y bien
contextualizados generan categorías teóricas que orientan hacia estrategias plausibles para
señalar y denunciar situaciones de subordinación y explotación, y así crear insumos para una
acción transformadora.
El uso de categorías organizadoras en un nivel superior de análisis, como el caso del género,
lleva al error de erigirla como verdad universal. Se confunden los discursos de representación
con las “realidades materiales”, el “Mujeres” con “mujeres”, falacia etnocentrista.
Mohanty no se declara en contra de las generalizaciones, sino mas bien de los esencialismos,
y en todo caso aboga por generalizaciones cuidadosas, históricamente situadas, atentas a las
complejidades de cada situación.
El problema de la auto representación y de la homogeneización llevada por los feminismos
hegemónicos llevan la rúbrica del proyecto humanista occidental. Esto es colonizar, robar
agencia.
Conclusiones
Si bien el ida y vuelta entre las academias de las distintas partes de mundo enriquece y
permite intercambiar saberes, lo que salta a la vista en la bibliografía utilizada es su
unidireccionalidad. Las académicas anglosajonas no citan a las del resto del mundo, esto no
debería llamar la atención. Los lugares periféricos, en su mayoría ex colonias, son tomadores
de información, lo que marca algo singular: las teorías poscoloniaes feministas son al
feminismo del “primer mundo”, lo que el feminismo es a “la academia” en este mundo de
hegemonía masculina.
Las autoras del feminismo poscolonial marcan una brecha epistemológica, y las “otras”
autoras, parecen ignorar tal cosa, aunque en el caso de Henrietta Moore hay una visión mas
amplia. Las primeras hablan de interseccionalidades, feminismos, diversidad, donde sin
desconocer la subordinación de las mujeres como un fenómeno “universal” o por lo menos
muy extendido, problematizan el hablar de “las mujeres” como una unidad de análisis “per se”,
siendo críticas con el etnocentrismo occidental que esencializa y desconoce los distintos
contextos y realidades, envuelto muchas veces en un relativismo homogeneizador con visos
evolucionistas, cuando no racistas.
Como expresa el título de este trabajo se analizaron algunos textos posteriores a los años 70
del pasado siglo, época caracterizada por movimientos y luchas por extender los derechos
civiles y cese de los conflictos armados e injerencias imperialistas. En ese marco se mueve el
feminismo reclamando igualdad de oportunidades y de acceso a los ámbitos restringidos a los
hombres. Sin olvidar que la lucha de las mujeres contra su subordinación siempre existió, la
mas de las veces soterrada, negada o menospreciada.
En el presente siglo, en un mundo globalizado e interconectado, una cuestión que se ha ido
denunciando con mas fuerza es quizá la de la violencia de género, marcando la agenda actual
y que producto de una inusitada reacción de los hombres que no aceptan que la mujer no es
una posesión, en muchos casos ha derivado en una violencia explícita y virulenta. Esto
alimentado por instituciones y grupos profundamente reaccionarios y conservadores con
incidencia global, como sucede con algunos cultos neopentecostales, en lucha feroz con las
distintas agendas de derechos.
Por otro lado distintos colectivos formados por grupos subalternos e históricamente
desposeídos se han unido -movimientos feministas, LGTB, indígenas, afro, etc.- para poder
enfrentar marcos institucionales vetustos y prejuicios disfrazados de “sentido común”.
Mientras se siga pensando a nivel general -en América latina y en el resto del mundo- que el
feminismo es cuestión de mujeres, la situación de su subordinación va a permanecer -sin
desconocer muchos logros y avances- sobre todo por la incidencia de los núcleos mas duros
y conservadores en amplios sectores de la sociedad y sobretodo en los mas empobrecidos o
las zonas rurales.
Tomando como referencia a Uruguay, se ha generado en algunos sectores una fuerte
conciencia, sobre todo en las y los jóvenes con acceso a educación superior y en
agrupaciones sociales de base solidaria y participativa, que en el día a día y boca a boca y
con el auxilio de las redes sociales denuncian el machismo y la opresión. El Estado ha
respondido en parte con un marco institucional que brinda asistencia y amparo ante la
violencia de género, pero sin desconocer que la realidad de muchas mujeres es muy dura,
donde los logros obtenidos llegan poco y muchas veces tarde.
Bibliografía
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Mexico, D.F.
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Teorías y prácticas desde los márgenes. Ediciones Cátedra, Madrid.
Ortner, S. B.: ¿Es la mujer con respecto al hombre lo que la naturaleza con respecto a la
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Rostagnol, S.: Antropología feminista o cuando el adjetivo se torna sustantivo. En: Revista
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Rubin, G.: 1986. El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política” del sexo. Nueva
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