Wajdi Mouawad.2
Esta noche a las 20:02 el presidente de la República dirigió un discurso a la nación. Para ello
utilizó el lenguaje que exigía de él la gravedad de la situación.
Propongo otra traducción de ese discurso, para quienes quieran comprender lo que parece difícil
de desentrañar.
Para ser más precisos, la meta es la de sobrepasar lo dicho. Tomar el texto y llevarlo al punto de
ebullición. No detenerse ante los semáforos de la escritura. No se trata aquí entonces más que
de una enorme traición del texto original, en el sentido de tomar el texto presidencial por
sorpresa. Intento aquí un golpe de estado poético…Y todo ello sin pedir permiso ni actuar de
acuerdo a los derechos de autor.
Dando aquí por terminada la advertencia, aquí continua la traducción completa de ese discurso
que yo dejo para quienes pueda interesarle:
Somos lo que somos, pero mucho ignoramos la hora de nuestra muerte. Por mi parte,
cada noche, me arrimo al borde de la mesa, y me dejo caer hacia las palabras.
Caigo, cada noche. Impactado por la cantidad de tiempo que dura la caída. Y eso me
recuerda cuerpos en el vacío. Pequeñas comas cayendo… imagen que quedará como la
matriz de este siglo en el que navegamos y que ya sale de la adolescencia. El vigésimo
primero de nuestra era.
Acuérdense de aquellas comas humanas cayendo en el cielo de N.Y.. Las hemos visto
tantas veces en nuestras pantallas. Impactados. Coma, punto y coma, luego punto final
de una serie de terror: desde las trincheras del 14 hasta los machetes de Ruanda. Y todo
ello impactando con un ruido sordo contra el suelo de N.Y. Era el fin de un siglo.
Nosotros, que creíamos haber llegado al fin de la historia, no nos podíamos imaginar que
no estábamos más que en el principio. Y, desde ese momento, cuando levantamos
nuestra mirada hacia un cielo maravillosamente azul, aún desde la distancia de mares
extranjeros, aparecen a contraluz en la mirada de muchos de nosotros comas humanas
haciendo sangrar nuestros ojos con más fuerza que la cuchilla de El perro andaluz de
Buñuel.
1Extraído de https://soundcloud.com/user-308301388/mardi-14-avril-journal-de-confinement-
jour-29?in=user-308301388/sets/journal-de-confinement
¿Quién por un segundo no se imaginó en ese punto crucial, como empleado de oficina o
secretario, prefiriendo lanzarse en el vacío antes que soportar la duración y el sufrimiento
de ese instante de sofoco en el que el fuego o el polvo saturen nuestros pulmones
impidiendo respirar? ¿Cómo no preferir entonces ante ese infierno, una caída vertiginosa
pero al fin y al cabo salvadora de cien metros, en la cual, pájaro durante una fracción de
segundo, los pulmones recuperan el aliento, el aire, la curación? ¿Quién no se imaginó
coma, en el lugar de la coma en la contraluz de la caída?
Soy consciente de que somos seres de sensaciones. Soy consciente de que somos seres
de sensibilidad. Pero, la hemos olvidado. Yo también, por mi parte, la he olvidado. El
ejercicio del poder implica esa brutalidad. Existe, en el fondo de cada uno, un pergamino
secreto que se llama fragilidad. Es esa fragilidad la que nos tiene atrapados a todos hoy. A
mí, en primer lugar. La pandemia nos fuerza a conducirla al primer plano de nuestra
conciencia.Y nos confina a ubicarla en nuestro pináculo de prioridades. A mí,
particularmente.
Estamos en exilio. A pesar de que estamos en nuestras casas. A pesar de que estamos en
nuestras casas esta pandemia nos ha lanzado a las rutas. Un exilio que no dice su
nombre. Pero es un exilio.
Me tomé la molestia de escuchar a todos y todas aquellas que vivieron la miseria en las
rutas. Fui a verlos, yo mismo, personalmente. Para escuchar y comprender, a cada uno en
su lengua, viniendo del norte o del sur. Todos ellos me hicieron comprender que a pesar
de todo aquello que muchos filósofos quisieron hacernos entender, el exilio no es nunca
una situación, sino más bien una acción impedida. Marchar y no poder hacerlo. Detenerse
pero sin estar al abrigo. Retomar el aliento, sin sin embargo encontrar el aire. Este
impedimento aún va a continuar.
Entonces, ante la larga lengua de arena en la que nos encontramos, si los pasos que
quedarán atrás llegaran a hacer elegante la rendición que habrá sido esa marcha,
entonces algo de potencia surgirá. Y habremos tenido razón de haber abandonado en la
batalla nuestra capacidad de reír, de encontrarse, de amarse.
Digo algo que nadie puede escuchar. Lo que les debo decir no es para nada soportable.
Sin embargo, se los diré. Acá lo tienen:
Del mismo modo que es imposible decir a qué lado pertenece el borde de la cima de una
montaña. Queda entonces la posibilidad de elegir. Siempre es posible cambiar de opinión
y decidir que el borde permanecerá por siempre del lado del sol.
Puede que ello sea porque el poder es al arte de equivocarse y tener siempre razón. El
arte de fracasar para siempre obteniendo el logro.
Siento esta noche esta toma de la palabra como el juego invisible de una tentativa de
revolución. Es a esa revolución que decido invitarlos. Tomar la palabra y tomar la Bastilla
difiere en que para la Bastilla eran necesario ser capaz de ciertas maniobras. Era
necesario el albañil, el escayolista, quienes supiesen dónde golpear para derribar un
muro. Mientras que, tomar la palabra, exige una edificación de letras en textos para hacer
surgir el sentimiento que resultará entregarnos a un horizonte.
Mis queridos compatriotas, para hablarles de las semanas por venir, los he hecho
partícipes de la esperanza que tengo en la sensibilidad. Evoqué ante ustedes la fragilidad
y sin que me temblara la voz, les he hablado con toda franqueza del exilio que en el
presente es nuestra realidad. Lo hice a mi manera, y sé que mi lenguaje no corresponde ni
a mi edad ni a mi rango, Pero me fuerzan a hablarles de la forma en que lo hago nuestros
comportamientos desde hace decenios, y nuestra traición a lo que nos es más preciado.
arte, y
tragedia.
Los antiguos egipcios creyendo en una vida después de la vida, embalsamaban a sus
faraones para llevarlos a su oscura morada. En sus tumbas de piedra, armas y alimentos
eran depositados previendo el momento del volver a despertar. A menudo, cuando el
fallecido era un gran monarca, además de los alimentos, los mejores soldados eran
enviados con el muerto al fondo de la tierra para asegurar su protección y poder
brindarles servicios en el más allá. Ante la muerte de sus faraones, los antiguos egipcios
enterraban vivos a sus hombres más valiosos.
Nadie duda que al hacerlo ellos experimentaban un gran dolor, ya que si es necesario
preservar la vida de quienes están vivos, también es necesario consolarse de los que
están muertos. Para remediar entonces este conflicto entre vida y muerte, algunas mentes
silenciosas, sabios y salvajes, algunos escribas, tuvieron la extraña idea de enviar a la
tumba como protectores de los faraones, estatuas como réplicas en lugar de los propios
guerreros.
Los egipcios se consagraron entonces a crear las más bellas pinturas, las más bellas
estatuas de las que eran capaces. Una para cada guerrero. Y por la primera y
seguramente última vez en la historia de la humanidad, la obra de arte salvó la vida de los
hombres. Ocupando su lugar en la fría profundidad de las tumbas de piedra. ¡Qué mirada
habrán posado esos hombres mientras se cerraban esas tumbas y veían las obras que los
representaban encerradas en lugar de ellos! ¿En qué devino hoy esa mirada? ¿Quién
sabría llevarla hoy fuera de uno mismo?
Y bien, mis queridos compatriotas, es esa mirada las que nos salvará hoy de la pandemia.
Son esas imágenes guardianas de nuestro miedo las que nos mostrarán el camino.
Demasiado tiempo hemos dedicado a vaciar la muerte de su misterio. Y hasta hemos
creído lograrlo. Por ello he decidido que cada viejo que muera, de ahora en adelante, a
pesar del exilio, tendrá derecho a la marca del misterio de los seres que ha amado y le
son queridos.
Estas preguntas, todas esas preguntas, lo sé, tienen que ver con aquel que veía la obra de
arte ir en su lugar para evitarle ser arrancado del sol y de lo azul del cielo. Eso no tendría
ningún sentido, pero una obra de arte para cada uno es también nuestra última chance.
Olvidamos lo que padecemos, y son las palabras las que están siempre allí para recrear el
recuerdo. He ahí porqué, mis queridos compatriotas, la tragedia es siempre el olvido,
mientras que el arte es, de ello, el recuerdo indescifrable. Uno no va sin el otro.
¿Qué me habría gustado esta noche? Anunciarles que una obra de arte me reemplazará
para dirigirme a ustedes. Pero, debo decirles con total honestidad, nuestra época no está
preparada para tal ingenuidad. Demasiado es el sufrimiento, demasiado el dolor.
Demasiada injusticia de la cual todos somos responsables. Yo en primer lugar.
Porqué ¿qué es un presidente de la república sino un niño que bajo la mesa reinventa un
mundo aún por venir e imperceptible a los adultos convencidos del presente?
Hace 75 años que no podemos estar seguros de nosotros mismos y que nos es preciso
andar siempre a tientas. Y, ¿cómo podría ser de otra manera luego que hombres fueran
quemados por otros hombres sin otra razón que la de quemar el libro de los cuales eran el
pueblo elegido? Sin ningún profeta para separar a los hombres y salvarlos. Sin ninguna
belleza para morir en lugar de ellos. Eso sucedió y es como se hubiera desplomado un
puente en el camino de retorno.
Ya no hay retorno.
Ya no podemos volver al tiempo anterior al exterminio, en el cual incluso las letras del
alfabeto fueron chamuscadas. Para hacer palabras, no contamos hoy más que con
cenizas. Hacemos palabras etonces con el recuerdo que nos queda de las letras. Es una
escritura que es siempre sugestiva.
Por ello es imperativamente necesario que los niños encuentren el camino de la gran
fractura, del gran espanto. Cómo re aprenderlo si no es a través del hecho de que escribir
una a, ya no es escribir una a. Es un un escribir una a que no puede más que evocar lo
que fue la a en el pasado, antes del agujero. Eso es lo que les solicito, a pesar del
esfuerzo enorme que va a exigir de todos.
Será como la creación de un nuevo espectáculo. Porque hay algo del teatro que deberá
definitivamente permanecer cerrado, para que los artistas re aprendan el arte de la
efracción. Ha corrido ya demasiado tiempo y es demasiada la complicidad que se ha
tejido entre el poder y el arte. Entre los hombres de poder y los artistas. Demasiadas
relaciones. Demasiada seducción. Espero entonces de los artistas la insubordinación,
dado que ¿qué institución puede llegar a aceptar la efracción?
Pero ahora me es necesario hablarles del después. Ya lo saben, ha sido tema actual una
nueva herramienta informática. Con ella se puede hacer una panoplia de cosas. Se puede
leer el diario, leer libros, ver una película, organizar tiempo y materiales, jugar.
Pero,
el virus se expande.
Ahí ya no es posible saber lo que están viviendo los seres. Por más que fije todas mis
fuerzas utilizando toda mi sensibilidad. Con los dedos de siete manos a la altura de mis
ojos. Que tratan de separarse entre sí mientras están prendidas para no caerse de la
columna central del vagón. Y no sabré si el ser que está allí está en medio de una tragedia
o no. No sabré lo que él vive.
Yo no sé, mirando con toda la empatía de la cual yo sea capaz a las veinte personas que
están de pie conmigo en la panadería, cuál vivió la guerra, cuál no puede tener hijos, cuál
está invadida por un duelo imposible. Somos misterios ambulantes, y no nos vemos más
que como amenazas.
Es por ello que he pedido a los alcaldes y a los intendentes regionales que se dediquen a
que todos y cada uno en particular tengan en los transportes públicos un libro de poesía
para leer. No se tratar de alcanzar un deber cultural y sanar. Creemos en efecto que entre
todos los artistas, los poetas son los que, para escribir, deben buscar aquella parte trágica
en ellos que en un una sobredosis sería mortal. Pero que una vez destilada en el interior
del poema, es capaz de proteger de la necrosis del alma a quien lo pruebe.
Dado que, mis queridos compatriotas, no somos más que inmuebles habitados por
inquilinos de los cuáles nada sabemos. En la fachada y su reboque todo parece bien.
Pero, ¿quién es es loco atacado de insomnio que en el interior pasa horas dando vueltas,
y apaga y enciende las luces?
Ese inquilino que nos habita acumula recuerdos y objetos. Colecciona, se sobrecarga.
Totalitarismo de bienes. Listo a comprar. Listo a usar. Listo a subir. Listo a bajar sobre la
calle. Listo a arder. Vertedero de poblados urbanos.
Sí, somos inmuebles con una infinidad de piezas, infinidad de pasillos, corredores
sombríos que dan a escaleras que suben y vuelven a bajar. Hay allí infinidad de laberintos
a los cuales llegan ascensores que conducen a semipisos. Verdadero mundo
insospechado. Lleno de ira, de sensualidad, de sexualidad, de fluidez, de aturdimiento, de
balbuceo. Hay allí cantidad de chimeneas que desde hace tiempo no han sido
deshollinadas. Cantidad de pasajes secretos. De piezas liquidas, orgánicas. Hay allí, en lo
oscuro de los inmuebles que somos, salas-acuarios en las que flotan los más extraños
peces. De los carnívoros, los más espantosos.
Hay jardines interiores en los que viven en libertad bestias salvajes, magníficas fieras:
pumas, leones, guepardos, caimanes, tigres. Infinidad de pájaros habitan el espacio,
anidando en las antiguas arañas de iluminación. En los huecos de las puertas y de los
frontispicios. Todo eso, ese espléndido mundo, permanece inexplorado, desconocido. El
inquilino que vive allí en el inmueble que somos experimenta un espanto profundo ante la
idea de abandonar la habitación en la que se confina. Mundo doméstico con una
calefacción agradable. Pequeño salón de té protegido del dolor. Pequeño interior
asegurador, que se hace más pequeño sin previo aviso. Porque cuanto menos uno pasa
mal, menos soporta el pasar mal y más las cosas nos hacen mal.
Es imposible, por tanto, hacer más grande el mundo. Es imposible abrir la puerta. Porqué,
¿dónde estará la llave que permita al inquilino abrir la puerta de servicio para ir al
encuentro de su vida salvaje?
Ese será, mis queridos compatriotas, el desafío del des-confinamiento. Es por ello que
hoy, más que nunca poeta, rima con pirómano (poète avec pyromane). ¿Qué sucede
cuando un inmueble es azotado por un incendio? Los vidrios estallan. El habitante abre
las puertas. Se pone a correr por todos lados. Los extintores se activan inundando todo el
confort anterior, rompiendo todo, devastándolo todo.
Y bien, a esa revolución es a lo que yo nos invito. El arte como un gesto guerrero que
inicia un combate del que soy a la vez el terreno, el enemigo, el arma y el combatiente.
Esa es la realidad del virus. Entrar en guerra para una guerra interior. Estar en guerra para
liberar los buitres y las hienas que devorarán la carroña supuestamente viva en mí. La
comodidad de mi situación muy cómoda, viviendo en la retaguardia gracias al cuidado de
los otros.
Eso es el virus.
Estremecimiento, esa es la vacuna que estamos buscando con todos nuestros esfuerzos.
¡Viva la tragedia!
¡Viva la poesía!