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3.

TENER SENTIDO DE
ALTERIDAD
3.1 Dimensión relacional del ser humano
3.1.1 Sentido de alteridad
3.1.2 El vínculo del amor
3.1.3 El hombre, sujeto de emociones
3.2 La familia, primer ámbito para la alteridad
3.2.1 Genealogía
3.2.2 Matrimonio
3.2.2.1 Amor conyugal
3.2.2.2 Sexualidad
3.2.3 Amor paternal – maternal
3.2.4 Amor filial
3.2.5 Amor fraternal
3.3 Amor de amistad
3.4 Amor al prójimo
3.5 Pertenencia a la tribu
3.6 Pertenencia a un pueblo
3.7 Pertenencia al mundo
3.8 Los jóvenes posmo y su sentido de alteridad

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3. Tener sentido de alteridad

3. TENER SENTIDO DE

ALTERIDAD

I PRIMERA PARTE: ANTROPOLOGÍA BÍBLICA

3.1 DIMENSIÓN RELACIONAL DEL SER HUMANO


El ser humano no es sólo un ser-con-los otros, en el sentido de contigüidad, de
proximidad, de vecindad; es un ser-para-los-demás, pues sólo relacionándose, es; la
sociabilidad no es opcional, es el tejido que le permite ser. El hombre es un ser de
remisiones, lo que no significa, en lo más mínimo, la disolución del yo: por naturaleza,
está remitido al otro (=alter); desde el mismo nacimiento, que remite a quienes
engendraron y dieron a luz, pasando por quienes ayudaron a subsistir en medio de la
indefensión y absoluta dependencia, y hasta el último día de su existencia; el hombre
fue hecho para la comunión, para el encuentro, para la entrega; de aquí la necesidad
del otro y del totalmente Otro para poder ser; relacionarse es el modo de ser
hombre, es la manera de delimitarse, de individuarse; remitirse a otro es una manera
de tomar conciencia de sí mismo, de reconocerse a sí mismo como persona.
Relacionarse es, pues, constitutivo del ser humano; se configura a sí mismo
relacionándose, pues la comunitariedad es ínsita a la naturaleza humana; toda relación
es personalizadora. Vivir es con-vivir; existir es co-existir.

El hombre ha sido creado como imagen y semejanza de un Dios – Comunidad, de un


Dios – Familia, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. De hecho, el mundo bíblico no
pone el acento en el hombre como un ser individualista, sino relacional; esto supone
un privilegio y un compromiso: el privilegio de convivir con los demás y el
compromiso de saber hacerlo adecuadamente; la convivencia humaniza.

3.1.1 Sentido de alteridad


El sentido de alteridad ‒segundo rasgo del perfil que proponemos‒ es un ángulo
privilegiado para conocer a una persona; su capacidad de descubrir al otro, de entrar
en contacto con él, de la percepción reverente de su intimidad, del reconocimiento de
sus valores, de ponerse a su disposición, de hacerse partícipe de su historia, de formar

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con los otros un nosotros ‒sin caer por ello en el anominato‒, hablan de su identidad;
el reconocimiento de la existencia del otro no impide mi crecimiento, sino lo
posibilita. El sentido de alteridad es el baremo principal para verificar la
capacidad relacional de una persona, lo cual supone conciliar el yo con el nosotros
sin sacrificar ninguno de los dos constituyentes.

La felicidad que tan acuciosamente busca el hombre no le demanda, por ejemplo,


tener alas y, carecer de ellas, por tanto, no le causa ningún sufrimiento, pues no son
parte de su naturaleza; pero carecer de compañía, no tener un otro frente al cual
identificarse – diferenciarse, sí que le será fuente de dolor y frustración. Sólo dando
al otro el lugar que le corresponde en la propia vida, siendo capaces de preterir las
demandas egoístas y de constituir un nosotros, sin reducir al otro a una extensión del
propio yo, sino haciéndole sentir su importancia para ser plenamente quienes somos,
entonces el hombre podrá tener alguna idea de la felicidad que le espera ‒que mientras
viva en esta situación de éxodo, será sólo relativa‒. ¿No es toda persona, en un
último término, una misiva para toda otra persona? Y si no hay nadie que reciba
dicha misiva, si no pertenecemos a nadie, ¿no es esto cercenar de raíz el sentido de la
vida?

3.1.2 El vínculo del amor


El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de un Dios que es Amor, luego el
proceso de perfeccionamiento de una persona pasa inevitablemente por la experiencia
del amor,1 que es la más sublime de que es capaz. La dimensión relacional del hombre
se expresa ante todo a través del amor, como relación intencional ‒no emocional−;
amar y sentirse amado es una de las necesidades básicas del ser humano, pues es la
confirmación del otro en su ser; por ello, amar no es para el hombre algo opcional,
sino esencial; más aún, es un modo de existir: o se ama o no se puede ejercer de
humano; no amar no es no ser bueno, es no ser hombre.

El amor es voluntad de promover al otro, de contribuir a su felicidad; lejos de


instrumentalizar, mediatizar, relativizar, anular o supeditar al otro en aras de la propia
realización, es un encuentro existencial que lleva a una mutua entrega,
enriquecimiento y personalización, es fuente de motivaciones y de energía, es la
plenitud del sentido de pertenencia, es el factor cohesivo más importante de las
relaciones humanas interpersonales y grupales, ya sean conyugales, familiares (amor
paternal-maternal, filial, fraternal), de amistad, hacia los coterráneos y el prójimo en

1
«El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida
está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo
experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente». San Juan Pablo II, en RH 10.

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general, partiendo del amor a sí mismo y llegando hasta el amor a Dios, que nos ha
amado desde toda la eternidad.2 Amar y ser amado es un componente indispensable
en la realización personal, pero es sobre todo la vivencia misma de la salvación, de la
realización del proyecto de Dios para el hombre. Sin amor, la vida sería invivible.

Y sin embargo, el amor es objeto de un mandato (Lv 19,18.34; Mt 22,37-39); ¿acaso


nos tienen que ordenar comer? No, el hambre nos impulsa a ello. Entonces, ¿por qué
se nos tiene que ordenar amar, si nos es indispensable para realizarnos como personas?
¿Por qué el amor brilla por su ausencia en muchas relaciones? Más allá de la estulticia
de no pocos, hay razones más de fondo: en la naturaleza humana caída, se ha
oscurecido la capacidad de relacionarse amorosamente, como consecuencia del
rompimiento de la armonía original de la creación y del plan original de Dios para los
seres humanos, así, el hombre se enemista con Dios (le tuvo miedo y prefirió
esconderse), se enemista con su pareja (“la mujer que tú me diste…”), los hermanos
se enemistan entre sí (Caín y Abel), los pueblos acaban por no entenderse (la torre de
Babel) y resulta que el egoísmo –que no es simplemente un defecto, sino una
frustración– tomó carta de ciudadanía en el corazón del hombre. Y hubo que
recordarle, mediante un precepto, que su vocación primera es el amor.

Y si el amor es un mandato, entonces no estamos en el terreno de los sentimientos, 3


pues éstos no están sujetos al arbitrio de la voluntad;4 luego independientemente de la
reacción emocional que los demás susciten en nosotros, mediante un acto de la
voluntad, se ha de invertir el tiempo, los talentos y recursos personales, e incluso la
propia vida en amar al prójimo, amor que consiste en desear y contribuir al bien del
otro, en tomar partido por su existencia, en aceptarlo, afirmarlo, reconocerlo y
vivificarlo, todo lo cual ha de expresarse en acciones concretas en su favor.5 El amor
tiene la estatura de sus obras, no de sus emociones.

2
Dios nos ama como un padre: Dt 8,5; Sal 103,13; como una madre: Is 49,15; 66,13; como un
padre – madre: Sal 27,10.
3
«El amor es objeto de un mandato. En cambio, los sentimientos nunca pueden serlo; nunca
llegaremos a contraer un afecto sensible por obediencia». J. M. CABODEVILLA, Carta de la
Caridad, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1967, 92.
4
«El amor es la fuerza primordial del espíritu dotado de actividad volitiva, fuerza afirmadora y
creadora de valores. Desde el punto de vista de su esencia y de su núcleo vivencial es una actitud
de la voluntad […]. Proyectando de ordinario sus rayos sobre la vida afectiva, aún no siendo
ello absolutamente necesario, y sostenido por ésta, el amor no es un mero sentimiento de deleite
ni un aislado sentimiento superior. Así por ejemplo, la voluntad puede apreciar en grado
sumo a una persona [es decir, amarla] aun en el caso de que el sentimiento siga otra escala de
valores [aunque al mismo tiempo te caiga mal]». W. BRUGGER, Diccionario de Filosofía,
Herder, Barcelona 1983, 56.
5
«Tenemos una indigencia fundamental que nos hace mendigos unos de otros. Por otro lado, somos
portadores de una riqueza inagotable que nos hace donantes unos de los otros. Tenemos algo

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3.1.3 El hombre, sujeto de emociones


El amplio y multicolor mundo de las emociones, afectos, sentimientos, pasiones,
estados de ánimo –términos que no son sino matices de una misma realidad– ha ido
ganando terreno en la actualidad;6 tal vez el término afectividad podría dar cuenta de
todas esas variantes.

El mundo de las relaciones nos lleva inevitablemente al mundo de las emociones;


relacionarse es experimentar alguna reacción emocional, ya sea positiva (simpatía,
cariño, empatía, aceptación, confianza) o negativa (antipatía, ira, celos, odio, coraje,
envidia, resentimiento); además de todo un elenco de emociones que nos producen no
sólo las personas, sino las circunstancias: alegría/tristeza, tranquilidad/intranquilidad,
paz/agitación, satisfacción/indignación, optimismo/pesimismo… Por supuesto que el
contexto cultural, la ubicación geográfica y cronológica, así como el desarrollo
personal, condicionan notablemente las experiencias y expresiones emocionales.

Aquí sólo queremos tomar nota de que son un componente que colorea la dimensión
relacional del ser humano, referidas ya sea a Dios, a los demás, a los diversos grupos
a los que se pertenece, al mundo y a las circunstancias que se van viviendo. En sentido
pasivo experimentamos ciertas reacciones emocionales o sentimientos en cuanto que
somos afectados por las personas y las circunstancias; dichos afectos pasivos se
pueden volver activos cuando se convierten en motivaciones para actuar en
determinado sentido; los afectos, en general, se caracterizan por carecer de procesos
racionales o argumentativos, así como por manifestarse mediante ciertas expresiones
corporales; podríamos decir que el hombre no sólo es cabeza, sino que también y
sobre todo, es corazón. La psicología es aquí una ciencia auxiliar de la antropología.

De tal manera es importante la cuestión afectiva, que la Escritura ANTROPOPATISMO


no condena el mundo emocional del hombre e incluso presenta Atribuirle a Dios
abundantísimos ejemplos de antropopatismos que atribuyen a Dios sentimientos humanos

que dar, algo que contribuir, que solamente nosotros podemos ofrecer para el crecimiento del
todo». L. BOFF, El águila y la gallina, 74.
6
«Esta característica humana [de la afectividad] nunca ha sido considerada como definición del
hombre, como ha sido el caso de otras características […]. Incluso pocas veces se ha considerado
como una cuestión propia de la antropología. [Sin embargo] en el pensamiento actual, la
consideración de los afectos ha ido adquiriendo una mayor importancia, no sólo en el terreno
filosófico, sino también en el científico, que va desde las ciencias neurológicas hasta la
psicología, desde las ciencias económicas hasta las sociales, sin olvidar las ciencias de la
informática y la investigación de la inteligencia. En todos esos campos se ha dado una nueva
valoración de los sentimientos, subrayándose especialmente su carácter cognitivo». G.
AMENGUAL, Antropología filosófica. Sapientia rerum (Serie de Manuales de Filosofía 4),
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2007, 93-94.

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una serie de emociones (Am 5,21; Is 27,4; 54,8; Sal 30,6.) que, en algunos casos,
hasta resultan desmedidas (Is 42,14). El Dios impasible, imperturbable, insensible, no
es el Dios de la Escritura; la conducta del hombre conmueve a Dios, que es con-pasivo
(Ex 22,26c).

3.2 LA FAMILIA, PRIMER ÁMBITO DE PERTENENCIA


El espacio originario para que nazca la vida es la familia. La naturaleza relacional del
hombre encuentra en ella su primer ámbito de realización; es una institución tan
antigua como el hombre mismo, comunidad de vida, primera instancia socializadora
que, mucho más allá de ser un recurso para la satisfacción de las necesidades básicas,
es el ambiente en el cual cada miembro descubre su individualidad, donde aprende a
ejercitar su libertad y se inicia en la experiencia del amor; la familia muestra que el
hombre es en cuanto vive su dimensión comunitaria, que le permite configurar su
propio ser, mediante relaciones personales de intimidad y la asunción de valores y
comportamientos culturales y morales; es un espacio único de convivencia y
educación, y donde se dan las relaciones de amor más sólidas y estables del ser
humano. Es un constitutivo de nuestra existencia, que no hemos elegido, pero que
modula en forma significativa nuestra vida y nuestra personalidad.

Abordar el tema de la familia desde la Sagrada Escritura debe hacerse con las debidas
precauciones, para no confundir los condicionamientos culturales propios de las
diversas épocas, con los elementos fundamentales, fruto de la Revelación. No se trata
de hacer una disección obsesiva, para deslindar un ámbito del otro, sino simplemente
de tener la precaución de considerar las influencias culturales en las que, sin embargo,
de alguna manera, se revela el plan de Dios.

Haber sido creado a imagen y semejanza de un Dios que es Trinidad, que es familia,
que es comunidad de personas divinas que se pertenecen mutuamente, que es Padre,
Hijo y Espíritu Santo, tiene para el hombre la feliz consecuencia de llevar en su ser la
impronta familiar, la vocación a la vida comunitaria, la inclinación a vivir en
familia. El hombre no nació para ser un ermitaño. Y haber sido creado como pareja,
que es el núcleo de la familia, ya habla de esa dimensión relacional ínsita en la
naturaleza humana.

La familia era una institución básica en Israel, donde el grupo precede sobre el
individuo, que subordinaba sus acciones y su conducta a los intereses y proyectos
familiares, sin que de ninguna manera signifique la anulación de éste en aras de aquél.
Todo israelita estaba necesariamente incardinado en una familia, que le daba
identidad, pues a falta de apellidos, se les identificaba como pertenecientes a la casa
paterna, en el sentido de familia.

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En los tiempos patriarcales, estaba formada no sólo por los padres y los hijos, sino
también por los abuelos, tíos y primos sin familia propia, nueras7 y hasta los sirvientes
y esclavos; forma una unidad de trabajo, donde cada quien desempeña su parte bajo
la dirección autoritativa del padre. Se da la poligamia y la familia tiene una estructura
abiertamente patriarcal y androcéntrica; es el padre el que da cohesión e identidad a
la familia y a cada uno de sus miembros, es el que ostenta la autoridad sin
posibilidades de cuestionamiento alguno y desempeña también un rol religioso, en
cuanto que su bendición era determinante para la prosperidad de sus hijos.

Más tarde, pasada la época patriarcal, la familia ya es un poco más reducida, aunque
de ninguna manera tanto como en la actualidad. De la lectura de los profetas y, sobre
todo de la literatura sapiencial, se deduce el progresivo establecimiento de la
monogamia que sería, en todo caso, una vuelta al plan original de Dios.

Sin embargo, en ninguna de las diversas épocas que abarca la Biblia, la familia dejó
de ser el grupo básico donde la interacción de sus miembros se da en todos las
dimensiones de la vida: física, afectiva, laboral, económica, moral, religiosa; la común
ascendencia le da cohesión y solidaridad y es fuente de gozo, sin que por ello dejen
de existir deficiencias y conflictos, tanto de índole cotidiano como de gran
envergadura. Y es justamente en la familia donde cada persona va descubriendo y
experimentando la historia de la salvación como su propia historia.

3.2.1 Genealogía
La visión de la familia a lo largo de los tiempos, como institución social expresa, a
través de la genealogía, el vínculo con unos ascendientes que constituyen las propias
raíces y que han dado a los descendientes sentido de pertenencia a través de la
consanguinidad y de las tradiciones familiares, importantes en cuanto conquistas
pasadas que moldean el presente; la historia personal no comienza con el
nacimiento, sino con los antepasados; el hombre es un ser intergeneracional. En las
culturas del Medio Oriente en general, la genealogía era de suma importancia para los
individuos, en cuanto que establece el honor de una persona.

En la Sagrada Escritura aparecen numerosas genealogías, no siempre reales o


rigurosamente históricas, que pretenden mostrar la pertenencia a cierto tronco
familiar, con lo que supone de vínculo con lugares y tradiciones. Por supuesto,
tratándose de una cultura patriarcal, el nexo siempre es en la línea del padre.

7
Hablamos de nueras y no de yernos, porque al contraer matrimonio, era la mujer la que se
incorporaba a la familia del marido y no a la inversa.

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3.2.2 El matrimonio
El matrimonio, inserto en las tendencias humanas, en cuanto unión de un hombre y
una mujer concertada socialmente, para constituir y mantener una comunidad de vida
e intereses, es un ámbito privilegiado para ejercer el sentido de alteridad.

La primera narración de la creación del hombre y la mujer, asienta su igualdad, en


cuanto que ambos son imagen y semejanza de Dios (Gn 1,27). En la segunda narración,
el texto pone de manifiesto que el hombre y la mujer se constituyen como personas
en relación el uno con el otro; la creación de la mujer tiene como finalidad dar al
hombre una ayuda adecuada (Gn 2,18), lo cual nos habla de que la complementariedad
conyugal tiene un valor en sí misma y no sólo como vehículo de transmisión de la
vida; la procreación es fruto de esa comunión. Sin embargo, en la práctica, esta visión
no es la predominante.

En la realidad cultural más antigua se observa que la hija era propiedad de su padre,
y podía ser vendida por éste como esclava en orden a la relación sexual (Ex 21,7) o
dada en matrimonio a quien mejor le parezca, sin que la opinión de ella sea tomada
en cuenta. El tema de la dote (Gn 34,12; Ex 22,16; 1Sam 18,25) exigida por el padre de
la novia tiene visos de una compra−venta, con lo que la mujer pasaba a ser propiedad
del marido, el cual tiene derecho a repudiarla, sin necesidad de argumentar ninguna
razón de peso, aunque ciertamente no podía venderla (Dt 21,14).

Para el israelita, el matrimonio era el estado normal de un varón (Eclo 36,25-27) y


desde la época patriarcal se destaca la importancia del matrimonio y todas las
circunstancias que le conciernen, tanto de orden personal como existencial, y más
tarde, tanto social como institucional, e incluso, anecdótico. La institucionalización es
progresiva y sus leyes responden a las circunstancias históricas que el pueblo esté
atravesando; de ahí, por ejemplo, las leyes postexílicas contra el matrimonio con
extranjeras (Esd 10,1-3), que atentaba contra el matrimonio endogámico, tan preciado
en la cultura israelita.8

La visión positiva que la Escritura tiene del matrimonio se manifiesta, entre otras
formas, por las fiestas de bodas, con sus banquetes, ceremonias, música, tradiciones
y la consiguiente alegría no sólo de los contrayentes, sino también de los familiares y
de todos los circunstantes (Gn 29,22.29; Jc 14,10; Tb 8,19-21; 11,17-18; Sal 45,14-16).

8
El matrimonio de un israelita con gente perteneciente a pueblos de incircuncisos, era algo
realmente escandaloso, Gn 24,2-4; 27,46; 28,1-2; por lo que el matrimonio endogámico estaba
incluso legislado; Ex 34,15-16; Dt 7,1-3; el rompimiento de esta prescripción podía llevar al
rompimiento de la relación con Yahvéh; Jos 23,12-13.

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Otros aspectos relacionados con el matrimonio son:


 Endogamia. Era la costumbre de que los matrimonios debían realizarse entre
parejas que perteneciesen al mismo tronco familiar; dicha costumbre era tradición
entre los israelitas –aunque conocemos no pocas excepciones– y con ello se pretendía
conservar la distribución de la tierra que habían recibido en patrimonio cuando se hizo
el reparto de Canaán.

 Poligamia. Los condicionamientos culturales son en este punto notables;9 en el


Oriente Medio, y no se diga si hablamos del milenio anterior a Cristo, que es de
cuando data la redacción de los primeros capítulos del Génesis,10 la poliginia –que no
poliandria– estuvo siempre presente, e Israel no fue la excepción. Es evidente que esto
no sólo ampliaba notablemente el número de miembros de la familia y las
consiguientes dificultades en las relaciones intrafamiliares, sino que además da lugar
a la cultura patriarcal – androcéntrica y la progresiva marginación de la mujer. La
Antropología Bíblica manifiesta un avance en el reordenamiento del matrimonio,
fruto de la Revelación, hasta llegar a la total prohibición de esta práctica.

 Adulterio. La prohibición del adulterio (Ex 20,14) pretende proteger la institución


matrimonial, por lo que es castigado con la muerte (Ex 20,14). En las etapas iniciales
de la cultura israelita, se consideraba un delito, no tanto por las implicaciones
sexuales, sino porque se veía como un atentado contra la propiedad privada, pues la
mujer pertenecía al esposo (Ex 20,17; Dt 5,21). Sin embargo, también tiene un
trasfondo de fidelidad e indisolubilidad (Mal 2,15-16; Ct 8,6), que a su vez supone una
relación de amor en la pareja (Mal 2,15). La perversión del adulterio se corrobora por
el hecho de que los profetas lo usan simbólicamente para hablar de la idolatría de
Israel, que abandona a su Señor para ir tras otros señores −otros dioses−.

 Divorcio. Recurso totalmente androcéntrico, pues sólo el hombre podía repudiar


a la mujer, pero no a la inversa; la desigualdad entre los sexos es evidente en este

9
«La pratica della poligamia (Dt 21,15-17) è l’espressione più chiara della posizione inferiore
della donna nella società. Essa assume una certa dignità soltanto quando diventa la madre della
prole del marito (Gn 16,4); la donna senza figli vive nell’amarezza (Gn 30,1; 1Sam 1,10.11). La
stessa moglie del re è priva di importanza sociale e non viene chiamata regina.». P.P. ZERAFA,
«Antropologia biblica», 355-356.
10
«Ai suoi contemporanei del secolo X, tra i quali vigeva legalmente il ripudio e la poligamia,
l’agiografo presenta come un prototipo il matrimonio istituito da Dio con i caratteri della
indissolubilità e della monogamia. Nulla di più indistruttibile e duraturo dell’amore sponsale.
Distrugge gli stessi legami saldissimi della famiglia del sangue ma, quanto ad esso, “è forte
come la morte” (Ct 8,6)». M. ADINOLFI, «L’uomo e la donna in Gen 1-3», en G. De GENNARO
(a cura di), L’Antropologia Biblica, Edizioni Dehoniane, Napolo 1981, 109.

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asunto (Dt 24,2). Este es otro aspecto donde no puede atribuirse a la Revelación lo
que corresponde a los condicionamientos culturales de esas épocas.

 Viudez. Las viudas –de viudos no se habla en la Escritura– eran mujeres en un


grave estado de indefensión, pues si la vida de toda mujer dependía siempre de los
hombres de su entorno –su padre, su esposo, sus hijos–, una mujer casada, al quedarse
sin marido, y si se añadía el agravante de que no tenía hijos, pasaba a engrosar las
filas de los marginados, menesterosos o indigentes que, al lado de los huérfanos y los
extranjeros, eran objeto de la caridad social.

 La ley del goel. En orden al resguardo de la familia, incluso se crean instituciones


como el goelazgo, que tienen como finalidad principal protegerla y preservarla. El
matrimonio y la maternidad era el destino de la mujer en Israel, al punto que, si
enviudaba sin haber tenido hijos, su goel,11 que generalmente era un cuñado, debía
cumplir la ley del levirato (Dt 25,5-10), desposándola para que el difunto tuviera
descendencia.

En las narraciones más remotas de los tiempos veterotestamentarios, como vemos, la


situación de la mujer en el matrimonio no era nada fácil, tanto porque su opinión no
era tomada en cuenta, como porque podía ser repudiada por el marido, o se veía
obligada a convivir con otras esposas de su marido, con las consiguientes rivalidades
y celos entre ellas, así como la rebatiña por la herencia para sus hijos.

3.2.3 Amor conyugal12


La primera observación que el Génesis hace sobre el hombre es: No es bueno que el
hombre esté solo (Gn 2,18); ¡claro que no! La realización del hombre no es plena con
la sola relación con la naturaleza, necesita a alguien que sea semejante a él. Una vez
creado el varón, Dios crea para él una compañera, de igual naturaleza e idéntica

11
laeGO goel es el participio al sustantivado del verbo laG que significa rescatar; en sentido propio,
significa la acción legal por la que un responsable (el laeGO; 46x en el AT), pariente o sustituto:
recobra bienes enajenados: Lv 25,23-34; libra esclavos o cautivos: Lv 25,47-54; venga
asesinatos: Nm 35,12 -25; Dt 19,12s; recobra bienes consagrados: Lv 27,15-31; se casa con una
viuda sin hijos: Dt 25,5-10. Como en nuestra cultura no existe esta institución, es difícil traducir
el término, por lo que se ha de escoger, según la situación, entre rescatar, redimir, recobrar,
recuperar, reclamar, responder de/por. Nótese la presencia reiterada del morfema re que
significa que se restablece una situación jurídica perturbada. Cfr. L. ALONSO SCHÖKEL, «laG»,
en Diccionario bíblico hebreo – español, 143.
12
Sobre este tema se habló ampliamente en el curso de Teología Moral en el que participaron los
miembros de la Familia Guadalupana Plancartina; cf. capítulo 19.

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dignidad que él; que ambos estén a la misma altura ontológica es lo que les permite
relacionarse de tú a tú, cumplir la tarea encomendada por Dios de cuidar la creación
y acompañarse en la búsqueda de las respuestas que la vida y sus misterios les van
planteando. El encapsulamiento del yo que se niega a relacionarse con un tú, le haría
morir de inanición.

Así, la familia tiene como punto de partida la unión de la pareja hombre – mujer
que, desde el punto de vista bíblico, se realiza en el matrimonio; el germen de la
familia es precisamente la comunidad conyugal. Dios mismo es el autor de esta
forma fundamental de amor, pues hizo al hombre y a la mujer como compañeros,
como complementarios, como conveniente el uno para el otro, capaces de relacionarse
entre sí con afinidad, de una manera radicalmente diversa a como se relacionan con
la naturaleza; lo menos que podemos suponer en la expresión de Adán al ver a Eva –
Esta sí que es carne de mi carne– es un tono de júbilo, de una expectativa cumplida,
de una esperanza colmada.

Esta relación personal y amorosa de los cónyuges no es igualmente evidente en todas


las épocas del hombre bíblico; dados los usos y costumbres de las diversas épocas,
este tipo de relación en ocasiones sólo hay que suponerla, pues pocas veces se
explicita y en todo caso se le puede considerar como subsiguiente y no antecedente al
lazo conyugal, ese decir, el amor no surge antes del matrimonio, sino después, con la
convivencia diaria.

En los textos más antiguos, la relación sexo – amor apenas si se percibe, pero no que
esté del todo ausente; vemos el caso de Jacob y Raquel (Gn 29,20-21.27.30), así como
el del levita cuya mujer lo abandona y él la va a buscar para hablarle al corazón y
convencerla de volver con él, cosa que logró (Jue 19,1-3); o el de Elcaná y Ana (1Sam
1,8), en cuyo diálogo se percibe que tener hijos no es la única ni la primera finalidad
del matrimonio; vemos el amor que Micol tiene a David (1Sam 18,20), y que Paltiel, a
su vez, tiene por Micol (2Sam 3,14-16).

Desde el momento en que se habla de la superioridad del vínculo conyugal sobre


los vínculos que unen a los hijos al padre y a la madre (Dejará el hombre a su
padre…), aun cuando no se hable expresamente de amor, se da por supuesta esta
experiencia, que es más evidente en la literatura sapiencial (Prov 5,15-20; Ecl 9,9).
Baste pensar que la unión conyugal se utiliza reiteradamente en el AT para simbolizar
la unión de Yahvéh con su pueblo, para considerar que dicho simbolismo sería
impensable si no se tratara de una unión amorosa, con sus componentes indispensables
de entrega, fidelidad, confianza, comunicación… hasta llegar a ser una sola carne (Gn
2,24), que no ha de entenderse como la unión de dos cuerpos sino de dos personas.
Todo ello sin olvidar la perspectiva machista propia de la cultura israelita, tanto
más acusada cuanto más primitivo sea la etapa de la Revelación.

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3.2.3.1 Sexualidad
El ser humano no es un ser asexuado: o se es hombre o se es mujer. Y si bien el
basamento de la sexualidad es corporal, anatómico –hasta la última célula de su ser
es masculina o femenina– no se reduce a esto, pues también implica el modo de
experimentarse a sí mismo, el modo de ser, de sentir, de emocionarse, de
relacionarse, de interactuar; es decir, la sexualidad es una dimensión somática, pero
también psicológica y sociocultural de la personalidad, que tiñe los afectos, actitudes
y capacidades del individuo y tiene, por cierto, una fuerza arrolladora; sin embargo:

La dimensión sexual del hombre no es exclusiva ni predominante, como


pretendió Freud, sino un constitutivo más junto al entendimiento y la voluntad,
junto al sentido social y a la actitud ética, junto a la estimativa y a la religiosidad.
Pretender reducir el hombre a la fuerza de sus impulsos sexuales de origen
biológico, es condenarlo a un nivel antropológico que ignora otras facultades y
poderes de rango superior, como la inteligencia, la racionalidad y la voluntad.13

El género humano, sexualmente diferenciado, es creado y querido por Dios. La


bipolaridad sexual del género humano, hace que aunque esté rodeado de cuanto
necesite o desee para su subsistencia, no es plenamente tal hasta encontrarse con el
otro sexo; al situarse frente a esta realidad de hombre / mujer, la persona se reconoce
a sí misma, con su capacidad / necesidad de complementariedad y sus peculiaridades
tanto en el orden físico como psicológico, moral y espiritual. La sexualidad afecta
todas las dimensiones de la personalidad, luego sería un reduccionismo identificarla
con la mera genitalidad, basada en pulsiones, hormonas e instintos.

No hay en la Escritura una concepción negativa y ni siquiera una infravaloración


de la sexualidad, ni se le ve como un tabú o como algo vergonzoso u obsceno, sino
que se habla de ella con naturalidad, pero con discreción y, en algunos casos,
utilizando ciertos eufemismos. No se ven los extremos, por una parte, de la
idealización romántica, que pasa por alto sus posibles desviaciones o abusos ni, por
otra, de actitudes despectivas y maniqueas. Tampoco se le utiliza con un sentido
mágico ni como vehículo de experiencias místicas. La exaltación más poética que
de ella se hace en un texto inspirado es en el Cantar de los Cantares.

Se reconoce la fuerza de la atracción sexual –lo que no significa que es una fuerza
ciega e indomable‒, al punto que se admite el abandono de la familia de origen para
unirse a la persona con la que se constituye una nueva familia (Gn 2,24). Aun cuando
también se registran desórdenes causados precisamente por la fuerza de la sexualidad,

13
J. DE SAHAGÚN LUCAS, El hombre, ¿Quién es?138.

COLEGIOS GUADALUPANOS PLANCARTINOS 80


3. Tener sentido de alteridad

o su uso como recurso de manipulación: la mujer de Putifar acosando a José; Dina


(Gn 34), la concubina del Levita (Jc 19-21) y Tamar (2Sam 13) violadas; la
vergonzosa conducta de David en el asunto de Betsabé (2Sam 11,2ss); el progresivo
declive de Salomón a cuenta de su afición por las mujeres (1Re 11,1ss)…

La sexualidad ha de integrarse no sólo en el ámbito personal, sino también en el social,


de modo que le de una orientación que, asumiendo la experiencia hedónica y la
función reproductiva, se constituya en un elemento configurador y personalizador,
que lleve a una relación no sólo íntima, sino estable,14 encaminada a la fundación
de una comunidad de vida en el matrimonio, donde cada uno es amado por sí msmo
y donde el sentido de alteridad15 se vive cotidianamente.

3.2.4 Amor paternal – maternal


El primer relato de la creación del género humano contiene la disposición divina sobre
la fecundidad humana (Creced y multiplicaos…Gn 1,28), mediante la cual los padres
transmiten a los hijos el ser imagen y semejanza de Dios (Gn 5,3), continuando así
su obra creadora, razón por la cual la fecundidad es una bendición (Sal 127,3),
reconocida como tal al punto que se convierte en una fórmula de bendición, 16 y en la
promesa que Yahvéh hace a Abraham (Gn 12,2; 15,5; 22,17) y ratifica a su hijo Isaac
(Gn 26,4) y a su nieto Jacob (Gn 28,14).

La esterilidad hará de contrapunto al tema de la fecundidad; varios de los personajes


veterotestamentarios más notables fueron hijos de madres inicialmente estériles que,
por la gracia de Dios, logran concebir: Sara, la esposa de Abraham (Gn 11,30; 16,1;
17,15-22); Rebeca, la esposa de Isaac (Gn 25,21); Raquel, la esposa amada de Jacob
(Gn 30,1); la madre de Sansón (Jc 13,2); Ana, la esposa de Elcaná (1Sam 1,1-8); y más
casos aún. La falta de fecundidad era una desgracia para la mujer de aquellos tiempos.

14
«No olvidemos que la mayor parte de los pueblos ha fijado la estabilidad de la existencia humana
sobre leyes del matrimonio (¡no adulterarás!) y de violencia (¡no matarás!). En esta línea nuestro
texto (Gn 6-9) ha resaltado la importancia vital de la pareja estable como trasmisora de la vida:
hasta los animales entran en el arca por parejas, para conservarse por encima del diluvio. Lo
mismo pasa al hombre: tanto Noé como sus hijos se salvan por parejas, ofreciendo así la garantía
de que la vida se conserva y trasmite sobre el mundo. En esa misma línea se proclama al final
la bendición: “Creced, multiplicaos y llenad la tierra…” (Gn 9,1)». X. PIKAZA, Antropología
bíblica: Tiempos de gracia, Sígueme, Salamanca 2006, 124.
15
Si tuvieras que relacionar este segundo rasgo del perfil que proponemos −Tener sentido de
alteridad−, con alguno de los valores de la Constelación de Valores de los Colegios
Guadalupanos Plancartinos, ¿con cuál lo relacionarías?
16
Como por ejemplo en el caso de Rebeca; Gn 24,60; en el de Rut, 4.12; en el de los padres de
Samuel, 1Sam 2,20-21.

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3. Tener sentido de alteridad

Ser hombre o ser mujer es parte de la identidad de cada persona, y según ese rasgo
constitutivo, será el papel que desempeñe en la familia −padre /madre−, además de
los elementos culturales que condicionan notablemente la distribución de las
funciones en la vida doméstica.

En la cultura israelita, el papel del padre es el de ser el jefe de familia, cuya tarea es
proveerla, protegerla, defenderla, conducirla; él es el dueño de las tierras y el que toma
las decisiones; organiza el matrimonio de sus hijos y de sus hijas y a él es a quien hay
que resarcir cuando alguna de éstas es agraviada; su patriaracado es incontestable, lo
cual aseguraba la estabilidad social; se constituye, también en referente en el ámbito
religioso, pues se habla del Dios de los padres, donde no parecen estar incluidas las
madres, pues los nombres que eventualmente se añaden a esa expresión, son sólo de
varones.

El rol de la mujer israelita generalmente se reduce al del matrimonio y a la maternidad.


El papel de la madre está vinculado especialmente a la vida; ya en el Génesis, el campo
semántico que se da en 3,20, canoniza esta vinculación:17 Adán llama a su mujer Eva,
(hawah hW"x); , porque ella fue madre (haytah em ~aeî ht'Þy>h")), hizo vivir a todo viviente
(hay yx'(). Ser madre era lo único que podía darle a la mujer una cierta
importancia; en contrapartida, la esterilidad era vista como una auténtica tragedia,
por no decir que como una maldición.

Al igual que en no pocas culturas, los hijos son considerados una fuente de riqueza y
de seguridad (Sal 112,2; 128,3b; Eclo 40,19), sobre todo en la ancianidad. Tener una
gran descendencia, sobre todo varones –por aquello de la cultura androcéntrica– es
asegurar la perpetuación del propio nombre, sobre todo en las primeras etapas de la
Revelación, cuando aún se ignora la existencia de otra vida. Pero el enfoque religioso,
propio de casi todos los tópicos de la cultura bíblica, también está presente en este
tema, por lo que los hijos se consideran una bendición (Dt 28,11; Sal 127,3-5), lo
mismo que ver a los hijos de los hijos (Sal 128,5-6); por el contrario, la falta de
descendencia es más que una desgracia, una maldición, aun cuando esta idea
evoluciona más tarde, como se constata en el libro de la Sabiduría (Sab 4,1).

No se encuentran en el AT testimonios abundantes del amor a los niños, lo cual se


podría justificar por el hecho de que el índice de mortandad infantil era tal, que era
previsible la pérdida de los hijos a muy temprana edad, si no es que desde el

17
yx'(-lK' ~aeî ht'Þy>h") awhiî yKi² hW"+x; ATßv.ai ~veî ~d"²a'h'( ar"óq.YIw:
«Y llamó Adán a su mujer “Eva”, porque ella fue la madre de todos los vivientes». Gn 3,20.

COLEGIOS GUADALUPANOS PLANCARTINOS 82


3. Tener sentido de alteridad

alumbramiento. De aquí que había una especie de desprendimiento de parte de los


padres, lo cual no obsta para que se amara entrañablemente a los hijos que
sobrevivían. Como una señal de los tiempos mesiánicos, se habla de que los niños y
las niñas jugarán en las plazas (Zac 8,5) y no habrá para ellos peligro alguno cuando
jueguen en los escondrijos de las serpientes (Is 11,8).

En relación con la franja etaria de la juventud –objeto de este estudio–, la Sagrada


Escritura tampoco se detiene a hacer un análisis propiamente dicho. Sin embargo, los
profetas mencionan a los jóvenes con relativa frecuencia, como símbolos de desgracia
o de prosperidad;18 en época del postexilio, les vemos colaborando en la restauración
de la ciudad,19 pero es sobre todo en el tema de la guerra donde más frecuentemente
se les menciona. En otros pasajes, vemos a los jóvenes ejerciendo siempre una labor
de servicio:20 como mensajeros (2Sam 1,5-10.13-16), escuderos (Jc 9,54; 1Sam 14,1),
lazarillos (Jc 16,26).

La cuestión de la educación, en sentido amplio, que se da básicamente durante la niñez


y la juventud, correspondía principalmente a los padres; la madre se ocupaba de los
hijos sobre todo en la etapa de la niñez, y si eran hijas, prácticamente durante todo el
tiempo que estuvieran en la casa paterna. El padre, por su parte, se ocupaba de los
hijos varones en tanto iban creciendo, sin dejar de considerar que un padre insensato,
no tiene nada bueno que enseñar a sus hijos (Job 5,3-4).

La formación era bastante rigorista en etapas antiguas; no se desconoce, en etapas


posteriores, la figura del maestro, del sabio –que recibe el título de padre y su
discípulo, el de hijo– (Prov 4,1) que enseña al ignorante y le prepara para la vida, a
veces utilizando el recurso de narraciones míticas, donde los antepasados juegan un
papel preponderante. Especial relevancia tiene la formación religiosa, que lleva a
dar a Dios el primerísimo lugar que tiene en una cultura como la israelita, con lo que
supone de preparación para el mejor desempeño en las diversas celebraciones; de
igual manera, la formación ética es importante, y gira en torno de la observancia de
la Ley.

18
La solidaridad de los jóvenes con su pueblo, en las buenas y en las malas, se refleja en diversos
textos proféticos, que recurren a ellos como símbolos de desgracia o de prosperidad; de lo
primero: Is 3,4-5; Jr 9,20; Ez 30,16-17; Am 2,11-12; 8,11-13; de lo segundo: Is 65,19-20; Jr
31,13; Jl 3,1; Zac 8,4-5.
19
Nehemías, líder de los israelitas en el postexilio, cuenta con la colaboración de los jóvenes en la
custodia y restauración de la ciudad; Ne 4,17; 5,10.16; 13,19.
20
A los jóvenes les caracteriza su vigor, su fuerza, lo que les permite realizar tareas que requieren
de dichas cualidades, y que, en todo caso, les da la posibilidad de prestar ciertos servicios a
quienes, por su edad o su falta de salud, carecen de ellas; Cf. Prov 20,29.

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3. Tener sentido de alteridad

3.2.5 Amor filial


La Escritura ha sostenido siempre el valor de la familia, y como piedra angular de
ésta, el amor y respeto debido a los padres y a los lazos familiares, que está prescrito
en el Decálogo, es decir, tiene la categoría de mandamiento: Honrarás a tu padre y a
tu madre (Ex 20,12; Dt 5,16); al ser retomado este mandamiento en la Ley de Santidad,
llama la atención que primero se mencione a la madre y luego al padre (Lv 19,3).

Estaba escrito que en la niñez y juventud, el amor filial −donde el sentido de


alteridad es patente− se expresara como obediencia, colaboración, escucha (Eclo 3,1-
11); el padre preceptúa y el hijo obedece. Cuando se es mayor y los padres son ya
ancianos, la obediencia es relevada por la asistencia, procurándoles los cuidados,
protección (Sal 127,4-5) y recursos materiales para su subsistencia (Eclo 3,12-16).

Por lo general, los hijos varones seguían la profesión de los padres, quienes se
esmeraban en su educación, lo cual no obsta para que dicho esfuerzo, en ciertos casos,
fuese un fracaso, como sucede con los hijos de Elí21 y de Samuel;22 también el caso
de los hijos de David ejemplifica ampliamente este asunto.23

Las faltas del hijo hacia los padres se consideraban graves. Menospreciar a los padres
era motivo de maldición (Dt 27,16; Prov 30,17) y el hijo que tuviese el atrevimiento
de insultar, golpear o maldecir a sus padres, era castigado con la muerte (Ex
21,15.17; Lv 20,9); incluso el ser un hijo rebelde y libertino le hacía reo de muerte,
sentencia que, por increíble que ahora nos parezca, sus propios padres solicitaban a
los ancianos −es decir, las autoridades− de la ciudad (Dt 21,18-21).

Los huérfanos eran considerados en Israel como objeto de la benevolencia y


generosidad de la comunidad, por prescripción divina (Ex 22,21.22; Dt 14,29; 16,11;
24,17; 27,19; Is 10,1-2; Mal 3,5).

3.2.6 Amor fraternal


La fraternidad, en sentido estricto –personas que son hijos de los mismos padres, o al
menos de uno de ellos– es parte constitutiva de la vida familiar de la cultura israelita
–como de la mayor parte de las culturas–; un hermano era considerado como carne
nuestra (Gn 37,27). En un sentido más amplio, se extiende a otros familiares más o
menos cercanos e incluso se utiliza la expresión hermano para caracterizar otras

21
Cf. infra c. 16.
22
Cf. infra Lectura Complementaria del c. 9.
23
Cf. infra c. 16

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3. Tener sentido de alteridad

relaciones, con la intención de darles cierta significatividad.24 No se encuentra en el


texto sagrado una particular reflexión sobre esta realidad; se le acepta e incluso se le
valora sin mayor dificultad.

Las relaciones entre los hermanos se cultivan, obviamente, en el seno familiar, en el


cual comparten el tiempo y los espacios domésticos, se ayudan, trabajan
sinérgicamente, y van recibiendo una formación que propicia la comunión de criterios
y principios, todo lo cual no obsta para que se dé entre ellos, en algunos casos,
conflictos realmente graves,25 lesionando el sentido de alteridad.

A falta del padre, el hijo mayor o uno de los hijos, hacía las veces de cabeza de familia,
como en el caso de Labán, hermano de Rebeca, que es quien se encarga de todo lo
concerniente al casamiento de su hermana; Isaac, al bendecir a Jacob, le pone como
señor sobre su hermano, el cual le servirá; igualmente, al bendecir Jabob a sus hijos,
ya en su ancianidad, augura a Judá que sus hermanos le servirán y se postrarán ante
él (Gn 49,8). La misma ley del levirato (casarse con su cuñada viuda, sin hijos) era un
servicio fraterno que un hermano hacía por su difunto hermano, que había muerto sin
descendencia.

El primogénito tenía más derechos que cualquiera de sus hermanos; le correspondía


el doble de herencia que a los demás hijos (Dt 21,17); las hijas sólo podían heredar en
el caso de que el difunto no hubiera tenido hijos varones (Num 27,8).

El Deuteronomio advierte sobre el riesgo de que sean los propios hermanos –o algún
otro familiar muy cercano– los que induzcan a abandonar a Yahvéh para adorar a otros
dioses; la disposición que se da al respecto, es que se debe delatar al seductor y hacerlo
morir para escarmiento del pueblo (Dt 37,7-12).

3.3 AMOR DE AMISTAD


Si bien la familia, como hemos venido anotando, es el ámbito privilegiada para el
sentido de alteridad, cuya esencia es el amor, otra de las formas del amor es la
amistad, esa relación que alivia la soledad (Ecl 4,10), que se fortalece con el trato,
que se nutre de la presencia, que se estrecha por la afinidad de intereses, que puede
llegar a ser más fuerte que los lazos de la sangre, que no es asignada, sino elegida;
«Hay amigos más apegados que un hermano» (Prov 18,24b; Am 3,3).

24
Lo cual sucede también hoy en nuestra cultura, pues se suele llamar hermano a ciertos amigos.
25
La Escritura da cuenta de diversos conflictos entre hermanos que han alcanzado la categoría de
clásicos: Caín y Abel, Isaac e Ismael, Jacob y Esaú, José y sus hermanos, Absalón y sus
hermanos.

COLEGIOS GUADALUPANOS PLANCARTINOS 85


3. Tener sentido de alteridad

La dimensión corporal del ser humano es condición de posibilidad para expresar el


afecto que une a quienes se aman, en este caso, a los amigos; las manifestaciones
afectivas –palabras de ternura, besos, abrazos–, sujetas a los usos y costumbres de
cada época, son parte inherente a la experiencia de la amistad.

El reconocimiento bíblico del valor de la amistad, no se da sólo en expresiones


geniales como la de que «Quien encuentra un amigo encuentra un tesoro» (Eclo 6,14),
sino también, y sobre todo, en que la relación del hombre con Dios también se
concibe en términos de amistad (Ex 33,11; Sab 7,14.27; Sal 25,14), e incluso la
alianza, experiencia omnipresente y unificadora de Israel, es descrita como una
relación de amistad entre Yahvéh y el pueblo.

3.4 AMOR AL PRÓJIMO


Si el amor es el vínculo por excelencia que forja las relaciones entre los hombres, no
basta con una prescripción como la de «No odiarás a tu hermano en tu corazón» (Lv
19,17), aunque ya es un paso en un mundo tan primitivo; se avanza hacia la perfección
en el versículo que le sigue: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18). La
medida del amor al otro, es el amor que me tengo a mí mismo. No se trata de una
disyuntiva: o me amo a mí mismo o amo a los otros, o busco mi felicidad o busco la
de los demás; más bien se trata de las dos caras de la misma moneda, que no puede
existir sin ambas.

Ser imagen y semejanza de Dios significa parecerse a Él también en nuestra manera


de actuar; se trata de acrecentar ese parecido entre Dios y el hombre, mediante la vida
vivida como donación al otro, como entrega gozosa al prójimo, pues todo ser humano
merece respeto y reverencia, no por lo que hace, sino por lo que es. De aquí que el
sentido de alteridad no puede ser algo opcional, sino que es requisito indispensable
para poder autodesignarse como persona.

3.5 PERTENENCIA A LA TRIBU


El hombre, indefectiblemente, vive de manera comunitaria. Vivir en comunidad no
sólo permite obtener los satisfactores para las necesidades básicas (casa, vestido,
sustento, lo cual supone el trabajo personal y comunitario), sino también las
necesidades psicológicas (compañía, comunicación, amor, seguridad) y espirituales
(una fe compartida, ritos, celebraciones). Pero no basta la pertenencia a la familia para
cubrir estas necesidades; se necesita un conjunto de familias que se apoyen unas a
otras en la consecución de objetivos comunes y que se constituyan en una especie
de red de seguridad socio–económica, cultural y religiosa; de aquí la importancia de

COLEGIOS GUADALUPANOS PLANCARTINOS 86


3. Tener sentido de alteridad

la tribu, formada por diversos clanes, que generalmente ostentan un mismo origen
familiar y que tienen en común ciertos usos y costumbres, así como el territorio en el
que habitan. En tiempos primitivos, todo grupo humano en proceso de expansión,
acababa constituyéndose en clanes y éstos en tribus y, tratándose de Israel, esta
estructura social, aunque en forma más bien simbólica, llegó hasta tiempos del NT.26

La estructura socio – política y sobre todo religiosa de Israel se basaba absolutamente


en la estructura tribal y esto no sólo recién aparecen en escena los hijos de Jacob,
epónimos de las doce tribus de Israel, sino también en el tiempo de Josué –que
distribuye la tierra de Canaán según las tribus– y de los Jueces –líderes tribales–, e
incluso en plena monarquía unida, así como ante la desgracia del cisma. En la cuestión
militar, la cantidad de soldados se computaba también por tribus. Se daba además una
cierta clase de especialización de algunas tribus; Leví está consagrada al culto,
mientras Benjamín es tenido por una tribu guerrera.

Gradualmente, después del cisma y con las sucesivas dominaciones y deportaciones


de que fueron objeto, fue decayendo la importancia de las tribus, y conservándose más
bien como un referente genealógico.

3.6 PERTENENCIA A UN PUEBLO


Ser israelita es ser miembro de un pueblo, lo cual resulta una afirmación que, por
obvia, parece ociosa; pero lo que pretendemos es enfatizar hasta qué punto el israelita
hace de la pertenencia a su pueblo, el elemento más decisivo de su propia
identidad. No cabe hablar aquí de que el pueblo de Israel está formado por individuos,
sino que el pueblo es la condición de posibilidad para que existan los individuos.

Como en todo proceso sociológico, la familia es la célula inicial de la vida


comunitaria; luego, un conjunto de familias forman una tribu y a su vez, un conjunto
de tribus que tienen diversos elementos en común, como es el caso de las tribus de
Israel, constituyen un pueblo, cuyos miembros crean lazos y asumen rasgos que los
unen entre sí y los distinguen de los demás pueblos. Es tal el sentido de pertenencia
al pueblo escogido, que todos ellos se consideran hermanos, y así son mencionados
en la legislación mosaica: «Si tu hermano hebreo…» (Dt 15,12; Cf. 15,1-2.7; 23,20;
24,7). Aun el rey tiene que tener conciencia de que es hermano de los miembros de
su pueblo: «De esa manera, no se sentirá superior a sus hermanos, y no se apartará de
estos mandamientos, ni a la derecha ni a la izquierda» (Dt 17,20).

26
De hecho, José y María son presentados como pertenecientes a la tribu de Judá (Mt 1,1-17; Lc
2,4), mientras Pablo, por su parte, dice pertenecer a la tribu de Benjamín (Flp 3,5).

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3. Tener sentido de alteridad

Por supuesto que, la otra cara de la moneda es que, al formarse los pueblos y las
ciudades donde habitarán, se da la inevitable presencia de clases, de grupos, de
estratos sociales, lo cual lleva incoado un germen de violencia, que se agrava en la
medida en que el motivo de la aglutinación es sólo la búsqueda del poder –como lo
manifiesta la narración de la Torre de Babel–.

El individualismo, tal como lo percibimos en la cultura actual, sobre todo occidental,


no tiene nada que ver con el hombre bíblico, para quien su vida sólo tiene sentido
como miembro solidario de su pueblo; antes que como individuo, un israelita se
valora por la pertenencia a dicho pueblo. La vida personal está tejida ante todo, de
los acontecimientos que se viven como grupo; las peripecias de los demás miembros
del pueblo y de éste en cuanto tal, son las que constituyen la trama de la propia vida.

Lo que hace peculiar el caso del pueblo de Israel, es su conciencia de ser el pueblo
elegido por Yahvéh, es decir, no es tanto el origen étnico, cuanto la vinculación
religiosa la que le da cohesión y sentido a este pueblo; tener un mismo Dios y
reconocerlo como su único Dios, es condición de pertenencia al pueblo elegido,
independientemente de los lazos de sangre, que pueden no darse en absoluto (Jos 24,1-
28). Baste constatar que la alianza de Yahvéh es con el pueblo, no con los individuos
particulares.

3.7 PERTENENCIA AL MUNDO


Cuando Dios crea al hombre lo sitúa en el mundo cósmico, material, del cual forma
parte y al cual pertenece en cuanto que es un ser corporal; pero eso signfica también
que el hombre pertenece a la gran familia humana, sea cual sea su nacionalidad,
su patria, su raza, su pueblo; el sentido de pertenencia se puede exacerbar al punto de
ver al resto de los hombres que no forman parte de estas entidades, como enemigos,
y no como lo que son: hermanos.

Justo uno de los grandes escollos de la cultura israelita, fue la dificultad para ver más
allá de su pueblo, y tener una visión inclusiva, que abarcara al mundo entero. Al punto
que, con la llegada de Jesús, el Mesías prometido desde el principio de la creación, el
pueblo judío se divide para siempre, entre los que no le aceptan y los que le aceptan
como el Salvador universal, como el Salvador de todos los hombres, no sólo los
judíos, como el Salvador del mundo entero, lo que nos incluye a todos los no judíos
que hemos creído en Él.

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3. Tener sentido de alteridad

II SEGUNDA PARTE: POSTMODERNIDAD Y JUVENTUD


3.8 LOS JÓVENES POSMO Y SU SENTIDO DE ALTERIDAD
Haremos ahora un breve elenco de diversos aspectos que viven los jóvenes posmo y
que se relacionan con este segundo rasgo que estamos proponiendo para su perfil,
considerando que el sentido de alteridad implica, entre otras cosas, superar la
tendencia a la solitariedad y la dificultad para vivir el valor nuclear del amor,27 asumir
actitudes de generosidad, servicialidad, laboriosidad, lealtad y, a nivel macro,
comprometerse en el ámbito político,28 como expresión de amor a la patria a la que se
pertenece. Estas disposiciones ciertamente contravienen la propuesta del mundo, que
hace de esta etapa etaria, el destinatario –a veces muy exigente– de las atenciones, los
cuidados y los servicios de los adultos que los rodean.

3.8.1 Individualismo creciente


El individualismo es el presupuesto indispensable del injusto sistema neoliberal
imperante, con el consiguiente abandono del sentido del bien común, del sentido de
pertenencia, del sentido de alteridad y otros valores de raigambre evangélica.

El sentido de alteridad difícilmente tiene cabida en el corazón juvenil, pues el prójimo


y su búsqueda de felicidad, no son su responsabilidad, sino de cada quién. Se trata de
vivir y dejar vivir. La conciencia del deber para con el prójimo, pasó a ser pieza de
museo.

El individualismo exacerbado, en todo su apogeo, como reacción frente a los


reiterados intentos de ser moldeados por la sociedad; el yo como medida de todas las
cosas; nada es relevante si no me sirve a mí; mi prioridad soy yo y my space.29 El

27
«A este propósito, deseo recordaros un pensamiento que expuse en mi primera Encíclica: “El
hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está
privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta
y lo hace propio, si no participa en él vivamente”. ¡Y cuánto más podría destacarse dicha realidad
para la vida de los jóvenes, en esta fase de especial responsabilidad y esperanza, del crecimiento
de la persona, de definición de los grandes significados, ideales y proyectos de vida, de ansia de
verdad y de caminos de auténtica felicidad! Es entonces cuando más se experimenta la necesidad
de sentirse reconocido, sostenido, escuchado y amado». San Juan Pablo II. Mensaje para la II
Jornada Mundial de la Juventud. No 2. (Internacional). Noviembre 1986.
28
Precisamente el compromiso político es el cuarto rasgo del perfil que estamos proponiendo. Cf.
infra c. 5.
29
«La acepción del postmodernismo desarrollado que […] se afinca en el individualismo extremo
que desconfía de globalizaciones y proyectos a largo plazo y se entrega a satisfacer los deseos
inmediatos, adaptándose a lo dado, sin lealtad, para sacarle el mayor provecho al menor costo». P.
TRIGO. «Tipología de la juventud de fin de siglo» 69.

COLEGIOS GUADALUPANOS PLANCARTINOS 89


3. Tener sentido de alteridad

individuo precede sobre la comunidad, y el sentido de alteridad ha perdido toda


relevancia. La vida privada se torna indiferente ante la problemática social, que se
deja pasar por falta de compromiso y de radicalidad; la apuesta es a favor del progreso
individual y de la resistencia a ser absorbidos por el grupo –familiar, escolar, social,
eclesial–.

El individuo postmoderno está a la defensiva, por una parte y, por otra, dispuesto a la
lucha por alcanzar el poder, recuperar el control, lograr sus propios intereses; lo
importante es tener un buen trabajo, conservarse joven, tener buena salud. Si añadimos
el hecho de que las personas tienen en sus propias casas gran variedad de formas de
entretenimiento gracias a la tecnología, pues no sienten necesidad de establecer
relaciones sociales, lo cual les vuelve aún más individualistas. Narciso sustituye a
Prometeo. Predomina el subjetivismo y los egócratas se multiplican.

3.8.2 El “yo fragmentado”


La delimitación del yo, se torna toda una proeza, pues son múltiples las voces que
intentan decirnos quiénes somos; los roles que se asumen o simplemente se
representan, son no sólo variados sino hasta contradictorios y el yo se siente tironeado
en diferentes direcciones. En aras de la búsqueda del yo verdadero se asumen, por
conveniencia, por inercia o por simple agotamiento, actitudes camaleónicas. Del yo
integrado se pasó al yo fragmentado de la postmodernidad, moldeado más bien por
multiplicidad de fuerzas externas, pues estamos construidos socialmente; se diría que
es un yo en flujo, o una especie de yo collage. La unificación, la consistencia de la
propia identidad, resulta una empresa mucho más complicada hoy que antaño.

3.8.3 El amor como un simple sentimiento


La cultura actual juega peligrosamente con el riesgo de pasar del legítimo amor a sí
mismo, al egoísmo, y de ahí a la egolatría, donde el sentido de alteridad no tiene el
más mínimo significado, al punto que yo, se ha convertido en una palabra – ídolo y
las emociones que ese yo experimenta, son el criterio para relacionarse con los
otros; todo se torna tan desechable y transitorio como las emociones mismas.

Las emociones también han alcanzado carta de ciudadanía en el tema del amor, el
cual ha quedado reducido a una mera emoción, a un romántico enamoramiento, a
una reacción emocional que se produce entre dos personas y que autoriza a todo, lo
justifica todo, lo permite todo; el amor es algo que sucede intempestivamente, se vive
apasionadamente y se esfuma tan rápidamente como llegó, con lo cual, el tan preciado
valor humano y cristiano por excelencia, se torna desechable.

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3. Tener sentido de alteridad

3.8.4 Emocionalismo
El estado de ánimo personal y todo tipo de emociones, han adquirido una gran
plusvalía; sirven de pretexto para la justificación de comportamientos erráticos,
decisiones equivocadas, arrebatos e incoherencias; los jóvenes se vuelven demasiado
dependientes de su estado emocional; podría decirse que estamos ante la cultura del
capricho. La publicidad –otra forma engañosa de ejercicio del poder– explota con
desparpajo esta circunstancia y bombardea a la sociedad, especialmente a los jóvenes,
con pequeños mensajes incisivos, dirigidos justo a sus emociones, cual acertados
dardos, diseñados y disparados por la así llamada mercadotecnia emocional

3.8.5 El papel de la familia


Cuando la familia logra ejercer como tal, sigue siendo la principal influencia en sus
vidas. Sin embargo, esta es una de las instituciones que hoy se han desacralizado,
otorgando al yo el papel central que la familia tenía. Por otra parte, el número de
jóvenes que crecen en familias disfuncionales aumenta de forma constante, agravado
por el elemento desarticulador de que ambos padres trabajan, lo cual propicia el
descuido y abandono de los hijos que, depositados en la escuela, crecen con una
dolorosa sensación de soledad.

La casa familiar dejó de ser el hogar a donde los íntimos acuden como a un refugio,
buscando el calor y la conversación de los seres queridos, para venir a ser una especie
de extensión de la oficina o de la escuela o del club, pues las relaciones con el exterior,
a través de los diversos recursos tecnológicos, reducen a su mínima expresión las
relaciones con los ahí presentes; cada uno está metido no ya en su recámara, sino en
su propia cabina.

3.8.6 Espíritu gregario


Si bien hay
Los jóvenes tienen un acendrado espíritu gregario, tienden a la
nuevos estilos
comunitariedad, –mientras no atente contra su individualidad–; de ser
forman grupos con nuevas identidades culturales que se caracterizan comunitarios,
por un marcado contenido disidente y hasta subversivo respecto de la jamás la
cultura dominante, como las ciberturbas o cibertribus; son socialización
contracultura, pues rechazan abiertamente los valores considerados cibernética
como esenciales por las clases dominantes. Los amigos continúan podrá sustituir
siendo uno de los referentes más importantes, los defienden como la presencia
si de la propia vida se tratara; la influencia de los compañeros es real del otro.

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3. Tener sentido de alteridad

mucho mayor que antaño y el sentido de pertenencia al grupo les hace sentir que sus
debilidades se convierten en fortalezas.

3.8.7 Ciudadanos del mundo


La juventud actual, como fruto de la creciente globalización, tiene cada vez más
conciencia de ser ciudadano del mundo, con lo cual se va pasando de la homogeneidad
a la diversidad, para insistir en el pluralismo. La contrapartida de tan valiosa
conciencia, es que la cultura, al interior de una misma sociedad, ya no se presenta
como universal y unificada, sino que se transforma en una multiculturalidad, en un
mosaico de culturas híbridas que pluralizan su significado. La cultura postmoderna
es, en todo caso, un compuesto de subculturas que subdivide a una sociedad en
diversos grupos sociales, que exigen derecho de ciudadanía al lado de cuantas otras
subculturas vayan surgiendo. Paradójicamente, se puede decir que, a nivel global,
ciertos rasgos culturales se van homogeneizando,30 pues las culturas nativas van
siendo desplazadas por efecto de la transculturación.

3.8.8 Su relación con el cosmos


El sentido de alteridad ha llevado a una creciente conciencia ecológica y de
preocupación por el medio ambiente, por el cosmos en general, que
paradójicamente subsiste al lado de actitudes depredadoras frente a la
naturaleza. Mientras crecen los grupos ecológicos y la conciencia ecoética,
crece simultáneamente el riesgo de un infarto ecológico, por el abuso de los
recursos naturales y la puesta de la tecnología al servicio de la muerte;31 los
cada vez más frecuentes y violentos embates de la naturaleza, como respuesta a
semejantes agresiones, no son cosa de poca monta y el joven postmoderno, a
consecuencia de esta actitud ecofóbica o por lo menos irresponsable, será cada
vez más un heredero inerme de la catástrofe.32

30
Esta homogeneización se está dando a todos los niveles, desde aspectos fundamentales hasta
otros que pudieran parecer más triviales; para ejemplo, basta un botón: «Actualmente se está
produciendo una poderosa “hamburguerización” de la cultura culinaria y una “rockización” de
los estilos musicales». L. BOFF. El águila y la gallina. 13.
31
De alguna manera, la pandemia del covid-19 recién vivida por la humanidad −y que aún le amenaza−, es
fruto de tecnologías agropecuarias mal diseñadas por el voraz neoliberalismo, pues la crianza masiva de
diversas especies animales, es caldo de cultivo para el surgimiento de virus cada vez más agresivos.
32
Sobre esta cuestión de la ecología, resulta por demás interesante el mensaje de Su Santidad
Benedicto XVI para la celebración de la XLIII Jornada Mundial de la Paz, celebrada el 1 de
enero de 2010 y que se titula: Si quieres promover la paz, protege la creación.

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