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ESTUDIOS

Historia y comunicación social


ISSNe: 1988-3056

http://dx.doi.org/10.5209/HICS.59843

Fundamentos del concepto de desinformación como práctica manipuladora


en la comunicación política y las relaciones internacionales
Roberto Rodríguez Andrés1.

Fechas: Recibido: 9 de febrero de 2016 / Aceptado: 21 de enero de 2017

Resumen. La práctica de la desinformación ha quedado vinculada a la Guerra Fría, periodo en el


que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética crearon organismos especializados en utilizar
la información como arma de guerra. Sin embargo, este término ha traspasado este contexto
histórico, puesto que continuó usándose tras el fin del conflicto entre americanos y soviéticos,
habiendo llegado hasta nuestros días con múltiples significaciones que han difuminado sus
límites conceptuales. En el presente artículo se tratan de revisar de forma crítica los fundamentos
manipuladores del concepto de desinformación para delimitar el significado concreto de esta
práctica, que sigue de permanente actualidad tanto en la comunicación política como en las
relaciones internacionales.
Palabras clave: Desinformación; manipulación; información; comunicación política; medios de co-
municación; relaciones internacionales.

[en] Basis of the concept of disinformation as a manipulative practice in


political communication and international relations
Abstract. Disinformation as a practice has been linked to the Cold War, period when both the United
States and the Soviet Union created agencies to use information as a weapon of war. However,
this term has transcended this historical context. Its use has continued since the end of the conflict
between Americans and Soviets into the present day, with multiple meanings that have blurred its
conceptual boundaries. In this article we try to critically review the manipulative basis of the concept
of disinformation to define the precise meaning of this practice, which is still standing today both in
political communication and international relations.
Keywords: disinformation; manipulation; political communication; media; international relations.

Sumario. 1. Introducción. 2. Orígenes históricos del concepto de desinformación. 3. Fundamentos


del concepto de desinformación. 3.1. La desinformación como fenómeno intencional. 3.2. La
desinformación como falta de verdad. 3.3. La desinformación como fenómeno ligado a la información
y los medios de comunicación. 3.4. La desinformación como arma de ataque contra el adversario. 3.5.
La desinformación como fenómeno organizado. 4. Conclusiones. 5. Referencias bibliográficas.

Cómo citar: Rodríguez Andrés, Roberto. (2018). Fundamentos del concepto de desinformación como
práctica manipuladora en la comunicación política y las relaciones internacionales. Historia y comuni-
cación social, 23 (1), 231-244.

1 Universidad Pontificia Comillas (ICAI-ICADE) y Universidad de Navarra


rrodrigueza@comillas.edu

His. comun. soc. 23(1) 2018: 231-244 231


232 Rodríguez Andrés, R. His. comun. soc. 23(1) 2018: 231-244

1. Introducción

El término desinformación se ha convertido en habitual en el lenguaje político y


periodístico, habiéndose incorporado también al acervo popular, en el que aparece
vinculado a la manipulación de los medios, al control de la información en benefi-
cio de intereses políticos o económicos y a las estrategias de gobiernos, partidos o
grandes empresas para engañar a la opinión pública. Y así, dicen los diccionarios que
desinformación es sinónimo de desconocimiento o ignorancia y también de manipu-
lación o de confusión.
Que el uso del término se ha generalizado en el lenguaje común es algo que pue-
de comprobarse fácilmente realizando una búsqueda en Internet. Más de 800.000
páginas se pueden encontrar al teclear “desinformación” y en torno a 3 millones si
se utiliza el vocablo en inglés (disinformation). Esta situación es particularmente
reseñable por cuanto el término en sí mismo es de reciente creación, de principios
del siglo XX, y su incorporación a los principales diccionarios aún más cercana en
el tiempo. Como recoge Jacquard, el Larousse francés lo incluyó por primera vez
en 1982, definiéndolo como “acción de suprimir la información, de minimizar su
importancia o modificar el sentido” (Jacquard, 1988: 9). Por su parte, el diccionario
de la Real Academia Española no lo introdujo hasta 1992, definiéndolo como “dar
información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines” o “dar infor-
mación insuficiente u omitirla”.
Nos encontramos, por tanto, ante un fenómeno de muy reciente conceptualiza-
ción pero que, sin embargo, ha alcanzado un prolífico uso en muy poco tiempo. Con
el paso de los años se ha convertido en un término cliché, al que se recurre para
definir múltiples situaciones, todas ellas caracterizadas por el empleo de la mentira,
y muy especialmente en el campo de la comunicación política. Pero ¿se puede decir
que toda mentira o engaño es desinformación? ¿Cuáles son las cualidades propias
de este fenómeno, aquéllas que permiten diferenciarlo de otros que pueden resultar
similares?
Este será el principal objetivo del presente artículo, rastrear los orígenes y fun-
damentos del concepto de desinformación y analizar sus particularidades, algo que
sigue siendo necesario en nuestros días en un contexto en el que, como concluye Ro-
mero, “el concepto de desinformación tiene casi tantos significados como la cantidad
de autores que lo han tratado” (2013: 319).
Para ello, la metodología de este trabajo estará basada en la revisión conceptual
de la desinformación, sobre la base del análisis de la bibliografía especializada en
este fenómeno, procedente de campos como la Comunicación, las Relaciones In-
ternacionales, la Psicología y la Sociología, entre otros, tanto en libros y tratados
académicos como en artículos de investigación.

2. Orígenes históricos del concepto de desinformación

La primera constatación histórica del empleo del término desinformación se pro-


dujo a inicios del siglo XX. Los rusos que emigraron a Francia al acabar la Pri-
mera Guerra Mundial relataron que la policía política bolchevique utilizaba la
expresión desinformatzia para referirse a todas aquellas acciones dirigidas desde
el interior y exterior del país destinadas a impedir la consolidación del régimen
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comunista en Moscú (Cathala, 1986; Volkoff, 1986; Jacquard, 1988; Durandin,


1995; Galdón, 1994).
En esos primeros años, el término estaba al alcance de un reducido número de
personas, casi todas ellas miembros del ejército ruso o de la Administración. Poco a
poco, su uso empezó a ser más frecuente y acabó por incorporarse a las enciclopedias
y diccionarios del país. El primero en hacerlo fue el Diccionario de la Lengua Rusa,
editado en 1949. En él, se definía sucintamente la desinformación como “la acción
de inducir al error por medio de informaciones mentirosas” y se ponía como ejemplo
“la desinformación de la opinión pública llevada a cabo en los países capitalistas”
(Volkoff, 1986: 167-168). Sin embargo, el término adquirió verdadera carta de natu-
raleza tres años más tarde, en 1952, cuando pasó a formar parte de la Gran Enciclo-
pedia Soviética. La desinformación quedó definida entonces como la distorsión que
los Estados Unidos ejercían sobre la opinión pública mundial a través de su enorme
potencial informativo (Jacquard, 1988).
Desde la propia Unión Soviética también empezaron a ejecutarse planes especí-
ficos para desestabilizar regímenes exteriores, principalmente el de los Estados Uni-
dos, su eterno rival. Ya desde 1917, Lenin había declarado la guerra al capitalismo
y había afirmado que mientras los objetivos del proletariado no se impusieran en
todo el mundo, no dejarían de utilizar todos los medios a su alcance para lograrlo. Y
dentro de este conjunto de medios, denominados a partir de entonces como “medidas
activas”, se incluyó la desinformación (Álvarez y Secanella, 1991).
Esta práctica se institucionalizó a finales de la década de los cincuenta, cuando
los servicios de inteligencia soviéticos, de la mano de la KGB, pusieron en marcha
departamentos especiales de desinformación. En la URSS, este servicio se inició en
1959. En Alemania, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Bulgaria, países de la órbi-
ta socialista, se crearon entre 1963 y 1964 (Álvarez y Secanella, 1991).
Como afirma Barron (1974), a partir de entonces la desinformación se empleó
por parte de la KGB para influir en las políticas de otros gobiernos, desprestigiar a
los Estados Unidos y a los países capitalistas, y lograr así la instauración de sistemas
comunistas en todo el mundo. Se buscaba enturbiar relaciones entre estados, minar
la confianza de las poblaciones extranjeras en sus líderes e instituciones, desacredi-
tar a personas o grupos opuestos al comunismo, engañar a los extranjeros sobre las
verdaderas intenciones de la Unión Soviética y, según en qué momentos, ocultar
actividades de la KGB. La desinformación se convirtió así en una poderosa arma
de guerra. Como ha descrito Heller, “dentro de ese conflicto total e incesante que la
Unión Soviética mantenía contra el mundo capitalista y burgués, la desinformación
fue un arma particularmente eficaz, un instrumento capital para condicionar a los
individuos” (Volkoff, 1986: 170). De hecho, los propios manuales de entrenamiento
de la KGB definían también la desinformación en términos claramente militares:
“La desinformación estratégica ayuda a la ejecución de las tareas del Estado y se
dirige a despistar al enemigo en lo concerniente a las cuestiones básicas de política
de Estado, de situación económica, en lo militar y en los logros científico-técnicos
de la URSS; tiende también a despistar en la política de ciertos países imperialistas
respecto a las relaciones de unos con otros y despistar también sobre las operaciones
especiales de los órganos de seguridad del Estado” (Álvarez y Secanella, 1991: 368).
El fenómeno de la desinformación pronto suscitó el interés de los gobiernos no
comunistas, especialmente el de Estados Unidos, que empezaba a ver con preocu-
pación los efectos de estas técnicas usadas por los soviéticos. En los años sesenta, la
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CIA recibió el encargo de estudiarlas con detenimiento. Con la ayuda de algunos di-
sidentes soviéticos, el más destacado de ellos Ladislay Bittman (1972, 1985, 1988),
director del departamento de desinformación checoslovaco, pudo ir recopilando da-
tos y, mediada la década, en 1965, envió un informe al gobierno en el que la desin-
formación quedaba definida como “información falsa, incompleta o sesgada, que es
pasada, alimentada o confirmada hacia un grupo, un individuo o un país” (Álvarez y
Secanella, 1991). Con el fin de contrarrestar estas medidas, y para no quedarse atrás
en la batalla por dominar la información, Estados Unidos también puso en marcha
servicios similares al soviético, que acabarían integrándose en un solo departamento
bajo la denominación de USIA (United States Information Agency) (Solbés, 1988;
Chomsky y Herman, 1995). A partir de este momento, como afirmó en una ocasión
Charles Wick, director de este organismo en la década de los ochenta, la informa-
ción se convirtió en “el elemento más importante de la política exterior americana”
(Solbès, 1988: 81). Y es que a través de ella, los Estados Unidos pudieron también
influir en los países rivales sin necesidad de intervenciones armadas y sin levantar
recelos entre la población.

3. Fundamentos del concepto de desinformación

Como se ha expuesto en el epígrafe anterior, el origen del término desinformación se


sitúa en los inicios del siglo XX y su apogeo llega con la Guerra Fría. Sin embargo,
como apunta Romero, “existen indicios claros de que actividades desinformativas
se pueden documentar en textos extremadamente antiguos, lo que nos puede estar
hablando de una práctica tan antigua como la propia organización social” (Romero,
2013).
Utilizar la mentira con fines propagandísticos en las relaciones entre Estados o
en las guerras, o como instrumento para tener controlada a la población, es algo que
se ha producido desde hace siglos por parte de numerosos regímenes políticos. Las
operaciones llevadas a cabo por la KGB o por la CIA no fueron muy distintas, por
ejemplo, a las puestas en práctica por Sun-Tzu hace miles de años. De hecho, su obra
El arte de la guerra es considerada como el primer tratado escrito de la desinforma-
ción y el propio Sun-Tzu ha recibido el calificativo de “profeta” de la desinforma-
ción (Volkoff, 1986; Cathala, 1986).
Por tanto, el fenómeno no es esencialmente innovador, aunque lo que sí es re-
ciente es el término concreto para denominarlo, un término y una realidad que se
consolidaron en una situación histórica muy específica, caracterizada por dos notas
principales: en primer lugar, la lucha constante entre Estados Unidos y la Unión
Soviética, que llevó a ambos países a perfeccionar sus métodos de espionaje y de
ataque al rival. Y, en segundo, el avance y desarrollo de los modernos medios de
comunicación, cuyo poder de difusión fue utilizado por ambas potencias para influir
en el público y sin los cuales no podría entenderse verdaderamente el nacimiento e
implantación de este fenómeno (Cathala, 1986).
Sin embargo, el concepto ha traspasado el periodo de la Guerra Fría, puesto que,
como se apuntó en la introducción, ha seguido empleándose hasta nuestros días. Y lo
ha hecho ampliando sus significaciones originales. En la actualidad, ya no sólo se ha-
bla de desinformación ligada al ámbito bélico y ni siquiera se vincula en exclusiva a
la política. Se habla por ejemplo de desinformación mediática y también económica,
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empresarial o corporativa, en alusión a cómo las grandes compañías multinacionales


controlan la difusión de noticias, ocultando a la ciudadanía aquellas que puedan re-
sultar negativas para sus intereses y moviendo los hilos de la política y de la opinión
pública (Serrano, 2009; Otte, 2010).
Las múltiples significaciones que se dan a la desinformación en la actualidad ha-
cen necesario seguir ahondando en las lindes conceptuales del término, para tratar de
diferenciarlo de otros que pueden resultar similares. A ello se dedican las próximas
páginas.

3.1. La desinformación como fenómeno intencional

Transmitir a alguien una información que no es verdadera es una situación que puede
darse con asiduidad. Y muchas veces, como afirma Galdón, se produce de forma no
intencionada, simplemente por un error. Sin embargo, continúa este autor, sólo podrá
hablarse de desinformación “cuando hay intención clara de engañar por parte de los
promotores y realizadores de la información” (2001: 48). En virtud de este criterio,
ha sido común entre autores estadounidenses y franceses establecer la distinción
entre missinformation, para hacer referencia al error, y disinformation cuando hay
intención de engañar (Fallis, 2011).
En definitiva, se entiende que la desinformación es un fenómeno en el que el
emisor tiene el firme propósito de ejercer algún tipo de influencia y control sobre sus
receptores para que éstos actúen conforme a sus deseos. Es, por tanto, un fenómeno
claramente intencional, en el que el emisor busca su propio beneficio y en el que, por
tanto, y como explica Van Dijk (2006), se produce un abuso de poder.
Distintos autores han incidido en esta cualidad esencial de la desinformación.
Ferré (1982) considera que la desinformación tiene por objetivo llevar a cometer
actos colectivos o a difundir opiniones que correspondan a las intenciones del des-
informador. Para Fraguas de Pablo, la intención desinformativa del emisor es “el
factor intrínseco que caracteriza la desinformación y la diferencia de otras figuras
con las cuales se podría confundir” (1985: 4). Y de la misma opinión es Emmerich,
que considera que “la condición fundamental para que se dé la desinformación es la
intencionalidad, porque mientras no haya intención no hay desinformación” (2015:
46). De hecho, la intencionalidad es también el elemento clave de la definición de
desinformación que dan obras de referencia como el American Heritage Dictionary
(“información deliberadamente engañosa”), el Oxford English Dictionary (“difusión
de información deliberadamente falsa”) o el diccionario de la RAE (“dar informa-
ción intencionadamente manipulada”).
Lo que ha ocurrido es que, con el paso de los años, el concepto de desinformación
se ha ido vinculando progresivamente no sólo con el plano de las intenciones del
emisor, sino que ha empezado a utilizarse también desde la perspectiva del receptor
o de los resultados de la acción. En definitiva, se usa el término no sólo para definir
los esfuerzos organizados de un actor político por ocultar o manipular la informa-
ción, como en sus orígenes, sino que se alude también a este concepto cuando se ha-
bla de forma genérica de falta de información de los ciudadanos sobre determinados
asuntos, o conocimiento erróneo de los mismos, sea cual sea el motivo y aun cuan-
do no haya una intención por parte de alguien por mantenerles engañados (Rivas,
1995). Así lo refleja la propia Real Academia en su definición de desinformación, al
decir en su segunda acepción que ésta puede entenderse como “falta de información,
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ignorancia”. Y así lo cree también Floridi, uno de los autores contemporáneos que
más ha estudiado el fenómeno de la desinformación, que dice que este fenómeno
“no necesita necesariamente ser intencional” (1996: 510). Ello ha llevado asimismo
a que el término haya traspasado sus fronteras semánticas originales para aplicarse
no sólo a la comunicación política o a las relaciones internacionales sino a cualquier
otro campo. Es destacable, por ejemplo, el prolífico uso que se hace de la palabra
desinformación en el terreno médico, para hacer referencia a la falta de información
que tienen los pacientes sobre determinadas enfermedades o tratamientos y que, a
veces, dificultan su adherencia.
Entendemos, en el fondo, que esta perspectiva es demasiado extensa y que con-
tribuye a difuminar las lindes conceptuales del fenómeno. Porque una persona, por
ejemplo, puede desconocer un asunto porque no ha prestado atención a una noticia, o
se ha acercado a ella de forma superficial, o porque no tiene interés por la actualidad
y no sigue los medios. O también porque el periodista ha cometido un error invo-
luntario en su información. En estos casos, y desde el punto de vista del resultado
final, el ciudadano está desinformado o auto-desinformado, como apunta Romero
(2013), pero no porque haya alguien que así lo ha planificado. Y la realidad, por muy
paradójica que pueda resultar, es que en una sociedad como la actual, con miles de
fuentes de información y de vías de acceso a la misma, sobre todo tras la llegada de
Internet, el desinterés ciudadano por la información, sobre todo por la información
política, es muy alto, y con ello el nivel de supuesta “desinformación” entre buena
parte de la población.
Creemos, por tanto, en sintonía con Fallis (2015), que en estos casos no es apro-
piado utilizar la expresión desinformación en el sentido estricto del término, por mu-
cho que se haya incorporado plenamente al lenguaje coloquial. Porque si se entiende
la desinformación como un proceso de manipulación, es imprescindible que haya
intención de desinformar por parte del emisor.

3.2. La desinformación como falta de verdad

La intención de mentir es quizá el elemento más sustancial del fenómeno de la desin-


formación. Pero la mentira puede tener dos caras. Se puede mentir por comisión, es
decir, transmitiendo un hecho falso a sabiendas de que lo es y sin advertir de su fal-
sedad, y también por omisión, ocultando o silenciando datos relevantes sin los cuales
es imposible el conocimiento completo de la verdad (Desantes-Guanter, 1976; Soria,
1997). Partiendo de esta clasificación básica, Durandin (1983 y 1995) ha diferencia-
do entre supresión (hacer creer que una cosa que existe, no existe), adición (hacer
creer cosas que en verdad no son reales, inventando una realidad paralela) y defor-
mación (alterar la naturaleza de las cosas, bien de forma cuantitativa o cualitativa).
El sentido original del concepto de desinformación vinculaba esta práctica única-
mente a la mentira por comisión, es decir, a la difusión de una información falsa. La
Gran Enciclopedia Soviética la definía como la “distorsión” que los Estados Unidos
ejercían sobre la población mundial. “Distorsión” entendida como modificación de
la realidad, como algo falseado intencionalmente. Y la CIA decía de ella que era
“información falsa, incompleta o sesgada”.
Esta misma interpretación puede observarse en las definiciones propuestas por
distintos académicos especializados en el estudio de esta disciplina. Según Shultz
y Godson es la “comunicación que intencionalmente contiene información falsa,
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incompleta o engañosa (…) transmitida con el fin de engañar, dar información inco-
rrecta o inducir al error” (1984: 38). Para Watzlawick, hablamos en este caso de ope-
raciones para “engañar y desorientar” a los adversarios (1986: 129). Benesch y Sch-
mandt sostienen que la desinformación puede ser descrita como “información falsa”
(1982: 11). Según Jacquard, se trata de una “sutil deformación de la verdad” (1988:
14). Barron la define como “la diseminación de información falsa y provocadora”
(1974: 6). Cathala, como método para “travestir o disimular la realidad” (1986: 20).
Para Fraguas de Pablo, la desinformación “tiene la intención de disminuir, suprimir o
imposibilitar la correlación entre la representación del receptor y la realidad del ori-
ginal” (1985: 11). Finalmente, Galdón define la desinformación como la “ausencia
de verdadera información o de información verdadera” (2001: 48).
Y precisamente por esta característica de faltar a la verdad, algunos autores han
preferido denominar a este fenómeno “intoxicación” en vez de desinformación,
puesto que entienden que este término define con mayor exactitud la confusión bus-
cada por el emisor. Es el caso de Nord (1971) o de Melnik. Para este último, intoxica-
ción es “la difusión, por parte de los servicios especiales, de informaciones alteradas
o de una falsedad notoria que son dirigidos a los servicios de información enemigos”
(Cathala, 1986: 49).
La distinción entre mentira por comisión o por omisión en la desinformación ha
quedado sistematizada de forma muy clara por Sartori (1998), para quien hay que
diferenciar entre “subinformación”, que es cuando se da información insuficiente,
y “desinformación”, que es cuando se proporciona información distorsionada. Así,
según este autor, desinformación es “una distorsión de la información: dar noticias
falseadas que inducen a engaño al que las escucha” (1998: 80). Y para que esas men-
tiras sean exitosas y logren el efecto buscado, tal como afirma Jacquard (1988), el
desinformador ha de procurar dotar a su mensaje de un halo de verosimilitud, para
que los receptores no desconfíen y acaben tomándolo por cierto. De esta forma, la
desinformación supone una eficaz herramienta para ejercer influencia, puesto que
quienes la reciben no son conscientes en ningún momento de estar ante información
tergiversada. El emisor opera con completa impunidad mientras que su audiencia
desconoce la operación en la que se está viendo involucrada
A tenor de lo expuesto, quedarían en principio fuera del alcance de esta práctica
las omisiones, es decir, la ocultación de información o el silencio sobre determi-
nadas noticias o hechos. Lo que ha ocurrido es que el término ha ido ampliando
su significación original y, en la actualidad, pueden encontrarse definiciones de la
desinformación en las que se incluyen tanto las mentiras por comisión como por
omisión. El Larousse, por ejemplo, al que hemos hecho referencia anteriormente,
habla de “acción de suprimir la información, de minimizar su importancia o mo-
dificar el sentido” y el Diccionario de la Lengua Española de “dar información
insuficiente u omitirla”. Esto ha llevado, como explica Rivas (2004), a que se
emplee este término para definir tanto la mentira como la ocultación de la verdad
en la política.

3.3. La desinformación como fenómeno ligado a la información y los medios de


comunicación

Una tercera cualidad de la desinformación es que está íntimamente unida a la infor-


mación y, más concretamente, a los medios de comunicación, al intento por parte
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del emisor de valerse de ellos y de manipularlos para cumplir sus objetivos (García,
2009).
Esta interdependencia se evidenció desde los primeros años en los que se acuñó el
término. La definición empleada por la Gran Enciclopedia Soviética hacía referen-
cia expresamente a que se trataba de la distorsión que los Estados Unidos llevaban
a cabo a través de su “enorme potencial informativo”. La desinformación aparecía
claramente unida al poder de los medios de comunicación y, de hecho, las activida-
des de desinformación llevadas a cabo por la propia KGB, y luego seguidas por otros
países, tenían que ver también con la prensa. Todo ello mediante técnicas como fa-
cilitar a los periodistas documentos prefabricados, cartas, manuscritos y fotografías
falsificadas; la propagación de rumores o noticias falsas; y el engaño y control de los
medios de comunicación, no sólo de la Unión Soviética sino también del extranjero,
mediante periodistas espía o a través de técnicas como soborno y extorsión (Barron,
1983; Golitsyn, 1983; Poliakov, 1983; Shultz y Godson, 1984; Pincher, 1985; Ferti-
lio, 1994). En definitiva, se intentaba conseguir que noticias interesadas pasaran el
filtro de las redacciones y acabaran siendo publicadas. En otras palabras, se pretendía
influir en los periodistas para, a través de ellos, influir en la sociedad y en sus gober-
nantes (Chiais, 2008).
En este contexto, como destaca Rivas, cobra especial importancia el papel de
los periodistas, puesto que de ellos depende contribuir o no a difundir una posible
desinformación y, en definitiva, que ésta llegue a tener éxito finalmente. “No habrá
desinformación —dice este autor— si los periodistas hacen su trabajo con rigor y
contrastan las fuentes” (2004: 175). Se puede decir, por tanto, que para que exista
desinformación se necesita una causa inicial (que haya intención de desinformar por
parte de la fuente) pero también una intermediación y un resultado final (que la des-
información sea difundida por los medios y llegue a la opinión pública). Y salvo en
los casos de periodistas espía, sobornos o control de los medios, antes mencionados,
y que suponen una participación voluntaria y activa de los informadores en la trans-
misión de la desinformación, lo normal es que el periodista o el medio sean transmi-
sores involuntarios de la misma, puesto que desconocen que se les está intentando
manipular. Aunque ello no es óbice para exigirles también cierta responsabilidad,
porque su deber es contrastar las fuentes y no difundir noticias que hayan comproba-
do que son falsas o no suficientemente confirmadas (Mac Hale, 1988).
Lo que ocurre es que esta tarea no siempre se realiza. Y tampoco en la actualidad,
a pesar de que la libertad de información sea un derecho protegido a nivel interna-
cional. El principio de independencia de los medios está cada vez más cuestionado,
al entender que ésta se ha visto muy limitada, cuando no abiertamente suprimida. En
los últimos años se viene denunciando el progresivo control político y económico
sobre la prensa, bien directo o indirecto. Incluso se habla ya también, casi siempre
en términos de denuncia, de un nuevo tipo de desinformación, la desinformación
mediática, para referirse a cómo los propios medios de comunicación, en especial las
grandes corporaciones, han abandonado su vertiente informativa y se han convertido
en poderosos medios de influencia social en función de unos determinados intere-
ses económicos o ideológicos, casi siempre en beneficio de las clases dominantes
(Chomsky y Herman, 1995; Ortega, 2006; Serrano, 2009; Otte, 2010).
Se ha producido así un cambio sobre la significación primigenia del término. En
los orígenes de este concepto, los medios de comunicación eran el soporte a través
del cual los gobiernos intentaban desinformar a los ciudadanos. Pero de ser medios
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para la desinformación ahora se habla también de que ellos mismos se han converti-
do en agentes activos de esta práctica.
En esta relación entre desinformación y medios de comunicación, no puede ob-
viarse que en los últimos años, con la irrupción de Internet, los desinformadores
han encontrado otro campo de batalla especialmente atractivo para sus fines. Ya no
utilizan en exclusiva los medios, puesto que tienen a su alcance otras herramientas
de comunicación como las redes sociales o las páginas web para difundir sus men-
sajes. La Red hace circular a velocidad de vértigo rumores e informaciones falsas,
tergiversadas o sacadas de contexto, que acaban saltando incluso a las páginas de
los periódicos y a los noticiarios de radio y televisión. Se puede afirmar que Internet
es el nuevo terreno de juego de la desinformación en el siglo XXI (Argemí, 2013;
Gómez, 2013).

3.4. La desinformación como arma de ataque contra el adversario

Atendiendo a los orígenes históricos del concepto, la intencionalidad de faltar a la


verdad a través de la manipulación de los medios está vinculada a la consecución
de un objetivo estratégico: atacar al que es considerado como adversario. Se puede
afirmar que la esencia de la desinformación no es de cariz positivo (ensalzar las pro-
pias virtudes del emisor) sino negativo (desprestigiar al rival), sabiendo en todo caso
que ese desprestigio resulta al final beneficioso para los intereses de quien circula la
desinformación.
Así lo entiende Blázquez, al considerar que este fenómeno va mucho más allá de
engañar o de proveer informaciones falsas, porque su objetivo último es utilizar esta
vía para deslegitimar al rival. “Lo que busca en el fondo la desinformación —apunta
este autor— es aniquilar a su presunto adversario” y ésa es por tanto la principal
intención o finalidad del proceso (2000: 61).
Esta circunstancia ha sido anotada por otros autores como Muñoz Alonso, Sán-
chez Noriega o Rivas, que inciden igualmente en su potencialidad como arma de
guerra con la que vencer al enemigo. El primero considera a la desinformación como
“la estrategia de las palabras y de las fintas psicológicas, destinada a obtener la vic-
toria sin combatir” (1989: 59). Sánchez Noriega, por su parte, define este fenómeno
como “estrategia político-militar utilizada como arma en las guerras y en las rivali-
dades internacionales de cara a desprestigiar a una personalidad pública, manipular
a la opinión pública, presionar a los organismos internacionales o a otros Estados,
etc.” (1997: 83). Por último, según Rivas, el objetivo de la desinformación es “crear
confusión en el enemigo” (1995: 76).
Por eso la desinformación ha quedado vinculada con las relaciones internaciona-
les y, más concretamente, con la existencia de conflictos, tanto diplomáticos como
bélicos, en las que hay dos o más partes en litigio, como el que se produjo entre Es-
tados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Sin embargo, tras la caída
del Muro de Berlín y el fin del sistema comunista, y en una nueva era de distensión
marcada por la supremacía de Estados Unidos, la desinformación como concepto
estratégico fue perdiendo vigencia porque ya no había un enemigo claro a batir y
quizá por ello el término fue adecuándose a otras realidades.
Pero en los últimos años, conforme el nuevo orden mundial ha ido cambiando
hacia la multipolaridad, con la aparición de nuevos actores internacionales y nuevos
conflictos, el sentido original de la desinformación ha recobrado protagonismo. Así,
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se ha vuelto a hablar de ella en las relaciones entre Estados Unidos y potencias emer-
gentes como Rusia o China o en las disputas con Irán, Corea del Norte o Venezuela.
También en los distintos conflictos bélicos e intervenciones armadas que se han pro-
ducido en la era de postguerra fría (Pizarroso, 2008), como las dos guerras de Irak
(Ferreira y Sarmiento, 2003; Pizarroso, 2009), la guerra de Yugoslavia, la guerra de
Chechenia (Vázquez, 2005) o los conflictos en Afganistán (Torres y García, 2009) y
Siria, entre otros. Y ya no sólo se habla de este término en la relación entre bloques o
estados, puesto que se aplica también a la estrategia que siguen los grupos terroristas
para sembrar el terror entre la opinión pública internacional (Matusitz, 2013).

3.5. La desinformación como fenómeno organizado

La quinta y última característica de la desinformación tiene que ver no tanto con


el contenido como con el modo de planificar su transmisión y la determinación de
quién es el encargado de ejecutarla. Como apuntan Cathala (1986) y Volkoff (1986),
su particularidad reside, por un lado, en la sistematicidad con que ésta se lleva a cabo
y, por otro, en la creación por parte del poder de instituciones, organismos o departa-
mentos específicos dedicados a ponerla en práctica, lo que la dota de cierto carácter
de profesionalidad. La desinformación es entonces un modo de manipulación or-
ganizado, estructurado, planificado minuciosamente, que responde a una estrategia
concreta y con objetivos políticos muy claros.
Por eso, lo más común en la concepción tradicional de la desinformación, vin-
culada a las relaciones internacionales, ha sido determinar que la fuente o emisor
de esta práctica suelen ser los Estados, a través de sus aparatos de inteligencia
o de propaganda, y que el receptor al que se dirige son también otros Estados,
bien directamente el considerado como adversario o naciones terceras sobre las
que se quiere influir para que tengan mala imagen del rival. Y dentro de ellas,
dirigiéndose de forma preferente a las elites políticas o económicas pero a veces
también a la propia opinión pública, para que acabe presionando a esas elites
(Bittman, 1985).
La forma de difundir las informaciones falsas también exige una detallada pla-
nificación. Sobre todo, porque en la mayor parte de los casos se quiere ocultar la
autoría de la información atribuyéndola a un tercero, con lo que se dota al mensaje
de mayor credibilidad ante los medios a la vez que la fuente no queda comprometida
en el intento de engaño. Así lo creen Shultz y Godson, para quienes una de las ca-
racterísticas más comunes de la desinformación es que se trata de una comunicación
“no atribuida o atribuida a fuentes falsas” (1984: 38).
Quien otorgó por primera vez toda esta sistematicidad a la desinformación y
quien creó esos departamentos específicos fue la Unión Soviética y, por ello, se
considera a este país como el origen del fenómeno. Los planes de la KGB para
crear confusión en los países capitalistas, la red de periodistas espías encargados de
desestabilizar sistemas políticos, los telegramas y documentos falsificados, las fo-
tografías trucadas…, todo ello formaba parte de una actividad organizada al detalle
por departamentos creados al efecto para llevar a cabo esa tarea. Departamentos que,
como afirma Fraguas de Pablo, dejaban a un lado cualquier consideración ética en
el cumplimiento de sus propósitos y que sólo perseguían la efectividad y el éxito de
sus misiones, sin importar los medios empleados para su consecución (Fraguas de
Pablo, 1985).
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Tras los atentados del 11-S contra las Torres Gemelas, y la política diseñada por el
Gobierno Bush de ataques preventivos contra los países encuadrados en el denomina-
do “Eje del Mal”, Estados Unidos volvió a confiar en la estrategia de la desinformación
en las relaciones internacionales. Para ello, creó nuevamente un organismo específica-
mente destinado a ello, la Oficina de Defensa Estratégica, dependiente del Pentágono,
que tuvo que ser cerrada cuando el diario The New York Times reveló su existencia, con
la consecuente polémica en todo el mundo. Y es que el objetivo de esta oficina, como
recuerda Paniagua, era “colocar noticias favorables a los intereses de Estados Unidos
en medios informativos internacionales. Esas noticias podían ser verdaderas o falsas y
afectar a países amigos o enemigos. Sólo importaba que ayudasen a crear un ambiente
propicio para las operaciones bélicas estadounidenses” (2002: 89).

4. Conclusiones

Las múltiples significaciones que se dan hoy día al término desinformación, a pesar
de su reciente creación, hacen necesario que desde la academia se siga reflexionando
sobre este concepto para contribuir a su delimitación semántica y a la diferenciación
con otros procesos que, siendo distintos, se le han acabado asimilando con el paso
de los años.
De partida, como se ha expuesto en este artículo, bajo la etiqueta de desinforma-
ción se ha incluido cualquier utilización de la mentira, sea intencionada o no, a través
de cualquier medio y en cualquier ámbito, sea político, económico e, incluso, en las
propias relaciones interpersonales. Sin embargo, la desinformación presenta unas
características propias, que pueden rastrearse en los orígenes mismos del concepto
a inicios del siglo XX, y que pueden servir como guía para delimitar correctamente
la naturaleza de este fenómeno, tanto si se aplica en su ámbito original de los con-
flictos, la política y las relaciones internacionales como si quiere traspasarse a otros
campos:

– En primer lugar, se trata de un fenómeno intencional y manipulador. No


puede hablarse de desinformación si la fuente no tiene intención de engañar
a sus receptores. Pero esa intención, como en cualquier otro tipo de manipu-
lación, permanece oculta, sin que los receptores lleguen a ser conscientes de
que están siendo influidos. Y es por eso que resulta propio de la desinforma-
ción el ser una comunicación no atribuida o atribuida a fuentes falsas.
– Su esencia comunicativa radica en la difusión de informaciones engañosas
y, por tanto, en el empleo de la mentira. Y si bien hoy día se utiliza este tér-
mino cuando se recurre a cualquier tipo de mentira (bien sea por comisión o
por omisión), la esencia del fenómeno está vinculada no tanto al silencio u
ocultación de datos como a las mentiras por comisión, es decir, a la difusión
intencionada de información falsa.
– En tercer lugar, el desinformador busca que sus engaños sean difundidos por
los medios de comunicación, que se convierten así, y de forma casi siempre
involuntaria, en el vehículo o soporte para propagar su mensaje. La desin-
formación, por tanto, está íntimamente ligada a los medios y al periodismo,
puesto que es a ellos a quienes debe engañar en primer lugar para conseguir
que difundan sus mensajes y alcanzar a la opinión pública.
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– Por último, el desinformador utiliza la mentira como arma de guerra para


desprestigiar y atacar a su adversario, que es el objetivo final que guía to-
das sus actuaciones. Ello implica la necesidad de cierta planificación en
esta tarea, que responde a una estrategia trazada de antemano, e incluso
a la creación de organismos específicos destinados a diseñar y ejecutar
este ataque.

Consideramos que estas especificaciones pueden contribuir a delimitar con ma-


yor precisión qué puede entenderse propiamente por desinformación, limitando así
el uso excesivamente genérico que se hace del término hoy día, una tarea en cual-
quier caso sobre la que se deberá seguir reflexionando en el futuro, habida cuenta de
la permanente actualidad de esta práctica.

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