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Actividad 2
l gen del dibujo estaba en su ADN desde el comienzo. Casi desde antes de
nacer, pues su abuelo paterno dibujaba y su mamá pintaba. Él creció
viéndolos, y desde niño se dio cuenta de que tenía buen trazo y de que sus
dibujos quedaban bonitos. Pero solo cuando ‘se la montaron’ en el colegio
Vladdo comenzó a hacer caricaturas en forma.
En esa época era solo Vladimir Flórez, el pequeño del curso, y sus
compañeros, mucho más altos, le pegaban y lo fastidiaban. Hasta que encontró
en el lápiz un arma para defenderse. “Cuando me molestaban mucho, yo hacía
una caricatura en donde los pintaba deformes, narizones, echando babas, y
eso los disuadía”, cuenta.
Sin embargo, pasó mucho tiempo antes de que viera en eso una forma de
ganarse la vida. Incluso alcanzó a dedicarse a otras cosas y trabajó un buen
tiempo en la empresa de finca raíz de una tía, en donde le tocaba vender y
alquilar casas o apartamentos.
Pero un día de 1986 pasó frente a la sede del diario La República, que para
esa época no tenía caricaturista. Impulsivo, decidió arriesgarse a preguntar si
había trabajo. Contó con suerte: el celador lo dejó pasar y el subdirector del
periódico lo recibió y le pidió una muestra de sus dibujos. Como Vladdo no
llevaba nada a la mano, recursivo, tomó un papel y pintó a Belisario Betancur,
Alfonso López Michelsen, Julio César Turbay y a un soldado. Al otro día ya era
un caricaturista profesional de 23 años.