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Revista Herramientas – Nro 28 – 2005.

El taller ¿sin cronómetro? Apuntes


acerca de las empresas recuperadas
Gabriel Fajn y Julián Rebón

Introducción

Desde fines de los años ´90 una gran cantidad de empresas fueron recuperadas
por sus trabajadores con el objetivo primordial de defender sus fuentes de
trabajo y mantenerlas en funcionamiento. En torno al fenómeno que abarca
alrededor de ciento ochenta unidades productivas en todo el país, se abren un
conjunto de procesos sociales, dinámicas políticas, estrategias jurídicas y
desarrollos económicos que proporcionan a esta problemática una gran
complejidad y riqueza. Estas empresas representan uno de los emergentes más
originales de la lucha de los trabajadores por conservar sus puestos de trabajo
frente a la sistemática destrucción del aparato productivo.

Asimismo, las empresas recuperadas por los trabajadores constituyen una nueva
expresión social que cobra importancia en la realidad argentina mediante
prácticas colectivas que pueden entenderse como formas de respuesta a la crisis
y propuestas exploratorias de modalidades de gestión alternativas.

En el presente artículo nos aproximamos a la problemática de las fábricas


recuperadas desde tres ejes centrales.

Por un lado, identificando las causas económicas, políticas y sociales que


indujeron los procesos de recuperación de empresas. En segundo término,
analizamos las dinámicas organizacionales relacionadas con los nuevos
desafíos de la gestión colectiva. Por último, incorporamos algunas referencias
sobre los cambios en los procesos de trabajo -temática que aún no esta incluida
con la rigurosidad que requiere- en la agenda de reformas de estas empresas.

En tal sentido, cada eje -los enfrentamientos sociales, la gestión colectiva o los
procesos de trabajo- es analizado en su especificidad y en la matriz relacional
que se estructura en el juego de condicionamientos, impactos y contradicciones
entre cada una de las dimensiones. A modo de ejemplo, podemos afirmar que
los procesos de lucha están estrechamente relacionados con las formas
autogestivas que cada organización fue construyendo, y que puede percibirse
en las prácticas que se fueron desarrollando al interior de las empresas.

Recuperando las causas

En este apartado presentamos algunas reflexiones sobre la causalidad de la


recuperación de empresas. Dichas hipótesis son resultado de los avances de un
proyecto de investigación sobre empresas recuperadas en el ámbito de la Ciudad
de Buenos Aires, con lo cual muchas de estas hipótesis no deben trasladarse
mecánicamente a otras jurisdicciones, en especial en lo atinente al rol del
gobierno local.

Comenzamos por analizar brevemente el contexto en el cual el proceso se


desarrolla. La reestructuración capitalista del territorio argentino, operada a
partir de la última dictadura militar y consolidada con las reformas
implementadas a partir de 1989, constituye un conjunto de cambios en los
patrones de acumulación de capital y distribución del ingreso. Dichas
transformaciones desplazaron progresivamente a la industria manufacturera
como eje neurálgico y ordenador de las relaciones económicas y sociales de la
economía, cediendo dicho lugar a los servicios y, fundamentalmente, al capital
financiero (Basualdo: 2001; Sec. Desarrollo Económico: 2003). La crisis de
dicho patrón de acumulación registrada desde fines de los 90, y profundizada a
partir de 2001, constituyó un proceso de abandono parcial del mando
capitalista de la producción, expresado en quiebras, cierres y otras
modalidades.

La reestructuración del capital en los ‘90 afectó el consumo y reproducción de


la fuerza de trabajo, incrementando su pauperización y subutilización. Con la
crisis de fines de la década esta tendencia se potencia. En el espacio productivo
se produce una creciente vulneración de las relaciones salariales, bajo las
modalidades de despido e incumplimiento salarial. En paralelo, tendieron a
desaparecer las compensaciones laborales por despidos: en el punto más alto de
la crisis, la indemnización deja de existir de hecho para una porción importante
de los asalariados de las empresas que cierran.

En simultáneo, se expresó una crisis del mando capitalista de la sociedad. Su


expresión más acabada la encontramos en los hechos de masas de diciembre de
2001 que enmarcan la caída del gobierno de Fernando De la Rúa. Con la crisis
del "modelo" económico y la agudización de las contradicciones y rupturas al
interior del bloque dominante, se desarrolla una creciente crisis de dirección.
De esta manera, la direccionalidad hasta ese momento dominante en la sociedad
argentina y, con ella, sus personificaciones, comienza a ser cuestionada por
dentro y por fuera de la clase dominante. Se produce una crisis de legitimidad
que abarca a sus principales personificaciones. La ilegitimidad de la clase
política alcanza una inusitada magnitud que abarca a otras instituciones, como
la justicia, las fuerzas armadas, el empresariado y los sindicatos. Casi todas las
instituciones en que se apoyaba el orden social eran cuestionadas; el sistema en
general estaba en descrédito ante los ojos ciudadanos.

Al calor de la crisis, se desarrolló uno de los más importantes ciclos de protesta


social de las últimas décadas de la historia argentina. Desde fines de los ‘90,
movimientos sociales de diverso tipo y de composiciones heterogéneas,
invadieron las calles y los espacios públicos del país. Las distintas fracciones
sociales, con diferentes tiempos e intensidades, se sintieron convocadas a la
protesta. En este marco, grupos de diversa identidad y localización en la
estructura social pusieron en crisis los disciplinamientos sociales y sus
obediencias anticipadas; en su punto más alto, la protesta desencadenó un
embrionario proceso de autonomización que encontró su forma central en la
acción directa (PICASO: 2002). En el territorio estudiado, la autonomización
se expresa en un heterogéneo proceso de avance sobre la dirección de la
producción por parte de algunos trabajadores. Precisamente, el punto de partida
estructurante de las recuperaciones lo encontramos en la crisis de la
heteronomía capitalista en el ámbito de la producción, resultante del
incumplimiento de las relaciones salariales y su retiro de la producción.

Por otra parte, las recuperaciones se nutren de los cambios y continuidades en


el conflicto obrero de la última década. Se encuentran en continuidad con las
tendencias a la defensa del empleo y pago de salarios atrasados, así como a la
descentralización del conflicto. La gran ruptura consiste en que el sindicato
como forma organizacional ha dejado de ser dominante. El creciente
debilitamiento sindical favoreció la posibilidad de que los trabajadores puedan
elegir el camino de la recuperación aún en los casos en que este proponía otra
estrategia o se oponía abiertamente al proceso.

Para avanzar en un análisis explicativo del fenómeno estudiado, es necesario


considerar no sólo los elementos exógenos de los cuales se nutre el proceso,
sino también las particularidades que presentan el trabajo y capital directamente
involucrados.

El perfil arquetípico de las empresas involucradas corresponde a una fábrica de


una antigüedad aproximada de cuarenta años, que en momentos de mayor
expansión ocupó de cuarenta y cinco a cien trabajadores y que, durante las dos
últimas décadas, fue sufriendo progresivamente procesos de achicamiento que
significaron, desde la perspectiva de la fuerza de trabajo ocupada, la expulsión
de la mayoría de sus asalariados. El carácter predominantemente industrial del
proceso debe ser destacado por dos razones que potencian el fenómeno. Por un
lado, es uno de los sectores de la economía donde la destrucción de capital y la
expulsión de fuerza de trabajo fueron más intensas. Por otra parte, es uno de los
sectores con mayor experiencia organizativa, particularmente sindical, por parte
de los trabajadores. No obstante, si bien el fenómeno tiene su origen en la
industria, posteriormente se expande al sector servicios.

En líneas generales, podemos señalar que los empresarios desplazados en la


mayoría de estos procesos son fracciones relativamente periféricas del capital.
Esto favorece el proceso de recuperación al generar menos resistencia a su
desarrollo.

En relación a los trabajadores involucrados podemos señalar que poseen una


serie de atributos que potencian su participación en la recuperación: ser
asalariados en "blanco" y con antigüedad en la empresa, ser jefes de familia,
insertos en su mayoría en puestos de baja calificación y con niveles
relativamente importantes de experiencia previa en organizaciones sociales y
reclamos colectivos[1]. Con respecto a la experiencia organizativa, debemos
destacar que el proceso instrumentaliza una cultura anclada en la rica historia
de la clase obrera, tanto en función de la lucha por la recuperación como en la
gestión de la producción. Así, la mayoría de los referentes registran
experiencias previas de lucha y organización. Por otra parte, una porción
importante, aunque minoritaria, de los referentes eran jefes en la antigua
empresa. No obstante, este conjunto de atributos no tiene por sí mismo
capacidad de explicar el proceso.

La recuperación como determinación no nace espontáneamente de los


trabajadores de cada empresa, sino de la articulación de estos con "otros". La
pérdida del puesto de trabajo, en un contexto de virtual desaparición de la
indemnización e imposibilidad de conseguir otro empleo, era vivida como una
"realidad injusta" y catastrófica por el colectivo laboral. Pero esta percepción
colectiva requería de la demostración de que era posible constituir una
alternativa ante el destino que se presentaba como ineluctable. Esta será la tarea
central de los diversos destacamentos de organizadores[2]. Este rol lo cumplen
los movimientos de empresas recuperadas y, en ocasiones, sindicatos o partidos
de izquierda[3]. En nuestra hipótesis, el rol de los cuadros organizadores y
promotores es central, ya que de ellos proviene buena parte de los recursos
intelectuales, morales, y en ocasiones materiales, que viabilizan la
recuperación.

Pero el proceso tampoco es causalmente deliberado o volitivo. El activismo no


explica las condiciones de su desarrollo, aunque sin éste no hubiera existido. Su
existencia permite que, en condiciones de crisis de un orden social, el proceso
se desarrolle; al mismo tiempo, su precariedad y limitaciones explican que las
recuperaciones no se expandan aún más en el marco existente. En suma, el
proceso no tuvo un carácter espontáneo, ni se redujo a una inducción
centralizada; emergió de forma semi-espontánea.
Los distintos cuadros organizadores sugirieron y aportaron a los trabajadores
diferentes alternativas al problema sobre qué hacer ante la situación que da
origen al conflicto. Algunas resultaron más eficaces que otras como modo de
defensa de la fuente de trabajo y fueron convirtiéndose en dominantes. La lucha
por obtener una cobertura legal es un eje central para el éxito del proceso, su no
obtención implica riesgo de desalojo y dificulta el funcionamiento productivo.
Aquellas organizaciones que encontraron salidas provisorias con relación a la
tenencia legal se difundieron con mayor intensidad, así el Movimiento de
Empresas Recuperadas y el Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas se
convirtieron en los nucleamientos centrales. Las estrategias -y su viabilidad-
fueron el resultado de la experiencia e innovación del proceso de recuperación
desde sus primeros años, y su progresiva acumulación y reelaboración por parte
de sus promotores. No estaban predeterminadas en su totalidad desde un
principio, forman parte de un ensayo y error, de una acumulación de saber, pero
también de poder político y social que les otorgue viabilidad. La estrategia
general, por lo menos en lo atinente a la Ciudad y provincia de Buenos Aires,
se podría resumir de la siguiente manera: asumir el control de la empresa,
ocupándola si es necesario, formar la cooperativa de trabajo intentando
negociar un arreglo provisorio con el dueño o juez para luego buscar su
expropiación temporal por el estado[4]. En este sentido, cuando la quiebra no
es el punto de partida se la busca para poder solicitar la continuidad
judicial [5] o un arreglo judicial informal y luego la expropiación. Cuanto antes
sea posible, se inicia la producción. La elección de la cooperativa de trabajo
como forma de organización no presupone una concepción cooperativista, su
elección se debe a que esta era la forma jurídica preexistente que mejor se
adaptaba a los fines perseguidos. No obstante, mas allá de ciertas estrategias
generales, cada caso tiene su particularidad.

El proceso ha sido un importante convocante de distintas fracciones sociales.


En él se condensan un conjunto de relaciones que trascienden a los trabajadores
y cuadros organizadores, involucrando diferentes sujetos con distintas
funciones. En este contexto de crisis, fracciones de diversas orientaciones de la
clase política y del ámbito estatal local van a mostrarse tolerantes ante las
recuperaciones y propensas a su apoyo. Además, la protesta social y el proceso
de autonomización van a proveer a los trabajadores de otros aliados, como las
asambleas vecinales, grupos universitarios y piqueteros, entre otros.

La recuperación de empresas se conforma como fuerza social. Se constituye


una fuerza material que tiene un origen y un efecto social, y que como tal
produce el desplazamiento de un conjunto de relaciones sociales por otras,
posibilitando el avance y afianzamiento sobre los espacios semi-abandonados
por la dirección capitalista de la producción, comenzando su reemplazo parcial.
La defensa del trabajo nutre su fuerza moral, su capacidad de convertirse en
argamasa de relaciones sociales en una confrontación. Su desarrollo es producto
de la articulación de una embrionaria alianza que trasciende a las identidades
presentes en las empresas.

Su punto constituyente lo encontramos en el modo que asume la crisis en los


espacios productivos. Según la forma que ésta adquiere originariamente en cada
unidad productiva, la intensidad, secuencia y composición social del proceso
van a diferir. Aquellas recuperaciones que nacen de procesos de quiebras y
cierres tienden a dar origen a situaciones de baja conflictividad. Las empresas
con esta característica tienden a encontrar como punto de origen una situación
en la cual la figura del patrón de la empresa se encuentra "desdibujada". La
posesión pasó al terreno judicial, o el capitalista directamente abandonó la
empresa. De este modo, los trabajadores encuentran menor resistencia a sus
reclamos que si tuvieran que enfrentarse con el dueño directo. La contradicción
es menor, la disputa por la empresa adquiere una forma más atenuada. Así, la
intensidad del conflicto depende del interés que se afecte; cuando se lucha
contra el patrón, la resolución es más difícil y la lucha más acentuada. Es más,
el conflicto tiende a resolverse cuando se llega al momento de la quiebra, la
cual ha sido un gran facilitador para formas de tenencia consensuadas en
general.

Por otra parte, la presencia en la recuperación de trabajadores articulados a las


funciones de dirección del capital, gerentes y capataces, va a ser más frecuente
en empresas con situaciones de desaparición del capitalista privado, dado que,
por esta misma razón, el avance sobre la dirección no entra necesariamente en
contradicción con la patronal. Por el contrario, cuando el conflicto es más
fuerte, el obrero colectivo tiende a ser abandonado por las distintas
personificaciones del capital y otros trabajadores, pero al mismo tiempo tiende
más a convocar y recibir el apoyo de movimientos y actores sociales hasta
entonces no vinculados a la unidad productiva.

En suma, la crisis del mando capitalista de la producción en el marco ya


reseñado, constituye el punto estructurante para su conformación. La
desarticulación de distintas estructuras sociales va a posibilitar la construcción
de nuevas relaciones entre distintas identidades. Como en toda fuerza social su
articulación se produce a partir de la realización de intereses objetivos para cada
fracción involucrada y su vinculación con orientaciones ideológicas. La
recuperación es la forma social que permite esta articulación.

Para las fracciones asalariadas estables que sostienen el proceso, representa la


defensa de la ocupación, aún a costa de metamorfosear el carácter de ésta: para
seguir siendo ocupados, dejan de ser asalariados. Se busca preservar una
identidad que ha entrado en un proceso de descomposición. No se trata sólo de
la obtención de condiciones de vida, sino también de una forma de su
realización: el "trabajo digno". En los testimonios de los trabajadores
registramos la valoración del "trabajo digno" frente a otras alternativas como
cartonear, convertirse en piqueteros, vivir del Estado o del "afano". Este punto
de articulación no representa lo mismo para todas las identidades socio-
productivas, pero la brutal intensidad del desempleo en el mercado de trabajo
hizo que aún para aquellos provenientes de los estratos superiores de los
asalariados, la recuperación se convierta en una alternativa válida de reproducir
su identidad social, o parte de ella. Para algunos cuadros dirigentes la
recuperación va a terminar aumentando su poder social, constituyendo una
reproducción ampliada de su identidad originaria o la constitución de una
nueva. Para estos últimos, constituirá un plus de poder social.

Para los distintos cuadros obreros y de la pequeña burguesía que ofician de


organizadores, la participación en la lucha expresa también la búsqueda de
expandir su acumulación de poder social. Estos sujetos forman parte de esos
cuadros que la sociedad constituye, pero que no les otorga el poder social
correspondiente. Los "movimientos" en las calles fue el modo a travez del cual
muchos de estos cuadros encontraron la posibilidad de materialización de sus
intereses en un período de crisis del poder político. Claro que esta búsqueda de
poder se hace, aunque con diferentes gradientes, de acuerdo a valores morales
y políticos que impregnan sus culturas. Para los dirigentes representa
objetivamente un incremento de su poder político, en ocasiones objetivado en
el acceso a cargos políticos o en su capacidad de incidir en el Estado.

La lucha de los recuperadores por "trabajo digno", uno de los valores más
preciados en ese momento en la sociedad argentina, los convertía en acreedores
de diversos apoyos. Al enfrentar uno de los efectos centrales del proceso
expropiatorio que asumía la crisis capitalista, van a encontrarse con la
solidaridad de distintos movimientos que resistían el mismo fenómeno en otras
dimensiones y localizaciones sociales. Las fábricas y empresas recuperadas
eran vividas por muchos como la necesidad de "recuperar un país" que ya no
existía.

Las asambleas y capas medias, que peleaban en las calles por un


reordenamiento político y contra su pauperización, encontraron en las empresas
recuperadas un aliado, que en el contexto post 19 y 20 de diciembre de 2001
era asimilado a su propia lucha. Para la pequeña burguesía que no encontraba
en la sociedad que le tocaba vivir el lugar para el cual había sido socialmente
construida, el proceso de recuperación emergía como un desafío que merecía
ser apoyado. Por otra parte, se enlazaba con parte de su cultura democrática.
"Los trabajadores conduciendo la producción" poseen una particular fuerza
ideológica en las capas medias ilustradas de la ciudad.

Los piqueteros en su lucha encontraron en estos trabajadores un grupo que les


permitía ampliar su campo de alianzas, al mismo tiempo que los emparentaba
con sus orígenes obreros y con su lucha originaria: el trabajo. Por último, para
algunos asalariados activos, el proceso va a servir como forma de presión
indirecta para obstaculizar la precarización de sus trabajos. De a poco, sobre
todo en los territorios con mayor propensión a la recuperación, ésta se
transformó en una amenaza para los patrones. Así, en ocasiones, "formar una
cooperativa" sirve como amenaza para destrabar conflictos laborales.

En relación a la clase política y a funcionarios del gobierno local, las razones


son diversas: en la mayoría simplemente porque no tenían costo político y
representaban la posibilidad de una estrategia de acumulación política en un
contexto de crisis de legitimidad. Para los menos, sus historias políticas los
conducían, por razones morales y políticas, a considerar con simpatía al
movimiento reconciliándose, al menos momentáneamente, con su pasado
combativo[6].

De este modo, se conforma una incipiente y original fuerza social que logra la
obtención de cobertura legal provisoria. Así, la mayoría de las empresas,
conformadas como cooperativas de trabajo, obtienen una tenencia colectiva
privada de la unidad productiva, ya sea bajo un arreglo judicial o bajo la forma
de salida política con las denominadas expropiaciones. En algunos casos, la
compra de los activos en la quiebra o la novedosa "Expropiación Definitiva" en
la Ciudad de Buenos Aires habilitan el acceso a la propiedad privada colectiva
de los medios de producción.

Por otra parte, esta fuerza social constituye las condiciones para el inicio de la
producción, las cuales van a ser potenciadas por el contexto en el cual toman
lugar: el fin de la convertibilidad y la posterior recuperación de la producción
industrial tienden a convertir en rentable la producción. Además, la
recuperación potencia su viabilidad al disminuir o desaparecer una serie de
costos (financiero, empresarial, impositivo, laboral indirecto, etc.) y al tener
como fin ya no la maximización de la ganancia, sino la obtención de
condiciones de vida para sus asociados.

La gestión colectiva

Si bien es importante señalar que el punto de partida de las empresas


recuperadas lo constituyen situaciones de crisis terminales que amenazaban
seriamente la continuidad de las mismas (convocatorias, quiebras, deudas
millonarias, abandono de los dueños, quiebre del contrato laboral, deudas
salariales prolongadas, etcétera) y que impulsan a los trabajadores a reaccionar
para mantener sus fuentes de trabajo, también es cierto que la dinámica social
colectiva produce en estos procesos un salto cualitativo no previsto, que
representa un quiebre en la historia de la fábrica, impensado -y muchas veces
ni siquiera deseado -que empuja en forma intempestiva e inmediata a los
asalariados a conducir los destinos de las empresas.
Casi sin aprendizajes formales ni asesoramientos previos, la lucha se constituyó
en el medio que les permitió a los trabajadores evitar el destino seguro de
desafiliación social (Castel: 1994), asumiendo un nuevo rol colectivo para
dirigir la empresa. En el transcurso de la acción surgen sin cesar consecuencias
no deseadas por los actores que, de manera retroactiva, pueden convertirse en
las condiciones no reconocidas de ulteriores acciones. Se produce así una
verdadera dialéctica de lo intencionado y lo no intencionado, donde lo
intencionado está atrapado en complejas secuencias de actos que se le escapan
y que llevan la acción más lejos de lo que los actores pretendían (Giddens:
1998).

La recuperación de empresas, en este sentido, representa un momento


refundacional, en el cual los trabajadores se hacen cargo de las fábricas en
situaciones muy desfavorables y traumáticas. Así es como se reabre un nuevo
ciclo organizacional, cuya primera fase resulta un camino complejo y con un
margen de maniobra muy estrecho. Frente a una situación de alta incertidumbre
jurídico-legal, sin acceso a capital de trabajo o a subsidios estatales, con clientes
y proveedores que acarrean deudas de los anteriores dueños y desconfían en
general del nuevo proyecto, la recomposición de la capacidad productiva será
un proceso lento y dificultoso en la mayoría de las fábricas, pero a la vez
prioritario para la consolidación económica de la empresa.

La reconstrucción del espacio organizacional desde una perspectiva de gestión


colectiva tiene el efecto de desestructurar las relaciones capital-trabajo que son
relaciones jerarquizadas en extremo, relaciones de obediencia y sumisión, y
que, en las pequeñas y medianas empresas, fueron acompañadas generalmente
por prácticas paternalistas y de bajo nivel en la profesionalidad de la gestión.
Esta desestructuración favorece la emergencia de procesos de democratización
de la toma de decisiones en el interior de la empresa. De hecho, en todas es
común la adopción de prácticas asamblearias para la toma de decisiones.

Son múltiples los elementos que intervienen para facilitar el desarrollo de las
instancias asamblearias como mecanismo fundamental para circular y
transparentar la información, y como ámbito privilegiado para el proceso de
toma de decisiones colectiva.

En primer lugar, por el hecho de que el fenómeno de empresas recuperadas


abarca en su gran mayoría a unidades productivas pequeñas y medianas, que
vienen de soportar largos procesos de reducción en sus dotaciones (sólo
permaneció la cuarta parte del personal ocupado) y se verían facilitadas por las
interacciones directas -relaciones cara a cara- entre todos los miembros de la
empresa.

En segundo lugar, las empresas que conforman el universo de empresas


recuperadas no presentan elevados niveles de estratificación interna (división
jerárquica), por lo que la proximidad de las distintas áreas facilitarían los
procesos de horizontalidad. Se debe agregar que en gran cantidad de casos sólo
quedaron los trabajadores de planta después de la recuperación de la empresa,
ya que los niveles jerárquicos y administrativos no acompañaron estos
procesos.

Finalmente, y seguramente lo más relevante, un alto porcentaje de las empresas


atravesó situaciones de elevada conflictividad, articulando nuevas relaciones de
cercanía y cooperación entre los trabajadores en los momentos de la lucha, e
introdujo nuevas prácticas de discusión y decisión colectiva que luego
encontraron su continuidad en la gestión, fundamentalmente en la participación
en las asambleas.

Por lo tanto, no debe entenderse y/o analizarse de manera escindida la


intensidad de la lucha desplegada por los trabajadores en cada fábrica y la
reorganización de las empresas a partir de las nuevas prácticas utilizadas para
la gestión. El grado que el conflicto adquirió, impregnó e instituyó nuevas
"formas del hacer" en la reapertura de las fábricas. Ese momento refundacional
tendrá efectos importantes en los lazos construidos entre los trabajadores, en las
prácticas colectivas que experimentaron y en los aprendizajes que incorporaron
a partir de la lucha, constituyendo una continuidad transponible entre la praxis
de la lucha y los rasgos de un nuevo modelo. En este sentido, es factible
establecer una fuerte relación entre la intensidad que adquirió el conflicto en las
empresas y las iniciativas de gestión adoptadas por los trabajadores en los
primeros momentos con la puesta en marcha de la recuperación de la empresa.

¿Problemas en el futuro?

Nos detendremos en dos problemáticas en torno a la gestión colectiva. Por un


lado, aquellas cuestiones que tienen relación con la fábrica y su "integración
relativa" en el sistema, es decir las posibilidades reales de desplegar una política
autogestiva, contraria a las prerrogativas del capitalismo. En tal sentido, Rosa
Luxemburgo, en su polémica con Bernstein, caracterizaba críticamente a las
cooperativas de producción al señalar:

Las cooperativas, especialmente las cooperativas de producción, constituyen un


híbrido en el seno de la economía capitalista, son pequeñas unidades de
producción socializada dentro de la distribución capitalista. Pero en la
economía capitalista la distribución domina la producción y, debido a la
competencia, la completa dominación del proceso de producción por los
intereses del capital --es decir, la explotación más despiadada-- se convierte en
una condición imprescindible para la supervivencia de una empresa.

Esto se manifiesta en la necesidad de, en razón de las exigencias del mercado,


intensificar todo lo posible los ritmos de trabajo, alargar o acortar la jornada
laboral, necesitar más mano de obra o ponerla en la calle..., en una palabra,
practicar todos los métodos ya conocidos que hacen competitiva a una empresa
capitalista. Y al desempeñar el papel de empresario, los trabajadores de la
cooperativa se ven en la contradicción de tener que regirse con toda la severidad
propia de una empresa incluso contra sí mismos, contradicción que acaba
hundiendo la cooperativa de producción, que o bien se convierte en una empresa
capitalista normal o bien, si los intereses de los obreros predominan, se disuelve.
( Luxemburgo: 1975)

Tales críticas al cooperativismo se corresponden con las perspectivas del


marxismo consejista al rechazar toda posibilidad de institucionalización y de
convertirse, aunque sólo sea por un período transitorio, en una parte integrante
del sistema, porque su integración implica necesariamente su degeneración
(Mandel: 1970). Allí aparece un punto irreconciliable entre ambas posiciones
(cooperativismo / consejismo), relacionada con la integración o no al sistema y
con el carácter revolucionario que adquiere la organización (el consejismo)
como formas transitorias hacia un nuevo tipo de sociedad socialista.

En torno a lo que indica Rosa Luxemburgo, las empresas recuperadas son


productoras de mercancías y necesariamente intercambian sus productos en el
mercado, lo que tendrá como consecuencia el que estén sujetas a las
irracionalidades y oscilaciones que en este se producen (la devaluación es un
buen ejemplo de tales oscilaciones). Así, participan de la competencia cuyas
reglas están definidas por las empresas privadas dominantes y su
funcionamiento se halla determinado por las leyes de valorización del capital.
(Candido Giradles Vieitez y Neusa Maria Dal Rr: 2001)

¿Es posible, a pesar de las restricciones del sistema, construir un modelo con
un grado mínimo de integración y una búsqueda permanente de mayor
autonomía, o el grado de integración está determinado por el sistema más allá
de la voluntad política de los actores? ¿Es factible construir un movimiento que
supere los límites de cada fábrica y avance en la coordinación y planificación
de sus producciones, alentando un modelo alternativo de producción?

Consideramos que, lejos de haber quedado saldado el debate entre


cooperativismo, autogestión y control obrero / consejismo, este debe ser
reactualizado y, tal vez, adecuado a las nuevas condiciones económicas y
políticas. Quisiéramos destacar dos ejes en tensión en estos debates: 1) La
relación entre estrategia y estructura, es decir cuál es el proyecto político, cuáles
los modelos de construcción y qué estructuras organizativas son las adecuadas
para cada proyecto. 2) El grado de integración-autonomía al sistema, tal como
nos interrogamos anteriormente.

En otro orden, uno de los aportes más significativos del movimiento de


recuperación de empresas ha sido el de instalar en el seno del movimiento
obrero -entre los trabajadores asalariados y los trabajadores desocupados- un
camino que resultó efectivo de resistencia y gestión colectiva solidaria. La
recuperación de empresas es un instrumento conocido y probado que ya forma
parte de la caja de herramientas de los trabajadores.

Un riesgo que percibimos es el de naturalizar una secuencia en el ciclo de la


empresa que establece un primer período en el marco de la lucha por la
recuperación y un segundo momento de restablecimiento económico y
productivo. El peligro es despojar y distanciar ambas secuencias, como si la
gestión colectiva no se correspondiera con la historia de lucha. En el contexto
actual en que se morigeró, en alguna medida, la dinámica política y
paralelamente aumentó en las fábricas la demanda productiva, aparece el riesgo
(tentación) del deterioro de los procesos de igualación y democratización a
expensas de los imperativos de eficiencia para poder competir en el mercado.

Entre la mayor o menor integración al sistema y el ciclo organizacional


determinado por los imperativos de la gestión, está en juego la dinámica de las
relaciones de poder interno y la disolución o no de las prácticas autogestivas.
Rosanvallon cita un estudio de Albert Meister sobre grupos voluntarios, como
las cooperativas obreras y las comunidades de trabajo. Estos grupos están
constituidos por voluntarios y son de pequeñas dimensiones (hasta 200
miembros). En su historia se distinguen varias fases:

1) La conquista. El grupo acaba de crearse, el entusiasmo domina, la actividad


está definiéndose. Esta fase se caracteriza por la existencia de conflictos entre
una democracia directa celosa de sus prerrogativas (la asamblea general se
reúne con frecuencia y es soberana) y una actividad económica embrionaria.

2) La consolidación económica. Los imperativos de gestión y la preocupación


por la eficacia adquieren una prioridad sobre los ideales del comienzo. La
democracia directa se transforma en democracia delegada. Un núcleo de
dirigentes y de especialistas se constituye y se hace indispensable para la
colectividad. Sin embargo, la democracia directa, expresada por la asamblea
general, sigue siendo activa en todo lo que se refiere a las actividades
extraeconómicas.

3) La coexistencia. La democracia delegada se extiende a todas las actividades.


Las instituciones, que se habían definido como reacción a la sociedad
circundante, se anemian: la gestión, de la que se había querido hacer la tarea de
todos, se convierte en la actividad de unos pocos; los principios igualitarios en
la remuneración empiezan a ponerse en tela de juicio progresivamente. 4) El
poder de los administradores. El poder efectivo y la definición de los objetivos
están en mano de los técnicos y del pequeño grupo dirigente que se ha
desprendido del grupo.
Esta mirada sombría y pesimista se acerca a la idea de Michels de la ley de
hierro de las oligarquías, en donde la organización conduce inevitablemente a
la constitución de un grupo dirigente separado y dominante sobre el resto. La
burocracia reaparece como la "mejor" tecnología de poder, acompañado por
ideologías tecnocráticas que le sirven de sustento. Rosanvallon alerta sobre lo
que denomina la entropía democrática, que define como la degradación de la
"energía democrática" en una estructura, proceso que osifica y formaliza una
democracia viva.

¿En las organizaciones -por más democráticas que estas pretendan ser-
emergerá necesariamente un estamento burocrático-tecnocratico dominante? Si
bien creemos que esto no es necesariamente un futuro predeterminado, sí es un
riesgo siempre latente que para confrontarlo habrá que determinar cuáles son
los recursos estratégicos para que los trabajadores se reapropien colectivamente
de los mismos y se fomente un ejercicio permanente de redistribución
democrática.

En otros términos, la cartografía del poder organizacional estará determinada


por la dinámica que las acciones colectivas logren instituir. Consideramos que
la reapropiación colectiva de las capacidades y recursos para conducir los
destinos de la empresa es un elemento central de tal dinámica: capacidades
vinculadas al saber hacer de la gestión, a los conocimientos políticos,
institucionales, productivos, técnicos, contables, comerciales, y otros,
requeridos para gobernarla. El desarrollo de tales recursos debe ser un
movimiento en permanente ampliación y -lo que es fundamental- la
reapropiación debe ser de carácter colectivo, evitando la emergencia de
"manchones" burocráticos que se apoderen de tales capacidades.

¿Alteraciones en el Proceso de Trabajo?

Encontramos puntos de contacto en los trabajos realizados en Argentina con los


estudios de investigadores en Brasil (Candido Giradles Vieitez y Neusa Maria
Dal Rri: 2001) relacionados con la ausencia de modificaciones en las empresas
en el proceso de trabajo, en las que se percibe un marco de continuidad con las
modalidades heredadas con anterioridad a la recuperación.

Esta ausencia de modificaciones en los procesos de trabajo refiere a la


conservación de los modos de relación de los trabajadores con las máquinas y
equipamientos tecnológicos y los materiales objetos de transformación. Es
cierto también que las tecnologías condicionan en gran medida las posibilidades
de reorganización del proceso de trabajo y los trabajadores se encuentran en
una situación limitada para incorporar modificaciones importantes.

En la organización del proceso de trabajo se perciben grandes similitudes con


el resto de las empresas en relación a las funciones fijas, la fragmentación de
las tareas, las repeticiones de la misma operación parcelaria, etcétera.
Seguramente tienen mayor discrecionalidad para manejar el ritmo y la
intensidad de las tareas ante la ausencia de la presión del capital y con la
eliminación de los dispositivos de vigilancia anteriores.

Ciertamente, los primeros pasos de la recuperación imponen tareas urgentes de


recomposición económica, financiera, comercial y productiva, como la
necesidad de acumular un capital de trabajo, recomponer las relaciones de
confianza con los proveedores y clientes, instrumentar las condiciones
contables básicas (facturación, balances, etcétera), mantener y calibrar las
máquinas e instrumentos de producción, incorporar o desarrollar internamente
personal que desempeñe tareas comerciales y una multiplicidad importante de
otras tareas urgentes.

Sin embargo, en muchas de las empresas que ya han transitado sus primeros
años, que recompusieron gran parte de estas condiciones, lograron reinsertarse
comercialmente y aumentaron su producción, encontramos que no aparecen en
su agenda de corto o mediano plazo políticas que modifiquen sensiblemente la
organización del proceso de trabajo.

La centralidad que le damos al tema está relacionada, entre otras cuestiones,


con que la rigidez de la organización del proceso de trabajo puede constituirse
en una de las trabas más importantes del desarrollo de la gestión colectiva y las
prácticas democráticas autogestionarias. Los cambios (o no) en la organización
del proceso de trabajo aluden directamente a las modificaciones en las
estrategias de control, en el desarrollo de las calificaciones, en la
reestructuración del trabajo manual e intelectual y en los procesos de
discrecionalidad y autonomía de los trabajadores.

El alejamiento de las fábricas no sólo de los empresarios (dueños anteriores)


sino de gran parte de los profesionales, ingenieros y niveles intermedios (según
nuestros registros sólo en el 20 % de las empresas permaneció personal de nivel
jerárquico y en el 45 % personal administrativo) puede ser leído desde dos
perspectivas contrapuestas: por un lado, representa un efecto negativo en
relación a la pérdida de ingenieros, técnicos y empleados con conocimientos en
la gestión y lo comercial, que ocupaban un lugar estratégico y de difícil
reemplazo en el proceso productivo de la empresa. Por el otro, también se
elimina un conjunto de empleados que estaba al servicio de los dispositivos de
control instituidos (capataces, gerentes de personal, etcétera). Es decir que
desaparecen los actores centrales del diseño, la implementación y el
mantenimiento de los mecanismos de control (descalificación, controles
directos y reactivos, etcétera), pero no se elimina necesariamente la arquitectura
social edificada que logra conservar lógicas anteriores ya sin los actores que la
sostenían. En gran medida, son los soportes estructurales de la empresa
expresados en las tecnologías, la división del trabajo y los imperativos de
gestión eficiente los que mantienen tal estructuración.[7]

Pasado y futuro

En el campo de la crisis capitalista se ha generado una respuesta no capitalista,


al menos en lo inmediato, personificada por los trabajadores. Desobedeciendo
al desempleo conforman embrionariamente una fuerza social que permite el
avance sobre la producción. Sin embargo, esta fuerza no logra articularse y
reproducirse con la misma capacidad en el tiempo. Enfrenta el riesgo de la
disgregación una vez que cada empresa resuelve sus necesidades más urgentes.
Si bien logra construir precondiciones para la producción, ésta prácticamente
asume un carácter particular limitado a cada empresa, y no el de una fuerza
social articulada productivamente. Así las empresas aisladas, esta vez de la
mano de los trabajadores, vuelven a la competencia en el mercado, el cual una
vez ya las puso en jaque. Cada cual empieza a seguir su camino. Pero ¿qué
condiciones hay para que sobrevivan? ¿En qué medida lo lograrán sin sacrificar
lo mejor de sus innovaciones? En esta última perspectiva, la autoexplotación,
la burocratización, la explotación de otros trabajadores o el sometimiento a un
capitalista en el ámbito de la circulación son algunos de los riesgos latentes y,
en ocasiones, manifiestos con los cuales se encuentra el proceso.

No sólo se enfrenta el riesgo de la normalización capitalista, también el desafío


de su reproducción. El contexto que dio origen al proceso ha cambiado. En la
actualidad, el cierre, al menos provisorio, del marco de depresión económica y
crisis política, nos plantea interrogantes acerca de su desarrollo futuro. Esta
nueva etapa es también la de la recuperación de la rentabilidad capitalista de la
producción; lo que antes se abandonaba ahora empieza a ser deseado ¿Hemos
alcanzado, entonces, la saturación del proceso? Nuevas recuperaciones, aunque
sin el mismo ritmo, avanzan en diferentes unidades productivas. No obstante,
enfrentan obstáculos, como la mayor facilidad para obtener otro trabajo por
parte de los asalariados, en especial los más calificados, la pérdida de peso o
"cambios" en antiguos aliados ante el nuevo contexto, así como la aparición de
nuevos capitalistas dispuestos a "recuperar la empresa". En este último sentido,
se incrementa el riesgo de que distintos capitalistas intenten "recuperar"
empresas recuperadas.

Los trabajadores, casi sin pretenderlo, y a veces contradictoriamente, en su


determinación de desobedecer el desempleo se han encontrado con el desafío
de demostrar que es posible producir "sin patrones". Primero lucharon para
obtener la tenencia de la empresa, luego, o en ocasiones al mismo tiempo, les
tocó producir. En este camino enfrentaron y enfrentan el reto de convertir la
embrionaria autonomía obtenida, la ampliación de sus grados de libertad, en
relaciones de cooperación capaces de articularlos, conformando una nueva
dirección más democrática pero que al mismo tiempo sea productiva en
términos económicos. Los amenazan, por una parte, el riesgo de la disgregación
si no logran constituir relaciones de cooperación, por la otra, la posibilidad de
que la débil autonomía constituida sea expropiada, dando lugar a nuevas
sumisiones si se recurre a las viejas formas de regulación y disciplina.

La recuperación de empresas representa un esbozo de crítica práctica al orden


socio-productivo capitalista que no deja de convocarnos a la reflexión. El
enfrentamiento al carácter capitalista de las relaciones sociales constituye un
proceso de muy larga duración, cuya posibilidad de trascendencia depende de
vulnerar su núcleo estructurante en el campo de la producción. El conocimiento
favorece que cada crítica práctica pueda convertirse una acumulación en el
campo de la teoría con el objeto de superar la inhumanidad de este orden social.
Allí radica la posibilidad de que cada nuevo intento de crítica socio-productiva
no dependa del "ensayo y error" como método de guía para la acción y que en
tal sentido, las luchas pasadas nutran a las nuevas experiencias.

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Artículo enviado por los autores para su publicación en Herramienta

[1] Estos trabajadores estables, que sufren un proceso de precarización o


inestablizacón y poseen una composición etaria envejecida, perciben que fuera
de la empresa no conseguirán acceder a un trabajo y, mucho menos, a un puesto
estable. El afuera se les aparece como un "vacío" donde no hay lugar para ellos.
Su papel como jefes de familia hacía que su desempleo alterara
estructuralmente al hogar en su conjunto. Preservar su empleo significaba no
sólo defender su identidad sino la de toda la familia; en otras palabras,
representaba poder "llevar el pan dignamente a casa". La antigüedad, él haber
compartido durante años el lugar de trabajo en establecimientos de baja
estratificación interna, les proveerá de redes sociales que van a ser activadas en
la recuperación. Por otra parte, las experiencias previas de lucha y reclamo les
otorgaran recursos organizativos.

[2] En el 90 % de las recuperaciones la "idea" es propuesta actores externos. En


la mayoría de los casos, proviene de las organizaciones de empresas
recuperadas. (Rebón: 2004)

[3] Para una descripción de las identidades de los distintos nucleamientos véase
Rebon (2004) y Fajn (2003)

[4] La ciudad y provincia de Buenos Aires fueron los lugares donde más se
desarrollaron las expropiaciones. En su mayoría el Estado declara de utilidad
pública el inmueble de la empresa por dos años, expropiándose en forma
definitiva la marca, patentes y la maquinaria hasta un monto determinado y
luego se otorgan en comodato o alquiler a la cooperativa de trabajo.
Recientemente en la Ciudad de Buenos Aires las empresas beneficiadas con la
expropiación temporal fueron abarcadas por la ley de expropiación definitiva,
la cual facilita la transferencia de la propiedad inmueble al otorgarle a la
cooperativa condiciones crediticias favorables.

[5] La continuidad laboral es un mecanismo previsto en la ley de quiebras, en


el cual se le otorga transitoriamente el usufructo económico de la empresa a una
cooperativa de trabajadores hasta tanto se sustancie el remate.

[6] La Ciudad de Buenos Aires fue el lugar donde el proceso encontró mayor
apoyo y/o tolerancia por parte del poder ejecutivo y legislativo. En la provincia
de Buenos Aires, Río Negro y Entre Ríos, entre otros distritos, varias
recuperaciones encontraron apoyos de los gobiernos provinciales. En La Rioja,
Neuquen y Santa Fe es donde el proceso encontró más oposición
gubernamental. No obstante, en todos los distritos el apoyo y oposición varió
según segmentos del poder local. En muchos casos, los municipios apoyaron
las recuperaciones como formas de reactivar la zona. Con respecto al gobierno
nacional la relación fue más ambigua. El gobierno de Kirchner, más allá de
algunos gestos y hechos positivos, por desidia o falta de convicción, no ha
conformado a la recuperación como una política de Estado.

[7] Hay algunos casos en que se intenta avanzar también en esta dirección y
modificar la estructura productiva y la organización del proceso de trabajo, este
es el caso de Cerámica Zanón (FASINPAT), en la provincia de Neuquen,
tomada por los trabajadores en octubre de 2001.

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