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- Un ratito más, porfi, mami. Cinco minutitos, anda, mami, decía Pecas.
Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero...
¡Despegue!. Los motores del cohete comenzaron a rugir a lo bestia y empezó
a elevarse, primero despacito, pero enseguida salió disparado hacia el
espacio.
- Oye, Sócrates, ¿seguro que has calculado bien las coordenadas para
ir a la Luna?, preguntó Gruñón.
- Por supuesto que sí, dijo Sócrates con cara de besugo. Lo tengo
todo calculado. Vamos a ver...la posición de la Luna, la del Sol, la fuerza del
viento...dos más dos son cinco, seis y cinco igual a veinticinco, me llevo una,
tres multiplicado por tres igual a siete... ¡Perfecto!, en pocos segundos
veremos la Luna por la ventanilla de la derecha.
- Oh, oh, eso es Marte, dijo Pincho. Nos hemos desviado miles de
kilómetros.
- ¡Animal de bellota!
- ¡Trapecio!
- ¡Petardo!
Entonces, apareció un marciano rarísimo que iba paseando por allí tan
campante, silbando con las manos en los bolsillos. ¿Bolsillos? ¡Si no llevaba
pantalones!. Era increíble. Metía las manos en unos agujeros que tenía en su
propio cuerpo.
Era bastante bajito y tenía ojos, boca, orejas y todo igual que un ser
humano, solo que no tenía nada en su sitio. Tenía un ojo en el lugar de la
boca, la nariz en el cogote, una oreja en un brazo... Y además tenía cuatro o
cinco orejas, seis o siete ojos, tres bocas, dos narices, repartidas por todo
el cuerpo.
- Vaya, vaya, dijo, qué bien peleáis. ¿Por qué no venís conmigo a la
ciudad y os presento a mis amigos?. Yo soy el marciano Mac, y me encantaría
que conocierais a mis amigos y el lugar donde vivo.
Era una ciudad muy grande, llena de calles muy anchas que parecían
interminables y en las que había millones de coches circulando a toda
velocidad.
Los coches también eran muy raros. Algunos tenían cuatro ruedas,
pero otros tenían sólo tres, o dos, o una; e incluso había coches sin ruedas.
Además unos iban por la carretera, pero otros iban por el aire. Y además
conducían todos como locos. Iban a toda pastilla y cada dos por tres se
chocaban unos con otros. Los coches quedaban destrozados y los marcianos
conductores se quedaban atontados. Pero enseguida se les pasaba, y dando
un par de palmaditas al aire, los coches se volvían a reconstruir solos y
quedaban como nuevos. Y otra vez salían a toda mecha como si no hubiera
pasado nada.
- ¿Eh? ¿Qué pasa?, preguntó una de las Petunias, ¿por qué me miráis
así?.
Ahora era Pecas el que estaba flipando. Pero, enseguida, el otro Pecas
acercó a Barrilete y ¡TACHÁN! ¡Ahora había dos Barriletes!. Era lo más
increíble que habían visto nunca. Entonces Mac les dijo:
- Sólo hay una manera: aceptando “el Reto”, pero nadie le ha vencido
jamás. Todos los que se han atrevido a jugar contra él “el Reto” han perdido
y entonces el Gran Moco les ha echado encima su moco. Ya nadie se atreve a
intentarlo desde hace mucho tiempo.
Así que fueron todos a la casa del Gran Moco. Era una casa gigantesca
y asquerosa, hecha de un moco verde viscoso; olía tan mal que daban ganas
de vomitar. Cuando entraron en la casa vieron al terrible marciano. Era
enorme, también hecho de moco verde, pero además no dejaba de eructar,
tirarse pedos, limpiarse los mocos con las manos...
Entonces el Gran Moco explicó: tienes que ganarme una partida con
esto: abrió sus asquerosas manos y dejó unos chaps en el suelo. Cuando los
vio, Pincho sonrío y se acordó de cuántas veces había jugado a los chaps en
el colegio. Sus amigos también se alegraron mucho y pensaron que Pincho
había tenido mucha suerte, aunque sabían que había sido muy valiente
porque cuando aceptó el reto no sabía que se trataba de una partida de
chaps.
El Gran Moco explicó que sólo había tres chaps: uno azul, con el que
jugaría Pincho. Uno verde-moco, con el que jugaba el marciano y otro negro,
- Pues no sé, contestó Morfi, creo que nos hemos hecho un lío.
- Menos mal que no te ha visto mamá, dijo Pincho. Deprisa, tengo que
volver a dormirme y soñar otra vez con tu planeta.
FIN