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SUEÑOS EN MARTE

- Un ratito más, porfi, mami. Cinco minutitos, anda, mami, decía Pecas.

- ¡A la cama inmediatamente, que mañana hay colegio !, decía su


madre.

Como casi todos los días Pincho y Pecas se fueron a la cama


refunfuñando. Siempre querían quedarse un rato más despiertos dando la
vara a sus padres. Y es que cuando llega la hora de ir a la cama es cuando
más apetece ponerse a jugar, ¿verdad?.

Así que se acostaron cada uno en su cama y se dieron la mano, como


hacían cada noche. Estaban tan cansados que en cinco minutos ya se habían
dormido los dos...

Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero...
¡Despegue!. Los motores del cohete comenzaron a rugir a lo bestia y empezó
a elevarse, primero despacito, pero enseguida salió disparado hacia el
espacio.

- ¡Bien, allá vamos!. ¡Rumbo a la Luna!, exclamaron todos.

Estaban todos dentro de un cohete espacial: Pincho y Pecas, Petunia,


Barrilete, Gruñón y Sócrates. Estaban muy nerviosos porque era su primer
viaje a la Luna.

- Oye, Sócrates, ¿seguro que has calculado bien las coordenadas para
ir a la Luna?, preguntó Gruñón.

- Por supuesto que sí, dijo Sócrates con cara de besugo. Lo tengo
todo calculado. Vamos a ver...la posición de la Luna, la del Sol, la fuerza del
viento...dos más dos son cinco, seis y cinco igual a veinticinco, me llevo una,
tres multiplicado por tres igual a siete... ¡Perfecto!, en pocos segundos
veremos la Luna por la ventanilla de la derecha.

- Pues por la ventanilla de la derecha no sé, pero por la de la izquierda


yo estoy viendo un planeta que no se parece en nada a la Luna, dijo Petunia.

- Oh, oh, eso es Marte, dijo Pincho. Nos hemos desviado miles de
kilómetros.

Y entonces todos se tiraron encima de Sócrates y comenzaron a darle


collejas y tobas sin parar.
- ¡Bestia!

- ¡Animal de bellota!

- ¡Trapecio!

- ¡Petardo!

- ¡Eh!, que no ha sido culpa mía, que ha sido Barrilete, que se ha


puesto a un lado y con su peso ha desequilibrado el cohete y lo ha desviado
de su ruta, dijo Sócrates.

- ¿Qué?, gritó Barrilete. Y salió corriendo y se tiró encima de


Sócrates aplastándolo y dejándolo como si fuera una sábana.

Y detrás de Barrilete salió disparado Pecas, gritando ¡al bollo, al


bollo!. Y todos los demás se lanzaron como locos encima de sus amigos y
fueron haciendo una montaña de niños con el pobre Sócrates debajo medio
asfixiado.

Cuando se cansaron de hacer el merluzo se levantaron y volvieron a


mirar por la ventana. Ya tenían muy cerquita Marte y decidieron que lo
mejor sería investigar este planeta, porque nunca llegarían a la Luna desde
allí.

Así que buscaron un buen sitio donde dejar el cohete, se bajaron


todos y se pusieron a dar una vuelta por los alrededores.

Parecía que no había nada en Marte: ni plantas, ni animales, ni agua ni


seres humanos.

- No me gusta este planeta, protestó Gruñón, no me gustan los


planetas en los que no hay nadie.

Pero, de repente, oyeron un silbido. Sonaba como si alguien estuviera


silbando una canción muy rara. Por si acaso salieron todos corriendo y se
escondieron detrás de una roca, mientras Gruñón iba diciendo: “tampoco me
gustan los planetas en los que sí hay alguien”.

Entonces, apareció un marciano rarísimo que iba paseando por allí tan
campante, silbando con las manos en los bolsillos. ¿Bolsillos? ¡Si no llevaba
pantalones!. Era increíble. Metía las manos en unos agujeros que tenía en su
propio cuerpo.
Era bastante bajito y tenía ojos, boca, orejas y todo igual que un ser
humano, solo que no tenía nada en su sitio. Tenía un ojo en el lugar de la
boca, la nariz en el cogote, una oreja en un brazo... Y además tenía cuatro o
cinco orejas, seis o siete ojos, tres bocas, dos narices, repartidas por todo
el cuerpo.

Los niños estaban alucinados, mirando al marciano con la boca abierta,


cuando de repente el marciano lanzó un rayo con un ojo que tenía en lugar de
la nariz y desintegró la roca, dejando a los niños al descubierto.

- Hola, terrícolas, dijo el marciano. ¿Qué hacéis ahí todos apiñados?


¿Estabais jugando al bollo? Y mientras decía esto se le cayó la nariz al suelo.

- Hola, dijeron los niños temblando de miedo. Perdone, pero se le ha


caído la nariz, dijo Petunia.

- ¡Oh , es verdad!, gracias, dijo el marciano. Y cogió la nariz y se la


puso en el trasero. Enseguida se dio cuenta y exclamó ¡ehhh !, ahí no, que
como se me escape un pedo y tenga la nariz tan cerca la palmo. Y cogió la
nariz y se la puso en el ombligo. Pero bueno, ¿quiénes sois vosotros?,
preguntó.

Entonces los niños le explicaron que querían ir a la Luna y que por


error habían acabado en Marte. Pero comenzaron a discutir si había sido
culpa de Sócrates o de Barrilete...y otra vez se pusieron a pelear todos,
haciendo una montaña humana. Mientras, el marciano les miraba alucinado
con la boca abierta. La abrió tanto que al final se le cayó al suelo. Pero esta
vez se dio cuenta y la recogió enseguida y se puso la boca en el lugar de la
oreja.

- Vaya, vaya, dijo, qué bien peleáis. ¿Por qué no venís conmigo a la
ciudad y os presento a mis amigos?. Yo soy el marciano Mac, y me encantaría
que conocierais a mis amigos y el lugar donde vivo.

- De acuerdo, dijo Pincho, levantándose del suelo. Venga, vamos, que


yo también tengo ganas de conocer este planeta.

Y se fueron todos siguiendo a Mac, y ayudándole a recoger todo lo


que se le iba cayendo por el camino: un ojo, la nariz, las orejas...que el
marciano cada vez se pegaba en un sitio distinto, por lo que nunca tenía el
mismo aspecto.

Al cabo de un rato llegaron a una ciudad alucinante. Toda la ciudad


estaba como flotando en el aire. Había miles de casas diferentes. Unas eran
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totalmente redondas, otras cuadradas, otras triangulares. Había casas
rojas, verdes, azules, transparentes, casas de plástico, de cristal, de chicle,
de chocolate, de galleta...y en cuanto las vio a Barrilete se le hizo la boca
agua.

Era una ciudad muy grande, llena de calles muy anchas que parecían
interminables y en las que había millones de coches circulando a toda
velocidad.

Los coches también eran muy raros. Algunos tenían cuatro ruedas,
pero otros tenían sólo tres, o dos, o una; e incluso había coches sin ruedas.
Además unos iban por la carretera, pero otros iban por el aire. Y además
conducían todos como locos. Iban a toda pastilla y cada dos por tres se
chocaban unos con otros. Los coches quedaban destrozados y los marcianos
conductores se quedaban atontados. Pero enseguida se les pasaba, y dando
un par de palmaditas al aire, los coches se volvían a reconstruir solos y
quedaban como nuevos. Y otra vez salían a toda mecha como si no hubiera
pasado nada.

Después de pasear un rato con Mac, estaban alucinados. No se podían


creer nada de lo que estaban viendo. Entonces entraron en una especie de
bar, donde Mac decía que estaban sus amigos.

- Venid, les dijo, estoy viendo a Bledo y Bluf ahí al fondo.

Pasaron al fondo del bar y allí había un par de marcianos charlando y


tomándose una bebida que tenía cosas dentro que explotaban, cosas que se
salían del vaso escalando y que salían corriendo, cosas que nadaban en la
bebida...

- Hola, amigos, saludó Mac. Mirad, me he encontrado con estos


terrícolas en las afueras de la ciudad. Y entonces, señalando a los marcianos
les dijo a los niños: éste es Bledo, mi hermano pequeño, y éste es Bluf, mi
mejor amigo.

Bledo era un marciano totalmente rojo...¡perdón!, totalmente


azul...¡que no!, era totalmente verde. ¿Eh?. Era un marciano que cada minuto
cambiaba de color. Era increíble ver cómo iba cambiando de color.

Bluf, en cambio, era siempre de color amarillo. Tenía cuatro patas


parecidas a las de las gallinas. Tres brazos como los de los humanos, solo
que en lugar de manos tenían una especie de ranas que abrían y cerraban la
boca para coger las cosas. Y en la cara sólo tenía un ojo y una boca sin
dientes.

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Mientras los chicos miraban a los marcianos, se quedaron de piedra
cuando vieron que había dos Petunias iguales.

- ¿Eh? ¿Qué pasa?, preguntó una de las Petunias, ¿por qué me miráis
así?.

Entonces miró a su lado y ella también se dio cuenta de había


aparecido otra chica igual que ella. Casi se muere del susto.

Pero entonces, la segunda Petunia empezó a caminar y se puso a lado


de Pecas y, por arte de magia, se transformó en otro chico igualito a Pecas.
Ahora había dos Pecas.

- ¡Ohhhh!, dijeron todos a la vez.

Ahora era Pecas el que estaba flipando. Pero, enseguida, el otro Pecas
acercó a Barrilete y ¡TACHÁN! ¡Ahora había dos Barriletes!. Era lo más
increíble que habían visto nunca. Entonces Mac les dijo:

- Tranquilos, chicos, os presento a Morfi. ¿Es que no tenéis en la


Tierra algo parecido?. Morfi es un marciano que siempre adopta la forma del
que tiene más cerca.

Y en ese momento Morfi se puso al lado de Mac y se convirtió en otro


Mac. Y a los dos se les cayó a la vez un ojo que tenía en el brazo y se lo
pegaron en el ombligo. Todos comenzaron a troncharse de risa porque Morfi
y Mac eran muy graciosos. Pero, de pronto, empezó a sonar una sirena tan
fuerte que tuvieron que taparse los oídos. Las luces se encendían y apagaban
solas y todos los marcianos salieron corriendo gritando como locos.

- ¿Qué pasa?, preguntaron todos a la vez.

- ¡Vamos, vamos!, hay que esconderse, rápido.

Salieron todos corriendo detrás de Mac, que iba a toda mecha


perdiendo una oreja, la boca, una ceja... Pero estaba tan asustado que no se
paraba a recoger nada.

Se metieron en una casa que era redonda con un agujero en el centro.


Era de chocolate y parecía un donuts de chocolate gigante. Barrilete no se
lo podía ni creer y, a pesar del miedo que tenía, se puso a dar mordiscos a
las paredes.

Mientras, Mac les explicó lo que pasaba:

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- Es el Gran Moco, dijo Mac. Es un marciano gigante y asqueroso que
viene de vez en cuando a la ciudad y nos quita toda la comida y la bebida que
tenemos, y de paso destroza la ciudad. Si alguien se cruza en su camino, le
echa un moco gigante encima y se lo carga.

- ¿Y no hay forma de destruirle?, preguntó Sócrates.

- Sólo hay una manera: aceptando “el Reto”, pero nadie le ha vencido
jamás. Todos los que se han atrevido a jugar contra él “el Reto” han perdido
y entonces el Gran Moco les ha echado encima su moco. Ya nadie se atreve a
intentarlo desde hace mucho tiempo.

Entonces Pincho dijo:

- Pues yo quiero intentarlo. Iré a su guarida y aceptaré “el Reto”.

Así que fueron todos a la casa del Gran Moco. Era una casa gigantesca
y asquerosa, hecha de un moco verde viscoso; olía tan mal que daban ganas
de vomitar. Cuando entraron en la casa vieron al terrible marciano. Era
enorme, también hecho de moco verde, pero además no dejaba de eructar,
tirarse pedos, limpiarse los mocos con las manos...

- Me recuerda a los Trolls, dijo Gruñón. Pero este me gusta menos


todavía, porque es enorme.

En ese momento, el Gran Moco dijo:

- Que se acerque ese terrícola que se ha atrevido a retarme. Y soltó


un eructo tan grande que levantó el flequillo de Pincho.

Pincho se acercó al marciano y tapándose la nariz y dijo: soy yo, ¿qué


tengo que hacer?.

Entonces el Gran Moco explicó: tienes que ganarme una partida con
esto: abrió sus asquerosas manos y dejó unos chaps en el suelo. Cuando los
vio, Pincho sonrío y se acordó de cuántas veces había jugado a los chaps en
el colegio. Sus amigos también se alegraron mucho y pensaron que Pincho
había tenido mucha suerte, aunque sabían que había sido muy valiente
porque cuando aceptó el reto no sabía que se trataba de una partida de
chaps.

El Gran Moco explicó que sólo había tres chaps: uno azul, con el que
jugaría Pincho. Uno verde-moco, con el que jugaba el marciano y otro negro,

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que es el que se ponía en el suelo. El que diera la vuelta al chap negro ganaría
la partida.

Y empezaron a jugar. Había miles y miles de marcianos viendo la


partida en la casa del Gran Moco, porque era una casa tan grande como un
palacio. Y todos gritaban sin parar ¡ Pincho!, ¡ Pincho!,¡ Pincho!.

Pero Pincho enseguida se dio cuenta de cuál era el problema. El suelo


estaba tan pegajoso por el moco del gigante que el chap negro se quedaba
pegado y no saltaba. Además el chap que tiraba el marciano también estaba
lleno del repugnante moco y así se pegaba mejor al chap negro y por eso
siempre ganaba.

Entonces, Pincho, aunque le daba mucho asco, se metió el dedo en la


nariz, se sacó un moco, hizo una albondiguilla y la pegó en su chap azul. Era
su única oportunidad. Tiró el chap con todas sus fuerzas y consiguió que el
chap negro saliera volando. Empezó a girar y girar en el aire y cayó al suelo.
Por unos momentos siguió girando en el suelo y...Se dio la vuelta.

- ¡Bien!, gritaron todos los marcianos. ¡Ha ganado Pincho!. Y todos


daban saltos de alegría y se abrazaban.

Entonces, El Gran Moco se levantó muy enfadado y empezó a eructar


a lo bestia y a tirarse unos pedos que parecían bombas. Pero, de repente,
comenzó a hacerse más y más pequeño, hasta que al final se quedó en un
diminuto moquito en el suelo. Entonces llegó un marciano con una escoba,
barrió el moquito, lo tiró al vater y tiró de la cadena.

Otra vez todos los marcianos se pusieron a brincar y dar gritos de


alegría. Por fin se habían librado del Gran Moco y podían vivir en paz.

- ¡Adiós! ¡Adiós!. ¡Muchas gracias por salvarnos!, gritaban los


marcianos, mientras veían como se alejaba el cohete con los niños.

- Bueno, vaya aventura hemos pasado, ¿eh?, dijo Petunia. Pero ya


tengo ganas de volver a casa.

Y justo cuando decía esto se oyó un zumbido y vieron cómo un


meteorito venía a toda velocidad a chocar contra el cohete.

- ¡SOCORRO!, gritaron todos a la vez.

Todos menos Gruñón, que decía:

- No me gustan los meteoritos.

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La explosión fue terrible, y de repente los seis niños se vieron
volando por el espacio pero sin el cohete.

- ¡Cojámonos de la mano para no separarnos!, dijo Pincho.

Y ahí se quedaron los seis niños, entre las estrellas, flotando,


flotando...

- ¡Buenos días, chicos!, les dijo su madre. Es hora de levantarse.

Entonces, Pincho abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba


otra vez en su cama, de la mano de Pecas. ¿De la mano de Pecas? Miró a su
lado y vio que en lugar de Pecas había otro Pincho. ¡NOOOO!

- ¡MORFI!, ¿qué haces aquí?, preguntó.

- Pues no sé, contestó Morfi, creo que nos hemos hecho un lío.

- Menos mal que no te ha visto mamá, dijo Pincho. Deprisa, tengo que
volver a dormirme y soñar otra vez con tu planeta.

Cerró los ojos y se durmió. Y volvió a aparecer en Marte y allí se


encontró con su hermano Pecas. Venga, vamos, que hay que despertarse ya
que hay que volver a la Tierra para ir al colegio.

Se dieron la mano, volvieron a flotar por el espacio y, cuando abrieron


los ojos, se encontraron de nuevo en sus camas.

FIN

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