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Alumno: Héctor Rodríguez Cristerna Ficha 5ª sesión

Boron, A. (2012). “La cuestión del imperialismo: pasado y presente”.

Para abordar cuestiones como la guerra, libertad, democracia e igualdad, y analizar la realidad
geopolítica específica en que se encuentra inmersa América Latina, es obligado hablar de
imperialismo. No es válido refugiarse bajo la pretensión de una neutralidad tecnocrática,
porque la técnica y la política nunca serán neutrales. Por ello es necesario contrarrestar los
discursos que buscan confundir u ocultar la realidad imperialista, como el de la globalización,
entendida como interdependencia de todas las naciones, pero que desconoce las asimetrías
económicas y políticas que existen entre ellas, o los argumentos retóricos que niegan que
continúe existiendo el imperialismo, al que consideran una reliquia del pasado o bien lo definen
como una abstracción teórica. Es verdad que durante la década de los ochenta y noventa el
término había desaparecido del discurso político y académico, pero esto no significa que el
imperialismo haya dejado de ejercer su influencia. Por el contrario, cada vez más se observa la
clara intervención de Estados Unidos (y en menor medida Canadá y Europa) en países de todo el
mundo, particularmente en América Latina y el Oriente Medio. Este tipo de discursos que
niegan o subestiman el imperialismo no sólo reflejan un intento de dominación ideológica por
parte de las clases dominantes, sino también una crisis en el pensamiento de izquierda, que
parece haber renunciado a la lucha por una mejor sociedad. Como señaló Lenin, el imperialismo
es un rasgo esencial e inherente al capitalismo contemporáneo, y si algo ocurrió con la
globalización neoliberal fue que la presencia del imperialismo se extendió a lo largo y ancho del
planeta, tornándose más opresivo y predatorio.

Aunque suele caracterizarse en términos benevolentes como un proceso de cooperación


internacional, la globalización no es el fin del imperialismo, sino un salto cualitativo basado en
las actuales condiciones de la producción capitalista. En los años ochenta y noventa el avance
del neoliberalismo fue arrollador; con la caída del muro de Berlín en 1989 y poco después la
desintegración de la Unión Soviética desapareció uno de los polos de la gran confrontación de la
Guerra Fría; y se llegó a la equivocada conclusión de que el imperialismo había llegado a su fin.

Para la teoría clásica del imperialismo (Lenin, Luxemburgo, Hilferding, Kautsky, Bujarin)
el imperialismo era un reflejo de la crisis de las economías metropolitanas, que por ello debían
salir agresivamente a la conquista de mercado externos. Pero el periodo posterior a la Segunda
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Guerra Mundial cuestionó esa premisa, por la tremenda expansión del imperialismo como
producto del auge económico. En segundo lugar, las teorías clásicas pronosticaban guerras
entre las potencias capitalistas como resultado de la competencia; en realidad éstas han sido
del capital contra la periferia del sistema. En tercer lugar, las teorías clásicas sostenían que para
la reproducción del imperialismo se requería la presencia de vastas regiones atrasadas o
“precapitalistas”. Sin embargo, una vez que estos espacios fueron incorporados a las relaciones
capitalistas, el imperialismo siguió avanzando más allá de los límites geográficos por medio de la
mercantilización de otros sectores de la vida económica y social (salud, educación, pensiones,
servicios públicos). De ahí el abandono de la noción de imperialismo y su sustitución por la
noción de globalización. Pero estos análisis no alcanzan a visualizar que las organizaciones
“globales” lo son sólo en apariencia, pues aunque sus alcances son mundiales, sus intereses
responden a un pequeño núcleo de la burguesía, y reproducen la asimetría internacional en
donde un puñado de naciones (bajo la supremacía de Estado Unidos) dominan a voluntad a un
gran número de otros Estados-naciones.

El imperio tiene un centro que es Estados Unidos (que concentra armas, dinero y
medios), el gran promotor de las políticas neoliberales en el Tercer Mundo. El sistema
imperialista es impensable sin el rol decisivo de Estados Unidos, un país indispensable no para la
democracia y la libertad, sino para sostener la estructura imperialista del actual (des)orden
mundial. La barbarie actual en donde un puñado de naciones concentran tecnología, recursos y
energía sólo es posible porque el imperialismo sigue teniendo la capacidad de engañar,
chantajear, cooptar o aplastar a sus adversarios. No se trata de un benévolo imperio virtual,
sino de un sistema de crueldad real.

Veltmeyer H. (2019). “Capitalism, development, imperialism, globalization: a tale of four


concepts”.

Existe una marcada tendencia dentro de la tradición liberal a separar lo económico de lo político
y tratarlos como sistemas independientes que pueden ser entendidos en sus propios términos;
por el contrario, desde la teoría marxista es posible entender estas dos esferas como
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estructuras fundamentalmente interrelacionadas y necesarias para explicar el desarrollo del


sistema capitalista. Con base en esta diferencia, otros conceptos como desarrollo, imperialismo
y globalización adquieren diferentes significados, de acuerdo con la perspectiva desde la que se
abordan.

Debemos distinguir entre los estudios de desarrollo que limitan su estudio a las
cuestiones de desarrollo institucional y reforma de políticas, de los estudios críticos del
desarrollo que se enfocan en la dinámica estructural del sistema subyacente, esto es,
consideran el capitalismo como el problema fundamental, y no como el medio para cumplir las
promesas de desarrollo. En la era de la posguerra, el término “desarrollo” puede entenderse
mejor como una forma de imperialismo, es decir, la manera en que se proyecta el poder del
Estado para facilitar el avance del capital. Tres siglos de imperialismo extractivo y explotación
imperialista no condujeron al capitalismo como tal (como un modo de producción claramente
nuevo basado en la relación capital-trabajo y la industria moderna). El factor decisivo fue la
“acumulación originaria”, a saber, la separación del campesinado de sus medios de producción y
la resultante “proletarización” (conversión en clase obrera).

Aunque Marx señaló claramente la doble tendencia de este proceso hacia la


centralización y concentración del capital, y hacia la transformación de una economía basada en
la agricultura en un sistema industrial moderno basado en la relación capital-trabajo, sólo
alcanzó a vislumbrar la dinámica globalizadora del capitalismo, y su evolución como un sistema
mundial con un centro y una periferia. Desde los estudios críticos del desarrollo, la globalización
—particularmente en su forma neoliberal— se entiende como una nueva forma de
imperialismo, la última de una larga serie de esfuerzos por las clases dominantes de imponer un
orden mundial. Por el contrario, desde otras perspectivas se ha querido ver en la globalización
un proyecto inevitable de integración de las sociedades y cooperación internacional, destinado
a aumentar el nivel de vida general, proceso en el que los Estados-nación como entidades
juegan un papel menor; de ahí que desde esta visión se sostenga la imposibilidad o decadencia
del imperialismo.

Desde la perspectiva marxista, el imperialismo se entiende en su conexión con el


capitalismo como la proyección del poder estatal destinada a asegurar las condiciones
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necesarias para la acumulación de capital. El imperialismo ahora como antes está claramente
diseñado y trabaja para avanzar en el proyecto de acumulación de capital en todo y de tantas
maneras como sea posible —penetrar en los mercados existentes y abrir nuevos, explotar la
mano de obra tan humanamente como sea posible, pero tan inhumanamente como sea
necesario, extraer el valor excedente de los productores directos, y acceder a materias primas y
minerales.

En lo que respecta a la clase capitalista, el objetivo y la agenda de sus miembros


individuales e institucionales es acumular capital. En cuanto al Estado imperial y sus agentes,
incluido el Banco Mundial y los organismos de cooperación internacional para el desarrollo, la
agenda consiste en allanar el camino para el capital. En ninguno de los dos casos se considera
explícitamente el desarrollo desigual de las fuerzas de la producción y sus condiciones sociales
(desigualdad social, desempleo, pobreza, degradación ambiental). Más bien, estas son las
consecuencias no deseadas o “estructurales” del desarrollo capitalista, y como tales costos
inevitables y aceptables del progreso que se deben gestionar y, solo cuando sea posible, mitigar
en interés tanto de la seguridad como del desarrollo.

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