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La dellincuentsia

Un fantasma recorre Uruguay: el fantasma de la criminalidad. Todas las


fuerzas del viejo Uruguay se han unido en santa cruzada para acosar a este
fantasma: todos los ex presidentes, los comités ejecutivos y honorables
directorios de los partidos tradicionales, periodistas que hablan con faltas de
ortografía y hasta antiguos guerrilleros, hoy oficialistas, que claman en público
por un aumento de salarios para los policías sin avisarle a la ministra del
Interior o sugieren encerrar a los adolescentes infractores en los cuarteles.
De este hecho resulta una doble enseñanza: que la criminalidad ya es
reconocida como una fuerza por todos los partidos y que es hora de dejar de
plagiar manifiestos y repetir recetas fracasadas. Porque la sensación pasó de
térmica a olfativa.
El virtual candidato presidencial asesorado por un ex ministro del Interior que
compró celdas de chapa, usadas por los presos para fabricarse puñales
caseros, quiere importar la “tolerancia cero” a la neoyorquina. El delfín de un ex
presidente orgulloso de no haber perdido ni una huelga califica a la actual
ministra del ramo de “soberbia”. El sector del ex jefe de Estado embanderado
con la contención del gasto público propone construir cuatro cárceles por año y
subirle el sueldo a los policías en año electoral. El único ex presidente que
pretende reincidir, el mismo que llevó el salario de los azules al nivel más bajo
del presente ciclo democrático y soportó en silencio una escandalosa
insubordinación militar, le recordó a la ministra que “la autoridad ejercida dentro
de las normas legales es legítima” y que “es omisión cuando no se la hace
sentir”.
Este gobierno, que dista mucho, muchísimo de la perfección, se ve obligado a
soportar tales recomendaciones de quienes, en ejercicio del poder, dejaron
sueltos en las calles a los peores criminales de la historia del país y hasta los
premiaron. Impusieron el consumo como regla de la felicidad, convirtiendo en
infelices a muchos que veían de lejos ese desfile de whisky escocés, perfume
francés y camionetas cuatro por cuatro. Obviaron algo tan elemental como la
rehabilitación y la educación de los menores infractores. Desatendieron la
superpoblación de las prisiones. Dejaron que el territorio uruguayo se
consolidara como centro de abastecimiento y distribución del narcotráfico y que
el consumo de pasta base se volviera parte del paisaje urbano. Desalentaron
por todas las vías posibles el ingreso a las fuerzas de seguridad: los policías de
hoy son pobres con pistolas Glock. Promovieron una cultura de la impunidad
que resultó un formidable aliciente para el delito: bajo su imperio, ningún
funcionario en ejercicio fue procesado por un juez penal.
Ninguno de ellos parece recordar que una de las primeras medidas
adoptadas en democracia en materia de seguridad ciudadana fue usar un
motín como excusa para vaciar una cárcel y llevar a los presos lejos de sus
familias. El ministro del Interior que condujo el proceso se convirtió, años
después, en director del shopping center construido en esa antigua
penitenciaría. Esto es más que una anécdota o un símbolo. Dice demasiado de
la dellincuentsia, la elite política que poco hizo por la seguridad, hoy se queja
por su falta y formula iniciativas impracticables y contraproducentes desde una
supuesta solvencia técnica o científica. Y todavía trata de soberbia e insensible
a la actual ministra o se burla de ella porque anda a caballo, canta tangos y le
gustan los boleros.
Antes, endurecían las penas y creaban nuevas tipologías delictivas, mientras
la policía se vaciaba, los centros de reclusión de menores infractores se
convertían en escuelitas del crimen y las cárceles de adultos en universidades.
Todo eso fracasó: lo que muestra hoy la crónica roja televisiva, de un modo
bastante exagerado, es consecuencia de pasadas burradas, no de la
incompetencia del gobierno frenteamplista.
La delincuencia ocupa en la ya iniciada campaña electoral el lugar que en las
anteriores tuvo el impuesto a la renta: el palito de abollar ideologías de
izquierda. La recalcan los mismos dirigentes políticos que la propiciaron,
quienes insisten con los errores del pasado y se inventan otros nuevos: la
tolerancia cero, la imputabilidad de los menores de edad, las técnicas y los
malos modales de los policías de serial televisiva. O exigen lo que antes no
hicieron, como contratar agentes, aumentarles el sueldo y construir prisiones
habitables. Si siguen así, las propuestas más decentes sobre seguridad pública
desde los partidos tradicionales serán las del Movimiento Plancha.
Marcelo Jelen

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