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II SEMINARIO INTERNACIONAL SOBRE AGROECOLOGÍA

III SEMINARIO ESTADUAL SOBRE AGROECOLOGÍA


III ENCUENTRO NACIONAL SOBRE INVESTIGACIÓN EN AGROECOLOGÍA

GOBIERNO DEL ESTADO DO RIO GRANDE DO SUL


Secretaría de Estado de Agricultura y Abastecimiento – ASCAR-EMATER/RS Secretaría de
Estado de Ciencia y Tecnología – FEPAGRO
Pontificia Universidad Católica – PUC/RS
Porto Alegre, 26-28 de novembro de 2001

Agroecología y Saber Ambiental


Enrique Leff*

El Renacimiento del Ser en el Concierto del Saber

La agroecología ha sido definida como un nuevo paradigma productivo, como una constelación
de ciencias, técnicas y prácticas para una producción ecológicamente sustentable en el campo. En
este Seminario que congrega a los maestros de estas nuevas artes y oficios, y no siendo yo quien
conduce este arado, quien con su hoz remueve la tierra y siembra la nueva semilla, quisiera dirigir
la mirada al crisol en el que se funden y amalgaman los conocimientos que promueven este
cambio de paradigma, sobre el sentido mismo del saber agroecológico. Pues más allá de su poder
instrumental, en el concierto de estos saberes se juega el renacimiento del ser: de la naturaleza, de
la producción, del agrónomo, del científico, del técnico, del campesino y del indígena; la
reconstitución del ser que funda sobre nuevas bases el sentido de la producción y abre las vías a
un futuro sustentable.

Hoy, esta cofradía de maestros de la agroecología reunidos en este escenario seminal, se congrega
para la siembra de una nueva semilla, pero también para evaluar las recolectas de sus recientes
cosechas. Es un ritual que nos hace recordar a aquel momento de la mayor gloria de las artes y
oficios en la alborada del Renacimiento, que quedo plasmado en la historia del arte operístico en
los Maestros Cantores de Nuremberg de Wagner. Las prácticas agroecológicas nos remiten a la
recuperación de los saberes tradicionales, a un pasado en el cual el humano era dueño de su saber,
a ese tiempo en el que su saber le asignaba un lugar en el mundo y un sentido existencial... como
zapatero, sastre o herrero; como músico y poeta. La época de los saberes propios. Hoy, en este
lugar, en este cónclave de artífices de la agroecología aparece nuevamente en la escena un Sachs
–Ignacy interpretando al zapatero-poeta Hans Sachs–, el maestro que juega con las reglas de la
formación económica y de las formas musicales del pensamiento para enriquecer la tradición
económica con la innovación del ecodesarrollo. Acompañan este evento Toledo, poeta de la
etnobiología y Altieri, maestro fundidor de las ciencias y técnicas de la agroecología; y el
amalgamador Gliessman, y el orfebre Sevilla; están los peleteros y los sastres que confeccionan el
tejido del nuevo saber practicando sus artes y oficios, todos escribanos, aprendices y maestros
cantores, todos forjadores del nuevo paradigma. Todos representantes de aquél Walter, caballero
*
Coordinador, Red de Formación Ambiental para América Latina y el Caribe. Programa de las Naciones Unidas para
el Medio Ambiente.

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de Franconia, que deslindándose y trascendiendo sus títulos nobiliarios de las ciencias normales,
han apostado a la magia de las palabras y a la alquimia de la poesía para repensar el mundo y sus
prácticas; para hacer tierra en un mundo en reconstrucción. Tal vez en este certamen, el premio al
poeta cantor no sea la mano de una bella doncella, sino el gusto mismo de componer música con
sus saberes y recomponer el mundo en el pentagrama de la agroecología.

Los saberes agroecológicos son una constelación de conocimientos, técnicas, saberes y prácticas
dispersas, que responden a las condiciones ecológicas, económicas, técnicas y culturales de cada
geografía y cada población. Estos saberes y estas prácticas no se unifican en torno a una ciencia;
las condiciones históricas de su producción están articuladas a diferentes niveles de producción
teórica y de acción política que abre el camino para la aplicación de sus métodos y para la
implementación de sus propuestas. Los saberes agroecológicos se forjan en la interfase entre las
cosmovisiones, teorías y prácticas. La agroecología, como reacción a los modelos agrícolas
depredadores, se configura a través de un nuevo campo de saberes prácticos para una agricultura
más sustentable, orientada hacia el bien común y el equilibrio ecológico del planeta, y como una
herramienta para la autosubsistencia y la seguridad alimentaria de las comunidades rurales.

Las múltiples técnicas que integran el arsenal de instrumentos y saberes de la agroecología no


sólo se funden con las cosmogonías de los pueblos de donde emergen y se aplican sus principios;
sus conocimientos y prácticas se aglutinan en torno a una nueva teoría de la producción, en un
paradigma ecotecnológico fundado en la productividad neguentrópica del planeta Tierra. Esta
nueva teoría de la producción toma sus principios de la ciencia ecológica, del territorio en el que
la intervención sobre la tierra se nutre de sus potenciales ecológicos y significaciones culturales, y
del principio de la fotosíntesis que Ignacy Sachs propusiera en los años 70 como fundamento para
la construcción de una nueva civilización de los trópicos (Sachs, 1976).

La agroecología plantea alternativas sustentables a las prácticas depredadoras de la agricultura


capitalista y a la violencia con la que la tierra ha sido forzada a rendir sus frutos. La agroecología
va forjando sus normas y reglas para el nuevo canto de la tierra, de la misma manera que Walter
aprendió de los maestres cantores no sus viejas reglas de composición, sino la necesidad de
construirse unos principios para dar voz a su canto y expresión a su poesía. Como Hans Sachs,
que percibe la locura, la ilusión y la futilidad de la existencia en los albores de la modernidad, la
salida al mundo cercado y agotado de nuestro tiempo no está en aferrarse a las normas del dogma
productivista de un crecimiento sin límites que ya no se sostiene, sino en trascenderlas a través de
un nuevo saber.

La agroecología es tierra, instrumento y alma de la producción sustentable. Es el campo de la


producción donde se siembran nuevas semillas del saber y el conocimiento, donde arraiga el saber
en el ser y en la tierra; es el crisol donde se amalgaman saberes y conocimientos, ciencias,
tecnologías y prácticas; artes y oficios en la forja de un nuevo paradigma productivo.

En la tierra donde se ha desterrado a la naturaleza y la cultura; en este territorio colonizado por el


mercado y la tecnología, la agroecología rememora los tiempos en los que el suelo era soporte de
la vida y los sentidos de la existencia, donde la tierra era terruño y el cultivo era cultura (terroir et
cru); donde cada parcela tenía la singularidad que no sólo le otorgaba su localización geográfica y
sus condiciones geofísicas y ecológicas, sino donde se asentaban identidades, donde los saberes se
convertían en habilidades y prácticas para labrar la tierra y cosechar sus frutos. Los saberes se

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confundían con los sabores: el vino era el producto de la caricia ardiente del sol sobre la dorada y
redonda uva; su fruto era transformado en un elixir de amor macerando su cuerpo en danzas
rituales, abrazándolo con manos artesanales, enjugando sus jugos en olorosas barricas y
destilándolos para convertirlos en eaux de vie. El vino se degustaba saboreando los saberes de la
producción y formando los saberes del gusto. La maestría del arte de la cosecha permitía un
vínculo del productor y el consumidor con los dones de la tierra. La cultura jugueteaba con la
evolución reproduciendo y diversificando en las formas y los tiempos los sabores del maíz, de la
papa, de la yuca. La cultura coevolucionaba con la naturaleza, hibridándose y diversificándose,
multiplicando los sentidos de la vida y las formas de la naturaleza. Eran tiempos en los que el
campesino extraía los jugosos y gustosos frutos de la tierra intercambiabndo sus excedentes en
relaciones de complementariedad y reciprocidad y no por un interés mercantil; cuando el trabajo
era saber hacer y saber ser y la tierra era labrada como el orfebre moldea el metal y el escultor la
piedra. Cuando el fruto del trabajo rendía el fruto de las delicias de la tierra, el don de la vida
convertido en sabores que no sólo calmaban el hambre sino que, como nos ilustró Barrau (1979)
en su etnobiografías, conjugaban “las metamorfosis de la alimentación y los fantasmas del gusto”.

Hoy, el dominio de la economía sobre esos mundos de vida, y la intervención de la tecnología en


la vida misma, no sólo han desecado la tierra en su hambre insaciable de productividad y
ganancia; también han exprimido el jugo de los sabores para dejar solo la forma seductora de
frutos y legumbres que atraen la mirada, que sacian el hambre de algunos consumidores, pero que
saben a nada. No es nostalgia por los tiempos pasados. Hoy la tortilla, base de la alimentación del
pueblo mexicano ha perdido su sabor; las frutas y legumbres se exhiben como bienes de lujo a
precios exorbitantes en los supermercados neoyorkinos parecen mujeres maquilladas detrás de un
escaparate; atraen las miradas, se les puede hincar el diente y adornar con ellas un platillo de
nouvelle cuisine; pero no se puede tocar el sabor natural de su piel y su jugosa carne. Hoy, el buen
confit d´öie, un jarkoye, un gefilte fish; el acarajé o el chile en nogada (comme il le faut), ya sólo
se comen en la casa de las abuelas sobrevivientes de la modernización forzada del campo, y sus
sabores mueren cuando ellas se van de este mundo. Igual los alimentos naturales, los frutos del
mar. Un buey de mar en España o una sapateira en Portugal son inexportables fuera de las costas
del mar cantábrico y el océano atlántico que acarician las tierras gallegas y lusitanas.

La globalización nos ofrece hoy comida de todos los países en todas partes del mundo, junto con
el McDonnalds y la Coca Cola que homogenizan el gusto de los ciudadanos de este planeta. Pero
un mole mexicano es en esencia (y por sus esencias) tan inexportable como los sabores de unos
simples fideos en el más modesto desayunador de Honk Kong. Los sabores reclaman y se aferran
a su lugar de origen, a su tierra y el arte culinario de sus pueblos; y mueren de nostalgia al ser
desterritorializados y expatriados.

La tierra ha sido desterritorializada y el campesino descampesinizado –le paysan depaysé–,


desarraigado de su tierra y del sentido de su existencia. Hoy, en nombre de la preservación de la
biodiversidad se homogenizan los cultivos de exportación, la tecnología interviene la vida
manipulando los genes, generando una transgénesis que con su orgullo productivo vence las
resistencias de los estados libres de transgénicos y las defensas de la bioseguridad. En nombre de
la sobrevivencia se va matando la vida. La productividad agronómica no garantiza la distribución
de alimentos ni la seguridad alimentaria; avanza sepultando los sentidos del cultivo y los sabores
de la tierra.

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Agroecología, Productividad Ecotecnológica y Racionalidad Ambiental

La agroecología ha sido definida por Altieri (1987) como “las bases científicas para una
agricultura alternativa”. Su conocimiento habría de ser generado mediante la orquestación de las
aportaciones de diferentes disciplinas para comprender el funcionamiento de los ciclos minerales,
las transformaciones de energía, los procesos biológicos y las relaciones socioeconómicas como
un todo en el análisis de los diferentes procesos que intervienen en la actividad agraria. La
agroecología incorpora el funcionamiento ecológico necesario para una agricultura sustentable,
pero a su vez introyecta principios de equidad en la producción de manera que sus prácticas
permitan un acceso igualitario a los medios de vida.
La agroecología comprende la dimensión entrópica del deterioro de los recursos naturales en los
sistemas agrarios; sin embargo, al dirigir sus acciones al ámbito del productor directo, no provee
un paradigma comprehensivo que ofrezca soluciones globales a la degradación entrópica del
planeta a través de una nueva racionalidad productiva que de coherencia y eficacia a las diferentes
técnicas y acciones locales. En sus aplicaciones puntuales, la agroecología contribuye a desmontar
los modelos agronómicos tradicionales; mas su acción transformadora implica la inserción de sus
técnicas y prácticas diferenciadas en una nueva teoría de la producción (Leff, 1994, 2000).
La agroecología no es tan sólo una caja de herramientas ecológicas para ser aplicada por los
productores del campo. De la manera como es trabajada por Altieri, González de Molina, Sevilla
o Gliessman, el orden cultural y comunitario en que se inserta el agricultor, su identidad local y
prácticas sociales, son elementos centrales para la concreción y apropiación social de sus
prácticas.
La agroecología como instrumento del desarrollo sustentable se funda en las experiencias
productivas de la agricultura ecológica, para elaborar propuestas de acción social colectivas que
contestan la lógica depredadora del modelo productivo agroindustrial hegemónico para sustituirlo
por otro que apunta hacia una agricultura socialmente justa, económicamente viable y
ecológicamente sustentable. Implica al investigador en la realidad que estudia, al aceptar, en pie
de igualdad con su conocimiento científico, los saberes locales generados por los productores. La
agroecología ha surgido precisamente de una interacción entre los productores (que se rebelan
ante el deterioro de la naturaleza y la sociedad que provoca el modelo productivo hegemónico) y
los investigadores y docentes más comprometidos en la búsqueda de estrategias sustentables de
producción. Es la fusión de la “Empiria Campesina” y la “Teoría Agroecológica” que funda un
desarrollo alternativo en un Desarrollo Rural Sustentable (Sevilla, 2001). Ello implica pasar del
estudio de las economías campesinas para garantizar la sobrevivencia de las comunidades
indígenas y la sustentabilidad de las economías campesinas, a vincular a la agroecología en una
nueva teoría de la producción, que se sustenta en el espacio rural y por tanto convoca a los
pueblos del campo y de las florestas como actores privilegiados del proceso.

La agroecología se asienta en las particulares condiciones locales y en la singularidad de sus


prácticas culturales. Hibrida una constelación de múltiples saberes y conocimientos. Pero su
consistencia, sus perspectivas de validación y afianzamiento dependen de su articulación en torno
a un nuevo paradigma productivo. Pues más allá de sus derechos propios como prácticas
singulares de productores, su existencia se debate ante a una racionalidad económica y
tecnológica que van conformando y condicionando las formas de intervención de la tierra para
extraer sus frutos, donde la productividad de corto plazo prevalece sobre los principios de la
producción sustentable y las formas culturales de apropiación de la naturaleza.

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Frente a la transmutación de la geopolítica de una economía ecologizada que hoy en día
revaloriza el sentido conservacionista de la naturaleza –reabsorbe y rediseña la economía natural
dentro de las estrategias de mercantilización de la naturaleza–constriñendo el valor de la
biodiversidad a sus nuevas funciones como proveedora de riqueza genética, de valores escénicos
y ecoturísticos y de su capacidad de absorción de bióxido de carbono, la agroecología se enclava
en el contexto de una economía política del ambiente. De esta manera devuelve el sentido a la
fuerza de trabajo como trabajo productivo que trabaja con las fuerzas de la naturaleza, donde el
trabajo, dentro de un conjunto de prácticas, no sólo es conducido por unos saberes y
conocimientos prácticos, sino por una teoría que los envuelve y una estrategia política que los
conduce y los hace valer ante las valoraciones crematísticas de la productividad económica y
tecnológica de corto plazo.

La nueva economía que acoge y se construye en las prácticas agroeconómicas se funda en


principios ecológicos y termodinámicos desconocidos y negados por la ciencia económica como
fueran “descubiertos” por Nicolás Geogescu Roegen (1971). Esta nueva economía no sólo
reconoce la ley de la entropía como ley límite del crecimiento económico y de la producción en
general. Más allá de su negatividad crítica, esta nueva racionalidad productiva se funda en el
principio de una productividad neguentrópica.

Este paradigma de productividad ecotecnológica sustentable no sólo recupera y renueva los


principios de una fisiocracia sepultada –y sus saberes asociados subyugados– por la emergencia y
dominio de la racionalidad económica. Hoy, ante la apropiación privada del núcleo genético de la
semilla y la inyección letal que impide su reproducción como fuente de sustento del agricultor, se
plantean los derechos del agricultor y se reconoce la productividad de la naturaleza encapsulada
en la semilla.

La agroecología se nutre de esa capacidad de productividad natural, de la transformación


neguentrópica de la energía solar a través de la fotosíntesis, de la productividad y reproducción de
la semilla. Genera técnicas para labrar la tierra, recombinar los genes de la vida, multiplicar la
capacidad de biosíntesis de diversos arreglos florísticos, de las cadenas tróficas, de cultivos
múltiples y combinados, de pisos ecológicos y complementariedades espaciales, para incrementar
la productividad ecotecnológica sustentable del territorio.

Pero esta racionalidad ecotecnológica no se produce ni se practica como un conjunto de reglas


generales que se instrumentan e inducen desde arriba –de un laboratorio, una universidad, una
burocracia– sobre las prácticas cotidianas de los agricultores y productores agrícolas. Es un
“paradigma” por la generalidad de sus nuevos principios, pero que se aplica a través de saberes
personales y colectivos, de habilidades individuales y derechos colectivos, de contextos
ecológicos específicos y culturas particulares. Es esto lo que abre un amplio proceso de
mediaciones entre la teoría general y los saberes específicos, una hibridación de ciencias,
tecnologías, saberes y prácticas; un intercambio de experiencias –campesino a campesino– de las
que se enriquece y validan y extienden las prácticas de la agroecología.

La agroecología reconceptualiza a la tierra y a la naturaleza como agroecosistema productivo.


Ello significa liberar el concepto de tierra y de recurso de las formas constreñidas de significación
de lo natural sometido a la racionalidad económica que llevaron a desnaturalizar a la naturaleza
de su organización ecosistémica para convertirla en recurso natural, en materia prima para la

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apropiación productiva (y destructiva) de la naturaleza; que llevaron a desterritorializar a la tierra
para poderla valorizar como una renta producto de las fertilidades diferenciadas de los suelos.
Hoy, parecería que han desaparecido las condicionantes físicas que obligaban a los hombres a
adaptarse a las condiciones locales del suelo, del clima y el agua; como un nuevo Prometeo
desencadenado por la magia y fuerza de la biotecnología, el neoliberalismo económico y
tecnológico pretende liberar a la producción de sus constreñimientos naturales. Dislocando estas
abstracciones simplificadoras y ficticias, el saber ambiental recupera el ser de la naturaleza y de la
tierra.

El agroecosistema no sólo devuelve la naturaleza a su naturaleza ecosistémica y rearraiga a la


tierra a sus bases territoriales (políticas y culturales). Las prácticas agroecológicas recuperan
también el sentido del valor de uso (ecológico) de la tierra y sus recursos, y lo devuelven a su
verdadero ser. Pues si entendemos el verbo usar en el sentido heideggeriano de “dejar a una cosa
ser lo que es y como es”, lo que “requiere que a la cosa usada se le trate en su naturaleza esencial”
(Heidegger, 1954/1968), entonces el uso de los recursos naturales, implica que se les trate en
acuerdo con sus formas de ser, con sus condiciones de existencia, de renovación, de evolución.
De allí podemos renovar el concepto de valor de uso natural o valor de uso de la naturaleza no
sólo por el valor intrínseco de una cosa (un recurso) que lo hace útil, utilizable y necesario para
una persona; el valor de uso implicaría también el respeto al objeto valorizado y utilizado para un
fin humano, es decir, el “valor en sí” de la naturaleza por sus condiciones de producción y
reproducción, y como soporte de las condiciones materiales y simbólicas de existencia humana.

Los acercamientos de la agroecología constituyen así un ejemplo práctico de la emergencia del


potencial ecotecnológico de una racionalidad ambiental. Las prácticas agroecológicas resultan
culturalmente compatibles con la racionalidad productiva campesina, pues se construyen sobre el
conocimiento agrícola tradicional, combinándolo con elementos de la ciencia agrícola moderna.
Las técnicas resultantes son ecológicamente apropiadas y culturalmente apropiables; permiten la
optimización de la unidad de producción a través de la incorporación de nuevos elementos a las
prácticas tradicionales de manejo, elevando la productividad y preservando la capacidad
productiva sostenida del ecosistema. Esto lleva a un proceso de reconstrucción de las prácticas y
valores autóctonos de las etnias, conservando sus identidades culturales. Los servicios
ambientales que ofrecen los sistemas agroecológicos contribuyen a su productividad, al tiempo
que los hace más adaptables y resistentes a los cambios climáticos.

La agroecología, fundada en los principios de productividad ecotecnológica ofrece nuevos


potenciales para un desarrollo sustentable alternativo. Pero estos principios no pueden
implantarse a través de la imposición de normas ecológicas generales desde las instancias de la
planificación centralizada del Estado ni deben sujetarse a los mecanismos de regulación del
mercado. Sus principios emergen de las culturas que habitan los diferentes ecosistemas y son
recuperables a través de una nueva racionalidad productiva, amalgama de lo tradicional y lo
moderno, que pasa por procesos de transformación y asimilación cultural en prácticas productivas
locales. Estos procesos están siendo movilizados por la emergencia de nuevos actores sociales en
el campo, cuyas luchas traducen los principios del ambientalismo en nuevas prácticas productivas
apropiables por las propias comunidades para satisfacer sus necesidades básicas y sus
aspiraciones dentro de diversos estilos de vida y de desarrollo.

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Paradigma Agroecológico? Interdisciplinariedad y Diálogo de Saberes

La agroecología aparece como un conjunto de conocimientos, técnicas y saberes que incorporan


principios ecológicos y valores culturales a las prácticas agrícolas que con el tiempo se han
desecologizado y desculturizado por la capitalización y tecnologización de la agricultura.

La agroecología convoca a un diálogo de saberes e intercambio de experiencias; a una hibridación


de ciencias y técnicas para potenciar las capacidades de los productores; a una
interdisciplinariedad para articular los conocimientos ecológicos y antropológicos, económicos y
tecnológicos, que confluyen en la dinámica de los agro-eco-sistémicas. Estas ciencias se
amalgaman en el crisol en el que se funden saberes muy diversos para la construcción de un
nuevo paradigma productivo. Esta hibridación de conocimientos y diálogo de saberes orienta una
gran transformación de la naturaleza para regenerar sus potenciales ecológicos a partir de la
fotosíntesis, lo que implica una tecnología para el manejo eficiente de los ciclos de materia,
nutrientes y energía en las cadenas tróficas, de los procesos de sucesión secundaria, la
diversificación de plantas bajo cultivo, de sistemas de cultivos múltiples e intercalados y nuevas
arquitecturas de los recursos bióticos que integren plantas de diferentes alturas, de cultivos de
diferentes estaciones, del uso de diferentes pisos ecológicos, que permitan un manejo más
eficiente de la luz, los nutrientes y la energía que resultan en el incremento de la productividad
neguentrópica. No es sólo la contraposición de una lógica campesina a una lógica urbana, sino de
una racionalidad económica contra natura a una racionalidad ambiental que recupera las
condiciones ecológicas y los potenciales productivos de la naturaleza para conducir un proceso de
regeneración civilizatoria hacia la sustentabilidad.

Pero a diferencia de la relación entre ciencias y saberes que induce la especialización de


conocimientos en la división del trabajo de la agronomía capitalizada para el incremento de la
productividad agronómica de cada unidad productiva orientada al monocultivo para la
exportación, en la agroeconomía los saberes se integran dentro de otras sinergias y ponen en sus
bases otros principios. De esta manera, el potencial ecotecnológico se funda en saberes y
conocimientos conservacionistas del tejido ecológico de los agroecosistemas y de la
productividad que emana de sus ciclos ecológicos. Por su parte, en la reapropiación de saberes
tradicionales y su hibridación con conocimientos científicos modernos, el elemento aglutinante no
es el afán de lucro, sino la reproducción ecológico-cultural del agroecosistema y del territorio. Las
unidades agroecológicas se refuerzan a través de afinidades de intereses, en un diálogo de saberes
que se produce por medio del intercambio de experiencias (campesino a campesino, indígena a
indígena) que no es solamente de saberes técnicos, sino de matrices culturales.

Los saberes puestos en juego no se remiten exclusivamente a conocimientos técnicos y a un fin


económico. También se entrelazan saberes mucho más difusos, de orden ético y cultural, que
muchas veces determinan las prácticas concretas y las formas de intervención de las sociedades
campesinas y comunidades indígenas en la configuración de sus agroecositemas productivos.
Ejemplo de ello es el debate sobre la aceptación o el rechazo a la implantación de cultivos
transgénicos, donde la controversia de intereses en disputa no se dirime ni se decide sobre la base
de la productividad agronómica, sino de valoraciones muchas veces inciertas sobre los posibles
riesgos e impactos ecológicos, sociales y culturales, y donde el principio precautorio adquiere
validez frente a la potencia productiva de las nuevas biotecnologías.

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La agroecología y la agronomía capitalista no confrontan a sus “paradigmas de conocimiento”
contrastando simplemente la efectividad de sus modelos productivos tomando a la naturaleza
como objeto. En ambos casos, la producción está vinculada a cosmovisiones del mundo: así,
mientras la agroecología se nutre de los saberes culturales de los pueblos, de valores tradicionales
que vinculan el momento de la producción con las funciones simbólicas y el sentido cultural del
metabolismo social con la naturaleza, la agricultura capitalista se funda en la creencia en el
mercado y en la valoración de la especialización tecnológica, en una ideología del progreso y del
crecimiento sin límites que va desnaturalizando a la naturaleza y la relación del hombre con la
tierra.

En este sentido, las múltiples vías de hibridación de saberes y las prácticas no científicas que
conforman el conocimiento y prácticas de la agroecología no constituyen propiamente un
paradigma científico que habría de contrastarse con la realidad y confrontarse con la “ciencia
normal” (y los valores que persigue) la agronomía capitalizada actualmente existente. Estos
principios, valores, saberes y conocimientos adquieren coherencia paradigmática en niveles
teóricos más generales, en los cuales es posible contrastar las prácticas agronómicas que se
desprenden de la racionalidad económica dominante, con la agroecología vinculada a una
racionalidad ambiental.

La reorgnización de saberes y conocimientos a que conducen las prácticas agroecológicas no se


constituye un paradigma que por su mayor comprehensividad y veracidad habría de desplazar al
antiguo modelo agronómico. Estos “paradigmas” contrapuestos no se validan y resuelven en su
contrastación con la realidad, en el sentido popperiano ni kuhniano de las ciencias, sino en la
confrontación de las estrategias de poder en el saber y la politización de los valores que
acompañan a las estrategias productivas de la agronomía capitalista y de la nueva agroecología.
Estas se dirimen en el campo de la producción y de la política, en la afirmación de principios
ecológicos y valores culturales y no exclusivamente en la productividad económica y agronómica
resultante de sus prácticas.

A diferencia de los paradigmas científicos que son contrastados y probados en espacios


restringidos de experimentación científica, la agroecología se prueba en el campo de producción
agrícolas; sus saberes no se validan y refutan en el laboratorio científico, sino en las prácticas de
cultivo de indígenas, campesinos y productores. Por ello, la agroecología convoca al
conocimiento, pero éste se aplica y se prueba en el terreno de los saberes personales y colectivos.
La actividad de cada productor esta motivada por cosmovisiones y constelaciones de valores e
intereses que son inconmensurables con los valores crematísticos de la agronomía. La
agroecología implica la producción interdisciplinaria de conocimientos; pero se concreta a través
de un proceso de apropiación y aplicación de esos conocimientos, de la hibridación entre
conocimientos y saberes.

La validación del “paradigma” de la agroecología no se produce conforme a las reglas de la


producción científica, sino de la experiencia de los saberes prácticos. Son conocimientos que
arraigan en la tierra por conducto de los saberes personales de los productores directos. En este
sentido, deberíamos hablar sobre todo de saberes agroecológicos que implican al sujeto del
conocimiento, como en los tiempos de los saberes tradicionales en los que la vida cotidiana y
productiva estaba arraigada en las artes y oficios, en la maestría en la ejecución de prácticas
guiadas por reglas, pero donde la creatividad personal no estaba subsumida a un mecanismo

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tecnológico y científico impuesto por encima y desde fuera del ámbito de los mundos de vida de
las personas.

Los métodos de la agroecología en la producción agrícola y forestal se nutren del conocimiento


milenario acumulado por las comunidades indígenas y rurales del mundo entero –y en particular
de las regiones tropicales del planeta; pero también se alimenta de la etnobiología y la etnotécnica
se han empeñado en proporcionar una “verificación científica” de los fundamentos de dichas
prácticas culturales de manejo sustentable de los recursos. Ante este proceso, las propias
comunidades rurales han incorporado en sus reclamos de autogestión, una nota de prevención
contra la “cientifización” del saber agroecológico inscrito en los sistemas de conocimientos
tradicionales y arraigado en la racionalidad cultural y en la identidad étnica de las propias
comunidades, que pudiera imponerse desde la legitimidad de las instituciones académicas y la
racionalidad económica del libre mercado a las prácticas de los productores rurales.

El saber ambiental fertiliza al campo de la agroecología; articula sus saberes y prácticas con una
nueva teoría de la producción; los constituye en una punta de lanza y en un pilar para la
construcción de una racionalidad productiva alternativa (Leff, 1998, 2001). El objetivo de la
agroecología no es simplemente contribuir a una producción más sustentable dentro de los
mecanismos del desarrollo limpio y a ocupar nichos de mercado de productos verdes dentro de las
políticas de la globalización económico-ecológica. El saber agroecológico contribuye a la
construcción de un nuevo paradigma productivo al mostrar la posibilidad de producir con la
naturaleza, de generar un modo de producción fundado en el potencial ecológico-tecnológico de
la naturaleza y la cultura. El saber agroecológico se inscribe así en las estrategias de poder en el
saber por la sustentabilidad, que implican la necesidad de una política científico-tecnológica que
favorezca sus procesos de innovación y consolide sus prácticas productivas, y pone en juego un
cojmplejo proceso de recuperación, hibridación e innovación de saberes en una política de
reapropiación cultural de la naturaleza.

Agroecología y Gestión Comunitaria de los Recursos Naturales

El nuevo orden económico aspira a dar bases de “sostenibilidad” a la racionalidad del mercado.
Sin embargo, los fundamentos de la sustentabilidad global se establecen en los procesos
productivos primarios –en las economías de subsistencia que no han estado regidas
tradicionalmente por los principios de acumulación y producción para el mercado–, que afectan
directamente la fertilidad de los suelos, la productividad de los bosques y la preservación de la
biodiversidad. En este sentido, no podría haber una economía sostenible que no esté fundada en
una agricultura y una silvicultura sustentables, de las que dependen las condiciones de existencia
de la mayoría de la población del tercer mundo y el equilibrio ecológico del planeta.

Los métodos de la agroecología, han mostrado el potencial de sus estrategias para desarrollar una
agricultura sustentable y altamente productiva, basada en la capacidad fotosintetizadora de los
recursos vegetales, la conservación de los suelos, el manejo de los procesos ecológicos, los
cultivos múltiples y su asociación con especies silvestres; en el “metabolismo” entre procesos de
producción primaria, transformación tecnológica y reciclaje ecológico de residuos industriales.
Estas experiencias, una vez sistematizadas, ofrecen principios y técnicas capaces de ser
generalizados. De esta manera, la agroecología genera nuevas potencialidades productivas en el

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agro, generando nuevas alternativas ecológicas y arraigando sus estrategias en las comunidades
rurales (Toledo, 1989).

La importancia de los métodos de la agroecología para el manejo productivo y sustentable de los


recursos forestales y agrícolas, radica en la oferta potencial de recursos que puede generar para
mejorar las condiciones de subsistencia de los millones de campesinos e indígenas que se
encuentran en estado de desnutrición y pobreza extrema y excluidos de las garantías de la
seguridad y la autosuficiencia alimentaria, debido a la implantación de modelos productivos que
no han considerado las condiciones ecológicas, sociales y culturales propias de estas comunidades
rurales. En este sentido, los principios de la agroecología ofrecen la posibilidad de fundar
prácticas productivas sobre bases ecológicas y democráticas.

La necesidad de esta transformación productiva en el campo surge también de las limitaciones


para generar empleos para la población rural expulsada por los procesos predominantes de
deforestación y de modernización del agro, hacia ciudades, tierras marginales y ecosistemas
frágiles, empobreciendo aún más a la población rural y acentuando la pérdida de fertilidad de los
suelos.

La complejidad y fragilidad de los ecosistemas tropicales, que definen la vocación de los suelos,
así como la heterogeneidad cultural de la organización social de los países tropicales, obligan a
plantear una estrategia diferente para el manejo productivo y sustentable de sus agroecosistemas,
más que a continuar su artificialización y capitalización forzada determinada por las condiciones
del mercado mundial. Reconociendo que la conversión del uso del suelo para el desarrollo de la
agricultura comercial y de una ganadería extensiva ha sido la causa principal de la deforestación –
de la destrucción de los bosques tropicales y selvas húmedas– y de la erosión de la fertilidad de
los diferentes ecosistemas de América Latina, surge la necesidad de reorientar las estrategias de
recuperación y uso sustentable del suelo hacia el manejo múltiple e integrado de los recursos
naturales.

La oferta natural de recursos procedente de la diversidad biológica de los ecosistemas tropicales,


ofrece condiciones ventajosas para aplicar los principios de la agroforestería en proyectos de
autogestión productiva y de manejo múltiple e integrado de los recursos forestales, agrícolas y
ganaderos, así como en la transformación agroindustrial in situ de sus recursos, fomentando la
integración regional de agroindustrias y mercados. Esta estrategia resulta más adecuada a las
condiciones ecológicas y sociales de la producción sustentable en el trópico que la
homogeneización forzada de los recursos orientada hacia las oportunidades coyunturales del
mercado mundial. Ello implica la necesidad de desarrollar tecnologías eficientes y adecuadas para
ser administradas por las propias comunidades para transformar los recursos naturales a escalas
que correspondan con los ritmos de oferta ecológicamente sustentable, y que permitan el
aprovechamiento de especies de uso no convencional.

Los principios de la agroecología y el manejo integrado de recursos, plantean la posibilidad de


construir una economía más equilibrada, justa y productiva, fundada en la diversidad biológica de
la naturaleza y la riqueza cultural de los pueblos de América Latina. Sin embargo, para generar
ese nuevo potencial es necesario legitimar los derechos y fortalecer políticamente a las
comunidades, dotándolas al mismo tiempo de una mayor capacidad técnica, científica,
administrativa y financiera, para la autogestión de sus recursos productivos. Se abren aquí

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diversas posibilidades que van, desde el manejo de reservas extractivas y del bosque natural, hasta
el desarrollo de prácticas agro-silvo-ecológicas para el aprovechamiento múltiple de la selva
tropical, la regeneración selectiva de sus recursos naturales y el manejo de cultivos diversificados.
Investigaciones recientes muestran el potencial de desarrollo para el autoconsumo y para el
mercado mundial que ofrece el manejo productivo de los diversos y exuberantes recursos de la
selva tropical, pasando de la agricultura itinerante tradicional a establecer parcelas fijas altamente
productivas basadas en el uso múltiple e integrado de sus recursos (Boege, 1992).

La construcción de este potencial alternativo de desarrollo dependerá sin duda de la producción


de tecnologías apropiadas para el manejo productivo de la biodiversidad de los ecosistemas y para
el aprovechamiento múltiple de sus recursos, revirtiendo las tendencias dominantes a
transformarlos en plantaciones y cultivos especializados de alto rendimiento en el corto plazo. Se
abren así perspectivas promisorias para un desarrollo agroforestal, generando medios de
producción mejorados, asimilables a las prácticas productivas de las comunidades rurales. Sin
embargo, el control de las empresas de biotecnología sobre las cada vez más sofisticadas técnicas
de ingeniería genética, pone en desventaja a las poblaciones indígenas y campesinas frente a los
grandes consorcios internacionales que cuentan con los medios científicos y económicos para
apropiarse el material genético de los recursos que han sido y son patrimonio histórico de los
pobladores de las regiones tropicales. Ello plantea la necesidad de desarrollar estrategias que
permitan a las comunidades rurales legitimar sus derechos sobre su patrimonio de recursos y la
propiedad de la tierra, y que aseguren la transferencia y apropiación real de nuevos recursos
tecnológicos para mejorar sus condiciones de autogestión productiva.

Las posibilidades que abre la agroecología para convertir a los recursos agrícolas y forestales en
base del desarrollo y bienestar de las comunidades rurales, aparece también como un medio para
la protección efectiva de la naturaleza, de la biodiversidad y del equilibrio ecológico del planeta.
La consolidación de estos procesos dependerá del fortalecimiento de la capacidad organizativa de
las propias comunidades para desarrollar alternativas productivas que les permita mejorar sus
condiciones de vida y aprovechar sus recursos de manera sustentable. De esta manera, los
pobladores de los bosques, las selvas tropicales y las áreas rurales del tercer mundo podrán aliviar
su pobreza y conservar su base de recursos como un potencial productivo que les permita
satisfacer sus necesidades actuales y construirse un futuro sustentable. Para ello es necesario
reconstruir los potenciales ecológicos y culturales que dan base a un paradigma de productividad
ecotecnológica, al tiempo que se legitiman los nuevos derechos colectivos de los pueblos
indígenas y las sociedades rurales para la reapropiación de su patrimonio de recursos naturales y
culturales (Leff, 1993).

El Movimiento Agroecológico y la Reapropiación Social de la Naturaleza

La degradación socioambiental ha planteado la impostergable necesidad de transformar los


principios de la racionalidad económica, de su carácter desigual y depredador, para construir una
racionalidad productiva capaz de generar un desarrollo equitativo, sustentable y duradero. Este
debate teórico y político ha generado un amplio movimiento social, en el que los principios del
desarrollo sustentable se han ido arraigando en luchas populares y en organizaciones de las
comunidades rurales para la autogestión de sus tierras y sus recursos naturales.

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En este sentido han surgido diversas organizaciones en diferentes regiones del mundo, entre los
que destacan el movimiento Chipko contra la privatización de los bosques del Himalaya (Guha,
1989) y de los seringueiros de la Amazonía por desarrollar reservas extractivas de los recursos de
sus florestas (Allegretti, 1987, Gonçalves, 2001). En años recientes, un vigoroso movimiento
indígena y campesino –donde los signos vás visibles son el MST y el EZLN– se ha incorporado a
este proceso de ambientalización, afirmando sus derechos de autonomía y autogestión, así como
su capacidad de reapropiación de sus territorios, sus riquezas forestales y la biodiversidad de sus
selvas, reconociendo que su sobrevivencia y condiciones de vida dependen del manejo
sustentable de los recursos agroecológicos y agroforestales.

Los movimientos sociales asociados al desarrollo de los nuevos paradigmas agroecológicos a las
prácticas productivas del medio rural, no son sino parte de un movimiento más amplio y complejo
orientado hacia la transformación del Estado y del orden económico dominante. El movimiento
por el desarrollo sustentable se inscribe en las nuevas luchas por la democracia directa y
participativa y la autonomía de los pueblos indios, abriendo perspectivas a un nuevo orden
económico y político mundial.

En este contexto, los principios de la agroecología y la agroforestería no sólo plantean la


necesidad de reestructurar la producción en los ambientes rurales para ajustarla a las nuevas
oportunidades del mercado y a las condiciones de rentabilidad de la producción agrícola, sino de
fundar una nueva racionalidad productiva sobre bases ecológicas y de equidad social. Los
proyectos de capitalización del campo asociados primero con la Revolución Verde y ahora con
los cultivos transgénicos, han sido incapaces de valorar los recursos naturales, culturales y
humanos del medio rural, llevando a una sobreproducción y subconsumo de productos
alimentarios, con efectos devastadores en la pérdida de fertilidad de los suelos, la salinización y la
erosión de las tierras, la polarización social y la miseria extrema, generadas por las empresas
agroindustriales intensivas en capitales y en insumos hídricos y energéticos (García et al., 1988a,
1988b).

El movimiento por la conservación productiva de los bosques y selvas ha pasado a ocupar un


papel importante en la resolución de problemas ambientales globales, como el calentamiento
global, debido tanto a las tasas de deforestación como a los efectos de la creciente concentración
urbana, al incremento de la producción industrial y al irracional uso de energéticos. Se ha
planteado así el imperativo de preservar las funciones ecológicas de los bosques que contribuyen
a mantener los equilibrios hidrológicos y climáticos de la Tierra y de mejorar el potencial de
producción forestal de los trópicos, basado en sus particulares condiciones de productividad
natural y regeneración ecológica, a través de prácticas sustentables de manejo integral de los
recursos que permitan preservar su biodiversidad y satisfacer las necesidades fundamentales de
sus pobladores.

El actual proceso de transformación productiva del campo, no sólo plantea una interrogante sobre
la posibilidad de generar empleos para la población rural que será expulsada de un agro
modernizado. Ello plantea el reto de frenar la pérdida de bosques y suelos, al tiempo que se
desarrollan nuevas estrategias productivas que permitan el aprovechamiento del potencial
productivo de los ecosistemas y de las comunidades rurales de los trópicos.

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El problema que se plantea es el de articular los espacios de economías autogestionarias y
endógenas fundadas en la apropiación comunitaria de los recursos, con las fuerzas omnipresentes
del mercado mundial; el incorporar las bases naturales y culturales de sustentabilidad a la
racionalidad de la producción; el equilibrar la eficacia productiva con la distribución del poder, de
manera que sean los actores conscientes de una nueva economía social quienes decidan y
controlen los procesos políticos y productivos, y no las leyes ciegas y los intereses corporativos
del mercado. Emergen así los principios de una gestión ambiental participativa, la exigencia de la
sociedad civil, las comunidades indígenas, los pueblos de las florestas, que demandan un acceso y
apropiación de sus recursos, del entorno en el que históricamente se han configurado sus
civilizaciones, dándoles sustento vital y cultural. Estas se funden ahora en una demanda de
democracia participativa y directa, que implica su derecho a plantearse y realizar otros futuros
posibles, a generar nuevas técnicas y a apropiárselas como fuerzas productivas, a democratizar los
procesos de producción de sus medios de vida.

Así el movimiento ambiental está abriendo nuevas vías para revertir la degradación ecológica, la
concentración industrial, la congestión urbana y la concentración del poder; para romper con la
alienación de un modelo homogeneizante, depredador y desigual; para seguir la evolución de la
naturaleza hacia la diversidad biológica y la aventura de la humanidad por la vía de la
heterogeneidad cultural; para lograr formas más productivas e igualitarias, pero también mejores
formas de convivencia social y de relación con la naturaleza.

Los imperativos de la modernidad no deben limitarse a ajustar (forzar) las diversas condiciones
ecológicas, culturales y sociales que determinan el aprovechamiento equitativo y sustentable de
los recursos, a los principios de una racionalidad económica que tan sólo valora el patrimonio de
recursos naturales y culturales en términos de un capital natural y humano, es decir, del valor de
la fuerza de trabajo y de las materias primas que determinan los mecanismos del mercado. El reto
es desarrollar nuevas formas de articulación de una economía global sustentable con economías
de autoconsumo fundadas en el mejoramiento del potencial ambiental de cada localidad, que
resulten altamente productivas, al tiempo que preserven la base de recursos naturales y la
diversidad biológica de los ecosistemas. Ello plantea la necesidad de promover formas de
asociación e inversión que transfieran una mayor capacidad técnica y un mayor potencial
productivo a las propias comunidades, a través de procesos de cogestión que mejoren las
condiciones de vida de la población, que aseguren la sustentabilidad a largo plazo de los procesos
productivos, y que incrementen al mismo tiempo los excedentes comercializables.

Los principios de productividad ecotecnológica y los métodos de la agroecología, plantean la


posibilidad de construir una economía más equilibrada, justa y productiva, fundada en la
diversidad biológica de la naturaleza y la riqueza cultural de los pueblos de América Latina. Ello
implicará la necesidad de legitimar los derechos y fortalecer políticamente a las comunidades,
dotándolas de una mayor capacidad técnica, científica, administrativa y financiera, para la
autogestión de sus recursos productivos, y para hacer viable el manejo productivo de la
biodiversidad, en proyectos alternativos de gestión ambiental y desarrollo sustentable.

Las perspectivas para el uso sustentable de los recursos están atravesadas por poderes desiguales
que defienden proyectos alternativos de desarrollo. Así, los países del Norte manifiestan su
interés en preservar la biodiversidad del planeta y en explotar los recursos forestales de los países
subdesarrollados amparándose en los derechos de propiedad intelectual y las patentes sobre

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mejoras genéticas de los recursos vegetales. Por su parte, los países del Sur se resisten a ceder el
control sobre sus recursos a los mecanismos del mercado mundial y a las cada vez más
sofisticadas estrategias de dominación que están desarrollando los países del Norte sobre la base
del control del conocimiento científico, la propiedad de las innovaciones biotecnológicas y su
poder financiero.

Ante esta disyuntiva, los principios de racionalidad ambiental y productividad ecotecnológica se


vinculan con la necesidad de reforzar el poder y las capacidades de las propias comunidades para
emprender un desarrollo endógeno, fundado en el aprovechamiento de los bosques y de las selvas
tropicales, bajo los principios de la autogestión comunitaria y el uso ecológicamente sustentable
de los recursos naturales. Esta estrategia ha dejado de ser tan sólo una propuesta de académicos,
intelectuales y grupos ambientalistas, para plantearse como una demanda de las comunidades
rurales. Han surgido así numerosas experiencias y todo un movimiento ambiental para la puesta
en práctica de los principios del ecodesarrollo y de la agroecología por los propios productores del
campo y los bosques, quienes luchan por reapropiarse el control colectivo de sus recursos
naturales y culturales y la reorganización sus prácticas productivas.

Desde fines de los años setenta, a lo largo de la década de los ochenta y más aún en los noventa,
una vertiente del movimiento ambiental se ha venido arraigando en las comunidades rurales,
incorporando a sus demandas tradicionales por la tierra las de la autogestión de sus recursos
naturales. Ello se refleja en la organización de los productores forestales, que luchan por
transformar el régimen de explotación de los recursos de las empresas concesionarias, por un
nuevo modelo de apropiación de su patrimonio de recursos, de autogestión de la producción y
comercialización, adquiriendo al mismo tiempo el control de los servicios técnicos forestales y
generando innovaciones técnicas a partir de las prácticas tradicionales de uso de los recursos. Las
propuestas para el aprovechamiento sustentable de los bosques y los recursos naturales están
arraigándose en nuevas formas de organización de las comunidades para la defensa y el control
colectivo de sus recursos, así como para el desarrollo de estrategias productivas alternativas. Está
surgiendo así un nuevo espíritu de organización colectiva, que moviliza un desarrollo alternativo
fundado en el potencial productivo de los ecosistemas, así como en la diversidad cultural y en las
capacidades organizativas de las comunidades rurales.

En la puesta en práctica de estas estrategias de gestión participativa se avanza en la realización de


un desarrollo alternativo, en el que se va forjando una nueva conciencia social y un conocimiento
colectivo sobre el potencial que encierra el manejo ecológico de los recursos naturales, y la
energía social que surge de los procesos sociales de autogestión productiva. Estos van
rompimiento un largo proceso de explotación de los recursos y de las comunidades rurales como
fuente de acumulación de capital, centralización política y concentración urbana, en los que las
economías de escala y de aglomeración ya se han revertido, rebasando umbrales críticos de
equilibrio ecológico y tolerancia social que se reflejan en el incremento de la pobreza crítica y la
degradación ambiental.

Desde esta constatación, está surgiendo una demanda de las comunidades para que el Estado
reconozca sus derechos de uso, usufructo y manejo de sus recursos forestales. Emerge así una
nueva conciencia y un nuevo espíritu de organización colectiva, que movilizan un desarrollo
alternativo al proyecto neoliberal y a un modelo homogeneizador, ajeno a la diversidad cultural y
al potencial productivo de los ecosistemas del trópico. La consolidación de estos procesos

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dependerá del fortalecimiento de la capacidad organizativa de las propias comunidades. También
requerirá de una clara voluntad política para apoyar estas alternativas de desarrollo, ofreciendo los
apoyos técnicos y financieros básicos para la innovación y aplicación de nuevas técnicas y para el
florecimiento de estas nuevas formas de organización productiva.

Este movimiento ha llevado a incrementar el número de organizaciones rurales y campesinas, así


como de proyectos de investigación, desarrollo y extensión, orientados por los principios de la
agroecología, generando una colaboración en forma de redes para el intercambio de experiencias
y conocimientos, así como para fortalecer el consenso social a favor de los nuevos proyectos
productivos, buscando incidir en las políticas de producción rural y desarrollo sustentables.

De esta manera, un movimiento social cada vez más amplio avanza en la construcción de una
nueva racionalidad productiva, fundada en bases ecológicas para una producción sustentables, así
como en criterios de equidad social y de diversidad cultural, capaz de revertir los procesos de
degradación ambiental y de generar beneficios directos para las comunidades responsables de la
autogestión de sus recursos ambientales. Sin duda son los pobladores que habitan los bosques, las
selvas tropicales y las áreas rurales donde se significa su cultura, donde se forjan sus solidaridades
colectivas y se configuran sus proyectos de vida, quienes pueden asumir el compromiso de
mantener la base de recursos como legado de un patrimonio histórico y cultural, y como fuente de
un potencial económico para las generaciones venideras.

Epílogo

El tiempo está probando que la crisis ambiental es efectivamente una crisis civilizatoria, que el
movimiento agroecológico se inscribe en lo que podemos calificar de una gran transformación
que tal vez lleve a revertir los procesos y las inercias que han desembocado en el holocausto
ecológico a través de la idea del progreso y del crecimiento sin límites. Para ello será necesario
construir una racionalidad ambiental que incorpore un nuevo modo de producción, fundado en los
principios de productividad neguentrópica; ello habrá de llevar hacia una reruralización de la vida
que revierta las inercias hacia la hiperurbanización. Para ello, la ciencia y las técnicas de la
agroecología deben articularse a una nueva teoría de la producción y nuevas prácticas
productivas, a la construcción de un mundo en el que predomine el ser de las cosas sobre su
utilidad mercantil, donde se revalorice la tierra y el trabajo, y donde el ser humano pueda
reconocerse en sus saberes y en el sentido de sus acciones.

La agroecología podría convertirse así en la punta de lanza para la cristalización de un paradigma


de productividad ecotecnológica. La agroecología será el arado para el cultivo de un futuro
sustentable y habrá de articularse a procesos de transformación social que permitan pasar de la
resistencia a la globalización, a la construcción de un nuevo mundo.

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