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La agroecología ha sido definida como un nuevo paradigma productivo, como una constelación
de ciencias, técnicas y prácticas para una producción ecológicamente sustentable en el campo. En
este Seminario que congrega a los maestros de estas nuevas artes y oficios, y no siendo yo quien
conduce este arado, quien con su hoz remueve la tierra y siembra la nueva semilla, quisiera dirigir
la mirada al crisol en el que se funden y amalgaman los conocimientos que promueven este
cambio de paradigma, sobre el sentido mismo del saber agroecológico. Pues más allá de su poder
instrumental, en el concierto de estos saberes se juega el renacimiento del ser: de la naturaleza, de
la producción, del agrónomo, del científico, del técnico, del campesino y del indígena; la
reconstitución del ser que funda sobre nuevas bases el sentido de la producción y abre las vías a
un futuro sustentable.
Hoy, esta cofradía de maestros de la agroecología reunidos en este escenario seminal, se congrega
para la siembra de una nueva semilla, pero también para evaluar las recolectas de sus recientes
cosechas. Es un ritual que nos hace recordar a aquel momento de la mayor gloria de las artes y
oficios en la alborada del Renacimiento, que quedo plasmado en la historia del arte operístico en
los Maestros Cantores de Nuremberg de Wagner. Las prácticas agroecológicas nos remiten a la
recuperación de los saberes tradicionales, a un pasado en el cual el humano era dueño de su saber,
a ese tiempo en el que su saber le asignaba un lugar en el mundo y un sentido existencial... como
zapatero, sastre o herrero; como músico y poeta. La época de los saberes propios. Hoy, en este
lugar, en este cónclave de artífices de la agroecología aparece nuevamente en la escena un Sachs
–Ignacy interpretando al zapatero-poeta Hans Sachs–, el maestro que juega con las reglas de la
formación económica y de las formas musicales del pensamiento para enriquecer la tradición
económica con la innovación del ecodesarrollo. Acompañan este evento Toledo, poeta de la
etnobiología y Altieri, maestro fundidor de las ciencias y técnicas de la agroecología; y el
amalgamador Gliessman, y el orfebre Sevilla; están los peleteros y los sastres que confeccionan el
tejido del nuevo saber practicando sus artes y oficios, todos escribanos, aprendices y maestros
cantores, todos forjadores del nuevo paradigma. Todos representantes de aquél Walter, caballero
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Coordinador, Red de Formación Ambiental para América Latina y el Caribe. Programa de las Naciones Unidas para
el Medio Ambiente.
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de Franconia, que deslindándose y trascendiendo sus títulos nobiliarios de las ciencias normales,
han apostado a la magia de las palabras y a la alquimia de la poesía para repensar el mundo y sus
prácticas; para hacer tierra en un mundo en reconstrucción. Tal vez en este certamen, el premio al
poeta cantor no sea la mano de una bella doncella, sino el gusto mismo de componer música con
sus saberes y recomponer el mundo en el pentagrama de la agroecología.
Los saberes agroecológicos son una constelación de conocimientos, técnicas, saberes y prácticas
dispersas, que responden a las condiciones ecológicas, económicas, técnicas y culturales de cada
geografía y cada población. Estos saberes y estas prácticas no se unifican en torno a una ciencia;
las condiciones históricas de su producción están articuladas a diferentes niveles de producción
teórica y de acción política que abre el camino para la aplicación de sus métodos y para la
implementación de sus propuestas. Los saberes agroecológicos se forjan en la interfase entre las
cosmovisiones, teorías y prácticas. La agroecología, como reacción a los modelos agrícolas
depredadores, se configura a través de un nuevo campo de saberes prácticos para una agricultura
más sustentable, orientada hacia el bien común y el equilibrio ecológico del planeta, y como una
herramienta para la autosubsistencia y la seguridad alimentaria de las comunidades rurales.
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confundían con los sabores: el vino era el producto de la caricia ardiente del sol sobre la dorada y
redonda uva; su fruto era transformado en un elixir de amor macerando su cuerpo en danzas
rituales, abrazándolo con manos artesanales, enjugando sus jugos en olorosas barricas y
destilándolos para convertirlos en eaux de vie. El vino se degustaba saboreando los saberes de la
producción y formando los saberes del gusto. La maestría del arte de la cosecha permitía un
vínculo del productor y el consumidor con los dones de la tierra. La cultura jugueteaba con la
evolución reproduciendo y diversificando en las formas y los tiempos los sabores del maíz, de la
papa, de la yuca. La cultura coevolucionaba con la naturaleza, hibridándose y diversificándose,
multiplicando los sentidos de la vida y las formas de la naturaleza. Eran tiempos en los que el
campesino extraía los jugosos y gustosos frutos de la tierra intercambiabndo sus excedentes en
relaciones de complementariedad y reciprocidad y no por un interés mercantil; cuando el trabajo
era saber hacer y saber ser y la tierra era labrada como el orfebre moldea el metal y el escultor la
piedra. Cuando el fruto del trabajo rendía el fruto de las delicias de la tierra, el don de la vida
convertido en sabores que no sólo calmaban el hambre sino que, como nos ilustró Barrau (1979)
en su etnobiografías, conjugaban “las metamorfosis de la alimentación y los fantasmas del gusto”.
La globalización nos ofrece hoy comida de todos los países en todas partes del mundo, junto con
el McDonnalds y la Coca Cola que homogenizan el gusto de los ciudadanos de este planeta. Pero
un mole mexicano es en esencia (y por sus esencias) tan inexportable como los sabores de unos
simples fideos en el más modesto desayunador de Honk Kong. Los sabores reclaman y se aferran
a su lugar de origen, a su tierra y el arte culinario de sus pueblos; y mueren de nostalgia al ser
desterritorializados y expatriados.
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Agroecología, Productividad Ecotecnológica y Racionalidad Ambiental
La agroecología ha sido definida por Altieri (1987) como “las bases científicas para una
agricultura alternativa”. Su conocimiento habría de ser generado mediante la orquestación de las
aportaciones de diferentes disciplinas para comprender el funcionamiento de los ciclos minerales,
las transformaciones de energía, los procesos biológicos y las relaciones socioeconómicas como
un todo en el análisis de los diferentes procesos que intervienen en la actividad agraria. La
agroecología incorpora el funcionamiento ecológico necesario para una agricultura sustentable,
pero a su vez introyecta principios de equidad en la producción de manera que sus prácticas
permitan un acceso igualitario a los medios de vida.
La agroecología comprende la dimensión entrópica del deterioro de los recursos naturales en los
sistemas agrarios; sin embargo, al dirigir sus acciones al ámbito del productor directo, no provee
un paradigma comprehensivo que ofrezca soluciones globales a la degradación entrópica del
planeta a través de una nueva racionalidad productiva que de coherencia y eficacia a las diferentes
técnicas y acciones locales. En sus aplicaciones puntuales, la agroecología contribuye a desmontar
los modelos agronómicos tradicionales; mas su acción transformadora implica la inserción de sus
técnicas y prácticas diferenciadas en una nueva teoría de la producción (Leff, 1994, 2000).
La agroecología no es tan sólo una caja de herramientas ecológicas para ser aplicada por los
productores del campo. De la manera como es trabajada por Altieri, González de Molina, Sevilla
o Gliessman, el orden cultural y comunitario en que se inserta el agricultor, su identidad local y
prácticas sociales, son elementos centrales para la concreción y apropiación social de sus
prácticas.
La agroecología como instrumento del desarrollo sustentable se funda en las experiencias
productivas de la agricultura ecológica, para elaborar propuestas de acción social colectivas que
contestan la lógica depredadora del modelo productivo agroindustrial hegemónico para sustituirlo
por otro que apunta hacia una agricultura socialmente justa, económicamente viable y
ecológicamente sustentable. Implica al investigador en la realidad que estudia, al aceptar, en pie
de igualdad con su conocimiento científico, los saberes locales generados por los productores. La
agroecología ha surgido precisamente de una interacción entre los productores (que se rebelan
ante el deterioro de la naturaleza y la sociedad que provoca el modelo productivo hegemónico) y
los investigadores y docentes más comprometidos en la búsqueda de estrategias sustentables de
producción. Es la fusión de la “Empiria Campesina” y la “Teoría Agroecológica” que funda un
desarrollo alternativo en un Desarrollo Rural Sustentable (Sevilla, 2001). Ello implica pasar del
estudio de las economías campesinas para garantizar la sobrevivencia de las comunidades
indígenas y la sustentabilidad de las economías campesinas, a vincular a la agroecología en una
nueva teoría de la producción, que se sustenta en el espacio rural y por tanto convoca a los
pueblos del campo y de las florestas como actores privilegiados del proceso.
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Frente a la transmutación de la geopolítica de una economía ecologizada que hoy en día
revaloriza el sentido conservacionista de la naturaleza –reabsorbe y rediseña la economía natural
dentro de las estrategias de mercantilización de la naturaleza–constriñendo el valor de la
biodiversidad a sus nuevas funciones como proveedora de riqueza genética, de valores escénicos
y ecoturísticos y de su capacidad de absorción de bióxido de carbono, la agroecología se enclava
en el contexto de una economía política del ambiente. De esta manera devuelve el sentido a la
fuerza de trabajo como trabajo productivo que trabaja con las fuerzas de la naturaleza, donde el
trabajo, dentro de un conjunto de prácticas, no sólo es conducido por unos saberes y
conocimientos prácticos, sino por una teoría que los envuelve y una estrategia política que los
conduce y los hace valer ante las valoraciones crematísticas de la productividad económica y
tecnológica de corto plazo.
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apropiación productiva (y destructiva) de la naturaleza; que llevaron a desterritorializar a la tierra
para poderla valorizar como una renta producto de las fertilidades diferenciadas de los suelos.
Hoy, parecería que han desaparecido las condicionantes físicas que obligaban a los hombres a
adaptarse a las condiciones locales del suelo, del clima y el agua; como un nuevo Prometeo
desencadenado por la magia y fuerza de la biotecnología, el neoliberalismo económico y
tecnológico pretende liberar a la producción de sus constreñimientos naturales. Dislocando estas
abstracciones simplificadoras y ficticias, el saber ambiental recupera el ser de la naturaleza y de la
tierra.
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Paradigma Agroecológico? Interdisciplinariedad y Diálogo de Saberes
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La agroecología y la agronomía capitalista no confrontan a sus “paradigmas de conocimiento”
contrastando simplemente la efectividad de sus modelos productivos tomando a la naturaleza
como objeto. En ambos casos, la producción está vinculada a cosmovisiones del mundo: así,
mientras la agroecología se nutre de los saberes culturales de los pueblos, de valores tradicionales
que vinculan el momento de la producción con las funciones simbólicas y el sentido cultural del
metabolismo social con la naturaleza, la agricultura capitalista se funda en la creencia en el
mercado y en la valoración de la especialización tecnológica, en una ideología del progreso y del
crecimiento sin límites que va desnaturalizando a la naturaleza y la relación del hombre con la
tierra.
En este sentido, las múltiples vías de hibridación de saberes y las prácticas no científicas que
conforman el conocimiento y prácticas de la agroecología no constituyen propiamente un
paradigma científico que habría de contrastarse con la realidad y confrontarse con la “ciencia
normal” (y los valores que persigue) la agronomía capitalizada actualmente existente. Estos
principios, valores, saberes y conocimientos adquieren coherencia paradigmática en niveles
teóricos más generales, en los cuales es posible contrastar las prácticas agronómicas que se
desprenden de la racionalidad económica dominante, con la agroecología vinculada a una
racionalidad ambiental.
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tecnológico y científico impuesto por encima y desde fuera del ámbito de los mundos de vida de
las personas.
El saber ambiental fertiliza al campo de la agroecología; articula sus saberes y prácticas con una
nueva teoría de la producción; los constituye en una punta de lanza y en un pilar para la
construcción de una racionalidad productiva alternativa (Leff, 1998, 2001). El objetivo de la
agroecología no es simplemente contribuir a una producción más sustentable dentro de los
mecanismos del desarrollo limpio y a ocupar nichos de mercado de productos verdes dentro de las
políticas de la globalización económico-ecológica. El saber agroecológico contribuye a la
construcción de un nuevo paradigma productivo al mostrar la posibilidad de producir con la
naturaleza, de generar un modo de producción fundado en el potencial ecológico-tecnológico de
la naturaleza y la cultura. El saber agroecológico se inscribe así en las estrategias de poder en el
saber por la sustentabilidad, que implican la necesidad de una política científico-tecnológica que
favorezca sus procesos de innovación y consolide sus prácticas productivas, y pone en juego un
cojmplejo proceso de recuperación, hibridación e innovación de saberes en una política de
reapropiación cultural de la naturaleza.
El nuevo orden económico aspira a dar bases de “sostenibilidad” a la racionalidad del mercado.
Sin embargo, los fundamentos de la sustentabilidad global se establecen en los procesos
productivos primarios –en las economías de subsistencia que no han estado regidas
tradicionalmente por los principios de acumulación y producción para el mercado–, que afectan
directamente la fertilidad de los suelos, la productividad de los bosques y la preservación de la
biodiversidad. En este sentido, no podría haber una economía sostenible que no esté fundada en
una agricultura y una silvicultura sustentables, de las que dependen las condiciones de existencia
de la mayoría de la población del tercer mundo y el equilibrio ecológico del planeta.
Los métodos de la agroecología, han mostrado el potencial de sus estrategias para desarrollar una
agricultura sustentable y altamente productiva, basada en la capacidad fotosintetizadora de los
recursos vegetales, la conservación de los suelos, el manejo de los procesos ecológicos, los
cultivos múltiples y su asociación con especies silvestres; en el “metabolismo” entre procesos de
producción primaria, transformación tecnológica y reciclaje ecológico de residuos industriales.
Estas experiencias, una vez sistematizadas, ofrecen principios y técnicas capaces de ser
generalizados. De esta manera, la agroecología genera nuevas potencialidades productivas en el
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agro, generando nuevas alternativas ecológicas y arraigando sus estrategias en las comunidades
rurales (Toledo, 1989).
La complejidad y fragilidad de los ecosistemas tropicales, que definen la vocación de los suelos,
así como la heterogeneidad cultural de la organización social de los países tropicales, obligan a
plantear una estrategia diferente para el manejo productivo y sustentable de sus agroecosistemas,
más que a continuar su artificialización y capitalización forzada determinada por las condiciones
del mercado mundial. Reconociendo que la conversión del uso del suelo para el desarrollo de la
agricultura comercial y de una ganadería extensiva ha sido la causa principal de la deforestación –
de la destrucción de los bosques tropicales y selvas húmedas– y de la erosión de la fertilidad de
los diferentes ecosistemas de América Latina, surge la necesidad de reorientar las estrategias de
recuperación y uso sustentable del suelo hacia el manejo múltiple e integrado de los recursos
naturales.
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diversas posibilidades que van, desde el manejo de reservas extractivas y del bosque natural, hasta
el desarrollo de prácticas agro-silvo-ecológicas para el aprovechamiento múltiple de la selva
tropical, la regeneración selectiva de sus recursos naturales y el manejo de cultivos diversificados.
Investigaciones recientes muestran el potencial de desarrollo para el autoconsumo y para el
mercado mundial que ofrece el manejo productivo de los diversos y exuberantes recursos de la
selva tropical, pasando de la agricultura itinerante tradicional a establecer parcelas fijas altamente
productivas basadas en el uso múltiple e integrado de sus recursos (Boege, 1992).
Las posibilidades que abre la agroecología para convertir a los recursos agrícolas y forestales en
base del desarrollo y bienestar de las comunidades rurales, aparece también como un medio para
la protección efectiva de la naturaleza, de la biodiversidad y del equilibrio ecológico del planeta.
La consolidación de estos procesos dependerá del fortalecimiento de la capacidad organizativa de
las propias comunidades para desarrollar alternativas productivas que les permita mejorar sus
condiciones de vida y aprovechar sus recursos de manera sustentable. De esta manera, los
pobladores de los bosques, las selvas tropicales y las áreas rurales del tercer mundo podrán aliviar
su pobreza y conservar su base de recursos como un potencial productivo que les permita
satisfacer sus necesidades actuales y construirse un futuro sustentable. Para ello es necesario
reconstruir los potenciales ecológicos y culturales que dan base a un paradigma de productividad
ecotecnológica, al tiempo que se legitiman los nuevos derechos colectivos de los pueblos
indígenas y las sociedades rurales para la reapropiación de su patrimonio de recursos naturales y
culturales (Leff, 1993).
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En este sentido han surgido diversas organizaciones en diferentes regiones del mundo, entre los
que destacan el movimiento Chipko contra la privatización de los bosques del Himalaya (Guha,
1989) y de los seringueiros de la Amazonía por desarrollar reservas extractivas de los recursos de
sus florestas (Allegretti, 1987, Gonçalves, 2001). En años recientes, un vigoroso movimiento
indígena y campesino –donde los signos vás visibles son el MST y el EZLN– se ha incorporado a
este proceso de ambientalización, afirmando sus derechos de autonomía y autogestión, así como
su capacidad de reapropiación de sus territorios, sus riquezas forestales y la biodiversidad de sus
selvas, reconociendo que su sobrevivencia y condiciones de vida dependen del manejo
sustentable de los recursos agroecológicos y agroforestales.
Los movimientos sociales asociados al desarrollo de los nuevos paradigmas agroecológicos a las
prácticas productivas del medio rural, no son sino parte de un movimiento más amplio y complejo
orientado hacia la transformación del Estado y del orden económico dominante. El movimiento
por el desarrollo sustentable se inscribe en las nuevas luchas por la democracia directa y
participativa y la autonomía de los pueblos indios, abriendo perspectivas a un nuevo orden
económico y político mundial.
El actual proceso de transformación productiva del campo, no sólo plantea una interrogante sobre
la posibilidad de generar empleos para la población rural que será expulsada de un agro
modernizado. Ello plantea el reto de frenar la pérdida de bosques y suelos, al tiempo que se
desarrollan nuevas estrategias productivas que permitan el aprovechamiento del potencial
productivo de los ecosistemas y de las comunidades rurales de los trópicos.
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El problema que se plantea es el de articular los espacios de economías autogestionarias y
endógenas fundadas en la apropiación comunitaria de los recursos, con las fuerzas omnipresentes
del mercado mundial; el incorporar las bases naturales y culturales de sustentabilidad a la
racionalidad de la producción; el equilibrar la eficacia productiva con la distribución del poder, de
manera que sean los actores conscientes de una nueva economía social quienes decidan y
controlen los procesos políticos y productivos, y no las leyes ciegas y los intereses corporativos
del mercado. Emergen así los principios de una gestión ambiental participativa, la exigencia de la
sociedad civil, las comunidades indígenas, los pueblos de las florestas, que demandan un acceso y
apropiación de sus recursos, del entorno en el que históricamente se han configurado sus
civilizaciones, dándoles sustento vital y cultural. Estas se funden ahora en una demanda de
democracia participativa y directa, que implica su derecho a plantearse y realizar otros futuros
posibles, a generar nuevas técnicas y a apropiárselas como fuerzas productivas, a democratizar los
procesos de producción de sus medios de vida.
Así el movimiento ambiental está abriendo nuevas vías para revertir la degradación ecológica, la
concentración industrial, la congestión urbana y la concentración del poder; para romper con la
alienación de un modelo homogeneizante, depredador y desigual; para seguir la evolución de la
naturaleza hacia la diversidad biológica y la aventura de la humanidad por la vía de la
heterogeneidad cultural; para lograr formas más productivas e igualitarias, pero también mejores
formas de convivencia social y de relación con la naturaleza.
Los imperativos de la modernidad no deben limitarse a ajustar (forzar) las diversas condiciones
ecológicas, culturales y sociales que determinan el aprovechamiento equitativo y sustentable de
los recursos, a los principios de una racionalidad económica que tan sólo valora el patrimonio de
recursos naturales y culturales en términos de un capital natural y humano, es decir, del valor de
la fuerza de trabajo y de las materias primas que determinan los mecanismos del mercado. El reto
es desarrollar nuevas formas de articulación de una economía global sustentable con economías
de autoconsumo fundadas en el mejoramiento del potencial ambiental de cada localidad, que
resulten altamente productivas, al tiempo que preserven la base de recursos naturales y la
diversidad biológica de los ecosistemas. Ello plantea la necesidad de promover formas de
asociación e inversión que transfieran una mayor capacidad técnica y un mayor potencial
productivo a las propias comunidades, a través de procesos de cogestión que mejoren las
condiciones de vida de la población, que aseguren la sustentabilidad a largo plazo de los procesos
productivos, y que incrementen al mismo tiempo los excedentes comercializables.
Las perspectivas para el uso sustentable de los recursos están atravesadas por poderes desiguales
que defienden proyectos alternativos de desarrollo. Así, los países del Norte manifiestan su
interés en preservar la biodiversidad del planeta y en explotar los recursos forestales de los países
subdesarrollados amparándose en los derechos de propiedad intelectual y las patentes sobre
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mejoras genéticas de los recursos vegetales. Por su parte, los países del Sur se resisten a ceder el
control sobre sus recursos a los mecanismos del mercado mundial y a las cada vez más
sofisticadas estrategias de dominación que están desarrollando los países del Norte sobre la base
del control del conocimiento científico, la propiedad de las innovaciones biotecnológicas y su
poder financiero.
Desde fines de los años setenta, a lo largo de la década de los ochenta y más aún en los noventa,
una vertiente del movimiento ambiental se ha venido arraigando en las comunidades rurales,
incorporando a sus demandas tradicionales por la tierra las de la autogestión de sus recursos
naturales. Ello se refleja en la organización de los productores forestales, que luchan por
transformar el régimen de explotación de los recursos de las empresas concesionarias, por un
nuevo modelo de apropiación de su patrimonio de recursos, de autogestión de la producción y
comercialización, adquiriendo al mismo tiempo el control de los servicios técnicos forestales y
generando innovaciones técnicas a partir de las prácticas tradicionales de uso de los recursos. Las
propuestas para el aprovechamiento sustentable de los bosques y los recursos naturales están
arraigándose en nuevas formas de organización de las comunidades para la defensa y el control
colectivo de sus recursos, así como para el desarrollo de estrategias productivas alternativas. Está
surgiendo así un nuevo espíritu de organización colectiva, que moviliza un desarrollo alternativo
fundado en el potencial productivo de los ecosistemas, así como en la diversidad cultural y en las
capacidades organizativas de las comunidades rurales.
Desde esta constatación, está surgiendo una demanda de las comunidades para que el Estado
reconozca sus derechos de uso, usufructo y manejo de sus recursos forestales. Emerge así una
nueva conciencia y un nuevo espíritu de organización colectiva, que movilizan un desarrollo
alternativo al proyecto neoliberal y a un modelo homogeneizador, ajeno a la diversidad cultural y
al potencial productivo de los ecosistemas del trópico. La consolidación de estos procesos
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dependerá del fortalecimiento de la capacidad organizativa de las propias comunidades. También
requerirá de una clara voluntad política para apoyar estas alternativas de desarrollo, ofreciendo los
apoyos técnicos y financieros básicos para la innovación y aplicación de nuevas técnicas y para el
florecimiento de estas nuevas formas de organización productiva.
De esta manera, un movimiento social cada vez más amplio avanza en la construcción de una
nueva racionalidad productiva, fundada en bases ecológicas para una producción sustentables, así
como en criterios de equidad social y de diversidad cultural, capaz de revertir los procesos de
degradación ambiental y de generar beneficios directos para las comunidades responsables de la
autogestión de sus recursos ambientales. Sin duda son los pobladores que habitan los bosques, las
selvas tropicales y las áreas rurales donde se significa su cultura, donde se forjan sus solidaridades
colectivas y se configuran sus proyectos de vida, quienes pueden asumir el compromiso de
mantener la base de recursos como legado de un patrimonio histórico y cultural, y como fuente de
un potencial económico para las generaciones venideras.
Epílogo
El tiempo está probando que la crisis ambiental es efectivamente una crisis civilizatoria, que el
movimiento agroecológico se inscribe en lo que podemos calificar de una gran transformación
que tal vez lleve a revertir los procesos y las inercias que han desembocado en el holocausto
ecológico a través de la idea del progreso y del crecimiento sin límites. Para ello será necesario
construir una racionalidad ambiental que incorpore un nuevo modo de producción, fundado en los
principios de productividad neguentrópica; ello habrá de llevar hacia una reruralización de la vida
que revierta las inercias hacia la hiperurbanización. Para ello, la ciencia y las técnicas de la
agroecología deben articularse a una nueva teoría de la producción y nuevas prácticas
productivas, a la construcción de un mundo en el que predomine el ser de las cosas sobre su
utilidad mercantil, donde se revalorice la tierra y el trabajo, y donde el ser humano pueda
reconocerse en sus saberes y en el sentido de sus acciones.
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Bibliografía
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Editores, México.
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