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Antoine Hennion La Pasion Musical PDF
Antoine Hennion La Pasion Musical PDF
Hennion
La
pasión
musical
Sumario
Agradecimientos .......................................................................................... 13
Introducción ................................................................................................. 15
El huidizo objeto de la música .............................................................. 15
La música alérgica al discurso crítico ................................................... 16
La música es una teoría de las mediaciones .......................................... 17
La obra, el colectivo y los mediadores .................................................. 20
La pasión musical: más allá de la alternativa entre
el desenmascaramiento y la naturalización ..................................... 22
PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
Capítulo 1. Antes de la mediación: las lecturas sociales del arte .87 Sistema de
los gustos y vida de las formas: las primicias
de la sociología del arte ..................................................................... 87
El arte como revelador del imaginario de las sociedades . . . . 93
Arte, ideología, lucha de clases............................................................. 98
La solución milagrosa: la economía política de los signos . . . 104
La estética negativa, o la mediación imposible .................................... 106
Capítulo 2. La sociología y el objeto artístico: creencia,
ilusión, artefacto................................................................................ 119
La teoría de la creencia .......................................................................... 120
La lección de Bourdieu ......................................................................... 121
Arte o cultura ........................................................................................ 126
De la ilusión a la construcción colectiva .............................................. 128
La sociología de la música: el oficio y la orquesta................................ 134
«Redes de personas que actúan conjuntamente» ................................. 138
La construcción del campo musical: el caso de la música
contemporánea .................................................................................. 142
El fundamento «natural y social» de la música .................................... 148
El señuelo y el desvío ............................................................................ 150
El objeto, o el fruto prohibido de la sociología ..................................... 153
Capítulo 3. La historia social del arte, o las obras en la sociedad . 157
Un vasto repoblamiento........................................................................ 159
La historia social, o ¿cómo referir el arte a lo social? ........................... 162
El primer comodín de la historia social: el recurso al público. . 163
El segundo comodín de la historia social: el comanditario . . .167 La
institución de la música: la historia social atrapada
por lo político .................................................................................... 170
La historia social, ¿dispuesta a aceptar actores por fin activos?. 175
Capítulo 4. La nueva historia del arte: lo social en la obra . . . . 179
Mecenas y consejeros ............................................................................ 179
La recurrencia infinita de los intermediarios ...................................... 183
SUMARIO 9
TERCERA PARTE
Bibliografía.................................................................................................... 377
Agradecimientos
1 J.-J. Nattiez colocaba esta cita como obertura de su semiología musical [1975a].
16 LA PASIÓN MUSICAL
bien en utilizar el contraste entre las literaturas a que han dado lugar. La
consistencia de la estatua o el cuadro inspira, con toda naturalidad, la actitud
crítica hacia el discurso sociológico, que es también un avatar de la pareja
filosófica del objeto y el sujeto: a la confrontación entre un objeto de
admiración estética y un sujeto preocupado por atribuir la fuente de la belleza a
sus cualidades respectivas, basta con sustituirla por la multitud de mediadores
ocultos que son los únicos que hacen posible esa relación, desde el ambiente, la
institución y el mercado, hasta los críticos, el gusto y la diferenciación social.
Directamente importada del modelo construido por Durkheim a propósito de
los tótems, la mediación sociológica introduce entre el sujeto y el objeto la
pantalla a través de la que se ven y, a partir de esa separación, permite asignar a
mecanismos sociales subterráneos lo que los actores atribuyen al objeto. Pero en
arte, la temible resistencia de ese objeto obliga al sociólogo, en el momento
decisivo en el que debe aportar sus propias interpretaciones, a regresar de forma
huraña a las elecciones fundamentales, a optar «en última instancia» por el
estatuto irreductible de la obra de arte o a arrancar la máscara que la cultura
aplica a la dominación. Y ya vuelva el abogado de la necesidad de un orden
cultural que oponga un dique contra el caos o denuncie el esnobismo de un
culto disfrazado de amor por el arte, reconstruye la oposición, que su trabajo
debía haber prescrito, entre la representación que reconoce el objeto y la que lo
atribuye a la creencia del grupo.
Para llevar a cabo semejante recorrido entre las ciencias sociales, las obras de
arte y la música, siguiendo el hilo del problema de la mediación, hemos
dividido este libro en tres partes. La primera parte trata del movimiento actual
de reinterpretación de la música barroca: ¿cuál es el estatuto de los
intermediarios por los que hay que pasar para escuchar una música? Los
mejores guías para abordar este tránsito son los intérpretes de una música
barroca, escrita hace tres siglos y desde hace una quincena de años ofrecida a
nuestros oídos bajo dos formas competidoras, «clásica» o «barroca», opuestas
término a término por intérpretes, musicólogos, críticos y aficionados, en todos
los soportes utilizados por la interpretación musical, de la disputa musicológica
acerca de sus medios antiguos, instrumentos, diapasón, efectivos orquestales,
fraseo, voces o tempos, a la competencia económica en sus medios de
18 LA PASIÓN MUSICAL
estetización
individual colectivo
sociologización
6 Según el título de un clásico de esta tradición sintética: Emotion and meamng in music
[Meyer, 1956].
24 LA PASIÓN MUSICAL
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La pasión musical
Paidós DE MÚSICA
Colección dirigida por Ramón Andrés Títulos
publicados:
Antoine Hennion
La pasión musical
PAIDÓS
Barcelona
Buenos
Aires
México
Título original: La Passion musicale
Publicado en francés, en 1993, por Editions Métailié, París
© 1993, Éditions Métailié © 2002 de la traducción, Jordi Terré © 2002 de todas las ediciones
en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona y Editorial Paidós, SAICF,
Defensa, 599 - Buenos Aires http://www.paidos.com
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO 1
Una música en todos sus estados
9 Una primera versión de este estudio apareció en Dufourt y Fauquet (dirs.) [1991, págs. 181-
207].
30 I-A PASIÓN MUSICAL
tros los que tenemos que analizar esa relación, su disolución: el tiempo se
ha encargado de ello y nos permite ver cómo los propios músicos (artistas y
públicos) la reconstruyen. Aproximan las orillas de una zanja abierta por el
tiempo, partiendo unos del tiempo presente y los otros más bien de los vestigios
del pasado, restitución ejemplar que, gracias a sus controversias, podemos
nosotros, por nuestra parte, escenificar.
¿Cómo hay que tocar la música de antaño? El debate se complica a medida que
es preciso tener en cuenta una historia más rica del movimiento. Se presenta, al
comienzo, según discrepancias casi disciplinarias: con un tono poco amable, los
protagonistas se echan en cara definiciones de la verdad. La respuesta
musicologista sostiene aproximadamente este lenguaje: el trabajo arqueológico
realizado por los musicólogos nos permite, a partir de ahora, poseer un buen
conocimiento de la manera en la que esas músicas eran tocadas en su época,
indicando, si no lo que hay que hacer, al menos sí lo que no hay que hacer, y
del espíritu general de una interpretación auténtica, definida por la obediencia
a las fuentes históricas —hay que tocar «como se tocaba en la época»—, incluso
si se trata de un ideal, y se insiste en el hecho de que se deja a la iniciativa del
intérprete actual un amplio espacio. Contraargumento modernista: nos
encontramos en el siglo xx, el gusto ha cambiado, los instrumentos han
mejorado, ya no tenemos ni el oído ni la sensibilidad de un marqués de
Versalles; la verdad de la música de Bach no reside en una ilusoria fidelidad a
su origen histórico, sino en su capacidad para ser reinter- pretada con nuestros
instrumentos y nuestras técnicas modernas.
No matter how it was done in the Church of St. Thomas, a performance of the St.
Matthew Passion done with meagre means sounds palé and indecisive to the present-day
ear [...] and thereby contradicts the intrinsic essence of Bach’s music [Adorno, 1967, pág,
144, en «Bach defended against his devotees», págs. 133-146].11
Lo que se cuestiona es la teoría de la música, no Danhauser, una blanca
igual a dos negras, sino la verdadera: ¿qué es de lo que se trata cuando se ama la
música? La misma disputa carece, desde el comienzo, de toda mediación. Para
unos, la verdad histórica del siglo xvm debe imponer su ley a los intérpretes y a
los melómanos actuales que, como en el espectáculo, se abandonan en la
oscuridad, en un siglo xx ausente del montaje: el enfoque musicologista, al
intentar reconstruir el gusto por una música desaparecida, ignora nuestro siglo
consumidor en nombre de la fidelidad a los siglos productores. Según los
defensores del enfoque modernista, nos apoyamos, al contrario, de todas formas
en nuestro siglo, volens nolens, para apropiamos según nuestras necesidades de
un repertorio antiguo; tal enfoque, al dar la prioridad al gusto del aficionado
actual, opta por el consumidor y, en la polémica, se descubre sociologista: los
gustos modernos producen los objetos pasados; el público actual (incluso a
través de los comerciantes que lo cortejan) es quien impone su ley a un objeto
impreciso, que es lo que se pretende que sea: el siglo xvm actualizado para
nuestro placel', del mismo modo que el xix reconstruyó una Edad Media a
imagen de su propio Romanticismo.
El corte entre la música como objeto pasado o como repertorio actual hace
visibles las oposiciones entre producción y consumo, proyectándolas en el
tiempo. Este corte, definido así en términos positivos, como principios
utilizados por unos u otros en la disputa, pasa, pues, del lado de la
interpretación, en sentido teórico y ya no musical: separa también el discurso
histórico, que participa en el esfuerzo de ese movimiento de reconstrucción del
pasado, y el discurso sociológico, que, ante semejante revival, prefiere más bien
hablar de apropiación presente del pasado. Siempre se trata de la misma
cuestión, cuyas dos vertientes se erigen ahora sobre los tablados rivales de las
disciplinas que estudian la música: ¿el siglo xx ha ido humildemente al
descubrimiento del «verdadero» siglo xvm o se ha compuesto a su medida un
xvio de circunstancias para relanzar el mercado moderno de la música?
Bourdieu, al esbozar su visión del problema, ha optado, por ejemplo, por esta
segunda interpretación, fundada sobre la crítica de la primera:
¿Cuáles son los elementos del problema? Una polémica encarnizada ha opuesto,
una vez más en la historia de la música, a los Antiguos y los Modernos —pero
sin que ahora sea posible discernir con tanta claridad quién es quién en esta
disputa— con la aparición de interpretaciones de las músicas de finales del siglo
XVII y del xvm, y en particular de Bach, en instrumentos antiguos, con voces
infantiles, con diapasones más bajos que los «la» 445 o 450 de las orquestas
sinfónicas y, más generalmente, con un sonido de conjunto más tenue, menos
continuo, un estilo de ejecución más danzante, colmado de acentos, fuelles y
moderación sonora: «El primer atentado contra la integridad del mito de Bach
data del momento en que los esteticistas reconocieron en su música todos los
caracteres del estilo barroco. Fue ante todo, para el público, un momento de
escándalo» [«Bach aujourd’hui», pág. 200, en A. Souris, 1976, págs. 199-203].
Tras un período de intenso aunque relativamente breve combate (en Francia,
todo se desarrolló aproximadamente entre 1975 y 1985), la victoria recayó
sobre los nuevos intérpretes, aclamados triunfalmente en todos los escenarios,
tanto en concierto como en los medios de comunicación y el disco: los artículos
de la prensa especializada, las emisiones de France-Musique, los festivales de
verano, los cursillos para aficionados, los programas de los conciertos y, por
último y quizá sobre todo, las nuevas grabaciones y las cifras de venta de discos
compactos, dedican ya la mayor parte a los antiguos francotiradores, que no
desean ser llamados «barroquistas». J.-M. Damian constata:
12 «Préface à la troisième édition» del Dictionnaire Diapason des disques et des compacts,
Fayard [1988, pág. IX]; desde la primera edición, de 1981, la elección de las versiones ha sido
rigurosamente revisada.
13 En el libro de entrevistas realizadas con J.-F. Labie [1989].
14 «Para mí, el Barroco era una desestabilización, el final de las certezas. Contra la sim-
34 LA PASIÓN MUSICAL
Si existe menos interés por las grandes causas del cambio de gusto que por las
modalidades prácticas de ese cambio, los procedimientos precisos de
desaparición y reaparición de un tipo de música, es porque de lo que se trata
con toda exactitud es de los objetos musicales, pero no en el sentido filosófico
de una capacidad abstracta del arte para superar sus realizaciones inmanentes y
su percepción subjetiva, sino en el sentido más concreto del término: ¿qué es lo
que queda de una música olvidada? Rigurosamente, sus objetos —es decir, casi
ya cadáveres—. Los indicios que ha dejado ante sí: instrumentos, edificios,
15 Lo que actúa aquí no es «el poder físico de los sonidos», explica Rousseau en el Essai sur
Vorigine des lcingues [Ensayo sobre el origen de las lenguas] [1970, pág. 165]: «Mientras sólo se
considere a los sonidos por la conmoción que suscitan en nuestros nervios, no se alcanzarán los
verdaderos principios de la música y de su poder sobre los corazones» [pág. 147].
16 Pavel [1988, pág. 171, n. 8], que se refiere al análisis musical de R, Jakobson [1932],
17 Es decir, no en el sentido débil, negativo (y hostil a la mediación) de una ilusión colectiva
que hay que denunciar, sino en el sentido fuerte, positivo (y completamente fundado sobre la
mediación), de una relación con el mundo ejercida por «garantes» con los que hay que contar.
18 Adorno hablaba acertadamente de ese momento de fluctuación, pero para proyectarlo sobre
los otros como una falta: «Quien no comprenda el “lenguaje de la música” no percibirá en él más
que un galimatías y se preguntará qué es lo que esos sonidos pueden significar» [Adorno y
Horkheimer, 1974, pág, 164],
38 LA PASIÓN MUSICAL
De momento, el objeto está desnudo. Por contraste, uno percibe todo aquello
con lo que se atavía de ordinario para poderlo gustar.
El ejemplo del Barroco visitado de nuevo permite levantar esa super-
posición de los vestidos de la música.
¿Cómo colmar entonces ese intervalo entre dos siglos, que sólo nos entrega de
la música de Versalles sus objetos, raros y equívocos, en los que el aficionado de
gusto clásico ha rechazado ante todo apoyarse? Esa solución de continuidad
coloca uno al lado del otro por una vez al músico y al sociológico, el que quiere
acercar el campo de la música viva a un repertorio muerto y el que quiere
comprender cómo las músicas vivas se sostienen por la rigidez de los soportes
materiales que se adjudican. Ante el problema arqueológico de la
reconstrucción de una música a partir de las huellas que el tiempo no ha
borrado del todo, la lista de vehículos de los que disponemos para colmar ese
vacío, la de los objetos que el músico actual debe reunir a su alrededor para
hacer surgir de nuevo la música, proporciona así al sociológico, de manera
espectacular, un análisis corrosivo, llevado a cabo por el tiempo mismo, de la
solidez comparada de los medios que la música ha encontrado para perdurar.
En primer lugar, ¿qué objetos, en el sentido más arqueológico del término?
No son tan numerosos, ni tan fáciles de descifrar y reanimar: instrumentos
estropeados, tratados contradictorios, partituras que no lo anotan todo y, aun,
algunas trazas escritas o dibujadas, registros de efectivos orquestales, programas
y representaciones. Ahí se hallan enrarecidos por la interrupción en la
tradición de la interpretación continuada, que ordinariamente los enmascara
por la introducción natural en tales soportes materiales de las habilidades, los
gustos, los hábitos de ejecución y escucha, las técnicas y los dispositivos de los
que surge la música. Pero rigurosamente no tenemos acceso a una música
antigua que ha dejado de tocarse más que a través de los esfuerzos, voluntarios
o involuntarios, que ha realizado mientras estaba viva para inscribirse entre
«las cosas que se conservan».19 Y de pronto, estos soportes de la música que
parecen tan numerosos y tan poco equívocos en el seno de una tradición viva
se asemejan a los fragmentos de huesos, herramientas y tumbas que
desentierran los arqueólogos. Se vuelven raros, vestigios poco explícitos,
19 Hemos colocado como epígrafe al capítulo 1, tercera parte, pág. 235, la expresión que
Durkheim [1912-1985] utiliza a propósito de los tótems «que mediatizan» el sentimiento colectivo.
UNA MÚSICA EN TODOS SUS ESTADOS 39
Para decir las cosas con sencillez, durante decenios hemos leído y
ejecutado con toda la buena fe las convenciones de la época de Brahms.
De ello han resultado dos concepciones fundamentalmente diferentes,
extremas, fundadas en los mismos presupuestos, es decir,
paradójicamente en el mismo estado de ánimo: ya se le hayan añadido las
indicaciones «faltantes» (matices, expresión, tempi, efectivos
instrumentales), ya se haya tocado simplemente lo escrito de manera
«auténtica» y «objetiva». Nuestra meta debe consistir, en cambio, en
descubrir lo que significa la notación [Harnoncourt, 1985, págs. 44-45].21
22 «Justice is done to Bach not through musicological usurpation but solely through the most
advanced composition», en «Bach defended against his devotees» [1967, pág. 146].
23 La defensa del presente contra el pasado, que contiene en germen la posición sociologista,
adquiere un carácter caricaturesco en la lectura ofrecida por S. McClary, en un reader preocupado
por fundar una sociología crítica de la música, de los movimientos de reinterpretación de la música
de Bach, que conduce al autor a una «polpotización» del repertorio antiguo: «[My problem is not
that] where are spending too much of our finite energies on a repertory 275 years old (a
consideration that does, in fact, motivated me to some extent)», en «The blasphemy of talking
politics during Bach Year» (¡ah!, esa manía de la crítica de asustarse ante su propia audacia...), pág.
60 [Leppert y McClary, 1987, págs. 13-62]. El autor remite a Adorno («“Authenticity” has become a
marketing catchword in this new mass culture industry, [in which] obsession for technical and
technological perfection obscures careful interpretation of the music itself» [pág. 57, n. 51]), antes
de concluir con un sorprendente juego de prestidigitación ¡que convierte a Leonhardt y consortes,
esos «devotos» explícitamente concernidos por los ataques de Adorno, en sus discípulos: «One can
hear enacted [in their performances] the strains to which Adorno points» [pág. 61, n. 60],
42 LA PASIÓN MUSICAL
los demás...;
— Vivaldi y los italianos, rehabilitados aún más tarde, se vuelven pronto
populares.
Globalmente, la recuperación ha sido lenta hasta el despegue actual que
culmina en los años setenta con el nacimiento de un medio específico para la
reinterpretación de estas músicas. Pero la interrupción afecta hasta tal punto
por su carácter brutal y general, que se puede circunscribir en el tiempo con
una relativa precisión: el último premio para clave lo concede el Conservatorio
en 1798; a partir de 1750, en una veintena de años, todo un repertorio, elevado
hasta entonces a las cumbres del éxito, tanto de prestigio como de popularidad,
se hunde,26 arrastrado por una renovación completa que desemboca en el estilo
galante, con el que compositores como Gluck, Cari Philipp Emanuel Bach o
Leopold Mozart aseguraron la breve transición.
Ciertamente, no es necesario conceder un crédito ciego a la idea de un
hundimiento y luego de una renovación totales. Son siempre, en parte, el efecto
de la rescritura del pasado por sus redescubridores modernos.27 Frente a
semejante descripción, incluso matizada, de un repertorio desaparecido y
recuperado, la musicografía puede oponer un continuum de casos más
complicados: al alegar tradiciones particulares, como la de los organistas;28 al
recordar las numerosas tentativas realizadas que ya buscaron en el pasado la
fidelidad musicológica, mucho antes de que nuestros modernos barrocos, desde
A. Choron, a comienzos del siglo xix, F.-J. Fétis o el pianista Alkan, hasta
Wanda Landowska o Nadia Boulanger; y más en general, al mostrar el
conocimiento de hecho prácticamente continuo de ese repertorio por la
musicología. Lejos de invalidar el análisis, la multiplicidad de las historias
encabalgadas que conducen de un nombre del siglo xvii hasta nosotros, al trazar
imágenes contrastadas según las vías o los medios, solicitan, al contrario,
26 «La música de la antigua Francia sufre desde hace aproximadamente dos siglos una
desafección tan profunda como injusta», escribe R. Fajon [1984, pág. I], quien recuerda el inmenso
éxito de la ópera francesa de Lully en 1730, y enumera la creación de 122 óperas (escritas por 27
compositores, en 25 libretos). El hit parade establecido a partir del número de las reposiciones
confirma el reinado de Lully sobre el siglo: Thésée (1675), Atys (1676), Amadis (1684), Roland
(1685), Armide (1686), Thétis et Pélée (de Colasse, 1689), Phaéton (Lully, 1683), las Fêtes
vénitiennes (de Campra, 1710), etc.
27 La idea de la importancia de esos redescubridores es ya familiar para la historia del arte, si
no ha entrado verdaderamente en la historia de la música; véase Haskell [1986], más adelante en
págs. 183 y sigs.
28 ¡J. Cheyronnaud cuenta que su propio profesor de órgano todavía había recibido lecciones
de un organista de provincias que rehusaba «pasar el pulgar»!
44 LA PASIÓN MUSICAL
29 Véanse los trabajos de C. Himelfarb [1990] o, sobre Rameau por ejemplo, los de C, Massip
sobre las ediciones de sus obras [1987] y de D. Pistone sobre su recepción en París en el siglo xix
[1987].
UNA MÚSICA EN TODOS SUS ESTADOS 45
Así, durante una veintena de años, han cohabitado dos interpretaciones muy
contrastadas de las mismas músicas. Para comprender, en el caso del ritmo, de
qué regresa exactamente, la exposición de los hechos puede partir del problema
mecánico de la notación. Al final de la Edad Media, nos encontramos con
manuscritos cultos exhaustivos, perfectamente explícitos, al menos respecto al
ritmo que nos ocupa. Las dificultades proceden más bien de las otras músicas,
no escritas, cuyas huellas no son más que índices indirectos. La música está
ampliamente dominada por los ritmos ternarios, es decir, en términos
modernos, un tiempo igual a tres fracciones de tiempo —pero este sentido es
UNA MÚSICA EN TODOS SUS ESTADOS 47
totalmente anacrónico para la época, que se interesa por los diferentes ritmos
de la escansión, de la prosodia—; sería preferible hablar de ritmo binario
desigual que de ritmo ternario, porque los músicos ven en ese «ternario» la
célula básica de la alternancia larga-breve, sobre la que articular, combinando
sus encadenamientos reglados, bocetos rítmicos compuestos, más largos.
Muchos factores harán evolucionar considerablemente ese estado del arte
en el curso del siglo xvi, en relación con la generalización de la imprenta. «Fue
una revolución de origen tipográfico, pero no cabe duda de que la ejecución
musical no quedó afectada por ella» [Geoffroy-Dechau- me, 1964a, pág. 13]: la
música seguirá siendo desigual, ornamentada y acentuada, pero la notación se
igualará. Se simplifica lo que es evidente: los dos semitiempos, el largo y el
breve, serán anotados como corchea (si la negra es el tiempo). ¿Q ué necesidad
hay de repetir a lo largo de las páginas una notación complicada (e inexacta:
una notación como corchea punteada-semicorchea impone una desigualdad
estricta y constante, opuesta al efecto pretendido; como dice Saint-Lambert
(1702), hay obras en las que las notas «quieren» ser menos desiguales que
otras...), cuando lo que se intenta transcribir es la evidencia compartida por
todos: la acentuación larga-breve del ritmo musical?31 Escribamos sólo la
melodía y ganemos espacio y dinero al eliminar la impresión de caracteres
inútiles, que dependen del «buen gusto». Es decir, no se trata de ninguna
manera de la subjetividad anacrónicamente abandonada a cada cual, sino
sencillamente de las reglas del arte y la interpretación instrumental, que la
partitura no dispensa de aprender y sobre las que se extienden numerosos
tratados, precisando detalladamente ritmos, tempos, fraseos y ornamentaciones,
y sin hacer concesiones sobre la manera de tocar de la época para cada estilo (o
«gusto»),32 cada país y cada período, más que un margen de duda muy limitado
en las disputas entre especialistas, contrariamente a la cómoda idea que los
intérpretes modernos han difundido.
Cuando se advierte que el progreso de una autodenominada complejidad
de las reglas ha servido como argumento para permitir una interpretación de
hecho más burdamente opuesta a esas reglas, hay que subrayar, sin tener
demasiado miedo a ser también aquí vulgar, que se trata de importantes
diferencias en la ejecución, no de sutilezas para arqueólogos maníacos: la
interpretación clásica ha impuesto sus tempos lentos, sus notas iguales
(interpretación binaria, en el sentido moderno), ornamentaciones facultativas y
raras, aparte del trino (precisamente no utilizado en el siglo xvm en Francia),33
su vibrato unido, su ejecución ligada y continua, por no hablar de los
instrumentos, su repartición y la sonoridad orquestal resultante, de sus arcos,
lengüetas o sistemas de llaves, e incluso del diapasón, el mismo temperamento,
los efectivos de los conjuntos instrumentales o los coros, los matices y la
dinámica, la distribución de las partes vocales en las sopranos wagnerianas o los
barítonos de Verdi. Retrospectivamente, se tiene más bien la impresión de que
existe una oposición sistemática en el sentido casi estructuralista del término,
menos intencional que inconscientemente exhaustiva: ¡todo sucede como si la
interpretación «moderna» hubiera realizado metódicamente lo contrario de lo
que iban a pregonar los teóricos de la interpretación barroca! Sin negar la
existencia de polémicas entre las interpretaciones musicológicas de los
tratados,34 que no dejan de ser un objeto de investigación apasionante, es
preciso observar que con relación al problema de la interpretación actual que
nos ocupa enmascaran lo principal, a saber, la asombrosa unanimidad de los
tratados antiguos, si no se leen bajo el rasero del trabajo minucioso de la
reconstrucción histórica, riquísimo en encarnizadas controversias, sino a partir
del balance práctico que, desde el punto de vista de la interpretación, podía
extraerse de ellos cuando se quisiera, hasta tal punto que, no sin optimismo, E.
Borrel podía afirmar en 1934 que «el recuento de más de 350 autores franceses
[...] que representan un número doble de obras produce en cada punto
resultados de una perfecta concordancia» [págs. v- vi]. Lejos de garantizar la
visión moderna de una gozosa libertad entregada a la fantasía del intérprete, su
examen ya había permitido, a comienzos de siglo, a A. Dolmetsch, antes que a
Borrel, poner de manifiesto lo esencial de las reglas de la interpretación de la
33 «El trémolo francés comienza siempre por la nota superior; el trino italiano, por la propia
nota» [Borrel, 1934, pág. 66, n. 2].
34 La más desarrollada opuso a F. Neumann [1978] a los autores que lo habían precedido,
especialmente a T. Dart [1954] y a R. Donington [1963], en un esfuerzo un tanto paranoico por
defender lo contrario de todo lo que los otros habían establecido. Las paradojas de Neumann
merecen atención cuando explota el caso de Bach, cuyo lugar intermediario entre los estilos
europeos plantea problemas muy particulares, peto la controversia pierde interés cuando se
enfrenta a la definición del estilo francés.
UNA MÚSICA EN TODOS SUS ESTADOS 49
música francesa35 (es decir, de la que era, desde su época y por completo
explícita, la más opuesta al trabajo subterráneo de la igualación métrica, cuyos
promotores modernistas eran los italianos).
Borrel lo dice, de forma sin duda demasiado categórica: «Al construir
cuadros sinópticos, se advierte que, a despecho de divergencias superficiales,
todo el mundo estaba de acuerdo» [pág. 56] ,36 y da la lista de tablas que se
transcriben minuciosamente unas a otras, desde el comienzo hasta el final del
siglo XVIII: «No sólo resulta evidente que la música francesa ha presentado una
fisonomía completamente diferente del arte italiano o el arte alemán, sino que
se comprueba que las vivaces tradiciones que le conferían su aspecto particular
no han variado sensiblemente desde 1650 a 1800» [págs. V-VI]. Sobre todo,
descompone la mayor parte de los elementos que alimentarán la polémica
posterior y formula muy claramente todas las soluciones que los nuevos
intérpretes del Barroco adoptarán, en el plano estético general (relación con la
palabra, con la expresión de los sentimientos, oposición entre los gustos
franceses e italianos) tanto como en las puntualizaciones técnicas precisas,
como los instrumentos y los efectivos instrumentales reducidos,37 la
preponderancia de los bajos sobre las partes intermedias, los ornamentos y su
necesaria variación (y lo que de ellos puede, o no, ser escrito),38 el bajo cifrado,
el diapasón,39 las repeticiones, las notas desiguales,40 los movimientos y
compases. Las fuentes son las mismas que utilizarán los intérpretes futuros.41
Aun más, al haber restituido perfectamente tanto la letra como el espíritu de la
interpretación francesa, Borrel plantea de manera muy pertinente el problema,
que ahora vuelve a ser actual, del carácter contradictorio de su fijación:
«Contrariamente a la música italiana, sometida al más exacto compás, la música
francesa presentaba como característica una gran flexibilidad agógica», escribe
[pág. 180] antes de citar a Rameau42 y concluir con este texto, que no puede ser
más explícito, de Rousseau:
Nos encontramos, pues, frente a un falso debate —pero muy real— repleto de
enseñanzas, en el sentido de que no es reductible, precisamente, a una
oposición entre lo verdadero y lo falso. No se trata, al subrayar el «error»
41 Ya que han sido numerosas las reimpresiones, esos textos son ahora de fácil acceso.
42 «El objeto dominante de nuestra música es el sentimiento, que carece en absoluto de
movimientos determinados y que, en consecuencia, no puede esclavizarse por doquier a un compás
regular, sin perder esa verdad que constituye su encanto» [citado en la pág. 181].
UNA MÚSICA EN TODOS SUS ESTADOS 51
43 Para no complicar más las cosas, que ya lo están demasiado, continuamos llamando así a
los defensores de la interpretación con instrumentos modernos, aunque las dos partes del debate se
vean atrapadas en un problema de etiqueta significativo: ¿quién es más moderno, quién es más
tradicionalista, entre estas versiones del siglo xix o las versiones actuales que retornan al fraseo
barroco? Pues la oposición no consiste en el apego al pasado, sino en el canal utilizado para
comunicar con él —y desde este punto de vista, los «modernos» son los tradicionalistas, ahí donde
los «barroquistas» desempeñan más bien el papel de protestantes, no creyendo más que en la verdad
de las fuentes—. Volveremos sobre este punto.
52 LA PASIÓN MUSICAL
44 «Los instrumentos modernos han travestido a los antiguos a su propia imagen», Souris
[1976, pág, 52]. Véase también «Le cabinet d’instruments du Conservatoire de Musique et le débat
sur le muséum des Arts et des Sciences», F. Gétreau [1992],
45 Momento importante del reconocimiento, realizado por un primer círculo ampliado de
aficionados con el éxito de Alys de Lully, en 1987, por J.-M. Villégier y W. Christie, y coronado
por el gran éxito de público inesperado de la película Todas las mañanas del mundo, de A.
Corneau, en 1991.
54 LA PASIÓN MUSICAL
muestran lo que arrastran con ellos, lo que resiste y lo que cede cuando se
intenta desplazar la música.
El problema de la verdad se encuentra invertido. No pretendemos añadir a
la derrota militar de los antes llamados modernos, súbitamente fosilizados sin
haber entendido lo que les sucedía, la supresión intelectual al mostrar que
efectivamente se habían equivocado, condenados de antemano por el
estalinismo musical de cualquier movimiento de la historia, sino, al contrario,
aprovechar su resistencia para comprender lo que nos une a una música hasta
empujarnos a veces a preferirla frente a la evidencia de los hechos. En el siglo
xix, y a fortiori los intérpretes del disco actuales, ya tenían los tratados que
nosotros poseemos y los claves, laúdes o flautas. Pasaron a otro lado y, a pesar
de las incoherencias, prefirieron tocar lo que querían oír a lo que les dictaban
los escritos.46
46 La más célebre de esas incoherencias, quizá demasiado bella para ser verdad, pero que
tiene valor de mito, es la de una obertura a la francesa, anotada explícitamente con su ritmo
punteado en los dos primeros compases, luego en corcheas iguales hasta el final del movimiento, y
que un conjunto moderno francés, a pesar de estar especializado en el repertorio del período,
habría tocado escrupulosamente tal como había sido anotada.
47 No se podría disponer de un mejor ejemplo del sentido temporal de la palabra: presentar es
hacer presente.
48 Se trata de una tirada reciente de la colección Early KeyboardMusic, © 1904, 1932, 1967,
de la casa Schirmer, un editor norteamericano que, en relación con las ediciones francesas
sistemáticamente revisadas, intentaba, sin embargo, apoyarse en el Urtext y evitar las correcciones
56 LA PASIÓN MUSICAL
51 Una vez más, Boulez: «Los ridiculizamos con una parálisis genética que falsea el sentido
profundo de una obra», ibíd ; Boulez retoma aquí la argumentación de Adorno: «The solé concern of
today’s Bach devotees is to see that no inauthentic dynamics, modifications of tempo, oversize
choirs and orchestras creep in» [1967, págs. 142-143].
52 Se trata del estruendoso «es falso», en el sentido de la precisión de entonación sostenida,
que vociferaba Goléa en la Tribune des critiques de disque tras cualquier extracto de versiones
58 LA PASIÓN MUSICAL
barroquizantes.
53 La historia no se detiene, y hay mucho que apostar a que, también historizadas, las
interpretaciones ex modernas (pero no todas, sin duda, ni cualquiera de ellas), una vez bien
desnaturalizadas, conquistarán de nuevo a sus apasionados aficionados... Opus 111, una etiqueta
especializada, ha editado así La Pasión según San Maleo de Bach tocada por C. Spering en la versión
histórica que es también la reorquestación de Mendelssohn (la de 1841): ¡se trata precisamente del
punto de partida de las versiones románticas contra las que en principio se había definido la
reinterpretación barroca!
54 «La notación casi idéntica para las distintas épocas nos inspira una confianza engañosa;
puede provocar errores de graves consecuencias, en los matices, en la elección del tempo, en el
“tratamiento emocional” de los diversos estilos», escribe Harnoncourt [1985, pág. 44].
55 Véase antes, págs. 51-52, la argumentación de Rousseau sobre el cronómetro: ¿cómo
observar mejor en acto la expulsión de un tiempo mecanizado fuera del tiempo vital de los cuerpos?
UNA MÚSICA EN TODOS SUS ESTADOS 59
56 Schaeffner [1980, pág. 39], al referirse a la memoria colectiva que sostiene sus
interpretaciones.
57 Se concilia con una antropología mucho más general. Insistir en el distanciamiento de
nuestros medios de expresión en formas más consistentes, sobre las que apoyarse para volver a
introducir la variedad expresiva, desemboca en la crítica de las grandes oposiciones como la de
oral/escrito, véase Goody [1979], o la aparición de la imprenta, véase Eisenstein
[1979] , en beneficio de la fina ordenación de mil procedimientos encajados: la retórica, la
ortografía, la prosodia, la gramática, fueron el solfeo del pensamiento y del lenguaje.
58 El debate vuelve a cobrar actualidad a comienzos de siglo, con los reformadores de la
pedagogía musical: contra la fijeza del solfeo tradicional, teorizan la oposición ritmo/compás,
60 LA PASIÓN MUSICAL
asociando al ritmo el vocabulario del cuerpo, de lo sentido, de lo vivo, y al compás la fría y muerta
instrumentalidad de lo escrito; véase La Musique et l’accusation [Hennion y Schnapper, 1986], El
argumento está expuesto detalladamente en «Les discours de la méthode: leçon sur le signe et le
son» [Hennion, 1988, págs. 143-169].
59 «Ya no se piensa en América; la melodía, la armonía, ésos son los temas de todos los
escritos», madame Riccoboni, 1777, citada por G. Snyders [1968, pág, 142],
60 Véase, en el hermoso libro de B. Didier sobre La Musique des Lumières [1985, págs, 331-
392], el capítulo sobre la música en los escritores, como desafío y catalizador de un nuevo equilibrio
dinámico, de una paradoja literaria inédita, en su misma imposibilidad de ser trasladada a palabras.
61 Véase nuestro trabajo sobre la operación efectuada por el trabajo teórico de Rameau
[Hennion, 1987],
UNA MÚSICA EN TODOS SUS ESTADOS 61
62 Según la fórmula de L, B. Meyer [1956, págs, 3-5] en su crítica de esta disputa duplicada.
62 LA PASIÓN MUSICAL
63 Harnoncourt [1985, pág. 44]. Volveremos a encontrar frecuentemente este «casi», que
acompaña ritualmente el recurso al rito... véase la pág, 333.
UNA MÚSICA EN TODOS SUS ESTADOS 63
suficiente para imponerlos por su propia razón, es con todo capaz de remodelar
indirectamente en profundidad el gusto, mediante la introducción de una
asimetría en las redes de garantes sobre los que se apoya la credibilidad de la
música. La interpretación moderna sólo fue una vez moderna: en el universo
musical actual importaba brutalmente los fragmentos antiguos que podían ser
aceptados en él. Doblemente modernos, los barrocos intentaron, al contrario,
aclimatar nuestro oído contemporáneo a la escucha de los sonidos antiguos. No
escuchamos su música con el oído de un pequeño marqués que baila en los
bastidores de la Opera de Versalles. La escuchamos con un oído capaz de
mantener a distancia un universo musical diferente del suyo. No un oído
inmediato, sino un oído tan dotado de prótesis (medios de comunicación,
instituciones, formaciones) que, en un mundo musical suficientemente
establecido, tiene, por primera vez en la historia, ¡los medios para ofrecerse
varias músicas! Tomemos la metáfora de la etnología. El antropólogo, siguiendo
las huellas del explorador, cuando describe el mundo salvaje, no se convierte
también en un salvaje. En contraste con la simple fuerza del explorador que
somete al salvaje, añade una comprensión general de las sociedades humanas,
puesto que deja subsistir una distancia entre su cultura y la del salvaje en lugar
de remitir ésta a la suya. Boulez es un explorador: como el colono reemplaza las
culturas tradicionales «ineficaces» por la aplicación de técnicas occidentales a
las tierras y hombres conquistados, también él desgarra la tierra de los cantos
antiguos con la reja de acero, más eficaz, de los instrumentos de su tiempo.
Como los antropólogos, los músicos de la renovación barroca han preferido
dejar que se vuelva a desplegar como un sistema diferente al nuestro la música
de un tiempo distinto y conservar sus herramientas y sus técnicas para
comprender su propia eficacia, no para plegarla según los criterios de la nuestra.
No se han convertido en salvajes por eso: al contrario, sólo han podido tocar la
música barroca «tal como se tocaba en su época» en la medida en que disponían
de la panoplia completa de los medios musicales modernos: comenzando por
reconocerla como una realidad autónoma, dotada de una historia propia. Como
decía el epígrafe tomado de M. de Certeau: «El “retorno a las fuentes” es
siempre, también, un modernismo».
La cuestión de su victoria final sigue en pie, y el análisis presente no
apuntaba más que a poner de relieve sus apuestas teóricas precisas y su
importancia: ¿por qué una interpretación puede descalificar a otra? «Sobre
gustos y colores»... Pues bien, ¡no! Contrariamente a la afirmación común de su
arbitrariedad subjetiva e indecidible, al apoyarse sobre ciertos objetos y ciertos
movimientos, al utilizar la oportunidad de los momentos sociales y los tempos
64 LA PASIÓN MUSICAL
musicales, al venir a intercalarse por todas partes entre las cosas, los
procedimientos y los hábitos que median entre nosotros y la música, ciertos
gustos destruyen otros de manera irreversible. La historia está todavía por
escribir: los caminos precisos que han trazado dos vías sucesivas entre nosotros
y la música antigua,64 ahora que la idea simplista de la inversión de una
interpretación moderna equivocada por una revolución musicológica ha sido
enterrada, junto con la idea no menos simplista de una manipulación del
mercado por las marcas de discos. Esa historia pasa por tres encrucijadas, que
siguen corrientes vinculadas y se alimentan entre sí, pero que discurren según
velocidades variables:
que hoy los intérpretes se libren de las tradiciones pedagógicas y que disfruten
de la libertad reconquistada de las interpretaciones anticuadas. Los mejores
soportes de un retorno a un siglo XVII «auténtico» se llaman desde ahora
Harmonía Mundi, el disco compacto y FNAC.
TRANSICIÓN
La procesión de los medios de la música
entre sus objetos abandonados y nosotros, sin arriesgar mucho se puede apostar
que cada vez habrá menos Boulez para tocar Bach o Haendel, y cada vez menos
Goléa para desafiar las buenas razones: pues, contrariamente a lo que ese grito
de amor querría hacer(se) creer, no existe nunca ante nosotros ningún garante
estable, ningún objeto finito al que permanecer fiel, sino una sucesión de
hábitos y cosas, cuyo punto de fuga se llama la música amada. Tales hábitos y
cosas invisibles e indispensables del amor han sido destruidas, una por una, a
medida que los barrocos se apoderaron de sus bases para reconstruirlas más
lejos. La debilidad de las formulaciones en términos de sujeto y objeto ha
quedado demostrada: el sujeto solo, traicionado por los objetos, hoy se ve
impotente, como antes los objetos, apartados del reconocimiento de los
músicos, se vieron incapaces de imponer sus razones. Impotencia de un sujeto
que sería dueño de sus objetos, advierte su dependencia, cuando le son
arrebatados. Impotencia de los objetos, cuando son privados de lectores: tan
fuera de uso estaban que, incluso conocidos, eran rechazados. Esa impotencia
simétrica ha mostrado, desde los precursores del siglo xix a los intérpretes
clásicos actuales, el establecimiento progresivo de la interpretación revisada de
los modernos: ningún tratado, ninguna tabla, ningún signo, ningún
instrumento, a pesar de todo lo que incorporan como exhortación a utilizarlos
de manera ortodoxa, ha sido capaz de hacerse obedecer por los intérpretes
decididos a apoderarse de ella con un diferente arsenal de garantes de lo que es
la música. En los numerosos casos en los que el compromiso era imposible entre
las prescripciones contenidas en los restos de la música antigua llegados hasta
nosotros y lo que en ellos buscaban los músicos modernos, el objeto antiguo ha
sido sistemáticamente deformado, ignorado o mutilado para conseguir su
adaptación. No se leyeron los tratados, se restauraron los instrumentos, se
revisaron las partituras, se igualaron ritmos, diapasones y temperamentos.
Todas las huellas que la música había conseguido fijar en la materia no
contaron para nada en la medida en que entraban en competencia con los
medios musicales actuales. Inversamente, a partir del momento en el que esos
medios integraron en su arsenal un prurito de historicidad, todo un gusto se
vino abajo, sepultado por la acumulación de objetos antiguos súbita y
vorazmente arrancados al pasado y devueltos al presente.
LA PROCESIÓN DE LOS MEDIOS DE L.A MÚSICA 70
Es, pues, también, si nos atenemos a ello, una crítica metódica de la re-
lación directa sujeto-objeto que escribe esta historia, en favor de una apología
de la mediación. El objeto «autónomo» ya no tiene fuerza, ha perdido todo
poder sobre las relaciones que ha abandonado (caso de los vestigios de la
música antigua antes de su recuperación actual); sucede lo mismo con respecto
al sujeto «libre» (caso del aficionado tradicional traicionado por la sutilización
de su música). Esta relación directa entre el sujeto de gusto que ejerce su
libertad y un objeto con el que se mide es una fábula.67 O bien todas las
relaciones de mediación están ahí para presentarlos mutuamente, y en efecto
se reconocen (en la denegación de sus mediadores, sin duda, pero eso no quiere
decir a pesar de su ausencia, sino a causa de su presencia oculta), o bien esas
relaciones se ven interrumpidas y ya no son nada. Si se adentra uno en las
controversias reales que acompañan la construcción (o la destrucción) de un
gusto, nunca se tiene relación con un sujeto con S mayúscula ni con un objeto
con O mayúscula, sino con una procesión heteróclita de mediaciones, más o
menos profundamente inscritas en la materia y más o menos ampliamente
reconocidas y compartidas, situadas todas en el intervalo que media entre los
humanos y las cosas: instrumentos tocados, textos leídos, soportes utilizados,
prácticas repetidas, hábitos incorporados a los cuerpos. Al contrario, nada
queda del mundo si uno lo depura para no encontrar en él más que sujetos y
objetos, netamente separados.
El propósito del análisis se vuelve claro: ¿puede decirse más, en música,
sobre este mundo, intermediario y colmado también de mediaciones, en el que
se definen de forma cruzada los humanos y sus objetos, a través de las prótesis
que se tienden para ponerse en contacto? Extraño ballet, en el que todo se
juega en el intervalo, en el envío y la recuperación, juego de distanciamiento
en el que no hay que perderse de vista. La imagen del juego es fuerte, y el juego
de palabras sobre la palabra juego, a menudo señalado, expresa en francés ese
mismo movimiento, recobrado por el músico, del jugador de balón que no debe
ni soltarlo ni «amarrarlo». Tocar música es también jugar con los objetos de la
música, arrojarlos fuera de su cuerpo, pero sin perderlos en el caos de los
sonidos indiferentes, ni matarlos al no hacer de ellos más que las herramientas
serviles del sujeto creador. ¿Qué decir de ese universo musical en el que no se
Todas las obras de arte, y el arte en general, son enigmas. La teoría del
arte siempre se irritó por ello.
Entre las diferentes sociologías del valor, sin duda la sociología del arte es
la que tropieza más directamente con los límites descriptivos del
sociologismo, aunque sólo fuese porque la hipótesis de no-pertinencia de
las estructuras singulares de la obra en relación con sus efectos o sus usos
sociales choca más rápidamente con el desmentido de los hechos IJ.-C.
Passeron, pág. 458, en Moulin, 1986a, págs. 449-459].
68 Esta parte sobre la historia y la sociología del arte se retoma y resume en Hennion [1993a].
LA RESTITUCIÓN DE LOS MEDIADORES: UN MÉTODO PARA DOS PROGRAMAS 73
Para la historia social del arte, éstos son también los términos de un balance
reciente de la disciplina:
Para escapar del dilema entre la facilidad de las analogías y la
imposibilidad de establecer relaciones determinantes entre sociedad y
creación artística, la historia social del arte se orientó, pues, hacia el
estudio de las numerosas mediaciones entre producción artística y
sociedad de una época, luego más sencillamente [...] de las condiciones
socioeconómicas de la creación y la recepción de la obra de arte.69
Y el artículo muestra la presencia mucho más insistente de lo económico,
lo cuantitativo, el mecenazgo, lo público, el gusto... en la historia social del
arte, en relación con el balance incisivo que extraía de ella E. Cas- telnuovo en
1976.
Finalmente, para la sociología, en un informe sobre «las ciencias sociales y
el arte»:
69 Bonfait [en Moulin (dir.), 1989, págs. 59-60]; adviértase el «más sencillamente» que
74 LA PASIÓN MUSICAL
Aquí la palabra mediaciones tal vez no tenga más que un sentido es-
trechamente institucional, pero el autor propone a continuación «una serie de
investigaciones más específicas sobre las diversas categorías de mediadores y de
agentes de la difusión artística en contacto directo con los creadores» [pág. 59].
Una explicación de esta inhabitual unanimidad interdiscipünar es, sin
duda, que, al proponerse como objeto privilegiado el estudio de los mediadores
del arte, las ciencias sociales encuentran un dominio propio de competencia
con relación al enfoque estético que apunta al arte mismo. Su estudio es el
punto de partida obligado para quien quiera plantear el problema de las
relaciones entre arte y sociedad. Pero a partir de ahí, nada está resuelto: entre
estudios estéticos de los contenidos y estudios sociales de las circunstancias, los
contextos o las condiciones de la producción y la difusión de las obras, los
estilos y los gustos, las modalidades del reparto y las posibilidades de
articulación han sido rehusadas según el más amplio abanico.
En un extremo, una complementariedad mecánica entre dos registros
estancos: el arte de un lado, lo social del otro. Por lo que respecta a la música,
ésa es la posición de A. Silbermann: «No interesa, pues, [al sociólogo del arte]
analizar sociológicamente la música como tal. [...] La relación en
4. Posición retomada por I. Supicic; la autorización a descuidar los contenidos artísticos, que
evitaba inquietudes inútiles a Silbermann, se convierte en él en una prohibición de hacerlo, según
una progresión que interesaría a Freud: «Una concepción auténtica de la sociología de la música
excluye toda injerencia que podría disminuir su valor estético y su valor artístico. [...] La sociología
no podría examinar los valores estéticos más que como hechos sociológicos, no como valores. No es
de su incumbencia apreciar los valores estéticos» [1971, págs. 13, 25].
5. La idea se remonta a lejos: «La obra de arte no conmueve sino a aquellos de quienes es
signo», dijo Hennequin hace un siglo {La critica cien tífica). La expresión francesa de la relegación
por el «no... más que», que afecta a una propiedad descalificándola, es característica de los análisis
denunciadores de la delegación y nos la encontramos con frecuencia. La hallamos, por ejemplo,
constantemente bajo la pluma de Bourdieu, cuando habla de la representación social, «acto mágico
que permite hacer existir lo que no era más que una colección de personas sociales [...], bajo la forma
de una persona ficticia, una corpo- ratio» [1987, pág. 189], La sarta de las mediaciones es anulada, no
sois lo que pretendéis representar; el amor por el arte no es más que la forma estilizada y denegada
de la distinción; del mismo modo, hemos visto cómo, para G. Rouget, la música no era más que un
medio para el trance, véase la pág. 22. Tales fórmulas equivalen a acusar a los intermediarios de
infidelidad en nombre de lo que ellos mismos han establecido: hasta el punto de que esta acusación
se convierte en la rúbrica misma de su triunfo. Hemos desarrollado este método a propósito de la
enseñanza musical a los niños en Hennion [1988],
6. J.-J. Nattiez [1975a, pág, 132], Reivindica como fundamento de su semiología musical un
estetismo transcendental concebido como fuga de lo social, que permanece por definición adherido
a lo circunstancial: «Eso es precisamente la transcendencia: el hecho de escapar, rozando
tangencialmente el absoluto, a las contingencias históricas», en «Le paradoxe du sociologue» [1989,
pág. 145], una toma de posición crítica con respecto a Menger [1983].
mediación. Pero son ampliamente minoritarias. Lo esencial de la literatura se
sitúa entre ambas, planteando la cuestión de esas relaciones, girando en torno a
76 LA PASIÓN MUSICAL
Mediadores indóciles
71 Gombrich [1983, pág. 7], a propósito de la relación del arte con el «medio económico y
social, ahí donde actúan los diversos factores culturales».
72 El tema semiológico de la oposición entre la opacidad y la transparencia del significante ha
sido retomado frecuentemente por la estética; véase Junod [1976] o Marín [1989],
que propone una extraordinaria estética de las paredes, convirtiendo el análisis del soporte de los
frescos italianos en uno de sus analizadores activos.
73 Mientras que los mejores libros de Haskell, a nuestro parecer, arriesgan su propia
explicación, no sin reformular radicalmente lo que puede significar una explicación del arte o del
78 LA PASIÓN MUSICAL
gusto [Haskell, 1963-1991, Haskell y Penny, 1988], los más relativistas [Haskell, 1986 o 1989] están
por entero construidos negativamente alrededor de una acumulación preventiva de contraejemplos
a toda generalización posible.
74 L. Boltanski ha desarrollado este tema, proponiendo pasar de una sociología crítica a una
sociología de la crítica, en «Dénonciations ordinaires et sociologie critique» [1990, págs. 37-53].
75 Véase la siguiente advertencia de Haskell: «Me es imposible admitir que el estudio del arte
implique [...] la renuncia a toda búsqueda de valores» [1986, pág. 6]; la doble negación («imposible
LA RESTITUCIÓN DE LOS MEDIADORES: UN MÉTODO PARA DOS PROGRAMAS 79
La evolución de la disciplina desde sus orígenes, por ejemplo en Ch. Lalo [1908,
1912], el inventor de la «estética sociológica», es instructiva: lejos de resolver
progresivamente la cuestión planteada por la consideración del objeto artístico
en sus análisis, la lógica de las posiciones ha polarizado más bien los debates por
estratos sucesivos, primero entre estetismo y sociologismo, luego entre
disciplinas que aceptan o rechazan el objeto, haciendo cada vez más taxativa la
fractura entre ambos enfoques. Por el lado de la sociología, veremos que la
disciplina se estabiliza en torno a un principio general, la teoría de la creencia,
y también, poco a poco, contra las generalizaciones gratuitas, convertir el
respeto por las mediaciones específicas del arte en una exigencia metodológica
cada vez más constrictiva, el criterio mínimo de profesionalidad, realizando en
particular la repartición entre la sociología, por una parte, y dos lecturas
sociales directas del arte, sin mediación, por la otra:
límite, para Focillon, lo social es un «arte vivido por el colectivo». La Vie des
formes [La vida de las formas y elogios de la mano] repite incansablemente la
inversión fundadora que define la mediación: la forma es la que produce el
tiempo o el espacio, no el tiempo o el espacio los que sirven de marco externo
en el que la forma se desarrollaría.81 «La vida de las formas, incesantemente
renovada, no se elabora según datos fijos, constante y universalmente
inteligibles, sino que engendra diversas geometrías en el interior de la propia
geometría, de la misma manera que se crean las materias de las que tiene
necesidad» [Focillon, 1943-1981, pág. 49].82
El polo del objeto, al precio de una estructuralización literal, puede, pues, ser
referido por Focillon a lo social,83 del mismo modo que el polo del
sujeto lo había sido, a través de su reinserción en un sistema general de juicio y
las normas de un medio, por Lalo: la sociología francesa del arte, antes de la
primera investigación empírica, estaba encuadrada por estos ejes que seguirían
siendo los suyos a lo largo de un siglo. Falta fijarle como objetivo la síntesis de
ambos itinerarios, cerrando las pinzas de la tenaza sociológica sobre el misterio
del arte, apartadas por las separaciones que hereda del dominio y que lo hace
prescribir, entre producción y recepción, o, peor, entre objeto artístico y sujeto
estético. Por desgracia, es sólo un programa, y no la realidad: las
investigaciones siempre están marcadas por estas oposiciones.84 La separación
81 Véase también, para una brillante exposición del método propuesto, Souriau [1929]. P.
Francastel retendrá la lección y abogará durante toda su vida por una concepción activa del espacio,
que es un «producto» [1951, pág. 39]: «El espacio no es una realidad en sí cuya representación
únicamente varía según las épocas. El espacio es la experiencia misma del hombre, [es...]
transposición activa de los valores individuales y colectivos que confieren su aspecto a la sociedad»
[ibíd , pág. 360].
82 Así sucede también con el tiempo: «“Hacer época” no es intervenir pasivamente en la
cronología, es precipitar el momento» [pág. 99], La hipótesis también la incorporarán los
fenomenólogos; véase Schutz para quien la música performa lo social a través de un ejercicio de
«mutual tuning-in» [1951, pág. 162 de la edición de Nijhoff, 1964], M. Halbwachs [1939] había
proporcionado una formulación relevante al convertir la música en la «memor ia colectiva de los
músicos».
83 Y lo que es más original, a la materia. El carácter innovador de Focillon reside en el carácter
muy activo y vinculado a sus soportes que hace representar a las «formas». Su método, un culto
recorrido que comenta las grandes obras desde Egipto hasta los modernos, encuentra su límite en el
derecho que se concede a cortocircuitar todas las mediaciones de los actores para definir lo que son
las grandes obras de arte y transitar entre ellas a su capricho desde la soberanía de su libre arbitrio,
84 Véase Moulin [1986a] para un balance muy completo y un estado de la problemática con
respecto a la obra [en particular Moulin, pág, 15, Passeron, págs, 449-459 y Chamboredon, págs,
309-315],
84 LA PASIÓN MUSICAL
85 «Los sociólogos se las han ingeniado para confirmar los tópicos [según los cuales] la
sociología puede dar cuenta del consumo cultural, pero no de la producción. [...] Las in-
vestigaciones que aspiran a determinar los factores sociales de las prácticas culturales [...]
proporcionan una aparente confirmación de esa distinción, que no reposa sobre ningún
fundamento teórico», en «Mais qui a créé les créateurs?» [1984a, pág, 207]; este pasaje precede a un
ataque virulento en sentido inverso contra el reduccionismo de una sociología (Luckacs,
Goldmann, Antal, Hauser, Adorno, incluso Eco, en Obra abierta [1965]) que no respeta «la
autonomía (relativa)» del campo artístico [págs. 208-210],
86 Citamos a Bourdieu [1965], La segunda generación de sociólogos de la cultura influidos
por Bourdieu ha llevado a cabo interesantes investigaciones sobre los diversos medios de
«creadores»: sobre los compositores contemporáneos, véase Menger [1979, 1983]; sobre los
pintores, Heinich [1981]; sobre el cine «de autor», Darré [1986]; sobre los músicos de jazz, Fabiani
[1986]; sobre los escritores, Ponton [1977], Viala [1985] y Gamboni [1989], La literatura sigue
siendo el único arte que se ha beneficiado de una corriente real de análisis específicos, de los que
una parte ya se había interesado sobre todo en los escritores, véase Bénichou [1973], en Francia, o
Easton [1964] y Rosengren [1968],
ANTES DE I.A MEDIACIÓN: LAS LECTURAS SOCIALES DEL ARTE 85
Francastel decía de manera más lírica —y menos rigurosa—: «El arte nos
permitirá alcanzar lo que el sociólogo, interesado en las instituciones, no puede
ver: las metamorfosis de la sensibilidad, los sueños de la imaginación histórica,
las variaciones de los sistemas de clasificación, en fin, las visiones del mundo de
los grupos sociales».87
Pero porque mantiene el camino que conduce del arte a la sociedad a un
nivel muy abstracto y general, y sobre todo porque entrega su trazado
únicamente al cuidado del sociólogo, la sociología, lejos de reconciliar las dos
pistas que se abrían ante ella, las ha desarrollado en las direcciones más
opuestas. La primera pista, la investigación de las determinaciones sociales del
arte, dominante hasta los años sesenta, la incorporará a la tradición marxista: el
motivo se halla del lado de la sociedad, que funciona como un stock de
conocimientos objetivos para explicar —o devolver a su ilusión— las realidades
subordinadas, aparentes o «superestructurales», como el arte o las prácticas
culturales; más allá de sus defectos, y a la zaga de las críticas internas que sus
partidarios más clarividentes, como Goldmann [1971], se han dirigido a sí
mismos, esta corriente es, sobre todo, la más influyente, y la sociología de la
cultura ha surgido de ella. La estudiaremos más adelante.
del nacimiento del individualismo, La filiación no es menos continua, hasta A. Warburg, Panofsky
y Gombrich, pasando por A. Riegl [1893, 1898], quien, contra el materialismo, define su célebre
concepto de Kunstwollen, intencionalidad artística que permite vincular «públicos», pensamiento y
material, noción cuyo idealismo criticará a su vez Panofsky, en «Le concept du Kunstwollen»
[1975, págs. 197-221], y, sobre todo, por H. Wólfflin [1915-1966,1941-1982] y su proyecto de una
«historia del arte sin nombres», al que remitirá Focillon en su intento por definir el estilo como un
vaivén entre la forma y la sociedad. En Francia, R. Klein [1970] ha perpetuado esta tradición.
89 Estado de aislamiento general que él mismo reivindicaba: «No se encontrará [en este libro]
ni sociología, ni historia, ni historia del arte en el sentido corriente del término. Y los aficionados a
los libros de arte lo encontrarán abstracto» [1965, pág. 9].
90 «La obra de arte no es nunca el sustituto de otra cosa; ella es, en sí misma, la cosa» [ibíd ,
pág. 13],
ANTES DE I.A MEDIACIÓN: LAS LECTURAS SOCIALES DEL ARTE 87
91 Al obrar de ese modo, caía también bajo la crítica de la historia del arte; véase, por
ejemplo, Gombrich: «[Más vale ejercer el análisis a partir] de la gente que vive en situaciones
concretas [que] contentarnos con la pseudoexplicación de un “espíritu”» [1983, pág. 116].
88 LA PASIÓN MUSICAL
función de las «estructuras de las sociedades». Esta feliz idea convierte al teatro
en el conmutador, el exorcista, encargado de administrar la transformación de
las representaciones sociales. Pero el análisis acaba por parecerse a las justifi-
caciones de los directores de teatro contemporáneos, que practican per-
rnanentemente un doble juego: por un lado, una altiva susceptibilidad
contemporánea hacia todo lo que atentaría contra la autonomía del arte; por
otro, al contrario, una fusión total del arte y la sociedad, a través de una
inmersión en la verdad eterna del mito, fuera del alcance de toda crítica. Y la
preferencia otorgada a las muy generales funciones sociales del arte, rituales y
míticas, en relación con la puesta en evidencia de los papeles históricos que los
actores le han hecho interpretar, arrastra a Duvig- naud, de manera
significativa, por la misma pendiente que la seguida por Bastide, hacia una
lectura etnológica de la sociedad y el arte modernos.92
Más allá de la oscilación entre el comentario estético y la interpretación
etnológica, el punto débil de los autores de esta corriente sigue siendo el escaso
paso a la acción, en materia de análisis de los medios de la producción o de
«sociología empírica del público», por retomar los términos de Bastide [1977,
pág. 200], quien lamenta de manera un tanto proyectiva que «de momento
falten [esas monografías]».93 Lo que, sobre todo, se echa en falta es la
interrogación teórica que podría acogerlas. Se han quedado ahí, dejándonos en
el umbral de un programa que requiere con vigor un análisis del arte que sería
por fin social sin ser reductor, como si ese programa no se pudiera realizar
jamás, como consecuencia de no se sabe qué maldición.94 El resultado es una
teoría del arte como mediación de los valores sagrados fundamentales de una
sociedad, lo que finalmente nos aparta, de manera subrepticia pero definitiva,
de la lectura cultural propuesta por Francastel, para quien lo esencial era
salvaguardar una dimensión irreductible para el arte. La generalidad y la
arbitrariedad del desciframiento que llevaba a cabo han conducido a una
regresión etnológica, en la que la fascinación por los misterios originarios de la
violencia y lo sagrado, por la riqueza de los ritos y los mitos, ha reemplazado a
los misterios de la belleza artística. El antepasado primitivo se ha comido a su
vástago moderno. De una pantalla opaca en la que puede leerse lo que hay de
más secreto en las representaciones imaginarias de una sociedad, el arte acaba
convirtiéndose en la pantalla transparente que permite escribir una repre-
sentación imaginaria de la sociedad. Paradoja: la cuestión del valor y la es-
pecificidad del arte, que había servido de estandarte a los defensores de esta
lectura imaginaria para rechazar el reduccionismo de los defensores de la lec-
tura social, ya no se plantean. Queda anulada por la regresión originaria hacia
los mecanismos de la constitución sagrada de nuestras sociedades.
De paso el arte, en primer lugar mediador activo, luego indicador, se ha
vuelto finalmente vestigio, testigo pasivo.95 Retengamos la lección: cuando la
mediación es un postulado abstracto planteado por el autor, y no la operación
práctica de los actores, es insostenible. La oposición binaria entre estetismo y
sociologismo no deja ningún espacio entre sus términos.
Los objetos artísticos abandonan sin explicación el lugar que tenían, en el
corazón de una interrogación sobre el arte, y se encuentran relegados al es-
que, de Jean-Claude a Raymond, sustituye un sociólogo crítico por un esteta, con el tono general de
la obra, despreciativo hacia todo trabajo incapaz de reconocer «la especificidad de la experiencia
imaginaria»? (pág. 26; la agudeza, muy injusta, apunta a Lalo)],
95 En un artículo de título significativo, «Lecture ethnologique de l’art» [Teyssédre y
Bourdieu, 1969, págs. 177-208], J, Laude escribe que el arte es un suministrador «de preciosas y
(precisas) indicaciones sobre los grupos en cuyo seno se produce» [pág. 177], La interpretación se
acerca a una corriente más marginal del análisis social del arte, mantenida por historiadores que
ponen entre paréntesis el carácter artístico de los objetos de arte para leerlos como archivos entre
tantos otros, que dan testimonio de su tiempo. S. Schama, en los Países Bajos, aspira así a trazar el
«cuadro de una sociedad por medio de sus cuadros», a reconstituir el «physical and mental bric-à-
brac that describe a culture» [1988, pág. xi]. El autor declara tomar los cuadros «as impressions oi:
mentality, not Vessels of art» [ibíd], Sobre todo, quiere mostrar, contra Weber [1985], que no hay
predestinación que se mantenga cuando es posible hacer bancarrota cada día y, junto con un
recurso más o menos controlado a la ironía, a la sensatez y al «temperamento bátavo», se sirve de
los cuadros esencialmente con el fin de desdramatizar la «geografía moral» de los holandeses de la
época, que debían, según él, encontrar especialmente cómicos a los solemnes avaros de la Perte...
[pág. 371],
90 LA PASIÓN MUSICAL
En oposición con esta corriente, los análisis rnarxistas, al menos aquellos que no
renuncian a tratar las obras o la creación para limitarse a su difusión mercantil,
sólo desbordan una teoría demasiado rígida de la sociedad para ir a tropezar
contra el obstinado misterio de las obras. Cuanto más debiera el trabajo
prescribir las categorías estéticas y remitir el análisis de las obras a la
comprensión de las relaciones de producción y la lucha de clases, más choca
con la resistencia de los objetos artísticos y más se incrementa el número de
páginas que giran en torno a las obras, como una obsesión a la que cada
esfuerzo por reducirla la vuelve más presente... No es por casualidad que los
trabajos más conseguidos de la corriente marxista se refieran también a la
literatura. Es el género artístico con menos autonomía, donde es más fácil leer
directamente las representaciones sociales, sin perjuicio de insistir a
continuación en la importancia teórica del respfetq a su propia estructura: el
contenido está a la vista e, incluso criticado, sirve de fundamento al edificio.
Esta ventaja práctica se convierte en una dificultad teórica cuando se trata de
medir los resultados de la interpretación social del arte propuesta por el análisis
marxista. Volveremos sobre esta corriente cuando tratemos de la historia
social,96 con la que puede ser relacionada por sus trabajos más históricos. En su
aspecto teórico, no ha desembocado más que en la teoría de la novela, con L.
Goldmann [1964, 1965], que toma el relevo de autores como Lukacs [1920-
1963, 1978]. En la pluma de Arvon [1970] se puede encontrar una presentación
de esta abundante literatura, muy alejada de los problemas que nos ocupan: el
arte desempeña en ella el papel de aguafiestas, en una visión del mundo que
prescinde perfectamente de él, y según los autores es despachado como
ideología o enterrado bajo laboriosas racionalizaciones. Normativo, el debate
gira alrededor de la dialéctica contenido/forma y los errores simétricos de
desdeñar uno u otra, del realismo socialista (o cómo
desembarazarse de él...), del peligro de las calificaciones del arte como burgués,
revolucionario o proletario. Los principios, negaciones y advertencias son
legión: los análisis, raros.97
Sobre la pintura o la música, el fracaso es impresionante.98 Abramos, por
ejemplo, para desgranar el tipo de causalidad aplicada entre arte y sociedad, el
libro de N. Hadjinicolaou [1973]. Es válido como testimonio sobre la posición
marxista cuando pretende dar cuenta de las obras. Más allá del característico
tono de desprecio hacia los historiadores (todos han olvidado la lucha de clases)
y la sociología, esa «“concesión” de la burguesía ante el ascenso del movimiento
obrero y las ideas marxistas» [pág, 58],99 el problema reside en el modelo de
lectura social del arte utilizado, o más bien en «las variantes de la ideología
burguesa del “arte”» [pág. 6], que se apoya en «la importación de cierto número
de conceptos ya elaborados en otro lugar». Es inútil rehacer la teoría de la
sociedad según Marx y Althusser. Se reivindica la elección de una relación
arte-sociedad externa y la hipótesis de que lo social nos es conocido. Tras una
crítica sin rodeos de la literatura, que sólo trata con indulgencia a F. Antal,100
no sin reprocharle la consideración de las obras como una simple
«transcripción» en imágenes de la ideología [pág. 102], desemboca sobre
algunos análisis provisionales y parciales101 para mostrar en seis pintores y en
veinticinco páginas [págs. 163-188] lo que hay que hacer. Por ejemplo, sobre
Masaccio: su estilo es típicamente el de la burguesía mercantil florentina, que
102 Curiosamente, el autor más cercano a sus posiciones es muy poco citado, sin referencias
precisas a su trabajo, globalmente calificado de «ensayos no satisfactorios» [pág. 27]; véase más
adelante la pág. 168.
ANTES DE I.A MEDIACIÓN: LAS LECTURAS SOCIALES DEL ARTE 93
103 El libro de De Coster [1976] está construido sobre la oposición entre «el arte y los
negocios», trasplantada al disco como división entre un polo artesanal y un polo industrial. Vignolle
[1980], al presentar la literatura sobre las industrias culturales, lleva a cabo una crítica económica de
esta crítica economista.
94 LA PASIÓN MUSICAL
104 Los artistas son vistos como «troqueladores», según la expresión de Attali [1977, véase más
adelante la pág. 104], que obedece a un modo de producción diferente del dé los fabricantes
industriales de copias sacadas a partir de matrices, por ejemplo en Flichy
[1980] , Jaumain [1983], Miége, Pajón y Salaün [1986], Busson y Evrard [1987].
ANTES DE I.A MEDIACIÓN: LAS LECTURAS SOCIALES DEL ARTE 95
105 Véanse Francastel [1967] y Ong [1982]; seguirá la misma pista en música, en torno ala
tonalidad, a continuación de Weber [1921], Shepherd y otros [1977] véase más adelante la pág, 171,
n. 24.
106 El debate especializado sobre la perspectiva es enorme, y no pretendemos tratarlo aquí,
desde Panofsky, que ve en «el espacio visual empírico» constituido por la perspectiva curva «el signo
de un advenimiento en el momento en el que se erigió la “antropocracia" de los modernos» [1975,
pág. 182], hasta el constructivismo de S. Edgerton [1976] o de Hagen [1980] y hasta el
estructuralismo lacaniano de H. Damisch [1987], que ve en ella la constitución del sujeto moderno.
96 LA PASIÓN MUSICAL
De este callejón sin salida se puede escapar mediante una huida hacia delante,
en un modelo de la manipulación generalizada, no ya de las necesidades por las
mercancías, sino de los deseos por los signos: se advierte a la vez el paso
previsible de los marxistas a las visiones críticas de la Escuela de Francfort o a
las denuncias/anunciaciones posmodernas de la civilización de la ilusión, y
también por qué el marxismo más tradicional sólo podía refunfuñar ante tal
salto, que le obliga a abandonar el sólido suelo del materialismo histórico para
sumergirse en una sociedad que ya no está saturada más que de signos,
seducciones y espejos. La operación retórica constante de Baudrillard [1968,
1970, 1972] consiste así en aplicar un vocabulario rigurosamente marxista a un
universo de signos, en una visión totalizante de la sociedad posmoderna como
máquina que manipula signos vacíos de todo contenido. Por una vez, la música
ha servido de superficie de proyección para una teoría social: esas ideas han
inspirado el ensayo que Attali ha arrojado como un adoquín a la charca de los
musicólogos demasiado timoratos. Bruits [Ruidos] [1977] pretendía hacer todo
lo posible. La formulación es moderna, y el libro está lleno de referencias al rito,
el cuerpo o la víctima sacrificial de Girard,107 pero la tesis sigue siendo la de un
marxismo completamente tradicional (incluso en su estrofa final sobre la
liberación futura): se trata de volver a escribir toda la historia de la música a
partir del marco material de su producción; por tanto, de un desenlace posible
de la tradición marxista, que mezcla finalmente los análisis sobre el modo de
producción y sobre la significación ideológica de las obras.
Por una astucia que invierte la relación habitual del reflejo, la ideología se
transforma primero en profecía: la música no expresa las relaciones de
producción de su tiempo, sino que anuncia las del mañana —sin duda, por eso
cantan—. Attali escapa así al amor del pasado de las Casandras mar- xistas, al
prometer para mañana la edad de oro de la «composición» sin menoscabo de
retomar para el presente la tesis banal de la estandarización —no estamos sino
en la edad de la repetición—: «Los productos estandarizados de las variedades
actuales, los hit parades y el show business, son las caricaturas irrisorias y
proféticas de las formas futuras de la canalización represiva del deseo» [pág.
107 El autor del deseo que no existe sino como deseo imitado del deseo facilitado al mediador
es utilizado a la inversa, en una tesis izquierdista muy diferente, que admite, al contrario, un deseo
primero, canalizado y reprimido por el capitalismo de la repetición, y finalmente triunfante en la
utopía socialista renovada de la «composición»: estamos en la antípoda de la crítica devastadora de
los mesianismos revolucionarios realizada por Girard, por ejemplo a partir de Dostoievski [1976].
ANTES DE I.A MEDIACIÓN: LAS LECTURAS SOCIALES DEL ARTE 97
108 Los juicios se contradicen entre sí según las necesidades de la argumentación, por ejemplo
a propósito de la supremacía de la melodía, símbolo del «Mantenimiento del orden» que
garantizaba la armonía en el capítulo precedente, o a propósito de la música contemporánea, que,
por una parte, expresa los conflictos de su tiempo, en los pasajes ador- nianos y, por otra, sirviendo
de contraste demagógico para valorar a los Stones o a Jimi Hendrix, es la trampa de la inscripción
del arte en la tecnología.
98 LA PASIÓN MUSICAL
cuando tengamos una teoría social que respete la mediación de los objetos que
interpreta —o lo que viene a ser lo mismo—, una teoría estética que sepa en
qué sentido el objeto de arte es tin mediador.
La única obra que se proclama marxista y que supera la oposición entre in-
terpretación ideológica y análisis del sistema de su producción es la de T. W.
Adorno porque no se pierde en el atolladero de la música: está enteramente
tensada por el esfuerzo de dar cuenta de las obras. A diferencia de los autores de
la Escuela de Francfort que se interesaron por la estética, como Horkheimer,
Marcuse o Benjamín, Adorno no aspira de ninguna manera a ejercer una crítica
social del arte, sino, al contrario, a hacer del arte Lina teoría crítica en acto de la
sociedad. La perspectiva se ha invertido, con respecto a la visión
unidimensional del mundo moderno. Marcuse [1968] había popularizado el
retrato del liberalismo como totalitarismo soft, haciendo padecer una especie de
kafkización a la crítica marxista, deseosa de actualizar su declaración sobre la
cultura y la modernidad.109 En
Adorno, este cuadro del «mundo administrado» es un telón de fondo evidente,
admitido de partida.110 El análisis que le interesa no se refiere a él, sino al arte.
No para criticarlo, sino para promoverlo, hasta en sus compromisos y sus
aporías más inacabadas, como imposible grito de la protesta negativa. El arte no
reside ni en sus objetos, todos limitados y capturados en la positividad de las
relaciones sociales, ni en el impulso revolucionario de alguna clase que expresa
sus valores: es el gesto mismo de la imposibilidad de su existencia autónoma, el
objeto que dice que ya no hay objeto auténtico y que, al hacer eso, es el único
109 Goldmann, en este tono, habla, después de Mayo del 68, de la creación cultural como de
una rebelión de las artes contra la tecnocracia, frente a una «fina capa de dirigentes que toma casi
todas las decisiones de cierta importancia y una masa de ejecutantes administrados» [1971, pág.
119].
110 Pero es lo que ha producido la celebridad de Adorno en Estados Unidos: su obra más
conocida allí es La Dialectique de la raison [Dialéctica de la Ilustración] [Adorno y Horkheimer,
1944-1974], que contiene sus denuncias más negativas que dialécticas de las industrias culturales,
en particular de la célebre «Kulturindustrie» [págs. 129-176], En un fuego de artificio de fórmulas
cercanas a la repugnancia pura y simple, pinta esta industria como uniformización, racionalización
demente del mundo, dominación por la técnica, confección a nivel mundial, culto de los efectos,
«suplicio de Tántalo» organizado [pág. 149]; ahí, la oposición arte/cultura aparece lo menos
mediada posible: «Las obras de arte son ascéticas y carecen de pudor, la industria cultural es
pornográfica y mojigata» [ibíd.].
ANTES DE I.A MEDIACIÓN: LAS LECTURAS SOCIALES DEL ARTE 99
111 Pues para el jazz «nothing may exist which is not like the world as it is»... [1967, pág. 132],
El negro copia al maestro blanco al incorporar el papel que éste le asigna: el psicologismo que,
reduciendo el arte a la intención de un sujeto, cae en otros pasajes de Adorno bajo la peor de las
deshonras no le molesta en absoluto como argumento si es eficaz para explicar una no-música...
112 Véase más adelante, en la pág- 213, la cita de M. I. Makarius [1975].
113 Las notas del libro son casi exclusivamente la numeración de compases de las obras
comentadas,
ANTES DE I.A MEDIACIÓN: LAS LECTURAS SOCIALES DEL ARTE 101
114 La tesis es ya la de sus primeros escritos; véase «Fragments sur les rapports entre musique
et langage» [1963-1982, págs, 1 -8]: no hay nada que buscar fuera de la música más que la relación
entre la forma y la expresión; la reunión problemática de ambas define el contenido de la obra.
115 Ni de su psicoanálisis; Adorno alaba a Freud, ese «judío alemán de Bohemia como Mahler,
que, habiendo conocido a este último en una fase crítica de su existencia, rechazó por respeto por la
cosa curar a la persona, mostrando así su absoluta superioridad sobre los diádocos que liquidan a
Baudelaire al descubrirle un complejo materno» [pág. 64].
116 «Su tono propio, el de una música rota» [1976, pág. 54]; las cursivas son de Adorno.
117 En el cap. 3, «Caracteres», cita explícitamente [pág. 77] la characteristica universalis para
definir la «teoría material de las formas» que constituye. La idea ha recorrido, pues, un largo camino
desde su uso en el Essai sur Wagner [1966], en el que, lejos de cualquier análisis musical, la palabra
«carácter» anuncia una interpretación psicosociológica del antisemitismo de Wagner, retratado
como encamación de la clase amenazada de los intelectuales, como titano sadomasoquista que se
102 LA PASIÓN MUSICAL
ensaña tanto más malévolamente con sus víctimas cuanto que se reconoce en ellas.
118 Un solo ejemplo de esta «dialectitis» aguda: «La música de Mahler expresa, al exceder sus
límites, la posibilidad de ese mundo que rechaza al mundo y para el cual el lenguaje del mundo
carece de palabras: esa verdad suprema es lo que se hace pasar por su falsedad» [pág, 108],
119 El Essai está escrito veinte años antes que el Mahler (fueron publicados al mismo tiempo
en alemán), en 1937-1938. Adorno no deja de convertir dialécticamente en él la debilidad en
grandeza, y viceversa: así, a propósito de «la conciencia crítica a la que se eleva la debilidad
grandiosa de Wagner en la comunión con las fuerzas inconscientes de su propia decadencia. Se
vuelve, en su caída, dueño de sí mismo. Su conciencia se forma en la noche que amenaza con
tragarse a la conciencia. El imperialista sueña con la catástrofe del imperialismo», etc. [1966, pág.
209].
ANTES DE I.A MEDIACIÓN: LAS LECTURAS SOCIALES DEL ARTE 103
obligado por el mundo.120 No deja de decir que las cosas no son lo que son, que
no hay nada que encontrar del lado de la consistencia de los objetos, como
tampoco del lado del sujeto, que no hay nadie del otro lado de la intención para
querer algo, ninguna neurosis del compositor que permita descifrar sus obras.
Pero entre el objeto y el sujeto, contrariamente a lo que dice, no deja el gran
vacío imposible que sólo los miriñaques de cajones de la dialéctica podrían
conseguir reunir sin reunirlos, en algunos momentos «extremadamente
arriesgados». Despliega, con un arte consumado de la escritura, la múltiple
opacidad de una larga serie heterogénea de mediaciones. Estas son los recursos
ocultos del texto. Una vez adoptado este ángulo de lectura, parece al contrario
que no haya una a la que no recurra. Funcionan libremente, a todos los niveles,
en un entrecruzamiento virtuoso, totalmente exentas de cualquier
interrogación teórica sobre su estatuto. Se sirven sin vergüenza, ni justificación,
de una sociología política de la época, de un análisis del gusto, del conjunto del
material musical del que Mahler podía aprovecharse, de las grandes filosofías
que han interpretado el arte moderno, de los numerosos comentarios
biográficos o psicológicos transmitidos por los contemporáneos, de las cartas de
Mahler, de las obras sobre el compositor y, con una continuidad más neta (pero
sin mayor justificación), de dos recursos sistemáticos.
En primer lugar, el de la escritura, ese doble que envuelve la obra en lugar
de repetirla y le confiere su sentido al nombrarla de otra manera —operación
decisiva para la asignación del sentido—, pero de la que nunca nos habla,
aunque está permanentemente en el libro, tejido por todas partes de fórmulas
también giratorias, repetitivas, que parecen imitar los miriñaques mahlerianos
contemplando sus propias insuficiencias al mismo tiempo que las desarrollan.
Uno tiene la cabeza llena de esa música que se desploma, que se turba, agitada
por el cascabel del loco, que mira hacia atrás, que se mueve con una prudencia
de liebre, sobre la que pesan sin cesar las llamadas al orden, que se aleja en
fragmentos, «gigantesco popurrí sinfónico»,121 silbido desagradable, ácida
120 La Théorte esthétique [Teoría estética] estaba saturada de esa mediación, carga impuesta al
hombre en este mundo, que la Aufklärung permitirá superar: «Aquello a lo
que remite el carácter enigmático de las obras de arte no puede ser pensado sino mediatamente. La
objeción contra la fenomenología del arte [...] reside menos en el hecho de que sea anti-empírica
que en el hecho de que interrumpa la experiencia pensante» [1974, pág. 166], «La obra de art^ se
vuelve objetiva más que totalmente fabricada en virtud de la mediación subjetiva de todos sus
momentos. [...] Mientras permanezcan separados histórica y realmente el sujeto y el objeto, el arte
sólo es posible como arte que pasa por el sujeto» [págs. 225-226],
48. La fórmula, puesta en la boca de un célebre crítico a propósito de las sinfonías de
ANTES DE I.A MEDIACIÓN: LAS LECTURAS SOCIALES DEL ARTE 105
Mahler por Schoenberg [1986], para burlarse de su filisteísmo, es reasumida por Adorno, que
defiende su «contenido de verdad» involuntaria [pág. 57].
símbolos? ¿Qué nos importan las biografías hagiográficas de los artistas, que se
106 LA PASIÓN MUSICAL
122 Adorno proyecta este temor en la música: «En el desmoronamiento sucede lo que ella
temía»... [pág. 73]; dos páginas más adelante, habla del «presentimiento de tiempos no menos
bárbaros».
ANTES DE I.A MEDIACIÓN: LAS LECTURAS SOCIALES DEL ARTE 107
Adorno y Mahler: «El hecho de que el judío Mahler haya presentido el fascismo
con decenas de años de antelación...».
El éxito del libro también se debe, pues, a la música de Mahler, música en
segundo grado, cuya vacilación Adorno no deja de representarnos, tan pronto
música que se escucha en el interior como música que parece desarrollarse en el
exterior, como ajena a sí misma. Lejos de ser psicologista, en el sentido de que
remitiría a lo arbitrario de una subjetividad, la proyección cruzada realizada por
el Mahler de Adorno123 sugiere en su propio caso el número infinito de
mediaciones, de las más visibles, más sociales y más objetivas a las más íntimas,
más personales y más secretas, por las que hay que pasar para explicar desde el
exterior, o vivir desde el interior, la relación de un hombre con una obra. Al
rehabilitar así a Mahler, que no tenía tan buena prensa entre los artistas
progresistas que hasta entonces él había defendido, Adorno se dirige
directamente al corazón de la teoría de la mediación. Lo que nos repite
indefinidamente el libro, como no sea la propia música de Mahler, en oposición
a la filosofía del objeto tanto como de su reverso crítico, es que, como dirá más
tarde la pragmática, no hay enunciado sin enunciación.
Sin duda, hay cierta audacia al transformar en autoanálisis salvaje de su
autor una obra extremadamente contenida de estética de la creación y en
convertir a Adorno, que odia la mediación cultural porque es reconciliación
burguesa «que alisa» el curso herido del mundo, en el testigo pasivo, activado,
cuya declaración nos permite ver en acto, con una excepcional precisión focal,
el trabajo de construcción cruzada de la obra por el esteta y del esteta por la
obra. Ciertamente, nada se ha hecho, y todavía es necesario hacer reaparecer
estas mediaciones que Adorno ha execrado siempre, pero que ha utilizado aquí
desordenadamente y sin decirlo (la psicología del sujeto, la sociología del gusto,
la sociografía de los determi- nismos sociales, la intención significante del
creador, los mecanismos de identificación entre el autor y el receptor...), y
hacer explícitas las modalidades de su eficacia.
Pero precisamente gracias al rechazo teórico radical de toda mediación,
Adorno ha llevado a su paroxismo la contradicción lógica que habita los
discursos sobre el arte y la sociedad. La mayoría no ve objeción teórica a la
mediación, pero se apresura en la práctica a buscar una causa y, defendiendo su
principio explicativo, ya no hacen aparecer más que mediaciones endebles,
rígidas, burdas: una pantalla de protección o un punto de vista arbitrario, para
123 Al presentar oralmente el libro, cometí varias veces el lapsus, cortado a medida por el
título, de invertir ambos nombres...
108 LA PASIÓN MUSICAL
Moulin.
De ahí la importancia de Durkheim, que establece un modelo positivo de
creencia en el fundamento de la sociología; de ahí también la importancia de
Bourdieu, que ha desarrollado su versión moderna, a riesgo de atraer sobre sí la
hostilidad o la adhesión de sus lectores, precisamente en función de sus
creencias, pues, desde los tiempos felices de Durkheim, el modelo se ha vuelto
complejo, crítico y negativo, en la medida en que los creyentes, en lugar de
arrodillarse ante troncos de madera en el fondo de los bosques australes,
habitan entre nosotros. Reivindicado en Bourdieu, el enfoque sociologista se
aplica en los trabajos sobre arte de manera frecuentemente más implícita, por
medio del préstamo automático que efectúan los sociólogos al vocabulario de la
creencia cuando se trata de arte. Un ejemplo, tomado a propósito de un autor
para quien creer no es un elemento central de la argumentación, H. S. Becker:
«Por el hecho de que participamos en esos mundos del arte [...], compartimos
las creencias que fundan en ellos la acción colectiva» [1988, pág. 360].
Omnipresencia de la que da testimonio también la precedente cita de Moulin.
De manera característica en su posición, solidaria con los sociólogos frente a las
resistencias de primer grado que oponen los artistas a los resultados de sus tra-
bajos, y de los artistas frente a las pretensiones antiestéticas de los sociólogos,
utiliza un vocabulario deliberadamente religioso (desacralización, profanación),
marcando una distancia con respecto a él: los creyentes son los que creen que la
sociología ataca su creencia.
La lección de Bourdieu
129 Acerca de la cual habla de «la usurpación en estado potencial de la delegación» [1987, pág.
190] y, para calificar la «autoconsagración del representante», de «ventriloquia usurpadora» [pág.
193].
130 L’Amour de l'art [1966] hila la metáfora religiosa de un extremo al otro: los adeptos
intentan ejercer «el monopolio de la manipulación de los bienes culturales y los signos instituidos
de la salvación cultural» [pág. 167], prefiriendo «abandonar las oportunidades de la salvación
cultural a los azares insondables de la gracia o, mejor, a lo arbitrario de los “dones”» [pág. 17].
114 LA PASIÓN MUSICAL
131 Es la palabra que acude con naturalidad bajo la pluma de Gombrich cuando habla de la
relación entre las diversas disciplinas que estudian el arte, en «L’histoire de l’art et les sciences
sociales» [1983, págs. 389-430],
132 Véase el célebre Post-scriptum sobre Kant en La Distinction [La distinción] [1979, págs.
565-585],
133 Sin duda es a lo que aspira V. L, Zolberg cuando señala el skepticism (aún la creencia
invertida) y los populist biases de Becker [1990, pág. 155, n. 13].
I..A SOCIOLOGÍA Y EL OBJETO ARTÍSTICO: CREENCIA, ILUSIÓN, ARTEFACTO 115
134 Véase el tono condescendiente de Gombrich [1963, págs. 86-94, trad. 1986, págs. 159-173]
sobre el libro de Hauser [1951-1982]: «[That] is simply too primitive to stand tbe test oí histoiical
observation» [pág. 90 (pág. 165 de la versión francesa)].
135 Véase el título del Posl-scriplutm «Éléments pour une critique “vulgaire” des critiques
“purés”».
116 LA PASIÓN MUSICAL
Arte o cultura
136 Es un itinerario que puede llevarse a cabo de un modo agresivo: tal es el caso dominante en
la sociología de la cultura en Francia, que se reclama ampliamente de los tr abajos de Bourdieu, de
manera un poco abusiva en tanto que deja de lado la «autonomía relativa» de los campos y la parte
«producción» de su programa para interrogar sólo a la estratificación social de los gustos. Una
corriente empirista norteamericana ha habilitado igualmente los conceptos más positivos de
Bourdieu y los «aplica» a los diversos dominios artísticos; véanse DiMaggio y Useem [1978b, 1978c],
Blau y otros [1985], y Peterson [en Moulin (dir.), 1989]. Con mayor modestia, la sociología de las
prácticas culturales hace aparecer de un modo masivo la sobredeterminación social de los gustos por
medio de un análisis estadístico del consumo, la frecuentación o la adquisición de obras de arte y
prácticas semejantes; véanse los trabajos del SER [1974,1982], convertido en DEP [Cogneau y
Donnat, 1990],
LA SOCIOLOGÍA Y EL OBJETO ARTISTICO: CREENCIA, ILUSIÓN, ARTEFACTO 117
137 Véase la Mesa redonda III del coloquio de Marsella [Moulin, 1986a], «Publics et perception
esthétique», con textos de N. Heinich, P. Junod, D. Gamboni y D. Russo,
138 El dominio es un campo de investigaciones por sí solo. Véanse, en Francia, Friedberg y
Urfalino [1984], Poulot [1981, 1986], Urfalino [1990], y en Estados Unidos una larga tradición de
análisis socioeconómico, véanse Peterson [1976], Netzer [1978], DiMaggio y Useem [1978a],
Hendon [1979], Meyer [1979], Kamerman y Martorella [1983], Banfield [1984], Dubin [1987], etc.;
véase la Mesa redonda I, «Politiques et institutions culturelles», en Moulin [1986a, págs. 1-133]; en
cuanto a Francia, existe también un enfoque más histórico y político de la política cultural, por
ejemplo Laurent [1981], u Ory [1987, 1989].
139 En música particularmente, el comienzo ha sido a menudo privilegiado por las ins-
tituciones, como la Opera, véanse Martorella [1982], Patureau [1986], Urfalino [1990], la orquesta,
véanse Arian [1971], Kamerman y Martorella [1983], los conservatorios [Hen- nion, Martinat y
Vignolle, 1983] o los laboratorios de investigación [Menger, 1989]; sobre el enfoque institucional y
organizacional más general de las artes, véanse DiMaggio y Hirsch [1976], Peterson y Ryan [1982],
Adler [1979],
140 A continuación de la obra esencial de White y White [1965-1991], véanse Moulin [1967],
Becker [1974], Peterson y otros [1976]; en música, De Clercq [1970]; sobre el escritor, Viala [1985]
ha realizado para el Gran Siglo francés el trabajo llevado a cabo por los White sobre la pintura en el
siglo xix, al implicar academias, formas cambiantes del mecenazgo, derecho y evolución de los
públicos, para analizar la Natssance de l’écrwam como constitución cruzada de un campo literario y
las estrategias del escritor. Gamboni [1989], que realiza una historia del arte muy sociologizada, se
sirve de Redon para mostrar a través de los cambios bruscos del pintor-escritor la liberación de la
pintura del modelo literario, especialmente impuesto por el trabajo de los críticos; véase más
118 LA PASIÓN MUSICAL
145 Un buen ejemplo es el reader de Albrecht y otros [1970] que ofrece como resultado de
análisis empíricos precisos sobre toda la «cadena de producción» del arte («Institutions, Forms and
Styles; Artists [careers, school, biography], Competition; Social position and roles; Patronage,
Publication and Economics; Tastemakers and Publics»), antes de reagrupar los problemas generales
bajo una breve rúbrica «History and Theory»,
146 [1967]; acaba de ser reeditado, al mismo tiempo que aparece L'Arííste, l'institu- lion et le
marché [1992].
120 LA PASIÓN MUSICAL
147 «La sociología del mercado de la pintura, cuyo objetivo se limita al análisis del sistema de
constricciones ligado al hecho de que el cuadro por hacer es una mercancía que vender, no permite
prejuzgar el cuadro en tanto que objeto estético.» [Pág. 494.]
148 En «La genèse de la rareté artistique» [1978], Moulin plantea explícitamente el problema
del valor. Pero según un razonamiento conforme con la teoría de la creencia, lo hace, por encima de
estos actores, a través de la comparación directa entre cuatro dominios, para poner en evidencia la
«inversión» que conduce de la rareza «efectiva» de las obras antiguas o el arte popular a la rareza
artificialmente producida, «manipulada», de la obra de arte contemporánea, o de la fotografía
artística que la imita «en contra de las posibilidades ofrecidas por la técnica» [pág. 255],
I..A SOCIOLOGÍA Y EL OBJETO ARTÍSTICO: CREENCIA, ILUSIÓN, ARTEFACTO 121
149 Como en Menger 1.1983 J, véanse más adelante las págs, 142 y sigs., esta reducción linal se
realiza bajo un modo interrogativo («tai vez asistimos,.,»), y citando la famosa fórmula de Caillois
sobre el «paréntesis histórico» que constituiría el arte por el arte. La sociología vuelve a encontrar
aquí las historias internas del arte contemporáneo, el cual no garantizaría más que «la gestión de la
muerte clel arte» [C. Millet, 1987, pág. 299],
28 Exergo colocado por P. Assouline en su biografía de D. H. Kahnweiler [1988], ma-
liciosamente doblada por la contracita de Kahnweiler: «Son los grandes artistas los que hacen a los
grandes marchantes».
122 LA PASIÓN MUSICAL
29. Véase por ejemplo B. Rosenblum [1978], sobre los «fotógrafos en el trabajo» —o manos a la
obra—, en el que ella compara sus estilos según trabajen para los periódicos, en la publicidad o en
arte.
30. D. Grane, sobre la transformación de la vanguardia neoyorkina de 1940 a 1985, utiliza la
palabra constiluenaes [1987, pág. 35] para interrogarse sobre los museos y las galerías, insistiendo en
la organización local de la red y el nuevo papel de los medios de comunicación como poder
alternativo a las galerías; al retomar la variable demográfica cuya importancia habían mostrado los
White, ella señala que la multiplicación de artistas ayudó a Nueva York a seguir siendo el centro de
un mundo artístico sujeto a una «enormous expansión of artistic institutions» [pág. 196], e intenta
definir el «aesthetic and social content» [pág. 2] de los estilos (expresionismo abstracto, pop art,
etc.).
31. J. Adler ha efectuado así una etnografía del «CalArts» [1979], el Californian Institute of
Arts, nacido de las ideas comunitarias de los años sesenta, y confrontado duramente a lo largo de la
década siguiente con los problemas de la institucionalización, a través de las apremiantes opciones
que cabía realizar, entre la comunidad y la formación, la utopía fundadora y la gestión de las
carreras. En música, la orquesta suscita investigaciones similares sobre las relaciones entre arte y
burocracia, véase Arian [1971]. El combate entre la musa y la burocracia estuvo en el centro de las
investigaciones económicas y políticas sobre las subvenciones al arte, desde Baumol y Bowen
[1966], Nye [1970], Wilkie y Bradley [1970], hasta Netzer [1978], Banfield [1984] o Friedberg y
Urfalino [1984] en Francia. Dubin [1987] muestra, en el caso de los «artists-in-residence» en
Chicago (108 cada año de 1977 a 1981), cómo la agencia pública de subvención pre-forma a los
artistas para subvencionarlos; intenta a continuación, inútilmente, poner en evidencia un
mecanismo de control o de censura (incluso aceptada como obligación productiva), ¡después de
habernos convencido perfectamente de que semejante mecanismo no es ni siquiera útil!
se debe a la relación establecida, por las galerías y los propios responsables
urbanos, entre urbanismo y arte: a la vez causa y efecto, un plan urbanístico
surge como reconocimiento de un arte, y una ciudad se sirve para valorarse a sí
misma de la reputación artística de un barrio, que ella mantiene, A través de
esos mecanismos cruzados, el doble combate de los artistas por adquirir un
estatuto y garantías económicas oficializadas, y de los habitantes del barrio por
conseguir una imagen de marca (y un buen precio por metro cuadrado)
muestra, mediante los juegos complejos entre administradores, artistas y
habitantes, y las políticas de renovación urbana, cómo, lejos de oponerse a una
interpretación social del arte, la definición autónoma de un mercado del arte es
I..A SOCIOLOGÍA Y EL OBJETO ARTÍSTICO: CREENCIA, ILUSIÓN, ARTEFACTO 123
151 «[Lo que multiplica] las consecuencias de la selección de arte realizada por el marchante y
de los movimientos artísticos.» (N del t)
152 «La evaluación y la crítica son parte integral de los mundos artísticos.» (N. del t.)
«[Becker] presta poca atención detallada a la macroestructura global de la sociedad y del
sistema de gobierno en el que actúan estos mundos.» (N del/.,)
154 «[Becker y Bordieu] no diferencian [a los artistas] de cualquier otro tipo de profesional
124 LA PASIÓN MUSICAL
más que por la misma música.32 Esta sociología corporativa se coloca bajo la
rúbrica de la explicación parcial y externa aportada por ciertos factores sociales
a determinados elementos de la realidad musical; al permanecer con mayor
frecuencia fiel a este modelo instrumental, adopta también, para concluir sus
interpretaciones sobre la relación música/sociedad, los modelos de la lectura
directa, que hemos llamado imaginaria o materialista en función de que
descifren la sociedad en el arte o el arte en la sociedad.
Del lado de los gustos, una sociología musical poco desarrollada reduce el
modelo de Bourdieu a la idea elemental de una diferencia cultural según los
medios.33 Del lado de la producción, los análisis en términos profesionales han
dado lugar a trabajos interesantes, caracterizando un medio con sus reglas de
juego, sus ritos, sus códigos, SLIS modos de trabajo.3“1 Los
32. Para definir la antropología de la música, A. P. Merriam admite por otra parte un recorte
objeto-contexto análogo: «For the musicologist, [an anthropology of music] provides the baseline
from which all music sounds are produced and the framework within which those sounds are
finally understood» [1964, pág. viii]; prosigue con una lista de factores que serían muy
convenientes para la sociología: cultura material, funciones, usos, símbolos, aprendizaje. J. Blaking,
que no pretende confinar la etnomusicología sólo en las «etnias» lejanas, dice también: «Si una
música determinada puede ser analizada y comprendida como la expresión mediante sonidos de la
experiencia humana en el contexto de diversos tipos de organización sociocultural, no veo por qué
no se debería analizar toda la música de la misma manera» [1980, pág. 40], Pero aquí la intención es
menos pacífica: se trata de plantear la diferencia entre etnomusicología y musicología no en el
plano de las sociedades estudiadas, sino del método empleado. El sociologismo de Blaking no remite
a una repartición de terrenos, sino a su oposición al «análisis de las estructuras sonoras captadas
como cosas en sí mismas» [pág. 9]; mientras que Merriam o Supicic reconocían el objeto para
abandonárselo a otros, Blaking se sitúa netamente del lado de su descalificación por el análisis
sociológico.
33. Véanse Berthier [1975], Green [1987]. Mignon, Daphy y Boyer [1986] destruyen, a partir
de un estudio estadístico de los gustos de los alumnos de instituto, la idea demasiado simple de un
«gusto adolescente» homogéneo y descomponen la categoría «rock»; Boyer, Delclaux y Bounoure
[1986], sobre los gustos comparados de los alumnos de instituto y sus profesores, concluyen
también en la incertidumbre de repartos múltiples, lejos de una divergencia entre generaciones.
34. Véanse P. Gumplowicz, M. Rostain y M. Samoff [1978], o para el jazz, además de Becker,
véase más adelante, C. Stevens [1982], y para el rock H. S, Bennett [1980]; este libro, centrado en el
trabajo y la vida de los grupos de rock, propone de manera original, en torno a la repetición, una
definición del rock por sus modos de aprendizaje, trabajo, transmisión y evaluación colectiva; al
preguntarse por su estado al mismo tiempo que se desa- autores insisten en el cierre tribal
de un medio sobre sí mismo a través de sus procedimientos de juicio interno y
analizan los límites que este cierre comporta en la gestión de su destino por
126 LA PASIÓN MUSICAL
155 Con una preocupación nueva por respetar el vocabulario de los actores, R, R. Faulkner ha
dado a conocer esta pista con el análisis que proponía desde 1971 de los músicos de estudio y luego
de los compositores, en Hollywood [1971,1973,1983], al mostrar, lejos de la denuncia simplista de la
manipulación comercial, cómo el mercado y las carr eras dependen, al contrario, completamente de
su representación por el medio: como en Becker, las convenciones (en el sentido interaccionista) de
un oficio y las cooptaciones de una red permiten la construcción compleja de un juego permanente
de autoevaluación, a dos velocidades, entre valor comercial y valor musical, que obligan al músico a
encontrar un equilibrio difícil entre «dignidad» y «flexibilidad».
156 Desde un punto de vista histórico, el «foso» en el que se entierra a los músicos de orquesta a
lo largo del siglo xix, mientras que se eleva el director, realiza perfectamente la nueva geometría
musical. Sobre la orquesta, los análisis oscilan entre el tema de la orquesta como grupo, de las
relaciones entre la vida profesional, la formación y la carrera de los músicos, de sus relaciones con el
director (véanse Dupin [1981], Lehmann [1989], Calmel [1991]), y el de la burocracia, del conflicto
entre las apuestas económicas y musicales del repertorio: Bach, Beethoven andBureaucracy [Arian,
1971], sóbrela Orquesta de Filadelfia, subraya la oposición entre una lógica burocrática antigua y una
nueva economía del éxito, que pone de manifiesto el cambio de equilibrio impuesto por la estrategia
espectacular de Stokowski entre los discos y los conciertos; al ver en esta estrategia fundadora el
lanzamiento de una espiral infinita de los costes y las reputaciones, creciendo parejos, y de un rápido
desarrollo de las subvenciones del Estado, Arian proporciona una visión interna del dilema de
Baumol y Bowen [1966] sobre el déficit creciente de las artes del espectáculo en vivo, pasando por
las elecciones de repertorio, de programación y de relación con el público, y tributaria de la
estrategia personal de un gran director.
LA SOCIOLOGIA Y EI, OBJETO ARTÍSTICO: CREENCIA, ILUSIÓN, ARTEFACTO 127
157 Véase en France Leroy [1980,1990] o las Actes du Colloque de Nice de 1984, AD-
DEC/SER [1985].
158 A través de la oposición entre oficio y expectativa social hacia la música, el análisis
128 LA PASIÓN MUSICAL
reúne los trabajos de P. Gerbod [1980], J. Labajo [1987] y P. Gumplowicz [1987] sobre la muy rica
historia del movimiento del orfeón francés en el siglo xix. Historia colmada de sentido y
representaciones (del pueblo, el poder, la educación, etc,), recorrida por proyectos políticos y
educativos y utopías filantrópicas y saint-simonianas; historia que se adapta estrechamente a una
práctica y una socialidad que ha dicho resueltamente «no a cualquier aggiornamento cultural»
[Gumplowicz, pág. 279]: fuertemente dependiente de la jerarquía social y musical, de la que produce
con amor y aplicación un doble popular y dominado, «el pequeño mundo orfeónico» [pág. 121] de
los Crickmouils de Lille o de la Lyre d’Anjou, con sus concursos y desfiles, plantea a la historia social
las cuestiones de la ambigüedad de la palabra popular y de la calidad y la perennidad de los estilos.
39. Becker [1988, pág, 364].
LA SOCIOLOGIA Y EI, OBJETO ARTÍSTICO: CREENCIA, ILUSIÓN, ARTEFACTO 129
160 Las investigaciones citadas sobre los músicos de orquesta consiguen resultados
asombrosamente similares: consagrados a mantener la diferencia entre «ellos» y los demás, delegan
todo el trabajo «burocrático» en los no-músicos (establecimiento de programas, organización de
giras, tarifas, comunicación); además, como el director encarna por sí solo toda la visibilidad pública
de la orquesta, estos músicos se ven desposeídos asimismo de la totalidad de su destino musical.
130 LA PASIÓN MUSICAL
161 Cita mucho a R. Moulin sobre la inversión operada por el arte contemporáneo, que, al
poner el acento sobre el artista, «sociologiza» él mismo la estética: es arte lo que hace el artista.
162 Todavía una forma más de la inversión que está en la base de la interrogación sobre el arte
en términos de creencia.
I..A SOCIOLOGÍA Y EL OBJETO ARTÍSTICO: CREENCIA, ILUSIÓN, ARTEFACTO 131
una actividad de la que todo depende y en la que uno se las arregla, todo debe
ser repensado. La habilidad de este libro falsamente modesto reside en este
contraste entre la simplicidad de una hipótesis y la enormidad de las
consecuencias que entraña.163
163 Y si el autor se priva sin duda de una plusvalía teórica considerable al no formularlas
siempre, dejando que cada lector las extraiga por su cuenta, ¿puede eso verdaderamente
reprochársele a un libro?
164 Las investigaciones de J.-L. Fabiani [1986] o de P. Gumplowicz [1990, 1991] sobre el jazz
muestran, por ejemplo, a contrapelo de las historias etnizantes de F. Newton [1966] o E. Southern
[1976] que no hacen de él más que la música de los negros, la estrecha relación que ha sido necesario
que se estableciera entre los músicos, los críticos y los aficionados para constituir un dominio cada
vez más netamente identificado: «El jazz no existiría sin la historia de la reapropiación culta (y
frecuentemente semiculta) del primitivismo y el exotismo del ritmo pulsado» [Fabiani, pág. 231], No
se sabe quién hace al otro en esta música que desde sus orígenes parece deber su existencia al
comentario producido sobre ella, desde los europeos que se la apropian y la bautizan a comienzos de
siglo hasta los militantes raciales del Jree-jazz y a su idealización por los militantes políticos del
Mayo del 68 francés. Free jazz/Black Power, de Caries y Comolli [1971], reconciliaba así con una
barra mágica, aquí para el militante parisién, las revoluciones estéticas y políticas tan difíciles de
desposar allá lejos,.,
LA SOCIOLOGÍA Y 1:1. OBJKTO ARTÍSTIC O: CRIsKNCIA, ILUSIÓN, ARTEFACTO 133
165 Y reafirmada en la respuesta de Menger a Nattiez [1989, pág. 171], véase más adelante la
pág. 147, n. 50.
I..A SOCIOLOGÍA Y EL OBJETO ARTÍSTICO: CREENCIA, ILUSIÓN, ARTEFACTO 135
166 Subsiste sostenida por los «apoyos publicitarios y administrativos» del Estado [pág. 330].
Este análisis será desarrollado a propósito de los «laboratorios» de creación musical, al aumentar la
tecnología todavía más la dependencia de los compositores, no ya del Estado, sino de la industria,
bajo el aspecto de una autonomía reivindicada con tanto más encarnizamiento: «Ningún otro
dominio de creación artística es tan dependiente de la financiación pública; ningún otro dominio se
muestra simultáneamente tan tributario de la evolución de tecnologías cuyos movimientos gobierna
esencialmente el mercado industrial» [1989, pág. 17].
167 «Unicamente los compositores se manifiestan en condiciones de concebir y repartir las
ayudas que se les entrega» [1983, pág. 335].
168 Decía R. Wangermée [1948, pág. 29, citado por C. Deliége en Vanhulst y Haine, 1988, pág.
193], que analizaba ya las consecuencias sobre la creación de la constitución mediante la grabación
de un «museo universal de la música» (la expresión es de Deliége [ibíd.]).
136 LA PASIÓN MUSICAL
169 Es gracioso ver, de un lado, a E. Schepens, en una reseña del libro ÍVibralions, 1987, págs.
292-300], insistir en la conclusión naturalista inesperada de Menger y reprocharle esa deriva en
nombre de la ortodoxia sociologista, y del otro a Nattiez [1989, págs. 153, 159], cegado por su
antisociologismo, leerlo con insistencia como un calco musical (pero en buen francés...) de
Bourdieu (lo que no le impide acusarlo de querer restaurar la tonalidad). Ahora bien, Menger
rompía, al contrario, con la ortodoxia del maestro al atreverse a plantear, incluso con numerosos
puntos de interrogación, la cuestión de la fuerza y la importancia del «momento» tonal [1983, pág.
280], y vinculándolas a la obediencia de los lenguajes musicales a las «leyes de la naturaleza».
I..A SOCIOLOGÍA Y EL OBJETO ARTÍSTICO: CREENCIA, ILUSIÓN, ARTEFACTO 137
170 «El arte autónomo quizá no habrá sido sino un paréntesis, una especie de moda en la
historia de la humanidad.» Menger retoma como conclusión de su libro la cita célebre de Caillois
[pág. 337]. Se defenderá en su respuesta a Nattiez [1989] de no haber hecho más que citar a Lévi-
Strauss, y poner en escena sin tomar partido el debate entre relativismo y objetivismo que ha
sacudido el mundo musical. No se le puede, en efecto, acusar de querer restaurar la tonalidad más
que si se es incapaz de distinguir el punto de vista del sociólogo del punto de vista de los actores
que cita. En cambio, permanece el problema de la intervención de la naturaleza en el repertorio de
causas movilizadas. No se trata de acusarla de decidir entre naturaleza y sociedad, sino de observar
que, de vuelta del sociologismo, no hay ningún medio de componer los dos, y no puede más que
embalar su dualidad en puntos de interrogación.
138 LA PASIÓN MUSICAL
171 «¿Por qué la música polifónica así como la música armónico-homofónica y el moderno
sistema tonal se han desarrollado a partir de las ampliamente difundidas condiciones
preestablecidas de la polivocalidad sólo en Occidente? [...] Las condiciones específicas del desarrollo
musical en Occidente implican, en primer lugar, la invención de la notación mo- serna.» (N. del t)
172 «En los siglos xv y xvi, el calvicémbalo participó sin duda en el desarrollo de la música que
era transparente desde un punto de vista melódico y rítmico. Este instrumento fue uno de los
mediadores para la introducción del sentimiento armónico simple opuesto a la música artística
polifónica.» (N. del t)
140 LA PASIÓN MUSICAL
El señuelo y el desvío
173 Bourdieu recuerda que esta inversión necesaria en el juego es el sentido de tl-lusia [1980,
pág. 111],
174 Confrontado con el mismo problema, L. Boltanski señala la misma paradoja, que acompaña
a todo desenmascaramiento de una creencia: la incapacidad para «renunciar completamente a
apoyarse sobre un punto fijo, sobre una realidad más verdadera que la ilusión, a partir de la cual la
creencia puede desvelarse como tal» [1990, pág. 44],
142 LA PASIÓN MUSICAL
estética supuesta, que coloca el valor de las obras en las obras mismas, que
recuerda obstinadamente la influencia de las normas del medio, los jurados, las
academias, los mecenas, los críticos, los marchantes, el gusto de los clientes o
sus prescriptores.
Modelo negativo de la mediación. Esta no está ya instrumentalizada,
sometida a una causa superior, como hace la sociología de la cultura. El señuelo
se ha convertido en un desvío. La mediación ya no es la palanca de un
desenmascaramiento, sino un desplazamiento sistemático, que los actores
olvidan y el sociólogo vuelve a poner de manifiesto. El deslizamiento es
importante. En dirección descendente de este esquema lineali- zado, el objeto
ya no es una ilusión interna del grupo, sino un dato externo. En la ascendente,
la causa ya no es el principio social general que la mediación sólo ha servido
para introducir, sino la suma concreta de los mecanismos particulares que
interfieren entre la obra y su valor social. Esta sociología del arte se encuentra
más cerca de la historia social de lo que lo está la sociología de la cultura.175 Se
comprende también que, una vez instalada en su tradición, con respecto a la
restitución activa de las mediaciones del arte, se haya acantonado «más
sencillamente»176 en una tarea próxima pero diferente, más apacible y rentable
en términos de resultados concretos: la restauración del «contexto» de la
creación artística. En efecto, puede establecerse una doble complementariedad
disciplinaria: con la estética, hacia arriba, puesto que la sociología no atañe ya a
las obras; con la sociología de la cultura, hacia abajo, a la que se entrega
gustosamente lo social como principio teórico general, una vez aclarado que se
limita a la recepción.
175 Una corriente de la historia del arte anglosajona, más sociologizante, ha convertido en una
de sus especialidades el seguimiento detallado de los mecanismos de la designación de las obras, en
prolongación directa de esta problemática: véase Baxandall [1985]; pero la idea ya estaba en Haskell
[por ejemplo, 1986].
176 Como decía O. Bonfait al hablar de la historia social, véase anteriormente, pág. 80.
I..A SOCIOLOGÍA Y EL OBJETO ARTÍSTICO: CREENCIA, ILUSIÓN, ARTEFACTO 143
Sin embargo, está claro que semejante paz (la misma que Bourdieu decía
rechazar, véase anteriormente, pág. 91, n. 10) ha sido rubricada a espaldas de
las obras: hay que admitir que, una vez conquistada su grandeza, escapan al
sociólogo, que traspasa sus poderes al historiador del arte o al esteta para
dejarlo trabajar, independientemente de su génesis, sobre sus contenidos
específicos, incluso si los retoma a continuación al interesarse en el devenir de
los objetos producidos por el arte, en sus usos, sus efectos, pero dando en
adelante por adquiridos sus contenidos. Tanto hacia arriba, en la sociología de
la producción y la difusión, como hacia abajo, en la de la recepción, el detalle
de las obras producidas se escapa entre los dedos del sociólogo, incapaz de
conservar nada de él, si no son estructuras generales o tokens sin importancia.
La cuestión no consiste en volver a la obra en tanto que obra, sino en disolver
la oposición entre la obra y lo social al proponer una teoría activa de lo que los
vincula. Pues la paz de la que hablábamos también se ha rubricado a espaldas
de la mediación, si se entiende "ésta como una operación activa, productora,
inseparable de los objetos, asignable a actores identificados. Las mediaciones
que permanecen en este paisaje pacificado no conservan más que el nombre.
Son funcionarios que aplican un reglamento claro en el segmento cuya
administración detentan: instancias profesionales, enseñanza, crítica, mercado,
atravesados por las obras, en una total indiferencia recíproca. El precio de la
paz nunca es barato. El carácter insuficiente de esta restitución positivista, que
se ha quedado plantada en medio del vado, motivaba (sin justificarlo) el
retorno, en Duvignaud, a un vocabulario de la «experiencia artística», de la
«realidad sustancial de la creación», contra los «entornos positivos pero
“segundos” del arte», mientras que no veía en la historia social más que una
«nomenclatura bastante chata [que] nunca evoca las relaciones auténticas entre
el arte y la experiencia social» [1972, notas de las págs. 26-27].
Efecto de pareja: esta sociología del arte demasiado disciplinada ha
envalentonado a la sociología de la cultura para volverse más agresiva ante el
peligro de un retorno a la estética, sintiéndose la única encargada de la pesada
responsabilidad de garantizar la crítica del objeto. Recíprocamente, la
sociología de la cultura modela un trasfondo teórico posible de la sociología del
arte, hacia el cual ésta, consciente de sus límites, se encuentra siempre
dispuesta a regresar. La restitución pasiva de los mediadores, en el sentido
empírico y concreto de una caza del hombre que liega a desalojar a los
responsables tras cualquier juicio estético, es inestable porque no está
144 LA PASIÓN MUSICAL
La historia del arte y la historia social del arte, surgidas de la eterna ri-
validad entre sociologismo y naturalismo, con una virulencia que confirmaba
su importancia fundadora para los autores, no sólo han efectuado su
acercamiento al disolver poco a poco su oposición en un inventario más vasto
de causas posibles, que van de las más internas a las más externas: de manera
cada vez más precisa, han hecho aparecer el trabajo de producción de su
mundo por los actores.
Un vasto repoblamiento
Movimiento doble. La historia social del arte pasó de una pesada utilización de
causas generales, independientes del arte y seleccionadas por el investigador
(economía, demografía, ideología dominante, representación
LA HISTORIA SOCIAL DEI. ARTE, O LAS OBRAS EN LA SOCIEDAD 149
180 Se encuentra un panorama de la diversidad de los trabajos llevados a cabo por los
historiadores sociales del arte, y también de la relativa pobreza de las problemáticas aplicadas, en la
serie de actas publicadas por Barral y Altet [1986-1988-1990], donde se revisan a lo largo de una
cadena lineal contratos, encargos, asociaciones, salarios, tipos de artesanos y posición del artista en
la sociedad, materias y técnicas y consumo. El conjunto da la razón a Bourdieu, que critica la
fijación de la historia social en el problema de la relación artesano/artista: «No se trata de
preguntarse, como ha hecho hasta aquí, obsesivamente, la historia social del arte, cuándo y cómo el
artista se ha liberado del estatuto de artesano, sino de describir las condiciones económicas y
sociales de la constitución de un campo artístico» [1984a, pág. 220],
181 Por ejemplo, Montias [1982]: «Al contrario del historiador del arte, que concede con
desgana la necesidad de estudiar tanto a los artistas menores como a los mayores, Montias no sólo se
inclina por el destino de los maestros menores, sino que también se interesa por aquellos cuyas
obras son tan menores que no son nombradas ni por el nombre de su autor, ni por su título, ni
siquiera por su tema» (!) [reseña del libro realizada por V. L. Zol- berg, en Moulin (dir.), 1989, pág.
482].
182 Por ejemplo, Antal [1948], Gombrich [1963-1986], Haskell [1963-1991], Schapiro [1964,
1982],
183 Por ejemplo, Haskell [1986],
184 Alsop [1982], Pomian [1987], Schnapper [1988]; véanse más adelante las págs. 183 y sigs.
185 Sobre el de Rembrandt, véase S. Alpers [1991]; véanse más adelante, las págs, 206 y sigs.
186 Boime [1971] y la tesis de N. Heinich [1981], sobre la pista de F, A, Yates [1947]; en
150 LA PASIÓN MUSICAL
es necesario admitir que esta rama de nuestra disciplina todavía forma parte de nuestros desiderata»
[1986, pág. 159]; definiendo entonces un programa social ideal, que recupera los «hechos
insignificantes de la vida social», no incluye en él sino los factores más internos, «estatutos y
reglamentos de las logias o las corporaciones, creación de puestos honoríficos, fundación de
exposiciones públicas, métodos y programa de las escuelas de enseñanza artística, papel de los
“consejeros humanistas”...».
190 Por ejemplo, Antal [1948] o Crow [1985].
152 LA PASIÓN MUSICAL
Ahora bien, el análisis histórico del público, o de los mercados, debe ser
precisamente puesto aparte, en la lista de causas sociales elaboradas por la
historia social a propósito del arte, a causa de su importancia teórica: es el
punto axial entre los enfoques que permanecen afiliados a la historia del arte, al
hacer de esta categoría una mediación de la obra entre otras,191 para analizar la
evolución de los programas, los lugares y los participantes en las exposiciones o
los conciertos, de la corte y los salones en la ciudad, entre los siglos xvm y xix,
y los enfoques que, al descubrir con el público la causa suprema, reinventan
por su cuenta una sociología determinista de la cultura que convierte a la
recepción en el principio absoluto de interpretación de las obras. Si se reconoce
la insuficiencia de los análisis de las obras y el medio de su producción, sin
satisfacerse con el simplismo de la larga ascensión de las clases burguesas, que
explicaría todo el arte producido entre los siglos xv y xix, continúa, pues,
entregándose, en torno a la noción de público, a un objeto mixto, mal cono-
cido, difícil de delimitar y analizar empíricamente, cuyas huellas exigen un
largo desciframiento y cuyas ramificaciones parecen infinitas: las modalidades
específicas de la recepción, desde sus lugares, sus mercados y sus medios hasta
191 Así, la posición de Baxandall sobre el lugar del mercado en la definición de las esculturas
de madera en la Alemania renacentista: ni el sacrilegio, ni la última instancia, «simply one médium
through which a society can transíate both general facts about itself and [..,] preoccupations about
ai t into a brief the artist can understand» [1980, pág, 95]; el artista puede escoger entre varios,
ignorar ciertas sugerencias del brief, «volver del revés» otras, combinarlas con sus ideas, etc.
LA HISTORIA SOCIAL DEI. ARTE, O LAS OBRAS EN LA SOCIEDAD 153
192 Los estudios intentan dar cuenta más ampliamente de la evolución de las modalidades de
la recepción. Bonfait [1989] critica la tesis de T. Crow [1985], subrayando el aspecto «comodín» del
recurso que éste hace al público, racionalizado en una visión muy política, con el riesgo de
convertirlo en una «opinión pública» un poco anacrónica. La perspectiva se asemeja a otras pistas:
las de Grisvvold [1987], de la nueva historia de la lectura de H.-J. Martin y R. Chartier [1982-
1986], o de M. Vovelle [1981], que vuelve a incluir la historia cultural en las prácticas y plantea el
problema del desciframiento anacrónico de los indicadores que han llegado hasta nosotros, por
ejemplo a propósito de la biblioteca azul, o de las lecturas públicas; véanse también Chartier
[1987], Martin [1988],
* «La conjunción favorable de los factores de oferta y demanda explican la creación, durante
un período de tiempo superior a una generación, de un gran número de obras de arte que han
resistido el paso del tiempo.» (N del t )
154 LA PASIÓN MUSICAL
193 Traducido y presentado por Bourdieu como introducción a Panofsky [1967]; véase
también Yates [1989].
194 Bourdieu propone [pág. 152] esta cualificación teórica retrospectiva del trabajo de
Panofsky en el largo posfacio que ha escrito al libro. Hay claramente una doble lectura posible de
Panofsky según la interpretación que se dé de su célebre iconología, que se puede tomar ya en el
sentido de una historia del arte todavía muy formal, ya en dirección a una historia social de las
categorías de la recepción (la edición de sus obras en francés se repartió, por lo demás, entre
Gallimard y las ediciones de Minuit, ¡exactamente según esa misma partición!).
LA HISTORIA SOCIAL DEI. ARTE, O LAS OBRAS EN LA SOCIEDAD 155
Esta primera pista, orientada hacia el público y la recepción, será seguida por
los más «sociales» historiadores recientes del arte, como Baxandall en Painting
and experience in fifteenth Century Italy \Pintura y vida cotidiana, en el
Renacimiento, véase más adelante] [1985] o Alpers sobre el arte holandés en el
siglo xvn [1990], La otra pista abierta por la interpretación social, igualmente
prefigurada por Panofsky, consiste en volverse hacia las obras, pero no como la
estética antisocial para descifrar inmediatamente su significación, sino para
emprender el análisis de los actores, los procedimientos y las instituciones que
les atribuyen significaciones y usos. Poca gente se ha internado por esta vía en
historia social. El libro de F. Antal sobre la pintura florentina en el siglo xiv
anuncia ese programa, pero no lo cumple.195 Construye la relación arte-
sociedad de la manera más exterior posible: una historia «económica, social,
política» del período, trazada a grandes rasgos, examinando ideologías, religión,
filosofía, educación y literatura, precede a la historia de las artes, que analiza
los temas, estilos y posición de los artistas. Según correspondencias externas, la
relación entre ambas impone entonces una clasificación simplista de la
sociedad, como estratificación de burguesías más o menos elevadas y, frente a
ella, una caracterización estilística también pobre, que superpone a una
cualificación estética tradicional una calificación moralizante (severa, rigorista,
superficial...) aplicada a los estilos según su relación con tal o cual clase.196 El
libro de A. Hauser [1951-1982], que ha provocado el debate sobre la posibilidad
misma de una historia social del arte, está construido en torno a otra
repartición desastrosa, entre los detalles acumulados sin teoría y la repetición
de una única causa, el ascenso de la burguesía, y su esfuerzo de explicación se
encuentra concentrado en las relaciones con el mecenas. Por desgracia, esta
insistencia no se debe al descubrimiento histórico de su papel, sino a una
195 Lo diluye en la casuística de las lower, tmddle and upper burguesías, relacionadas con el
estilo de Giotto y sus sucesores: «After Giotto painting was no longer capable of Giotto’s severe
rationalist conception and compactness of composition, ñor of maintaining his achievements in
spatial clarity and body-construction —since the general situation was now no longer
unambiguously favorable to the upper bourgeoisie. On the other hand, painting, despite this, did
not become consistently spiritual or gothicizing, for again circumstances were not propitious
enough for the middle and lower bourgeoisies, still far in Florence from ideological independance»
[1948, págs. 172-173].
196 En música, ésa es la postura de M. Faure [1985], que mezcla la erudición desoxidante de un
enamorado de la historia social del medio musical francés en el siglo xix y las generalizaciones
automáticas de una liturgia marxista.
LA HISTORIA SOCIAL DEI. ARTE, O LAS OBRAS EN LA SOCIEDAD 157
200 Marco que puede entonces, sin solución de continuidad, ir desde las estrategias más
generales de una sociedad con respecto a su patrimonio hasta los dispositivos más concretos de su
apreciación: así sucede con el análisis elaborado por M. Akrich [1986a, b] de la enorme lente
montada sobre raíles deslizantes, última etapa del recorrido flechado que debe seguir el turista
deseoso de admirar el Políptico de Beaune, tras haber franqueado los umbrales y pisado todas las
alfombras que conducen a la sala de las célebres tablas, sala enteramente remodelada, para adaptarse
mejor a su función de joyero, que la penumbra de la capilla impedía satisfacer. Esa inversión
espectacular ha convertido el hospital en la antecámara arquitectónica del cuadro que la decoraba.
El montaje es un subyugante resumen de la historia del arte: si su carácter excesivo proporciona a la
exhibición un aspecto monstruoso —la lente se parece a un gran ojo opaco, a fuerza de volver la
visión demasiado vidente—, su gran coherencia permitió que los beauneses conservaran su tesoro
en Beaune permitiéndoles recibir los honores del reconocimiento estético, en lugar de verle al
mismo tiempo consagrado... ¡y partir hacia el Louvre!
LA HISTORIA SOCIAL DEI. ARTE, O LAS OBRAS EN LA SOCIEDAD 159
22. En Francia, es la que promueve el «seminario de historia social de la música» del CID
IRCAM/CNRS de Duíourt y J.-M. Fauquet [1987, 1991; Fauquet, 1993].
23. La Viedes musiciem de Varis au temps de Mazarin, de C. Massip [1976], a través del
«estudio social» de los salarios, los modos de aprendizaje, los cargos, la organización de las
corporaciones, las relaciones entre la dudad y la corte, y el análisis de la «Communauté des joueurs
d’instruments» cuyos estatutos son revisados en 16.58, elabora un repertorio, por ejemplo, de los
problemas y la «condición social» de los 800 a 850 músicos presentes en París en 1650 [págs. 87 y
sigs,], repartidos entre la corte, la Iglesia y las corporaciones, para desembocar sobre las bases de la
formación de una camarilla de profesionales de calidad, contra las tradiciones de la Iglesia o la calle.
24. Una corriente anglosajona, en un mixto de Weber y McLuhan, se ha centrado en la
oposición oral/escrito para vincular el ascenso de la burguesía y el advenimiento de la tonalidad,
por medio de la toma del poder por los expertos y el sometimiento que ha representado el paso en
la música de la dinámica colectiva de la oralidad al control visual de las notas, Shepherd y otros
[1977] critican la musicología a partir de la idea de que la tautológica aplicación a la música de las
categorías que aquélla ha contribuido a producir impide pensarla socialmente, pero interpretan de
nuevo la Gran Partición entre lo oral y lo escrito de un modo binario y exclusivo que vuelve toda
160 LA PASIÓN MUSICAL
historia inútil: por un lado, la vida, lo colectivo, la dinámica, la resistencia —y lo modal—; por el
otro, la muerte, las elites, los burócratas, el control, la fijación, el poder —y lo tonal—; un reader de
Leppert y McClary se propone también efectuar una «historia crítica» de las «connections between
the substance of music and social valúes» [1987, pág. xiii], y «socializar» la música bajo la égida de
W. Benjamín [1971], considerándola «within a cultural context organized by institutions and
practices» [Mowitt, pág. 173],
conocimiento social, demografía, formación y reagrupamiento
profesional.25
— Los problemas específicos que plantea la evolución de los instrumentos,
en tanto que excelentes marcadores históricos de los usos, la difusión y
el comercio de la música,26 sin que todavía se pueda vincular este tipo
de problemas con un sutil seguimiento histórico de los avatares de la
ejecución instrumental, cuya riqueza sugieren las investigaciones
musicológicas.27
— Finalmente, el estudio de la evolución del «consumo» musical, desde sus
usos rituales, religiosos y políticos, hasta la lenta emer-
25. Véase Ehrlich [1985] para una historia rica y evocadora de la «Musicians’Union» inglesa.
Desde un punto de vista económico, Peacock y Weir han realizado el análisis más incisivo al
vincularla con la formación del mercado de la música, a través de la historia del copyright en Gran
Bretaña desde 1905; se interesan más por la organización de un mercado que por la aplicación de
las leyes deterministas del mercado y llevan a cabo un análisis de la especificidad material de la
música: la duración es perecedera, es costoso excluir a los morosos, la ejecución es difícil de aislar
—de ahí la necesidad de un mediador (la partitura, el disco) para permitir una retribución—, y de
ahí también el riesgo del pirateo y la superioridad decisiva para el establecimiento de las ganancias
de la música del soporte mecánico sobre el soporte papel: «The composer has been successfully
delivered by the Society [por ej., no la sociedad, sino la Performing Right Society, la SACEM
inglesa, fundada en 1914] from the age of sheet music into the age of electronic music» [1975, pág.
146].
26. C. Ehrlich [1976] traza la historia social del piano, «ese instrumento rey que ocupa, desde
el siglo xix, un lugar central en el triunfo del intérprete virtuoso, la práctica doméstica y la difusión
del gusto y el conocimiento de la música culta» [Menger, reseña de Ehrlich (1985) en Moulin (dir.),
1989, págs. 468-472], R. Lenoir sugiere que toda la geografía de la percepción, la interpretación y la
composición legítimas es modificada por la evolución del piano, también producto de numerosas
luchas competitivas, estéticas, técnicas y económicas, entre músicos y entre fabricantes, hasta el
punto de que espera explicar las diferencias de estilo entre los países por las elecciones dominantes
de su ejecución mejor que por el aval mecánico concedido a las «tradiciones nacionales» [1979, pág.
82],
27. Véase Vibrations, n° 2 [1985], o los artículos sobre instrumentos «extraños» (el figle por T.
Gérard, el piano a pedal por G. Guillard) en la Revue internationale de musique française, n" 13
[1984]: nada perturba mejor los presupuestos de una historia social que confunde rápidamente sus
deseos con realidades que los gallos cojos de la historia, El paso del clave al pianoforte ha suscitado
LA HISTORIA SOCIAL DEI. ARTE, O LAS OBRAS EN LA SOCIEDAD 161
una larga serie de explicaciones (véase De Place [1986]) que van desde el determinismo social de la
caída de la nobleza hasta el determinismo técnico del progreso del sonido —aunque, para Voltaire,
el pianoforte «es un instrumento de calderero» [carta a la marquesa du Deffand, 1774]—, pasando
por la indeterminación radical o por la destr ucción de todas esas causas realizada por E. Good:
como dice cruda-
gencia de un bien de consumo, pasando por sus funciones de re-
presentación nacional, étnica o política.201
201 El ascenso paralelo de las clases medias urbanas y las formas modernas del consumo, como
el concierto y luego los medios de comunicación de masa, permitió a H. Raynor [1972, 1976] y a
W. Weber [1975] analizar el nacimiento del público burgués como progreso weberiano,
racionalización de una forma de escucha, a través de la medida de la frecuentación, la crítica y los
comentarios, la acción de grupos de aficionados líderes, que han definido las nuevas formas de
consumo musical.
202 Los trabajos ya señalados de M. Faure [1985, 1991] padecen la desproporción entre la
riqueza del material reunido sobre las relaciones entre textos, encargos, públicos, medios musicales,
carreras de los músicos y una lectura repetitiva de la música como ideología de la burguesía.
162 LA PASIÓN MUSICAL
203 «La intención principal de este volumen ha sido sugerir la naturaleza de las fuerzas no
musicales [...] que determinan por qué en ciertos períodos destacan determinados tipos de actividad
LA HISTORIA SOCIAL DEI. ARTE, O LAS OBRAS EN LA SOCIEDAD 163
influenced the development of musical taste and custom» [pág. iv],204 cuya
lista elabora el autor,30 se ve limitado a priori por esta doble restricción típica de
la historia social, que, por una parte, sólo concibe la influencia de lo social sobre
lo musical (o lo social como método) y, por otra, pone el acento sobre todo en el
gusto (o lo social como objeto). Aquí volvemos a encontrar el modelo
«selectivo» de antropólogos como Merriam: existe un fondo musical amplio,
universal, sobre el que la historia social no tiene nada que decir; en ese fondo,
la sociedad escoge, y sólo escoge, ciertos elementos: únicamente esta selección
es el objeto del estudio social.
205 M. Easton [1964] trataba ya las relaciones entre pintores y escritores, unidos por la idea de
la bohemia, en torno a la construcción de un nuevo estilo en pintura, en literatura y en la vida.
LA HISTORIA SOCIAL DEI. ARTE, O LAS OBRAS EN LA SOCIEDAD 165
siempre a los literatos, cuyo papel es esencial con respecto a la escritura del
«mito del artista» [cap. 1], con «olvido del origen» [pág. 19], que el mismo
Redon tomará finalmente a su cargo: trabajo de autoconstrucción a través del
cual impone «su propio punto de vista sobre sí mismo» [pág. 246], totalmente al
modo en el que el Rembrandt de S. Al- pers [véanse más adelante las págs. 206
y sigs.] crea su propia evaluación, artística y comercial. De nuevo se abre con
toda naturalidad el paso de un análisis minucioso de un medio de producción a
las tesis próximas de la autoconstrucción colectiva de un mundo artístico por
sus actores. Así sucede con el trabajo activo de «la crítica como
transustanciación» [pág. 84], que transforma, según Gamboni, «una retaguardia
[...] nostálgica en una vanguardia consciente de sí misma» [pág. 86].
Desde el momento en que, para los historiadores del arte, ha caído la
barrera infranqueable entre la obra y los que trabajan a su alrededor, comienza
el repoblamiento del mundo del arte, en contraste con el santuario tan sólo
ocupado por cuadros prestigiosos y artistas únicos de la historia del arte
tradicional, pero también en contraste con el teatro de sombras que nos
presentaba la historia social del arte, en el cual los hombres y las cosas del arte
no eran más que las animaciones de fuerzas sociales reales que había que
descubrir tras ellos. En adelante, veremos este gigantesco trabajo de restitución
de los actores en su integridad, y no de ectoplasmas, entre el objeto artístico y
el sujeto de gusto.
CAPÍTULO 4
La nueva historia del arte: lo social en la obra
Mecenas y consejeros
En Lytle y Orgel [1981] hay un reader que trata del conflicto entre los diversos
prescriptores posibles, una exposición de las interpretaciones contradictorias
sobre la importancia de los mecenas. Al análisis tradicional elaborado por H.
W. Janson de una relación dual entre artista y mecenas [págs. 344-353], C.
Hope opone una relación a tres más sutil, entre artista, comanditario y
consejero humanista [págs. 293-343]: discute la importancia de los «programas»,
a su juicio, dictados menos a los artistas pollos «patrones» y los advisers que por
una historia social del arte urgida a ofrecer ese papel, primero al comanditario o
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 167
208 Criticando la posición de P, Hirschfeld [1968] sobre el Mäzene, sitúa su punto de mira, a
través de él, en la tendencia de la historia del arte a convertirse en una «doble biografía» de los
mecenas y los artistas.
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 169
1963].209 Cuando para explicar la decadencia del Barroco opone el arte muy
«público» de los italianos a la visión «personal», a la «visión de lo particular» de
los holandeses, los españoles y los franceses [1991, pág. 702], se encuentra
también lejos de asimilar de oficio los príncipes al conservadurismo: al final del
Barroco, el mejor arte se halla al servicio de los poderosos declinantes, tanto
más preocupados en ofrecer un arte que contradiga su declive. Los aristocráticos
mecenas italianos no son menos «cultivados y liberales» que los nuevos
burgueses del Norte, al contrario.210 Son su liberalismo y su apertura mismos los
que impiden el crimen paterno necesario para fundar el arte moderno: no habrá
Academia en Italia, pero contra el academicismo tampoco habrá arte burgués,
ni Ilustración. «La heterodoxia ha sido asesinada por la tranquilidad» [pág. 703].
¿Por qué oponerse a los mecenas más tolerantes? Aunque haya que desaparecer
con ellos. Si entonces el «nivel general de la pintura» es más elevado en Italia,
ese declive común del arte y los príncipes será su contrapartida: «El precio que
hubo que pagar fue de los más altos; [...] la caída de Venecia significaba
incontestablemente el fin de la pintura italiana» [pág. 704].
209 «Las presiones sociales y religiosas, las convulsiones políticas, las influencias de tem-
peramento personal y las costumbres, todo ello desempeña un papel relevante en el análisis.» (N del
t.)
4. Quienes favorecen la música se encuentran en el mismo caso, según M. Noiray: por lo que
se refiere al período prerrevolucionario, al menos tan rico en revoluciones musicales como el que le
ha seguido, él también critica «la idea simplista según la cual la creación decretada desde arriba sería
de esencia conser vadora, y el liberalismo del circuito comercial, generador de innovación; muy al
contrario, la independencia financiera de un teatro de corte se muestra retrospectivamente como
indispensable para los libretistas y los compositores deseosos de apartarse de los senderos trillados,
dejando al intendente de los espectáculos la preocupación de enjugar las consecuencias ruinosas de
su fantasía creadora» [1991, págs. 214-215]. Se puede contrastar esta posición de los historiadores
con los prejuicios ideológicos de los historiadores sociales o los teóricos críticos; así S. McClary:
«The French musical establishment under Louis XIV recognized all too well the destabilizing,
exuberant, subversive character of tonality and tried to prevent its infilttation» [Leppert y McClary,
1897, pág. 22]; porque el poder pertenece a una Absolutisl court, la música en Francia debe ser
rígida y conservadora, mientras que la «emotional dimensión of Italian
music [is] regarded as excessive, [and] rnotion as dangerously cióse to chaos, [in this] rari- fied
worid, regimented, restrained [for the salce of bon goüt]» [pág. 42] —quince años de
reinterpretación de ese repertorio conducen a la apreciación exactamente inversa de la relación
entre libertad y constreñimiento, entre franceses e italianos—, véase anteriormente el cap, 1, en
particular la hermosa cita de Rousseau, págs. 51-52.
170 LA PASIÓN MUSICAL
211 Véase Haskell [1976-1986] o «Un Ture et ses tableaux dans le París du xixc» [1989, pág.
362]: los coleccionistas son otra de las obsesiones de Haskell; en el curso de este último libro
aparecen también los nombres del barón d’Hancarville, de Sommariva, de Morris Moore y de
Benjamín Altman.
212 Alsop [1982] se ocupaba de la colección en general, a través de sus manifestaciones en la
historia, «wherever they have appeared». El libro es una historia de amor, limitada por el tono
impertinente que constituye su encanto. Esta gigantesca historia erudita de los coleccionistas está
armada en el plano teórico con la sola idea del reversal, esa inversión en quiasmo que funda la
mirada crítica sobre el arte: no es la rareza la que hace al coleccionista, sino el coleccionista el que
hace la rareza; hay que producir las categorías y definir los rasgos distintivos del objeto para que sea
raro. Pero Alsop no tiene entonces otra cosa que oponer a la definición de la colección por la rareza
que un collecting impulse muy genérico, más psicológico que histórico, mientras que a este instinto
se enfrenta una definición esen- cialista del arte como inversión gratuita de tiempo destinado al
placer de la vista, en comparación con la sola utilidad del objeto. Obedece ahí típicamente a la
oscilación que hace que el autor desprovisto de mediaciones encuentre al sujeto al mismo tiempo
que abandona al objeto, según un movimiento característico que analizaremos en A. Danto a
propósito del arte mismo, véase más adelante, pág. 232.
213 D. Poulot ha realizado un largo informe sobre ambos libros [en Moulin (dir.), 1989, págs.
447-460]; sobre la cuestión de la formación histórica de las ideas modernas de colección, de museo,
de patrimonio y de política cultural, remitimos al propio Poulot [1981, 1986], a Friedberg y Urfalino
[1984] y a Urfalino [1990].
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 171
les la vida,214 o por un interés explícito hacia las obras destruidas, que reve-
lan efectivamente mejor los principios de conservación que las que han so-
brevivido, en La Géographie artistique propuesta por Gamboni: «Las pro-
piedades materiales de un objeto se combinan con las del entorno para
determinar en parte su longevidad» [1987, págs. 11-12],
El mismo autor ya había abierto la vía de una nueva comprensión, obtenida
no a través de la pesadez de un programa, sino por la elección juiciosa del
objeto de investigación. Trabajando sobre la iconoclastia contemporánea
[1983a, 1983b], a propósito de las reacciones de destrucción observadas tras una
exposición de arte contemporáneo en Bienne, mostraba la complejidad y la
complicidad del juego de descalificaciones cruzadas. Como en los conflictos
iconoclastas, defensores y vándalos se reúnen para oponerse en nombre del
arte: al acusar a los vándalos de no reconocer el arte,215 los defensores de la
exposición rehúsan también reconocer que el gesto del otro tiene un sentido
que es agresión, y no ignorancia; su postura reproduce exactamente la de los
autores de degradaciones que, acusando al arte contemporáneo de no ser arte y
no de ser arte malo, respondían a una violencia con una negación de existencia.
El recurso al vocabulario de la iconoclastia está, por tanto, justificado: subraya
el reconocimiento común implicado tanto en el ataque como en la defensa de
los objetos de arte, doblado por el rechazo a reconocer que el otro habla
también en nombre del arte, escenificación sorprendente de las estrategias de
un arte contemporáneo que, a fuerza de superarse en la autoproclamación de la
nada de su objeto, parece no sostenerse ya sino por la contrapersecución
anticipada de todos sus perseguidores potenciales, enrolados por su propio
ardor en la defensa paradójica de un arte al que destruiría la indiferencia, que
no existe ya sino en la resistencia que provoca: los vándalos se convierten en el
último indicio del valor artístico de un arte que no cesa de proclamar su propia
muerte, ¡pero que no desea ser completamente creído!216
214 Acaba de ser montada una exposición sobre ellos, improbable hace veinte años, en el
Museo del Louvre: «50 dessins de Leonard de Vinci á Matisse», 1991
215 Es el síndrome de la arpillera de Burén, recogida por la mujer de la limpieza del Museo:
historia que sólo tiene sentido contada, en función del interlocutor, porque de manera casi
simétrica descalifica a los ignorantes impermeables a la trayectoria vanguardista o se burla de un
arte que no es nada sin la etiqueta que lo señala corno tal. Como en la iconoclastia, todo se juega en
la atribución de competencia al autor del gesto destructor: ignorancia excusada con
condescendencia o violencia deliberada ejecutada en nombre del arte.
216 Sucede lo mismo con la elección siguiente de Gamboni al elaborar la monografía de un
pintor moderno tradicionalista, Louis Rivier [1985], no por el placer de escoger, con ese
antimodernismo que quiere reconciliar el templo y la imagen, y el pueblo y el arte, temas
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 173
Los trabajos sobre las copias desplazan todavía un paso el problema del
valor, ya no del lado de los «actores mismos», sino del lado de los «objetos
mismos», igualmente dignos de ser entrecomillados, es decir, de ser arrancados
a su triste mismidad... P. Sénéchal [1989] describe los debates sobre los méritos
respectivos del yeso o el mármol en las reproducciones de estatuas antiguas que
se asoman, a partir de la materia, a la alternativa entre el arte como forma ideal
abstracta (el yeso) o como objeto único (el mármol). Convierte al yeso en el
mejor revelador de las definiciones que podían dar de las estatuas antiguas los
aficionados del siglo XVII; la copia en yeso de las estatuas romanas, utilizada
como manifestación de un estado anterior a su mutilación (y base para una
restauración, al convertirse la copia intacta en el modelo del modelo amputado),
fue pronto promovida por algunos, contra la materialidad desgastada del
original, al rango de verdadero representante de la plástica de las obras:
únicamente ella permite «contemplarlas en su desnudez casi ideal» [pág. 5]. Al
lado de argumentos estetizantes (Etienne Falconet elogia el yeso como «apología
de lo inmaculado» [citado en pág. 6]) o pedagógicos (permite una mejor «lec-
tura» de las estatuas), los defensores de la copia proponen explícitamente, según
Sénéchal, una definición del arte que se inclina por la forma contra la materia,
la universalidad en el tiempo y el espacio contra la localización y el deterioro en
Roma: «En Roma, se admira más que se piensa» [Falconet, citado en pág. 5].
Sénéchal muestra el papel esencial de la copia en la producción del reino del
original que la descalificará. El yeso se halla en el nacimiento del
comparativismo: permitió atribuir cada estatua al conjunto de un corpus fijado,
fechado y clasificado, y al mismo tiempo provocar «el despertar de la sospecha»
[pág. 9] con respecto a las estatuas romanas: cuando los originales dan la
impresión de lo ya visto, se examinan las firmas, se recuerda la rareza de los
grandes nombres leídos en Plinio, se lleva a cabo cada vez mejor la distinción
entre copias, réplicas y variantes tardías, y al partir del elogio de la copia, ¡nos
encontramos pronto situados en un mundo enteramente centrado en torno a su
desvalorización y el nuevo culto del original! Punto excitante del análisis, el
mundo romano que ese movimiento había elegido ante todo como el templo del
original (había alabado, por tanto, su novedad y unicidad) se revela trabajando
enteramente bajo el imperio de la copia en serie, de la «se- rialidad» [pág. 21;
véanse más adelante las págs. 200 y sigs. Haskell y Penny, 1988]: las copias
modernas permitieron descubrir a los nuevos especialistas, como Pierre-Jean
Mariette, el mercado y el funcionamiento de los talleres en la Antigüedad como
una producción ya muy activa de copias antiguas.217
Este juego de remisiones continuas, que siempre encuentra a capricho un
nuevo mediador detrás del modelo precedente, no consentirá ya la subsistencia
de ningún punto fijo, el descuido de ninguna causa; podrá por fin remontarse a
los cuadros y al propio artista, que S. Alpers [1991, véase más adelante la pág.
206] reconstruyó como productor de su propia autoridad futura, de su nombre:
después de Rembrandt, se dirá «un» Rembrandt. Después de Rembrandt, pero
no sin él, como en la historia tradicional: resultado de la increíble estrategia
que despliega, del taller al mercado. Desligado de las funciones, los
comanditarios y los compradores que lo definían, en lo sucesivo el cuadro los
definirá. ¿Cómo decir mejor que, del mismo modo que las copias han producido
sus originales o los coleccionistas los objetos dignos de ser coleccionados, el
establecimiento del cuadro como causa de un nuevo mundo del arte es el objeto
mismo del trabajo del artista, y más generalmente de los «miembros» del
mundo del arte? Ellos hacen bascular al cuadro de un universo social o religioso
en el que funcionaba como signo o guía del grupo a un universo artístico en el
que el grupo se persigna ante él.
Con ayuda de cuatro obras mayores recientes de la historia del arte
«reconciliada»,218 vamos a mostrar ahora la aplicación posible de análisis que, de
diversas maneras, anulan en acto la oposición estetismo/sociologismo, que son
capaces de hablar a la vez y en los mismos términos del arte y de lo social, de las
obras y de su valor.219
217 En su Tratlé des pierres gravees [1750, citado en la pág. 28]. El «anticuario» produce, si
llega el caso, una teoría a la medida, que racionaliza a la vez la copia de los modernos y la de los
antiguos, como elección de un tercero común, copiable porque se encuentra fuera del alcance del
artista contemporáneo: «Sería rebajarse demasiado copiarse uno a otro tan servilmente, mientras
que, al trabajar a imitación de un mismo modelo perteneciente a un artista más antiguo que ellos,
podían imitarlo sin parecer carentes de genio».
218 «La historia social y la historia del arte forman un todo», declara'Baxandall [1985, pág. 8],
respondiendo con treinta años de distancia al lamento que Gombrich formulaba: «La objeción más
seria que podemos hacer a [el análisis de Hauser] es que ha dejado de lado la historia social del arte»
[1963-1986, pág. 168].
219 Y ése no es un cambio tan fácil para el historiador del arte amante de su arte, como
testimonia ya con cierta amargura el marchante Gersaint, redactor de catálogos considerados como
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 175
ejemplares a lo largo de todo el siglo xvm, al explicar las resistencias encontradas en su tentativa por
poner un poco de orden en las atribuciones: «Volver a cuestionar las atribuciones es proceder a una
operación técnicamente difícil, pero significa también poner en duda la superioridad de los expertos,
provocar disputas, [...] consiste, finalmente, en entregarse a una investigación fútil, puesto que sólo
la belleza es verdaderamente importante en una obra» [citado por K. Pomian, 1987, pág. 171]. ¡Los
sociólogos del arte estaban prevenidos!
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: I O SOCIAL EN LA OBRA 176
220 Traducidas más adelante de maneta menos tendenciosa por capacidades. Ahí se da una neta
bourdivmízación de la tesis por el vocabulario, en la medida en que Baxandall utiliza a propósito la
misma palabra, skills, tanto para el público como para el artista [en tal caso traducido por
habilidades], porque hace de la percepción un uso activo, una competencia.
221 Ella opone la compoütio [que articula los equivalentes pictóricos de las frases, las cláusulas,
las proposiciones y las palabras] y sus complementarios, la variedad y la ornamentación, juzgados en
función de la sutilidad, la elegancia, la abundancia, la alegría, el encanto, la minuciosidad, por una
parte y, por otra, la precisión y la corrección. Baxandall volvió sobre este punto [1989, págs. 151 y
178 LA PASIÓN MUSICAL
1. Ginzburg propone también (ya hemos expuesto antes, pág. 188, n. 12, la
misma idea expresada por Baxandall) una inversión metodológica del
estatuto de la pintura para convertir los cuadros en «documentos de
historia política y religiosa» [pág. 18]. Pero no se trata en él de una
adopción de nuevas fuentes cortésmente suscrita por la historia con la
historia del arte: el desafío consiste, al contrario, en llevar lo más lejos
180 LA PASIÓN MUSICAL
224 En su análisis del «tema oculto» de la Tempestad, S. Settis aboga por una posición análoga
de la investigación, entre «dos extremos»: «Por un lado, la interpretación “vulgar”, en las fronteras de
lo anecdótico, [.,.] por el otro, el rechazo de cualquier interpretación en términos de sujeto
identificable» [1987, pág. 68], Ginzburg ha escogido bien su referencia; la obra ofrece dos puntos
preciosos: por una parte, al producir en «el taller exegético» [cap, 3] la descripción de las
interpretaciones rivales ofrecidas por los comentaristas del misterioso cuadro [resumido en las págs,
86-87], desplaza el análisis, haciéndolo pasar de los elementos proporcionados por la obra al
desciframiento de los modos de lectura que le son aplicados: proyecciones de problemáticas, lectura
estética anacrónica, romanzas sociales o biográficas, debate entre partidarios de la existencia o no de
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 181
un sujeto para el cuadro, «voluntad de leer a cualquier precio» el deseo de emancipación del artista
con respecto al comanditario, etc, Pero, de forma más innovadora todavía, Settis no se detiene
únicamente en el desciframiento del «tema oculto» del célebre cuadro, sino que plantea de forma
explícita el problema del principio de ese ocultamiento como instrumento de generalización de la
capacidad de un cuadro para adquirir sentido, gracias a las posibilidades de «actualización», de
personalización del tema, así inauguradas por el humanista veneciano: «Ataviado como un
gentilhombre contemporáneo, el Adán de la Tempestad sólo es Adán en la medida en que cada uno
de nosotros lo es también. Actualizar el tema es también un medio de ocultar el sujeto, [...] Para el
artista, al disimular el sujeto conforme a los deseos del comanditario se abría un nuevo espacio entre
el tema propuesto y el cuadro» [pág. 156],
LA NUKVA HISTORIA Dlíl, ARTli: LO SOCIAL. EN LA OBRA 182
225 No sin haber rendido un merecido homenaje al Instituto de Warburg, Ginzburg aspira al
«método llamado warburgiano» del desciframiento de símbolos.
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 183
actual de los cristianos de Oriente amenazados por los turcos (contra los
cuales el comanditario se esfuerza en reclutar una cruzada, a la que el
destinatario es hostil), luego al sufrimiento de Cristo, consentido por la
cobardía de Poncio Pilato, del mismo modo que el de los cristianos de
Oriente procede de la cobardía del emperador. Cuando, además, la
pérdida padecida de un hijo humanista, y que hablaba griego y latín, se
asemeja a la inminente pérdida de las riquezas culturales griegas de una
Constantinopla caída en manos de los turcos y la postura del hijo
desaparecido, víctima inocente, se parece a la de Cristo, se entiende hasta
qué punto es débil la explicación externa de un cuadro en términos
«simbólicos», apelando el arte a la religión en provecho del interés
político o social —pero siendo utilizados esos órdenes cada uno de modo
global, completamente constituidos—, respecto a la potencia devastadora
de la explicación del cuadro en términos estratégicos, que lo convierte en
un instrumento activo (pero un instrumento entre otros) de la
imposición compartida de un sentido a una situación.
226 Como la reanudación del debate entre M. Tanner y E. Battisti sobre el apretón de manos
de dos ángeles del Bautismo [págs, 23-32] o el debate sobre los andamios de los frescos de Arezzo
[págs. 44-45], decisivo para su datación.
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 185
227 Alergia compartida por P. Dagen, en su reseña de la traducción del libro [Le Monde,
19/9/1991], lamentando tener que enfrentarse con «una suma de casos particulares de
los que, absolutamente fiel a su programa, rechaza deducir la más mínima regla». Sólo salva el libro
porque a veces «el autor cede de nuevo al deseo de elevarse por encima del catálogo de nombres
propios» y entonces «el análisis, por fin, prevalece sobre la descripción y la reflexión estética se
libera del desorden de los hechos insignificantes»,
186 LA PASIÓN MUSICAL
fortuito. Nada obliga, sin embargo, a bascular así del reconocimiento de causas
regulares, externas y estables, al abandono de toda causa. Es posible, una vez
realizado el duelo de las explicaciones finales, comprender cómo un mundo se
mantiene y produce cosas y hombres de desigual valor: causas contradictorias,
heterogéneas, incesantemente compuestas y rein- terpretadas, pueden no
obstante producir algo estable, a condición de estar también unidas a las cosas.
Hacia esta construcción cruzada de los humanos por las cosas y las cosas por los
humanos tienden los trabajos de Alpers o de Baxandall en historia del arte,
preocupados por restablecer caso por caso no sólo la infinita complejidad y
unicidad final de cada hecho, sino también la manera en la que algunos poco a
poco se destacan, se estabilizan, se generalizan, aunque haya que recurrir para
ello a la vez a voluntades construidas y circunstancias aleatorias, a proyectos
explícitos y efectos perversos, a propiedades buscadas y caracteres
sobrevenidos.
Es preciso observar que, según las construcciones disciplinarias, las palabras
recubren sentidos diferentes. El relativismo con el que coquetean los sociólogos
no es el mismo que se da entre los historiadores del arte.228 El primero se refiere
al valor; el segundo, a la causa. Espontáneamente (es decir, siguiendo la
inclinación de su disciplina), el sociólogo es relativista porque impugna el
carácter absoluto de los juicios estéticos, pero no lo es apenas cuando los
atribuye a causas sociales. El historiador del arte, en cambio, deja abierta la
cuestión del valor,229 repartido entre la comprobación histórica de sus
variaciones constantes y el sentimiento de que un análisis incapaz de
reconocerlo carece de interés, pero es intransigente en la negativa a reconocer
el carácter absoluto de toda explicación causal, de donde resulta un diálogo de
sordos en torno a esta cuestión. En efecto, partiendo de esas dos posiciones
invertidas, la introducción de los mediadores se percibe de manera opuesta
desde ambas disciplinas. Vista desde la sociología, representa el riesgo mayor,
que puede hacer abandonar el proyecto científico y, según la expresión
228 «Es arriesgado afrontar el relativismo en materia de valor artístico y sostener que incluso
en el dominio huidizo del juicio estético existen afirmaciones que son ciertas y otras que son falsas»
[Gombrich, 1983, pág. 406], Francastel formulaba la misma idea a propósito de los marcos de
recepción: «El espacio será siempre, al mismo tiempo, mito y geometría, forma y contenido, y
todavía habrá en las sociedades humanas muchos mitos y muchas geometrías diferentes de las que
nosotros hemos elaborado» [1951, pág. 300],
229 El relativismo «sociológico» es, en el historiador, una paradoja, utilizado para desafiar a su
propia disciplina, o reconocido cuando no comparte un gusto, tal como Gom- brich al hablar, en
«The Vogue of Abstract Art», de los fashionable don’ts del aficionado al arte, forzado por esnobismo
a rechazar lo que le gusta [1963, pág. 146].
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 187
En el plano teórico, Haskell no dice otra cosa. Si se encuentra menos seguro que
Gombrich de que el esfuerzo por librarse del relativismo será pronto coronado
por el éxito, no pone de ninguna manera en duda la necesidad de tal esfuerzo:
«[Es] posible evitar las arenas movedizas del relativismo estético total
postulando que una ampliación de horizontes y conocimientos más profundos
lo conseguirán» [1986, pág. 214].231 El, que, sin embargo, persigue con fruición
las mutaciones del gusto en función de los factores más diversos y parece ser,
por lo tanto, dos veces relativista, contra la transformación del arte en valor
indiscutible por la estética y contra su reducción por una causa dominante, no
se ve de ninguna manera como un paladín del relativismo: se niega así a
230 De la sola visión de «relaciones interpersonales», como dice Bourdieu a propòsito del
interaccionismo simbòlico [1980, pág. 98, n. 9].
231 Lo que se rechaza es siempre un relativismo absoluto [«total» aquí, «radical» en Gom-
brich], mientras que un relativismo relativo que permita desprenderse de los valores del mundo
observado es una metodología obligada. En su prefacio a Becker, Menger encuentra el mismo
compromiso frente a la sospecha de relativismo que pesa sobre la escuela interaccionista: «Lo
importante es que el descentramiento relativista sea controlado» [1988, pág. 15].
188 LA PASIÓN MUSICAL
«admitir que las variaciones del gusto en el dominio artístico [sean], a semejanza
de las divinidades paganas, tan absolutamente arbitrarias y caprichosas que sólo
se puedan observar y rendirles culto» [ibíd., pág. 15]. Es cierto que, en el libro
concreto en el que realiza esta bella proclama, La Norme et le capnce,2h ¡tiene
todo el aspecto de una denegación! Pero si aquí se deja arrastrar por la in-
clinación iconoclasta que dormita en todo historiador del arte, Haskell es, en
general, el ardiente defensor de la explicación específica, que pasa ne-
cesariamente por la red de causas parciales y heterogéneas propias de cada caso,
y activadas por actores identificables, lo que es muy diferente que el rechazo de
cualquier causa. El es uno de los que mejor explicitan esta teoría práctica de la
causalidad, que es, desde siempre, la que adopta con naturalidad la historia del
arte:
Además del ataque contra los partidarios de causas preestablecidas que conocen
mucho antes de examinarlas, en estas líneas hay que leer no
la reivindicación de la relatividad de todas las explicaciones (idea banal de la
infinita variedad de puntos de vista posibles sobre un objeto, que situa la
heterogeneidad de las causas del lado del observador), sino un alegato explícito
a favor de la pluralidad y la heterogeneidad de las causas del lado de la realidad
misma. Esto equivale a acordar de pleno derecho un poder explicativo
suficiente a una precariedad heteróclita y fastidiosa de factores. Añadir un
principio superior, más coherente, ya sea estético o social, no agrega nada; al
contrario, arrebata a la fuerza de las cosas el más poderoso de los cimientos: su
composición. Sería confundir el efecto con la causa. Si abundan en el autor
pasajes del mismo tono, un desarrollo explícito de esta teoría de la causalidad
compuesta se encuentra en Pour l’amour de 1’Antique [El gusto y el arte de la
Antigüedad]. El problema planteado por el conjunto de estatuas que presenta la
obra reside en el carácter relativo del gusto —no en sí, sino en absoluto—: en
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 189
los propios aficionados.232 Entre las estatuas antiguas, «un número relativamente
reducido alcanzó un rango particular que fue a menudo reconocido (y a veces
estimulado) por la manera en que fueron expuestas» [pág. 12]. Convertidas
durante cuatro siglos en el canon mismo de la belleza, fueron de nuevo
erosionadas por el trabajo de la evaluación para volverse lo que son hoy para
nosotros: «Copias romanas copiosamente restauradas a partir de originales
helenísticos» [pág. 11]. La pregunta es directamente la del objeto: ¿qué es lo que
hace que sea arte? Pero nos hallamos en las antípodas del universo filosófico de
un Danto, por ejemplo, véase más adelante la pág. 232. No se trata de una
pregunta metafísica planteada por el observador ante objetos que ha decidido
que eran «idénticos»: sólo la magia de la mirada que el sujeto deposita sobre
ellos los hace cambiar de estatuto. Se trata de un problema que depende del
análisis empírico y planteado en un caso ideal porque obliga a variar el juicio de
un extremo al otro, de la misma encarnación del absoluto al encanto caído en
desuso de antiguos ídolos desenmascarados: el Hércules Farnesio, para J.
Addison una de las «cuatro figuras más hermosas, sin duda, que actualmente se
conservan», se ha convertido para un historiador moderno en «un grueso saco
repulsivo de músculos hinchados» [pág. 11].
Al proponerse como objeto de investigación esas estatuas romanas
«universalmente reconocidas» y luego históricamente devaluadas, se com-
promete en efecto a utilizar de forma empírica los mismos términos en la
explicación, sin permitirse cambiar de registro según se considere o no que se
está en relación con obras de gran valor. Haskell muestra la variación de un
juicio absoluto: obliga en consecuencia al esteta, que explica el éxito por el
valor estético de las estatuas, a explicar su devaluación. Pero con anterioridad
ha mostrado la absolutización de un gusto circunstancial: obliga, pues,
igualmente al sociólogo, encantado de probar la relatividad del valor al vincular
la caída de las estatuas con los cambios del gusto, a explicar ¡ cómo han podido
desafiar en primer lugar durante tan largo tiempo las variaciones del gusto! La
estabilización en los objetos es tan difícil de explicar como la variación en las
categorías de su apreciación. Las grandes obras pueden descender del panteón:
la transcendencia de su belleza no es suficiente para protegerlas de la
232 Véase la recopilación de artículos traducidos bajo el título revelador De l'art et du goût,
jadis et naguère [Pasado y presente en el arte y en el gusto] [1989]. ¿Por qué hay obras que son
aduladas antes de ser totalmente despreciadas? ¿Por qué grandes pintores chocan regularmente con
la hostilidad de su público contemporáneo? Siempre plantea la cuestión del vaivén entre la
relatividad y la duración del gusto, pero sin resolverla por principio en favor del relativismo o el
absolutismo.
190 LA PASIÓN MUSICAL
búsqueda encarnizada de los objetos que son los signos del poder por poderosos
cuyo propio encarnizamiento para conseguirlos hace de ellos los signos del
poder: por supuesto, no eligen cualquiera. También resulta con frecuencia más
inesperada: así esa estatua «robada» en Ostia por un aficionado, Gavin Hamilton,
que no adquiere valor en Inglaterra porque no recibió el sello original romano
[pág. 84]; o ese rey de Nápoles demasiado aristocrático que, al sustraer sus
estatuas a la procesión degradante de los candidatos a la admiración, ¡les impide
en definitiva acceder al panteón! Haskell se niega asimismo a condenar el pi-
llaje, elemento esencial de la valorización (lo subraya amablemente en el
prefacio a la edición francesa...). Los autores insisten una y otra vez en la
multiplicidad y la diversidad de los garantes necesarios para ese juego: viajeros,
«intelectuales», artistas, estetas, grandes nombres de las artes y la literatura
(Diderot, Goethe), coleccionistas y aficionados precursores, o intermediarios
turbios pero eficaces y expertos, como Albani, y finalmente especialistas
arqueólogos, anticuarios e historiadores del arte, culminando con
Winckelmann.233
La fijeza del objeto, lejos de permitir la comprobación de las variaciones del
sujeto que lo contempla, es un resultado no buscado por anticipado del cambio
de marco de apreciación de las estatuas. Por contraste, aparecen los marcos de
apreciación antiguos, en todo punto contrarios al nuestro: continuidad entre el
escultor contemporáneo y el antiguo, primacía de la función estética «directa»
(agradar a la vista) sobre la indirecta (respetar el modelo antiguo), indiferencia
bastante grande hacia el propio objeto en favor de lo que puede generar; en
suma, funciona sobre la confusión entre el original y las copias, al percibir con
dificultad la distinción que acabará por desterrar a las estatuas romanas. Más
allá de las espirales de la constitución cruzada del gusto a través de las obras y
de las obras a través del gusto, ése es el argumento decisivo. La ampliación del
espectro de copias posibles (materia, talla, técnicas de reproducción, coste,
funciones posibles), incremento que está en la base de la importancia creciente
234 El título de una conferencia del autor, más fiel al original, Rembrandt's enterprise: the
itudio and tbe market [El taller de Rembrandt] [1985]; la traducción francesa, L’Alelier de
Rembrandt. La liberté, la peinture et l’argent [1991], reconcilia el libro con una historia del arte más
escandalosa, pero menos corrosiva.
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 193
235 «Aun así, nadie alegó que hubiera algo raro en esta forma de proceder.“GrünewaId” era la
categoría, y el cuadro debía ser condenado por no pertenecer a la categoría apropiada.» (N del t)
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 195
236 Para el cirujano también: Alpers muestra que, en la célebre lección de anatomía del doctor
Tulp, la mano izquierda del cirujano no se eleva con un movimiento de retórica clásica, sino que
imita el movimiento de la mano producido por los tendones que extrae con su pinza de la del
cadáver.
237 La recíproca es verdadera: el teatro «pinta» nuestros sentimientos: lo que Rembrandt
espera de sus modelos.
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 197
La historia y la historia social del arte han llevado a cabo su paso por la me-
diación: la causa no procede ya de la obra, a la que bastaría con erigir el más
hermoso marco posible, ni de la sociedad, origen de artefactos que sólo serían
sus famosos reflejos. Lo que se convierte en objeto de investigación y señala la
vía que hay que seguir para repoblar los otros universos en los que humanos y
cosas componen su representación cruzada, es el trabajo de los actores para
cuestionar sus relaciones en los objetos: restitución de las mediaciones que
vuelve obsoleta la oposición entre los signos y las cosas y muestra cómo, de
manera local, heterogénea y específica, un trabajo continuo de recomposición
proyecta la inestabilidad de nuestras relaciones en «las cosas que duran»
(Durkheim) al otorgar recíprocamente a nuestras relaciones una parte de su
resistencia. ¿Cómo hacemos el mundo que nos hace? El análisis de las
mediaciones desemboca en una teoría de la,acción-. El arte se convierte en un
ejemplo privilegiado si se trata de comprender cómo el hombre realiza las cosas.
El lenguaje había suministrado a las ciencias sociales —y a Durkheim— el
caso extremo, ideal, de un medio de comunicación inmaterial. En adelante
parece saludable retomar el problema de la representación social y de los
objetos por los cuales pasa, por una entrada diferente: cualquier otra, nos
gustaría decir, la materia y su trabajo por parte del hombre se verán en ella, de
manera forzosa, más indisociablemente ligados. La técnica, los medios de
comunicación, el arte, plantean la misma pregunta que el lenguaje: ¿cómo
poseen un sentido las cosas? Los medios de comunicación insisten en el polo del
sentido; la técnica, en el polo de las cosas. Por eso, los primeros son de buena
gana sociologistas, mientras que la segunda se debate con la interpretación
naturalista. El arte se encuentra entre ambos. Del mismo modo que los medios
de comunicación y los productos del lenguaje, y a diferencia de los objetos
técnicos, el arte está muy próximo a una interpretación social: ni la visión
estética más transcendental ni la más naturalizante pueden hacer olvidar que ha
200 LA PASIÓN MUSICAL
sido producido por humanos para humanos. Pero a diferencia del signo, no
acepta, sin embargo, que la lectura lingüística anule su material: su opacidad
rehúsa a ello.238 El arte toma a la contra tanto su interpretación emblemática
como su interpretación natural: no es una cosa en sí mismo, ni está ahí para otra
cosa. Es mediador y sigue siéndolo.239
La respuesta estética consistía en liberar al arte de la mediación pro-
clamando su autonomía condicional: «No simple negligencia, [...] la ausencia de
mediación que, en la escritura de Adorno, se expresa a veces de manera brutal,
no es una causa formal, sino un prejuicio. No es un “atajo”, sino un esfuerzo
deliberado por pensar fuera de la mediación»,240 Persiguiendo «a two-
dimensional criticism in a one-dimensional society», Marcuse dice igualmente:
«I see the political potential of art in art itself [...]. Art is largely autonomous vis
á vis the given social relations. [It] both protest these relations, and transcends
them» [1979, pág. IX].* Autonomía ilusoria, su proclamación remite
rápidamente ya a un sujeto estético transcendental, ya a la naturalización de un
objeto artístico promovido como único dueño de su suerte. Lejos de superar la
oposición entre los modelos lineal y circular, la estética autonomista ofrece a
ambos, llave en mano, un conjunto homogéneo de objetos bien ordenados, que
sólo hay que procurar que se mueva en el interior de un espacio social
predefinido que actúa sobre él y padece su acción, o que descifrar leyendo en él
las significaciones sociales que lo convierten en un marcador de nuestro
espacio. Englobante o englobado, efecto o causa, el arte ofrece tanto más
fácilmente una justificación a la explicación sociológica cuanto mejor hayan
logrado los defensores de su autonomía convertirla en un dominio cerrado. Era
238 La estética no deja de apoyarse sobre ella para refutar el sociologismo. Así, a partir de una
posición kantiana, M. Bajtin aboga por una «concepción sistemática del dominio estético» contra la
historia del arte «antiestética» y su «afiliación a la lingüística» [1975, pág. 263.
239 Hauser, de vuelta, bajo efecto de las críticas, de la historia social a una interrogación
estética, es representativo de estas «contradicciones»; «The work of art not only means, but is
something and remains a sort of fetish» [1982, pág. 463]; apenas reconocido el objeto, ¡se esfuma!
Los problemas reprimidos acuden inmediatamente: el arte es «a sort of fetish which owes its
inexplicable effect to its peculiar existence, which is mixed up with its meaning but is independant
sometimes alienating, sometimes beguiling»; ¡oh, alegrías de la dialéctica!...
240 Makarius [1975, pág. 193]; el artículo [¡titulado «Adorno et le viol de la médiation»!] dirige
sus esfuerzos a racionalizar frases del tipo: «[Las disonancias de Schónberg] hablan [a los oyentes] de
su propia condición. Por eso les resultan insoportables» [Adorno 1962, pág. 19].
* «Puedo ver el potencial político del arte en el arte [...]. El arte es bastante autónomo con
respecto a las relaciones sociales de un momento determinado. [El arte] se queja de estas relaciones
y las trasciende.» (N. del t)
I.A NUEVA HISTORIA DEL ARTE: LO SOCIAL EN LA OBRA 201
241 Marin las despliega a su antojo, interesándose por el material y los soportes, las paredes, la
disposición de los cuadros, el lugar concedido al espectador, etc. Tras recordar «las dos
dimensiones, transitiva y reflexiva, del signo-representación», justifica su «insistencia en la
exploración de forma privilegiada de las modas y las modalidades, los medios y los procedimientos
de la presentación de la representación [...], la atención dirigida hacia los dispositivos de la
presentación, condiciones de posibilidad y efectividad de la representación pictórica, como el
marco, el decorado, el plano de representación, etc.» [1989, pág. 10]. Formula así el programa de la
historia del arte como restitución de los mediadores de la representación.
242 Como reconocerá también Danto, en el calor del combate, a pesar de su tesis, véase más
adelante la pág, 232.
202 LA PASIÓN MUSICAL
243 «Toda representación se presenta representando algo» [Marin, 1989, pág. 55],
244 G. Steiner [1990] defiende las Réelles présences [Presencias reales] del arte de lo lindo;
lástima que regrese demasiado a menudo, sencillamente, a la defensa de los tiempos antiguos, en los
que se creía todavía.,.
TERCERA PARTE
TRANSICIÓN
La mediación, o cómo librarse de ella..
245 Desembocando, al nivel de las disciplinas que las estudian, en «la alternativa entre el
desenmascaramiento y la naturalización» evocada como introducción [Boltanski y Thé- venot, 1987,
pág. 290].
I.A MEDIACIÓN, O CÓMO LIBRARSE DE ELLA... 221
246 Ese es el lugar que M. de Certeau y L. Giard [1983] conceden, sin dejar de insistir en su
importancia, a los mediadores culturales que han estudiado. Es cierto que antes, en Arts defaire [1980],
De Certeau había revalorizado magníficamente la táctica, como arte de los dominados.
222 LA PASIÓN MUSICAL
247 Es necesario «tomar como objeto esta misma oposición, estudiar el trabajo de establecimiento de la
frontera entre lo externo y lo interno», dice 1\ Héran [1986, pág. 329],
4, Para el desarrollo de esta pista, muy alejada de la nuestra, véase Gagnepain [1982].
224 LA PASIÓN MUSICAL
5. [1990, pág, 12.] Diferente de la de Becker, su posición no consiste tanto en volver obsoleto el
debate externo/interno cuanto en insistir sobre la complementariedad de los enfoques: «[The] two
camps have more in common than many let on. Taken together, if properly used, their approaches are
capable of complementarity» [ibíd ].
6. Ibíd., cap. 4. Esta oscilación en forma de quiasmo es permanente, por ejemplo, en la literatura
generalista. Así Duvignaud: «Le théâtre dans la société, la société dans le théâtre» [1973, cap, 1]; o
Hauser [1982], §§ 5, «Art as a Product of Society», y 6, «Society as a Product of Art», de la parte II, J.
Blacking hace un uso frecuente de estas formulas de inversion: yuxtapone así los «humanos
fónicamente organizados» y el «sonido humanamente organizado» [1980, pág. 111], y titula dos
capítulos sucesivos: «La musique dans la société et la culture» y «La culture et la société dans la
musique»; siguiendo un recorrido característico de la etnología, ha evolucionado del modelo lineal al
modelo circular, del estudio de las influencias sociales sobre la música a la idea de que lo social es la
música, y a la inversa. En un reader de sociología crítica de la música [White (comp.), 1987, pág. 259],
resume explícitamente su tesis con esta «inversión»: «My approach can be caricatured by inverting
some of the phrases in this volume»; remite a expresiones automáticas, demasiado unilateralmente
sociologistas para su gusto, como «social character of music», «social nature of symphonie life»,
«sociology of musical structure», que reemplaza por «the musical character of society», «the symphonie
nature of social life», «a musicology of social structure».
7. Las expresiones son idénticas en Duvignaud y Bourdieu para designar esta postura sociológica,
de la que se desmarcan ambos, por razones opuestas: el primero en nombre de la capacidad creadora
del arte, el segundo precisamente porque, al dejar sin analizar el campo de la producción, deja intacta
también esa «creencia» en el artista como «creador increado» [1984a, pág. 207], objetividad de
relaciones locales, de una en una, entre realidades a priori iguales e
independientes, y sólo la medida empírica permite proponer a título hipotético
relaciones de causa a efecto parciales, lineales y recíprocas; la explicación parte de
un factor para explicar otro, ambos extraídos de realidades positivas y aceptadas
(el arte, la sociedad):
Variable causal Variable explicada
posible: (entre otras):
determinado factor determinada propiedad
social del arte
226 LA PASIÓN MUSICAL
249 «Demasiado sensible y demasiado advertido para dejarse embaucar por las rejillas
deterministas, Gombrich aclara, no reduce», previene la contraportada de L’Ecologie des images [1983].
250 Véase «Historiens et sociologues aujourd’hui», Société française de Sociologie [1986],
I,A MEDIACIÓN, O CÓMO LIBRARSE DE ELLA 227
o si se precisan nombres:
causalidad circular causalidad lineal
251 A.-C. Taylor plantea claramente los términos de la oposición en «Les modèles d’in-
telligibilité de l’histoire» [en Descola y otros, 1988, pág. 156]; Taylor vuelve oportunamente [pág.
189, n. 1] a la disputa sobre las palabras (los anglosajones, Popper en particular, llaman hísloricism
al historisme francés, y cuando, por ejemplo, Gombrich habla de él, la traducción francesa [1983,
págs. 382 y sigs] dice por supuesto historicisme), y sobre todo a los antecedentes del problema en
historia y filosofía.
228 LA PASIÓN MUSICAL
252 «Hoy se verifican acuerdos de principio que entrojan los métodos y adquisiciones de la
investigación que han soportado la meteorología de la moda; y, aún más asombroso, una bastante alegre
convivencia entre posiciones antagonistas o instrumentos conceptuales originariamente incompatibles,
que ha vuelto posible la remisión a una información más amplia de las elecciones teóricas que antes se
amontonaba todavía como altaneras condiciones previas al derecho de indagar», dice J.-C. Passeron con
humor, no sin una pizca de nostalgia, en la conclusión que extrae del coloquio de Marsella sobre la
Soaologie de l’art [Moulin (dir.), 1986a, pág. 455].
I.A MEDIACIÓN, O CÓMO LIBRARSE DE ELLA... 231
El regreso de la mediación
Para concluir este recorrido por las interpretaciones sociales del arte, antes de ir a
buscar en Durkheim un planteamiento más firme del problema (que nos alejará
provisionalmente del dominio del arte), vamos a tomar dos ejemplos simétricos de
este retorno de la mediación como lo reprimido de las teorías del arte.
En primer lugar, «el pobre Hauser» (como dice Bourdieu),253 que sitúa a los
«Mediators, Art criticism, Institutions of mediation, Trade...» en su lugar en la
cadena de fabricación, en diez páginas de una obra que contiene seiscientas [1982,
«En route from author to public», una parte IV que anuncia claramente la
linealidad del razonamiento]: la palabra «mediación» resuena en él y la repite con
una insistencia un tanto extraña, incluso si la limita a la necesidad que tiene el
artista de ser comprendido (adopta entonces automáticamente el ejemplo de la
música):
No matter how spontaneously [...] the artist may unbosom himself, he needs interpreters
and mediators in order to be properly understood and duly appreciated. He has need of a
whole series of mediators and instruments of mediation [pág. 462].*
El otro caso, más divertido, es el libro de A. Danto sobre La transfiguration du
banal [La transfiguración del lugar común] [1989]. El filósofo analítico y crítico de
arte no puede ser acusado, como los sociólogos o los historiadores sociales, de no
conocer el arte, o de rechazar reconocerlo, o de rechazar reconocerlo porque no lo
conocen...: domina tan bien la pluma como los arcanos del arte contemporáneo. La
tesis que desarrolla jugando con los pastiches, el Don Quijote «de» Borges, las
«jugadas» de Marcel Duchamp o de John Cage y los «actos gratuitos» de artistas
contemporáneos que bautizan como arte a los objetos más banales, es una in-
versión filosófica que aspira a arrebatar al objeto artístico su carácter estético. Pero
253 A medias por ser una de las «cabezas de turco designadas por los defensores de la estética pura», a medias
por haber tenido lo que se merecía..., véase Bourdieu [1984a, pág. 210].
* «No importa con cuánta espontaneidad [...] se desahogue el artista, necesita intérpretes y
mediadores para que lo entiendan de forma apropiada y para recibir el debido reconocimiento. Ha
necesitado toda una serie de mediadores e instrumentos de mediación.» (N del t )
232 LA PASIÓN MUSICAL
254 Becker [1988], por ejemplo, realzando la idea de la «inversión» (es la mirada artística la que
hace el arte), cita a Danto [1964, pág. 580] a propósito del concepto de artworld (el título del artículo
de este último).
I,A MEDIACIÓN, O CÓMO LIBRARSE DE ELLA 233
Me refiero a las cualidades que distinguen las líneas trazadas con puntas diferentes: la
cualidad dentada del lápiz que entra en contacto con el papel, el carácter granuloso del lápiz
litogràfico sobre la piedra, la línea incrustada que se destaca cuando la punta del buril traza su
estela de rebabas metálicas [...]. Parece que el instrumento de representación no se limita a
representar lo que representa, sino que, a través del acto representacional, transmite e
imprime el sello de su propio carácter a la representación [pág. 306].255 #
255 El texto recuerda al soberbio capítulo de Focillon, «Eloge de la main» [«Elogios de la mano»]
[1943, págs. 101-128], órgano cuya mediación carnal y mecánica le inspiraba una definición estricta de
la «técnica» artística.
CAPÍTULO 1
Cosas que se conservan..
Los problemas con los que se encuentran las ciencias sociales ante el arte, y más
generalmente ante los objetos, tienen un antecedente fundacional: el modelo
establecido por Durkheim para dar cuenta de la creencia de los indígenas en sus
tótems y de la fuerza real que ejercen sobre ellos.256 Tras haber perseguido el
triángulo de oro sociedad-objeto-mediador en la literatura que se confronta con los
objetos artísticos, regresaremos a esta fuente a causa de su claridad. Ayuda a
comprender lo que está en juego en el debate, antes de que sus desarrollos lo hayan
complicado aún más: ¿la fuerza procede de los objetos (causalidad lineal) o del
grupo que los elige (causalidad circular)? El modelo circular permite a Durkheim
descalificar el modelo lineal de los indígenas, sin dejar de respetar la importancia
que posee para ellos. Con este pasaje interpreta la religión primitiva [1912-1985,
págs. 322-323]:
256 Hennion [1990] da una primera formulación de este análisis de la mediación durkhei- miana.
257 E incluso: «[La imagen totémica] no tiene como finalidad representar un objeto determinado,
sino manifestar que un número determinado de individuos participan de una misma vida moral» [ibíd.,
pág. 333].
COSAS QUE SE CONSERVAN.,.. 235
El «delirio fundado»
La teoría de los emblemas expresa bien la idea: ciertos objetos, los culturales, no
extraen su fuerza de sí mismos, sino del colectivo que simbolizan. El indígena
siente una fuerza exterior que se ejerce sobre él, independiente de él, que tiene
efectos coercitivos, pero no está ligada a soportes precisos: es para él rigurosamente
abstracta. No sabe de dónde viene, busca su causa y a falta de hallarla le da un
nombre: «El objeto del símbolo no hace más que traducir esta exterioridad» [pág.
331]. De manera indisolublemente ligada, Durkheim introduce en el corazón del
modelo los problemas de la atribución de la causa y la representación:
No es, pues, un delirio propiamente dicho; pues las ideas que se objetivan así están
fundadas, no sin duda en la naturaleza de las cosas materiales en las que se injertan, sino
en la naturaleza de la sociedad [pág. 327, la cursiva es nuestra].
la interpretación hacia un modelo lingüístico. En lugar de que las cosas sean lo que
son, a las que los indígenas atribuyen el origen de su fuerza, los objetos culturales
(tótems, nombres, ritos, instituciones) son símbolos, mediadores de una fuerza
invisible y exterior al individuo, que tiene necesidad de representarse gracias a su
materialización en un emblema. Se trata de la teoría de la bandera, por la que
muere un soldado: ni trapo ridículo, ni objeto real del sacrificio, sino
materialización de una idea fuerte pero demasiado abstracta si careciera de esta
representación, la patria [véase la pág. 315]. Todas las variables de la mediación se
emplean en este triple juego: atribución de una causa de la fuerza por parte de los
indígenas a la «cosa misma», denuncia externa de semejante atribución como
creencia ajena por parte del racionalista («en realidad, no existe la fuerza») y
finalmente justificación del indígena por parte el etnólogo («existe efectivamente
una fuerza...») pero desplazamiento de la explicación («... pero ésta procede de otra
parte»).
operación: denunciar la creencia lineal de los sujetos en sus objetos, para remitirla
a la circularidad del grupo.
258 Bourdieu [1984a, pág. 221], la cursiva es nuestra. La imagen del círculo es constante en él tan
pronto como habla de delegación y representación (por humanos o en las cosas): «Puesto que el
representante existe, puesto que representa (acción simbólica), el grupo representado, simbolizado,
existe y hace recíprocamente existir a su representante como representante de un grupo. [...] Esta
especie de círculo original de la representación ha sido escamoteada» [1987, pág. 186].
259 Versión cientificista del trabajo de desenmascaramiento crítico, indisociable del nombre de
Bourdieu, que sale a la caza de una «contabilidad total (de los beneficios simbólicos)» [1980, pág. 204].
La autodefinición culta de la sociología como denuncia de la creencia de los actores es claramente
afirmada en una fórmula como ésta, a propósito de la tarea a la que debería, según Bourdieu, dedicarse
la historia social del arte: «[Se trata...] de describir las condiciones económicas y sociales de la
constitución de un campo artístico capaz de fundar la creencia en los poderes casi divinos que se
reconocen al artista moderno» [1984a, pág. 220].
260Versión posmoderna, igualmente crítica: «El consumo es un espejo en el que la sociedad goza
superlativamente de sí misma» [Baudrillard, 1970, pág. 312] o «Estamos atrapados en la trampa del
Objeto. [...] Ahora bien, sabemos que el Objeto no es nada» [pág, 316]. La gran separación de
Baudrillard [1972] entre marxismo materialista y posmodernismo semiótica lo suspende entre una
teoría de la materia y una teoría de los signos: no ha abandonado en absoluto una representación no
mediada de las dos «naturalezas» de las que habla Durkheim, la de las cosas y la de la sociedad, pero
vuelca una sobre la otra mientras que Durkheim intentaba volver su frontera impermeable.
261 «Las civilizaciones primitivas constituyen, pues, casos privilegiados porque son casos simples.
[.,.] Su propia tosquedad las vuelve instructivas» [Durkheim, 1912-1985, págs. 8 y 11],
238 LA PASIÓN MUSICAL
pertinencia, que puede y debe ser estudiado aparte, pero al lado de las
realidades físicas, biológicas o psicológicas; lo social es una causa que se
mide por sus efectos, a condición de aislar correctamente su dominio de
aplicación, cosa que hacían muy bien los primitivos al utilizar con
precaución lo sagrado. Sobre este punto, Durkheim encuentra un eco en
los análisis de B. Malinowski [1922]: los trobriandeses saben demasiado
bien cuál es la diferencia entre un intercambio económico, utilitario —un
vaivén lineal, natural— y un intercambio cultural, dramatizado, colectivo
y circular, que depende de la Kula. También para ellos o bien uno se
encuentra en la naturaleza o bien en la cultura, es decir, en la
representación mediatizada de lo social por los objetos materiales.
Mediación, pues, pero mediación restringida (no se refiere más que a algunos
objetos, sagrados), instrumental (se sostiene en el carácter invisible de la fuerza del
colectivo), convencional (el contenido propio de los símbolos es arbitrario y sólo
tiene como función el ser soporte de la significación) y pasiva (lo social es la causa
real; el símbolo, un sustituto visual). Pero a veces Durkheim deja, tras la ortodoxia
del argumento principal, que asome la punta de la nariz de las ambigüedades que
recubre la teoría del emblema. La mayoría de las veces es coherente, especialmente
en lo que respecta a los principales rasgos de su concepción, profundamente
solidarios de su definición constante de lo social como realidad objetiva y
determinante, al mismo tiempo diferente del resto de las realidades y regida como
ellas por leyes que la ciencia puede y debe expresar. Pero cuando se trata del ca-
rácter neutro o pasivo de la mediación, abre la puerta a una teoría diferente al
insistir repetidas veces en su carácter activo. Ciertamente, no es del tipo que
entona el himno a la belleza del arte primitivo, que se deja extraviar por la
opacidad de las prácticas y los símbolos, el confuso ardor de los espectadores del
rito, la sombría pesadez de las acusaciones, en suma, que concede a la actividad
ritual un espesor que llama la atención de los antropólogos menos obsesionados
por el rigor reductor de la tarea científica. En su acepción más débil, ese carácter
activo se limita al reconocimiento de una eficacia propia de la representación, que
permite al grupo «actualizar» su realidad, «reactivar» la conciencia en cada uno de
sus miembros —concepción más activa—•, pero siempre instrumental: la
mediación «vuelve activo» algo que, por tanto, le preexiste. La belleza de las
representaciones puede incluso integrarse en ella como valor añadido a su eficacia
y tributo pagado por el grupo virtual al grupo constituido: un símbolo funciona
mejor cuanto más adornado y rico sea, es decir, más cargado por el reconocimiento
del grupo y capaz de provocarlo. Pero en este punto el desliz no se encuentra lejos:
COSAS QUE SE CONSERVAN.,.. 243
La eficacia simbólica
262 Se vuelven a encontrar los mismos términos que utilizaba para hablar del arte A. Danto,
confrontado con la «acción» de los instrumentos de la representación sobre la propia representación;
véase anteriormente la pág. 232.
244 LA PASIÓN MUSICAL
cosa? ¿Cuáles son los tipos de relaciones posibles entre una sociedad y sus
representaciones: recíprocas o unívocas, abstraídas por el observador o practicadas
por los indígenas? La polémica científica traslada la teoría de la mediación de la
realidad de los actores al mundo de las ciencias sociales. En el tránsito, nobleza
obliga, el temor a la fuerza de los tótems se ha convertido en discusión sobre la
«eficacia simbólica».263
En Durkheim, el debate sobre el carácter performativo de las representaciones
está menos resuelto que anulado: un reparto de papeles entre los actores y el
sociólogo zanja por turno, sin ambigüedad, pero en sentido inverso, la relación
objeto/sociedad, en beneficio de unos o del otro. Sobre el terreno, los indígenas
ven intervenir objetos, mientras que la sociedad actúa tras ellos; el sociólogo
socializa ante todo los objetos («objetos = sociedad»), Pero a continuación, en el
nivel de la interpretación, objetiva al contrario la sociedad: los indígenas sienten
efectos cuando se reúnen y practican ritos, pasando por una multitud de
mediadores; no perciben la causa invisible que actúa sobre ellos, que los tótems
«sólo» representan. El científico, por su parte, sabe aislarla y tratarla como un
objeto («sociedad = objeto»), Al tener la causa verdadera, ya no tiene necesidad de
mediadores: son los residuos vaciados por su explicación, forma un tanto
terminante de volver a cerrar el círculo, mediante la serie característica de los
«no... más que»:264 los objetos aparentes de los indígenas no son «más que»
mediadores, que tampoco son «más que» los amuletos de un verdadero objeto
científico, la sociedad. El pequeño juego del desplazamiento de las causas al cual
abre el debate sobre la eficacia simbólica dibuja en efecto un bonito cuadrado
[véase esquema], cuyo cuarto lado permanece abierto: Durkheim no lo traza, ya
que tiene su causa, la sociedad, que «superpone» (es la palabra que emplea)
simplemente su fuerza mecánica pero invisible a las fuerzas naturales que pesan
sobre los individuos. Al vaciar el mundo de sus objetos para llenarlo de forma
mutuamente exclusiva ya con signos (culturales), ya con cosas (naturales), elabora
la teoría menos mediadora posible de la mediación: pone dos veces en escena, en
sentidos inversos, una partición exclusiva entre el modelo lineal y el modelo
263 Boltanski [1990, cap. 3.3, págs. 213 y sigs.] lleva a cabo un historial de este debate lleno de
suspense, del «Ensayo sobre el don» de Mauss y su crítica por Lévi-Strauss en su Introduction a la
reedición de 1950 al Bourdieu de Le Sens pratique [El sentido práctico] [1980] y su propia problemática:
debate fundador de las ciencias sociales, puesto que, partiendo de los objetos y la representación,
plantea el problema de la creencia y el valor, desemboca en el de la critica y conduce finalmente, para
Boltanski, a la necesidad teórica de definir la competencia concedida a los actores por el sociólogo.
264 El giro es característico de las fórmulas de denuncia, que reemplazan una realidad aparente
por su verdadera naturaleza, véase anteriormente la pág. 82, n. 5.
COSAS QUE SE CONSERVAN.,.. 245
circular. En primer lugar, en la realidad social que quiere explicar, para referir la
fuerza de los tótems a la fuerza del colectivo (modelo lineal -» modelo circular); a
continuación, en el modelo explicativo que adopta, para hacer de esta fuerza del
colectivo una causa positiva tan palpable como si fuera material, tratarla, lo dice él
mismo, «como una cosa» (modelo circular -* modelo lineal).
7^---- — Objetos
Objetos
II
Mediadores
Objetos
265 Mauss [1950, reedición de 1985, pág. 102]: sorprendente posición, puesto que, al respetar antes
de que sea formulada una exigencia muy moderna para con el vocabulario de los actores mismos, en
oposición total con el medio positivista que lo rodeaba, se sitúa en el punto de unión entre ese
vocabulario (el mana) y su interpretación exterior izada, unión impensable para un partidario de la
explicación generalizadora, como Lévi-Strauss, quien, en su célebre introducción, acusa al fundador de
la antropología francesa de haberse dejado burlar, a propósito del hau, noción que equivale, para el don,
a la de mana para la magia: «¿No nos encontramos ante uno de esos casos (que no son tan raros) en los
que el etnólogo se deja engañar por el indígena?» [pág. 38].
248 LA PASIÓN MUSICAL
Tras esta primera desviación con respecto a los objetos culturales restrictivos
de Durkheim, se abren dos pistas divergentes. Si no se admite ya la existencia de
dos mundos estancos y superpuestos, uno natural y el otro cultural, sin aceptar sin
embargo objetos compuestos, lo que debe entonces separarse según una partición
binaria son las explicaciones y optar por un «todo es cultura» o un «todo es
naturaleza», oposición que los «-ismos» tienen por función militarizar (es decir,
acusar, como se dice justamente, al nivel de la demarcación de campos y embrollar
al nivel de lo que está en juego en el combate): idealismo/materialismo,
relativismo/determinismo... Sobre estas cuestiones que les obligan a hacer
malabarismos con objetos, sociedades, culturas y tipos de causalidad que cabe
repartir entre ellos, los antropólogos rechazan las posiciones que los sociólogos
pueden reconocer fácilmente. Deformando en todos los sentidos el cuadrado de la
representación, hacen variar tanto la elección de la causa establecida como el esta-
blecimiento de causas, que confiere a la mediación un carácter ya activo, productor
e interno, ya pasivo, instrumental y externo.
Así se desembocará en la oposición entre el materialismo de los fun-
cionalistas («La cultura es un instrumento destinado a la satisfacción de las
necesidades elementales del organismo»)266 y el idealismo asignado a Lévi- Strauss,
que convierte la operación de mediación, al contrario, en la matriz vacía que
completa todas las realidades observadas, ya sean «naturales» (clasificaciones),
sociales (sistemas de parentesco) o culturales (mitos). En el primer caso, la
linealización, máxima, hace desaparecer la posibilidad misma de una mediación.
Para Lévi-Strauss, a la inversa, el «todo es cultura» convertido en el «todo es
mediación» anula el problema de la relación entre sociedad, naturaleza y cultura
en provecho de un término genérico que gobierna a los tres —el propio espíritu—
dispuesto a funcionar en todo lo que se presenta: «[Sociedad y cultura] ¿no serían
acaso también sino [...] dos modalidades paralelas de una actividad más
fundamental: el espíritu humano?» [1958, pág. 81].
La lista de los principios utilizados para explicar lo social se revela mucho más
abierta que esta sociedad-cosa que respondía para Durkheim a la evidencia
metodológica: de la naturaleza a los «actores mismos» del constructivismo, se
dirige bien hacia una naturalización todavía más extremada, bien hacia otros
266 Malinowski [1937, pág. 136]; Lévi-Strauss señalará de buena gana la ingenuidad de esta
posición, que confunde lo general y lo banal: «¿Por qué desplazarse entonces a tribus lejanas?» [1958,
pág, 19], La cultural ecology lleva esta tendencia al extremo, intentando deducir de las condiciones
geográficas el conjunto de las condiciones de existencia, las formas de organización y las
representaciones (véanse Ross [1976] y Hames y Vickers [1983]; Descola [1989] presenta y critica su
modelo).
COSAS QUE SE CONSERVAN.,.. 249
manera más o menos generosa según las corrientes, es posible también que
se restituya a los objetos y mediaciones una resistencia, una especificidad o
una opacidad propias.
Durkheim nos deja con una mediación no mediada entre las manos. Los problemas
que la claridad de su expresión deja sin tratar dibujan punto por punto el contorno
de los conflictos teóricos que se han producido a continuación: papel de los
mediadores, signos pasivos o productores per- formativos; definición de lo social,
subconjunto de una realidad más amplia o principio de investimiento de la
totalidad del mundo natural por la representación social; lugar otorgado al
observador. Lejos de disolverse, la ambigüedad ha dado lugar a desviaciones
insuperables, tanto menos fáciles de colmar cuanto que mezclan presupuestos
generales sobre la naturaleza de la explicación científica y tradiciones de métodos
sobre el terreno: es decir, todo aquello que es menos discutido. A riesgo de resultar
caricaturescos, pero para ser lo más explícitos posible, nos proponemos trazar un
círculo con las posiciones que hemos presentado, divididas entre causalidades y
causas variadas, para mostrar el lugar que en él se reserva a los objetos de su
interpretación social.
causalidad lineal
Menos mecánico que la oposición binaria entre los modelos circular y lineal, el
círculo permite visualizar las oposiciones encajadas, cada una un poco desplazada
respecto a las demás (causalidad circular/lineal, causas naturales/sociales, o
globales/locales), y explica proximidades inesperadas. El estructuralismo de Lévi-
Strauss y el sociologismo de Durkheim se ponen así de acuerdo sobre la
exterioridad y la globalidad máximas de la explicación científica, y de acuerdo
252 LA PASIÓN MUSICAL
interés tiene describir la evolución particular de las singularidades que se analizan, ya que esta
trayectoria local no nos ense’ ñará nada acerca de la historia en general, ni sobre la singularidad, al
ser ésta un dato primero.
¿De dónde procede la fuerza de las cosas? ¿De las cosas mismas o del grupo social
que las atraviesa? La oposición adquiere una espléndida claridad. La sociología la
oscurecerá con mil negros argumentos, pero nunca, como la etnología, al regresar
en la práctica a una división mantenida teóricamente (o dejada en la sombra), sino
volviendo, al contrario, cada vez más complejo el mecanismo teórico que remite
los objetos a lo social. ¿A qué, a quién y cómo atribuir esta causa que anima a los
objetos por detrás?
Durkheim seguía siendo racionalista: al pasar del modelo natural de los indígenas
al modelo cultural que descifra en él el científico, conservaba la idea de un error
de los indígenas sobre la causa de la fuerza, error que bastaba con rectificar. El
error no era, pues, explicado. El modelo circular volvía a ser lineal pero en la
teoría, al haber ocupado una nueva causa, la sociedad, el lugar de otra.
La sociología crítica convierte, al contrario, este error en el centro de la teoría,
lo que es preciso explicar: ciertamente lo social mismo, ya no causa positiva de
nuestras representaciones, sino denegación de la atribución de causas a través de
la cual naturalizamos el mundo al suministrar sus propiedades a nuestros objetos y
254 LA PASIÓN MUSICAL
Una teoría de la mediación debe rechazar este deslizamiento, que nos sumerge
en los abismos de lo arbitrario, y disfrutar las turbias satisfacciones de la denuncia
de la vacuidad de los asuntos humanos. Para volver a ganar el derecho a demorarse
en los objetos, no hay que rechazar con indignación la radicalidad de Bourdieu
(indignación cuyo mecanismo dene- gador ha anticipado), sino mostrar su timidez,
porque en este jueguecito de la denuncia siempre hay más crítica que posición
propia. R. Girard [1961, 1972, 1978] ha desarrollado, por ejemplo, una teoría
completa de lo arbitrario, que remite todos nuestros objetos a la ilusión de una
diferenciación denegada, pero no se ha apoyado en la contraobjetividad de las re-
glas del juego social. Ha mantenido hasta sus consecuencias extremas la teoría de
lo arbitrario constitucional de deseos tanto más afirmados cuanto más servilmente
son imitados. A radical, radical y medio: los sociólogos, al interrumpir su crítica de
la objetividad a las puertas de las ciencias sociales, hacen un Girard timorato. El
extremismo de éste tiene el mérito de mostrar la debilidad de semejante juego con
relación al objeto, alternativamente denunciado como creencia ilusoria o
reivindicado como criterio de cientificidad según sea presentado por los sujetos
observados o por el sociólogo. No hay ninguna razón para detenerse así a medio
camino, si no es el corporativismo profesional: la hipótesis de lo arbitrario desplaza
a lo social, tanto como a todo lo demás, del lado de los pretextos objetivos que los
sujetos se asignan. Girard muestra ab absurdo que si se rechaza el profetismo
apocalíptico de esta desaparición general de los objetos en la espiral mimética del
deseo —rechazo que creemos legítimo—, también hay que renunciar a las ventajas
de la teoría de lo arbitrario y las denuncias que autoriza, de ambiguos encantos.
Sólo queda una solución: tomarse en serio el problema de la mediación, que no es
ni la mecánica vacía del deseo ni el Caballo de Troya del sociologisrno, sino la
operación que llena el mundo de mixtos resistentes.
Girard es uno de los antecedentes de la regresión al infinito virtual- rnente
contenida en toda teoría de lo arbitrario. La regresión ha sido proseguida más allá
de Bourdieu, en la misma orientación crítica, por las teorías posrnodernas.
Baudrillard ha «radicalizado» la misma operación de
pintura a partir de Duchamp ha suministrado innumerables ejemplos de actos mágicos que, como los
del modista, deben con tanta evidencia su valor al valor social de quien los produce que uno se ve
obligado a preguntarse no qué es lo que hace al artista, sino qué hace el artista, es decir, el poder de
transmutación que ejerce el artista» [1984a, pág. 220], reducción etnológica a propósito de los
medios de comunicación, la moda [1968] y el consumo [1970, 1972]: obsesionados
por vuestra línea, el sexo, la forma, por vuestro Ego consumans atrapado en la
«liturgia del cuerpo- objeto»,15 creéis que las cosas son lo que son, pero no son más
que signos. Con respecto al positivismo de Durkheim o al sociologismo de
256 LA PASIÓN MUSICAL
Bourdieu, añade (¿retira?) que sólo son significantes sin significado, signos que
pro- liferan perdiendo sus referentes, simulacros: ya no hay causa, y vosotros no os
dais cuenta..., movimiento de regresión, que toma siempre la causa precedente
para volverla a convertir en un señuelo, en nombre de una causalidad todavía más
negativa que ella. Tanto si a fin de cuentas (fin siempre provisional), tras los
signos, existe lo social o no hay nada, el movimiento teórico es el mismo y nos
aleja cada vez más de una rivalidad en la atribución de las causas (los actores
tienen la suya, el sociólogo la denuncia y la reemplaza por la propia) para tomar
como objeto la atribución misma de causa y hacer de ella el motor de la mecánica
social. Esta, cada vez menos asimilable a una realidad física, se convierte en un
principio de autodisi- mulación, sin objetos propios pero que se oculta detrás de
todos los objetos. Lo social ya no es una materialidad oculta que el sociólogo
positivista debe descubrir, sino el movimiento tautológico de los actores que
disimulan lo social tras la materialidad de los objetos. Lo social carece de mate-
rialidad: ésta es, al contrario, la ilusión constante que los actores presentan y el
sociólogo entrega a la arbitrariedad de lo social. De Girard a Baudrillard o
Bourdieu, la imagen del espejo nunca se encuentra lejos y, con mayor o menor
rapidez según los autores, la salida fatal de la crítica es siempre el formalismo
estéril de la autorreflexividad.16 De buena gana mostraríamos la recíproca: que,
detrás de la autorreflexividad, existe siempre el recurso a un mecanismo universal,
que sirve de punto de apoyo al autor para no ver en los actores más que
producciones en espejo:17
1 5 Véase «Le Pop: un art de la consommation?» [Baudrillard, 1970, parte III (Mass media, sexc et
loisirs), págs 174-185]; la «nostalgia crítica» del autor le hace ver en la sonrisa del pop art la de la
colusión de los consumidores con sus objetos.
16. Bourdieu, alérgico al ejercicio, ha aguardado hasta el Homo acadcmicus [1984b] para
desembocar en la autoflageladón del intelectual; «la distancia insuperable, indeleble [entre las] dos
relaciones con el mundo, teórica y práctica» [1980, pág, 30] y la posibilidad de una «contabilidad
general de los beneficios simbólicos» [ibíd., pág. 204] lo habían puesto hasta entonces a resguardo de
esta regresión, al precio de una «sociología de los determinantes sociales de la práctica sociológica»
[1987, pág, 111].
17, En una obra enteramente escrita bajo el signo de los juegos formales de la auto-
Prohibido generalizar: el constructivismo culpable de
negación de competencia
I ¿Qué sucede con el tratamiento social de los objetos cuando nos volvemos hacia
el otro término de la alternativa sociológica: no ya a la evasión infinita de la
crítica, que siempre quita más a sus actores, sino al optimismo democrático que
intenta devolverles toda su competencia?]Por querer atenerse a la base, perseguir
el disfraz generalizador en provecho de la restitución etnográfica de las
representaciones de los actores, la sociología norteamericana permanece en un
sentido más fiel al racionalismo durk- heimiano, en la medida en que vacía como
COSAS QUE SE CONSERVAN.,.. 257
267 Ya no tenemos que obedecer a «una obligación crucial: volver nuestro comportamiento
comprensible y pertinente teniendo en cuenta los acontecimientos tal como el otro va con seguridad a
percibirlos» [Goffman, 1987, pág. 271], Opuestos en otras cuestiones, el interaccionísmo y la
etnometodología comparten esta negación de la competencia de los actores para generalizar, que viene
de más lejos y se sitúa, por ejemplo, en línea directa con las posiciones de H. Mead o, aquí, de H.
Blumer: «La significación de los objetos para alguien se desprende fundamentalmente de la manera en
que son definidos por aquellos con quienes interactúa» [1969, págs. 10-11],
258 LA PASIÓN MUSICAL
hubiera sido marcada por la fortuna que le ha infundido Durkheim, que afecta de
prohibición su relación con el objeto. Hemos podido medir, analizando las
posiciones sociológicas adoptadas en torno al objeto artístico —o contra él—,
hasta qué punto, más allá de su oposición, se_ubicaban dócilmente sobre el eje
definido por la teoría de la creencia. Pensamos, como B. Latour [1990] o L.
Boltanski [1990], que sólo una conversión, con los duelos que supone, devolverá a
la sociología su capacidad para ver, por un lado, los objetos (es la pista abierta por
la sociología de las técnicas del primero) o para reconocer, por otro, el saber de los
actores (comenzando por la facultad crítica, y ésa es la pista abierta por la
sociología de la justificación del segundo).;
¿Cómo dar cuenta de los objetos sin ser demasiado permisivo (sin aceptarlos todos,
sino como representantes de una cultura) ni demasiado exclusivo (sin reducirlos
tampoco al objetivo colectivo que funda lo social)? La antropología consigue, por
un lado, esbozar cuadros ricos e incompatibles de sociedades diversas
(culturalismo) o suministrar, por otro, modelos generales que reivindican su
indiferencia ante los contenidos (estructuralismo), pero permanece de ese modo
dividida entre la proliferación de objetos-mediadores y la anulación de objetos-
ilusiones, incapaz de calibrar la desigual resistencia de los objetos a su
transformación social o cultural —quizá porque es demasiado libre frente a
objetos lejanos que a sus ojos carecen de todo valor—. La sociología, al precio de
una transformación crítica o constructivista, traslada a nuestras sociedades la
misma indiferencia educada hacia los objetos. La cuestión es despejada con
idéntica facilidad por la sociología (mediante la crítica, que descalifica los objetos
como artefactos de los mecanismos sociales, o el constructivismo, que hace de
ellos lo que hacen los actores) como polla antropología (mediante el
distanciamiento que le facilita su relación lejana con las culturas observadas,
aceptadas a granel con todos sus objetos). Tomadas de manera desenvuelta en su
conjunto, fracasan al querer dar cuenta de la resistencia diferenciada de los
objetos, al abandonar la dualidad durk- heimiana que hace de ellos una
alternativa, pero exclusivamente cosas inertes, independientes de los hombres, o
signos sociales, carentes de materia.
Salir de este dilema, apoyándose sobre el análisis diferenciado de objetos cuyo
valor es apreciado, es el desafío que pedíamos que contestaran por nosotros las
disciplinas artísticas: el arte plantea los mismos problemas, pero impone, al
contrario, trabajar bajo la máxima exigencia de los objetos. Diferencia radical:
COSAS QUE SE CONSERVAN.,.. 259
¿Pintura-objeto, música-sociedad?
268 El modelo se encuentra en san Agustín, con el De Música, y sobre todo con el primer
tratado, De pulcbro et apto, que contrapone lo inmediatamente bello de las artes visuales a la
belleza de las artes del gesto, conveniente, «adaptada», respuesta milagrosa de estructura a
estructura [véase H. Davenson, 1942]. Damos las gracias a J. Y. Hameline por su luminosa
presentación oral de estos soberbios textos.
269 Hemos visto la misma tesis convertida en alegato crítico en favor de las virtudes de la
música frente a la burocracia y el control de los escribas por Attali [1977, véase anteriormente la
pág. 104], o Shepherd y otros [1977], según quien el carácter «pregnante, inmediato, enérgico,
fluido e inasible» de lo sonoro concuerda con el universo no dominado de las sociedades orales,
mientras que lo visual, con su fijeza estática, sus puntos de vista y sus distancias, concuerda con la
planificación objetiva del mundo realizada por Occidente.
Música
268 LA PASIÓN MUSICAL
Pintura ----------------
Objeto
Sociedad
^ Intermediarios
La piedra y el viento
Nos topamos aquí con la oposición radical que se da entre la «cosa» del músico
y la del pintor. La creación, en las artes plásticas, produce como residuo un
objeto de piedra o de tela. Y todo el repertorio del mundo así organizado se ve
modificado. La estatua determina la necesidad de los mediadores en tanto que
piedra, si no como realidad: es conocida ya la cohorte de eruditos y mecenas, de
esnobs y prescriptores del gusto, de coleccionistas y marchantes, de
conservadores, administradores y profesores, sin contar pedestales, cimacios y
barnices, que hay que poner en juego para llegar a ver una obra. Pero ante la
piedra se realiza formalmente la confrontación con una verdadera cosa, un
bloque inmóvil que resiste al tiempo. Se puede recordar, si uno se obstina en
hacer de sociólogo, la larga cadena de mediadores necesarios para la
contemplación, pero afortunadamente ya no están ahí, y nada prueba que sean
consustanciales a la belleza de la obra, que sean los valedores de lo que les
rebasa absolutamente. ¿Qué les debe mi estatua, una vez abonados los
emolumentos debidos a esos buenos servidores?
La música no fija su objeto en piedra o sobre tela. La pesadez marmórea del
arte plástico vuelve indisociables, indecidibles, los tres momentos de la
contemplación: lo que depende de nuestra mirada, lo que depende del trabajo
de exhibición de los intermediarios y lo que pertenece a la cosa grabada, a ese
cuerpo inerte, ahí colocado, por el contrario absolutamente indiferente a mi
mirada sobre él. Pero en música el peso de la cosa deja su sitio a la fluidez del
tiempo. Su médium, el sonido, dinámico, sólo existe si se emite. El objeto de la
música no tiene materia propia y, por lo demás, ella padece sus consecuencias:
no existe mercado de la obra musical, no se guarda en un cofre, no se expone
en salas de venta, no atraviesa el Atlántico para aumentar su cotización.
Leonardo da Vinci decía que «la desventurada música» se dirigía a un sentido
inferior, con respecto a la pintura, que «no perece tan pronto como es
creada».270
El combate de la música por captar su propia materia ha necesitado de un
esfuerzo permanente. Las artes plásticas no tienen que teorizar para recibir su
materia a manos llenas, sólo tienen que agacharse para arrancarla a la tierra.
Durante la Ilustración (palabra evidentemente visual), la música se esfuerza en
imitar la trayectoria de las artes plásticas, que parten del barro para crear una
imagen humana: ¡cómo construir un pedestal para un arte que no produce
270 En el Paragone ou parallèle des arts, recogido en la edición de Chastel del Traile
[Tratado] [1987, pág. 96].
270 LA PASIÓN MUSICAL
objetos! El trabajo llevado a cabo por los teóricos de la música desde el siglo xvi
se encuentra en el corazón del establecimiento de la música como un arte
autónomo: ¿cómo se pasa de una definición de la música convencional, social,
ritual o religiosa, inextricablemente mezclada con intereses humanos y
materias sonoras, a una clara división entre el dominio de la subjetividad del
hombre, erigido en creador, sede del gusto, y el dominio de las leyes físicas
sobre las que se asienta la objetividad del lenguaje musical? Rameau busca y
encuentra ese fundamento en la naturaleza, como es debido en el siglo xvm,
proponiendo sobreentender, en sentido riguroso del término, es decir, oír por
debajo de la música real el bajo «fundamental» que la Naturaleza nos entrega.271
Hace esfuerzos para atribuir las propiedades musicales al objeto, separarlas de
las obras y los estilos que sólo son sus huellas y elevarse a un principio
generador que, finalmente, no dependa del músico, trabajo que consiste en
producir el objeto musical para liberarlo de las exigencias de un inanalizable
arte de hacer. Es lo que repite Rameau, que no para hasta lograr demostrar que
todo su arte escapa a las aproximaciones de los pequeños maestros y las inco-
herencias de las reglas prácticas acumuladas en los métodos, y se apoya en las
leyes de la Naturaleza. Operación exitosa: tras Rameau, el largo combate de los
teóricos de la música pondrá, en efecto, por un lado, a un aficionado
desbordante de sentimientos, dispuesto a seguir las huellas de Rousseau para
volverse romántico, y, por el otro, un objeto musical cuya parte técnica habrá
sido aislada, fijada y trasmitida por una enseñanza escrita, hasta tal punto que la
«teoría» de la música que aprendían los fran- cesitos en 1950 se asemejaba como
dos gotas de agua al estado de la cuestión vigente dos siglos atrás.
Pero ¿por qué la música, que siempre se ha desquiciado con los escritos
teóricos, ha debido tomarse tanto trabajo para producir sobre el papel un sonido
que no se oye y que se vuelve más real que las notas realmente tocadas?272
Esfuerzo patético, que la abandona ante una materia todavía
273 El «Bajo fundamental» es una bonita jugada maestra teórica, que remite todas las ar-
monías a la sucesión consonante de acordes consonantes devueltos a su estado fundamental (tipo
do-mi-sol), sucesión reconstruida por el añadido mental del bajo «real» de los acordes, que contiene
la serie de los armónicos (y que evidentemente no tiene ninguna necesidad de ser tocada en
realidad), convirtiendo todas las disonancias en derivaciones del encadenamiento dominante-
tónica [Hennion, 1987],
274 Lévi-Strauss lo ha entendido en sentido inverso, pues no deja de invocar a la música
como posible metalenguaje de su antropología. De manera más arriesgada, en la célebre
«Introducción» de las Mythologtques [Mitológicas] [1964], ha condenado la música contemporánea
precisamente por su abandono de la diferencia entre el sonido bruto y el lenguaje que lo articula. El
texto se hizo célebre entre los músicos, incapaces de oponerle más que el sentimiento profundo de
un abuso de competencias...
272 LA PASIÓN MUSICAL
275 Su riqueza es tal que han podido secuestrar la palabra arte únicamente para las artes
plásticas, sin ni siquiera percatarse de la usurpación cometida.
276 Por el escrito, por la grabación: por «the technologizing of Music», diría Ong [1982].
277 «Como último recurso, la inteligencia, cansada de analizar lo inanalizable, bautiza
con el nombre de No-sé-qué ese residuo inasible y decepcionante que es como el perfume
del espíritu que rodea la existencia» [Jankélévitch, 1974, pág. 346], a propósito del carmen, del
encanto. Véase también el epígrafe de Lévi-Strauss, de la pág. 11. Bourdieu ha retomado esta idea
de que la música es «el arte “puro” por excelencia», en la modalidad ambigua que utiliza con
frecuencia de un estilo indirecto implícito, que restituye la visión de los actores dejando en
suspenso, como si fuera evidente, la crítica a la que él los somete: «La música es, si se puede decir
« M Ú S I C A D E S D I C H A D A , Q U E M U E R E A L S E R C R E A D A . . . » 273
ella, un amor callado por la música, causa primera y meta última de la actividad
de los músicos. Me gusta Bach. El resto es literatura.278 Corazón oculto de un
mundo hermético, en el que cohabitan los músicos y en el que los demás, los
«aficionados», nunca penetran verdaderamente,279 este reconocimiento común
apenas es investigado, ni desde dentro ni desde fuera. El reparto impuesto por la
tiranía del objeto se vuelve a encontrar, todavía de un modo más tajante, en
música: no hay peor tirano que el tirano ausente. Al contrario de las artes
visuales, la música no tiene nada a mano que ofrecer a los dientes de la crítica.
No es una cosa que esté ahí, plantada. Pero tiene tantas mediaciones como se
desee: incluso es tediosa, pues no tiene otra cosa que presentar, instrumentos,
partituras, sonidos y lenguajes, intérpretes, salas de concierto, discos... De ahí la
paradoja, que señalábamos en la introducción, para la sociología crítica,
constituida enteramente a partir de las artes plásticas sobre la suspensión
retórica inversa: revelar valerosamente, tras la engañosa evidencia del objeto, la
realidad de las relaciones invisibles o activamente encubiertas que lo producen,
al precio de exponerse a los anatemas de los aficionados. No es extraño que la
música defienda lo contrario que el discurso sociológico: entrega de golpe lo
que debería permanecer disimulado, mientras que oculta la evidencia inicial
contra la que debería apoyarse.
La música, en desventaja, exige dos veces más trabajo que la pintura:
primero imitarla, para presentar un objeto tan consistente como ella; a
continuación, ¡recuperar el retraso en la crítica del objeto que acaba de costar
tanto trabajo construir! Los discursos sobre la música, comparados con los de la
historia del arte, adquieren un aspecto esquizofrénico. El trabajo tiende en dos
direcciones opuestas. Unos se encarnizan en hacer aparecer el objeto de la
música; otros lo someten de oficio a la anulación crítica que seguramente
merecería, igual que las otras artes, si estuviera tan sólidamente establecido...
De ahí el tono general adoptado y aplicado: tomado en préstamo del modelo
imperialista de las artes visuales, y trasladado a contrapelo a un objeto musical,
[?], la más espiritualista de las artes espirituales. [...Ella] concuerda con el alma [...]. Al situarse más
allá de las palabras, no tiene nada que decir» [1984a, págs. 155-156].
278 Esto vale también para el jazz: «Question: What is jazz? ”. Answer: “If you have to ask you
11 never know”». Quien informa de esta legendary nondefinition of jazz es C. Grafía [1971, pág-
33, n.].
279 Entre los profesionales, el esquema adquiere la forma tribal de una verificación de
identidad ante cualquier tercero no identificado: «¿Es músico?». Véase el improperio lanzado por
un músico, uno verdadero, es decir, un instrumentista, al compositor (y sobre todo al
administrador) M. Decoust: «¡Tú no eres músico!», en «Le métier de musicien» [Gumplowicz y
otros (comps.), 1978, pág. 77].
274 LA PASIÓN MUSICAL
que se da por supuesto con cierta rapidez y se anula todavía con mayor
premura.
280 Las disciplinas «duras», como la acústica [véase Leipp, 1971, 1977], la psicología cognitiva
[Sloboda, 1988] o la organología histórica, tienen un acceso más fácil al objeto de su saber, pero en la
exacta medida en que son (o no son sino) saberes sobre los objetos musicales.
« M Ú S I C A DESDICHADA, QUE MUERE Al, SER CREADA,,,» 275
do, a no reconocer como músicas sino aquellas que pueden escribirse. M. Biget,
preguntándose acerca de la evolución del gesto pianístico antes y después de
Liszt, considera evidente que lo primero que hay es la partitura, después el
«gesto segundo» del intérprete que «concreta el espacio sonoro que gobierna la
semiografía de la partitura» [1986, pág. 1]. Eso es admitir por anticipado lo que
habría que demostrar: que el escrito ha tomado el poder sobre la ejecución,
precisamente allí donde el nuevo virtuosismo de pianistas-estrellas que
levantan multitudes, como Chopin, Czerny, Thalberg o Liszt, muestra,
contrariamente a este movimiento y gracias al ascendente cobrado sobre el
público, la importancia perpetuada del concierto, momento de supremacía de
los intérpretes sobre los compositores.281 La escritura de la que se sirve la
musicología ha sido el instrumento privilegiado de la transformación moderna
de la música en objeto. Por eso ya no percibe esta transformación, ni en la
música ni en su propio trabajo. Como decía A. Schaeffner, quien, en lugar de
oponerlos, situaba el instrumento y la escritura en tanto que prolongación una
del otro como medios del alejamiento progresivo de la música con respecto al
cuerpo: «La música se ha separado quizá de este modo relativamente del cuerpo
gracias al instrumento, y después del instrumento (y la voz) gracias a la
escritura».13
Hacer visible el objeto musical no consiste en comentarlo, sino producirlo,
transformar la realización física colectiva en cosa fija. Ése es el objetivo preciso
del análisis que hay que llevar a cabo, no uno de los medios que tiene a su
disposición.
Una música bien anotada
Las obras se parecen tanto a la sociedad que las ejecuta como al escrito
que pretende conservarlas. [...] Quizá veríamos variar más la misma obra
de un intérprete a otro que un mismo canto primitivo de uno de sus
depositarios a otro [1980, págs. 37-39].
281 Por las mismas razones, es lamentable la sinonimia automática entre música y «literatura»
o «escritura» para designar las obras: así el subtítulo al Geste pwnistique [1986], «Essai sur l’écriture
du piano» [«Ensayo sobre la escritura del piano»], hay que decirlo, sería un excelente programa si se
hubiera tomado literalmente, Pero la palabra es neutra, designa la música escrita «para» el piano:
paradójica sinonimia para hablar precisamente del gesto, es decir, de lo que, a propósito del piano,
no se escribe.
276 LA PASIÓN MUSICAL
282 Así F, Escal, en el prefacio que ha escrito para la segunda edición de Daniélou [1967, pág.
3].
283 Cuenta exactamente la misma anécdota, como una aventura personal [1980, pág. 80].
284 De las condiciones materiales del rodaje a las cuestiones de la puesta en escena, la
presencia del cineasta, la súbita conciencia de sí mismo como actor provocada por la cámara en el
músico, el autor cita múltiples ejemplos divertidos, como los atributos «típicos» (y los desarrollos
musicales) de hecho presentes a causa del carácter excepcional que proporciona la película a la
ceremonia, ¡o la iluminación de los aparecidos, a los que se pide que se acerquen a los proyectores!
« M Ú S I C A D E S D I C H A D A , Q U E M U E R E A L S E R C R E A D A . . . » 277
«estos problemas no son atributo exclusivo del cine, [sino que] se plantean
asimismo en la grabación de discos» [ibid., pág. 217, n. 27], la encuesta muestra
claramente la conciencia cada vez más fuerte, entre los etnomusicólogos, del
hecho de que el exceso de visibilidad de una realidad que se ha vuelto in-
tocable, ofrecida como si fuera inmediata, provoca recíprocamente una especie
de ceguera teórica. Instrumentos, oscilogramas, grabaciones, películas, vídeo:
incluso si son colecciones preciosas, las músicas llamadas orales que el
etnomusicólogo proporciona nos dicen mucho más sobre la variedad moderna
de nuestras técnicas de transcripción que sobre el objeto misterioso de una
música que no se registra en un soporte visual.
Patosas, la musicología y la etnomusicología, preocupadas de que sus notas
no se esfumen, han olvidado que trabajan con corrientes de aire. Al intentar
fijar en el papel su inasequible objeto, se han vuelto insensibles a sus
metamorfosis, de las que son un agente decisivo. Al inmovilizar el arte del
movimiento, les cuesta trabajo imitar la agilidad intelectual de su colega la
historia del arte que, siguiendo el camino inverso, da vida al movimiento que el
artista ha detenido:285 esta última, tranquilizada por la fijeza de sus objetos, se
ha vuelto maestra en el arte de mostrar su secreta movilidad, extrayendo un
placer erudito tanto más vivo al revelarnos los múltiples avatares de una obra
en la medida en que ésta se presenta más resueltamente bajo un aspecto
petrificado ante nosotros, levantada sobre su pedestal o clavada en la pared para
toda la eternidad.
285 Esta sería la clave de los caminos inversos tomados por Orfeo y por Lot, si hacemos caso a
la cita de M. Serres [1987] colocada como epígrafe a este capítulo. El libro es una filosofía de la
escultura: cuerpos muertos, objetos con rasgos de sujetos, sujetos endurecidos como piedras. A
modo de conclusión, en un contrapunto de un hermoso rigor, ofrece a los músicos, en torno a esos
«espectros» que abandonan a su esposa a la muerte en dos movimientos cuya perfecta simetría
muestra el texto, una admirable filosofía de la música: «Mujer petrificada en el primer texto; en el
segundo relato, desvanecida. En un caso visible para siempre, permanente; para siempre perdida,
inencontrable, en el otro». Hermoso retrato de la música como figura dúplice de la escultura.
278 LA PASIÓN MUSICAL
286 La tesis es habitualmente defendida en un plano filosófico, por ejemplo por E. Emery
[1975], percibiendo la música como «Ser-en-el-mundo-con-otro» [pág. 657].
287 Al no tener «no literate meaning» [1942, pág. 232, edición de 1957], funciona como un
revelador, un «presentational, [...] unconsummated symbol» [pág. 240]; una «emotional catharsis»
[pág. 215] permite en ella la expresión de uno mismo, en oposición con el lenguaje natural que
permite la expresión del mundo. Langer está en el origen de toda una ramificación psicologizante de
la antropología musical, desde L. B. Meyer [1956] hasta D. Cooke [1959], A. P. Merriam [1964] o J.-
E. Marie [1976].
«MÚSICA DESDICHADA, QUI- MUERE AL SER CREADA » 279
288 Como la que hará que J. Goody [1979] se interese no por las eternas competencias del
hombre, sino por el desarrollo de listas, fórmulas y cuadros que han dirigido al espíritu racional.
289 Fue inaugurada por R, Francés [1958, 1979], seguido por P. Fraisse y E. Hiriart- boide
[1968], A. Zenatti [1975, 1981] o, interesándose por la reacción de los niños, por J.-P. Mialaret
[1970],
280 LA PASIÓN MUSICAL
290 Existen otras vías para la sociología de la música, como el estudio de los marca-
dores literarios, del «paratexto» que lo acompaña [F. Escal, 1990]. T. DeNora [1986, 1988, 1993]
propone una interpretación pragmática y constructivista de la significación musical.
« M Ú S I C A D E S D I C H A D A , Q U E M U E R E A L S E R C R E A D A - . . » 281
291 De ahí deriva, sin duda, la importancia que ha adquirido el estudio de la memoria en los
trabajos de psicología experimental de la música: los autores la consideran el operador-milagro que
rehace el objeto, a partir de una relación temporal de otro modo difícil de medir; véanse J. B.
Davies [1978], o J. A. Sloboda, que acomete una psicología cognitiva de la música [1988, págs. 239-
264].
292 Siempre este vínculo entre la Razón y la Ilustración. Ver es «entender».
282 LA PASIÓN MUSICAL
La letra o el espíritu
293 Para Donington [1949], la música es la vida, «pain and delight, as we can feel then through
music», a través de la tensión disonancia/consonancia [pág. 31]: este «link with inner experience»
[pág. 29] convierte a los músicos en visionarios, que viven una experiencia interior exacerbada.
« M Ú S I C A D E S D I C H A D A , Q U E M U E R E A L S E R C R E A D A . . . » 283
Todos los demás objetos presentes en la conciencia le hablan de otra cosa que de sí
misma: en el lenguaje del hombre, le describen el mundo, según las ideas que se hace de él.
Los objetos sonoros, las estructuras musicales, [...] ya no tienen la misión de informar: se
apartan del mundo descriptivo [...] para hablar mejor de él [..,] al ser entero, de él mismo, en
fin [1966, pág. 662],
Por parte de los filósofos y los escritores, desde Hegel, que encuentra en la
música un acceso al yo en lo que tiene de más íntimo, hasta Bergson, que
convierte la suspensión del mundo exterior en la fuerza esencial de la música
[1888-1969, pág. 11], las referencias son legión. Hugo decía (en William
Shakespeare [LII, § XIV]) que «lo que no se puede decir y no se puede callar, lo
expresa la música», y el Kreisler loco de E. T. A. Hoffmann que «el oído es una
visión del adentro...». Proust hace de ella el ascensor entre elevación y
profundidad, macrocosmos exterior y microcosmos interior. Menos exacta, esta
literatura es más verdadera que la musicología en tanto que no reprime la
singularidad (in)material de su objeto. Pero transforma este aliento en espíritu
y considera la invisibilidad del aire como una inmaterialidad real. El «no sé
qué» y lo indecible, lejos de no decir nada, expresan siempre la misma cosa: la
autoelección de los que lo reconocen. Eso equivale a renunciar un tanto
apresuradamente, a huir uno mismo ante el carácter evasivo del objeto musical,
para pretender acceder de golpe a la significación profunda de un lenguaje sin
materia.
Así, en un plano teórico, la zanja artificial de la que se quejaba Schaeffer
separa cada vez más el conocimiento puntual de cada objeto musical (los
instrumentos, los lenguajes, el sonido, los hechos y las fechas, las partituras),
por un lado, y, por el otro, una comprensión global de las prácticas musicales
que se ve rechazada por la fuerza de los objetos hacia un nivel de generalidad
cada vez más desprovisto de cualquier significación por poco discriminante que
sea: las disciplinas que se toman todavía el trabajo de intentar suministrar su
explicación teórica se ven obligadas a remontarse a lejanos antepasados
sagrados, a establecer una psicología global del tiempo o a adherirse a una
sociología global de la cultura. O, como último recurso, en el sentido causal del
término, a encomendarse a los misterios de la subjetividad y el genio creador,
es decir, a confesarse derrotados por su objeto.
Un análisis que se detiene en los medios,
los mixtos, los intermediarios...
No hay por qué oscilar de este modo entre un exceso de materia, cuando, bajo
284 LA PASIÓN MUSICAL
296 ¿Cómo se pasa de la in-dilerencia recíproca de los niños y los sonidos, en el jaleo de una
clase, al doble reconocimiento musical de los sonidos por el pequeño músico y de los músicos por
su competencia para entender los sonidos? Nosotros hemos realizado la etnografía y la historia del
solfeo. Ese chivo expiatorio de la música, blanco constante de todas las reformas, no se entiende si
esta posición de eterno acusado no se remite a su papel fundamental en la cíase, donde es, al
contrario, el procurador de la música. «¿Qué oyes?»: acusador acusado, reverso denigrado de la
belleza de los sonidos, el solfeo instaura sobre su propia expulsión el imperio de la música
[Hennion, 1988]
288 LA PASIÓN MUSICAL
297 Las palabras acabadas en «-ción» (o «-miento») son performativas en francés, producen por
sí mismas la transformación de la que hablan: al partir de la acción, designan pronto su resultado,
luego también el organismo que actúa; véase M. de Certeau a propósito de «producción»: «En éste
como en muchos otros casos (véase para “manifestación”, “aparición” e incluso para “acción”), una
presión del lenguaje corriente induce al sentido a volverse del acto hacia su resultado, del activo del
hacer al pasivo del ser visto» [1975, pág.
29, n. 3],
« M Ú S I C A D E S D I C H A D A , Q U E M U E R E A L S E R C R E A D A . . . » 289
CAPÍTULO 1
Elogio de los artificios de la música:
instrumento, partitura, disco
Si queremos sortear las «Escila y Caribdis» del estetismo (la música sin la
sociedad) y el sociologismo (la sociedad sin la música), nos vemos en la exi-
gencia de revisar una exclusión injustificada efectuada por la sociología.298 No
nos referimos tanto a la exclusión de las obras, que todo su dispositivo aspira
ciertamente a tomar de revés (tal exclusión, incluso discutible, es una pieza
maestra de su eficacia; habrá que volver sobre esto, pero quizá sea todavía
demasiado pronto para hacerlo). Pensamos en una supresión más discreta,
efectuada por el análisis social como de pasada, sobre la marcha, y cuyo
replanteamiento puede volver a abrir el acceso a la diversidad de los géneros: la
de los objetos técnicos, los soportes materiales, los instrumentos sobre los que se
apoya el arte para durar. Lejos de ser una negligencia insignificante, la
operación de confinamiento de los soportes en el rango de intermediarios
pasivos de una relación que los antecede repite el gesto básico de los músicos
para establecer la música entre nosotros: la sociología debe hacerse cargo de
ella, no rehacerla por su cuenta.
298 Este trabajo fue presentado en un coloquio de la AcArte en la Fundación Gulben- kian
[Hennion, 1993b],
formas de convertir la música en objeto y de producir frente a ella un oyente al
que, en cada ocasión, exige competencias diferentes. A partir de estos artificios
de la música —soportes, instrumentos, mediadores— vamos a proponer una
interpretación de los diversos géneros actuales. El desafío consiste en mostrar
que es más fácil comprender la música a través de sus dispositivos
intermediarios. Al pasar por ellos, al comprender la forma en la que se articulan
y oponen, al observar cómo la música y su público cambian en función de ellos,
disponernos de un medio empírico para superar la oposición
estetismo/sociologismo, al obligarla a descender de los grandes principios a las
operaciones ordinarias de los músicos y para superar también la oposición, que
la trasplanta a un nivel más fino en el interior de la sociología, entre el análisis
de los medios y la producción, o el análisis de los gustos y la diferenciación
social. Si, al contrario, se hace abstracción de estos modestos instrumentos, se
encuentra uno sin alforjas para este viaje: habrá, por un lado, contenidos
musicales; por el otro, un contexto social. Por un lado, la música, con estetas y
musicólogos para analizar con toda independencia sus escalas y su belleza; por
otro, el público, con sociólogos que muestren cómo les gusta a los burgueses
Karajan o Pollini, y a los obreros Johnny Hallyday o el rap, o que vuelvan a
hablar de las instituciones, las profesiones y los mercados que los conectan.
Aquí, lo que ha desaparecido es la música, ya no hay más que etiquetas:
fastidiosa sociología, rigurosamente indiferente a la música. Flaco consuelo, las
cosas no discurren mejor enfrente, en la vertiente estética o musicológica,
donde se piensa la música sin la sociedad: aislada de su público, sin
instrumentos, no tiene nada que decir, no le gustan las palabras, que dicen peor
lo que ella hace muy bien cuando se toca.
El hecho de prestar atención a los dispositivos concretos de la relación
musical (instrumentos, partituras, grabaciones, pero también los montajes
corno el escenario, el concierto o los medios de comunicación o incluso, antes
de eso que ya pertenece a un vocabulario moderno, técnica y comerciante,
ritos, ceremonias, oraciones, celebraciones religiosas, nacionales o políticas)
proporciona un método, pues los debates sobre la música, de los profesionales a
los aficionados, se formulan siempre bajo la forma canónica de una disputa
entre sus soportes rivales: se defiende a algunos, que se llaman verdaderos,
auténticos, naturales y vivos, y se ataca a otros, que
KI.OGIO DI: LOS ARTIFICIOS DI: LA MÚSICA: INSTRUMENTO, PARTITURA, DISCO 294
299 Siempre es chocante ver con cuánta facilidad son etnologizados los objetos de los otros.
300 No hay jerarquía en el combate entre los mediadores técnicos de la música. El disco no
está más «muerto», por ejemplo, que el escrito o el instrumento: el privilegio concedido al texto se
mete así en el mismo saco que el virtuosismo instrumental por las músicas elec- troacústicas que,
enriquecidas por la nueva escritura que les ofrece el magnetófono, se abren al sonido bruto y
pueden entonces denunciar los límites de la música clásica, tanto instrumental como escrita. Ni
instrumento, ni escrito: la música, por fin desembarazada de los intérpretes, ¡es la cinta
magnetofónica!
ELOGIO DE LOS ARTIFICIOS DE I,A MÚSICA: INSTRUMENTO, PARTITURA, DISCO 295
Lo mismo sucede con las músicas populares: más allá del debate sobre la
cultura popular,301 el sentido de esta categoría, militante, oposicional, pero por
ello mismo adepta y definida en negativo, por sustracción, ha sido
frecuentemente cuestionado: músicas populares, es decir, todas las demás.
Facilidad, si se refieren a sus medios: ¿es lícito, bajo pretexto de la fuerza
movilizadora de una palabra federativa como la de popular, que reivindican
conjuntamente, formar la coalición entre las músicas populares en el sentido
etnológico del término, por el que éstas seguirían siendo la expresión in-
mediata, colectiva, viviente de un grupo (y por tanto también en el sentido en
que no estarían separadas del resto de aspectos locales de la vida social:
religiosos, rituales, familiares, etc.), y las músicas populares en el sentido
exactamente opuesto de la supermediatización universal de algunos cantantes
singulares, vedettes, estrellas del rock, por tanto de una proliferación sin
precedentes de los medios de comunicación, que hacen que sus soportes cubran
el planeta, desmultiplicados hasta el infinito? El combate militante que la
palabra popular sugiere contra la exclusividad elitista de una forma de
institución, el escrito, ¿no encubre acaso la alianza contra natura (o contra
cultura) de una música étnica, que instituye el grupo junto con otros ritos
colectivos, y una música sobre-instituid, no por el escrito sino por toda la
potencia moderna de la industria, la técnica y el comercio?
301 La música no escapa a las cuestiones sobre la ambigüedad de la palabra popular que han
planteado sociólogos y etnólogos, por no hablar de historiadores como M. Agulhon, R. Mandrou, R.
Muchembled o C. Ginzburg, y que han determinado de manera diversa: véanse Poujol y Labourie
[1979], Bourdieu [1983], «Les Cultures populaires» [1983] o Grignon y Passeron [1989] y, por parte
de los etnólogos, Lenclud [1987], Nosotros hemos tratado de la ambigüedad inversa: el recurso y la
crítica simultáneas que hacen los sociólogos a lo popular en función de sus necesidades [Hennion,
1985],
296 LA PASIÓN MUSICAL
303 Para utilizar las «magnitudes» definidas por Boltanski y Thévenot [1987],
KI.OGIO DI: LOS ARTIFICIOS DI: LA MÚSICA: INSTRUMENTO, PARTITURA, DISCO 299
una mediación alienada, extraña al público» [Lange, 1986, pág. 96]) y la apología de músicas
populares exaltadas como representación de identidades dominadas: «Por la música, y en un estilo
que les es propio, los jóvenes hacen pasar sus valores, sus representaciones, sus esperanzas y sus
temores» [Lagrée, 1982, pág. 8]. Este gesto etnolo- gista que, armado con el lamoso «no más... que»,
vacía de música lo que llena de social es una constante de la literatura francesa: «La música no es ni
más ni menos [,..] que un signo entre otros que expresa cierta configuración cultural, por una parte,
al reforzar su cohesión por la otra» [ibíd , pág. 148].
I.A PASIÓN MUSICAI.
305 En Francia, P, Yonnet [1985] ha dado una expresión fuerte a este terna, ya formulado por
A, Willener, que hablaba de una cultura que se había vuelto «analógica, móvil, conmutable,
movilizadora» [Beaud y Willener, 1973, pág. 267], Es insistente en la literatura inglesa sobre el rock,
desde los primeros libros de S. Frith [1978,1981], de H. Stith Bennett [1980] o de I. Chambers, que
habla de las «immediate surface of everyday life» [1985, pág, 211] y ahora de una cultura de las
fronteras [1990], hasta las síntesis de P. Wicke [1990] yR. Middleton [1990].
KI.OGIO DI: LOS ARTIFICIOS DI: LA MÚSICA: INSTRUMENTO, PARTITURA, DISCO 303
306 Es la tesis de Yonnet [1985]; véase Chambers: «The sentiments invested in music, born of
realism produced in the materiality of a specific moment, practice and place, at best sit uneasily
with existing political scenarios, at worst, in open antagonism with them» [1985, pág. 205],
307 «Those who buy the records, dance to the rhythms and live to the beat» [Chambers, ibid.,
pág. xii],
308 Véase, en Mignon y Hennion [1991, págs. 247-262], el artículo de S. Frith sobre el paraíso
perdido pero tan rentable del rock: «Souvenirs, souvenirs...».
309 Este postulado democrático optimista, fecundo en algunos, conduce a otros a una simple
inversión de la crítica [Willis, 1972, Hebdige, 1979, Brake, 1980]. Hebdige, a propósito del reggae,
los mods y los punks, enmascara por ejemplo con un vocabulario estruc- tural-marxista la apología
más inmediata de músicas que no pueden ser entendidas más que desde el interior [«What does it
feel from “inside”?»], consideradas de oficio como otros tantos «challenges to symbolic order» [pág.
133], Entonces los autores se sienten molestos por la gran proximidad de estas músicas
«democráticas» a las majors del disco: «[La relación] transita necesariamente a través de un “campo
cultural” [grandes industrias del disco, sbotv-business, medios de comunicación] [...] que
desnaturalizan su sentido y obliteran su carga reivindicativa» [Lagrée, 1982, pág. 149], Los últimos
libros de Frith [1988, 1990; Frith y Goodwin, 1990] proporcionan una interpretación social
compleja del rock, que escapa a la pareja manipulación/expresión inmediata de la que Peterson y
Berger ya se burlaban con humor al decir que había que admitir de una vez por todas que entre el
público y las industrias culturales no existía ni el «get what they want», ni el «want what they get»
[1975, pág. 170], No pretendemos tratar aquí una literatura actualmente abundante y nos
permitimos remitir a Rock: de l’histoire au mythe [Mignon y Hennion, 1991], que contiene una
bibliografía temática comentada del dominio.
304 LA PASIÓN MUSICAL
310 [Berthier, 1975; Alibert, 1982]. A partir de la observación de los oyentes en la BPI, P.-Y.
Duchemin llega a la misma conclusión sobre la «coherencia del melómano» clásico [1983, pág. 134],
KI.OGIO DI: LOS ARTIFICIOS DI: LA MÚSICA: INSTRUMENTO, PARTITURA, DISCO 305
las variedades, esta visión idealiza una escena de referencia, que sirve de cara
para todas las monedas musicales en circulación, tanto para los conciertos
reales como para sus dobles en vinilo, alimentando la pasión del melómano... y
la industria que la satisface. Para el músico clásico, el primer soporte de la
música es, entonces, el concierto: el público frente al intérprete, como un
tribunal examinador, con treinta versiones competidoras en el oído, escuchadas
en disco o en concierto; y luego, entre el público y el intérprete, la partitura,
sagrada depositaría de la voluntad del compositor; e incluso, entre la partitura y
él, el instrumento, es decir, el sonido, las escalas, el conservatorio, los
concursos internacionales, el repertorio de obras efectistas, el mercado de las
estrellas,,. La otra representación de la música clásica la aísla, al contrario, de
una definición por el público y la acerca a la definición ideal de la música
contemporánea: entonces la escritura es el único medio fiable, y no el
concierto. El resto no es más que la realización imperfecta de las famosas
intenciones del compositor. Esta justificación prolonga el movimiento
continuo que ha separado cada vez más la música clásica de la definición a
partir del trance colectivo. La nueva confianza en lo escrito, que ha
caracterizado la concepción moderna de la interpretación, ha producido otra
relación con un arte que podía por fin cobrar su autonomía, separarse de los
tambores sagrados o el fervor colectivo. Pero la nota se ha convertido en el
problema del intérprete clásico, esa nota opaca que tiene ante la vista, esa
redonda que ha de sostener hasta el final, con el sonido más hermoso... En
cuanto al instrumento, ya no es el vector indispensable de la encar." / ñón
musical, sospechoso de ser el agente diabólico de la corrupción de la música
por los brujos del virtuosismo.
El concierto, en esta óptica, es una facilidad, una aproximación que se
sostiene más por el entusiasmo de la muchedumbre reunida que por la verdad
estética de la música «misma». La grabación, lejos del oprobio atribuido a la
imagen de la lata de conservas, se vuelve una sobre-escritura, el medio
perfectamente neutro, el medio del que dispone por fin la música para entregar
obras que, como los cuadros, sean independientes de sus mediadores ulteriores.
Es un nuevo cambio de estatuto de un soporte musical: ¿la grabación rubrica el
advenimiento de la era de la mercancía musical o libera por fin a la música de
la imperfección de sus intérpretes? Lo que Gould reformulaba, al apoyarse en
un nuevo medio, es, por consiguiente, un viejo combate, el que han llevado a
cabo y ganado los compositores, defensores de la pureza de la partitura, para
disciplinar a los intérpretes y dominar su virtuosismo provocativo. Couperin
decía: «Declaro, pues, que mis obras deben ser ejecutadas tal como yo las he
306 LA PASIÓN MUSICAL
anotado [...], literalmente [...], sin aumento ni disminución».311 Ravel dirá con
mayor crudeza: «Prefiero los directores de orquesta que ensayan a los que
tienen genio».312 Las cintas magnetofónicas de la música electroacústica, el
rechazo de Gould a tocar en concierto se reúnen aquí en una configuración al-
tamente naturalizada de la música, desembarazada de su cortejo de acom-
pañantes demasiado humanos.
311 «Prefacio» al Troisième livre de pièces pour le clavecin [París, edición del autor, 1722].
312 Cita célebre, referida por ejemplo en Leibowitz [1986, pág. 495].
313 Véase anteriormente la pág. 23, los pigmeos de Arom [1985] grabando en «re-re», con el
KI.OGIO DI: LOS ARTIFICIOS DI: LA MÚSICA: INSTRUMENTO, PARTITURA, DISCO 307
a la oposición entre las lógicas del arte por el arte y del arte para el
público con la fusión de los dos términos de la representación. Aquí ya
no hay, propiamente hablando, ni arte ni público. Hay un grupo, social,
racial, étnico, representado por su música, ni evaluación crítica, ni
automatización de un objeto estético que sirve a la vez de espejo y de
formador del gusto, sino identificación de un individuo con un grupo.
El reconocimiento no está mediatizado por el arte y el gusto, sino por el
signo y la pertenencia. En el modo de representación étnica desaparece
la tensión entre el objeto autónomo y lo social que lo carga de sentido.
En el modelo que hemos visto trasplantado un
tanto precipitadamente por los análisis sociológicos al conjunto del mundo
moderno, la música pierde su propia realidad para hacerse descifrable, sin más
explicaciones, como formación de la identidad social. Como resultado, esas
músicas, en la actualidad, están capturadas en una doble problemática de
desaparición: una amenaza que pesa sobre los grupos mismos (conservación de
las culturas regionales, los medios rurales, las tradiciones y, en Africa o América
Latina, supervivencia incluso de las tribus) y una amenaza que pesa sobre sus
formas de expresión, sometidas a la ruda presión de la aculturación, la
colonización, la inmersión en los medios de comunicación y los nuevos
instrumentos, y de la «museomorfosis» de las prácticas y los medios antiguos.
Ultimo ejemplo: el aficionado al jazz. ¿La música como práctica del cuerpo,
producción, o la música como objeto fijado, reproducción? Las músicas
populares modernas están atrapadas en semejante dilema. Este segundo
principio, que aspira a la autenticidad social y ya no musical de la
representación, comporta, en relación con los medios de comunicación
modernos, otro tipo de justificación, fundado en la presencia física de los
cuerpos, la continuidad entre la actuación humana y sus instrumentos. La
casco en las orejas. La película etnológica es otra buena ilustración de ello: entre los documentos de
investigación de los comienzos, como los de J. Rouch y G. Rouget, y la puesta en escena de las
películas recientes, es con seguridad en las últimas donde se ve por fin a la gente hacer juntos
música. Pero es precisamente porque la película ahí ya no resulta un soporte neutro, externo, sino,
al contrario, en adelante se utiliza como medio específico, con sus técnicas propias: hay un montaje,
planos cortados, movimientos de cámara... El cine acentúa aún más lo que hace el disco con la
música clásica: al principio sólo es una cámara inmóvil, que toma lo que hay delante de ella, luego
se vuelve una herramienta de escritura en segundo grado, un medio para escribir los ritmos o
incluso el único archivo que nos queda de prácticas que han muerto después. Pero más
profundamente, por la puesta en escena, el montaje, la dramatización y la presencia necesaria de
intermediarios locales, el cine transforma en espectáculo lo que muestra: fundamentalmente,
convierte a los practicantes de un rito en músicos.
308 LA PASIÓN MUSICAL
314 Por ejemplo, sobre C, Basic, Morgan [1986] o, sobre Ch. Parker, Giddins [1988], Reisner
[1989],
315 Véase M. Portal, que oscila entre el New Phonic Art y el Michel Portal Unit.
KI.OGIO DI: LOS ARTIFICIOS DI: LA MÚSICA: INSTRUMENTO, PARTITURA, DISCO 309
316 Hemos detallado esta oposición fundamental del medio entre melómanos e instru-
mentistas, en Hennion, Martinat y Vignolle [1983, págs. 181-182],
310 LA PASIÓN MUSICAL
317 Citemos a Poizat [1986] y también la ambivalente biografía de la Callas por R. La RocheUe
[1987], de la que hablaremos más adelante, pág. 330, n. 17.
318 G. Born [1988,1993] parte de una observación etnológica del IRCAM y de una re-
KI.OGIO DI: LOS ARTIFICIOS DI: LA MÚSICA: INSTRUMENTO, PARTITURA, DISCO 311
flexión sobre la música rock (ella fue bajista de un grupo) para plantear el problema de la ignorancia
recíproca y sistemática de las dos principales formas de la producción musical de nuestro tiempo.
CAPÍTULO 2
Programas: del escenario a los medios de
comunicación
Llego por la Porte de la Villette. Error: a causa de las obras había que entrar por la
Porte de Pantin. Siguiendo las avenidas y los vallados, subiendo y bajando los
por la exhibición un tanto obscena de los lugares, provocada por los focos.
Todo el movimiento rock, olas sucesivas ele redefinición, ensayos en todas las
direcciones para recrear el mundo, con cuero o no-violencia, con una ge-
neración y un modo de vida, con ídolos y humo, todo eso, y uno está ahí,
bostezando sentado, hojeando como en la Opera el hermoso programa en papel
brillante con fotos de los músicos y el relato idealizado de su carrera, mientras
en el bar te sirven pingüinos sudorosos, después de aplaudir entre las piezas...
Calma antes de la tempestad, engañosa neutralidad de un lerdo burgués. Uno ha
salido esta noche: ¿puede pasar cualquier cosa?
Cuando los Mediators tocan, justo lo suficientemente tarde como para que se
les espere, la multitud está contenta. A medida que va entrando en juego, yo me
retiro, siento cómo me retracto e instalo a pesar mío, entre ellos y yo, una
barrera de hastío. Los Mediators no son nada para mí, el rock se ha acabado
cuando yo lo abandono y, lejos de ayudarme a contemplar objetivamente los
mecanismos de lo espectacular, mi exterioridad me condena ante todo a no ver
ya nada, como los cultos etnólogos no habían visto nada de brujería en la selva
hasta que una J. Favret no se desplazó para participar desde dentro en los
peligrosos juegos de la acusación colectiva.
Mientras, vuelvo a pensar en la Opera. Hay muchos puntos comunes: un
lugar cerrado, al que la gente ha acudido de manera selectiva, por el coste de la
entrada, para escuchar lo que les gusta; el escenario, los aplausos, las luces. Y
sobre todo, este ángulo de visión que cambia la mirada: aun sabiendo que no
hace mucho sólo habría visto dioses sobre el escenario, esta noche no veo más
que títeres en la sala, que me repelen un poco porque se dejan captar. Pero ayer,
en la Ópera, también presentes los artificios del espectáculo, las complacencias
de la elección cruzada, los códigos y las arbitrariedades culturales en las que yo
reparo maquinalmente por un tic sociológico no han tenido ningún efecto
devastador sobre mi posición. ¿Qué decir del espectáculo como construcción
colectiva, si el sentido es enteramente dependiente del hecho de estar o no estar?
Saber si la multitud está hechizada puede, si es necesario, observarse desde fuera,
el propio público sabe darse cuenta de eso. Pero ¿lo que sucede en el escenario
no depende acaso del hecho de creer en ello o no?
Me veo conducido a la teoría de la creencia y al debate sociológico sobre los
fenómenos colectivos que observa. Descreído, no veo sino un dispositivo para
producir el espectáculo ajeno, sólo soy sensible a lo arbitrario, a la complicidad
primaria que liga entre sí a los creyentes porque quieren creer, y reparo en los
artificios, que me saltan a los ojos, de lo que naturalmente me parecía como una
escenificación de la ilusión. Mirada de etnólogo que ha estudiado su Durkheim,
por siempre incapaz de comprender una creencia porque la objetiva en una nada
que se debería comparar con algo
PROGRAMAS: 01:1. HS CL NA R ÍO A LO S MI - D IO S D K COMUNICACIÓN 317
multitud, se propulsa hacia las primeras filas, casi sobre el escenario, para
reemplazar a los actores del drama,321 cuando los demás, «saltarines de
pogo» o fans superexcitados, no se encargan de zarandearos hasta allí.
La idea de una violencia colectiva, a la vez repetida y denegada por el
espectáculo, acerca finalmente estas dos técnicas incluso en sus contrastes.
Paradoja de la ópera: un público, mundano, educado, del que se burlan los
demás por su esnobismo superficial, cumple con pasión profunda y silen-
ciosa un rito austero y cómplice (rito del goce contenido, diferido, listo
para explotar con violencia en la ovación a los cantantes), y este público,
tan implicado en «su» espectáculo,322 no entiende ya por sí mismo el
sentido de un texto neutralizado por su traducción operística, texto de
Electra que, sin embargo, no habla de otra cosa que de la sangre repetida
de la violencia colectiva. Representada y explicitada por el texto, es
amordazada en la sala. Por el contrario, ausente de los textos rockeros,
lejos de constituir el contenido literal del espectáculo,323 la violencia está
omnipresente en el concierto de rock, horizonte virtual de sus
movimientos colectivos. En su imitación, la multititud dirige una atención
extrema a sus propios desbordamientos, presentes y sobre todo posibles,
controlados si acuden provocadores demasiado ansiosos o interesados,
mitificados si pertenecen a la historia del rock.324 Unos, en la Opera, no
hablan sino de violencia sin entender que lo hacen, y sólo la viven a través
de la vejación interior que obligan a padecer a su cuerpo, ya que la sala no
permite que aparezca nada fuera de la alternancia entre un silencio
respetuoso y un entusiasmo a veces muy estruendoso, pero que sigue
estando muy codificado: «Bravooo...». Los otros, en el Zénith, no dicen
palabra de una violencia colectiva con la que no paran de flirtear a lo largo
del espectáculo, que dejan que los enganche, controlando minuciosamente
el timing y los excesos de esta posesión cuya aparición y dominio
constituyen el centro mismo de su concentración.
321 Los fans más arrebatados se suben a las planchas, movidos por esta fuerza colectiva. A la
inversa, los Who se arrojaban sobre la multitud, inaugurando la práctica del slamming, que habría de
ritualizarse.
322 Véase M. Poizat [1986].
323El «Street fighting man» de los Rolling Stones es una excepción a esta regla, que los punks o el
hard rock no han transgredido realmente, puesto que estas corrientes, contra la violencia real, han
escogido la violencia verbal de la palabrota y la blasfemia, los primeros, y la de los sonidos, los
segundos. Más equívocos, los skinheads han entrado en el juego de la violencia real —pero también
ellos, al trasladarla salvajemente a la escena política mediante la provocación nazistoide, han
preferido en definitiva colgar su violencia en un escenario diferente que el del rock.
324 Piénsese en la reputación ambigua de los servicios de orden acorazados en cuero de los
conciertos de rock, de los Hell’s Angels asesinos de Altamont Speedway a los gorilas de KCP.
PROGRAMAS: DEL ESCENARIO A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN 319
La escena primitiva
todos los medios disponibles, hablan los lenguajes conocidos, emplean las
técnicas, los oficios y habilidades de los músicos, los medios de comunicación,
los gustos prefabricados, despliegan la red comercial de las industrias. Luego,
hacen que todo gire en torno a la inmediatez de la escena, por un trabajo que
invierte la cronología, el orden de las causas, y atribuye como propio de los
términos de la relación los efectos de la relación: el artista y el público. Los
mediadores modernos que, uno tras otro, han permitido que resurgiera este
milagro fusional antiguo, volcados hacia ese momento original, se convierten en
sus modestos copistas, en el mismo gesto que hace del escenario la fuente de
todos sus sustitutos. Discos, teles, radios, carteles, todos se refieren a él como su
patrón oro. Origen de su valor, él los salva a todos, transformándolos en simples
intermediarios técnicos de una comunión que les es anterior e inconmensurable.
Las operaciones de producción desaparecen bajo lo que hacen aparecer enfrente,
la gracia del talento del artista y la soberanía imprevisible de los gustos del
público.
Hay que insistir en el carácter decisivo de este reverso de todas las monedas
que circulan en el rock y las variedades: un artista y un público frente a frente,
cualquiera que sea el estatuto que se le conceda, mito fundador o ilusión
buscada, mentira de una reconstrucción comercial por negociantes interesados o
intensidad única de un concierto live de intensidad única. Esta función de
significado último y matriz original de sus duplicaciones ulteriores convierte a la
escena en un lugar fundador, insustituible, del que no pueden prescindir las
variedades ni el rock. Puesto que las músicas populares rechazan adjudicar esta
función a la música misma, a semejanza de las músicas clásicas, el escenario es el
único garante que pueden presentar frente a los deseos que suscitan, el único
punto de detención que pueden oponer a la regresión que solicitan y que
constituye su atractivo, regresión continua que se eleva de los objetos a la
relación que, tras ellos, los anima.
Variedades: hacer pasar «algo»
espera de él un público.
Trabajo de incorporación que convierte al artista en el representante de
los deseos del público. Pero la disyunción es fuerte, y los montajes
encargados de resolverla, a menudo demasiado frágiles. Entonces la
indiferencia que las pocas oportunidades de encontrar la gracia crea en los
profesionales impide que esa gracia se asiente. Incapaces de asegurar la
doble lectura de un talento y un público, las variedades basculan
brutalmente de este ideal inmediato, vivido bajo el régimen de la
evidencia, a un modelo industrial, que tiene necesidad de una multitud de
intermediarios opacos y eficaces: profesionales, músicos, un equipo de
promoción, medios de comunicación, clubs de fans, Tops 50, salas, platos
de televisión, vendedores, carteles, salas de baile... Las variedades intentan
recuperar la fuerza subjetiva del talento contra el embrollo burocrático del
medio; al renunciar, subrayan, al contrario, la dependencia vital del artista
de sus intermediarios.
oscuridad, vuelto hacia el objeto que ver, pero cada uno al mismo tiempo
idéntico a todos los demás y fortificado por su presencia invisible, garante de la
representación. El escenario realza y designa al artista: también sabe ocultarlo
tras su cortina, gracias a ella se hace esperar —antes ha habido que hacer cola
para entrar—. Desde los primeros tablados levantados por los saltimbanquis y
otros comediantes, el escenario recorta en el espacio de la calle, por tanto fuera
de él, un espacio cerrado, que obliga al curioso a abandonar la reserva del
transeúnte para ocupar el lugar que se le prepara. Al menos tanto como al artista,
el escenario designa su lugar al público, homogeneizado a la vez por la pe-
numbra, por la convergencia de las miradas hacia la luz, por la disposición de las
butacas: a cada cual su lugar, un número anónimo en un conjunto de filas
idénticas. Cada uno, en la oscuridad, tiene al artista para él solo, y sólo lo ve a él,
pero al mismo tiempo cada uno puede agigantarlo con las miradas convergentes
que todos los demás le dirigen: admirable compromiso entre el individuo y la
multitud, la sala crea un colectivo de amantes únicos e idénticos. La misma
oscuridad es un dispositivo técnico que, al facilitar el olvido de uno mismo,
permite los comportamientos entusiastas y de exteriorización que producirían
vergüenza a la luz del día, pero que aquí preparan el ambiente y hacen que se
«caliente» poco a poco tanto la sala como el cantante.
El escenario, como relación directa, física, entre el artista y el público: este
reparto que realiza localmente el dispositivo de la sala de espectáculos entre el
artista de donde procede todo y un público fusionado que se reconoce en él, no
es fácil de desplazar, y cada uno se complace en denigrar, por su oposición a su
insustituible ambiente, los soportes objetivados de su música —partituras
insignificantes, grabaciones que no «reflejan» nada—327 escandaloso efecto de los
play-back descubiertos, en nombre de la representación fundadora que encarna
el escenario, según la cual el cuerpo del artista preserva todo su poder sobre el
público. Del disco al pase por la radio, del póster al plató de televisión, del
anuncio al Olympia o el Zénith,328 en este montaje los soportes materiales son
omnipresentes y quedan a la vez descalificados, devueltos a un estatuto inválido
de imágenes piadosas, pobres efigies de una cosa diferente a ellos. Y esta relación
con «otra cosa», perseguida por el fan, se aproxima cada vez más a la única
perspectiva que le es designada: la relación física con el cuerpo mismo del
327 Extraño vocabulario, que fija la representación musical en el modelo del contra-don.
328 Es decir, tanto ayer como hoy, siempre la morada de los dioses.
* «¿Para qué habéis venido? Bueno, tíos, podemos tocar toda la noche, pero no es eso lo que
queréis, ¿verdad? Queréis algo diferente, algo más, algo mejor de lo que hayáis visto jamás, ¿no?
Pues, jodeos. ¡Hemos venido a tocar!» (N. del t.)
324 LA PASIÓN MUSICAL
Why did you come tonight? Well, man, we can play music all night,
but that’s not what you really want, is it? You want something else,
something more, something greater than you’ve ever seen before, right?
Well, fuck you. We carne to play music:!*
PROGRAMAS: DEL ESCENARIO A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN 325
El paso reciente y radical del rock al rap, análogo a la revolución del propio rock
en los años cincuenta,329 pone de relieve de manera intensa un conflicto que
también afecta a las definiciones de la verdad musical apoyadas en usos opuestos
de los medios: la escena y los casetes. A través de la relación directa entre el
artista y el público, la construcción del rock ha anudado en tomo a la escena, en
un movimiento de superación de la música como objeto autónomo, la búsqueda
del cuerpo a cuerpo perdido de los ídolos y los pueblos. Precisamente, el rap ha
destruido esta centralidad imaginaria de la escena para dar paso a la verdad
musical: ahí donde se vive, donde se arrastra... La denuncia de la técnica
sofisticada y de los efectos electrónicos, abierta ya por'los punks, luego el uso
chapucero del casete y el ghetto-blcister han devuelto el rock al clasicismo de su
concepción espectacular, a partir de una promoción inesperada de la grabación:
no técnica fiel de reproducción, sino soporte barato y cómodo de
creación local.
Al rechazar explícitamente remitir a otro lugar que al de la escucha, la
calle, la acera, lugares compartidos o atestados, de la discusión, la camorra,
los desafíos y las rivalidades, el rap ha interrumpido el gesto mismo de la
329 Véase R. Peterson, «Mais pourquoi done en 1955?» [en Mignon y Hennion, 1991, págs, 9-
39].
PROGRAMAS: DEL ESCENARIO A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN 327
330 Véase «Le rap, une communication par la musique», J.-M. Jacono [1992], multi- copiado,
328 LA PASIÓN MUSICAL
El carácter extremo del gran escenario del rock hace que aparezca en toda su
nitidez el eje fusional hacia el que arrastra a quienes seduce. Este carácter
asintótico permite formular la oposición entre lo clásico y lo popular a partir de
la oposición entre sus técnicas escénicas, al subrayar el carácter activo del
hechizo colectivo realizado por las músicas populares, mientras que las músicas
clásicas, aunque a veces la utilizan, desconfían de ella, como un peligro de
autodisolución. El análisis gana simetría, al funcionar en él la denegación
cruzada en ambos sentidos, mientras que una teoría unilateralmente orientada
hacia la denuncia del polo clásico como estrategia de distinción remite siempre
el polo popular al estatuto puramente negativo de reverso del gusto clásico, que
no existe más que por el esfuerzo de éste por desmarcarse.331
Para cautivar a los suyos, la música clásica ha erigido ante ellos la materia
resistente de un objeto musical, que se ha convertido en el punto de
fuga inaccesible de una búsqueda no menos apasionada que la aspiración
fusional procurada por las concentraciones populares. A diferencia del montaje
en directo de la relación artista-público como cuerpo a cuerpo, paraíso perdido
de las músicas populares y realidad reconstruida de la escena rockera, no es con
los cuerpos sino con las notas, escritas en la partitura o capturadas por los
micros, con lo que se entra en relación,332 pero eso supone que la música haya
ocupado el lugar del artista y que la sumisión común al objeto musical haya
sustituido al cuerpo a cuerpo entre humanos. Cuando Gould invierte la jerarquía
331 Lo que caracteriza a la estética popular, según Bourdieu [1979, pág. 33], es el «re
chazo del rechazo».
PROGRAMAS: DEL ESCENARIO A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN 329
14. «Notas», en efecto: la letra nombra el sonido. Nada indica mejor la sustitución de la música-
relación por la música-objeto que esta concesión a los signos que la escriben: el intérprete
comprende la importancia de la inversión realizada, pues para él no hay peor insulto que oír: «Tocas
notas»,..
15. Bourdieu habla del «gusto pasivo y escolar del aficionado a los microsurcos» [1984a, pág.
159].
medio de acceso cómodo a la música, remite siempre a otra parte, empujando al
rockero hacia la escena de los grandes conciertos. Antes de eso, solicita la
escucha colectiva, el intercambio en el seno del grupo de colegas. Este uso de
los objetos musicales prolifera pacíficamente bajo el signo único de la escena,
del que son la imagen multiplicada. En la música clásica, aun siendo tan
masivamente utilizado, el disco, agobiado por la interrogación del melómano a
propósito del objeto musical, se encuentra, al contrario, sin cesar atrapado
entre dos fuegos: a menudo desprestigiado como intermediario, mal menor
comercial, soporte pasivo, muerto,334 o más raramente reconocido como
333 Véanse los diferentes regímenes de enunciación propuestos por B. Latour [1990],
334 En particular por el músico aficionado, es decir, el instrumentista, frente al «simple»
330 LA PASIÓN MUSICAL
mediador (es la jugada maestra, lograda por Gould entre los interpretes, que los
coleccionistas melomanos hablan realizado hace mucho tiempo). Entronizado
como verdadero intérprete de la música, es juzgado entonces más fiel que el
concierto y su «vida», que se vuelve también sospechosa de traición.
La concepción clásica de la interpretación instrumental en concierto, por
oposición a la interpretación escénica de un artista de variedades o un grupo de
rock, realiza la misma inversión. Sustituye la relación directa artista-público
por la relación común de artista y público con la música, gracias a otra relación,
entre el intérprete e instrumento, intercalada entre ellos.335 La estrella de rock
se enfrenta a la sala como el músico tradicional frente a los curiosos reunidos.
Se representa todavía en la época al tocador de clave girado a medias hacia el
público.336 Pero el pianista clásico ya no nos mira: hace frente a su Steinway, no
a nosotros.337 Este duelo nos mantiene aparte, aleja su actuación de la presencia
física del público, le permi
te hacer abstracción de él, como suele decirse, para poner la música ante sí,
bajo las especies de una partitura que hay que leer. El cuerpo del ins-
trumentista, el del instrumento, no son ya los objetos opacos de la adoración,
sino los cuerpos que la adoración atraviesa para alcanzar, al final de la
perspectiva que dibujan, el puro objeto de la música. La estrella se ha
convertido en «intér-prete», incluso si no desdeña de vez en cuando regresar y
representar el papel de las estrellas. El ídolo se ha vuelto un gran sacerdote. La
relación directa se ha transformado en procesión. Transfiguración de la
representación, cuyo modelo es religioso, como manifiesta constantemente el
vocabulario utilizado tanto por los músicos y aficionados como por los
analistas: ya no la presentación de las imágenes de un ausente, que hay que
volver a ver periódicamente en carne y hueso, sino una presencia real con
mediadores interpuestos.
El primer violín sigue siendo acogido a su entrada por los discretos aplausos de
los conocedores. Diapasón, libertad de acordes, luego, súbitamente, silencio tanto
en el estrado como en la sala: entre bastidores, el maestro se prepara, se hace
esperar un poco, entra con paso cuidado y desenvuelto. Ráfaga de aplausos,
apretón de manos al primer violín... La misa puede comenzar.
338 C. Small, tras un análisis análogo de los lugares, la organización, los bravos, la entrada de
los músicos y el director, los hábitos que significan que la función sobreviva al «oficiante», insiste
más en la función del concierto como rito que refuerza el orden social, «as a ritual of stability in an
unstable world» [1987, pág, 19]. Concluye con un alegato so- ciologista paradójico, que sorprendería
al interesado, al salvar la música de Boulez de su rational madness por su función ritual de
conservación del orden social, oculta detrás del cientificismo: «Without an awareness of the ritual
function of music, the “researches” of Boulez and his colleagues of the Paris IRC AM remain a naive,
gee-whiz celebration of the most superficial aspects of modern technology» [pág, 29].
332 LA PASIÓN MUSICAL
enviado a sus clases de música sobre el que proyectar el carácter hereditario del
talento musical...
La desmesurada inversión del instrumentista profesional en las escalas, los
concursos y los exámenes, la instrumentalización de su propio cuerpo, son a
menudo interpretadas como una fuga, pero la sumisión a los demás así
«instrumentada» (servir al público, al genio del compositor: a los intérpretes sólo
se les concede talento)339 es, primero, la muda aceptación, difícil de verbalizar,
de ponerse en cuerpo y alma al servicio de la música. No hay que acusar a los
músicos profesionales de haberse convertido en funcionarios cuando pretendían
ser artistas y acechar incesantemente en ellos las huellas reprimidas de su
ambición inicial: visión de aficionado, habitualmente relegada en los estudios
sobre los músicos profesionales.340 Como todos los duelos, el suyo es una
realización. Es necesario, sin duda, reconocer más bien en ellos el paradójico
placer que experimentan en vivir la música a través de las rutinas realistas de un
oficio, comprender la renuncia que han aceptado en contraste con el
imperialismo pueril del aficionado, que impone la exigencia de vivir la música
únicamente en el registro, un poco bobo a la larga, de la perpetua admiración,
de la «emoción pura».341 «Todavía sigue con eso...», responden sus colegas a la
joven profesora entusiasta que, al regreso de la Villa Medicis, les propone «vol-
verse a ver para tocar música juntos, por placer».342 Primera lectura a la que ella
nos invita al contar la anécdota: así es, están perdidos, perdieron el amor.
Segunda lectura, menos ingenua: al contrario, se han vuelto músicos, saben que
la música se encuentra ahí, en sus tareas profesionales, y no en otro lugar
idealizado que haya de buscarse sin cesar fuera de las horas de trabajo. Es ella
quien no ha realizado su duelo, quien no ha visto que no hay nada aparte de las
tareas cotidianas de la vida de músico. Las escalas, las clases fastidiosas, los
conciertos repetitivos, los repertorios trillados:
toda la música está ahí.
Series de vocabulario, también, que hemos dejado fluir y nos arrastran
infaliblemente hacia el vocabulario religioso, sin duda porque es el que más a
fondo ha formulado los problemas de la mediación: de la alta fidelidad de los
339 A. Rubinstein, con una mirada maliciosa, se colocaba así modestamente al servicio de los
mayores que él, antes de recordar que el público sólo tenía ojos para los intérpretes.
340 Véanse De Clerq [1970], Gumplowicx y otros [1978] y Lehmann [1989],
341 Hacemos alusión, con esas comillas, a esa emoción que hace llorar a Puccini, erigido en
estatua en los pasillos de la Ópera, al escuchar su música, también petrificada en la cinta
magnetofónica elogiada por el anuncio: ¡doble objetualización de la música, por el lado de los
humanos y de las cosas, en esa extraña publicidad que parece escrita por el M. Serres de Statueú
342 Relatamos la escena en Hennion [1988, pág. 73],
334 LA PASIÓN MUSICAL
345 Los que declaran escuchar France-Musique «al menos una vez por semana» son los mas
numerosos, con una fuerte fracción de escucha cotidiana. El auditorio representa el 7% de la
población francesa, del que sólo el 1,2% escucha France-Musique de manera ocasional.
346 Definidos por la posesión de una discoteca de 70 unidades como mínimo, la lectura
sistemática de artículos sobre música y la práctica instrumental, por N Berthier [1975],
336 LA PASIÓN MUSICAL
La fragilidad de un poder
Cuando uno se deja llevar y dice dos palabras de juicio restrictivo sobre
el concierto que presenta, lo que normalmente no se acostumbra a
hacer, pues bueno, eso provoca una viva satisfacción. Para el oyente de
France-Musique, el productor hace las veces de un mediador entre él y la
música, y no se muestra descontento por tener del otro lado del hilo algo más
que un simple locutor.
347 La Tribune des critiques desapareció en 1983 de la parrilla para ser sustituida por
una emisión en principio idéntica, cuyo título expresaba admirablemente esta complicidad
en el acto de oponerse, este acuerdo en el desacuerdo: Désaccords parfaits.
PROGRAMAS: DEL ESCENARIO A LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN 341
Más allá de desbrozar los tipos de mediación contrastados que las actuales
músicas se asignan, uno puede preguntarse si forman sistema, no ya como
partes de una música universal (tenemos que realizar el duelo de esa búsqueda),
sino de otro modo, tal vez como abanico de las modalidades de las que
disponemos para representarnos. Se ve mejor, en efecto, cómo se dibujan las
oposiciones entre las definiciones que los géneros que hemos caricaturizado se
ofrecen de la música y su público:
objeto social
comienzo un espacio social en el interior del cual las músicas y los músicos se
sitúan y corresponden, significando unos en otros (o negando) relaciones cuyo
significado común es social. No es que lo social sea un calificativo entre otros de
la música, sino que lo musical es una de las modalidades de visualización de las
relaciones sociales. Se vuelven a formular los términos de la disputa entre
estetismo y socíologismo como un conflicto dual entre dos espacios, en el que
cada uno trata de servir como referencial de base para fijar al otro en sus
coordenadas: quién será el englobante y quién el englobado.
Perpendicularmente a esta primera elección, todavía es posible partir de
entidades definidas, dotadas de propiedades y necesidades claras, exteriorizadas,
ya sean estéticas o sociales, que, en la relación calcada del modelo económico de
la oferta y la demanda, los profesionales de la música acaban sencillamente por
echarse en cara unos a otros: la música clásica, bien clasificada en sus anaqueles,
y su público de aficionados que conoce sus clasificaciones al dedillo o la cantera
de las estrellas de variedades, stock de imágenes cuya adecuación a los deseos de
los fans verifica una serie ininterrumpida de compases circulares. Una relación
funcional, externa, a partir de un producto conforme a los gustos de los
consumidores, se anuda a través de un trabajo cruzado de adaptación de los
productos a la demanda y los consumidores a la oferta.
O bien, a la inversa, partir de entidades por definir, relaciones virtuales que
realizar, en todos los sentidos del término, mediante su materialización, su
proyección en los soportes por sujetos que no pueden definirse fuera de esos
mecanismos de representación. Se sale de la metáfora del mercado, de la
confrontación oferta-demanda entre compradores y bienes predefinidos,
externos unos a los otros, para entrar en la metáfora lingüística de la
representación: el sujeto o el grupo se dice en los objetos, y unos y otros carecen
de sentido al margen de este trabajo de significación recíproca, interna. El
pigmeo reconoce inmediatamente determinado subgru- po étnico o
determinada situación ritual en el empleo de un ritmo o un instrumento, no
porque vea en ellos una característica social de un hecho musical, sino porque
ve cómo un hecho social se manifiesta por medio de la música [Blaking, 1980].
El rocker acecha los signos, los looks, los sonidos que corresponden a su género
de referencia. El apasionado aficionado al free jazz o a la música contemporánea
sabe que no obtendrá jamás el objeto que busca, ahí delante de él. De esperanzas
en decepciones, el aficionado sigue el difícil camino de una progresión
continua: no consume conciertos, sino que vive experiencias, que deben
transformarlo al mismo tiempo que destruyen las pasadas definiciones de la
música y el oyente. Para ninguno de ellos la música es una realidad externa, un
344 LA PASIÓN MUSICAL
objeto plantado delante de él y que puede ser consumido: es una práctica, una
ascesis, una iniciación, que permite, a través de los objetos, la significación de sí
misma a través del rodeo por los otros.
Para hacer aparecer la música ante nosotros, es necesario hacer converger las
dos técnicas inmemoriales con las cuales los hombres se han aproximado a las
cosas y las han hecho suyas: por una parte, las técnicas «sociales» de proyección
y materialización del grupo en símbolos; por otra parte, las técnicas «naturales»
de dominio de los objetos. Están mal denominadas, las disciplinas las han
separado, adscribiendo las cosas ya al convencionalismo y la arbitrariedad de los
signos sociales, ya a la univocidad natural de la física de los cuerpos, y nada
muestra mejor que un teclado o una escala lo que la separación tiene de ilusorio.
El recurso privilegiado por semejante forma y semejante procedimiento de
escenificación de la relación música-público, según un continuo que va de la
mediación social a la mediación técnica, permite comprender las músicas como
resultados de estos procedimientos.
Sean, en primer lugar, las técnicas sociales, o circulares: la música es el
grupo que se representa para el grupo: rituales, escenificaciones, juegos re-
glamentados de la excitación colectiva, técnicas de multitud y médiums que
saben llevarla al trance. Sobre fondo de etnologismo, se desemboca en la
definición durkheimiana de la mediación, lo social que intenta simbolizarse,
proyectarse en las cosas para someterse a ellas y transformar una suma de
individuos en un colectivo unido y activo. En música, es el tam- tan, la danza,
los ritmos insistentes que excitan físicamente; fue también el estrado, el
escenario, las técnicas de agrupamiento; finalmente, se realiza a domicilio
gracias a los medios de comunicación modernos, la red parcelada de las
prácticas a la vez aisladas y semejantes de las masas [Yonnet, 1985].
Modernizada, la representación ya no es social, sino sociológica: quien la
denuncia es el sociólogo, al mostrarnos cómo actúa nuestro teatro colectivo
[Goffman, 1973] o revelarnos el fundamento social disimulado de nuestros
objetos [Bourdieu, 1979]. Pero ahora sabemos que, para realizar estas
representaciones llamadas sociales, del trance en concierto al entusiasmo en
casa, nos hallamos lejos de la inmediatez que sugiere ese primitivismo del
vocabulario, y que esos arrebatos pasan por una multitud de objetos: la sala
cerrada, el dispositivo escénico, los proyectores, los instrumentos de música, en
el concierto; la televisión, el disco, la cadena HiFi, la red de almacenes y prensa
LA REPRESENTACIÓN MUSICAL, 345
Vendedor
La observación de los lugares de venta suministraría otra clave, que
inaugura el análisis más material posible de la participación en los
beneficios: un dispositivo que realiza en el espacio una construcción
cruzada de los gustos y las obras, para desembocar en el encuentro
armonioso de una oferta y una demanda, ajustado en caja. El despiadado
combate al que se entregan actualmente los vendedores de discos
tradicionales, las grandes superficies que distribuyen en rack-jobbing en
mostradores cerca de las cajas los títulos más «vendedores» (la inversión
de la voz pasiva en activa es reveladora) y los grandes almacenes
especializados en el audiovisual, la HiFi, la foto y los discos, con o sin
librería, cuyo prototipo es FNAC, muestra hasta qué punto los «objetos
mismos» no bastan, que no «se» venden sin mediaciones, mediaciones que
se hacen visibles por su disposición escénica, mediante la organización de
las secciones, el papel de los vendedores, el catálogo disponible, las
formas de presentación de los discos, las clasificaciones, la circulación en
el interior de la tienda, etc.
Pongamos, por una parte, unos anaqueles indefinidos, repletos de dis-
cos idénticos incluso en sus diferencias etiquetadas, fundas, colores y
sellos. Se trata del efecto FNAC: ¿por qué éste más bien que aquel otro?
¿Me siento tan seguro de mis gustos, y, por lo demás, cuál es su
procedencia? Las recomendaciones de un amigo, las opiniones de un
crítico pierden todo su peso ante esta hilera tan completa, que produce
ganas de hacerse con todo o de salir huyendo sin tocar nada.
¡Reconstrucción, por exceso, de la in-di- ferencia primera de los objetos y
los sujetos, en un enfrentamiento girardia- no que el sociólogo de la
arbitrariedad no se atrevería ni siquiera a soñar!
Pero el efecto comercial es desastroso: la indiferencia, lo dice la palabra, es
también la total falta de interés. ¿Cómo volver a interesar? Introduciéndo-
se entre, también lo dice la palabra. Mediador, en el sentido más físico del
término, el vendedor forma una pantalla entre la insipidez de los
anaqueles y la muchedumbre anónima de los clientes. Al escoger el
producto para el cliente y al cliente para el producto, da nueva forma,
sobre el fondo de indiferencia del que los extrae, a ambos términos, que él
inter-esa efectivamente: entre los cuales se sitúa. Y no hay que confundir
mediación e imposición: el buen vendedor es el más permeable a las
346 LA PASIÓN MUSICAL
diferencias, el que adivina en qué nivel debe situarse, tanto del lado del
cliente como de la música. Que no atosiga con disputas de microcapillas al
visitante ocasional que llega con deferencia una vez al año hasta la sección
clásica; que sabe disiparse, al contrario, para confirmar al experto en la
certeza de sus elecciones y no manifestarse sino de su parte, como
cómplice y eco de sus gustos, intermediario transparente de una búsqueda
informulable de garantes; que sabe, en cambio, imponer con autoridad su
elección a quien le pide tácitamente que le dicte su gusto... Las estrategias
de venta remiten la panoplia entera de los modos de seducción a un nivel
interpersonal, microscópico, bajo la modalidad de una infinita repetición.
Siguen de cerca las líneas de fuerza de nuestro universo musical, repleto
de discos.
Sean, pues, también las técnicas naturales o lineales: la música como una
cosa plantada ante nosotros. Si el objeto no está presente, fabricamos réplicas lo
más fieles posibles y fijamos en la materia lo que así puede escapar al tiempo
que huye, el canal de los agujeros de una flauta, los mangos de los instrumentos
de cuerda, algunas referencias escritas, luego las partituras completas,
finalmente las grabaciones mecánicas. Apoyada en la tecnología, nos
encontramos esta vez con la definición natural de la mediación como gestión de
la interfaz entre las competencias de lo humano y las propiedades de las cosas, y
el dominio creciente de las primeras sobre las segundas. Es la representación
como técnica gráfica [Goody, 1979]. Pero, de la instrucción de los intérpretes o
las convenciones que rigen el registro de las huellas de la música a las técnicas
de venta, no hay tampoco exteriorización naturalizante de la música que no
redoble la insistente necesidad de su encasillamiento social.
De una historia de las músicas que se apropia un poco precipitadamente de
sus soportes como simples medios, nos encaminamos hacia una historia
constitucional de los soportes de la música. Todavía hemos tratado demasiado al
disco como un soporte neutro, exterior a la música, con
347 LA PASIÓN MUSICAL
La mediatización de la música
Pero el laúd hoy en día no los haría concertar. Quieren tener acceso y
desempeñar un papel importante en el cuerpo de los músicos [...]. Sin
embargo, el tedio de la preparación, el tedio de escuchar a los
instrumentos ocupados, apurados durante media hora en afinarse,
desaniman por anticipado a la gente honrada [que va al concierto]... [págs.
105 y 107].
A cada cual su nostalgia: nosotros alabamos la vida del concierto contra las
versiones estereotipadas del disco, en cambio Le Cerf ve en el concierto la
forma profesionalizada de una música que se ha vuelto mundana y espectacular,
y que olvida la naturalidad de la conversación musical que el laúd o la viola
sostenían con tanta ternura... También es ése el sentido del célebre «Sonata,
¿qué pretendes de mí?» de Fontenelle, más allá del problema de la música
instrumental al que se reduce demasiado apresuradamente su apostrofe, de
forma anacrónica: lo que con mayor profundidad dice es que la música no debe
ser su propia meta, contrariamente a lo que establece, deliberadamente o no, la
definición profesional e institucional de la música por los «músicos», es decir,
según Le Cerf, por sirvientes, al haberse convertido los antiguos acompañantes
en los amos: «Antaño la gente cualificada abandonaba a los músicos de
nacimiento y profesión el oficio de acompañar. Actualmente, lo convierten en
un honor supremo» [ibid., pág. 104].
El disco ha sido suficientemente poderoso como para imponer la entrada en
nuestra escucha moderna de un repertorio concebido para otro tipo de relación,
como la «conversación» barroca, los ritos de las músicas étnicas o el arrobo
religioso. No es por casualidad que los instrumentos símbolo de la renovación
barroca sean todos inaudibles en la sala Pleyel: flauta de pico, viola, voz de
contralto, clave o laúd. ¿Por qué recuperamos hoy el encanto de esos
instrumentos? A finales del siglo xix, y hasta los claves de Wanda Landowska,
se reforzaban, en su cuerpo y alma, para llegar a oírlos. Ya no es necesario: el
disco compacto «revisa» el laúd, lo amplifica para convertirlo en el instrumento
concertísti- co que no podía ser a causa de sus propias cualidades de sutileza y
matiz, que hacían de él para Le Cerf el instrumento de la expresión de los sen-
timientos, frente a la falsa música de concierto. ¡Qué habría dicho del
«fonógrafo»!
Se entienden mejor los términos de la cuestión esencial de esta relación
cuerpo a cuerpo, que parece continua y alternativamente perdida, y luego
reproducida por los medios musicales. Si el escenario se ha podido convertir en
una copia del disco y el concierto en un distribuidor de música, como temía Le
LA REPRESENTACIÓN MUSICAL, 349
Cerf —se deja de toser, por favor, uno ya no se mueve, se entra en un concierto
como en un disco, para escuchar a un pianista tan rígido como el público que lo
oye y la música que toca—, el juego de las innovaciones musicales y las
interpretaciones competidoras se ha desplazado hacia este nuevo medio de
fijación de la música que es el disco. Todo soporte aspira a hacerse olvidar, su
ideal de «alta fidelidad» consiste sencillamente en facilitar el acceso a la música
«misma». Pero la controversia acerca de lo que debe ser la música vuelve a
hacer aparecer el papel activo de estos medios: el caso del Barroco ha mostrado
hasta qué punto, de la definición de la música como objeto histórico a su
definición como objeto de consumo, los medios modernos son los que han
permitido escuchar de nuevo los sonidos antiguos.
Hemos pasado del disco como soporte externo de la música al disco como su
principal productor moderno: del estatuto de medio invisible y fiel, o del disco-
archivo, testigo del pasado, luego de un soporte cuya cera contiene nuestras
nostalgias y recuerdos, al disco-medio de escritura, para el jazz, y más
generalmente al disco-hito de nuestro espacio musical, soporte de base de
nuestra relación con la música como repertorio fechado de obras y
compositores.
Viaje a la luna, expresa claramente la idea, para la palabra, que opone este
registro a la fijación indirecta a través del escrito, que debe pasar por la pantalla
muda de signos y la relectura por nuevos intérpretes.
De la membrana a la numerización
realización de una sugiere elementos que son retomados por la otra: los
mecanismos de
356 LA PASIÓN MUSICAL
De la acusación a la mediación
348 Véase De Certeau, que también habla, más alegremente, de «la inversión de lo pensable»
[1975, pág. 131].
349 No se trata (o no únicamente) de una etimología lejana, poco convincente: la expresión
sinónima moderna de cuestionamiento ha retomado inmediatamente el mismo sentido acusador.
358 LA PASIÓN MUSICAL
— una relación exterior con la música, que convierte a todos sus medios en
simples pantallas: es el eje del avasallamiento de los intermediarios,
tomado en una representación lineal que va del público a la música-
objeto;
— la elevación de un objeto ideal común, abstracto, hacia el cual se dirige
la comunidad de los fieles subyugados: es el eje de la sujeción de los
mediadores, transformados desde el interior.
350 Los intermezzi, en Hennion [1988], que parten de la implantación de la música en el niño
por medio de su enseñanza, se dedicaban a formular los diversos procedimientos de la mediación
musical.
LA REPRESENTACIÓN MUSICAL, 359
retroactivamente, que les otorga su sentido y su lugar, que las hace pertenecer
al mismo mundo. Es fácil reconocer la oposición entre la escena del rock y el
concierto clásico o, a propósito de la disputa barroca, entre el sostenimiento
invisible aportado por la historia de la grabación y la historia de la
interpretación. Estos dispositivos musicales concretos son modos de realización,
es decir, de validación retroactiva, de los puntos-límite sugeridos por los dos
ejes del colectivo y el objeto. La oposición entre ellos ha cambiado de estatuto.
Ahora se refiere no a la diferencia entre géneros musicales reales, sino a los dos
modos de suma que permiten a la música representarse como una oscilación
entre ellos. De las tablas del escenario a la larga cadena de objetos de la música
barroca, esta oscilación dual destruye la geometría plana de los dos ejes de la
representación, tal como primeramente la hemos trazado y sobre la cual
bastaría con prender las músicas reales y vuelve a convertir a éstas en estados,
siempre dispuestos a permutar.
Más allá de la oposición escena/concierto que nos había servido para
formularlos, la linealidad de los intermediarios y la circularidad de los me-
diadores nombran estas modalidades duales del «cuestionamiento» del mundo,
a partir de la denuncia de su estado presente. Ese es el sentido profundo de la
hipótesis de la mediación, que podemos explicitar de otra manera: los medios
son los fines; cualquier realidad se establece por su oscilación entre dos modos
duales de causalidad, inversos mutuamente, un modelo exterior y un modelo
interior; un modelo en el que los elementos, los puntos que han de unirse, son
primeros y sus relaciones segundas, y un modelo en el que, al contrario, las
relaciones forman los elementos que unen. Eso es lo que significa la adopción
de la palabra dual del análisis matemático. El mismo espacio se ve ya como un
conjunto de puntos, ya como un conjunto de relaciones:
— unas veces es un mundo exteriorizado, compartido, con entidades
autónomas (el artista y su talento, el público y sus gustos, por ejemplo),
exteriores unas de otras, que es necesario vincular por medio de
canales: intermediarios, vaciados de sustancia, completamente
instrumentalizados;
— otras, es un mundo interiorizado, un mundo del intervalo, sin fronteras
claras, en el que ningún término dispone a priori de identidad y
propiedades fijas, en el que todo consiste en entredefinirse participando
activamente en las operaciones constitutivas.
variable (la serie, particularmente rica en música, va de los sonidos a los medios
de comunicación, los instrumentos, las partituras y los escritos, los intérpretes,
los repertorios, los gustos, las instituciones, etc.). Todos son intermediarios
complejos, mixtos, que se componen entre la co- sificación, que solicita de los
humanos una participación mínima, y la formación de los músicos, que requiere
su participación máxima, pero que no sabemos pensar más que dividiéndolos
entre la pareja cosas/humanos (el vocabulario más externo, lineal), ligada por
intermediarios pasivamente eficaces, y la pareja sujeto/objeto (el vocabulario
más interno, circular), unida por sus mediaciones activamente consentidas. Las
músicas reales no dejan de pasar de un estado externo, en el que la música existe
y apela a sus diversos actores, a un estado interno, en el que es necesario, al
contrario, hacerla existir, donde sus diversos elementos son los que reclaman su
aparición en medio de ellos. El hechizo, el trance, la excitación colectiva, la
iluminación de la conversión, designan las transiciones del modelo externo al
modelo interno: son los mediadores que pasan a la acción. Al contrario, el
minucioso trabajo de definición teórica, histórica y estética de los elementos de
la música, el catálogo metódico de los objetos producidos, la estabilización del
mercado y la instrucción técnica de los cuerpos corresponden al paso del
modelo interno al modelo externo y a la neutralización de los intermediarios.
La idea de dualidad nos hace pasar del precedente esquema plano de dos
ejes perpendiculares, que abren el espacio cuadriculado en el que el realismo
permitía fijar las diversas músicas —lo que proporciona una primera imagen—
a otro modelo, dinámico. En él, los ejes de la representación (la verdad social, la
verdad musical) ya no son referencias externas, los ejes independientes de un
sistema general de referencia que permitiría atribuir simplemente a cada música
coordenadas estáticas, según dirija más hacia el cuerpo a cuerpo o más bien
hacia el objeto. Se convierten en los soportes internos y locales de los esfuerzos
de autodefinición, extensión y estabilización de cada mundo musical. Alterando
su definición, eso es lo que retenemos de los «mundos del arte» de Becker
[1988]:351 no existe ningún espacio global que sería el de la música. Como los
351 La doble debilidad del interaccionismo proviene de no considerar más que una mitad de la
construcción del mundo por los actores, la que representa la suma meticulosa de las relaciones
reales, la linealización, y que no les concede jamás el derecho a la circularidad, a abandonar al
contrario todas las relaciones cotidianas para volverse a definir según un principio general, que las
refunde, en el doble sentido de la fusión y la fundación; y que, por otra parte, en esta construcción
colectiva, las cosas no se aceptan de forma diferente que como pretextos, soportes, marcadores de la
acción humana: el famoso «doing things together» (título afortunado de una recopilación de
investigaciones de Becker [1986]) piensa menos en las cosas hechas, y aún menos en lo que pueden
las cosas, que en hacer juntos...
LA REPRESENTACIÓN MUSICAL, 361
músicos, sólo accedemos a la música al entrar en una de esas bolsas, uno de esos
«moluscos de referencia» al modo de Einstein que son las músicas reales. Al
agrupar cosas y humanos y trabajar sobre su entrecruzamiento, consiguen
forjarse un envoltorio suficientemente resistente para retener sus elementos y
suficientemente flexible para ampliarse, modificarse, adherirse a conjuntos más
vastos, y trazar los ejes de su representación. Sólo podemos analizar las
transformaciones y la capacidad de estas transformaciones para conservar algo.
Siempre partimos de semejante «bolsa», de una suma inerte (de cosas, objetos,
intermediarios...), para ver por medio de qué operadores esos elementos inertes
se cuestionan localmente o son reactivados, movilizados, transportados en una
representación que los vuelve a unificar, y para alcanzar una nueva
configuración, que rápidamente también recaerá hacia una nueva suma inerte
de cosas, objetos, signos, etc. Esta es la lección de los intérpretes de la música
barroca recuperada. Los hemos visto, en la controversia que los ha enfrentado
sobre la forma de conectar dos siglos, obligados a producir sin cesar una por otra
su definición de la música y la serie de mediadores necesarios para esta
producción, serie completa, que se extiende desde los aspectos más penetrantes
de la musicología histórica hasta las afirmaciones más libres sobre el gusto
actual de los melómanos, pasando por los diapasones, los instrumentos o el mer-
cado del disco.
Entonces, sin duda, más que designar uno de los ejes duales de la re-
presentación, el término de mediación nombra más adecuadamente el modelo
dual de la representación que proponemos: el hojaldrado de realidades
encajadas a las que sólo tenemos acceso, de las que partimos y a las que
regresamos, y la oscilación de las representaciones que montamos, el switch
«relaciones -*■ objetos» versus «objetos -> relaciones», que conmutamos sin
cesar, cuando nos apoderamos de un estado heterogéneo, complejo y parcelado,
algunos de cuyos elementos cerramos para crear y estabilizar los puntos fijos de
nuestro espacio, cuestionarlo, y abrimos otros para extendernos, adaptarnos,
movilizarnos, volvernos a cuestionar. Dos aspectos se vuelven decisivos: la
conversión en cosa —que permite a estos estados inertes, entre las
representaciones, trasmitir suficientes elementos para que la reactivación se
haga posible— y el estatuto de los mediadores, en sentido amplio, que según los
momentos desaparecen tras las realidades naturales que establecen, o aparecen
para volver a cuestionarlas. Para durar, la música debe tensarse entre sus
puntos de detención y sus puntos de fuga. Tiene tanta necesidad del mediador
como operador, oscilador, que remite a la música de un espacio a otro, que
como fijador, conversor de la música en cosa, capaz de remitirla a los elementos
362 LA PASIÓN MUSICAL
que pasan, que transmiten suficiente contenido como para que el nuevo estado
los retome del antiguo y rehaga la música.
No hacemos una sociología relacional, que se contenta con repetir que el
objeto está estriado por lo social. El problema no se encuentra ahí. Reside en
que el sociólogo se conceda el derecho de desprenderse del objeto para
remitirlo a otras fuerzas, que se encargue de hacer que se sostenga: la sociología
relacional sobrepasa su programa, no dice únicamente que el objeto está tejido
por lo social, sino que decide también, sin decirlo, que el objeto no resiste como
cosa, mientras se sostienen sus determinantes sociales. Por contra, el discurso
del objeto se desprenderá —al menos en última instancia— de los contextos,
condiciones y otras circunstancias que han producido el objeto, en nombre de
lo que perdura verdaderamente, en profundidad: la verdad, la belleza. No hay
causas verdaderamente explicativas si no son puras...
Ocuparse de la sociología de la mediación, y no de la sociología relativista
(no demasiado dura) o sociologista (la única objetividad es la que el sociólogo
revela bajo los objetos-pretextos de los actores), consiste en tomar en serio la
inscripción de nuestras relaciones en las cosas, y no en deshacer con el
pensamiento, como si no resistieran, los montajes y dispositivos a la vez físicos
y sociales que sirven para establecer semejante reparto, situando de un lado un
objeto autónomo y del otro un público socio- logizable. Interpretar no es
explicar, regresar a la pureza de las causas únicas, exteriores, que los actores
buscan tanto como nosotros, sino mostrar las irreversibilidades que, por todas
partes, han interpuesto los mixtos, entre los humanos, entre las cosas, entre los
humanos y las cosas: ¿qué otra cosa es la música?
CONCLUSIÓN
Vor deinen Thron..
Decíamos que la música es una sociología: sí, a condición de que esta sociología
se acepte por entero e integre en la asamblea de los hombres los objetos que los
reúnen, con su gradiente de resistencia, en lugar de convertirlos al capricho de
la argumentación tanto en viento, el señuelo de sujetos cautivos de sus
VOR DEINEN THRON... 363
Primera pista, pues, para rehacer esta relación entre la música como arte y la
música como gusto, a partir de la reconsideración de sus soportes: la re-
habilitación del oyente, como sede del sentimiento, de la emoción, de la pasión,
del entusiasmo, del placer; de estados, pero que estén vinculados con las
situaciones, imbricados en sus dispositivos técnicos y sociales, en lugar de
definirse precisamente por su erradicación fuera de las circunstancias, los
artificios, los efectos de grupo o las particularidades locales: «No los hombres y
364 LA PASIÓN MUSICAL
sus momentos, sino más bien los momentos y sus hombres» [Goffman, 1974,
pág. 8].
Se comprende cómo, a medida que triunfaba el trabajo de los artistas por
autonomizar el arte, su destinatario era expulsado bajo la sombra de la obra,
desposeído del poder que detentaba sobre ella. Anteriormente emblemas
cultuales o culturales, símbolos de grupos y poderes, médiums de la transmisión
de la fe, las artes escaparon a esas funciones para convertirse en colecciones de
objetos, sin tener que rendir cuentas más que al propio arte. Pero la división
efectuada por la definición estética y profesional autónoma de los artistas
modernos ha alcanzado el éxito con facilidad: frente a la obra arrancada a la
tiranía de la significación, ya no hay demanda social admisible si no se formula
en términos artísticos, utilizando las mismas palabras que elige la obra para
expresarse. Ya no una sociedad, un grupo, un sentido o un valor comunes que
intentan expresarse, sino un público, más o menos formado para apreciar la
obra según los criterios convenientes. De ahí también una formulación
defectuosa del problema de la mediación, ya no garantizada por el arte, sino que
ha de garantizarse para él: al no ser ya el arte mismo mediador, el arte necesita
mediadores.
En este montaje inédito, la calidad del aficionado pasa menos por la
afirmación de un gusto personal, al menos en un primer momento, que por el
eclipse de sí mismo, la sumisión aceptada a las leyes del arte; o, al no poseer un
enunciado claro, por un crédito acordado de oficio a la fantasía de los artistas.
Para los demás, aquellos que no forman parte de los iniciados capaces de
comprender el interés de esta situación, el abstencionismo es la única forma de
resistencia disponible que le queda a un público al que le está prohibido
formular con sus propias palabras su demanda frente al arte. Esta abstención,
entendida como ignorancia o ausencia, provoca del lado de los medios artísticos
una espiral recurrente: no un movimiento para avanzar al encuentro de un
público real, sino la persecución indefinida de un público ideal, que sea una
imagen especular del arte, el receptor en comunión perfecta. Puesto que el
público siempre es insuficiente, por propia construcción —un otro
idénticamente igual a sí—, es necesario acumular cada vez más medios para
hacer durar esa costosa ficción. No liberar la demanda aceptando su
heterogeneidad, su heterodoxia, su autonomía ante el arte, sino someterla cada
vez más, batiendo campanas sagradas para el arte, mediante la formación, una
política de encargos y ayuda a la creación (la oferta creará la demanda) y, desde
ahora, aguardando las tardías vendimias de semejante política mediante la
subvención al creador, al formador, al difusor; pronto, quizás, al espectador.
VOR DEINEN THRON... 365
Lecciones de música...
Prevenida, por la necesidad que tiene de ser interpretada, contra una geometría
exclusivamente organizada alrededor del objeto artístico, dejando en la sombra
el lugar del receptor —cuando, en pintura, la perspectiva ha conseguido la
hazaña totalitaria de integrar al espectador en el cuadro— la música ha
mostrado, del concierto al disco, del escenario a los medios de comunicación,
que no existe relación con el público que no pase por dispositivos de formación
simétricos, que distribuyen tanto los papeles de los oyentes como los de los
músicos y la música, y que organicen su participación colectiva en la
significación del acontecimiento musical. El análisis de las situaciones reales en
las que se produce la música no destruye el dualismo objeto/sociedad (que es
también una categoría de los actores, en particular para designar el momento
sublime en el que toda la música está presente o el arrebato general en el que ya
nada cuenta, ni siquiera la música), no reduce la oposición encarnizada entre la
definición de la música como objeto artístico duradero, casi «visual» —la
partitura—, y la realización actual, alimentada por el entusiasmo de su público,
inscrita en el momento y el movimiento presentes, sino que los remite a
proporciones más justas: la relación con el objeto, la pertenencia al colectivo
VOR DEINEN THRON... 367
¿Y la obra?...
352 El «artista sin obras» del que habla Moulin [1978, pág, 249], Lévi-Strauss trataba la
pintura no figurativa como «escuela de pintura académica, en la que cada artista se afana por
representar la manera en la que realizaría sus cuadros si por casualidad los pintara» [1962, pág. 43,
n,]. Como sucede a menudo, el sarcasmo, una vez liberado de su agudeza acusadora, revela su
verdad profunda.
353 Según Serres [1987], véase anteriormente, págs. 277-278, n. 19. Marin encuentra otro
tránsito mitológico del ver al decir, por la cabeza cortada de Juan el Bautista, «ojos cerrados y boca
abierta», antítesis de la Medusa y la mirada fascinante que corta la palabra, cuando el santo es
«deseo de una presencia que la representación tiene como destinación imposible realizar» [1989,
pág. 184],
354 De ahí la importancia de las Anunciaciones [págs. 125-163], escenas paradigmáticas del
Renacimiento, entre dos mediadores que se pasan el testigo de una ausencia, en las que «las mujeres
reciben del Ángel el mensaje de esa falta» [pág. 126]. Marin expone con análisis detallados que la
pintura es siempre representación de la representación, forma en la que se hace posible una
presencia de lo invisible: por ejemplo, que las Anunciaciones están vacías, en el centro, y que su
perspectiva se centra en esta ausencia o incluso que, si se traza el plano de la de Piero [pág. 158], se
percibe que una columna impide que la Virgen vea al Ángel que el cuadro muestra frente a ella...
370 LA PASIÓN MUSICAL
355 Véase De Certeau [1987]. Marin [1981] analizaba en los mismos términos la repre-
sentación político-teológica de la monarquía absoluta: «El rey realmente presente sólo encuentra el
absoluto de su poder convirtiéndose en su imagen, firmando su nombre».
356 E, Sendler [1981], en un trabajo sobre la teología, la estética y la técnica del icono, señala
que la oposición iconoclasta siempre ha consistido en una oposición teológica al misterio de la
encarnación, es decir, a la «presencia de lo invisible».
VOR DEINEN THRON... 371
obras que nos han sido legadas, vinculando su sentido con la manera en la que
han dado forma a nuestra presencia en ellas, en lugar de petrificarlas en un
absoluto finalmente liberado de oyentes y medios. Las obras son mediación:
contienen también a su oyente y sus medios, y eso es lo que las vuelve actuales.
En sus Essais [1980, págs. 43-45], fiel a una concepción de la música como
comentario de una escritura, que ya es, por sí misma, mediación, A. Schaeffher
realiza una amplia paráfrasis de una página de A. Pirro sobre Bach: «Comment
jouer Bach á l’orgue?» [1932]. Concluyamos con este comentario sobre un
comentario:
357 Los cantantes, para quienes nada es más difícil de entonar que el tono, saben eso. Y
también los pianistas, cuando, si deben tocar muy ligado, tienen la impresión no de hundir las
teclas, sino de pasar por encima de la pequeña pared ficticia que parece separarlas.
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396 LA PASIÓN MUSICAL