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Ministerio de Educación - D.G.E. T. YF.

P
INSTITUTO TÉCNICO SUPERIOR CORDOBA
Extensión Áulica Manuel Reyes Reyna
Carrera: Tecnicatura en Enfermería Profesional
Docente: Espinosa Molina Ezequiel
Materia: ANTROPOLOGIA SOCIAL Y CULTURAL
En base a escritos de: Instituto de Salud Colectiva;
Dr. Jaime Breilh; Dr. Pablo Manolo Rodríguez;
Dr. Julio César Payán de la Roche; Lic. Ezequiel Espinosa
Año: 2020
“Si la enfermedad es la expresión de la vida individual bajo condiciones desfavorables, las
epidemias deben ser indicativas de las perturbaciones importantes en la vida de las masas. (…).
¿No vemos que las epidemias señalan siempre las deficiencias de la sociedad?, (…). Uno puede
señalar las condiciones atmosféricas, los cambios cósmicos generales y similares, pero ninguno
puede causar epidemias por sí mismo. Las producen sólo donde debido a la situación social la
gente ha vivido por largo tiempo en condiciones anormales”
Rudolf Virchow
DE ENDEMIAS, EPIDEMIAS Y PANDEMIAS
Un hipertexto ex cátedra (para circulación interna)
Una epidemia es un aumento del número de casos de una enfermedad infecciosa en un
lugar y en un tiempo determinado, es una forma simplificada de definirla. Hablamos de pandemia
cuando una epidemia tiene lugar en una gran extensión geográfica y que generalmente afecta una
importante proporción de la población.
El antropólogo Eduardo Menéndez encuentra características recurrentes para que una
epidemia se vuelva noticiable:
1) Se trata de enfermedades nuevas cuyo tratamiento aún no se conoce.
2) Ocasiona graves consecuencias económicas.
3) Afecta a países desarrollados y a los conjuntos sociales de ingresos más altos.
4) Despierta interés en la industria farmacéutica y genera incertidumbre tanto en la
población como en quienes integran el campo de la salud.
Las epidemias generan miedos, prejuicios y fobias que interfieren en la verdadera
solución de los problemas. Las epidemias ya estaban presentes en el mundo antiguo como castigo
de los dioses, y las prácticas para enfrentarlas incluían rituales de purificación, y hasta la exclusión
o el exilio. La Inquisición se encargó de mandar no pocas mujeres a la hoguera, haciéndolas
responsables de las enfermedades. Todo esto señala las dimensiones sociales y culturales que se
construyen en torno a las epidemias desde la antigüedad hasta nuestros días.
Las “plagas” han tenido un importante impacto en la historia, incluso a través del ascenso
y caída de civilizaciones (la viruela, trasmitida por los españoles en México fue fundamental para
el triunfo de Hernán Cortés). La sífilis, el cólera, la viruela, la lepra, la fiebre amarilla, la peste,
la malaria han flagelado a la humanidad durante siglos. También el dengue es un viejo conocido,
los primeros registros epidémicos de esta enfermedad en el continente americano datan del siglo
XVII y XVIII. En las últimas décadas nuevas epidemias se hicieron presentes: VIH-sida, cólera,
gripe aviar, gripe porcina (AH1N1) y ébola.

Qué hacer frente a la epidemia


Ante cualquier epidemia concurren tres ejes de acción de igual importancia: la
prevención, la promoción y la atención de la salud y/o la enfermedad. Pero con distintas
responsabilidades según el agente social, ya que no se pueden poner a la misma altura la
responsabilidad de la familia y la del sector público, o el Estado.
Es correcto que se difundan medidas de prevención, pero limitar sus acciones a la
responsabilidad individual de las personas es volver a caer en aquella vieja estrategia de
“culpabilizar a la víctima”, utilizada tanto por la medicina, como por el racismo y/o el sexismo.
Si perdemos la visión de lo colectivo y el rol central de lo público, las epidemias cumplen su papel
de disciplinar y medicalizar a la sociedad. Hay responsabilidades gubernativas relacionadas de
manera directa o indirecta con estas epidemias, que son tan o más importantes que las acciones
de los grupos familiares, como la provisión de agua potable en la comunidad; la recolección de
basura de manera regular; la existencia de desagües pluviales y cloacales con cobertura total de
la población; el cuidado del espacio público en cuanto a higiene; en el caso del dengue, la revisión
del modelo de control vectorial que implica concentrar las acciones en eliminar el criadero y no
el mosquito adulto; la suspensión del uso de productos químicos y otros biocidas, a través de
cambios en el control vectorial mediante la adopción de métodos mecánicos de limpieza y
saneamiento ambiental que protejan la calidad del agua para consumo humano.
Cuarentenas y cuestiones sociales
En cuanto al tratamiento epidemiológico-sanitario de la pandemia coronavirus, resulta
evidente que, ante la ausencia de un tratamiento farmacológico, las políticas que se desarrollan
planetariamente se reducen a medidas de cuarentena que restringen en forma creciente la
circulación y el contacto interpersonal. Los medios y el gobierno apelan a “cuidarnos entre
todos” con el propósito de impedir que la expansión del virus sature las demandas de los servicios
sanitarios. Las formas extremas de la medida nos proyectan a un futuro distópico ya imaginado
durante el siglo pasado: una ciudad en la que sus habitantes se ven obligados a abandonar las
calles por temor a un virus que transforma el rostro del prójimo en una amenaza.
Ciertamente, aún no podemos conocer o estar seguros de los efectos que tendrá una
cuarentena prolongada, sin embargo, no resulta aventurado advertir que su impacto puede
agudizar las notables desigualdades sociales que preexistían a la pandemia. Los sectores medios
y altos –al menos mientras sus ingresos no se vean afectados por las consecuencias económicas
de las medidas– se saturarán de series, mantendrán vínculos laborales por videoconferencia, harán
ejercicios físicos con tutoriales disponibles en Internet, oficiarán de improvisados maestros de sus
hijos y, en el caso de sentir angustia por el futuro incierto o la convivencia asfixiante, consultarán
a sus psicoterapeutas por Skype. ¿Pero qué ocurrirá con los sectores marginados? ¿Cómo harán
la cuarentena las personas en situación de calle en las ciudades más populosas del país? ¿cómo
financiarán sus gastos quienes están relegados a la informalidad y al cuentapropismo? ¿De qué
forma suplirán la falta de horas de escuela de sus hijos? ¿Qué esparcimientos creativos les ofrece
el confinamiento forzoso a quienes ya tenían degradados al extremo sus derechos sociales?
¿Permiten sus viviendas concretar el aislamiento?
La cuarentena, en el mejor de los casos, podrá contener el crecimiento exponencial del
virus, pero tendrá un profundo impacto económico y social que puede agudizar las desigualdades
sociales si no hay políticas sociales compensatorias que vayan más allá de su diseño, se
implemente realmente en el territorio y desde allí sean monitoreadas. Esto constituye un desafío
si se quiere evitar que el aislamiento social se transforme en desintegración social.

Genealogía del aislamiento sanitario


El aislamiento siempre fue una de las primeras medidas que se tomaron con respecto a la
salud, por lo menos desde que la intervención se organiza desde un Estado que asume una
responsabilidad sobre el tema. Esto ocurre desde el siglo XVIII con la creación de los hospitales
y de la revolución de la clínica. Los hospitales cumplieron esa función de aislar a los enfermos y
a los sanos en la sociedad y eso se ha ido manteniendo. En nuestro país hay antecedentes muy
claros y puntuales como las epidemias de cólera y sobre todo la de fiebre amarilla de 1871. En
esa época se crea la casa de aislamiento, que es un espacio hospitalario para atender a las víctimas
de la fiebre amarilla, y tiempo después se convierte en el hospital Muñiz. El Muñiz ha servido
para diferentes enfermedades como la fiebre amarilla, el cólera e incluso la tuberculosis. Así
mismo, otros asilos creados, quizá en lugares más distantes, especialmente para tuberculosos
separaban al que estaba enfermo del que estaba sano. En materia de sanidad, la cuarentena era la
medida principal desde que se organizó la gestión sanitaria en el país a fines del siglo XIX, donde
el objetivo era controlar la amenaza de las epidemias que venían a través de los barcos con
inmigrantes.
Entonces la función del departamento nacional de higiene era poner en cuarentena y
controlar a aquellos barcos que se sabía tenían algunos casos de infecciones como peste bubónica,
cólera o alguna otra de la época.
Más allá del paradigma inmunológico
Bajo el actual contexto, convendría enfocarse pues, en esas zonas del pensamiento
contemporáneo que problematizan la relación entre biología, medicina y política, que en
definitiva es uno de los asuntos que está en juego en esta pandemia. Así lo interpretó Paul
Preciado, que procedió a explicar el funcionamiento de la biopolítica, concepto que aquí acuñó
Ramón Carrillo hace casi medio siglo; y dentro de la biopolítica, lo que Esposito llama el
“paradigma inmunitario”. La idea de inmunidad de los cuerpos biológicos, políticos y
legislativos está presente a lo largo de toda la historia, pero en el siglo XX logró especial
relevancia por el surgimiento de la inmunología y por sus derivaciones políticas.
La inmunología estudia el sistema que permite a los cuerpos establecer una identidad
biológica que permitirá su relación, a veces en la forma de combate y otras en la de
reconocimiento y eventual cooperación, con su medio ambiente y en especial con lo que entra en
los cuerpos, los microbios, y entre ellos los virus y las bacterias. El paradigma inmunitario señala
lo propio y lo ajeno, establece límites, determina umbrales de acción y separa lo que debe
rescatarse de lo que debe eliminarse. Esto vale para los esfuerzos por conocer cómo funciona el
Covid-19 para combatirlo y también para entender por qué Donald Trump lo llama “virus chino”.
Como hemos visto, el mundo entero está hoy dominado por medidas inmunitarias en todos los
niveles: el aislamiento material de los cuerpos, los cierres de fronteras, los brotes racistas y
nacionalistas, las atribuciones de los Estados para tomar medidas que en otro momento hubieran
sido rechazadas de plano o las apelaciones a un “enemigo” a derrotar.
Sin embargo, es justamente aquí donde conviene una vez más apelar al sentido común.
El famoso “enemigo silencioso e invisible a combatir” es una figura metafórica que justifica
matanzas y genocidios gracias a la equivalencia entre un grupo de seres humanos y una colonia
de bacterias o una concentración viral, logrando una cohesión alrededor de un Estado que pasaba
a ser así un sistema inmunitario “político”. Por lo tanto, que hoy se apele a esta imagen eriza la
piel, pero convendría recordar que el deslizamiento metafórico está ausente.
El Covid-19 es sindicado como enemigo justamente porque infecta, corroe el interior de
los cuerpos, obliga a marcar límites entre ellos y, fundamentalmente, porque mata, aunque no lo
sepa. No es “como” un virus; es un virus. La retórica belicista de los gobiernos en la actual
pandemia no busca justificar el asesinato de seres humanos en nombre de la raza, la nación, la
ideología, el combate al terrorismo o al narcotráfico, sino tan sólo legitimar la prohibición de
circulación de los cuerpos para apagar la circulación del virus. Puede ser exagerado, puede ser
preocupante ver en la calle a las fuerzas de seguridad con un poder que asusta, puede ser ominoso
vivir con la sensación de una guerra que no podemos identificar, pero no hay targets humanos.
Sin embargo, como dice María Galindo, del colectivo feminista boliviano “Mujeres
creando”, si estas armas, materiales y simbólicas, están en manos de quienes gobiernan su país,
resulta muy poco creíble la apelación al bien común. En Chile el gobierno de Piñera encuentra un
goce especial en decretar un estado de excepción “bajo control militar” cuando sus fuerzas de
seguridad reprimen brutalmente una rebelión que desde octubre no quiere apagarse. Lo mismo
ocurre en Colombia. No quisiéramos que a alguien como Bolsonaro se le dé por decretar toques
de queda y estados de sitio, y pedimos que López Obrador en México deje de confiar en las
estampitas.
Tampoco hace falta abundar demasiado en qué pasa en nuestro país con la acción
represiva, ni tampoco lo que significan las calles vacías para la población empobrecida de
América Latina, ni el modo en que aumentan los femicidios por efecto del encierro. Esto quiere
decir que, para nuestra región, y para otras, la pandemia biológica puede ser una buena
oportunidad para diseminar partículas asesinas de tipo humano, así como el hambre.
¿Epidemiología crítica, o crítica de la epidemiología?
Partimos de una mirada crítica de la concepción dominante de lo que es la salud, tal y
como la define la Organización Mundial de la Salud: “la salud no es la ausencia de enfermedad
sino la condición de completo bienestar físico mental, etc.”. Asumimos que cuando se habla de
la salud como "UN ESTADO", se la mira como algo estático, como un modo de ser, y pierde toda
la visión dinámica y cambiante, que requiere el ser humano para permanecer vivo en el flujo de
la vida misma. La visión estática, está de acuerdo con el paradigma mecanicista del método
cartesiano en el que se sustenta el paradigma científico de la medicina convencional, pero no
corresponde a la realidad del ser humano como un ser socio-económica y culturalmente
configurado. Y es que a pesar de ese léxico “holístico” o “integral” de la OMS, a la hora de los
hechos en las estructuras institucionales, y de la forma en que se enseña la salud pública en las
universidades, seguimos trabajando con lo que podríamos caracterizar como “una burbuja
cartesiana”. Se trata de aquella ilusión de conocimiento que nos aporta el paradigma positivista,
que cree que la realidad de salud es una realidad de fragmentos. Y la “burbuja cartesiana”
construye esto con los datos empíricos de la realidad sin conectarlos, sin producir análisis en un
contexto de una sociedad basada en la acumulación de riquezas y la exclusión social sistemática.
Frente a esta perspectiva positivista (presa tanto de un empirismo abstracto, como de
premisas mecanicistas), proponemos un enfoque configuracional. Atendemos a que procurar y/o
proponer una explicación de algo, no consiste en una mera agregación de hechos, fechas,
nombres, circunstancias y demás datos, sino, antes bien, en el establecimiento de una trama de
relaciones (ya se trate de tramas de sentido, de funcionalidad, correspondencia, causalidad,
necesidad, etc.), a través de la cual se logra determinar alguna forma de concatenación entre series
de datos tales, invistiéndoles de una cierta racionalidad y/o dotándoles de una efectiva razón de
ser. En pocas palabras, entendemos que explicar no es agregar datos, sino establecer relaciones.
Pero volvamos a la definición de salud, para advertir, por otra parte, que la definición que
dispone la OMS nos remite a un presunto estado de "completo bienestar físico, mental y social",
colocando de tal modo a la salud como un algo imposible e inalcanzable, algo así como un estado
de felicidad celestial.
Y cuando un "Estado" es imposible e inalcanzable, introduce en sí un elemento
perturbador consistente en la INCAPACIDAD de alcanzarlo, pero con la ilusión de tenerlo algún
día. Pero, al mismo tiempo, de la incapacidad y de la ilusión surge un tercer elemento, como es el
de la necesidad continua de tener siempre un bastón, o una institución, en este caso la institución
médica sanitaria ortodoxa o convencional configurada alrededor del así llamado “Modelo Médico
Hegemónico”, y que le permita al sujeto incapacitado no perder la esperanza, por un lado, y que
la realidad a que se ve sometido no sea tan difícil, por el otro. Así se mantiene en el miedo del
sometido que siempre requerirá de los grilletes del esclavo, y de la mirada del amo, aprenderá a
ser paciente, a esperar, y a tener relaciones de subordinación ante el estamento sanitario.
Lo que aquí llamamos “epidemiología crítica” refiere, pues, a un paradigma distinto al
que se aplica en los sistemas convencionales de aquello que llamamos salud pública. No partimos
de un mero reparo sobre lo que hace la institucionalidad pública para hacer salud. Creemos que
es una de los recursos importantes para afrontar esta pandemia, como de otras por venir. Pero
también creemos que hay que introducir el análisis crítico de los modelos bajo los que se rige y
configura el sistema de la salud pública. Y en el caso de una pandemia como la que actualmente
padecemos, proponemos ajustar nuestras perspectivas a un marco interpretativo de una visión más
integral, de una mirada científica que conecte las cosas que suelen estar desconectadas en el
análisis convencional, que no trabaje solamente con las expresiones epidémicas o pandémicas,
que no vea sólo la punta del iceberg, sino que vea todo el proceso de generación.
Sucede que esta crisis desnuda, también, algunos silencios que corresponden a pensar la
salud no como efecto que se manifiesta en las personas enfermas o los casos de muerte, sino en
saber qué es y cómo se generó esta pandemia. Finalmente, qué es esta pandemia, qué lecciones
nos deja para esta emergencia, y qué nos dice para el futuro.
Y es que estamos hablando de una pandemia que sin ser la de mayor letalidad, por su
abultada mortalidad, su globalización tan rápida y también porque aún no existen vacunas ni un
conocimiento completo del cuadro clínico que genera, ha tomado a las sociedades, incluso a las
sociedades hegemónicas del mundo capitalista, como navegando con una embarcación un poco
maltrecha, con ciertas costuras, con filtraciones, sin cartas de navegación conocidas, con pruebas
y error. Además, de que estamos trabajando con una brújula equivocada, con un modelo de salud
pública equivocado.
En segundo lugar, para poder conocer al virus, tenemos que entender que éste tiene
formas de transmisión y una configuración de virulencia distintas. Se dan en las ciudades y un
poco más tarde en el campo, pero en las ciudades especialmente, con las clases sociales de alta
vulnerabilidad, que tienen condiciones de vida malsanas y tienen capacidades de afrontamiento
débiles. Advertimos también que es una pandemia transclasista: un fenómeno que afectará en el
largo y mediano plazo a las clases sociales más depauperadas, a los grupos que tengan alguna
condición de género o cultural que les crea vulnerabilidades.
Un tercer elemento refiere a una condición de incompetencia o de debilidad de los
aparatos públicos, no sólo de los recursos que nunca son suficientes en una pandemia tan grande
ni en las sociedades más ricas, sino en el modo de detectar el problema. De tener una información
oportuna, rápida, que nos permita actuar de manera adecuada. Además, nos toma en un momento
en el cual todo está diseñado para un tipo de visión de la salud, tanto de la salud asistencial, de
consultorio, como la del hospital, la pública. Está pensada en personas, en casos individuales, y
no en aquello que genera esos casos individuales. Entonces, el paradigma de la determinación
social está ausente o incompleto y eso crea un vacío de conocimiento que es vital, que es clave
para poder responder de una manera adecuada.
Finalmente, hay una ausencia de políticas de equidad y una falta de articulación con las
organizaciones sociales. No tenemos una visión participativa de la respuesta a la emergencia.
Tenemos un sistema vertical institucionalizado donde hay una inteligencia limitada de la salud,
una vieja vigilancia epidemiológica.
Arribamos así al problema del “Estado de excepción sanitaria”, que tiene tres lecturas:
una política, una económica y una epidemiológica. Políticamente es complicado, requiere
medidas drásticas, la presencia de la fuerza pública, etc. Económicamente, sin embargo, el estado
de excepción es la única manera de parar la maquinaria socio-empresaria de esta cuarta revolución
industrial, y suspender su destructividad hasta que pueda organizarse una respuesta colectiva e
institucional adecuada. Hay que parar las migraciones, hay que parar las soluciones que el sistema
ha construido para poder sobrevivir, parar con la opulencia del 1% de la población. Que la salida
de esta pandemia no sea la que señala Naomi Klein, en La Doctrina del Shock, aprovecharse del
miedo para enriquecerse más, aumentar la inequidad y la vulnerabilidad epidemiológica.
Entonces, teniendo en cuenta la definición de salud como un estado de bienestar integral
y no solo la ausencia de enfermedad, así como su crítica, por fin, una nueva forma de la
epidemiología, como ciencia social, podrá entrar a jugar un importante papel en el campo de la
salud pública. Interviniendo no solo a nivel de las determinantes clásicas que se estudian en una
enfermedad dada, sino también sirviendo de base para orientar las políticas encaminadas a
establecer las determinaciones sociales de la salud, y no sólo de las prestaciones o intervenciones
médicas, llegando incluso a evaluar también la eficacia de las políticas sociales implementadas.
Némesis médica: la pandemia coronavirus como una espiral iatrogénica
“La medicina es ciencia social, y la política no es otra cosa que medicina en gran escala”

Rudolf Virchow

La autodenominada corriente de “epidemiología crítica”, ha sabido llamarnos la atención


respecto de cómo las últimas epidemias se encuentran directamente ligadas al in crescendo del
proceso de quiebre en las relaciones metabólicas entre el desarrollo socioeconómico, y los ciclos
de ese gran otro de “la civilización”, como lo es “la naturaleza”. La fractura ecológica, bah, esa
que se manifiesta “pintorescamente” con la súbita irrupción de la vida silvestre, en zonas y
regiones que hasta ayer le estaban vedadas por nuestra actual dinámica socio-antropológica.
En tal sentido, no debería llamarnos la atención que los últimos brotes epidémicos hayan
tenido su epicentro de origen en la China actual, absorta como está en el desarrollo vertiginoso
de su capitalismo de Estado (irónica y paradojalmente –o no tanto- conducida por el Partido
Comunista de ese país). Una forma sui generis de desarrollo capitalista, que a nuestra sensibilidad
teorética eurocentrista hacer recordar la vieja noción de “despotismo oriental”, idea que aparece
reforzada si analizamos su actual draconismo sanitario con la cifra de la biopolítica moderna, casi
que como un modo de producción asiático del biopoder global.
Y allende a que una lectura general como esta, tiene que verse complementada con los
estudios de caso, en el sentido de la “epidemiología sociocultural”, una focalización etnográfica
tal, no debería hacernos perder de vista las concatenaciones globales que hacen al contexto.
Mas lo que en este articulito me interesa tematizar, es el asunto de la rápida diseminación
mundial de la epidemia coronavirus (hasta devenir pandemia), su altísima tasa de contagios, como
su veloz rebasamiento de los sistemas de salud en diversos países, que, a fuerza de cuarentenas,
se procura que no termine por hacer colapsar al sistema sanitario global.
En este horizonte de sentido, y retomando las críticas que desde hace más o menos
cincuenta años se le vienen realizando a eso que el antropólogo Eduardo Luís Menéndez ha
denominado como “Modelo Médico Hegemónico” (biomédico, tecno-científico, lógico-
instrumental), me gustaría comenzar llamando la atención sobre la obtusidad biologicista que tal
modelo supone e implica en términos epistémico-gnoseológicos. Así, y sólo para remitirnos a
ejemplos acotados a nuestro tema, resulta oportuno advertir cómo, cuando esta medicina
construye sus objetos, desplaza denominaciones propias de lo que con gusto denominaría como
“epidemiología popular”, tales como “mal de la vaca loca”, “gripe aviar”, o “gripe porcina”,
por términos técnicos, tales como “encefalopatía espongiforme bovina”, “H5N1”, o “A
(H1N1)”, que terminan por remitir ya a sus características infectológicas, ya a sus
determinaciones estrictamente biológicas, o acaso, más bien, a sus determinaciones biologicistas.
Algo similar ocurre con la pandemia actual del “covid-19”, que silenciando
completamente las condiciones socio-históricas (económicas, políticas y culturales) de su
emergencia, termina por reducir el asunto a un mero asunto de biología, lo que redunda, a su vez,
en estrategias epidemiológicas reactivas, curadoras y represivas. Y es que las traducciones
terminológicas arriba mencionadas, no son meras traslaciones inocuas, son modificaciones
conceptivas de la sensibilidad y/o de la percepción sensible de una “enfermedad”, de manera tal
que terminan por soslayar las determinaciones socioeconómicas y culturales que hacen tanto a la
emergencia de tales epidemias, como a las de su devenir pandémico. La “epidemiología
biomédica”, de este modo, en su producción de una etiología biologicista, comienza produciendo,
o reproduciendo, mejor, la iatrogenia (el daño médico) inherente al funcionamiento, aun
técnicamente correcto, del “modelo médico hegemónico”. Se trata, sin más, de un claro ejemplo
de la “iatrogéneisis positiva” a la que refiriera Michel Foucault, y sobre la que ahora intentaremos
decir algo más, respecto de su incidencia en la pandemia actual.
Y es que la configuración socio-histórica del “tipo ideal” que Menéndez ha conceptuado
como el “modelo médico hegemónico” (y cuya concreta fisonomía varía de país en país), es
apenas un momento en el proceso general de conformación de los sistemas de salud público-
privados, sujetos, tal y como en su momento supo advertirlo el polifacético pensador austríaco
Iván Illich, a una creciente monopolización del ejercicio legal de la medicina, coadyuvando de tal
manera a un proceso de “expropiación de la salud” colectiva, que, por idénticos motivos, habría
de redundar (en “occidente” al menos) en un movimiento de “medicalización indefinida” de la
vida social en general, yendo más allá del estricto tratamiento clínico de las enfermedades, pero
sin poder superar nunca –más allá de algunos momentos relativos- su carácter estrictamente
biomédico (somatocrático, disciplinario y normalizador, sensu Foucault).
Este recorrido general, que aquí presentamos de una manera sumarísima, nos remite a
aquello que el propio Illich denominaba como “iatrogénesis social”, un proceso que supone e
implica la destrucción de “culturas médicas” otras (eso que desde la crítica decolonial ha
comenzado a llamarse como violencia y/o despojo epistémico), y que es condición sine qua non
(aunque si bien necesaria, no es suficiente) para la rápida propagación de enfermedades que
rápidamente devienen epidémicas y/o pandémicas.
En otras palabras, cuando el medio ambiente social se ve privado de las condiciones que
dan a personas y comunidades, el control sobre sus propios estados internos y sobre su entorno,
es decir, cuando “la administración de la salud” adquiere un marcado carácter heterónomo y
autoritario (burocrático o empresarial), estamos en presencia de eso que Iván Illich denomina(ba)
como “iatrogenesis social”, lo que es consustancial a la configuración del actual “modelo médico
hegemónico”, es decir, de los regímenes de atención-intervención-sanación que no solamente se
imponen subalternizando modelos otros, sino que, al mismo tiempo, y a su manera, tienden a
reproducir las relaciones de estratificación social (de clase, raza, género, etc.), actuando como
modo de control, normalización y legitimación del orden social establecido.
Un dato significativo, y casi como una ilustrativa ironía de la historia, es que el mismísimo
doctor Ignaz Philipp Semmelweis, hoy conocido como “el mártir del lavado de manos”, fue una
víctima fatal de la violencia epistémica que supone la configuración de la medicina científica,
como el saber-poder imperante en el campo social de la salud, y que despreciando el saber hacer
de las matronas, así como las prácticas de purificación de orden religioso, y la falta de
“demostración científica” de las proposiciones asépticas del propio Semmenlwis, terminó por
encerrarlo, y no por casualidad, en un manicomio, donde el redicho doctor, hoy devenido
“mártir”, encontraría la muerte. Obiter dicta, las vueltas del destino han querido que Li Wenliang,
el médico chino que alertase sobre la emergencia del coronavirus en Hunan, haya corrido con una
suerte similar, siendo más víctima del “modelo médico hegemónico”, que del virus en sí.
Mas, a no confundirse, que este no es un alegato demagógico, de corte postmoderno y/o
neoliberal, en favor del “bucolismo paramédico”, no se trata de eso, sino de una invitación a
replantear el sistema médico como una institución de carácter público no estatal, que se articule,
o que permita una mejor articulación entre los “saberes médicos populares”, y los saberes ligados
a la medicina científica, realzando, de tal manera, eso que hoy se conoce como “atención primaria
de la salud”, y que ha de ser la base para un nuevo modelo médico, preventivo, socializado e
intercultural, que nos sustraiga tanto de la “burbuja biomédica”, la influenza de los lobbies
farmacéuticos y de las curatelas biopolíticas, que resultan tan lesivas para la libre vida social,
como las enfermedades que tales curatelas suponen e implican.
Se trata de comprender que nuestros actuales sistemas de salud, tal y como están
biomédicamente configurados, son más bien parte del problema, que parte de la solución. Que
nos hayamos inmersos/as/es, en una “espiral iatrogénica” que da cuenta que la pandemia
coronavirus es una manifestación sintomática de una problemática mayor, y con determinaciones
socio-económicas específicas, como lo es “la epidemia de la medicina moderna” de la que Iván
Illich supiera llamarnos la atención en su momento.
Y es que “el modelo médico hegemónico” actual, parte no solamente del reconocimiento
y la constatación de que la enfermedad es el estado normal de la sociedad (de ahí la peregrina idea
de que sus agentes sean “promotores de salud”), sino que, al mismo tiempo, ve en el libre
desenvolvimiento de la vida social un estado patológico per se, y al que hay que someter, por
tanto, a una suerte de “medicalización infinita”. Bajo este prisma, se le asegura a la sociedad que
se encuentra indefectiblemente enferma, y toda vez que esta se ha visto despojada de sus saberes
médicos y de sus instancias de autocuidado, tiene que dejarse tratar a la fuerza. Claro que la
existencia de un “modelo médico hegemónico” tal, que ha asumido “el monopolio radical” de
los cuidados y de la práctica médica, es poco menos que la construcción de un tipo ideal, aplicable,
cuanto mucho, a los denominados países del primer mundo. La fisonomía más real(ista) del
“modelo”, hoy por hoy, es la de una articulación de la medicina empresarial (privatizadora,
comercial, mercantil), con el “bucolismo paramédico” (también bastante mercantilizado). Mas
no deja de resultar preocupante, en este sentido, la nueva demanda social de un relanzamiento de
los sistemas estatales de salud pública, pues da cuenta de los alcances “culturales” de nuestra
“espiral iatrogénica”. Y es que el mal no está solamente en la enfermedad, sino también en los
procesos de curatela biomédica como estrategia epidemiológica de control social, procesos de los
que la “medicina de Estado”, participa de un modo fundamental.
En resumen, y siempre a grandes rasgos, puede afirmarse que, monopolizando
radicalmente el ejercicio legal y legítimo de la medicina, el “modelo médico hegemónico” ha
coadyuvado al proceso general que “expropiación de la salud” de los diferentes pueblos y
comunidades, despojándolas de sus propias “culturas médicas”, de sus propias “culturas de
cuidados”, y dejándolas inermes frente a enfermedades como el coronavirus, que, de tal modo,
tienden epidémicamente hacia la pandemia. Más todavía, preso de su propia “espiral
iatrogénica”, hoy por hoy, el sistema médico de algunos países parece encontrarse a punto de
colapsar, al grado de tener que poner a las poblaciones en cuarentena (forma extrema de la curatela
biopolítica), en un verdadero quid pro quo, para salvaguardar su propia sostenibilidad. En tal
contexto, se llena de aplausos a sus agentes sanitarios, se les pone el trajecito de héroes/heroínas,
cuando prácticamente se han convertido en las víctimas de primera línea de un modelo médico
que, para colmo de males, al menos en países como el nuestro (Argentina), se encuentra
fuertemente precarizado. No, no se necesitan héroes/heroínas, se necesita mejorar sus condiciones
laborales, junto a la modificación radical de nuestros sistemas sanitarios, en aras de que los
pueblos recuperen el control sobre los procesos de salud-enfermedad-atención.
Quizás sea tiempo de pensar en reconfigurar nuestros actuales sistemas sanitarios, no en
términos neoliberales, sino bajo una perspectiva socio-comunitaria que tienda a revertir
gradualmente los procesos de “expropiación de la salud” de los que hemos venido hablando,
propiciando formas efectivas de empoderamiento social, a través de sistemas de salud pública no
estatal que propendan, de tal modo, a la sistematización de las “intervenciones horizonatales”, lo
que redundaría, de suyo, en una completa reconfiguración del campo social de la salud.
Una configuración posible de la medicina social, precisaría, asimismo, de un
desplazamiento del horizonte epistémico biomédico, propiciando formas de etiologías dialógicas,
que, en el mejor de los casos, habrían de formar parte de un proceso de descolonización respecto
de los procesos biopolíticos de “medicalización infinita”, y no solamente una descolonización de
las configuraciones socio-culturales otras, sino también de nuestros propios “mundos de vida”.

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