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Juan Diego Naranjo Zapata.

17/02/20
Universidad Javeriana Cali
Textos Filosóficos II: Lectura Y Escritura – A
Jesús M. Carrasquilla

El devenir de la comprensión desde una analogía con la primera infancia.

Nota:

Las especulaciones que presentaré a lo largo de este texto no son nuevas. Pensadores
como Gadamer y Heidegger ya han tratado estos temas e incluso han logrado
conclusiones respetables, sin embargo, no miento al decir que mi conocimiento sobre
dichas conclusiones es si mucho escaso y es aún menor sobre sus argumentos. Poco es
lo que he leído y escuchado sobre las elaboraciones intelectuales de los pensadores
nombrados en los temas que trato aquí y , aun así, considero que mi ignorancia, en este
caso, es de gran provecho, ya que el ejercicio filosófico no solamente requiere de una
erudición en conceptos o en una memoria enciclopédica de las disertaciones filosóficas
más famosas, sino también (y si me es permitido decirlo) del misterio, la curiosidad, el
asombro (que se pierde cuando ya “se sabe”) y el simple querer saber, que pueden ser
incluso más importantes que la misma recolección de conocimientos. Entonces, creo
que escribir un ensayo argumentativo es, en este momento, algo inapropiado, ya que no
cuento con el conocimiento que considero necesario para fundar alguna tesis y sus
respectivos argumentos. Pero, ¿cómo sé que no son suficientes mis conocimientos?
aunque no conozca el numero ni la calidad de toda la información existente al respecto
del tema que trabajaré, estoy seguro de que es mucho lo que se ha hablado del tema, por
personas que han meditado por mucho más tiempo que yo estas cuestiones y mi manejo
del tema, comparado con el de autores como los que he mencionado, es el que se podría
esperar de una persona que apenas entiende los conceptos que competen a esta
indagación (no por falta de voluntad, sino porque realmente son conceptos difíciles de
entender). Por esta razón, considero que es más adecuado tratar el tema, por ahora,
como un motivo para ejercitar la escritura, la reflexión filosófica y la lectura; en este
orden de ideas, mi metodología (si es que se puede considerar como una) será mi
intuición y curiosidad general, que irán abriendo puertas a un mundo de preguntas y
respuestas que utilizaré como mapa para el desarrollo del presente texto.

Una imagen que me intriga profundamente y que intento generar constantemente en mi


cabeza es la de volver a ser un bebé y poder experimentar la realidad sin un dialogo
lingüístico entre lo externo y lo interno -por dialogo lingüístico entiendo a la traducción
del mundo en lenguaje, gramaticalmente hablando-, cada vez que logro reproducir esta
escena en mi mente no puedo dejar de pensar que aunque un bebé no entienda el mundo
con palabras lo entiende con algo más: una mezcla entre una memoria poco entrenada
(que contiene todo tipo de información sensorial y simbólica) y todos los influjos
perceptivos de su realidad circundante. Juntas son la manera en la que, quizá, una
persona sin un condicionamiento lingüístico comprende su realidad. Esto se opone a una
opinión previa que tenía sobre la experiencia humana, pues creía que solamente era
posible su comprensión a partir de la interpretación textual de la misma y, por lo tanto,
un bebé no podría tener un ejercicio de interpretación ni podría entenderla. Más adelante
explicaré cómo esto es contradictorio a la hora de pensar el aprendizaje.

La hermenéutica, en este momento, me parece la rama de la filosofía mas apropiada


para abordar la cuestión que aquí trabajo; esta relación entre la experiencia no-
lingüística y la interpretación, y cómo la interpretación lingüística se debe a una
comprensión primera de la que deviene todo conocimiento. Esta comprensión primera
debe ser, necesariamente, de naturaleza no-lingüística. Es por esto que considero que la
interpretación es un concepto fundamental en la experiencia humana; el entendimiento
se reduce a cero sin interpretación, o a la manera de Gadamer en el prólogo de
Introducción de la Hermenéutica Filosófica de Jean Grondin: “el entender constituye la
estructura fundamental de la existencia humana, por lo que viene a situarse en el centro
de la filosofía”. Por esta razón le concedo a este problema mi atención.
Primero que todo, ¿Qué es la hermenéutica?, el significado de esta palabra se remonta a
sus raíces griegas: ἑρμηνε o hermēneuein, y que en español puede significar
expresar o interpretar (que vendrían a ser sinónimos en el sentido de que estos dos
conceptos requieren una comprensión de un contenido para luego ser traducido, ya sea
del pensamiento a las palabras o del mundo al pensamiento). Si se sigue la consigna de
que el entender constituye la estructura fundamental de la existencia humana, parece
evidente que la hermenéutica, como ejercicio necesario de todo entender, es casi un
estado permanente del hombre; este es el carácter universal de la hermenéutica que
plantea Gadamer y Heidegger. Sin embargo, la hermenéutica, inicialmente, no estaba
dirigida por una reflexión filosófica particularmente ni por la comprensión “universal”
de la misma, sino que era más bien una herramienta común que utilizaban algunos
teólogos para la comprensión de textos bíblicos y sagrados. De esta manera se intentaba
quitar todo tipo de subjetividad a la comprensión del texto a la hora de traducirlo a su
lengua, revelando así el sentido originario con el que se escribió el mismo. Un ejemplo
presente en la vida cotidiana de las dificultades de interpretación son los chismes, que
narran acontecimientos reales, aunque suelen ser un objeto de cambios en la narración
de los hechos debido a la interpretación que cada persona le da a una misma historia; la
noción de este tipo de dificultades para la comprensión de los hechos hace necesario un
conceso de sentido. Las comunidades religiosas, como instituciones, requieren de una
objetividad de interpretaciones para que no haya espacio a la ambigüedad, que
inevitablemente genera rupturas dentro del orden consagrado; en general toda
institución requiere de un entendimiento mutuo sobre el sentido de su lenguaje.

Fue tiempo después que Friedrich Schleiermacher propuso por primera vez el uso de la
hermenéutica como a una teoría de la comprensión general, sin un enfoque teológico
particularmente y, posteriormente, pasando por Guillermo Dilthey quien propone la
hermenéutica como método de estudio de “las ciencias del espíritu” (humanidades en
otras palabras), se llega a Martin Heidegger, quien concibe una filosofía hermenéutica,
donde el desarrollo y la “apertura del ser” están determinados por la comprensión. De
esta manera se puede decir que la hermenéutica alcanza una imagen propiamente
filosófica, en cuanto sitúa al ser como intérprete del mundo y a este último como sujeto
hablante. Si el mundo está en constante dialogo con el sujeto, necesariamente debe
existir un conocimiento previo del mismo para poder comprenderlo; una mente en
blanco es incapaz de percibir los colores del mundo. Este conocimiento primero, por
llamarlo de alguna forma, es lo que da validez e hilaridad al comprender posterior, “una
comprensión previa que surge de la situación existencial en cada caso y que define el
marco temático y la amplitud de validez de cualquier tentativa de interpretación”
(Grondin, 1999). Entonces, el marco de la comprensión humana está creado a partir de
un dialogo inicial o primero con el mundo, pero ¿cómo se creó este dialogo primero que
permitió el entendimiento originalmente?

Este dialogo original podría decir algo acerca de la situación del bebé que describí
previamente. Si este dialogo inicial no tiene otro material para la interpretación que la
experiencia misma, ¿se puede decir que hay algo más allá de una percepción inmediata
del mundo? Si es así, esto implicaría un vivir primero y un “entender” después, en
cuanto que primero percibo el mundo como se me presenta en la inmediatez y solo
después, por motivos necesarios, lo llevo al plano del pensamiento para poder ser
traducido en lenguaje. O ¿es la experiencia un ocurrir naturalmente lingüístico, donde la
comprensión y el vivir son uno solo y ocurren al mismo tiempo? En este caso el motor
del pensamiento seria el mismo lenguaje. En tal caso, no me explicaría cómo una
persona aprende a comunicarse si no es a partir de un lenguaje propio, en otras palabras,
no-lingüístico.

Pero ¿qué es la interpretación? ¿Es esta la comprensión de los hechos de una


experiencia, o es la traducción del mundo a una lengua en específico a través del
proceso del pensar? Se podría decir que el sentido de una cosa está designado
enteramente por un conceso socio-lingüístico, que puede haber sido mediado por su uso,
y en este sentido, el interés de un contexto serviría para la comprensión del sentido. Sin
embargo, esta concepción de sentido parece mostrar que este no es más que una
construcción textual y, por lo tanto, este no tiene nada del mundo, de lo exterior, el
sentido estaría entonces monopolizado por el pensar; en este orden de ideas, la
naturaleza ilusoria del lenguaje generará desviaciones del sentido “original”
inevitablemente, en cuanto los factores para la interpretación del sentido están
construidos enteramente en el plano mental y, debido a la diversidad de mentes, por
ejemplo, la comprensión del sentido se ve nublada por el propio contexto y demás
diferencias cognitivas. Es entonces necesario entender al sentido como la significación
de las cosas, extraída del mundo, pero sujeta a significaciones contextuales que definen
la forma del sentido, pero en su esencia, es el mismo para todos. Así, si se hace
referencia de una misma palabra a un grupo de personas de contextos distintos, estos
deberían entender algunas cosas en común y otras no. Por ejemplo, la palabra belleza;
como mínimo se tendrá la idea de algo bello, pero lo más probable es que no todos
compartan que la ciudad de Cali es bella.

Es esta atadura contextual y la noción del lenguaje interno no-lingüístico lo que me


lleva a pensar que hay un limitante no solo en el pensar, sino en la experiencia misma.
Esto si solamente se entiende el mundo textualmente, el lenguaje, en este caso, es como
un programa que funciona constantemente en la máquina de la mente; pero esta
máquina no funciona de programas, sino a partir de un sistema operativo que permite la
descarga de dicho programa. Si esta máquina fuese capaz de examinar el procesamiento
de dicho programa, se podría entender como el “proyecto libre” del que habla
Heidegger, donde el mundo es comprendido por sí mismo y para sí mismo, y es el ser el
que da la posibilidad de esta comprensión; podría ser una vuelta al estado inicial, al
replanteamiento y la reestructuración del tejido del pensar desde una hermenéutica del
ser, donde las significaciones del mundo están ocultas bajo el manto del lenguaje, y no
es sino desde una perspectiva desligada o “deconstruida” (aunque siempre dentro de los
límites del mismo lenguaje) que se puede tener una comprensión del sentido en su más
amplia manifestación.

Entonces, si es posible afirmar el hecho de un conocimiento original, del que todo


deviene, y que este conocimiento original no es de naturaleza lingüística
(gramaticalmente hablando), es posible concluir que el interpretar, ya sea el texto o la
realidad, es la creación del sentido coloreado por la experiencia no-lingüística, y que sin
esta, no habría sentido alguno. Entonces el texto vendría a significar más de lo que es;
un recordar. Curioso es –no para todos- cómo pasamos nuestras vidas creyendo que el
mundo, dentro de nuestras cabezas, tiene un sentido y orden que ya es comprendido y es
fácil de explicar, cuando realmente la comprensión del mundo es un referir de una
experiencia de la que no tenemos recuerdo y, aunque lo tuviéramos, no podríamos
comprenderla, o mejor dicho, expresarla, porque esta experiencia excede al mismo
lenguaje y es, querámoslo o no, lo único que realmente comprendemos.

Referencias:

 de la Maza, L. (2005). Fundamentos de la filosofía hermenéutica: Heidegger y


Gadamer. [ebook] Santiago, Chile. Disponible en:
https://scielo.conicyt.cl/pdf/tv/v46n1-2/art06.pdf [Accessed 14 Feb. 2020].

 Grondin, J. (1999). Introducción a la hermenéutica filosófica. Barcelona:


Herder.

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