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MAL CONSENTIDO.

LA COMPLICIDAD DEL ESPECTADOR INDEPENDIENTE


(Aurelio Arteta Aisa)

Dentro del texto estudiado, es preciso identificar, cómo ante los males sociales o daños
públicos, lo que se hacía habitual era la limitación frente a las dimensiones en que se
estructuraba el mal cometido dentro de la sociedad; pues desde la mirada del autor,
tanto el agresor como su víctima, no eran protagonistas sino que se convertían
solamente en una parte de la sociedad vasca contemporánea, que en realidad era su
fuente de inspiración. Por lo cual, según él y el análisis de cada situación, la diferencia
que se daba entre todo acto, radicaba en que ni los males de naturaleza privada ni los
públicos, eran causados por unos pocos; pero sí sufridos por muchas personas. Lo que
significaba que estos últimos eran quienes colaboraban con aquellos daños mediante
su abstención, puesto que su posición de silencio, disimulo o cualquier otra permitía que
las situaciones deteriorantes se continuaran presentando. De ahí, que se llega a
mencionar en la lectura que era esta actitud el modo más abundante de comparecer y al
mismo tiempo, fomentar el mal.

Por consiguiente, queda claro que, dentro del desarrollo de esa sociedad las mismas
personas eran los agentes directos del sufrimiento injusto y por ello, figuraron como sus
pacientes, es decir, terminaban por ocupar un lugar de espectadores y desde ahí,
asumían una posición de conformismo e indiferencia ante los daños que contemplaban,
al punto de ser catalogados como unos cómplices de la arbitrariedad que se vivía.

Quedando claro así, que Arteta busca a través de los ocho capítulos expuestos en
este libro, reflexionar sobre el mal consentido; una reflexión que en todo momento
adopta un punto de vista moral, ya que, reivindica la necesidad de juzgar el mal
como antídoto ante la indiferencia. De manera que en el primer capítulo: “El mal
que nos hacemos”, se analiza el mal contemplado por un espectador al que el
autor interroga sobre su actitud ante lo que observa. Mientras que en el segundo
capítulo: “La figura del espectador cómplice”, el autor denuncia al espectador ya
que considera que, como sugiere Reyes MATE, lo justo no se ventila en clave de
diálogo, sino de denuncia, por lo tanto el espectador que no actúa frente al mal
ajeno siendo consciente de la maldad de la situación contemplada y a pesar de
rechazar toda responsabilidad directa ante ella minimizando su poder para hacerla
frente, se convierte en un espectador cómplice.

Ahora bien, ya en lo que respecta al capítulo tres: “Factores básicos del


consentimiento”, el autor se refiere a la abstención, el silencio, el conformismo y la
indiferencia como aquellas actitudes del espectador cómplice que muchas veces
acaban legitimando y justificando ese mal social de carácter político que diluye su
responsabilidad entre todos y que podía ser denominada como el gobierno de
nadie, pues nadie asume la responsabilidad de ese mal. Para pasar entonces a
los capítulos cuatro y cinco, donde se le da una oportunidad al espectador de
defenderse; pues el autor observa plenamente que en esa sociedad abundan los
espectadores indiferentes y cómplices, que han asumido a través de una continua
erosión moral una ética de la deserción que los ha llevado a la moral de la huida.

Todo esto sumado a lo argumentado en el capítulo sexto: “La suprema banalidad


del mal”, donde se hace referencia a que la banalidad del mal, se encarna en lo
que Arteta llama espectadores, quienes no teniendo la intención de cometer
crimen alguno, si terminan por consentirlos. Lo que se une al séptimo capítulo:
“Responsables de no responder”, donde el autor tras el juicio al espectador dicta
sentencia y confirma que en cada hecho sucedido, si se daba una
responsabilidad pasiva por omisión, por no hacer lo que debe. Para terminar
entonces, con la sustentación de sus ideas en el capítulo ocho: “Del más acá al
más allá”, donde de nuevo acude a los hijos de Heidegger, con el fin de trasmitirle
al lector, la idea de que el valor de toda persona posee un derecho Y por tanto, el
discurso de la justicia se pone en marcha en nombre de la responsabilidad frente a
los demás. Quedando claro asi, que todo hombre tiene un deber positivo general
de hacer el bien a la sociedad y por ello, debe abandonar s posición de espectador
silencioso.
REFLEXIÓN

Este es un libro sugerente, que invita al lector a ver la realidad de una sociedad
contemporánea, desde una posición de reflexión; puesto que narra cómo las
personas pueden convertirse en unos espectadores silenciosos y así, pasar a ser
cómplices de injusticias sociales.

Por lo cual, es esta una lectura que invita a las personas a sufrir una
transformación progresiva; en la medida en que las hace descubrir que ser
espectadores silenciosos de las situaciones sociales, sólo los convierte en unos
cómplices de la historia donde se juzga su propia altura moral sobre la base de su
posición.

Por ello, ya dentro del campo laboral, se posesiona como una herramienta apta
para tratar de solucionar las crisis que se den en la empresa. Siempre que cada
trabajador asuma una actitud de espectador más activa, que le permita opinar y
dar soluciones positivas a las situaciones diarias que experimenta como un grupo
de trabajo.

Teniéndose en cuenta, que dentro de la empresa como es natural, se presentan


dificultades que de no ser reconocidas, pueden llegar a hacer que los
trabajadores en actitud de espectadores impasibles ante el dolor que estas
generan, se multipliquen y terminen por crear una situación de ataque contra su
misma dignidad; pues como bien lo dice el autor, cuando las personas se callan,
pasan a ser cómplices de todo mal y por ende, evaden su responsabilidad.

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